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Lord Peter se lleva los triunfos

El informe de Sleuths Incorporated podría resumirse de la siguiente manera: «Nada nuevo y el comandante Fentiman convencido de que no habrá nada nuevo, opinión compartida por Sleuths Incorporated». Lord Peter contestó lo siguiente: «Sigan vigilando y ocurrirá algo antes de que acabe la semana».

Su señoría estaba en lo cierto.

La cuarta noche, Sleuths Incorporated volvía a enviar un informe. El detective encargado del caso había sido relevado a las seis de la tarde por el comandante Fentiman, como estaba previsto, y se había ido a cenar. Al regresar a su puesto, una hora más tarde, el cobrador le entregó una nota que habían dejado para él en el vestíbulo de la estación. Decía así:

Acabo de ver a Oliver subir a un taxi. Lo estoy siguiendo. Comunicaré más detalles a la cantina.

Fentiman

El detective tuvo que volver a la cantina a esperar otro recado. Pero, mientras tanto, el segundo hombre que estaba apostado, como había ordenado su señoría, seguía al comandante sin conocimiento de este. Al poco tiempo pasaron una llamada desde la estación de Waterloo: «Oliver está en el tren camino a Southampton. Lo sigo». El detective llegó a Waterloo cuando el tren ya había salido y cogió el siguiente. En Southampton hizo ciertas averiguaciones y se enteró de que un caballero que respondía a la descripción de Fentiman había provocado un altercado en el momento en que partía el barco de El Havre y había sido inmediatamente expulsado a instancias de un hombre de edad al que parecía haber molestado o agredido. De las investigaciones posteriores entre las autoridades portuarias se desprendía que Fentiman había seguido a aquella persona en el tren y se había mostrado insultante con ella, ante lo cual el guarda lo había reprendido; después volvió a echarle el guante a su presa en la pasarela y trató de impedir que subiera a bordo. El caballero presentó su pasaporte y documentos de identidad para demostrar que era un fabricante jubilado, de nombre Postlethwaite, que vivía en Kew. Fentiman insistió en que era alguien llamado Oliver, de dirección y situación desconocidas, cuyo testimonio se requería para un asunto de familia. Como Fentiman no iba provisto de pasaporte y no parecía poseer autoridad oficial para retener e interrogar a los pasajeros, y como su historia resultaba imprecisa y su actitud agitada, la policía local decidió detenerlo. Se permitió a Postlethwaite que prosiguiera su viaje, tras haber consignado su dirección en Inglaterra y su destino, que, como había sostenido y pudo demostrar con documentos y correspondencia, era Venecia.

El detective fue a la comisaría, donde encontró a Fentiman hecho una furia y amenazando con una demanda por encarcelamiento ilegal. No obstante, el sabueso consiguió que dejaran en libertad a Fentiman, al atestiguar su identidad y buena fe, y tras convencerlo de que prometiera guardar la compostura. Después le recordó que los particulares no tienen derecho a agredir ni a detener a personas pacíficas contra las que no se pueden presentar cargos, y señaló que, una vez que Oliver había negado ser Oliver, lo correcto hubiera sido seguirlo y vigilarlo discretamente, al tiempo que se comunicaba con Wimsey, el señor Murbles o Sleuths Incorporated.

El detective estaba en Southampton, esperando instrucciones de lord Peter. ¿Debía continuar hacia Venecia, enviar a su subordinado, o regresar a Londres? En vista del comportamiento veraz del señor Postlethwaite, parecía probable que se hubiera producido un error en su identificación, pero Fentiman insistía en que no se había equivocado.

Aún conectado a la línea interurbana, lord Peter reflexionó unos momentos y después se echó a reír.

—¿Dónde está el comandante Fentiman? —preguntó.

—Ahora se va a la ciudad, milord. Le he hecho saber que cuento con toda la información necesaria para proceder, y que su presencia en Venecia únicamente contribuiría a entorpecer mis movimientos, una vez se ha dado a conocer al sujeto.

—Sin duda. Bueno, creo que no vendría mal que enviara otro hombre a Venecia, por si acaso la pista fuera buena. Y escuche… —Dio algunas instrucciones más y acabó añadiendo—: Y dígale al comandante Fentiman que venga a verme en cuanto llegue.

—Faltaría más, milord.

—¿Se cumple la profecía de la gitana? —dijo lord Peter al comunicarle la información a Bunter.

El comandante Fentiman fue a casa de lord Peter aquella noche, tan indignado como contrito.

—Lo siento, muchacho. Fue una puñetera estupidez, pero es que perdí los estribos. Ese tipo me sacó de mis casillas cuando negó tranquilamente conocerme a mí o al pobre abuelo y me salió enseguida con pruebas. Desde luego, reconozco que cometí un error. Comprendo que debería haberlo seguido con discreción, pero ¿cómo iba yo a saber que no respondería a su nombre?

—Pero deberías haber imaginado, al no responder él a su nombre, que te habías equivocado o que tenía buenos motivos para huir —replicó Wimsey.

—Yo no lo acusé de nada.

—Claro que no, pero él debió de pensar lo contrario.

—Pero ¿por qué? Es decir, cuando me dirigí a él, solo dije: «Es usted el señor Oliver, ¿no?». Y él me dijo: «Se ha confundido». Y yo le dije: «Seguro que no. Me llamo Fentiman, y usted conocía a mi abuelo, el general Fentiman». Y él dijo que no tenía el gusto. Así que le expliqué que queríamos saber dónde había pasado el viejo la noche antes de su muerte, y me miró como si yo estuviera loco. Eso me molestó y le dije que sabía que era Oliver, y entonces se quejó al guarda. Y cuando lo vi intentando largarse sin más, sin prestarnos ayuda, al pensar en el medio millón de libras me puse tan furioso que lo agarré. «No, ni hablar», le dije… y ahí empezó la historia, ¿comprendes?

—Lo comprendo perfectamente —dijo Wimsey—, pero ¿no comprendes que si realmente es Oliver y se ha largado con tanta complicación, con pasaporte falso y demás, debe de tener algo importante que ocultar?

Fentiman se quedó boquiabierto.

—¿No querrás decir… no querrás decir que hay algo raro en la muerte? ¡No puede ser!

—Desde luego, tiene que pasar algo con Oliver, ¿no? A juzgar por tu actuación…

—Bueno, así mirado, supongo que sí. ¿Sabes una cosa? Que seguramente está metido en algún lío y quiere desaparecer. Deudas, o una mujer o algo. Claro; eso tiene que ser. Y yo he sido muy inoportuno, abalanzándome de ese modo. Así que se ha escabullido. Ahora lo comprendo todo. Bueno, en ese caso tendremos que dejarlo. No podemos hacerlo volver, y, al fin y al cabo, supongo que no podría decirnos nada.

—Es posible, desde luego, pero si tenemos en cuenta que desapareció de Gatti’s, donde tú solías verlo, casi inmediatamente después de la muerte del general, ¿no da la impresión de que tenía miedo de que lo relacionaran con ese hecho concreto?

Fentiman se removió incómodo en el asiento.

—¡Pero venga! ¿Qué demonios puede tener que ver con la muerte del viejo?

—No lo sé, pero creo que deberíamos tratar de averiguarlo.

—¿Cómo?

—Pues solicitando una orden de exhumación.

—¡Desenterrarlo! —exclamó Fentiman, escandalizado.

—Sí. No se hizo la autopsia, ¿comprendes?

—Ya, pero Penberthy estaba al corriente de su estado y firmó el certificado.

—Sí, pero entonces no había motivos para suponer que algo iba mal.

—Ni ahora tampoco.

—Hay varias circunstancias extrañas, por no decir que algo más.

—Solamente Oliver… y a lo mejor me confundí de tipo.

—Pero yo creía que estabas seguro…

—Y lo estaba, pero… ¡esto es absurdo, Wimsey! ¡Además, piensa en el escándalo que se organizaría!

—¿Por qué? Tú eres el albacea. Puedes presentar una solicitud a título privado y el asunto se llevará en privado.

—Sí, pero seguro que el Ministerio del Interior no la aceptará, con motivos tan endebles.

—Ya me encargaré yo de que la acepten. Saben que no me molestaría por algo endeble. Las pelusillas no son mi estilo.

—Vamos, ponte serio. ¿Qué motivo podemos alegar?

—Aparte de Oliver, uno muy bueno. Podemos decir que queremos examinar el contenido de las vísceras para saber cuánto tiempo pasó desde la última comida hasta la muerte del general. Podría servirnos de gran ayuda para resolver la cuestión de la hora de la muerte. Y en términos generales, la ley se pirra por lo que se denomina la devolución ordenada de la propiedad.

—¡Un momento! ¿Quieres decir que se puede saber cuándo murió un tipo mirándole las tripas?

—No con exactitud, pero te puedes hacer una idea. Si, por ejemplo, descubrimos que acababa de desayunar, demostraría que murió poco después de llegar al club.

—¡Dios del cielo! ¡Menudas perspectivas tendría yo!

—Pero podría ser al revés.

—No me gusta nada, Wimsey. Es muy desagradable. Dios quiera que lleguemos a un acuerdo.

—Pero la dama implicada en el caso no quiere llegar a un acuerdo, y tú lo sabes. Tenemos que esclarecer los hechos como sea. Voy a decirle a Murbles que le proponga la exhumación a Pritchard.

—¡Por Dios! ¿Y qué va a hacer?

—¿Quién, Pritchard? Si es un hombre honrado y su cliente una mujer honrada, apoyarán la solicitud. Si no lo hacen, pensaré que tienen algo que ocultar.

—No me extrañaría. Son unos bellacos. Pero no pueden hacer nada sin mi consentimiento, ¿no?

—No exactamente; al menos no sin meterse en un montón de problemas y de publicidad. Pero si eres honrado, darás tu consentimiento. No tienes nada que ocultar, supongo.

—Pues claro que no. De todos modos parece bastante…

—Ya sospechan que nos traemos algo sucio entre manos —insistió Wimsey—. Ese bestia de Pritchard me lo dio a entender. Supongo que cualquier día de estos me enteraré de que ha pedido la exhumación por su cuenta. Será mejor que nos adelantemos.

—Si es así, supongo que tendremos que hacerlo, pero no creo que vaya a servir de mucho, y seguro que se correrá la voz y se armará un buen jaleo. ¿No hay manera de…? Venga, tú eres muy listo…

—Vamos a ver, Fentiman: ¿quieres esclarecer los hechos o hacerte con el dinero a toda costa? Más vale que me cuentes sinceramente qué pasa.

—Naturalmente que quiero esclarecer los hechos.

—Pues muy bien. Ya te he dicho cuál es el siguiente paso que hay que dar.

—¡Maldita sea! —exclamó Fentiman—. Supongo que habrá que hacerlo, pero no sé a quién recurrir ni cómo hacerlo.

—Siéntate tranquilamente y yo te dicto la carta.

Robert Fentiman no podía escaparse de aquella, e hizo lo que le decían, aunque a regañadientes.

—Pero también está George. Tendría que consultar con él.

—A George no le afecta, salvo indirectamente. Eso es. Escribe una carta a Murbles: dile lo que estás haciendo y dale instrucciones para que informe a la otra parte.

—¿No deberíamos consultar primero todo el asunto con Murbles?

—Ya lo he consultado con él, y coincide en que es lo que hay que hacer.

—Esos tipos se avendrían a cualquier cosa que implique minutas y problemas.

—De acuerdo, pero los abogados son males necesarios. ¿Has terminado?

—Sí.

—Dame las cartas. Ya me encargaré yo de que se envíen. Y no tienes que preocuparte de nada. Murbles y yo nos haremos cargo de todo, y el señor detective está detrás de Oliver, o sea que puedes irte tranquilo y disfrutar.

—Pero es que tú…

—Sí, ya sé que vas a decir que soy muy amable por tomarme tantas molestias. Estoy encantado. Es un auténtico placer. Tómate una copa.

Desconcertado, el comandante rechazó la copa con cierta brusquedad y se dispuso para salir.

—No pienses que soy un desagradecido y tal y cual, Wimsey, pero es que no me parece decoroso.

—Con la experiencia que tienes, no deberías ponerte tan sensible por un cadáver —dijo Wimsey—. Tú y yo hemos visto muchas cosas bastante más indecorosas que una tranquila resurrección en un cementerio respetable.

—Mira, el cadáver me trae al fresco —replicó el comandante—, pero todo esto no me huele bien. Ni más ni menos.

—Piensa en el dinero —dijo Wimsey con una sonrisa, al tiempo que cerraba la puerta de la casa.

Volvió a la biblioteca, balanceando las dos cartas en una mano.

—Ahora mismo pasea más de un hombre por las calles de Londres gracias a no haberse llevado los triunfos. Echa estas cartas al correo, Bunter —dijo—. Ah, y el señor Parker cenará hoy conmigo. Tomaremos perdrix aux choux y algo salado a continuación, y puedes subir dos botellas del Chambertin.

—Muy bien, milord.

La siguiente medida que tomó Wimsey consistió en escribir una nota confidencial a un funcionario del Ministerio del Interior al que conocía muy bien. Una vez terminada, volvió al teléfono y pidió el número de Penberthy.

—¿Eres tú, Penberthy…? Aquí Wimsey… Oye, muchacho, ¿te acuerdas de la historia esa de Fentiman…? Bueno, es que vamos a solicitar la exhumación.

—¿Que vais a solicitar qué?

—La exhumación. No tiene nada que ver con el certificado que tú firmaste. Sabemos que está bien. Es solo para enterarnos de algo más sobre cómo murió el pobre desgraciado.

Explicó un poco su idea.

—¿Piensas que podemos sacar algo? —preguntó Wimsey.

—Pues sí, es posible.

—Me alegro de que lo digas. Soy profano en esta materia, pero me parecía buena idea.

—Sí, brillante.

—Siempre he sido un chico listo. Claro, tú tendrás que estar presente.

—¿Tengo que hacer yo la autopsia?

—Si quieres… Lubbock hará el análisis.

—¿El análisis de qué?

—El contenido de las tripas. Si tomó riñones con tostadas, huevos con panceta y esas cosas.

—Ah, ya. Dudo mucho que averigüemos nada, después de tanto tiempo.

—Es posible que no, pero será mejor que Lubbock le eche un vistazo.

—Sí, desde luego. Como fui yo quien firmó el certificado, es mejor que lo confirme alguien.

—Exacto. Ya sabía yo que pensarías eso. Lo comprendes, ¿verdad?

—Perfectamente. Desde luego, si hubiéramos sabido que iban a surgir tantas dudas, habría hecho la autopsia en su momento.

—Por supuesto. En fin, no puede evitarse. Ya te diré cuándo va a ser. Supongo que querrán mandar a alguien del Ministerio del Interior. Me ha parecido mejor que lo supieras.

—Has hecho muy bien. Sí, me alegro de saberlo. Espero que no nos encontremos con nada desagradable.

—¿Estás pensando en lo del certificado?

—Bueno… no… eso no me preocupa mucho, pero claro, nunca se sabe. Estaba pensando en lo del rigor mortis. ¿Has visto al capitán Fentiman últimamente?

—Sí. No había dicho nada porque…

—No. Mejor así, a no ser que sea absolutamente necesario. Bueno, tendré noticias tuyas dentro de poco, ¿no?

—Esa es la idea. Adiós.

Aquel día estuvo plagado de incidentes.

Alrededor de las cuatro llegó un recadero jadeante que enviaba el señor Murbles (quien se negaba a que su bufete se profanase con un teléfono). Saludos del señor Murbles, y que si lord Peter tendría la amabilidad de leer aquella nota y enviar respuesta al señor Murbles de inmediato.

La nota decía lo siguiente:

Estimado lord Peter:

En relación con el difunto Fentiman. Noticias del señor Pritchard. Me informa de que su cliente está dispuesta a llegar a un acuerdo sobre el reparto del dinero si lo permiten los tribunales. Antes de consultar con mi cliente, el comandante Fentiman, le quedaría muy agradecido si me comunicara su opinión sobre el actual estado de la investigación.

Atentamente,

Murbles

Y lord Peter contestó como sigue:

Estimado señor Murbles:

En relación con el difunto Fentiman. Demasiado tarde para un acuerdo, a menos que quiera prestarse a ser cómplice de una estafa. Robert ha solicitado la exhumación. ¿Puede cenar conmigo a las ocho?

P. W.

Tras haber enviado la nota, su señoría llamó a Bunter.

—Como bien sabes, Bunter, rara vez bebo champán, pero en este momento tengo cierta apetencia. Tráete una copa para ti también.

El corcho saltó alegremente, y lord Peter se puso en pie.

—Vamos a brindar, Bunter —dijo—. ¡Por el triunfo del instinto sobre la razón!