Autopsia

—¿Así que George ya está bien?

—Sí, gracias a Dios. Está estupendamente. El médico dice que se puso así de pura preocupación por si sospechaban de él. A mí no se me había ocurrido, pero George enseguida ata cabos.

—Por supuesto; sabía que era una de las últimas personas que vio a su abuelo.

—Sí, y al ver el nombre en el frasco, y que venía la policía…

—Eso fue. ¿Y seguro que está bien?

—¡Ya lo creo! En cuanto supo que todo se había aclarado, pareció revivir. Por cierto, le envía muchos recuerdos.

—Bueno, en cuanto esté en condiciones, tenéis que venir a cenar conmigo…

—… Un caso sencillo, en cuanto aclaraste lo de Robert, quiero decir.

—Un caso que deja mucho que desear, Charles. No es de los que me gustan a mí. Ni una sola prueba real.

—Sí, no era de los nuestros, pero al menos no ha llegado a juicio. Nunca se sabe con los jurados.

—No. Podrían haber dejado suelto a Penberthy, o haber condenado a los dos.

—Exacto. Si te digo la verdad, creo que Ann Dorland es una joven muy afortunada.

—¡Venga! ¿Cómo dices eso?

—… Sí, claro, lo siento por Naomi Rushworth, pero no tiene por qué ser tan rencorosa. Va por ahí dando a entender que el pobre Walter se dejó engañar por la Dorland y que después se sacrificó para salvarla.

—Bueno, supongo que es natural. Tú también creíste en su momento que lo había hecho la señorita Dorland, Marjorie.

—Entonces no sabía que fuera la prometida de Penberthy. Y pienso que él se merece lo que ha pasado… Ya sé que está muerto, pero no se puede tratar de una forma tan asquerosa a una chica, y Ann no se merece algo así. Todo el mundo está en su derecho de querer una aventura. Vosotros, los hombres, pensáis…

—Yo no, Marjorie. Yo no pienso.

—Bueno, tú. Pero tú eres casi humano. Casi te aceptaría si me lo pidieras, pero supongo que no te sientes muy dispuesto a ello, ¿no?

—Hija mía, si una gran simpatía y amistad bastaran, ahora mismo. Pero eso no te convencería, ¿verdad?

—No te convencería a ti, Peter. Perdona. Olvídalo.

—No lo olvidaré. Es el mayor cumplido que me han hecho jamás. ¡Dios santo! Ojalá…

—Venga, ya vale. No tienes que hacer un discurso. Y no desaparecerás discretamente para siempre, ¿no?

—No, si tú no quieres.

—¿Y no te avergonzarás?

—No, no me avergonzaré. Retrato de un joven atizando el fuego para indicar la absoluta liberación de la vergüenza. ¿Vamos a algún sitio a que nos echen de comer?

—… Bueno, ¿qué tal te fue con la heredera, los abogados y toda la panda?

—Pues tuvimos una larga discusión. La señorita Dorland se empeñó en dividir el dinero, y yo dije que no, que no podía consentirlo. Dijo que era suyo a resultas de un crimen, y Pritchard y Murbles le dijeron que ella no era responsable de los crímenes de otros, y yo que iba a parecer que me beneficiaba de mi tentativa de fraude, y ella que no, que en absoluto, y así siguió la cosa. Es una chica de lo más decente, Wimsey.

—Sí, lo sé. En cuanto descubrí que prefiere el borgoña al champán la tengo en muy alta estima.

—No, en serio… Tiene algo admirable, es sencilla…

—Sí, no es mala chica, aunque yo no hubiera pensado que fuera tu tipo.

—¿Por qué?

—Pues… bohemia y esas cosas. Y su aspecto físico no es su punto fuerte.

—No tienes por qué ponerte insultante, Wimsey. Supongo que tengo derecho a valorar a una mujer con inteligencia y personalidad. No seré un intelectual, pero la cabeza me sirve para algo más que para llevar el sombrero. Y al pensar en lo que pasó esa chica con el sinvergüenza de Penberthy, me hierve la sangre.

—Ah, ¿te has enterado de todo eso?

—Sí. Me lo ha contado ella, y la respeto por eso. Me pareció muy valiente. Ya va siendo hora de que alguien lleve un poco de alegría a la vida de esa pobre chica. Tú no comprendes lo desesperadamente sola que ha estado. Tuvo que dedicarse a lo del arte para entretenerse en algo, pobre criatura, pero ha estado apartada por completo de una vida normal, razonable, femenina. Con las ideas que tú tienes, a lo mejor no lo entiendes, pero tiene un carácter encantador.

—Perdona, Fentiman.

—En vista de cómo se tomó todo el asunto, hizo que me sintiera verdaderamente avergonzado. Cuando pienso en el lío en que la metí por mis malas artes… ya sabes…

—Amigo mío, tu actuación fue providencial. De no ser por tus malas artes, como tú dices, ahora estaría casada con Penberthy.

—Eso es verdad… y por eso es tan increíble que me haya perdonado. La pobre chica quería a ese sinvergüenza, Wimsey. No sabes lo penoso que resulta.

—Bueno, tendrás que hacer todo lo posible para que lo olvide.

—Lo considero una obligación, Wimsey.

—Muy bien. ¿Haces algo esta noche? ¿Te apetece que vayamos a algún espectáculo?

—Lo siento. Estoy ocupado. Es que, voy a llevar a la señorita Dorland a eso nuevo que ponen en el Palladium. He pensado que le sentaría bien, que la animaría y eso.

—Ah, estupendo. Que haya suerte.

—… Y la comida es cada día más vergonzosa. Ayer, sin ir más lejos, hablé sobre el asunto con Culyer, pero no hará nada. No sé para qué sirve el comité. Este club no es ni la mitad de lo que era antes. De hecho, Wimsey, estoy pensando en presentar mi renuncia.

—No, por favor, Wetheridge. Este sitio no sería el mismo sin usted.

—Fíjese en el alboroto de la última temporada. Policías, periodistas… y después Penberthy se salta la tapa de los sesos en la biblioteca. Y el carbón es pizarra. Ayer, sin ir más lejos, estalló algo como un obús (se lo aseguro, exactamente igual que un obús) en el salón de juego, y estuvo a punto de darme en el ojo. Le dije a Culyer: «Esto no debe volver a ocurrir». Ríase si quiere, pero yo conocí a un hombre que se quedó ciego porque le saltó una cosa así de repente. Estas cosas no ocurrían antes de la guerra y… ¡Por todos los santos! ¡Por todos los santos, William! ¡Fíjese en este vino! ¡Huélalo! ¡Pruébelo! ¿Que venía con el corcho? Sí, a lo mejor lo tenía antes. ¡Dios mío! No sé qué va a ser de este club.