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USS Missouri (SSN-780)

El Missouri avanzaba a seis nudos rumbo sur hacia la Antártida simplemente porque aquella era la última dirección que habían visto tomar al Leviatán después de dejar Saboo.

El primer oficial Izzeringhausen pasó a Jefferson la lista total de daños que no se podrían reparar hasta que no volvieran a Pearl Harbor.

—No está mal si consideramos que nos llevamos por delante más escombros que un camión de basuras —dijo el capitán, y dejó el informe sobre la carta de navegación que había estado estudiando.

—Señor, el sonar ha detectado el rastro muy débil de un objeto sumergido. Creemos que puede ser el Leviatán.

—¿Saben su posición? —preguntó Jefferson agarrando el micrófono con fuerza.

—Sí, capitán, están a treinta y siete kilómetros al sur del mar de Ross, se dirigen hacia la barrera de hielo, pasando por la isla White. Su profundidad es de más de cinco mil metros.

—¿Lo seguimos, capitán?

—Sí, lo seguimos. Acérquese todo lo posible y esperemos que la puñetera barrera de hielo aguante en su sitio.

Jefferson se refería al masivo desgarro de cincuenta kilómetros de largo que se había producido recientemente en el bloque de hielo más grande del mundo.

—Llévenos a ciento cincuenta metros y veintidós nudos. Que cambie el turno del equipo del sonar y que los supervisores de departamento vengan aquí arriba. Necesitamos a los mejores en sus puestos.

—Sí, capitán. Calculo que a esa profundidad y velocidad, deberíamos llegar a la barrera en tres horas.

—A dieciséis kilómetros quiero reducir a cinco nudos, iremos en silencio total desde allí, sin realizar movimientos innecesarios.

—Sí, capitán.

—En algún lugar se oculta el tiburón más grande del mundo, y no quiero que nos muerda otra vez.

Leviatán

A cinco cubiertas por debajo del centro de control estaban los camarotes de la tripulación. Algo menos de mil ochocientos hombres y mujeres fuera de servicio y que ocupaban cuatro compartimentos diferentes. Los camarotes de los oficiales estaban dispersos entre los compartimentos mayores según un diseño específico. El ataque simbionte comenzó en los cuartos de la marinería.

—Eh, ¿qué es ese olor? —preguntó uno de los marineros desde su litera—. Es como si alguien estuviera fundiendo algo.

Un hombre que estaba jugando a las cartas con otros compañeros miró a su alrededor y pensó lo mismo. No fue el único que detectó algo raro.

De repente, tres válvulas de inundación se abrieron al mar y un agua heladora comenzó a entrar en el compartimento. Al principio nadie se asustó, simplemente algunos marineros corrieron a una de las tres escotillas. Intentaron girar la rueda para salir de allí, pero la rueda no se movía.

—¡Qué coño! —gritó alguien.

El agua les llegaba ya por el tobillo y seguía subiendo.

Al otro lado de la escotilla, los tres guardiamarinas enrollaron el cable del soplete portátil y contemplaron su trabajo, satisfechos. Los puntos fundidos a lo largo del marco y en la rueda garantizaban que todos los presentes en ese compartimento morirían ahogados en una hora. Los tres habían terminado al mismo tiempo que los otros grupos que compartían misión con ellos, es decir, que también habían cerrado las escotillas de los camarotes de los oficiales.

La tripulación del Leviatán había quedado reducida en menos de cinco minutos desde que Alvera ordenara el comienzo del ataque.

El teniente Kogersborg estaba terminado el papeleo del cambio de guardia cuando sonó la alarma de inundación. El constante zumbido electrónico llenó el centro de mando mientras la tripulación de guardia trabajaba en sus puestos.

—¡Se están inundando los compartimentos de la tripulación en la cubierta cinco! ¡Todos los camarotes, incluidos los de los oficiales! —exclamó el oficial encargado del control de daños.

Kogersborg alzó la vista, atónito, pero enseguida reaccionó.

—¡Eso es ridículo! No hemos golpeado nada, tiene que ser un error del ordenador.

—No hay ningún error, la cubierta se está inundando.

—¡Dios! —dijo el joven teniente mientras corría desde la consola de navegación hasta el puesto de control de daños. Supo que la inundación era real cuando el Leviatán pasó a control automático, como establecía el protocolo informático, y se inundaban otros compartimentos para equilibrar el buque mientras avanzaban hacia la barrera de hielo de Ross.

Cuando vio el holograma en el que se veían los dieciséis camarotes y los cuatro compartimentos de la tripulación, estuvo a punto de perder los nervios. A continuación leyó las estimaciones del ordenador acerca del personal que estaba ocupando esas zonas en aquellos momentos.

—¡Dios mío, el noventa y ocho por ciento de la tripulación está en esa cubierta!

—¿Por qué no salen? —preguntó un técnico.

—Los ordenadores no están procediendo a las contra-inundaciones, y las bombas no funcionan —dijo el oficial de control de daños.

—Aviso a toda la tripulación, llame a la capitana y al comandante Samuels, que vengan al puente. ¡Y activen manualmente las bombas de la cubierta cinco, ya!

—La situación está bajo control, teniente —dijo Tyler mientras bajaba la escalera de caracol que unía la plataforma de observación con el centro de control. El sargento iba armado, al igual que sus hombres, que ahora entraban en el centro de control desde los compartimentos a proa y popa.

Kogersborg sabía cuál era su deber. Saltó para dar la alarma general. Su mano estaba a solo unos centímetros del botón cuando Tyler le disparó tres veces por la espalda. El joven cayó lentamente sobre el pedestal del capitán y se deslizó hasta el suelo. El resto de la tripulación de la sala de control comenzó a movilizarse cuando se escucharon varios disparos más. Después, el timbre de las armas automáticas llenó el aire. Cuando se hizo de nuevo el silencio, treinta y cinco hombres y mujeres de la sala de control estaban muertos.

—¡Mierda! —maldijo Tyler entre dientes mientras bajaba el último tramo de la escalera—. Que los aprendices vengan al centro de control para ocupar los puestos vacantes, Y sacad estos cuerpos de aquí.

Uno de sus hombres estaba inclinado sobre dos timoneles.

—Sargento, estos dos siguen vivos. ¿Los…?

Tyler, con aire de frustración, caminó hacia ellos y disparó dos tiros de gracia. Su hombre cayó hacia atrás.

—Su equipo ha reaccionado con mucha lentitud y por eso la tripulación del centro de control pensó que podía hacer algo. No le permitiré más errores. Ahora, que vengan aquí los guardiamarinas, y consiga módulos de reemplazo para los controles dañados.

—Sí, señor —dijo el hombre, mientras les dedicaba una última mirada a los tripulantes asesinados.

Tyler pasó por encima del cadáver del teniente Kogersborg y extendió la mano para tocar la gran silla del capitán situada en el pedestal. Después tiró el cargador vacío de la pistola y lo cambió por otro nuevo.

—Que el segundo grupo de asalto me espere en el salón panorámico. Ya va siendo hora de hacer frente a la capitana y a sus invitados.

El Grupo Evento sintió cómo el Leviatán reducía velocidad y su proa cambiaba de ángulo mientras iniciaba el descenso hacia el fondo de la barrera de hielo de Ross. Las aguas al otro lado de las ventanas panorámicas eran cristalinas y las luces del buque comenzaron a alumbrar las formas de vida que se movían por el archipiélago Antártico.

—Mirad eso —dijo Lee al acercarse para observar mejor las gigantescas crestas de hielo del fondo de la placa continental. Montañas bocabajo que señalaban con sus afiladas cumbres al diminuto Leviatán, mientras este se alzaba a través de las aguas.

—Según estas coordenadas, no estamos lejos de la isla White —dijo Everett mientras hacía unos rápidos cálculos sobre una servilleta—. Los aliados más cercanos de Estados Unidos están a mil seiscientos kilómetros, en la estación McMurdo, en el extremo sur de la isla de Ross.

—Ya tenemos suficientes científicos a bordo del Leviatán tal y como estamos. No creo que esos empollones de la estación meteorológica nos sirvan de gran ayuda —dijo Lee mirando a Niles—. No te ofendas, hijo.

—No, pero si lográsemos encontrar la forma de salir de aquí, sí nos podrían echar una mano —dijo Carl a modo de explicación.

—Bueno es saberlo, marinero —contestó Jack.

—Atención, todos a sus puestos, vamos a emerger. Hielo inestable en nuestra trayectoria —dijo Alvera a través del intercomunicador.

—Bueno, al menos sabemos quién está al mando —dijo Collins mientras contemplaba al silencioso doctor Trevor—. Necesitamos saber quién está en el ajo. ¿La tripulación? Si no, ¿qué han hecho con ella?

Mientras tanto, el Leviatán se hundía peligrosamente hacia el fondo de la barrera de hielo de Ross, reduciendo cada vez más la velocidad.

—El camino hacia el Palacio de Hielo es una falla natural que permitirá al Leviatán emerger entre el hielo —dijo Samuels, sentándose al lado de Alexandria, que estaba tumbada sobre la larga mesa de reuniones—. Creo que la capitana está volviendo en sí.

Heirthall abrió los ojos y giró la cabeza. Miró a Virginia, sonrió, y le cogió la mano. Virginia le devolvió la sonrisa y después, lentamente le limpió la sangre que se le había acumulado en el oído izquierdo.

—El simbionte en mi interior está muriendo, Ginny. Me temo que me llevará con él —dijo en voz baja.

—No, eres muy fuerte —dijo Virginia, apretando la mano de su amiga—. Has sido muy valiente al luchar contra él; si no lo hubieras hecho, nadie habría tenido ni la más mínima oportunidad.

Alexandria sonrió con tristeza.

—No me siento orgullosa por… permitir que ocurriera esto —dijo con las facciones contraídas por un repentino dolor que le atravesó la cabeza—. No pensé que los simbiontes fueran capaces.

—A veces las especies agresoras saben cómo ocultar sus intenciones, Alex. Te cegó la compasión, a ti y a toda tu familia.

—Ayúdame a sentarme, Ginny.

Virginia, con la colaboración de Alice, hizo lo que le pedía. Más sangre manó primero del oído izquierdo y luego del derecho. Alexandria apoyó la cabeza contra el pecho de Virginia. Samuels se acercó e intentó sonreír a su capitana, pero no pudo.

—Los dos estuvimos ciegos, James. —Alexandria sonrió y lo cogió de la mano—. No importa, lo vamos a arreglar. Tienes que entender una cosa. Escucha bien, James, los niños son inocentes. Sus simbiontes son demasiado jóvenes para formar parte de todo esto.

—Sí, capitana, lo vamos a solucionar todo y salvaremos a los niños —dijo su primer oficial con determinación en la voz.

—La barrera de hielo se desmorona. Los casquetes polares se derriten. El hielo es cada vez más fino debido al calentamiento global, que según los gobiernos no es cíclico —dijo con un hilo de voz aunque intentando que su voz sonara fuerte.

El Leviatán subía rápidamente hacia una gigantesca masa de hielo que tenía su origen en la gran barrera. Parecía que iban directos al desastre cuando de repente el gigantesco buque viró a la derecha y pasó sin problemas entre dos grandes bloques que lo condujeron hasta un agujero por donde se coló para seguir subiendo y emerger en la misma barrera de hielo.

—Alvera es muy buena maniobrando en espacios pequeños. Tras largos periodos de ausencia, la entrada al Palacio de Hielo se congela en parte y su diámetro se reduce bastante —dijo Alexandria, contemplando la vista que ofrecían las ventanas.

—Atención todo el mundo, les habla el puente de mando, estamos en superficie, estamos en superficie —anuncio Alvera—. Contramaestre, haga sonar el aviso, todas las luces internas encendidas.

Burbujas tan grandes como barcos comenzaron a alzarse frente a las ventanas mientras el gran submarino comenzaba a vaciar sus tanques de lastre. Se alzó lentamente, guiado por sus motores para permanecer apartado de los afilados bloques de hielo. La cubierta bajo sus pies se hundió por un lado y luego por el otro a medida que la joven Alvera maniobraba para evitar que el hielo dañara el casco.

Por fin, sonó la sirena y el Leviatán se iluminó como si fuera de día. El Grupo Evento se acercó a las ventanas para contemplar una cueva natural de hielo de tamaño descomunal.

—La descubrimos hace treinta y cinco años. Mis padres… calcularon que tardó en formarse unos dos mil años… a causa de la actividad sísmica del monte Erebus, que está al sur. Posiblemente fue por una enorme burbuja del tamaño de Inglaterra que se alzó desde el fondo del mar.

El Leviatán emergió suavemente a la superficie de un pequeño mar interior totalmente encapsulado en hielo. El agua estaba en calma cuando el buque rompió su superficie.

—Atención todos, aquí el puente de mando. Que marineros y seguridad se presenten ante el oficial de atraque. Atención, el Leviatán ha llegado a su destino.

Los miembros del Grupo Evento sintieron cómo el buque apagaba sus motores y se estabilizaba dentro de la laguna. Los propulsores seguían funcionando para situarlo en el centro de la cueva.

—Bienvenidos al fin del mundo tal y como lo conocemos —dijo Alexandria, con sangre en los labios—. Aquí es donde termina nuestro viaje. Sospecho que el sargento Tyler recogerá aquí su recompensa, o lo que sea que le hayan prometido, y los simbiontes darán el paso final para acabar con la humanidad.

Para Jack, Carl, Niles y los demás, aquello parecía el principio del fin.

—Lo siento, capitana Heirthall, pero nosotros no nos vamos a quedar a la fiesta, y si podemos, lo haremos volar todo por los aires, el Leviatán incluido.

Todos los ojos se volvieron hacia Jack. Incluso Farbeaux dejó su bebida a medio terminar sobre la mesa y la apartó.

—Ya iba siendo hora de que alguien dijera algo interesante, coronel. Empezaba a preocuparme.