1
Sede del Grupo Evento
Base Aérea de Nellis, Nevada
En la actualidad
En la sede del Grupo Evento reinaba un silencio desconocido hasta ahora por todos los que habían estado destinados allí. Para los hombres y mujeres del Departamento 5656, una impenetrable y secreta sección de los Archivos Nacionales, el día era aún más oscuro que la función que desempeñaban para el gobierno de Estados Unidos. Se despedían de cuarenta y seis de sus activos, y de un hombre en particular: el coronel del ejército de Estados Unidos Jack Collins.
El personal militar, científico, académico, filosófico y de investigación reunido estaba sentado en la atestada cafetería del complejo porque la capilla, situada en las profundidades del nivel ocho, era demasiado pequeña para albergar a tanta gente.
Mientras sonaba la canción de Dire Straits Brothers in Arms, la atmósfera se fue ensombreciendo todavía más. El director, Niles Compton, había tomado una decisión y el nuevo jefe de seguridad estaba de acuerdo: no habría panegírico para los desaparecidos. La ceremonia sería un tributo silencioso a los hombres y mujeres muertos en la operación de la Atlántida, seis semanas atrás.
El Grupo Evento era la sección más secreta del gobierno federal al margen de la Agencia Nacional de Seguridad. Su misión era desvelar verdades históricas del pasado, cambios en el tejido de la historia que desembocaran en eventos capaces de alterar el mundo. Debían identificar dichos sucesos o su equivalente en el mundo moderno y avisar al presidente de sus consecuencias, buenas o malas, para que pudiera tomar la decisión más conveniente en cada caso.
Para casi todos los que trabajaban para el gobierno, la existencia de la agencia no era más que un rumor. El presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt levantó, en el más absoluto de los secretos, la sede permanente del Grupo Evento en 1943. Sus instalaciones servían como centro de investigación y almacén destinado a proteger los grandes secretos del pasado. El concepto fue idea de Abraham Lincoln, y la concibió en los últimos días de la guerra civil, pero fue Woodrow Wilson quién convirtió el proyecto en una agencia oficial. La misión encomendada al grupo era descubrir acontecimientos cruciales de la civilización capaces de cambiar el curso de la historia.
El incidente de la Atlántida era la razón de que estuvieran reunidos aquel día para presentar sus respetos a los desaparecidos. Las placas de cobre de la mítica civilización en las que se describía un arma de inmenso poder, capaz de destruir ciudades enteras por la manipulación de las placas tectónicas de la Tierra, cayeron en manos de una sociedad sin escrúpulos que pretendía emprender la conquista financiera del mundo. Este grupo era el responsable de las muertes de millones de personas, incluyendo las de los hombres y mujeres a los que se honraba hoy.
El capitán Carl Everett permanecía de pie, con la mirada baja, oculto en la parte de atrás de la cafetería. Su mejor amigo, el jefe de seguridad del departamento, era uno de los desaparecidos. Ahora era él quien ostentaba ese puesto dentro del Grupo Evento y no sabía cuándo empezar a desempeñar su nueva función.
No vio a un hombre bajito en la parte delantera de la sala que se acercaba silenciosamente hacia él. El director Niles Compton se aclaró la garganta cuando vio a Everett sumido en sus pensamientos.
—Lo siento, estaba distraído —se disculpó Everett mientras se ajustaba las mangas de su mono azul.
—No llevas el uniforme naval clase A —dijo Niles.
—No iba a venir.
—Ya. ¿Pensabas en Jack? —preguntó Niles.
—Bueno, más en Sarah que en Jack.
—Capitán, la teniente McIntire está donde debe. Le ordené que volviera a casa para evitarle cosas como esta. No necesita ceremonias conmemorativas para recodar que ha perdido a Jack. Debe recuperarse y volver al Grupo cuando esté preparada, no antes.
Everett asintió con la cabeza.
Sarah McIntire estaba enamorada de Jack Collins y su pérdida le había afectado más que a nadie. Era extrañamente fuerte y su intención había sido quedarse, pero el director Compton le dio la baja y la mandó a casa de su madre, en Arkansas.
—Capitán… —Niles se sorprendió ante su propia formalidad—. Carl, vuelve a tu departamento. Tenemos que reclutar personal nuevo para el Grupo. Debes volar a varias bases para seleccionar gente y poner de nuevo en marcha el departamento de seguridad. La vida sigue.
—Sí, señor —dijo Everett mientras resonaban en la gran cafetería los últimos compases de Brothers in Arms.
Los numerosos asistentes a la ceremonia comenzaron a levantarse de las sillas y a pasar en silencio por delante de Everett. El capitán miró a los ojos a dos hombres, el teniente Jason Ryan, procedente de la marina, y el teniente Will Mendenhall, antiguo sargento recientemente ascendido. Asintieron a modo de saludo y siguieron su camino.
Everett percibió su fuerza. Supo que pasara lo que pasara, aquellos dos soldados seguirían adelante sin olvidar a Jack Collins ni a los demás, conservando en el corazón todo lo vivido con sus compañeros. Everett decidió hacer lo mismo.
Honrarían a Jack cumpliendo con su deber.
La Casa Blanca
Washington D. C.
El presidente estaba sentado en el Despacho Oval, repasando el discurso que había escrito para su comparecencia en las Naciones Unidas al día siguiente. Hablaría de las acciones humanitarias que el mundo libre había emprendido para ayudar a Corea del Norte y la República Rusa a la reconstrucción de las zonas devastadas por los terremotos que se produjeron durante el incidente de la Atlántida, del que la población mundial no sabía nada. Ya habían dado buena cuenta de la célula extremista causante de los terremotos de la forma más expeditiva posible y ahora, el presidente intentaba recomponer las piezas de una economía mundial a la deriva.
Estaba bebiendo café cuando sonó el interfono.
—Sí —dijo acercándose al micrófono.
—Señor presidente, el director del FBI insiste en verlo.
—Hágalo pasar, por favor.
William Cummings y el consejero de Seguridad Nacional Harford Lehman entraron instantes después.
El presidente los miró, con la taza de café situada a la altura de los labios.
—Billy, Harrison, hemos pasado unos días bastante malos, pero supongo que no habéis venido a darme ánimos, ¿verdad? —dijo mientras dejaba el discurso sobre la mesa.
—Hemos recibido esto a las diez de esta mañana. Está dirigido a mí, con órdenes de entregárselo a usted.
El presidente dejó la taza, abrió la carpeta de bordes rojos y leyó la primera página.
—¿Y os tomáis esto en serio? —le preguntó al director al pasar a la siguiente página.
—Sí, señor, el mensaje llegó a través de un canal seguro del FBI que solo utilizan los agentes de campo fuera del departamento de Exteriores. Alguien sabe demasiado sobre nuestros procedimientos.
—¿Crees que puede ser una amenaza terrorista?
—Esa es nuestra conclusión, pero a estas alturas ya no importa.
—Solo pide que convenzamos a Venezuela para que retrase la apertura de las instalaciones petrolíferas de Caracas por setenta y dos horas. Después esta facción, o lo que sea, se dirigirá al mundo para explicar las razones por las que la planta no puede funcionar.
El presidente alzó la mano cuando los dos hombres se disponían a hablar.
—El presidente Chávez últimamente no nos hace mucho caso, no estará dispuesto a retrasar la inauguración de la planta solo porque nos haya llegado una amenaza. Recordad, firmé la petición de la OEA para echarlo. Si no escucha a sus vecinos de la Organización de Estados Americanos, desde luego tampoco me escuchará a mí, no con China y casi toda la Unión Europea pendientes de su producción.
—Señor, algún chalado amenaza con un ataque nuclear si esa planta entra en funcionamiento —dijo Harford Lehman, señalando el mensaje.
—Por supuesto, informaremos de esto a las autoridades venezolanas, y les avisaremos del gran peligro potencial que supone la inauguración, pero no creo que nos tomen en serio. ¿Tenemos alguna pista más sobre esto?
—Ahora mismo estamos estudiando varias líneas de acción, señor… Greenpeace, Coalición para una Solución Ecológica, pero esa gente no realizaría este tipo de amenaza. Saben que nadie se la tomaría en serio. El ataque nuclear está más allá de sus posibilidades, además sería totalmente contraproducente para sus objetivos.
El presidente miró al director del FBI y luego a su consejero de seguridad, después, presionó el interfono.
—Marjorie, tengo que hablar con nuestro embajador en Venezuela. Necesito que convenza al presidente Chávez para que se ponga al teléfono; es muy importante que escuche lo que tengo que decirle. Si eso falla, póngame con el embajador en China. Tengo que hablar con alguien de allí. Además, avise a los directores de la CIA y la NSA lo antes posible.
—Sin descartar todavía nada, le aseguro que si han conseguido burlar la seguridad de nuestro sistema informático, no estamos hablando de locos al uso —dijo el director del FBI mirando a los ojos al presidente—. Dios sabe qué podrían haber hecho, pero de momento su único interés era llamar nuestra atención y hacer llegar este mensaje.
El presidente cerró la carpeta que tenía ante sí.
—Bueno, sean quienes sean, lo han conseguido, ¿no?