17
—No tengo ni idea de adónde ir a partir de aquí. —Jack le hizo esta confesión a Carl, mientras se tocaba la venda de la cabeza. Los dos hombres se habían apartado un poco del resto del grupo.
—Estamos a demasiada profundidad para lanzar ningún tipo de ataque sobre la tripulación, Jack.
—Ahora mismo esa es nuestra única ventaja, no puede hundir más buques ahora mismo porque es la única persona en el mundo que puede descender tanto.
Everett estaba a punto de contestar cuando se abrió la escotilla y apareció el sargento Tyler con cuatro de sus hombres de seguridad. Tras ellos, entraron en la sala Virginia y la capitana Heirthall.
Los hombres de seguridad tomaron posiciones a ambos lados de la escotilla con sus armas automáticas cruzadas sobre el pecho. Virginia avanzó con la cabeza gacha hasta la gran mesa donde estaban Alice, Sarah y el senador. Niles dio un paso hacia delante, pero Tyler alzó una mano para detenerlo.
—¿Le han informado de que el sargento Tyler, aquí presente, casi mata al coronel Collins? ¿Lo hizo por iniciativa propia o seguía sus órdenes?
Alexandria Heirthall se sentó en la silla más cercana y cerró los ojos mientras sentía cómo el Demerol por fin hacia efecto. Después alzó la vista hacia Compton. Luchó contra el impulso de volverse hacia Tyler, y en su lugar se dirigió a Jack.
—Coronel, le pido disculpas por el genio del sargento. Todos estamos bajo una gran tensión.
—¿Así es como lo llama usted? Dios mío, oiga, ¡usted y su asesino profesional están fuera de control! —dijo Lee, señalando a Tyler con su bastón. Esta vez Alice no intentó silenciarlo.
—Y ahora, ¿cree que el mundo se quedará sentado tan tranquilo mientras usted amenaza con matar a millones de personas de hambre? Soldados como los que están a bordo del Missouri le darán caza —dijo Niles con toda la calma de la que fue capaz.
—Haré lo necesario por la supervivencia de mi gente, mi buque y la vida en el mar, señor Compton. Es más, jamás he dudado del valor de sus marineros. Y le doy gracias a Dios de que tengan un capitán que comprende las limitaciones de la ciencia naval estadounidense.
Alexandria por fin parecía más centrada. Tenía los ojos dilatados por acción de la fuerte dosis de Demerol que ahora actuaba en su sistema. Contempló los rostros que la miraban desde la cubierta panorámica. Después se puso de pie con expresión decidida mientras lidiaba con los beneficios, pero también contra los efectos debilitantes de las medicinas que corrían por sus venas.
Avanzó hacia la parte delantera del compartimento, pero se detuvo y se volvió hacia los miembros del Grupo Evento. Virginia veía ahora a una mujer muy diferente a la que hacía solo treinta minutos había pilotado el Leviatán como si fuera una loca empeñada en hundirse en la fosa. Ahora estaba más tranquila y, aunque drogada, parecía tener un mayor control sobre sus emociones.
En aquel momento, el comandante Samuels entró en el compartimento, pero permaneció junto a la escotilla. Alexandria le indicó con un gesto que se acercara.
—Lo siento, James —le susurró al oído. Sus párpados temblaron, se cerraron y luego volvieron a abrirse—. Creo que ha llegado el momento de explicar unas cuantas cosas, a usted y a nuestros invitados. Por favor, quédese junto a la escotilla y coja esto. —Alexandria le entregó una pequeña pistola del calibre 32. El primer oficial se la guardó en el bolsillo y volvió a la entrada.
La capitana se aclaró la garganta y esperó a que Samuels ocupara su lugar.
—Mi ancestro, Roderick Deveroux Heirthall, fue el primero en descubrir lo que estoy a punto de mostrarles.
Tyler miró a Samuels y luego a Heirthall. Su rostro estaba retorcido en una fea mueca.
—Capitana, le pido que no haga esto —dijo el sargento, dando lo que a todo el mundo le pareció un amenazante paso hacia Heirthall—. Esta gente no lo entenderá, nadie lo entenderá.
—Sargento Tyler —dijo Alexandria con aspecto cansado—, queda relevado de sus funciones. Ordene a seguridad que desactive la alerta y retírese a su camarote. —Se agarró al alféizar de la ventana panorámica para estabilizarse.
Tyler se volvió de forma abrupta hacia la escotilla y salió del compartimento, casi llevándose a Samuels por delante. Su equipo de seguridad lo siguió rápidamente.
Heirthall asintió hacia Samuels, que cerró la escotilla. La capitana se frotó la nuca, luego sacudió la cabeza y avanzó hacia el cristal donde estaba Niles.
—Bien. —Miró a Compton, que se encontraba de pie, retador, ante ella—. Creo que estamos en un punto dentro de la guerra de trincheras en el que podemos empezar a contestar a algunas de sus preguntas, señor Compton. —Metió la mano en el bolsillo y sacó un frasquito lleno de pastillas. Sin mirar, le dio la vuelta al bote, se metió dos pastillas en la boca y se las tragó—. Después, les explicaré la razón por la que están aquí.
Alexandria asintió a Samuels, que se acercó a la silla de mando y apretó un botón. Los escudos protectores de las enormes ventanas panorámicas comenzaron a replegarse. Para el Grupo Evento fue como si estuvieran mirando en el vacío más tenebroso del mundo. Pero conforme sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, empezaron a distinguir remolinos de luces artificiales rodeando la proa del gigantesco buque. Un resplandor verde azulado se extendía hacia fuera y abarcaba casi dieciocho metros, revelando una imagen que no había visto nadie a parte de la tripulación del Leviatán.
—Lo que están viendo es una combinación de helio, hidrógeno y nuestro campo eléctrico. En esencia, el campo ayuda a contrarrestar la presión, formando una burbuja de agua despresurizada alrededor del casco comprimido. —Alexandria tuvo que agarrarse de nuevo al alféizar para mantener el equilibrio, pero prosiguió, porque sabía que no conservaría el control durante mucho tiempo—. Aunque la presión del abismo se siente, está controlada y la mantenemos a raya por la combinación de nuestro campo eléctrico y el material del casco del Leviatán. Señor Compton, por favor, acérquese a la ventana y toque el cristal.
Niles se acercó a la ventana de metacrilato y miró a Heirthall, que asintió para que continuara. Colocó los dedos sobre el cristal y sintió que estaba muy frío. Después, para su sorpresa, notó que su superficie era suave y se plegaba al tacto.
—Todo el material compuesto del que está hecho el Leviatán ha cambiado. No luchamos contra la presión de las profundidades, sino que nos hemos convertido en parte de ella.
Alexandria asintió de nuevo a Samuels, que apretó otro botón y comenzó a hablar a un micrófono oculto.
—Atención, aquí el comandante Samuels. Luz exterior al cien por cien, por favor. Timonel, avance lento.
—Sí, comandante, reduciendo a dos nudos, luces en máxima intensidad.
—Les cuento esto, no para explicarles la ciencia que hace posible la existencia de este buque, sino para mostrarles la extrema dureza del lugar en el que nos encontramos y la magia que alberga.
En ese momento, Henri Farbeaux, ayudado por el médico, entró en el salón panorámico con su bata doblada en un brazo. Henri apoyó el bastón que estaba usando contra la mesa de reuniones y se sentó. El médico parecía interesado en lo que estaba pasando y se apartó a un lado de la sala. Farbeaux, por su parte, miró a Collins y asintió ligeramente. Jack comprendió que Henri había encontrado algo en la enfermería.
Mientras los miembros del Grupo Evento concentraban su atención de nuevo en las enormes ventanas, el mar se abrió a su alrededor y pasó de la noche más oscura a la claridad del día. Alice y Sarah no pudieron reprimir sendos gritos ahogados.
—Dios mío. —Eso fue todo lo que Niles Compton pudo decir.
La imagen de las profundidades mostraba la lejana pared sur de la fosa de las Marianas. Había grietas y crestas, muy comunes en las cadenas montañosas submarinas, pero además distinguieron una serie de agujeros en la masiva estructura. Miles de millones de agujeros, cada uno alineado con el anterior; casi parecían ojos que hubieran sido excavados hacía un millón de años. Samuels apretó otro botón, la ventana central se empañó y luego aumentó la imagen de la pared en uno de sus muchos recodos. Entonces todos pudieron ver la estructura de aquellos agujeros. En realidad eran pequeños arcos que jamás se podrían haber creado de forma natural, ni por acción de las corrientes ni por las mareas del mar.
—Se parecen a las ruinas de los indios Anasazi americanos —dijo Sarah al reconocer los altos arcos de las excavaciones.
—Eso fue exactamente lo que mi tatarabuelo dijo cuando los vio por primera vez en 1853, solo que en aguas mucho menos profundas, en Venezuela. James, seguimos adelante a la velocidad acordada durante los próximos diez minutos hasta que lleguemos… —sonrió al mirar a Collins y los demás— al lugar.
—Sí, capitana —repuso Samuels y pasó la orden. Al momento, el grupo pudo sentir la pequeña aceleración del Leviatán.
Alexandria se dio cuenta de que el médico y Farbeaux se habían unido a ellos. Se fijó por un momento en Trevor, el tiempo suficiente para que se sintiera ligeramente incómodo.
—Doctor, ya que está aquí, por favor, explíquele a Ginny mi diagnóstico. Según parece le preocupa que no sea yo misma.
Trevor tragó saliva, pero no se movió de su posición contra la pared. Estiró los brazos, que había tenido cruzados sobre el pecho al darse cuenta de que todos lo miraban. No tenía más remedio que explicar la enfermedad de la capitana.
—El mal de la capitana Heirthall es hereditario y provoca calambres, coágulos de sangre y hemorragias cerebrales. Naturalmente, todo eso hace que la capitana se encuentre bajo una gran tensión y puede causar episodios de profundos cambios de humor, incluso comportamiento esquizofrénico. También debo decirles, ya que la capitana no lo ha hecho, que es una enfermedad fatal; toda su familia ha sucumbido a ella. Se suele desarrollar en las mujeres, y mueren bastante jóvenes.
—Doctor Trevor, por lo que ha dicho, parece que se trate del síndrome de Osler —dijo Collins, mirando a Farbeaux, que le devolvió la mirada con cierta sorpresa—. Uno de los síntomas que ha descrito no figura en el historial de su familia como parte de esa enfermedad.
Trevor observó a Jack y luego se volvió hacia Heirthall, que lo observaba atentamente. Se aclaró la garganta y añadió:
—¿Y qué síntoma es ese?
—La esquizofrenia no figura entre los síntomas de ese mal —dijo Collins, esperando una reacción que no se produjo porque Heirthall siguió hablando como si nadie hubiera hecho comentario alguno sobre su enfermedad. Si lo hizo intencionadamente, Jack no lo sabía. Sin embargo, sí detectó que Heirthall miró al médico durante unos segundos.
—Lo felicito, coronel, su investigación justifica mis sospechas de que su Grupo sabía más sobre mi familia de lo que pensaba mi tripulación. Ahora, por favor, siéntense todos. Tenemos mucho de qué hablar, y estoy segura de que después de haber terminado, tendrán muchas más preguntas —dijo Alexandria, cortando la explicación del médico antes de que pudiera hablar.
Al sentarse, todos vieron que Alexandria estaba mucho mejor con toda aquella medicación contra el dolor, aunque sus ojos parecían algo turbios y su mirada, perdida. Al menos había que reconocerle su fuerza de voluntad.
—Antes que nada, debo hacerles algunas preguntas. El senador Lee, cuyo conocimiento de la historia natural es más amplio que el de la mayoría, es un buen punto de partida, ya que le resulta muy difícil ocultar su odio hacia mí.
El senador no hizo ademán alguno de protestar contra aquella afirmación, simplemente la miró con dureza mientras aguardaba las preguntas.
—Conteste rápidamente senador, y no use más de una o dos palabras, si así lo desea. Diga lo primero que se le venga a la cabeza, ¿listos? —preguntó y miró a todos los que se hallaban sentados alrededor de aquella mesa.
—Dispare, capitana —dijo Lee mientras daba unas palmaditas en la mano a Alice para indicarle que intentaría no perder los nervios.
—Excelente. Conteste verdadero o falso a las siguientes preguntas sobre los vastos archivos del Grupo Evento.
—Si lo que quiere es jugar, adelante, jovencita, sobre todo si eso evita que mate a nadie.
—¿Platillos volantes? —preguntó Alexandria, ignorando el comentario del senador.
Lee sonrió satisfecho.
—Verdadero.
—¿Un gran animal en el lago Ness?
—Verdadero en otra época, ahora ya no. La especie se extinguió durante la Segunda Guerra Mundial.
Ryan y Mendenhall miraron a Alice al mismo tiempo y con la misma pregunta en los ojos. Ella solo asintió con la cabeza.
—¿Bigfoot? —preguntó rápidamente Alexandria, intentando no dejar tiempo para pensar al senador.
—No hay pruebas… falso.
—¿Yeti?
—Lo mismo, no hay pruebas… falso.
—¿Sirenas?
—Mito, historias de marineros, falso.
—Se equivoca. Verdadero —dijo Heirthall, sorprendiendo al grupo.
Todos los presentes en la habitación miraron a la capitana. Aquello era la confirmación de que la mujer había perdido el juicio.
—Lo ha hecho muy bien, senador, cuatro de cinco.
—¿Qué clase de tontería es esta? —preguntó Lee enfadado por entender que lo habían tomado por tonto.
—Un poco melodramático, sí, pero no he podido resistirme, senador. Las excavaciones que han visto fueron hechas por una forma de vida que supera la antigüedad de los humanos en veintitrés millones de años, milenio arriba o abajo.
—¿Sirenas? ¡Por favor! —dijo Ryan, con cierta desesperación.
—Así es como las llamó mi ancestro. En el fondo era un hombre bastante místico. Al principio creyó que eran ángeles que habían venido a llevarlo a un sitio mejor, así que, ¿qué les parece mejor, ángeles o sirenas? En cualquier caso, lo salvaron de una muerte segura cuando escapó de la prisión francesa.
—El castillo de If —dijo Farbeaux en voz alta.
—Sí, exacto. Se habría ahogado, pero un grupo de lo que ahora sabemos son simbiontes lo salvó. Tuvo suerte, porque aquella pequeña comunidad no era originaria del Atlántico. Se toparon por accidente con Roderick Deveroux, el padre de Octavian Heirthall, el creador del primer Leviatán.
—Los llama simbiontes, ¿por qué? —preguntó Compton.
Alexandria bajó la cabeza y se acercó a la ventana panorámica.
—Porque pueden vivir dentro de un ser humano —respondió Farbeaux desde su silla.
—Un punto para usted, Henri —dijo Jack, asintiendo con la cabeza en dirección al francés.
—Cuando Roderick Deveroux los descubrió —continuó el francés, mirando a Collins y luego a Alexandria— eran una especie al borde de la extinción. Medían solo un metro o metro y medio de longitud, con un cuerpo parecido al del pulpo y una especie de concha. Se los conocía como Octopiherithollis.
—Impresionante, coronel Farbeaux —dijo Alexandria, mirando al doctor Trevor, en lugar de al francés—. Prosiga, por favor. —Sus ojos se posaron entonces sobre el comandante Samuels, que asintió y pasó a concentrar toda su atención en el médico.
—Al final se desprendieron de la concha. Su estructura esquelética es como la nuestra, pero ahí es donde acaban los parecidos. Tienen una membrana transparente de aspecto gelatinoso que hace las veces de piel. Viven en las zonas más profundas de los mares. Uno de sus últimos hábitats, además del Pacífico y el golfo de México, era el Mediterráneo. Por eso el Leviatán estuvo allí durante el incidente de la Atlántida, incidente que por otra parte, y para mi gran decepción, casi acaba con la vida del coronel Collins.
—Los niños —dijo Jack, más para sí que para nadie en particular.
—Sí, los niños —dijo Heirthall, dando la espalda a la ventana desde donde había estado escuchando—. Por favor, explíqueme cómo sabe tanto sobre este tema, coronel Farbeaux.
Henri desdobló la bata y arrojó a la mesa una carpeta con un cuadro y un historial médico. La abrió, sacó una hoja de papel y se la pasó a Jack. El coronel la leyó y se la guardó en su bolsillo.
—Soy lo que se podría llamar un lector rápido, capitana. Espero perdone mi naturaleza inquisitiva. Coronel Collins, ya he cumplido con mi parte.
—Eso es cierto, coronel —dijo Jack.
—Creo que ya lo entiendo —dijo Virginia, resistiendo el impulso de acercarse a su antigua amiga—. Son simbiontes con los niños humanos, dos seres viviendo en el mismo cuerpo, los has sacado del mar para protegerlos.
—Mi querida Ginny, tú lo entiendes, ¿verdad? Todos esos niños a bordo del Leviatán son los últimos que quedan de los jóvenes del golfo de México.
—¿Por eso llevó a cabo esos terribles ataques sobre Venezuela y la ciudad de Texas? —preguntó Lee.
—Sí. Y por eso seguiremos luchando hasta que el golfo quede libre de plataformas y de cualquier instalación petrolera. En ese punto no puede haber negociación de ningún tipo. Ahora les contaré lo más duro de todo, los guardiamarinas, los adolescentes a bordo del submarino solían vivir justo al otro lado de estas ventanas. Son las últimas de estas maravillosas criaturas de la fosa. Solo quedan unos pocos adultos. Los primeros de su especie.
—¿De dónde sacó el elemento humano para cruzarlos? —preguntó Niles.
—Son los desheredados, señor Compton, niños que nuestro mundo no pudo o no quiso salvar. Niños moribundos del tercer mundo, muertos de hambre, enfermos que nosotros salvamos. Y lo conseguimos porque introdujimos los simbiontes en sus sistemas. Los dos seres salen beneficiados de la simbiosis. Los guardiamarinas son huéspedes de ejemplares casi adultos, pero habrá que sacarlos pronto o ambos morirán. Los simbiontes no dejan de crecer y acaban sobrepasando la capacidad del cerebro humano.
—¿Quién te ha dado el derecho de llevarte a esos niños contra su voluntad? —le preguntó Virginia.
—Los salvé. Mis ancestros los salvaron, como seguimos haciendo todavía… no de la extinción natural, sino de las consecuencias del progreso humano. Los millones de toneladas de residuos arrojados al mar, además del petróleo y la lluvia ácida están acabando con esta forma de vida.
Justo cuando terminó de hablar, se abrió la escotilla y la joven a la que conocían como contadora de navío Alvera entró en la sala. Miró a todos por turnos hasta que sus ojos se encontraron con los del doctor Trevor. Después se fijó en Henri Farbeaux.
—¿Por qué ha abandonado su puesto, suboficial? —preguntó Samuels.
—No pasa nada, James, parte de ella sabe que está en casa. Déjela pasar —dijo Alexandria—. Ven aquí, Felicia.
Todos contemplaron cómo Alvera se acercaba lentamente a Heirthall. Una vez ante ella, Alexandria puso sus manos sobre sus pequeños hombros y la hizo girar para que todos la vieran.
—La contadora de navío Alvera es de Nicaragua. La encontré hace catorce años en una pequeña aldea donde acababa de ver cómo un grupo armado ejecutaba a sus padres. Cuando nuestra patrulla la encontró, estaba desnutrida y al borde de la muerte. El doctor Trevor predijo que su recuperación sería larga y muy dolorosa. Ordené que le introdujeran a un simbionte, este se enrolló alrededor de su córtex cerebral y se repuso con gran rapidez. —Con un gesto le indicó a la joven que mirara a Niles—. Cuéntele al señor Compton qué se siente al tener un simbionte dentro.
Mientras Collins observaba la escena, se fijó por el rabillo del ojo en Everett. Ambos vieron que el rostro y la actitud de la joven habían cambiado. Ya no parecía inocente ni dulce en absoluto.
—¿Puede controlar a esa… esa cosa? —preguntó Niles.
—La pregunta es contradictoria, señor. Nadie controla a nadie. Yo y mi simbionte vivimos en el mismo cuerpo. Compartimos conocimientos y aprendemos juntos.
Farbeaux apartó los ojos de la chica y se fijó en el doctor Trevor. Estudió su reacción ante aquella mentira con la que pretendían engañar a los estadounidenses. Henri vio que la joven comenzaba a incomodar al médico.
—¿Está diciendo que todos los niños que vimos subir al submarino llevan dentro uno de esos… simbiontes? —preguntó Mendenhall.
—Sí, al igual que todos los miembros de la tripulación que han visto compartieron en su momento su cuerpo con su propio simbionte, al menos hasta que fue posible.
—Por eso son tan leales a usted y su causa —dijo Collins, que se había vuelto y caminaba hacia Sarah.
—Está en lo cierto, coronel.
—Pero ¿por qué destruyó las cámaras acorazadas del complejo para al final acabar contándonoslo todo?
—No se trataba solo de la cámara del Leviatán, señor Compton, sino de la que estaba justo debajo. Allí había una miserable reliquia robada a mi familia por un tal P. T. Barnum hace más de ciento ochenta años. Fue un acto bastante egoísta por mi parte, pero no puede quedar ningún rastro de los simbiontes. —Heirthall se inclinó y besó la cabeza de Alvera.
Samuels se aclaró la garganta y asintió hacia las ventanas panorámicas.
Alexandria cerró los ojos y con un gesto indicó al primer oficial que comenzara.
—Por favor, tápense los oídos. Algunos de ustedes quizá sientan algunas molestias, pero solo será durante un momento.
La suboficial Alvera se apartó de Heirthall, casi como si la estuvieran sujetando contra su voluntad, y después se volvió hacia los cristales con expresión expectante.
—Oficial de guardia, le habla el primer oficial. Que comiencen los tonos —dijo al micrófono empotrado en la gran silla.
—Sí, comandante, los tonos ya han comenzado.
Antes de que el oficial confirmara las órdenes, Alice, Everett, Lee y Mendenhall se llevaron las manos a las orejas mientras un sonido imperceptible penetraba en su cerebro a través del canal auditivo.
—Vale, eso duele… duele bastante —dijo Mendenhall, inclinándose hacia Jason Ryan.
—Los tonos se usan para llamar a los simbiontes. Son similares a los que ellos usan para comunicarse y los captan a cientos de kilómetros. Gracias a esto, mi familia consiguió descifrar el lenguaje de las ballenas.
Los tonos se detuvieron y Alice fue la única que tuvo que sentarse, porque se había mareado.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Virginia sin poder apartar los ojos de los cristales.
Todos se volvieron en esa dirección y, uno por uno, los miembros del Grupo Evento se fueron acercando a los grandes ventanales al tiempo que el submarino se detenía totalmente en la zona más profunda de la fosa.
—Puente de mando, baje la luz exterior al veinticinco por ciento —ordenó Samuels. Después, él también se acercó para ver la maravilla de aquel mundo submarino.
—Qué hermoso —dijo Ryan, que fue el primero en reaccionar.
Los simbiontes adultos salieron de la oscuridad. Hacía mucho tiempo que se habían librado de la concha protectora y ahora mostraban su forma definitiva, la que conservarían durante el resto de sus vidas.
Las colas, en forma de hojas de arce, los empujaban con suavidad a través del agua hacia los humanos que los contemplaban desde su extraño barco. Todos tenían unas piernas pequeñas y finas que recorrían la cola como venas, y terminaban en unos pies diminutos y de aspecto humano, que sobresalían de la cola a ambos lados. Distinguieron descargas de electricidad interna que atravesaban la cola, pulsando con tonos azules y rosas en venas y arterias de aspecto muy diferente a las de los humanos. El centro de la cola irradiaba una suave luz verde que parpadeaba al tiempo que sus pequeños corazones pulsaban en el centro del pecho, que se podía ver a través de la membrana transparente de su piel.
El primer simbionte en llegar al cristal alzó una mano y tocó la superficie mientras su cola mantenía el ritmo de avance del Leviatán. Sus ojos azules se encogieron, permitiendo a la criatura ver a los miembros del Grupo Evento a pesar de la intensa luz.
—Sí, señor Ryan, son muy hermosos —dijo Niles mientras alzaba una mano para tocar el cristal, pero antes se detuvo y miró a Alexandria. Ella asintió para indicarle que podía tocar la ventana.
El simbionte, sin dejar de pestañear, sonrió. Curvó los labios hacia arriba y sus manos se deslizaron sobre la ventana, imitando el movimiento de Niles. Luego, la pequeña criatura inclinó la cabeza hacia un lado y miró directamente al director, sin dejar de sonreír.
—Capitana, ¿de qué se alimentan en estas profundidades? —preguntó Everett, siempre práctico.
—Hay unos dos millones de fumarolas que aportan nutrientes y mantienen el ecosistema animal del que se alimentan los simbiontes. Sus necesidades no son grandes. Cuando los visitamos, siempre nos gusta dejarles varias toneladas de alimentos en el fondo marino. Comida rica en vitaminas que se suele reservar para las vacas y los caballos. Hacemos lo mismo con los niños pequeños y sus adultos en el golfo de México.
—He contado diez en total —dijo Jack, mientras él también sucumbía al legendario espectáculo que se desenvolvía ante sus ojos. Sintió cómo Sarah a su lado contenía la respiración ante aquella maravillosa visión.
—Hay más, calculamos que en esta colonia no superarán el millar —dijo Samuels mientras ayudaba a Alexandria a sentarse. La capitana se acomodó y observó al personal del Grupo Evento con atención—. Capitana, ¿se ha dado cuenta de que aquí solo hay unos cuántos? ¿Dónde está el resto?
Heirthall contó y recontó los simbiontes al otro lado del cristal.
—Qué raro. Debería haber muchos más —dijo con expresión preocupada.
Otros simbiontes se acercaron a las ventanas y examinaron los rostros que los observaban. Los colores de sus colas cambiaron a azules más profundos y rosas más brillantes. Se reunieron en torno a las ventanas para mirar más allá de los humanos, como si buscaran algo que no estaba allí.
—Parecen una especie de medusas. Deben de utilizar esa corriente eléctrica y los colores para… —comenzó a decir Virginia.
—Copular, comunicarse, navegar… Ahora están haciendo una pregunta —dijo Alexandria, sin apartar los ojos de Niles y los demás.
—¿Me permite, capitana? —preguntó Sarah.
—Veo que ha descubierto, por su lenguaje corporal, lo que quieren. Por favor, continúe, teniente.
—Quieren ver a los niños —dijo mientras apartaba la mirada de la ventana y se centraba en la capitana.
Alexandria asintió una vez más y Samuels hizo una señal a la suboficial Alvera. La joven se acercó al cristal, colocó la mano sobre su superficie y suspiró. Entonces, varios guardiamarinas más entraron en la sala. Treinta y uno en total, con expresión emocionada y triste al mismo tiempo.
—Este pequeño grupo es todo lo que queda de los jóvenes de la Fosa de las Marianas —dijo Heirthall entristecida.
Los adolescentes se ponían de puntillas y señalaban, colocaban las manos sobre el cristal, intentando desesperadamente ver a sus padres. Los simbiontes al otro lado de las ventanas se habían puesto nerviosos, como mostraban los colores; sus rosas eran más puros y sus azules más brillantes. Alzaron las manos hacia los guardiamarinas.
Pronto, más simbiontes se unieron al primer grupo y entonces, la alegría de aquel momento desapareció. Los humanos que estaban siendo testigos de este extraño acontecimiento vieron que varios de los adultos recibían ayuda de otros simbiontes para acercarse al submarino. Los colores y las descargas eléctricas de estos seres eran débiles, menos vibrantes.
Uno de ellos alzó una mano hacia el cristal y fue entonces cuando Niles y su gente vio que su clara piel se había vuelto más opaca y de un tono lechoso. Su fino pelo negro y dorado era escaso. Miró a los hombres y mujeres dentro del buque.
Alvera dio un paso al frente, pero no dijo nada. Ladeó la cabeza, sin apartar los ojos de aquel adulto enfermo.
La criatura hizo lo mismo y luego puso su mano en el cristal. Los colores del adulto parecieron ganar intensidad por unos segundos, pero pronto volvieron a apagarse. Alvera colocó la otra mano también sobre el cristal, con la esperanza de que el adulto hiciera lo mismo, pero dos criaturas se adelantaron y lentamente apartaron al enfermo del buque. La mano del adulto, aún sobre el cristal, cayó lentamente, pero mantuvo los dedos pegados al cristal todo el tiempo que pudo hasta que lo ayudaron a apartarse de las luces del Leviatán. Después, desapareció.
Alvera se quedó allí, con la mirada fija durante los diez segundos más largos que Jack podía recordar. Cuando se volvió, la expresión de sus ojos azules era aterradora. Los miró a todos, uno por uno y abandonó el salón panorámico de forma abrupta.
—¿Entiende ahora nuestra situación, director?
Niles tragó saliva y se volvió para mirar a Alexandria. Solo pudo asentir con la cabeza.
—No sé lo que sucederá, pero le doy las gracias por esa afirmación.
—Ahora que ha terminado la reunión familiar, creo que es hora de que el médico explique la gravedad de nuestra situación. —Todos se volvieron hacia Farbeaux que se había puesto de pie y estaba junto al bar. Encontró una botella de whisky y se sirvió un trago.
—Más que nada porque la medicación contra el dolor de la capitana pronto dejará de tener efecto y se convertirá en otra persona.
Heirthall miró a Farbeaux fijamente y dejó que su cuerpo se relajara por primera vez en meses. Caminó lentamente hacia una silla y se sentó. Después se tapó la cara con una mano.
—Explíquese —dijo Samuels.
—Coronel Collins, debo admitir que tenemos suerte de que usted y sus hombres se encuentren a bordo del Leviatán. Necesitaremos esa capacidad suya para escapar cuando las situaciones se vuelven insostenibles. —Dio un sorbo de su copa y exhaló ruidosamente cuando dejó el vaso vacío—. Según parece, hace unos meses se produjo un pequeño motín a bordo del submarino. —Se sirvió otro trago.
El doctor Trevor hizo ademán de marcharse, pero Samuels le bloqueó el camino, sacó la pequeña pistola del calibre 32 de su bolsillo y se la puso en el pecho.
—Capitana, entre la documentación médica he encontrado la descripción de un pequeño procedimiento llevado a cabo por el médico del buque, que explicaría los síntomas añadidos que no concuerdan con los de la enfermedad hereditaria que sufre. El coronel Collins tenía razón, la esquizofrenia se debe a otra cosa.
Jack se giró hacia el doctor Trevor, que se había apartado de Samuels hasta sentarse en una de las sillas.
—¿Le habéis metido un simbionte? —preguntó.
Trevor tragó saliva, bajó los ojos y asintió con la cabeza. Era incapaz de mirar a nadie.
—¡Hijo de puta! —exclamó Samuels, dando un amenazante paso hacia el médico—. ¡Por eso estaba tan agresiva, por eso cambiaba sus propias órdenes!
—Sospecho que tiene momentos de claridad mental. —Farbeaux se sirvió un último whisky, saltó hacia Trevor y se sentó—. El buen doctor comenzó a sospechar que algo no iba bien y tuvo el buen sentido de apuntarlo en su ficha. —Henri dio unas palmaditas al médico en la rodilla, luego alzó la vista a Heirthall, que parecía enferma y perdida—. Tiene mucha más fuerza que el simbionte que lleva dentro. Cuando está agotada es bastante racional, como en las primeras horas de la mañana o…
—Cuando está drogada —dijo Virginia, que se sentó junto a Alexandria y la rodeó con un brazo.
—Sí, señora Pollock. Debe de tener una extraordinaria fuerza de voluntad para luchar contra las ideas que se le pasan por la cabeza. Creo que si los trajo aquí no fue para preguntarles sobre lo que encerraban sus cámaras acorazadas o lo que sabían de ella. Los trajo al submarino para ayudarla a recuperar el mando del Leviatán y poner freno a lo que estaba sucediendo. Oh, sigue siendo una mujer comprometida con su causa, pero ahora podemos explicar esos episodios de locura —concluyó Farbeaux.
—Dios, ¿sabe lo que está diciendo? —preguntó Niles.
Collins contestó por los demás, ya que todos habían llegado a la misma conclusión.
—Parece que los amables simbiontes no son las adorables criaturas que pensaba la familia de Heirthall.
De repente las luces parpadearon dentro del salón panorámico y la escotilla exterior se cerró con un portazo. A continuación vieron chispas a través del borde del cierre. Samuels intentó girar la rueda, pero estaba atascada.
—¡La han bloqueado desde fuera!
Jack y Everett corrieron hacia la escotilla para ayudar a Samuels. La rueda no se movía.
—Están sellando la escotilla con un soplete —dijo Everett.
Entonces, sin ningún aviso ni señal previa, el Leviatán aumentó la velocidad tan bruscamente que todos acabaron por los suelos. Al otro lado de las ventanas, los cañones de la fosa comenzaron a sucederse con la velocidad con que un coche de carreras se mueve por una autopista. Niles miró las lecturas digitales en el holograma que apareció cuando se cerraron las ventanas y vio que una vez más viajaban rumbo al sur a ciento setenta nudos.
—Creo que la batalla por el Leviatán está en su punto álgido —dijo Farbeaux mientras se ponía de pie con un gesto de dolor.
—Sí, y como siempre, parece que estemos en el lugar equivocado y ligeramente superados en número —añadió Mendenhall mientras ayudaba al senador a incorporarse.
Jack dio un golpe a la escotilla con la palma de la mano, lleno de frustración. Se volvió, furioso, y buscó a Sarah. Sus miradas se cruzaron y el coronel recuperó algo la compostura. Asintió con la cabeza a su compañera y luego se dirigió a los demás.
—Sí, Will, superados en número, superados en armamento y superados en ingenio. —Caminó hacia Trevor, lo cogió por el cuello de la camisa y lo levantó de la silla—. Pero contamos con un par de ventajas. Tenemos al hombre que conoce el plan y sabemos quiénes están involucrados.
—¿Y la otra? —preguntó Everett, colocándose junto al coronel.
—Yo.
Todos miraron a Alexandria Heirthall, que se había puesto de pie y se apoyaba con fuerza en la mesa. Estaba temblando y tenía la cara muy pálida. El simbionte en su interior empezaba a hacerse notar.
—Sí, capitana, ¿qué mejor aliado que la diseñadora del Leviatán? —dijo Jack.
Fue Farbeaux quien aportó otro punto de vista a aquella situación.
—Sí, pero ¿cuál de los dos capitanes que hay en ella nos va a ayudar?
—Comandante Samuels, estas coordenadas… ¿tiene idea de adónde nos llevan? —preguntó Niles, señalando el lector en la base de las ventanas panorámicas.
Samuels dio un paso hacia delante y miró los números. Alzó la vista hasta Collins, con confusión en la mirada.
—Sí, vamos a casa.
—¿Y qué hay ahí? —preguntó Ryan.
—El Palacio de Hielo… La barrera de hielo de Ross.
—¿Y dónde está? —preguntó Everett.
—Debemos recuperar el mando del Leviatán como sea —dijo Alexandria antes de caer al suelo, inconsciente. Virginia, Mendenhall, Sarah y Alice corrieron en su ayuda.
—Es nuestra base de operaciones —dijo Samuels entre dientes, incapaz de verbalizar lo que estaba pensando—. En estos momentos estamos inmersos en un cambio de base. Vamos a mudarnos a otro lugar porque el hielo se ha vuelto muy inestable. Allí no hay nada más que la fortuna de los Heirthall… —Samuels bajó la cabeza.
Collins, que ya había soltado al doctor Trevor, se enfrentó a él una vez más. Le arrebató a Samuels la pistola de las manos y presionó su cañón sobre la mano derecha del médico.
—Es evidente que quien controla esto es el sargento Tyler. Bien, ¿por qué va al Palacio de Hielo?
Por primera vez, Trevor sonrió. De repente parecía que fuera mucho más valiente ahora que Heirthall había perdido el conocimiento.
—¿Qué hay allí, coronel? Quinientas cabezas nucleares, suficientes misiles para destruir todos los puertos sobre la superficie de la Tierra. —Su sonrisa se hizo más grande—. Los simbiontes van a recuperar los océanos y Heirthall y el Leviatán los van a ayudar.
—¿Es que todos los gilipollas del planeta tiene acceso a armamento nuclear? —preguntó en un susurro Mendenhall a Ryan.
—Solo aquellos con los que nos topamos nosotros.