[1] A. Camus, Noces, Livre de poche, París, 1959, p. 25. <<
[2] M. Proust, Du côté de chez Swann, París, Livre de poche, 1954, pp. 199-200. <<
[3] Richard E. Byrd, Seuil, París, 1940. <<
[4] P. Mathiessen, Le léopard des neiges, París, Gallimard, 1983, p. 110. <<
[5] J. Tanizaki, Éloge de l’ombre, París, Publications orientalistes de France, 1977, p. 22. <<
[6] Citado en Henry D. Thoreau, París, L’Herne, 1994, pp. 39-40. <<
[7] A. Camus, L’été, Livre de poche, París, 1959, p. 168. <<
[8] Nikos Kazantzaki, Lettre au Gréco, París, Plon, 1961, pp. 189-90. Kazantzaki y su amigo se acercan al monasterio de Vatopédi, embargados ambos por la belleza del paisaje. «No hablábamos, los dos sentíamos que aquí el camino del hombre, a pesar de que fuera suave y apacible, tendría una resonancia incisiva y discordante, y que todo el velo mágico que nos envolvía se desgarraría. Seguíamos andando, apartando las ramas bajas de los pinos, con el rostro y las manos salpicados por las gotas de rocío matinales. La felicidad me invadía; en un momento dado, me volví hacia mi amigo, abrí la boca para decirle ¡qué felicidad!… pero no me atreví. Estaba seguro de que si hablaba se disiparía el sortilegio» (p. 195). <<
[9] A. Camus, op. cit., p. 168. Otro escritor mediterráneo, Jean Grenier, amigo de Camus, ve en el animal —sobre todo, en el gato— una encarnación del recogimiento: «El mundo de los animales está hecho de silencios y de saltos. Me gusta verlos echados tomando contacto con la naturaleza, recibiendo en su propio abandono una sabia que los alimenta. Su reposo es tan esforzado como nuestro trabajo; y su sueño tan confiado como nuestro primer amor» (Jean Grenier, Les îles, Gallimard, 1959, p. 33). Rilke habla de «un gato que agrandaba el silencio al deslizarse a lo largo de la hilera de libros» (Les Cahiers de Malte Laurids Brigge, Point-Poche, p. 44). <<
[10] S. Freud, «L’inquiétante étrangeté», Essai de psychanalyse appliquée, París, Gallimard, 1971, p. 202 y 210. Rudolf Otto, de forma parecida, considera que el arte occidental no dispone más que de dos medios —ambos negativos— para hacer referencia a lo numinoso: el silencio y la oscuridad (Otto, 1969, p. 107). <<
[11] Resulta interesante recordar, a este respecto, que la introducción de la música en el cine nació —dada la situación inédita de la proyección dentro de una sala— de la preocupación por conjurar un silencio que era contradictorio con los sucesos que se percibían en la pantalla. Un especialista contemporáneo en la historia del cine, Arthur Kleiner, citado aquí por Michel Chion, sugiere que «de no ser así el público estaría angustiado. La imagen sobre la pantalla y las condiciones de su proyección eran insólitas. La sala estaba sumergida en la oscuridad, y el espectáculo se ofrecía en una superficie de dos dimensiones, en negro y blanco. Se veía a alguien correr, pero no se oían sus pasos… La reproducción de la realidad se acompañaba, en un contraste sorprendente, con un silencio anormal. En esta situación, la música debía servir para tranquilizar, al igual que ese niño que silba en la oscuridad» (Chion, 1985, p. 112). <<
[12] C. Lévi-Strauss apunta igualmente el escándalo que organizan algunas sociedades tradicionales con motivo de los eclipses, como forma de destacar también «una anomalía en la cadena sintagmática» (p. 295). Maurice Godelier describe una batahola ritual que tiene lugar entre los baruya de Nueva Guinea, en el momento del eclipse: «Mediante estos gritos deduzco que la luna estaba “en trance de morir”. Inmediatamente después de producirse, se oyó por todos los rincones del pueblo un estruendo motivado por un intenso golpear de objetos. Después de un minuto que se hizo muy largo volvió de nuevo el silencio…» (en Le Goff, Schmitt, 1981, p. 347). Estas conductas acústicas de conjuración de una amenaza por el ruido vuelven a encontrarse en muchas fiestas en las tradiciones europeas y, más recientemente, con motivo del cambio de año, que da lugar a que se produzcan, en las ciudades, conciertos de bocinas y la explosión de incontables petardos, organización de fuegos artificiales, etc. El ruido ejerce una función. <<
[13] S. Freud, Trois essais sur la théorie de la sexualité, París, Gallimard, p. 186. <<
[14] Michel Leiris, Fourbis, París, Gallimard, 1955, pp. 24-5. <<
[15] Italo Calvino, Sous le soleil jaguar, París, Seuil, 1986, pp. 67-8. <<
[16] R. M. Rilke, Les Cahiers de Malte Laurids Brigge, op. cit., pp. 12-3. <<
[17] Henri Barbusse, Le feu, París, 1917, p. 268. <<
[18] E. M. Remarque, Á l’ouest rien de nouveau, París, Livre de poche, 1968, p. 105. <<
[19] André Neher observa incluso que si tuviera que resumir el contenido de esta forma bíblica particular del silencio, propondría la palabra «inercia», «queriendo con ella designar no la intrínseca pasividad de este universo de silencio, sino su negatividad con relación al hombre. El silencio-inercia designa un cosmos que tiene, sin duda, sus leyes y sus propios movimientos, pero el secreto de estas leyes y estos movimientos es inaccesible para el hombre» (Neher, 1970, p. 43). <<
[20] F. Kafka, Journal, París, Grasset, 1954, p. 121. <<
[21] Compárese con lo que sucede en nuestros días este texto de Théophile Gautier, que escribe en 1867, con motivo de una estancia en Issoire, y que cita Guy Thuillier: «Hay una cosa que me ha sorprendido, y es el profundo silencio que reina en la ciudad. No se oye absolutamente nada: ni un ruido de coche, ni un ladrido de perro, ni un ruido de agua corriente, ni un temblor de algo que esté vivo. Es una sensación insólita para mí, que estoy habituado al tumulto parisino… Sin embargo, esta ausencia de sonoridad ocupa un espacio a pesar de todo: se escucha el silencio». <<
[22] Franklin Murray-Schaffer denomina «esquizofonía» el que uno pueda oír un concierto, el canto de una ballena o el bullicio de una fiesta estando en su casa (Murray-Schaffer, 1979). <<
[23] F. Kafka, op. cit., p. 445. <<