INFORME DE PROGRESOS 10

21 de abril. He encontrado una nueva manera de poner las amasadoras mecánicas en la panadería para aumentar la producción. El señor Donner dice que esto le hará bajar los gastos y aumentar los beneficios. Me ha dado una prima de 50 dólares y 10 dólares de aumento por semana.

Quería invitar a Joe Carp y a Frank Reilly a comer para celebrarlo, pero Joe tenía que hacer algunas compras para su mujer y Frank tenía que almorzar con su primo. Pienso que van a necesitar tiempo para acostumbrarse a los cambios que se están produciendo en mí.

Todo el mundo parece tenerme un poco de miedo. Cuando he ido a ver a Gimpy y le he palmeado la espalda para preguntarle algo, se ha sobresaltado y se ha echado encima toda su taza de café. Cuando cree que no le veo me mira con ojos extraños. Ya nadie en la panadería me habla ni bromea conmigo como antes. Esto hace que mi trabajo sea un poco solitario.

Pensando en ello he recordado el día en que me dormí de pie, y Frank me hizo la zancadilla. El suave y caliente olor, las paredes blancas, el ronquido del horno cuando Frank abre la puerta para cambiar de lugar los panes.

De pronto me caigo… busco un asidero… el suelo falla bajo mis pies y mi cabeza golpea contra la pared.

Soy yo, y sin embargo es como si fuera otro el que está en el suelo, otro Charlie. Está confuso… se frota la cabeza… mira fijamente a Frank, alto y delgado, después a Gimpy que está muy cerca, grueso, velludo, canoso Gimpy, de enormes cejas que ocultan casi sus ojos azules.

—Deja al chico tranquilo —dice Gimpy—. ¿Por qué, Dios mío, te has de meter siempre con él, Frank?

—Esto no le hace ningún daño —dice Frank, riendo—. No se da cuenta de nada. ¿Verdad, Charlie?

Charlie se frota la cabeza y se encoje. No sabe lo que ha hecho para merecer este castigo, pero siempre corre el riesgo de que la cosa no termine ahí.

—Pero tu sí te das cuenta —dice Gimpy, acercándose cojeando con su bota ortopédica—. Entonces, ¿por qué diablos te metes siempre con él?

Se sientan ambos ante la larga mesa, el gran Frank y el pesado Gimpy, y moldean los panecillos que deben ser cocidos para la hornada de la noche.

Durante un momento trabajan en silencio, y luego Frank se detiene y echa hacia atrás su gorro blanco.

—Hey, Gimpy, ¿crees que Charlie podría aprender a hacer panecillos?

Gimpy apoya un codo en la mesa de trabajo.

—¿Por qué no lo dejas tranquilo de una vez?

—Oh, no, Gimp… estoy hablando en serio. Pienso que podría aprender a hacer algo tan sencillo como panecillos.

La idea parece gustar a Gimpy, que se vuelve para mirar a Charlie.

—Quizá sea una buena idea. Hey, Charlie, ven aquí un minuto.

Como hace siempre cuando hablan de él, Charlie ha bajado la cabeza y mira los cordones de sus zapatos. Sabe como anudárselos. Podría hacer panecillos. Podría aprender a batir, enrollar, retorcer y moldear la pasta para hacer panecillos.

Frank lo mira inseguro.

—No sé si debemos, Gimpy. Quizá no esté bien. Si un tonto es incapaz de aprender, tal vez no debiéramos intentarlo.

—Déjame a mí —dice Gimpy, que ha hecho suya la idea de Frank—. Pienso que de todos modos quizá pueda aprender. Escucha, Charlie. ¿Quieres aprender algo? ¿Quieres que te enseñe a hacer panecillos como los hacemos Frank y yo?

Charlie lo mira con ojos muy abiertos, la sonrisa se borra de su rostro. Comprende lo que quiere Gimpy y se siente atemorizado. Quiere complacer a Gimpy, pero hay algo en las palabras enseñar y aprender, algo que le hace recordar duros castigos, aunque no recuerde lo que es… tan solo una mano blanca y huesuda, levantada que lo golpea para hacerle aprender algo que él no puede comprender. Charlie retrocede, pero Gimpy lo toma del brazo.

—Vamos, chico, no tengas miedo. No vamos a hacerte daño. Míralo cómo tiembla, como si fuera a caerse en pedazos. Mira, Charlie. Mira ese nuevo amuleto de la suerte para que juegues con él.

Abre la mano y le muestra una cadenita con una medalla redonda de brillante latón donde se lee la marca de un producto de limpieza. Le tiende la cadenita por un extremo, y la reluciente medalla de metal dorado gira lentamente, y refleja la luz de los tubos fluorescentes.

El brillo de la medalla le recuerda algo a Charlie, no sabe qué.

No tiende la mano para tomarla. Sabe que está castigado el tender la mano para tomar las cosas de los demás. Si alguien te da algo en la mano eso está bien. Pero de otro modo está mal. Cuando ve que Gimpy le ofrece la medalla, baja la cabeza y sonríe de nuevo.

—Eso lo comprende —dice Frank riendo—. Cuando alguien le da algo que brilla y reluce. —Frank, que ha dejado a Gimpy llevar la experiencia, se inclina hacia adelante, excitado—. Quizá arda en deseos de tener esa chuchería, y si le dices que se la darás si aprende a hacer panecillos con la pasta… quizá la cosa funcione.

Mientras enseñan a Charlie cómo tiene que hacerlo, otros obreros se han reunido alrededor de la mesa. Frank les obliga a apartarse un poco y Gimpy separa un trozo de pasta para que Charlie practique. Entre los espectadores se cruzan apuestas sobre las posibilidades de que Charlie aprenda o no a hacer panecillos.

—Míranos —dice Gimpy, colocando la medalla a su lado, sobre la mesa, para que Charlie la vea bien—. Observa y haz lo que hacemos nosotros. Si aprendes a hacer panecillos, esa hermosa medalla de la suerte será tuya.

Charlie se sienta en su taburete, mirando atentamente cómo Gimpy toma el cuchillo y corta una tira de pasta. Sigue cada movimiento mientras Gimpy enrolla la pasta para hacer un largo tubo, la parte y la retuerce, deteniéndose de tanto en tanto para espolvorearla con harina.

—Mírame a mí ahora —dice Frank.

Y hace de nuevo lo que ha hecho Gimpy. Pero Charlie está confuso. Hay diferencias. Gimpy separa los codos como si fueran alas cuando enrolla la pasta, mientras que Frank mantiene los codos pegados a su cuerpo. Gimpy mantiene los pulgares unidos a los otros dedos cuando trabaja la pasta, pero Frank la trabaja con la parte plana de sus palmas, con los pulgares al aire, separados de los otros dedos.

La preocupación por estos detalles impide literalmente que Charlie se mueva cuando Gimpy le dice:

—Adelante, inténtalo.

Charlie sacude la cabeza.

—Escucha, Charlie, voy a hacerlo de nuevo muy poco a poco. Mira bien todo lo que hago y hazlo tú también al mismo tiempo que yo. ¿Has comprendido? Pero intenta recordarlo para poder hacerlo luego tú solo. Ahora sígueme… así.

Charlie frunce el ceño mientras observa a Gimpy separar un trozo de pasta y enrollarlo formando una bola. Vacila, luego toma el cuchillo, corta un trozo de pasta y lo coloca en medio de la mesa. Lentamente, manteniendo los codos separados como hace Gimpy, lo enrolla formando una bola.

Mira sus manos y las de Gimpy, procurando mantener sus dedos exactamente en la misma posición, los pulgares pegados a los demás dedos, haciendo un poco de cuenco. Ha de hacerlo bien, como Gimpy le pide que lo haga. Vagos ecos en su interior le dicen: hazlo bien y te querrán. Y desea que Frank y Gimpy le quieran.

Cuando Gimpy ha terminado de hacer una bola con su pasta, se endereza y Charlie hace lo mismo.

—Hey, eso es formidable. Mira, Frank, ha hecho una bola.

Frank inclina la cabeza y sonríe. Charlie suspira y todo su cuerpo tiembla en una creciente tensión. No está acostumbrado a esos raros momentos de éxito.

—Estupendo —dice Gimpy—. Ahora vamos a hacer un panecillo.

Torpe pero cuidadosamente, Charlie sigue todos los gestos de Gimpy. De tanto en tanto, una crispación de su mano o de su brazo estropea lo que ha hecho, pero al cabo de poco tiempo llega a ser capaz de separar un pedazo de la pasta y moldear un panecillo. Trabajando con Gimpy, hace seis panecillos, y después de haberlos espolvoreado con harina los coloca cuidadosamente junto a los de Gimpy en la gran plancha cubierta de harina.

—Muy bien, Charlie —dice Gimpy, muy serio—. Ahora déjanos ver cómo lo haces tú solo. Recuerda todo lo que has hecho desde el principio. Adelante.

Charlie contempla fijamente la gran masa de pasta y el cuchillo que Gimpy le ha puesto en la mano. Y de nuevo el pánico se apodera de él. ¿Qué es lo que hay que hacer primero? ¿Cómo hay que poner la mano? ¿Y sus dedos? ¿En qué sentido se enrolla la pasta?… Mil confusas ideas surgen en su mente al mismo tiempo, y se queda inmóvil, con una vaga sonrisa. Quiere hacerlo, para que Frank y Gimpy estén contentos y le quieran, y para que le den la hermosa medalla de la suerte que Gimpy le ha prometido. Da vueltas y más vueltas a la pesada masa de lisa pasta sobre la mesa, pero no puede decidirse a comenzar. No puede cortarla porque sabe que lo va a hacer mal y tiene miedo.

—Ya lo ha olvidado —dice Frank—. No le ha quedado nada en la cabeza.

Él querría continuar. Frunce el ceño y se esfuerza en recordar. Primero se corta un pedazo de pasta. Luego se enrolla dándole la forma de una bola. ¿Pero cómo se hace un panecillo como aquellos que hay en la plancha? Eso ya es otra cosa. Si le dan un poco de tiempo lo recordará. Tan pronto como se aclare todo, recordará. Unos pocos segundos y ya lo tendrá ahí. Quiere agarrarse a lo que ha aprendido… tan sólo un instante. Lo desea tanto.

—Está bien, Charlie —suspira Gimpy, quitándole el cuchillo de la mano—. No te preocupes. De todos modos, este no es tu trabajo.

Otro minuto y lo recordará. Si sólo no le empujaran tanto. ¿Por qué todo el mundo tiene tanta prisa?

—Anda, Charlie. Ve a sentarte y mira tus historietas. Hemos de ponernos a trabajar.

Charlie baja la cabeza y sonríe, y saca su tebeo del bolsillo trasero. Lo dobla y se lo mete en la cabeza, como un sombrero. Frank se ríe y Gimpy, finalmente, sonríe también.

—Anda, bebé grande —gruñe Gimpy—. Ve a sentarte hasta que el señor Donner te necesite.

Charlie le sonríe y regresa junto a los sacos de harina en el rincón, junto a las amasadoras mecánicas. Le gusta apoyarse en ellos una vez sentado en el suelo y mirar los dibujos de su tebeo. Cuando empieza a girar las páginas siente deseos de llorar pero no sabe por qué. ¿Qué es lo que lo pone triste? La bruma pasa y se va. Ahora piensa en el placer de mirar las imágenes vivamente coloreadas del cuaderno, que ha mirado ya treinta, cincuenta veces. Conoce a todos los personajes de los tebeos… ha preguntado (y vuelto a preguntar) sus nombres a casi todo el mundo con quien se ha topado, y comprende que las formas extrañas de las letras y las palabras que se hallan en los balones blancos encima de los personajes indican que están diciendo algo. ¿Aprenderá algún día a leer lo que dicen los balones? Si le diesen el tiempo suficiente, si no le empujaran tanto… aprendería. Pero nadie tiene tiempo.

Charlie encoge las rodillas y abre el cuaderno en la página donde Batman y Robin trepan por una cuerda a lo largo de un enorme edificio. Un día, decide, sabrá leer. Y entonces podrá leer la historia. Siente una mano que se apoya en su hombro, y levanta los ojos. Es Gimpy, que tiene la brillante medalla sujeta por la cadenita y la deja girar para que refleje la luz.

—Toma —dice roncamente, dejándola caer sobre las rodillas de Charlie. Y se va cojeando…

Nunca antes había pensado en ello, pero fue un bonito gesto por su parte. ¿Por qué lo hizo? De todos modos eso es lo que más recuerdo de aquella época, mucho más clara y completamente que todo lo que me haya pasado después. Como cuando uno mira por la ventana de la cocina muy de madrugada, cuando la luz del alba es aún gris. Luego he avanzado mucho, y se lo debo al doctor Strauss y al profesor Nemur y a todos los demás de Beekman. Pero, ¿qué deben pensar Frank y Gimpy al ver cuánto he cambiado?

22 de abril. Las gentes de la panadería están cambiando. Ya no se contentan con ignorarme. Noto su hostilidad. El señor Donner está dando los pasos necesarios para que me admitan en el sindicato de panaderos y me ha aumentado de nuevo el sueldo. Pero ya no encuentro ningún placer en el trabajo porque los demás muestran resentimiento contra mí. En cierto modo, no puedo culparlos. No comprenden qué me ha pasado y yo no puedo decírselo. No se sienten orgullosos de mí como yo esperaba. En absoluto.

Pero necesito alguien con quien hablar. Voy a pedirle a miss Kinnian si quiere venir conmigo al cine mañana por la noche para celebrar mi aumento. Si consigo reunir el valor necesario.

24 de abril. El profesor Nemur ha estado por fin de acuerdo con el doctor Strauss y conmigo en que me será imposible decirlo todo si sé que es leído inmediatamente por la gente del laboratorio. He intentado ser enteramente franco en todo, sea cual sea el tema abordado, pero hay cosas que no puedo escribir excepto si sé que tengo derecho a guardármelas para mí… al menos durante un tiempo.

Ahora tengo permiso para conservar para mí algunos de mis Informes de Progresos más íntimos, pero antes de su informe final a la Fundación Welberg el profesor lo leerá absolutamente todo, a fin de elegir lo que debe incluirse.

Lo que ha sucedido hoy en el laboratorio me ha trastornado.

Esa tarde fui al despacho un poco más temprano para preguntarle al doctor Strauss o al profesor Nemur si no veían ningún inconveniente en que invitara a Alice Kinnian a ir al cine, pero antes de llamar les oí discutir entre sí. No debiera haberme quedado, pero me es difícil perder la costumbre de escuchar, ya que la gente siempre ha hablado y actuado como si yo no estuviera allí, como si no se preocuparan de lo que yo pudiera oír. Alguien golpeó muy fuerte sobre la mesa y después el profesor Nemur gritó:

—¡Ya he informado al Comité que presentaremos nuestro Informe en Chicago!

Luego oí la voz del doctor Strauss:

—Estás equivocado, Harold. Dentro de diez semanas aún será demasiado pronto. Todavía se encuentra en plena evolución.

Y entonces Nemur:

—Hasta aquí hemos anticipado correctamente el curso. Así que legítimamente podemos presentar un informe preliminar. Te aseguro, Jay, que no hay nada que temer. El éxito es absoluto. Todo es positivo. Ya nada puede ir mal.

Strauss:

—Es algo demasiado importante para nosotros como para hacerlo público de una manera prematura. La responsabilidad caerá sobre ti…

Nemur:

—Olvidas que yo poseo la dirección de este proyecto, Strauss.

—Y tú olvidas que no eres el único cuya reputación está en juego. Si ahora nos adelantamos demasiado, toda nuestra hipótesis quedará expuesta a los ataques…

Nemur:

—Ahora ya no me preocupa una regresión. Lo he controlado y vuelto a controlar todo. Un informe preliminar no puede hacernos ningún daño. Estoy seguro de que ya nada puede ir mal.

La discusión siguió de este modo, con Strauss diciendo que Nemur codiciaba la Cátedra de Psicología en Hallston y Nemur replicando que Strauss no se preocupaba más que de sus investigaciones psicológicas. Después Strauss, dijo que el proyecto le debía tanto a sus técnicas de psicocirugía y a sus series de inyecciones de hormonas como a las teorías de Nemur, y que, un día, millares de psicocirujanos en todo el mundo utilizarían sus métodos, a lo que Nemur contestó recordándole que esas nuevas técnicas no hubieran visto nunca la luz del día sin su teoría original.

Se dijeron el uno al otro todo tipo de palabras —oportunista, cínico, pesimista— y entonces me asusté. De pronto fui consciente de que no tenía derecho a permanecer junto a la puerta del despacho y escuchar algo que no me concernía. Quizá me hubiera dado lo mismo cuando era demasiado débil de espíritu como para saber lo que pasaba a mi alrededor, pero ahora que podía comprender no iban a admitir el que les escuchara. Me fui sin esperar el final.

Era ya de noche. y anduve durante mucho rato intentando comprender por qué tenía tanto miedo. Los veía claramente por primera vez, ni dioses ni siquiera héroes, simplemente dos hombres inquietos por no poderle sacar ningún provecho a su trabajo. Sin embargo, si Nemur tenía razón y la experiencia era un éxito, ¿por qué preocuparse? Había tanto que hacer, tantos proyectos que poner en marcha.

Esperaré hasta mañana para preguntarle si puedo llevar a miss Kinnian al cine para celebrar mi aumento.

26 de abril. Sé que no debería vagabundear por el recinto del colegio cuando he terminado en el laboratorio, pero el ver a los chicos y chicas que van y vienen con sus libros y oírles hablar de lo que estudian en sus cursos me excita. Quisiera poder sentarme y hablar con ellos tomando un café en el snack del campus, cuando se reúnen para discutir de libros, de política y de ideas. Es apasionante oírles hablar de poesía, de ciencia y de filosofía… de Shakespeare y de Milton; de Newton y de Einstein y de Freud; de Platón y de Hegel y de Kant, y de tantos y tantos otros cuyos nombres resuenan en mi cabeza como las campanas de una iglesia.

Algunas veces escucho las conversaciones en las mesas próximas a la mía, y hago como si fuera otro estudiante más, aunque sea mucho mayor que todos ellos. Llevo también algunos libros al brazo y he empezado a fumar en pipa. Es estúpido pero, ya que pertenezco al laboratorio, tengo la impresión de formar parte de la universidad. Siento horror ante la idea de volver a mi casa y meterme en mi solitaria habitación.

27 de abril. He hecho algunos amigos entre los chicos, en el snack. Discutían de Shakespeare y de si había escrito o no las obras de Shakespeare. Uno de los chicos —sordo y de rostro sudoroso— decía que era Marlowe quien había escrito todas las obras de Shakespeare. Pero Lenny, pequeño y con gafas oscuras, no creía en esas historias respecto a Marlowe; afirmaba que todo el mundo sabe que fue sir Francis Bacon quien escribió las obras de teatro, puesto que Shakespeare nunca tuvo estudios y jamás poseyó la cultura que evidencian sus obras. Y entonces uno que llevaba un gorro de estudiante de primer año dijo que había oído a dos chicos en los lavabos que decían que las obras de Shakespeare habían sido escritas en realidad por una mujer.

Y entonces hablaron de política y de arte y de Dios. Nunca antes había oído a nadie decir que tal vez Dios no existiera. Me horroricé, pues por primera vez me puse a pensar en lo que significa la palabra Dios.

Ahora comprendo que una de las grandes razones de ir a la escuela e instruirse es aprender que las cosas en las cuales uno ha creído toda su vida no son realmente ciertas, y que nada es como parece ser.

Durante todo el tiempo que estuvieron hablando y discutiendo sentí como si una fiebre ardiera en mí. Eso es lo que siempre he querido hacer: ir a la escuela y oír a gente hablar de cosas importantes.

Ahora paso la mayor parte de mi tiempo libre en biblioteca, leyendo e impregnándome de todo lo que puedo descubrir en los libros. Aún no siento un interés particular hacia un tema determinado, y por el momento me contento con leer muchas novelas: Dostoyevski, Flaubert, Dickens, Hemingway, Faulkner… todo lo que cae en mis manos, para calmar un apetito insaciable.

28 de abril. La otra noche, en un sueño, oí a mami que gritaba contra papi y contra la profesora de la escuela elemental número 13 (mi primera escuela elemental antes de que me enviaran a la escuela elemental número 222)…

—¡Es normal! ¡Es normal! ¡Será un adulto como todos los demás, mejor que todos los demás! —Quería abofetear a la maestra, pero papi la retenía—. ¡Un día irá al colegio! ¡Será alguien! —Continuaba gritando y debatiéndose para que papi la soltara—. ¡Irá al colegio y será alguien!

Estábamos en el despacho del director, y había un montón de gente. Se les veía incómodos, pero el subdirector sonreía y giraba la cabeza para que no se le notara.

En mi sueño, el director llevaba una gran barba y daba vueltas a la habitación señalándome con el dedo.

—Debe ir a una escuela especial. Llévenlo al Asilo-Escuela Warren del estado. Nosotros no podemos tenerlo aquí.

Papi arrastraba a mami fuera del despacho del director y ella gritaba y lloraba a la vez. Yo no podía ver su rostro, pero gruesas lágrimas teñidas de rojo caían sobre mí…

Esta mañana he podido recordar este sueño, pero ahora hay algo más… puedo recordarlo como entre brumas, puesto que yo tenía seis años cuando pasó. Justo antes de nacer Norma. Veo a mami, una mujer delgada de cabello oscuro que habla muy aprisa y agita demasiado sus manos. Como siempre, su rostro es borroso. Sus cabellos están enrollados en un moño y su mano se levanta para tocarlo, para alisarlo, como si tuviera que asegurarse a cada momento de que está allí. Recuerdo que siempre mariposeaba, como un gran pájaro blanco, alrededor de mi padre, y él era demasiado lento, estaba demasiado cansado para escapar a su tiranía.

Veo a Charlie, de pie en medio de la cocina, jugando con su juguete preferido, perlas y anillos de vivos colores engarzados en un hilo. Mantiene el hilo con una mano y hace girar los anillos, que se enrollan y se desenrollan en un torbellino de brillantes reflejos. Se pasa horas enteras mirando su juguete. No sé quién se lo hizo ni lo que fue de él, pero veo a Charlie, fascinado cuando el hilo se desenrolla y hace girar los anillos…

Su madre le grita… no, le grita a su padre:

—¡No quiero llevarlo! ¡No tiene nada anormal!

—Rose, no sirve de nada continuar pretendiendo que no tiene nada anormal. Tan solo míralo, Rose. Tiene seis años y… es un idiota.

—No. Es normal. Será como todo el mundo.

Mira tristemente a su hijo con su juguete, y Charlie sonríe y se lo muestra para hacerle ver lo bonito que es cuando da vueltas.

—¡Tira ese juguete! —grita mami, y bruscamente se lo arranca a Charlie de la mano y lo arroja al suelo de la cocina—. Ve a jugar con tus cubos alfabéticos.

Él se queda allá, asustado por aquella repentina explosión. Se encoge, sin saber qué va a hacer ella. Su cuerpo empieza a temblar. Sus padres discuten, y sus voces que van y vienen provocan en él una dolorosa contracción de pánico.

—Charlie, ve al lavabo. No irás a hacértelo en el pantalón.

Quiere obedecer, pero sus piernas están demasiado fláccidas para moverse. Sus brazos se levantan automáticamente para protegerlo de los golpes.

—Por el amor de Dios, Rose, déjalo tranquilo. Lo has aterrorizado. Siempre haces lo mismo, y el pobre chico…

—Entonces, ¿por qué no me ayudas? Siempre tengo que hacerlo yo todo. Todos los días intento hacer que aprenda, ayudarle a alcanzar a los demás. Es lento en reaccionar, eso es todo. Pero puede aprender como todo el mundo.

—Te estás haciendo ilusiones, Rose. Y no está bien ni para nosotros ni para él. Pretender que es normal. Querer educarle como si fuera un animal que puede aprender a dar piruetas. ¿Por qué no lo dejas tranquilo?

—Porque quiero que sea como todo el mundo.

Mientras discuten, la sensación que contrae el vientre de Charlie se hace más fuerte. Tiene la impresión de que sus intestinos van a estallar, y sabe que tiene que ir al lavabo como se lo dicen tan a menudo. Pero no puede andar. Siente deseos de agacharse allí mismo, en la cocina, pero esto está mal y ella le pegará.

Querría su juguete con las perlas y los anillos. Si lo tuviera y pudiera mirarlo girar y girar, podría controlarse y no hacérselo en sus pantalones. Pero su juguete está esparcido por todas partes, hay anillos debajo de la mesa, otros bajo el fregadero, el hilo está junto a la cocina.

Es extraño que pueda recordar claramente sus voces, mientras los rostros están siempre borrosos y no veo más que sus vagas siluetas. Papi grande y débil. Mami delgada y viva. Oyéndolos ahora a través de los años discutir, siento deseos de gritarles: «¡Pero miradlo! ¡Ahí en el suelo! ¡Mirad a Charlie! ¿No veis que tiene que ir al lavabo?».

Charlie permanece allá, estrujando y tirando de su camisa a cuadros rojos, mientras ellos continúan discutiendo. Las palabras son como destellos de cólera que se cruzan entre ellos… una cólera y una culpabilidad que no puede discernir.

—El setiembre próximo volverá a la escuela elemental número 13 y terminará su curso.

—¿Por qué no quieres ver la verdad? La profesora dice que no es capaz de seguir una clase normal.

—¿Ese pajarraco de maestra? ¡Oh, podría encontrarle otros nombres más adecuados! Que vuelva a meterse conmigo y haré algo más que escribir simplemente al Ministerio de Educación. Le arrancaré los ojos a esa sucia puta. Charlie, ¿por qué te retuerces así? Ve al lavabo. Ve tú solo. Sabes dónde es.

—¿No ves que quiere que lo lleves? Está aterrorizado.

—Tú no te metas en eso. Es perfectamente capaz de ir solo al lavabo. El libro dice que esto les da confianza y crea en ellos un sentimiento de éxito.

El terror que le acecha en aquella pequeña habitación fría y cuadrada lo invade. Tiene miedo de ir solo. Tiende la mano para tomar la suya y solloza:

—Tú… tú… —y, de un manotazo, ella rechaza su mano.

—No —dice severamente—. Ya eres un chico grande. Puedes ir tú solo. Ve directo al lavabo y baja tus pantalones como te he enseñado. Te prevengo que, si te lo haces en el pantalón, vas a recibir una paliza.

En ese momento casi puedo sentir sus intestinos retorciéndose y anudándose mientras sus padres se inclinan hacia él para ver lo que va a hacer. Ya no gime, llora suavemente, y cuando de pronto ya no puede controlarse solloza y esconde la cara entre las manos mientras se ensucia.

Y a esa sensación húmeda y caliente se mezclan el alivio y el temor. Ella va a limpiarlo y, como siempre, le dará una paliza. Se le acerca gritándole que es un chiquillo malvado, y Charlie corre hacia su padre para que le proteja.

De pronto, recuerdo que ella se llama Rose y él Matt.

Es estúpido haber olvidado los nombres de los padres de uno. ¿Y Norma? Es extraño que no haya pensado en ellos durante tanto tiempo. Ahora quisiera poder ver el rostro de Matt para saber lo que pensaba en aquel momento. Todo lo que recuerdo es que, mientras ella empezaba a pegarme, Matt Gordon dio media vuelta y salió del apartamento.

Quisiera poder ver más claramente sus rostros.