Veinte errores de disciplina

Que cometen incluso los padres fantásticos

Como siempre estamos educando a nuestros hijos, cuesta bastante examinar nuestras estrategias disciplinarias de manera objetiva. Las buenas intenciones pueden ser rápidamente sustituidas por hábitos poco efectivos, lo que nos lleva a actuar a ciegas y a imponer disciplina mediante métodos que quizá no saquen lo mejor de nosotros... ni de nuestros hijos. He aquí algunos errores disciplinarios que cometen incluso los padres mejor intencionados e informados. Estos errores afloran cuando perdemos de vista los objetivos Sin Lágrimas, de Cerebro Pleno. Tenerlos presentes puede ayudarnos a evitar esos errores o a retroceder cuando hemos tomado el camino equivocado.

1. NUESTRA DISCIPLINA SE BASA

EN EL CASTIGO Y NO EN LA ENSEÑANZA

El propósito de la disciplina no es asegurarnos de que cada infracción tenga su correspondiente castigo. El objetivo real es enseñar a los niños a vivir bien en el mundo. Sin embargo, muchas veces imponemos disciplina con el piloto automático y nos centramos tanto en los correctivos que estos acaban siendo la meta final, el principal centro de atención. De modo que, cuando impongas disciplina, pregúntate cuál es tu verdadera finalidad. Y luego busca una forma creativa de impartir esta lección. Seguramente encontrarás una mejor manera de enseñarla sin aplicar castigos en absoluto.

2. CREEMOS QUE SI ESTAMOS IMPONIENDO

DISCIPLINA, NO PODEMOS SER AFECTUOSOS

Y ACOGEDORES

Mientras impones disciplina a tu hijo, puedes estar perfectamente tranquilo, además de mostrarte cálido y cariñoso. De hecho, es importante combinar límites claros y coherentes con empatía afectuosa. No subestimes el poder de un tono amable de voz cuando mantienes con tu hijo una conversación sobre la conducta que quieres cambiar. En última instancia, deseas mostrarte firme y consecuente en tu labor disciplinaria mientras sigues interaccionando con el niño de una manera que transmita calidez, amor, respeto y compasión. Estos dos aspectos de la acción parental pueden y deben coexistir.

3. CONFUNDIMOS COHERENCIA

CON RIGIDEZ

«Coherencia» significa trabajar a partir de una filosofía fiable y congruente para que los niños sepan qué esperamos de ellos. Esto no significa mantener una inquebrantable devoción a algún conjunto arbitrario de reglas. Así, a veces puedes hacer excepciones a las reglas, hacer la vista gorda ante alguna infracción menor o ser más permisivo.

4. HABLAMOS DEMASIADO

Cuando los niños se muestran reactivos y tienen dificultades para escuchar, a menudo es preferible estar callados. Hablar y hablar a nuestros hijos mientras están alterados suele ser contraproducente, pues estamos proporcionándoles mucho input sensorial que puede desregularlos más todavía. En vez de ello, es mejor utilizar más comunicación no verbal. Abrázalos. Masajéales la espalda. Sonríe u ofrece expresiones faciales empáticas. Asiente. Después, cuando empiecen a calmarse y estén preparados para escuchar, puedes redirigir introduciendo las palabras y abordando el problema en un nivel más verbal, más lógico.

5. NOS CENTRAMOS DEMASIADO

EN LA CONDUCTA Y NO LO SUFICIENTE

EN EL PORQUÉ QUE SUBYACE A LA MISMA

Cualquier médico sabe que un síntoma es solo una señal de algo de lo que hemos de ocuparnos. Por lo general, en los niños la mala conducta es un síntoma de algo más. Y si no conectamos con los sentimientos de los niños y las experiencias subjetivas causantes de dicha conducta, esta seguirá produciéndose. La próxima vez que tu hijo se porte mal, ponte la gorra de Sherlock Holmes e inspecciona su proceder para ver qué sentimientos —curiosidad, cólera, frustración, cansancio, etcétera— pueden estar provocándolo.

6. NOS OLVIDAMOS DE CENTRARNOS

EN CÓMO DECIMOS LO QUE DECIMOS

Lo que decimos a los niños importa. Naturalmente. Pero cómo lo decimos es igual de importante. Aunque no resulta fácil, hemos de proponernos ser amables y respetuosos cada vez que nos comuniquemos con nuestros hijos. Es muy posible que no siempre demos en el clavo, pero este debe ser el objetivo.

7. TRANSMITIMOS QUE LOS NIÑOS

NO DEBEN EXPERIMENTAR SENTIMIENTOS

FUERTES O NEGATIVOS

Pongamos que tu hijo reacciona con intensidad ante algo que no le es favorable: ¿has desactivado alguna vez esta reacción? Aunque no lo pretendan, los padres suelen enviar el mensaje de que solo quieren estar con sus hijos si estos están contentos, no cuando expresan emociones negativas. Quizá digamos cosas como: «Cuando estés listo para ser bueno, puedes reintegrarte a la familia.» En vez de ello, hemos de comunicar que estaremos con ellos aun en la peor de las rabietas. Incluso cuando decimos «no» a ciertas conductas o al modo de manifestar determinados sentimientos, hemos de decir «sí» a sus emociones.

8. EXAGERAMOS, POR LO QUE LOS NIÑOS

SE CENTRAN EN NUESTRA EXAGERACIÓN,

NO EN SUS ACCIONES

Cuando nos extralimitamos con nuestra disciplina —si somos punitivos o demasiado duros, o cuando reaccionamos con demasiada intensidad—, los niños dejan de fijarse en su conducta y pasan a centrarse en lo malos e injustos que nos consideran. Así pues, procura no hacer una montaña de un grano de arena. Aborda la conducta y saca a tu hijo de la situación si hace falta, y luego concédete tiempo para calmarte antes de decir demasiado, para así estar tranquilo y reflexivo al responder. A continuación puedes centrarte más en las acciones de tu hijo que en las tuyas.

9. NO REPARAMOS

Es imposible evitar el conflicto con los niños. Y es imposible desenvolvernos siempre al máximo nivel. A veces somos inmaduros, reactivos y crueles. Lo más importante es que abordemos nuestra propia mala conducta y reparemos la brecha en la relación lo antes posible, muy probablemente ofreciendo y pidiendo perdón. Al reparar lo antes posible de una forma sincera y afectuosa enseñamos a los niños una destreza crucial que les permitirá disfrutar de relaciones más positivas a medida que vayan creciendo.

10. DAMOS ÓRDENES EN UN MOMENTO

EMOCIONAL, REACTIVO, Y LUEGO

NOS DAMOS CUENTA DE QUE

HEMOS EXAGERADO

A veces, nuestras declaraciones pueden ser «de talla grande»: «¡Este verano no irás a nadar más!» En estos instantes, concédete permiso para rectificar la situación. Como es lógico, si no sigues adelante perderás credibilidad. Pero puedes ser coherente y salir a la vez del apuro. Por ejemplo, puedes ofrecer la carta «de otra oportunidad» diciendo: «No me ha gustado tu comportamiento, pero voy a dejar que intentes de nuevo hacer las cosas bien.» También puedes admitir tu reacción excesiva: «Me he precipitado, no he analizado bien las cosas. Me lo he pensado mejor y he cambiado de opinión.»

11. OLVIDAMOS QUE NUESTROS HIJOS

A VECES QUIZÁ NECESITAN NUESTRA

AYUDA PARA TOMAR DECISIONES

ACERTADAS O TRANQUILIZARSE

Cuando los niños comienzan a descontrolarse, la tentación es decir que «paren de una vez». Pero a veces, sobre todo si son pequeños, no son capaces de calmarse enseguida. Esto significa que acaso necesitemos intervenir y ayudarles a tomar buenas decisiones. El primer paso es conectar con el niño —tanto con palabras como con comunicación no verbal— a fin de que entienda que eres consciente de su descontento. Solo tras esta conexión estará preparado para que lo redirijas hacia las decisiones mejores. Recuerda que, a menudo, antes de responder al mal comportamiento hemos de esperar. Cuando los niños están descontrolados, no es el mejor momento para hacer cumplir una regla con rigidez. En cualquier caso, si están más tranquilos y receptivos, serán más capaces de aprender la lección.

12. CUANDO IMPONEMOS DISCIPLINA,

TENEMOS EN CUENTA AL PÚBLICO

La mayoría de la gente se preocupa demasiado por lo que piensan los demás, sobre todo si se trata del modo de criar a los hijos. Sin embargo, para tus hijos no es justo imponerles disciplina de otra manera por el hecho de que alguien esté mirando. Delante de parientes, por ejemplo, acaso sientas la tentación de mostrarte más severo o reactivo al creer que estás siendo juzgado como padre. Es mejor superar esta tentación. Lleva a tu hijo aparte y habla tranquilamente con él, sin que nadie más escuche. Esto no solo te quitará la preocupación de cómo te valorarán los demás presentes, sino que también te ayudará a centrarte más en el niño y a sintonizar mejor con su conducta y sus necesidades.

13. QUEDAMOS ATRAPADOS EN LUCHAS

POR EL PODER

Si los niños se sienten en un apuro, por instinto se defienden o se desactivan. Así que evitemos los acorralamientos. Piensa en ofrecer a tu hijo una salida: «¿Tomamos primero un refresco y recogemos los juguetes luego?» También puedes negociar: «A ver si encontramos la manera de que los dos consigamos lo que necesitamos.» (Como es natural, hay cosas innegociables, pero la negociación no es un signo de debilidad, sino de respeto por tu hijo y sus deseos.) Puedes incluso pedirle ayuda: «¿Se te ocurre algo?» Quizá te sorprenda descubrir lo mucho que está dispuesto a ceder tu hijo para encontrar una resolución pacífica al enfrentamiento.

14. IMPONEMOS DISCIPLINA EN RESPUESTA

A NUESTROS HÁBITOS Y SENTIMIENTOS EN

VEZ DE RESPONDER AL NIÑO INDIVIDUAL

EN UN MOMENTO DETERMINADO

A veces arremetemos contra un niño porque estamos cansados, o porque es lo que hicieron nuestros padres, o porque estamos hartos de su hermano, que lleva toda la mañana dando guerra. No es justo, pero sí comprensible. Lo conveniente es reflexionar sobre nuestra conducta, estar en este momento realmente con los niños, y responder solo a lo que está pasando ahora mismo. Es una de las tareas más difíciles de la educación de los hijos, pero cuanto más lo hagamos así, más afectuosa será nuestra manera de responder.

15. SI REGAÑAMOS A LOS NIÑOS DELANTE

DE OTROS, LOS AVERGONZAMOS

Cuando tengas que imponer disciplina a tu hijo en público, piensa en sus sentimientos. (¡Imagínate cómo te sentirías si tu pareja te gritara o te recriminara algo delante de otras personas!) Si es posible, sal de la habitación o simplemente atráelo hacia ti y susúrrale. No siempre es fácil, pero si puedes, muestra a tu hijo el respeto de no añadir humillación a lo que debas hacer para abordar su mala conducta. Después de todo, la vergüenza solo lo distraerá de la lección que pretendes enseñarle, y probablemente no escuchará nada de lo que vayas a decirle.

16. DAMOS POR SUPUESTO LO PEOR ANTES

DE DEJAR QUE LOS NIÑOS SE EXPLIQUEN

A veces una situación parece mala y efectivamente lo es. Pero también suele pasar que las cosas no son tan malas como parecen. Antes de castigar con dureza, escucha al niño. Quizá tenga una buena explicación. Es realmente frustrante creer que tus acciones obedecen a razones lógicas y que la otra persona te diga: «Me da igual. No quiero oírlo. No hay motivo ni excusa.» Evidentemente, no puedes ser ingenuo; los padres no deben abandonar en ningún momento el espíritu crítico. Pero antes de condenar a un niño por lo que parece obvio a primera vista, averigua qué tiene que decir. Y luego decide la mejor forma de responder.

17. RECHAZAMOS LA EXPERIENCIA

DE NUESTROS HIJOS

Si un niño reacciona con fuerza ante una situación, sobre todo cuando la reacción parece injustificada o incluso ridícula, la tentación es decir algo como «Solo estás cansado», «Deja de quejarte», «No hay para tanto» o «¿Y lloras por esto?». Pero esta clase de declaraciones menosprecian la experiencia del chico. ¡Imagínate a alguien diciéndote alguna de estas frases si estás disgustado! Desde el punto de vista emocional, es mucho más sensible y efectivo escuchar, establecer lazos de empatía y comprender realmente la experiencia del niño antes de responder. Aunque te parezca ridículo, no olvides que tu hijo lo vive como algo muy real, así que no rechaces algo que para él es importante.

18. ESPERAMOS DEMASIADO

La mayoría de los padres dirán que ya saben que sus hijos no son perfectos, pero también esperan que se porten siempre bien. Además, a menudo esperan demasiado de los hijos cuando se trata de manejar emociones y tomar decisiones correctas, mucho más de lo razonable desde el punto de vista del desarrollo. Esto ocurre sobre todo en el caso del primogénito. El otro error relacionado con esperar demasiado es la presunción de que, como el niño es capaz de desenvolverse bien a veces, puede hacerlo siempre. No obstante, sobre todo cuando los niños son pequeños, su capacidad para tomar buenas decisiones fluctúa mucho. El mero hecho de que hayan afrontado bien las cosas una vez no significa que puedan hacerlo en todas las ocasiones.

19. DEJAMOS QUE LOS «EXPERTOS»

SUPLANTEN A NUESTRA INTUICIÓN

Por «expertos» nos referimos a ciertos autores y otros gurús, así como a amigos y familiares. Es importante no imponer disciplina a los niños basándonos en la opinión de otra persona. Llena tu caja de herramientas disciplinarias con información procedente de muchos expertos (y no expertos), y luego atiende a tu intuición al tiempo que seleccionas y escoges distintos aspectos de diferentes enfoques que parecen ser más aplicables a la situación de tu familia y tu hijo individual.

20. SOMOS DEMASIADO SEVEROS

CON NOSOTROS MISMOS

Hemos observado que los padres más afectuosos y diligentes suelen ser también demasiado severos consigo mismos. Quieren disciplinar bien cada vez que sus hijos la lían. Pero esto no es posible. Así que concédete un descanso. Ama a tus hijos, establece límites claros, imponles disciplina con afecto, y compénsales cuando te equivoques tú. Esta clase de disciplina es buena para todos los implicados.