CONCLUSIÓN

Sobre varitas mágicas, ser humano, reconexión

y cambio: cuatro mensajes de esperanza

A lo largo de todo el libro hemos hecho hincapié en que la Disciplina sin Lágrimas facilita una interacción disciplinaria mucho más tranquila y afectuosa. También hemos dicho que un enfoque Sin Lágrimas, de Cerebro Pleno, no solo es mejor para tus hijos, su futuro y tu relación con ellos, sino que en realidad también hace que la disciplina sea más efectiva y que tu vida resulte más fácil, pues incrementa la cooperación por parte de los niños.

Con todo, incluso con las mejores ambiciones y los métodos más intencionales, a veces la gente abandona la interacción disciplinaria enfadada, confusa y frustrada. En las últimas páginas queremos ofrecer cuatro mensajes de esperanza y consuelo para estos momentos difíciles en que todos afrontamos inevitablemente la tarea de imponer disciplina a los hijos.

PRIMER MENSAJE DE ESPERANZA:

NO EXISTE NINGUNA VARITA MÁGICA

Un día, el hijo de siete años de Tina se puso furioso porque ella le dijo que no podía invitar a un amigo a jugar. El niño se fue a su cuarto echando chispas y cerró de un portazo. Aún no había pasado un minuto, cuando ella oyó que la puerta se abría y volvía a cerrarse de golpe.

Tina cuenta la historia así:

Fui a ver cómo estaba mi hijo; di unos golpecitos en la puerta y vi esta imagen.

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(En el dibujo de debajo, puedes ver que utiliza con frecuencia sus facultades artísticas para transmitir sus sentimientos hacia sus padres.)

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Entré en su cuarto y vi lo que ya me había imaginado: un bulto del tamaño de un niño bajo las mantas de la cama. Me senté al lado del bulto y coloqué la mano sobre lo que supuse que era su hombro, y de repente el bulto se alejó de mí, hacia la pared. Desde debajo de las mantas, mi hijo gritó: «¡Lárgate!»

En momentos como este, puedo volverme infantil y ponerme al nivel de mi hijo. He llegado a decir cosas así: «¡Muy bien! ¡Si no me dejas que te corte esta uña del pie que te duele, ya puedes pasarte una semana quejándote!»

Pero ese día concreto mantuve el control y me desenvolví bastante bien, procurando abordar la situación desde una perspectiva de Cerebro Pleno. Primero intenté conectar reconociendo sus sentimientos: «Sé que te pone furioso que Ryan no pueda venir hoy.»

¿Su respuesta? «¡Sí, y te odio!»

Conservé la calma y dije: «Cariño, sé que es triste, pero es que hoy no hay tiempo para que Ryan venga. Dentro de un rato nos vemos con tus abuelos para cenar.»

En respuesta, se acurrucó y se alejó de mí todo lo posible. «¡He dicho que te largues!»

Utilicé una serie de estrategias, las que hemos visto en los capítulos anteriores. Le consolé mediante la conexión no verbal. Traté de relacionarme con su cerebro cambiante, cambiable y complejo. Busqué el porqué y pensé en el cómo de mi comunicación. Validé sus sentimientos. Intenté entablar un diálogo colaborativo y reformular mi «no» proponiendo que jugaran al día siguiente. Pero en ese momento él no estaba en condiciones de calmarse ni preparado para dejar que yo le ayudase de ningún modo. Todos los intentos de conexión resultaron infructuosos.

Momentos así ponen de relieve una realidad cuya comprensión es importante para los padres: a veces, cuando los niños están pasando un rato difícil, no podemos hacer nada para «arreglar» las cosas. Podemos mostrarnos tranquilos y afectuosos. Podemos estar totalmente presentes. Podemos dar la máxima medida de nuestra creatividad. Y aun así, quizá no seamos capaces de mejorar las cosas enseguida. A veces lo único que hemos de ofrecer es nuestra presencia mientras los niños van experimentando emociones. Cuando comunican con claridad que quieren estar solos, podemos respetar lo que creen necesitar para tranquilizarse.

Esto no significa que vayamos a dejar al niño llorando solo en su cuarto durante un período largo de tiempo. Y tampoco que no debamos seguir intentando distintas estrategias cuando el niño precise nuestra ayuda. En el caso anterior, Tina acabó mandando a su marido a la habitación de Ryan, y el cambio de dinámica ayudó al niño a calmarse un poco, de modo que más tarde la madre pudo hablar con él de lo sucedido. No obstante, durante unos minutos lo único que pudo decir Tina fue «Si me necesitas, estoy aquí», y luego lo dejó en la habitación, cerró la puerta con el signo antimamá y le permitió que capeara el temporal como quisiera, a su ritmo y a su modo.

Sucede igual en los conflictos entre hermanos. Lo ideal es ayudar a cada uno a volver a un buen estado de ánimo y luego trabajar con ellos, de forma individual y colectiva, y enseñarles buenas destrezas relacionales y de conversación. Pero a veces esto no es posible. El mero hecho de que uno de ellos esté emocionalmente desregulado puede impedir cualquier resolución pacífica, pues la reactividad triunfa sobre la receptividad. A veces lo mejor que puedes hacer es separarlos hasta que sea posible reunirlos de nuevo una vez que se hayan tranquilizado todos. Y si el destino cruel decreta que, cuando estalla el conflicto, estéis todos atrapados en un coche, quizá solo debas admitir explícitamente que las cosas no marchan bien y subir la música. Al hacer esto no estás rindiéndote, sino solo acusando recibo de que, en este momento, no podrás imponer ninguna disciplina efectiva. En un caso así puedes decir esto: «No es un buen momento para hablar del asunto. Estáis enfadados, yo estoy enfadado, así que escuchemos un poco de Fleetwood Mac.» (Vale, quizá no sea la mejor elección para ganarte a tus hijos, pero supongo que captas la idea.)

Nosotros, Dan y Tina, somos cualificados psicoterapeutas de niños y adolescentes que escribimos libros sobre crianza de hijos y estilos parentales. La gente acude a nuestra consulta en busca de consejo sobre cómo afrontar los problemas cuando los niños se muestran díscolos. Y queremos dejar claro que para nosotros, igual que para ti, muchas veces no existe ninguna varita mágica que podamos agitar para transportar a los niños a la paz y la felicidad. En ocasiones, lo mejor que podemos hacer es comunicar nuestro amor, estar disponibles cuando ellos nos quieran cerca, y hablar de la situación en cuanto estén preparados para ello. Es lo que dice la Plegaria de la Serenidad: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia.»

Así pues, este es nuestro primer mensaje en la conclusión del libro: a veces no hay varita mágica. Haces lo que puedes, y el niño sigue alterado. Y no por esto vas a ser un mal padre.

SEGUNDO MENSAJE DE ESPERANZA:

TUS HIJOS SE BENEFICIAN INCLUSO

CUANDO TÚ LO ECHAS TODO A PERDER

Igual que no eres un mal padre por el hecho de que tus técnicas disciplinarias no siempre sean efectivas en el momento en cuestión, tampoco eres un mal padre si cometes errores de manera habitual. Eres humano.

Lo cierto es que nadie es perfecto, sobre todo cuando llega el momento de abordar la conducta de nuestros hijos. A veces nos desenvolvemos bien y nos sentimos orgullosos de lo cariñosos, comprensivos y pacientes que somos a pesar de todo. En otras ocasiones, bajamos al nivel de los niños y recurrimos a las puerilidades que tanto nos fastidian de entrada.

El segundo mensaje de esperanza es que cuando respondes a los niños desde un lugar no demasiado idóneo, ánimo: lo más probable es que sigas procurándoles toda clase de experiencias valiosas.

Por ejemplo, acaso te hayas sentido tan frustrado con tus hijos que has llegado a gritar, mucho más fuerte de lo necesario: «¡Basta! ¡El próximo que se queje del sitio que ocupa en el coche va a ir andando!» O si tu hija de ocho años hace mohines y durante todo el camino a la escuela ha ido quejándose de que la hayas obligado a hacer los ejercicios de piano, quizá le has dedicado estas palabras sarcásticas y mordaces al bajarse de la furgoneta: «Espero que pases un gran día, ahora que ya has estropeado la mañana.»

Evidentemente, no son ejemplos de estilo parental óptimo. Y si te pareces a nosotros, quizá seas demasiado duro contigo mismo por las veces que no manejas las cosas como te gustaría.

Así pues, hay esperanza: estos momentos parentales poco lucidos no son necesariamente tan malos para los niños. De hecho, resultan valiosísimos.

¿Por qué? Porque nuestras respuestas parentales, humanas y desordenadas, procuran a los niños oportunidades para afrontar situaciones difíciles y, por tanto, desarrollar habilidades nuevas. Ellos tienen que aprender a controlarse, aunque su progenitor no esté controlándose precisamente de maravilla. Después te ven modelar el modo de pedir disculpas y hacer las cosas bien. Experimentan que, aunque en un momento determinado haya conflicto y discusión, luego puede haber arreglo y las cosas vuelven a funcionar. Esto les ayuda a sentirse seguros y a no tener miedo en relaciones futuras; aprenden a confiar en que, tras el conflicto, vendrán la calma y la conexión, incluso a darlo por sentado. Además, aprenden que sus acciones afectan a las emociones y el comportamiento de otras personas. Por último, ven que no eres perfecto, por lo que tampoco esperarán ser perfectos ellos. Se pueden aprender muchísimas lecciones importantes de la declaración fuerte e impulsiva de un padre que está devolviendo todos los regalos porque sus hijos se quejan de tener que ayudar a colocar los adornos de Navidad.

El abuso, sea físico o psicológico, es otra cosa, naturalmente. Si estás dañando la relación de manera apreciable o asustando a tu hijo, la experiencia puede provocar efectos considerablemente perniciosos. Se trata de rupturas tóxicas, que además no tienen arreglo. Si te encuentras una y otra vez en esta situación, debes buscar enseguida la ayuda de un profesional para llevar a cabo los cambios necesarios a fin de que tus hijos se sientan seguros y sepan que están protegidos.

Sin embargo, si cuidas la relación y después haces las paces con tu hijo (más adelante ahondaremos sobre esto), puedes mostrarte algo más benévolo contigo mismo y pensar que, aunque lamentes no haber hecho las cosas de otra forma, has proporcionado igualmente a tu hijo una experiencia valiosa: le has enseñado la importancia de la reparación y la reconexión.

Desde luego, no estamos diciendo que los padres deban romper adrede una conexión o que no deban aspirar a lo mejor cuando responden a sus hijos en una situación de mucho estrés (o en cualquier otra). Cuanto más afectuosos y atentos seamos, mejor. Estos momentos no precisamente ideales de interacciones no precisamente óptimas los vivimos todos, incluso quienes escribimos libros sobre el tema. Solo estamos diciendo que podemos concedernos gracia y perdón cuando no estamos actuando como nos gustaría porque incluso estas situaciones proporcionan momentos de valor. Es importante tener un objetivo, una intención en mente. Y ser amables con nosotros mismos, compasivos; es esencial no solo para crear un santuario interior, sino también para ofrecer a nuestros hijos un modelo que les permita ser amables consigo mismos y con los demás. Estas experiencias con nosotros brindan a los niños la oportunidad de aprender lecciones importantes que los prepararán para relaciones y conflictos futuros y hasta les enseñarán a amar. No está mal como esperanza.

TERCER MENSAJE DE ESPERANZA:

SIEMPRE PUEDES RECONECTAR

Es inevitable experimentar conflictos con los niños. Se van a producir, incluso varias veces al día. Los malentendidos, las discusiones, los deseos encontrados y otras crisis de comunicación darán lugar a una ruptura. Las rupturas pueden derivar del conflicto por un límite que estés estableciendo. Quizá decidas imponer una hora de ir a la cama o impedir que tu hijo vea una película que, a tu juicio, no le conviene. O tal vez tu hija considera que tomas partido por su hermana en una pelea, o se siente descontenta porque no quieres volver a jugar a Serpientes y Escaleras.

Al margen de cuál sea la razón, las rupturas se producen. Unas veces son más graves, otras más leves. Pero no hay modo de evitarlas. Cada niño supone un reto único para el mantenimiento de la conexión sintonizada, que depende de nuestros propios problemas, de su temperamento, de la correspondencia entre nuestra historia y sus características, y de a quién nos recuerda el chico en nuestro pasado no afrontado.

En casi todas nuestras relaciones adultas, si nos equivocamos, al final reconocemos la culpa o abordamos la cuestión de algún modo, y a continuación reparamos el daño. Pero cuando se trata de la relación con su hijo, muchos padres simplemente pasan por alto la ruptura y no la afrontan, lo cual puede ser tan desconcertante y perjudicial para los niños como para los adultos. Imaginemos que alguien importante para ti se muestra reactivo y te habla con brusquedad, pero luego no vuelve a sacar el tema y finge que no ha pasado nada. No te sentaría nada bien, ¿verdad? Pues en el caso de los niños pasa lo mismo.

Entonces, la clave es reparar cualquier brecha en la relación lo antes posible. Has de restablecer una conexión colaborativa y enriquecedora con tu hijo. Las rupturas sin reparación dejan a los padres y al hijo con la sensación de estar desconectados. Y si esta desconexión se prolonga —sobre todo si está asociada a tu enojo, hostilidad o furia—, en el niño pueden crecer la humillación y la vergüenza tóxica, lo que dañará su incipiente sentido de sí mismo y su estado anímico respecto al funcionamiento de las relaciones. Por tanto, cuando se haya producido una ruptura, es fundamental que efectuemos una reconexión oportuna con nuestros hijos.

Hacerlo es responsabilidad nuestra, como padres. Quizá reconectemos concediendo perdón, o pidiéndolo («Lo siento. Creo que estaba solo reaccionando porque hoy estoy más cansado que de costumbre. Pero sé que no lo he hecho muy bien. Si quieres hablar de lo que te ha parecido esto, te escucharé»). Quizás aparezcan risas, o lágrimas («Bueno, no ha ido bien, ¿verdad? ¿Alguien quiere poner la cinta de lo furioso que me he puesto?»). Tal vez haya solo un reconocimiento rápido («No lo he manejado como me habría gustado. ¿Me perdonas?»). Que suceda como sea, pero que suceda. Si reparamos y reconectamos lo antes posible, y de una manera sincera y afectuosa, enviamos el mensaje de que la relación importa más que la causa del conflicto. Además, al reconectar con los niños, les estamos mostrando una destreza clave que les permitirá disfrutar de mejores relaciones a medida que vayan creciendo.

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Así pues, este es el tercer mensaje de esperanza: siempre podemos reconectar. Aunque no haya varita mágica, a la larga los niños acaban calmándose. Al final estarán preparados para percibir nuestras intenciones positivas y recibir de nosotros amor y consuelo. Cuando ellos hacen esto, nosotros reconectamos. Y aunque como padres metamos la pata una y otra vez porque somos humanos, siempre podemos acercarnos a los niños y enmendar el error.

Así pues, al final todo vuelve a la conexión. Sí, hemos de redirigir. Hemos de enseñar. Nuestros hijos necesitan nuestra ayuda para aprender a enfocar sus deseos de manera positiva; para identificar y afrontar los límites y restricciones; para descubrir qué significa ser humano y ser moral, ético, empático, amable y generoso. De modo que sí, la redirección es crucial. Pero, en última instancia, es la relación con tu hijo la que has de tener siempre en cuenta en primer lugar. Deja en suspenso cualquier conducta concreta y da a la relación con tu hijo siempre la máxima prioridad. Una vez que se ha roto la relación de algún modo, hay que reconectar lo antes posible.

CUARTO MENSAJE DE ESPERANZA:

NUNCA ES DEMASIADO TARDE PARA

REALIZAR UN CAMBIO POSITIVO

Nuestro mensaje final para ti es el más esperanzador de todos: para realizar un cambio positivo, nunca es demasiado tarde. Tras leer este libro, quizá sientas que hasta aquí tu enfoque disciplinario ha sido, al menos parcialmente, contrario a lo mejor para tus hijos. Quizá tengas la impresión de que con tu forma de imponer disciplina estás debilitando tu relación con ellos. O tal vez repares en que estás pasando por alto y desaprovechando oportunidades para construir las partes de su cerebro que les ayudarán a alcanzar un crecimiento óptimo. Acaso ahora veas que estás usando estrategias disciplinarias que simplemente no son efectivas, contribuyen a que en tu familia haya más drama y frustración, y en realidad te impiden disfrutar de tus hijos porque acabas enfrentándote una y otra vez a las mismas conductas.

Si pasa algo de esto, no desesperes. No es demasiado tarde. Como hemos dicho, la neuroplasticidad nos muestra que el cerebro es increíblemente cambiable y adaptativo a lo largo de la vida. Puedes cambiar la manera de imponer disciplina a cualquier edad... tuya o de tu hijo.

La Disciplina sin Lágrimas te enseña cómo: no ofreciendo una fórmula inamovible, ni proporcionando una varita mágica que resuelva todos los problemas y te convierta en un padre que no falla nunca. Si hay esperanza, es porque ahora dispones de los principios que pueden guiarte hacia la imposición de disciplina a tus hijos de manera satisfactoria. Ahora tienes acceso a estrategias que realmente modelan el cerebro de forma positiva, permiten a los niños ser emocionalmente inteligentes y tomar decisiones correctas, fortalecen tu relación con ellos y les ayudan a convertirse en la clase de personas que queremos que sean.

Si respondes a tus hijos con conexión —incluso y especialmente cuando hacen algo que no te gusta—, no te centras ante todo en el castigo y la obediencia, sino en el respeto tanto al hijo como a la relación. Así, la próxima vez que tu hijo pequeño tenga una rabieta, el de siete años pegue a su hermana o el de doce conteste mal, puedes responder con un estilo Sin Lágrimas, de Cerebro Pleno.

Puedes comenzar con conexión, para luego pasar a estrategias de redirección que enseñen a los niños percepción personal, empatía relacional y la importancia de asumir responsabilidades por el perjuicio ocasionado.

A lo largo del proceso, puedes ser más intencional sobre el modo de activar ciertos circuitos del cerebro de tus hijos. Las neuronas que se activan juntas permanecen conectadas. Los circuitos que se activan repetidamente se reforzarán y se desarrollarán más.

Por tanto, la pregunta es la siguiente: ¿qué parte del cerebro de los niños quieres fortalecer? Si impones disciplina con severidad, gritos, discusiones, castigo y rigidez, activarás la parte inferior, reactiva, lo que reforzará estos circuitos y los preparará para que se activen con facilidad. Si impones disciplina con conexión tranquila y afectuosa, activarás los circuitos reflexivos, receptivos, de regulación de la visión de la mente, lo que reforzará y desarrollará la sección cerebral superior para crear percepción, empatía, integración y reparación. Ahora mismo, en este momento, puedes comprometerte a proporcionar a tus hijos estas valiosas herramientas. Puedes ayudarles a desarrollar esta capacidad para regularse a sí mismos, tomar buenas decisiones y desenvolverse bien, incluso en momentos delicados o cuando tú no estés cerca.

No vas a ser perfecto, y no vas a imponer disciplina partiendo de una perspectiva Sin Lágrimas, de Cerebro Pleno, cada vez que se presente la oportunidad. Nosotros tampoco. Es normal: nadie lo hace.

Sin embargo, puedes decidir dar pasos en esta dirección. Y con cada paso estarás brindando a tus hijos el regalo de un padre cada vez más comprometido con su éxito y su felicidad durante toda la vida, y con el objetivo de que sean sanos, dichosos y alcancen la plenitud.