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iPhonemanía
¿Había llegado el momento de pasar el testigo? En 2003, Steve llegó a pensar por un momento que su epopeya terminaría de forma prematura durante una etapa crucial e intensa que desencadenó una profunda mutación interior. En su intervención frente a los alumnos recién licenciados de la Universidad de Stanford, un soleado día de junio de 2005, Steve Jobs se presentó como alguien diferente. El guerrero se había metamorfoseado en príncipe y en el cambio su cara humana, altruista y filosófica había visto la luz. Ataviado con la toga negra se dirigió a los estudiantes. Era el momento perfecto para analizar el pasado, los errores y las dudas, las victorias y las desilusiones. Sereno y digno, se explayó a voluntad y recordó su juventud, su trayectoria, sus equivocaciones y las lecciones aprendidas.
«Es un honor estar hoy con vosotros en la entrega de diplomas de una de las universidades más prestigiosas del mundo. Yo no terminé los estudios superiores y os confieso que nunca había asistido a este tipo de actos. Pero hoy quiero compartir con vosotros tres experiencias que han marcado mi carrera. No son nada extraordinario, sólo tres vivencias».
La magnitud de las consecuencias de nuestros actos no se puede calcular en el presente. Las conexiones aparecen después e ineludiblemente terminan afectando al destino. Llamadlo destino, karma, o simplemente el curso de la propia vida, da igual, lo importante es creer que ese algo existe. Esa actitud siempre me ha funcionado y ha gobernado mi vida.
Siguió contando que había nacido del vientre de una madre que no quería serlo, que el matrimonio adoptivo al que había sido asignado le rechazó por no ser niña y que final-mente le acogieron los Jobs. Después abandonó los estudios convencionales en la Universidad de Reed para asistir a clases de tipografía por libre, una decisión arriesgada pero que, al final, había sido una de las mejores de toda su vida.
«En cuanto decidí dejar la carrera, me libré de las asignaturas obligatorias que me aburrían y pude dedicarme sólo a las que me interesaban. Y lo que descubrí, guiado por mi curiosidad e intuición, resultó ser de un valor incalculable para mi futuro. La Universidad de Reed era probablemente la mejor en tipografía de todo el país. Cada cartel y cada etiqueta de cada cajón en el campus estaban perfectamente caligrafiadas. Como no tenía ninguna asignatura obligatoria, decidí matricularme en el curso de caligrafía».
Aunque se suponía que nada de aquello iba a tener el más mínimo efecto práctico en mi vida, diez años después, cuando concebimos el primer Macintosh, me acordé de todo lo aprendido y lo incorporamos al Mac, el primer ordenador dotado de una tipografía elegante. Si no hubiera asistido a aquellas clases, el Mac no tendría tanta variedad de fuentes ni la proporción en los espacios, y probablemente tampoco lo habría tenido ningún ordenador personal porque Windows no lo habría podido copiar de nadie.
Si no hubiera dejado los estudios, no habría estudiado caligrafía y, tal vez, los ordenadores personales carecerían de su riqueza de caracteres. Por supuesto, era imposible prever esas repercusiones cuando estaba en la universidad pero diez años después me parecieron evidentes.
El segundo relato de Jobs tenía que ver con la pasión y el fracaso. «He tenido la suerte de hacer lo que me gusta desde muy joven. Tenía 20 años cuando Woz y yo fundamos Apple en el garaje de mis padres; trabajamos duro y, diez años después, Apple daba empleo a más de 4000 personas y tenía un volumen de negocio de 2000 millones de dólares. Cuando lanzamos nuestra más bella creación, el Macintosh, yo acababa de cumplir los treinta».
Y entonces me echaron. ¿Cómo le pueden echar a uno de la empresa que ha fundado? Muy sencillo: Apple había adquirido cierta importancia y contratamos a una persona que me pareció tener las competencias necesarias para dirigir la empresa junto a mí y, de hecho, durante el primer año todo marchó bien. Pero después nuestros puntos de vista cambiaron y nos enemistamos. El consejo de administración se puso de su lado y así, con treinta años, me encontré de patitas en la calle, despedido, con pérdidas y fracasos, sin razón de vivir y hecho trizas.
Entonces no me daba cuenta pero mi salida forzosa de Apple fue provechosa. El peso del éxito dio paso a la ligereza de equipaje de quien inicia un camino, a una visión menos segura de las cosas, a una libertad gracias a la cual viví uno de los períodos más creativos de mi vida. Durante los cinco años que siguieron creé una empresa llamada NeXT y otra llamada Pixar, y me enamoré de una mujer excepcional que se convirtió en mi esposa. Pixar preparaba la producción de la primera película de animación en 3D, Toy Story, y a día de hoy es la primera empresa mundial en su sector.
A través de un curioso cúmulo de circunstancias, Apple compró NeXT, yo volví a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT se convirtió en el secreto del renacimiento de Apple. Laurene y yo hemos formado una familia estupenda. Nada de eso habría pasado si no me hubieran echado de Apple. La medicina fue muy amarga pero supongo que el enfermo necesitaba algo así.
A veces, la vida nos da una bofetada pero no hay que darse por vencido. Estoy convencido de que mi pasión por lo que hago es lo que me ha permitido seguir adelante. Hay que descubrir lo que a uno le gusta y lo que no. El trabajo ocupa una parte importante de la vida y la única manera de estar satisfecho es hacer lo que a uno le gusta. Si no lo habéis encontrado, seguid buscando pero no os crucéis de brazos. Es como en el amor, que cuando llega lo sabes. Y las relaciones satisfactorias mejoran con el tiempo, así que seguid buscando hasta que lo encontréis.
La tercera historia giraba sobre la muerte, con la que se acababa de cruzar. «A los 17 leí una cita que decía más o menos así: “Vive cada día como si fuese el último porque un día lo será”. Nunca se me ha olvidado y todos los días de los 33 años que han pasado desde entonces me miro por la mañana en el espejo y me digo: “Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿me gustaría hacer lo que estoy a punto de hacer?”. Y si la respuesta es no varios días seguidos, sé que tengo que cambiar».
Ser consciente de que puedo morir en cualquier momento es lo más eficaz que he descubierto a la hora de tomar decisiones importantes. Porque todo lo que esperamos de fuera, nuestra vanidad, los dones, el miedo al fracaso, todo se desvanece ante la muerte y sólo queda lo fundamental. Tener en mente que la muerte llegará un día es la mejor manera de no caer en la trampa de temer que tienes algo que perder. Ya estamos desnudos; no hay ninguna razón para no seguir al corazón.
Hace un año aproximadamente descubrí que tenía cáncer. Yo estaba inconsciente pero mi mujer, que estaba allí, me contó que al examinar la muestra en el microscopio los médicos se echaron a llorar porque tenía una forma muy rara de cáncer de páncreas que podía curarse con la cirugía. Me operaron y ya estoy bien.
Ése ha sido mi único contacto con la muerte y espero que siga siendo así durante varias décadas. Gracias a aquella experiencia, puedo deciros con certeza que nadie quiere morir, ni siquiera los que aspiran a ir al cielo, pero la muerte es nuestro destino común y nadie se ha librado jamás de ella. Y está bien así porque, tal vez, la muerte es lo mejor de la vida, el motor del cambio que nos libera de lo viejo y da paso a lo nuevo.
Ahora representáis lo nuevo pero llegará un día en que os habréis convertido en lo viejo y dejaréis el sitio a los demás. Siento ser tan dramático pero es la verdad.
Expuestas sus tres lecciones sobre la vida, Jobs continuó explicando su filosofía. «Vuestro tiempo es limitado, así que no lo perdáis llevando una vida que no es la vuestra. No seáis prisioneros de los dogmas que nos obligan a vivir obedeciendo la opinión de los demás. No dejéis que el bullicio exterior ahogue a vuestra voz interior. Tened el coraje de seguir a vuestro corazón y a vuestra intuición porque ambos saben en qué os queréis convertir. Todo lo demás es secundario. Sed insaciables. Sed locos. Gracias a todos».
Corría 2005 y Jobs no había dicho aún su última palabra. Una nueva visión se perfilaba en el horizonte porque, todavía seguía siendo quien detectaba mejor que nadie las necesidades de sus contemporáneos que hasta ellos mismos ignoraban que tenían. La audacia del iMac había valido la pena. El éxito del Mac OS X era el mejor colofón posible a la aventura comenzada hacía mucho con NeXT. El iPod se había convertido en el aparato predilecto de toda una generación. Pero si había un objeto abocado a convertirse en compañero inseparable de cualquiera, un aparato para llevar en todo momento, éste no era un reproductor de música. Desde mediados de la década, el teléfono móvil había sustituido al reloj: era el nuevo objeto pegado al cuerpo, siempre a mano, inseparable. Sólo le faltaba someterse a una mutación. Aunque los primeros teléfonos inteligentes ya habían aparecido intentando, sin mucho éxito, convertirse en ordenadores, estaba claro que ése era el futuro: convertirse en el objeto universal, un punto de acceso a Internet, una consola portátil para videojuegos, un lector de correo, de música, de vídeo…
Lo único que le faltaba era una interfaz gráfica digna de ese nombre, con una facilidad de uso comparable a la del Mac. Era necesario romper con lo establecido y repensar el objeto de fondo en lugar de continuar reproduciendo calcos de los aparatos antiguos. ¿Cómo redefinir un objeto que pudiera llevarse constantemente en la mano? ¿De qué forma resultaría más obvio manejarlo? La respuesta, por supuesto, era la tecnología táctil.
Hacia mediados de 2004, Nintendo abrió el camino con una consola de videojuegos que se manejaba mediante un puntero. Pero la Nintendo DS no dejaba de ser un boceto ya que el puntero por naturaleza era el propio dedo, siempre disponible. Sólo había que inventar una nueva forma de utilizar los dedos que fuera lo más intuitiva posible.
En 2004, aunque el iPod acaparaba el 16% de los ingresos de Apple, Jobs se dio cuenta de que el aparato acabaría vién-dose amenazado por otros artilugios que integrarían la reproducción de canciones con otros servicios. Algunos tenían claro que un ordenador de bolsillo, en la línea de la Palm, sería ese objeto de uso universal pero Jobs no compartía su opinión, como parecía dar a entender en unas declaraciones de aquella época al Wall Street Journal. «Nos han presionado mucho para que creemos un asistente personal y, al analizar la situación, hemos pensado que los usuarios de esos aparatos desean obtener información, no necesariamente introducirla de forma constante. Y eso es lo que podrán hacer los teléfonos móviles».
En 2002, poco después del lanzamiento del primer iPod, Jobs ya había empezado a pensar en el desarrollo de un teléfono móvil novedoso que integrara un lector MP3 con acceso a Internet pero su lado perfeccionista le había llevado a descartar el proyecto porque no veía que fuese a haber elementos suficientemente diferenciadores que justificaran que un aparato así fuera digno del iMac o el iPod. Si dos años después había cambiado de opinión fue gracias a un avance tecnológico de los laboratorios Apple: la interfaz multitáctil. «Os diré un secreto: todo empezó con las tabletas. Se me ocurrió que podríamos deshacernos del teclado y escribir en una pantalla táctil. Pregunté a mis compañeros si era posible concebir una pantalla multitáctil en la que se pudiese escribir con los dedos y, seis meses después, me llamaron para enseñarme un prototipo. Se lo enseñé a algunos de nuestros investigadores más brillantes en el campo de la interfaz de usuario y, al cabo de varias semanas, volvieron a llamarme para mostrarme la secuencia de los iconos y otras cosas. Entonces pensé, ¡Dios mío, con eso vamos a desbancar al teléfono! Y archivamos el proyecto de la tableta porque el del teléfono nos pareció más importante». Consciente de haber vuelto a meter la cabeza en una innovación digna del Walkman, Jobs lanzó el zafarrancho de combate y, desde ese momento, cualquier cosa relacionada con el iPhone estaría patentada.
Curiosamente, la filial de Apple en París, creada en 2000 por un antiguo directivo de NeXTSTEP, Jean-Marie Hullot, ambicionaba desde hacía tiempo desarrollar un móvil para la empresa. «En aquella época, EE.UU. iba muy rezagado respecto a Europa en cuanto a los móviles y Jean-Marie se había propuesto demostrarles las aplicaciones que podrían surgir de intentar llevar el concepto del Mac al mundo de los móviles», afirma Bertrand Guihéneuf, ingeniero entonces miembro del equipo de Hullot en Apple y uno de los responsables de la creación de la agenda iCal.
A principios de 2004, Guihéneuf montó en secreto un equipo francés de veinte personas con el propósito de crear el equivalente al iTunes para los móviles. «Tuvimos que firmar unos documentos de máxima confidencialidad por los que nos arriesgábamos a ir a la cárcel si divulgábamos que Apple estaba trabajando en un teléfono», recuerda Guihéneuf.
Sin embargo, el proyecto francés no daría frutos. Dos equipos americanos trabajaban en paralelo en un mismo proyecto y uno de ellos ganó el concurso, por lo que se pidió al equipo francés que interrumpiera sus investigaciones en el acto. Irónicamente, otro francés residente en Cupertino (Henri Lamiraux) fue el encargado de dirigir el desarrollo del programa del iPhone. El ingeniero supervisaría la realización de una pequeña hazaña: elaborar una versión reducida de Mac OS X para la telefonía móvil.
En febrero de 2005, Jobs se reunió en secreto con Stan Sigman, de la red de telefonía móvil Cingular, para exponerle el plan de Apple con el iPhone. Además de la tecnología de pantalla táctil desarrollada por sus ingenieros, le dio a entender que disponía de un sistema «a años de luz de lo actual» y Sigman y sus socios se adhirieron al proyecto.
El teléfono móvil se convirtió enseguida en el principal proyecto de la sociedad y, desde el otoño de 2005, englobaba a 200 ingenieros de la casa. Más que nunca, su realización estaba envuelta en el secreto absoluto. Las divisiones que trabajaban en el iPhone lo hacían de forma autónoma, sin saber qué estaban haciendo las demás. Algunas salas estaban provistas de pilotos luminosos que impedían el acceso a personas no autorizadas. «La paranoia alrededor del secreto del proyecto superaba todo lo anterior», confirma Bertrand Guihéneuf. «La gente trabajaba en locales separados, cerrados herméticamente y donde sólo se podía entrar con autorización». En octubre de 2005 los ingenieros recibieron el encargo de acelerar el ritmo sin saber que se enfrentarían a unos retos tecnológicos de pesadilla. Según una fuente citada por la revista Wired, el desarrollo costó 150 millones de dólares.
Una de las estrategias empresariales del iPhone tenía que ver con las negociaciones con operadoras de telecomunicaciones. En el territorio estadounidense, el acuerdo oficial con Cingular se firmó en la primavera de 2006, con unas condiciones nunca vistas por parte de Jobs. Hasta ese momento, las operadoras habían dictado su ley a los fabricantes exigiendo precios adaptados para así ofrecer las terminales a los consumidores a precios mínimos para que firmasen contratos de permanencia durante uno o dos años pero Jobs invirtió los papeles y exigió que la operadora le garantizase diez dólares al mes por cada uno de los clientes, una condición sin precedentes. A cambio, les ofreció el aliciente de cinco años de exclusividad del iPhone. El lanzamiento del iPhone estaba previsto para que coincidiera con la feria Macworld de enero de 2007.
En el verano de 2006, la imagen moderna y limpia de Apple se vio enturbiada por la acción de una organización muy respetada. En agosto, Greenpeace sacudió el sector de la electrónica con la publicación de una lista de empresas ecorresponsables en la que Apple salía muy mal parada en todo salvo el reciclaje. La ONG colgó una carta abierta en su página web. «Nos encanta Apple. La marca de la manzana crea objetos de diseño estilizado pero, en el interior, todo cambia. El Mac, el iPod, el iBook y todos los productos de Apple contienen sustancias químicas (ftalatos, plomo, mercurio) que otros fabricantes están abandonando porque son peligrosos. Una vez obsoletos, los ordenadores, lectores de MP3 y teléfonos móviles van a parar a los países en vías de desarrollo, donde los trabajadores pobres los reciclan, desensamblan y se intoxican. Apple está en la vanguardia del progreso tecnológico pero se niega a fabricar sus productos con sustancias alternativas menos peligrosas para la salud. La manzana está envenenada». También publicaron en la web una petición dirigida a Steve Jobs y Apple en la que empresa y ejecutivo siguieron siendo objeto de comentarios peyorativos por parte de los seguidores de Greenpeace hasta que hicieron público un cambio de sus políticas de responsabilidad social corporativa.
Una mañana de otoño de 2006, en una reunión con los doce directivos principales del proyecto iPhone, Jobs les hizo partícipes de su descontento con un iPhone, todavía prototipo, que no estaba a la altura de sus expectativas enumerando una retahíla de problemas que parecían no tener solución: las comunicaciones se interrumpían, la batería dejaba de cargarse antes de tiempo, las aplicaciones presentaban unos problemas que las hacían inutilizables… «Por el momento no tenemos nada que pueda llamar un producto», sentenció. A pesar de sus palabras tranquilas, un escalofrío recorrió el espinazo de los asistentes. Aquella llamada de atención tranquila había tenido un efecto más temible todavía que el de sus legendarios enfados. «Fue una de las pocas veces que he tenido escalofríos en Apple», cuenta uno de los asistentes a aquella reunión.
Aun así, el iPhone tenía que anunciarse el 9 de enero de 2007 y sólo les quedaban varios meses para enderezar la situación porque si Apple fracasaba les lloverían las críticas y los retrasos les acarrearían problemas sobre todo con los socios de telefonía que habían cedido a sus exigencias. Los meses siguientes fueron una pesadilla para los equipos del iPhone. Las noches en blanco, con broncas y peleas, se convirtieron en la norma. Como de costumbre, Jobs se implicaba en los mínimos detalles y opinaba hasta de la curvatura que debía tener la parte trasera del aparato.
A mediados de diciembre de 2006, los ingenieros de Apple ganaron la batalla a los plazos y en Las Vegas Steve Jobs disponía de un prototipo que enseñar al tejano Stan Sigman de Cingular (convertida en ATT Wireless). Lo tenía todo: pantalla táctil, navegador web e iconos, y Sigman reaccionó según lo previsto. «¡Es el mejor aparato que he visto nunca!», dijo.
El 9 de enero, en Macworld, Jobs midió sus palabras para aumentar la intriga del público. «Hoy vamos a hacer historia juntos. De vez en cuando aparece un producto que lo cambia todo. En 1984 presentamos el Macintosh. En 2001 lanzamos el iPod. Hoy anunciamos tres productos revolucionarios: un iPod de pantalla grande con control táctil, un teléfono móvil revolucionario y un aparato que redefine la comunicación por Internet». Después de repetir varias veces los tres temas («un iPod, un teléfono móvil, una herramienta de Internet»), soltó la gran noticia. «Y no son tres aparatos sino uno. Lo hemos llamado iPhone. Hoy, Apple reinventa el teléfono. Hemos utilizado el mejor puntero del mundo, uno con el que hemos nacido todos y del que tenemos diez diferentes: los dedos. Hemos inventado la tecnología multitáctil, que es estupenda y funciona a la perfección. Ya no hace falta un puntero. Es mucho más precisa que cualquier tecnología de pantalla descubierta hasta ahora. Ignora los gestos no intencionados y se pueden utilizar varios dedos a la vez. Y os diré una cosa: ¡la hemos patentado!».
Mientras retumbaban los aplausos, continuó hablando. «Hemos tenido la oportunidad de introducir en el mercado muchas formas revolucionarias de interactuar con los aparatos. Primero fue el ratón. Después, la rueda de clic. Hoy presentamos la tecnología multitáctil. Cada una de estas interfaces de usuario ha permitido la llegada de un producto revolucionario: el Mac, el iPod y hoy el iPhone».
A continuación, Jobs procedió a enseñar el aparato, desvelando de paso la pantalla de inicio del iPhone. Al pulsar un icono se activaba el servicio musical. Con un barrido del dedo hizo desfilar las canciones y reprodujo un extracto de Sgt Pepper's, de The Beatles. Como era de esperar, la acogida fue tremendamente entusiasta.
Jobs también presentó el paso automático de la visualización vertical a apaisada con la simple inclinación del aparato y en ese momento todos los presentes se preguntaron por qué a ningún otro fabricante de teléfonos se le había ocurrido antes la utilidad de aquella prestación.
Los asistentes no cabían en sí de orgullo porque, una vez más, Apple se había adelantado e impresionaba con pequeños detalles en apariencia anodinos pero que marcaban la diferencia. La posibilidad de ampliar o reducir una foto separando o acercando los dedos parecía lógica pero alguien había tenido que pensar en ella. La opción de escuchar un mensaje sin tener que pasar por los anteriores también era obvia. El ajuste automático del contraste según la iluminación ambiente era otro detalle que subrayaba la perspicacia de los creadores del iPhone. El maestro de ceremonias reveló que el iPhone nacía con un registro de más de 200 patentes exclusivamente relacionadas con el terminal.
Una vez más, el golpe había sido magistral. De un día para otro, los móviles se habían quedado anticuados, incluidos los teléfonos inteligentes y la célebre Blackberry con su teclado integrado.
Para variar, en la presentación del iPhone Jobs rindió homenaje a los que habían trabajado día y noche para que el anuncio de enero pudiera ser realidad. Un centenar de personas se levantaron de sus asientos al unísono, algunos con signos evidentes en sus rostros de la carga de trabajo de las últimas semanas. Jobs les expresó su agradecimiento en público, consciente de que pocas empresas podían beneficiarse de tanta abnegación y aprovechó para llamar con el iPhone a Starbucks y encargar 4000 cafés para todos los asistentes.
En una entrevista posterior para ABC News, Jobs mantuvo sus comentarios sobre el iPhone.
ABC News: Todo hace pensar que este aparato desbanca a todos los actuales. Usted mismo ha dicho que el iPhone ha nacido de la frustración provocada por los productos que utilizamos todos.
Steve Jobs: Estamos convencidos. Este aparato es increíblemente más potente que cualquier otro móvil o teléfono jamás creado. Hemos dedicado los últimos dos años y medio a inventar el iPhone. Salta literal-mente por encima de todo lo existente, con cinco años de ventaja.
ABC News: ¿Cómo definiría a Apple hoy? ¿Es un fabricante de ordenadores, una sociedad de entretenimiento o de medios?
Steve Jobs: Hasta ahora, Apple ha sido una empresa de ordenadores pero siempre con un lado creativo. Desde sus inicios ha sido la empresa más creativa del sector. Hemos ampliado nuestro catálogo de productos para convertirnos en una empresa que fabrica aparatos bonitos pero que también ayuda a la gente a obtener contenidos de calidad para sus aparatos.
ABC News: ¿Cómo cree que va a afectar el iPhone a la industria de los móviles?
Steve Jobs: La llevará a un nivel superior.
Ese mismo día, Jobs anunció una noticia nada irrelevante: el cambio de nombre de la empresa de Apple Computers a Apple Inc., como forma de recalcar la nueva identidad de la compañía. Atrás quedaba su etapa como fabricante de ordenadores; ahora la empresa era un creador de aparatos electrónicos y contenidos digitales de estilo de vida.
El iPhone se puso a la venta el 29 de junio de 2007. En la Apple Store de San Francisco, una interminable fila de apple-maníacos esperaban la apertura de la tienda a las seis de la tarde. Algunos llevaban más de 24 horas haciendo cola. A la hora señalada, tras una cuenta atrás marcada por el entusiasmo, los guardas intentaron contener a la marea humana para que entraran de uno en uno.
Muy pronto, las ventas del iPhone batieron récords en el campo de la telefonía móvil. Había nacido otro aparato mítico que reforzaba todavía más el aura de su fundador. Durante el verano de 2007, Apple declaró unos beneficios históricos de 818 millones de dólares. Dell, con el 30% del mercado americano y cinco veces más ventas de ordenadores que Apple, apenas llegaba a los 2,8 millones de beneficios. Muy lejos quedaban los días en los que Michael Dell se burlaba de que a Apple más le valía devolver el dinero a los accionistas.
A medida que pasaban los meses, la estrategia del iPhone parecía ampliarse. ¿Y si se planteaban también convertirse en el ordenador de bolsillo más extendido? El 10 de julio de 2008, la historia del iPhone dio un nuevo giro con la apertura de la App Store, con cientos de aplicaciones disponibles. Nada podía quedar al azar, sobre todo cuando el objetivo era que el iPhone marcase aún más la diferencia con sus competidores a través de las aplicaciones. Windows Mobile, la plataforma competi-dora, ya disponía de miles de programas en su propia tienda, pero el limitado éxito de las terminales con ese sistema operativo (apenas 18 millones de teléfonos en circulación de un sistema que había aparecido en 2003) había limitado tremendamente la difusión de sus aplicaciones.
El mayor rasgo de originalidad de las aplicaciones para el iPhone residía sobre todo en el precio, muchas gratuitas y la gran mayoría por debajo de un dólar, y en el hecho de que se pudiesen descargar directamente desde el propio teléfono (en Windows Mobile era necesario descargarlas en el ordenador e instalarlas a través de un cable USB). En un mes se vendieron sesenta millones y hubo varios grandes éxitos, como la aplicación de Facebook que alcanzó el millón de descargas en un solo día. Otro primer gran éxito en videojuegos fue Super Monkey Ball. A pesar de que durante el primer mes la mayoría de las descargas fuesen de programas gratuitos, Apple recaudó treinta millones de dólares fruto de los cobros a los editores de aplicaciones, que les cedían el 30% del precio de venta en concepto de gastos de distribución.
Todo parecía marchar sobre ruedas para Steve Jobs hasta que el 18 de marzo de 2008 la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) de EE.UU. le hizo llamar para que declarara sobre un caso de venta de opciones para la compra de acciones de Apple. La práctica de la remuneración en opciones sobre acciones era moneda corriente en Silicon Valley. De esta forma quienes se beneficiaban de esta política obtenían una reserva por un número de acciones a un precio de mercado en el momento de la retribución, y luego podía ejercer su derecho a comprarlas en otro momento beneficiándose de manera automática en el caso de que las acciones hubiesen subido (y reservándose el derecho a renunciar a ellas sin desembolsar nada, si habían bajado). En 2006, un artículo del Wall Street Journal denunció el uso de esta práctica favoreciendo de forma abusiva a los altos directivos en varias grandes empresas y una investigación estatal reveló que Apple era una de estas corporaciones que entre 1997 y 2001 habían utilizado dicho mecanismo de forma dudosa. Su declaración, el 18 de marzo, sacó a la luz una situación preocupante para Jobs.
—SEC: Para remontarme en el tiempo, me gustaría entender una cosa. Usted entró en Apple como asesor y no como presidente, ¿cierto?
—Steve Jobs: Cuando Apple compró NeXT, la empresa estaba en un estado pésimo. Intenté ayudar a Apple y ofrecí trabajo a algunos empleados de NeXT para poder contar con sus aportaciones. Eso es básicamente lo que hice.
—SEC: ¿Despidió el consejo de administración a Gilbert Amelio?
—Steve Jobs: Sí.
—SEC: ¿Entonces asumió usted la presidencia?
—Steve Jobs: No. Pixar acababa de salir a Bolsa y por lo que yo sabía, nunca nadie había sido presidente de dos sociedades distintas. Tenía la impresión de que si aceptaba el puesto en Apple, los accionistas y empleados de Pixar pensarían que les estaba abandonando.
—SEC: De acuerdo.
—Steve Jobs: Entonces decidí que no podía hacerlo y acepté el título de presidente interino de Apple. Se suponía que durante noventa días tenía que ayudar a encontrar a un presidente a jornada completa.
—SEC: ¿Qué pasó con esa búsqueda?
—Steve Jobs: Fracasé.
—SEC: ¿Quiere decir que no encontró a ninguna persona apta para el trabajo?
—Steve Jobs: Exacto. A Apple le iba mal y todo el mundo lo sabía. Los candidatos que nos proponían las agencias de cazatalentos no tenían demasiado talento.
—SEC: ¿No eran capaces de transformar Apple?
—Steve Jobs: No.
—SEC: ¿Y qué ocurrió al cabo de noventa días?
—Steve Jobs: Me quedé. Conservé el título de presidente interino durante varios años.
El SEC se preguntaba por los 4,8 millones de acciones de Apple distribuidas a altos directivos de Apple en octubre de 2000. Jobs explicó que esperaba que el obsequio sirviera, en sus propias palabras, como unas «esposas de oro».
Steve Jobs: Apple se encontraba en una situación precaria. La burbuja de Internet había estallado. Me parecía que el equipo directivo de Apple y su estabilidad seguían siendo nuestras fuerzas básicas. Me preocupaba que Michael Dell, uno de nuestros principales competidores, hubiera invitado a Texas a Fred Anderson, nuestro director financiero, y a su mujer para intentar contratarle. Dos de los responsables técnicos más importantes también estaban en una posición vulnerable. Tenía miedo de que Apple se quedase sin su equipo directivo por el contexto económico y el acoso de la competencia. Como creo que el talento humano es la clave de Apple así se lo transmití al consejo de administración.
—SEC: ¿Quiénes eran esas personas fundamentales?
—Steve Jobs: Timothy Cook, entonces vicepresidente de operaciones, Fred Anderson, nuestro director financiero, Jon Rubinstein, responsable de soportes físicos y Avi Tevanian, responsable de soportes lógicos. ¿Me olvido de alguien? No, creo que fundamentalmente eran esos cuatro.
Pero los problemas venían de otra parte. Los asesores jurídicos de Apple no habían podido distribuir las acciones en el momento necesario y, mientras tanto, los valores habían subido. El consejo de administración decidió que se aplicaría el precio de forma retroactiva, cambiándoles la fecha del 7 de febrero al 17 de enero, a lo que Steve Jobs supuestamente accedió. Así, los interesados recibirían los beneficios correspondientes, lo que disparaba los beneficios de forma increíble desde el mismo momento de la puesta a disposición de los ejecutivos de las opciones. Jobs no restó importancia a su papel en la retroactivación de acciones asignadas a los directivos. «Para que las acciones tuvieran valor, tenían que subir un poco. Hacía falta que se dieran cuenta de que iban a ganar millones de dólares si se quedaban en Apple. Son personas excepcionales. Más de uno podría dirigir grandes empresas», declaró.
La otra parte de la investigación concernía a una manipulación practicada en octubre de 2000. Entre 1997 y ese año, Jobs había rechazado cobrar un sueldo de Apple a excepción de un simbólico dólar al año pero en enero de 2000, después de anunciar que aceptaba el puesto de presidente, el consejo de administración le recompensó con un avión privado Gulfstream V valorado en 88 millones de dólares y veinte millones de acciones de Apple, cerca del 6% de la sociedad. En 2001, llegado el momento de cobrar las acciones, la burbuja de Internet había estallado y las acciones de Apple habían bajado a la mitad y Jobs pidió al consejo de administración que le aumentasen la asignación de acciones, algo a lo que accedieron en agosto de 2001 cuando le concedieron 7,1 millones de acciones extra. Sin embargo, debido a complicaciones contables, la negociación se fue prolongando hasta diciembre de 2001 y para entonces el precio ya había subido. La asesora jurídica de Apple, Nancy Heinen, retroactivó los títulos un mes, con una ganancia sobre el papel para Jobs de unos veinte millones de dólares. Respecto a esa operación, Jobs reconocía haber negociado con mucha dureza porque consideraba que no estaba obteniendo el reconocimiento que se merecía.
Steve Jobs: A todo el mundo le gusta que le reconozcan sus iguales y, en mi caso particular, son los miembros del consejo de administración. He pasado mucho tiempo preocupándome por la gente de Apple y animándoles a continuar su trayectoria con nosotros. Tenía la impresión de que el consejo no estaba haciendo lo mismo conmigo.
—SEC: Entiendo.
—Steve Jobs: Y lo estaba pagando. El consejo me había dado algunas acciones pero se habían hundido por la explosión de la burbuja de Internet. Yo había entregado cuatro o cinco años de mi vida a Apple en detrimento de mi familia y tenía la impresión de que nadie se ocupaba realmente de mí. Entonces quise que reconociesen mi trabajo porque consideraba que estaba trabajando francamente bien. Habría preferido que hubieran venido a verme directamente para decirme: «Steve, hemos decidido una nueva remuneración para ti», sin que yo les hubiera tenido que sugerir o negociar nada. Si hubieran actuado así me habría sentido mejor.
De la investigación se desprendió que Jobs no había ganado nada en la operación. En marzo de 2003 canjeó las famosas acciones por diez millones de acciones de rendimiento restringido. En el momento que analizaba la investigación del SEC, se descubrió que había perdido mucho con el cambio.
Al final, el SEC sólo multó a dos culpables: Nancy Heinen, la asesora jurídica que gestionó la retroactividad, y Fred Anderson, el ex director financiero de Apple. La primera tendría que pagar 2,2 millones de dólares al SEC y el segundo 3,6 millones. Steve Jobs salió indemne. «Si fue consciente de la selección de ciertas fechas o lo recomendó», indicaba el informe de la comisión, «no lo era de las implicaciones contables». Es más, se felicitó a Apple por una «colaboración rápida, amplia y extraordinaria» y «la puesta en marcha de nuevos sistemas destinados a impedir que la conducta fraudulenta se reproduzca». Jobs tenía el honor a salvo pero, al fin y al cabo, él es así: un icono vivo que planea por encima de las vicisitudes terrenales.