Decimoctava sesión
Pues bien, le he contado mi vida. No sé si me hizo bien. Por primera vez puse en palabras todos los hechos. Ordené mis recuerdos como libros en una biblioteca. Tengo la impresión de tener mil años. Y sin embargo, hoy me siento joven. Tengo cuarenta años, y soy un niño.
Recuerdo que una de nuestras primeras sesiones tuvo lugar justo después de que naciera Sean. Ahora tiene cinco años. Me maravilla el presente, y sin embargo querría saber cómo crecerá, cómo se volverá un hombre. Un hombre locamente amado por sus padres. Cuando Yoko quedó de nuevo embarazada, yo vi ahí una señal del destino. Nos bendecía. Tanto nos habían dicho que no sería posible, y sin embargo, el milagro: sucedió cuando nos reencontramos. Al aceptarme de vuelta, Yoko me impuso algunas condiciones: debía dejar de beber y cambiar radicalmente mi alimentación. Había que comer sano. Yoko citaba todo el tiempo una suerte de adagio que decía: somos lo que comemos. Y creo que Sean nació de nuestra voluntad de estar sanos.
Yoko también me pidió que me ocupara de nuestro hijo. Me dijo: «Yo lo llevo dentro, tú lo crías». Quería que fuera un amo de casa mientras ella trabajaba. Su vientre crecía y yo decía sí a todo. Decía que sí a los días que se anunciaban. Estábamos tan felices. Pasaban los meses y el temor de perderlo se alejaba. Todo iba bien. Pero el día del nacimiento de Sean estuvo marcado por el pánico. Inmediatamente después del parto Yoko empezó a temblar y a perder sangre. Grité pidiendo ayuda. Llegó un médico, con las sienes grises y una cara tranquilizadora. Me dije que así estaba bien. Pero el tipo se puso a mirarme, sin moverse. Le pregunté qué pasaba. Balbuceó que se sentía muy honrado de conocerme. Tuve un ataque de furia. Mi mujer estaba muriéndose y él me hablaba de música. No era posible.
El problema se solucionó, pero los médicos encontraron restos de droga en la orina de Yoko. Yo la miré a los ojos. Habíamos dejado la droga juntos. Habíamos decidido dejar atrás todo eso. No podía imaginar que ella siguiera, y sobre todo embarazada. No podía pensar que hubiera podido poner en peligro la vida de nuestro hijo. Yoko dijo que era falso, que no se drogaba, y me aferré a sus palabras rogando que fueran ciertas. Intervinieron los servicios sociales, y me di cuenta de que ponían en duda la palabra de Yoko. Si ella se drogaba, estábamos perdidos. Nos quitarían al chico. Y nuestra situación legal no colaboraba. Teníamos mala reputación. En realidad era injusto: nos veían como drogadictos, cuando lo único que comíamos era soja. Al fin descubrieron que esas huellas estaban relacionadas con un medicamento, y nos dejaron en paz. Qué alivio. Pudimos volver a casa. Con Sean. Sean Ono Lennon. Éramos una familia.
No sé lo que pasaba, pero era la primera vez en mi vida que las buenas noticias daban origen a otras buenas noticias. Era como una espiral positiva. Nixon renunció por el Watergate, y yo obtuve mi residencia permanente en el país. Alguien dijo en la televisión: «Su encarnizamiento en querer ser norteamericano debería haberle valido automáticamente la nacionalidad»[11]. Al fin se daban cuenta de que yo amaba este país. Paseaba por Central Park, con Sean, y eso era lo mejor de mi día. No había nada más. No me acercaba a la guitarra. Durante veinte años, había empleado toda mi energía en componer, en trabajar como un animal. Todo eso había terminado. Los últimos años, he tenido una vida ritmada por cosas simples. He articulado mis horas en función de mi hijo. Era amo de casa, y eso era maravilloso. No me sorprendería que se volviese una moda, que los hombres se queden en la casa. Me gustaba rondar en la cocina. He debido pasar por un excéntrico ante la cocinera. Me veía loco de alegría por saber hervir un huevo. Y aprendí a hacer pan. Sí, yo mismo hago el pan. Y eso me vuelve más feliz que haber llenado estadios.
Vestido con un simple kimono, podía quedarme sin hablar, sin hacer nada. No era pereza ni meditación, sino un estado de contemplación interior. He pasado horas haciendo yoga, limitando al máximo mi actividad física, para volverme puro espíritu. He hablado tanto en el pasado que mi cuerpo ahora necesita largas curas de silencio. He estrechado tantas manos durante años. Contaban conmigo para salir del paso en situaciones difíciles, para llenar los vacíos. Sonreírle a la mujer del alcalde que después iría muy orgullosa a sus reuniones Tupperware a contar que había conocido a los Beatles. No quería seguir oyendo todo el ruido de la superficialidad. Al fin estaba al abrigo de todo. En casa, en familia. Y hasta me olvidaba de quién era. Al fin me liberaba de mi propia imagen. Caminando por la calle, veía que todos se volvían a mirarme, los coches frenaban, y sólo entonces recordaba que yo era John Lennon.
El frenesí del pasado ya no existe. Siempre busqué el apaciguamiento, y no me molesta si parece una forma de anestesia. Soy feliz por el momento. Sigo expresándome, pero por la escritura. Más que nunca es el medio absoluto para extirpar mis sentimientos de las profundidades. Inmóvil y economizando mis movimientos, me siento tan liviano que experimento la sensación de estar en un perpetuo viaje. Y, por medio de la palabra, la música regresó. Poco a poco, sí, volvió como un deseo, una necesidad, y ahora es de nuevo una obsesión. El verano pasado, estábamos en las Bermudas. Era maravilloso. Es una isla muy inglesa. El tránsito va por la izquierda. Sentí que extrañaba Inglaterra. Todo es posible. Me paseaba entre las flores, la naturaleza es tan bella, la sensualidad conmovedora, y vi una planta que tiene por nombre Double Fantasy. Al leer esas palabras, comprendí que sería el nombre de mi álbum. Quizás fue esta planta la que me llevó a las melodías.
Estaba por cumplir cuarenta años, tenía ganas de volver. Extrañaba todo lo que había rechazado. ¿No es eso, el ciclo incesante de la vida? Del rechazo al deseo. De nuevo, viví los demonios del pasado. La angustia desgarradora por la salida de un álbum. ¿La gente seguiría amándome? Componía, y no pensaba más que en eso. ¿Me habían olvidado? Comprendí hasta qué punto deseaba que me quisieran. El amor familiar me había alimentado, por supuesto, pero necesitaba al público. Como todos los artistas. Necesitaba ser amado y ser comprendido. Y debo decir que quedé satisfecho, más allá de mis esperanzas. La recepción del álbum fue muy buena. Tan buena que me da ganas de salir de gira. Yo que pensaba que no volvería a querer dar un concierto… Regresaré a Inglaterra, a ver a mi familia, es el momento. Voy a volver a Liverpool. Siento la urgencia de vivir lo que me espera. Con mi productor, dudamos en la elección del primer single para mi regreso. Al fin elegimos «Just Like Starting Over». Es muy simbólico. Pero también muy cierto. Porque es cierto que todo recomienza. Todo recomienza una vez más.
Es ahora.