Cuarta sesión
Hace unas semanas, justo después de nuestra última sesión, llamó por teléfono mi padre. Hacía años que estábamos peleados, pero como sabía que estaba muy enfermo, acepté hablarle. Aquí era de noche, para él estaba amaneciendo. Hubo algo sorprendente en esta última conversación. Tuve el sentimiento de un mundo detenido. Como si la incomprensión de siempre se esfumara. Trató de decirme cosas amables. Sabía que era su última oportunidad de pacificar nuestra relación. Me habló de mi madre, y sus palabras me llegaron hondo. Él parecía muy conmovido. Antes de morir, las imágenes de una vida se reducen seguramente a lo esencial. Evocó los instantes de felicidad que tuvo con ella, y dijo que esos recuerdos por sí solos ya justificaban toda su vida. Era egoísta, oportunista, insensato. Era mi padre[2].
Durante mi adolescencia lo olvidé por completo. Estaba como muerto para mí. Mimí se había tomado el trabajo de liquidar los últimos vestigios del mito. Mi padre ya no era un héroe, sino un cobarde. Había huido, y nunca había asumido sus responsabilidades. Debían preguntarme quién era mi padre para que yo recordara que todo hombre es hijo de otro hombre. Cuando me hice famoso, no pensé ni por un instante que eso pudiera provocar su regreso. Me sorprendió sinceramente recibir noticias de él. Me sorprendió, y me disgustó. Si yo no hubiera sido rico y famoso, él jamás habría tomado la iniciativa de acercarse a mí. Para él tuvo que ser un shock verme de pronto en todas partes, en los diarios, en la televisión, y oírme por la radio. Yo tenía su nombre, y tenía su cara. Si hubiera querido lanzar un aviso de busca de familiar perdido, no lo podría haber hecho mejor.
En esta época, él trabajaba de lavaplatos en un restaurante barato. Su vida había tomado el camino contrario a todo lo que había podido soñar. Debió de comprender que yo podría cambiar el rumbo patético de su destino. Trató de telefonear a la casa de discos, pero en esa época había una enorme cantidad de locos que trataban de entrar en contacto con un Beatle. Brian Epstein, nuestro mánager, me dijo que esta llamada parecía genuina. Yo le confirmé que mi padre se llamaba Alfred. Pero no quería saber nada de él. No había razón alguna para que viniera a reclamar nada. Ni había razón para que yo le dirigiera la palabra. Era demasiado tarde. Habría debido venir antes, cuando yo lloraba de noche. Cuando me roía la soledad. No respondí, y pasé a otra cosa.
Entonces utilizó la prensa. Los diarios estaban ávidos de cualquier información que tuviera que ver con nosotros. Aprovechaban todo, desde la basura que encontraban en la calle hasta los cadáveres del pasado. Entonces, imagínese, el padre de Lennon era una presa codiciada. Él, que siempre había querido estar a la luz, de pronto tenía una buena oportunidad de salir de su sótano. Comenzó a lloriquear. Estaba en la miseria y su famosísimo hijo lo dejaba pasar hambre. Era muy simple: para la opinión pública, yo pasaba por el malo de la historia. Yo era el hijo indigno que dejaba pasar hambre a su padre. Era la época en que nuestra imagen era de chicos buenos, y las jovencitas se extasiaban frente a nuestros buenos modales. Utilizando los medios, mi padre me tomaba como rehén. Brian me explicó que era necesario urgentemente solucionar el asunto. Debía verlo y hacer algo para que dejara de hablar. Ese era el estado de ánimo en que yo estaba en el momento de nuestro reencuentro.
Quería ser duro con él, así que pensé que era preferible no ir solo. Me acompañó George. Quizás Paul también, no recuerdo. La entrevista duró media hora, y yo salí… conquistado. No sé realmente cómo pasó, pero bastaron unos minutos para que mi frialdad se resquebrajase. Debió de hacer dos o tres bromas, y funcionó. Realmente hay que ser muy bueno para eliminar veinte años de ausencia con una sonrisa. Nos hizo una actuación formidable. Era de los que te pueden vender un coche aunque no sepas conducir. En el fondo, puede sonar idiota, pero era la primera vez que yo veía a alguien que se me pareciera tanto. Yo creía que se influenciaba a los niños mediante la educación, pero no. Es simplemente una cuestión de genes. Todo se transmite por la sangre. Yo era el hijo de este hombre. No había duda alguna.
A partir de entonces nació una especie de relación. Nos vimos algunas veces, hablamos, nada preciso. Lo ayudé con dinero. Ya no tenía más problemas. Pensaba que las cosas estarían bien, y hasta que nos haríamos regalos de Navidad. Pero eso era no conocerlo. Era subestimar su increíble capacidad de encontrar modos de molestarme. Cuando supe en qué andaba, me enojé de verdad. Le dije de todo, y le imploré que dejara inmediatamente de hacer tonterías. Él me miró con su aire de perro apaleado. Nunca comprendía por qué había actuado mal. Pero la situación era realmente nefasta. Mi padre siempre había querido ser cantante. Había cantado en los barcos, en los muelles, en los bares. Y de pronto su repentina paternidad le ofrecía su sueño en bandeja de plata. Puedo comprender que se sintiera tentado, pero el modo en que maniobró, sin siquiera avisarme, fue realmente perverso.
No sé qué canalla le propuso grabar un disco, y por supuesto decidieron lanzarlo al mismo tiempo que nuestro álbum Rubber Soul. Ahí yo cantaba «In My Life», y esta canción era muy importante para mí, un verdadero punto de inflexión, mi primera canción realmente autobiográfica, la primera vez que tenía la impresión de poner mis palabras en música, y he aquí que mi padre sacaba un disco que parasitaba todo eso. Un disco que además se llamaba That’s My Life. Me hirió, de verdad. Hacía eso después de que yo hubiera construido mi vida sobre las cenizas de su ausencia. Había soñado con una pacificación, una reconciliación, y me encontraba con un padre que quería competir conmigo en las listas de los más vendidos. Un padre que no tenía nada que ver con la decencia, una escoria en toda regla que trataba de sacar provecho de lo que yo había hecho de su apellido. Yo ya no sabía hasta dónde podía llegar el disgusto de mis orígenes. Finalmente Brian compró el contrato al productor, que estuvo muy contento de sacar una ganancia. Mi padre se quedó entonces sin disco y sin hijo, el infeliz.
Después de eso, estaba fuera de discusión que yo aceptara volver a verlo. Había creído en el mito del padre que vuelve. Habría sido capaz de mentirme a mí mismo, como uno se miente siempre cuando queremos el amor de un padre a cualquier costo. Habría sido capaz de ver en su regreso algo distinto del oportunismo. Pero ni siquiera me permitió esa mentira. Decidí no cortarle los víveres, para que no lo encontraran en la calle como un mendigo, lo que habría perjudicado mi imagen. No le daría el gusto de arrastrarme con él en su caída. Su karma de fracaso era tan carismático que había que desconfiar.
Tres años más tarde, volvió con una gran sonrisa. Tenía algo importante que anunciarme. Quería mi consejo, y mi consentimiento: lo que equivalía a pedirme ayuda. Había conocido a una chica treinta años menor que él, y quería casarse. Debo decir que la chica era una groupie de los Beatles. Eso debió influir en la atracción que ejerció mi padre sobre ella. Después de haber grabado un disco, ahora quería acostarse con mis fans. En fin… no lo digo con maldad… aunque seguramente es lo que pensé en el momento. Después de todo, creo que ella amó realmente a mi padre. Parecía destrozada cuando murió. Tuvieron un hijo. Pero bueno, en el momento me sentó mal. No podía venir a verme sólo para darme un abrazo, para decirme cosas amables. Con él siempre era una película, siempre historias descabelladas. Quería que yo empleara a su futura esposa como mi asistente personal. El asunto tomaba un cariz absurdo. Yo terminaría con una madrastra adolescente entre las manos. En ese momento de mi vida estaba muy agobiado, no quería discusiones, decía sí a todo para tener silencio. Era mi padre, era mi cruz, y era así. Pero las cosas salieron mal. No sé bien por qué. La situación era insostenible. Le compré una casa para que me dejase definitivamente en paz. Cosa que trató de hacer.
Un año después, hubo otra disputa violenta. Fue entonces cuando mi tío me escribió para decirme la verdad sobre mi infancia… Pero no me importaba, quería que mi padre saliera de mi vida. Que dejara de dar vueltas a mi alrededor. Para entonces ya tenía a Yoko. Tenía la fuerza de hacer tabla rasa con el pasado. La última vez que lo vi grité con violencia. No sé de qué lo traté, pero fue la clase de palabras de las que no se vuelve. Hay palabras que son de ida. Ya estaba bien. Y después, el tiempo pasó, hasta su agonía. Me hizo pasar por todas las emociones, tanto que cuando pienso en él me siento perdido. Me digo simplemente que nos parecemos. Me digo que podría haber tenido exactamente la misma vida que él. Mi destino está ligado a mi época. La guerra segó sus esperanzas. Vivió de golpe en golpe de mala suerte como yo viví de milagro en milagro: los buenos encuentros, por supuesto, y sobre todo no haber tenido nunca que pagar lo malo que he hecho. Quizás estoy protegido. Quizás es mi madre, amándome desde el más allá, amándome como siempre lo hizo: en ausencia. Mis padres seguramente se han encontrado ahora en alguna parte de la inmensidad del vacío.