Ahora voy a contaros cómo nací, cómo crecí y cómo se manifestaron en mí los primeros síntomas de la genialidad. Yo nací dos veces. He aquí cómo ocurrió eso.

Mis padres se casaron en 1902. Sin embargo, no me trajeron al mundo hasta finales de 1905, porque mi padre deseaba que su hijo naciese exactamente en Año Nuevo. Él calculó que debía engendrarme el 1° de abril y sólo entonces intentó convencer a mi madre proponiéndole concebir un niño.

Mi padre hizo esas insinuaciones a mi madre una primera vez en 1903. Mi madre, que esperaba ese momento desde hacía mucho tiempo, se alegró terriblemente. Pero mi padre estaba visiblemente de un humor jocoso y no pudo evitar decirle: «¡Es una inocentada, claro!».

Mi madre se sintió terriblemente ofendida y no dejó que se acercase a ella ese día. Hubo que esperar al año siguiente. En 1904, el 1° de abril, mi padre se le insinuó a mi madre con la misma proposición. Pero, recordando lo que había sucedido el año precedente, mi madre declaró que no deseaba encontrarse una vez más en una situación estúpida, y no le dejó acercarse a ella. Mi padre se mostró condescendiente, y no hizo nada.

Sólo un año más tarde consiguió embarazar a mi madre y entonces sí, ésta pudo concebirme.

De tal modo, fui concebido el 1° de abril de 1905.

Sin embargo, todos los cálculos de mi padre se fueron a pique, porque resulté ser un aborto y nací cuatro meses antes de tiempo.

Mi padre se puso tan furioso que la comadrona que me asistió en el parto, completamente desconcertada, comenzó a introducirme por donde yo acababa de salir.

Un estudiante de la academia militar de medicina, amigo de la familia, que asistía a la escena, dijo que no sería posible meterme de nuevo en el vientre de mi madre. Sin embargo, a pesar de las palabras del estudiante, me metieron aunque, con las prisas, no por el sitio adecuado. Entonces se formó un jaleo tremendo. La parturienta grita: «¡Denme a mi bebé!». Y le contestan: «Su bebé lo tiene dentro». «¡Cómo!» grita la parturienta, «¡cómo va a estar dentro de mí, si lo acabo de parir!».

«Pero quizá se equivoque» le dicen. «¡Cómo que me equivoco!» grita la parturienta, «¿es que acaso puedo equivocarme? ¡Yo misma he visto hace un instante a la criatura tendida ahí, en la sábana!». «Es cierto», le dicen, «pero tal vez se haya metido por algún sitio». En una palabra, nadie sabe qué decirle, y ella monta un escándalo exigiendo que le devuelvan a su bebé.

Hubo que llamar a un doctor experimentado. El experto doctor reconoció a la parturienta y se quedó de una pieza; comprendió sin embargo de qué iba la cosa y le dio a la paciente una buena dosis de sales inglesas. A la parturienta le entró entonces una diarrea, y fue así como vine al mundo por segunda vez.

Mi padre de nuevo se puso furioso, diciendo que a aquello no podía llamársele un nacimiento… que no era un ser humano, sino un feto, que había que volver a meterlo por donde salió, o bien en una incubadora.

Entonces me pusieron en una incubadora.

25 de septiembre 1935.