PARTE PRIMERA

PARA MEJOR COMPRENDER EL AMOR

AMAR, ser amada, vivir juntos los dos para ayudarse mutuamente, ha sido siempre el sueño de las jóvenes, y lo es más particularmente aún el de las jóvenes trabajadoras, cuya vida es ruda. Ellas sienten más que todas las otras la necesidad de un apoyo, de un compañero para el viaje de la vida, que las complete, las fortalezca, les haga alcanzar su pleno desarrollo. Las otras pueden a veces hacerse la ilusión de que son dichosas fuera del amor, ya que el torbellino del mundo las puede atolondrar al arrastrarlas; la joven trabajadora apenas puede contar con las distracciones de fuera, ya que nada viene a engañar ni el hambre de su alma ni el sentimiento de su soledad; no tiene nada más que su corazón por jardín, y como única flor posible, el amor.

Sin embargo, no debe quejarse por no tener en el corazón nada más que esta flor. Si sabe cultivarla, su encanto puede llegar a ser suficiente para embellecer la existencia entera.

El amor, he ahí el divino presente, el tesoro infinito liberalmente ofrecido a todos con iguales probabilidades.

Todas las jóvenes sueñan, pues, en un hermoso y gran amor que transformará y embellecerá su vida. Pero a la edad de dieciocho años, cuando comienzan a crearse convicciones personales sobre este particular, están expuestas —si no recurren a la experiencia de otros— a serios perjuicios.

Esos perjuicios, esas ilusiones, dañan sobre todo a la psicología femenina, que es demasiado impresionable, que tiene demasiada imaginación, que abre la puerta a esa “loca de la casa”, como decía La Fontaine. Las apreciaciones que la joven ha cogido al vuelo, las “novelitas rosas” que ha devorado, ciertas circunstancias de la vida en las que ha estado mezclada, han suministrado a su sentimentalidad toda una serie de materiales que el cerebro ha puesto en marcha para que hiciese castillos en el aire. De hecho, la joven vive a menudo en la ilusión, fuera de lo real, y sus ideas inexactas la exponen a rudas decepciones.

Queridas amigas, yo quisiera que evitaseis esos pasos en falso y esas decepciones, y si así lo queréis, vamos a intentar en esta charla familiar que os aprovechéis de las experiencias de vuestras mayores.

¿QUE ES EL AMOR?

¡El amor! Todo el mundo habla de él sin saber muy bien lo que es. A cada instante se conjuga el verbo amar en las conversaciones, en los libros o en las canciones. Se dice que se ama a alguien o que nos gusta algo. Pero ¿se sabe bien lo que se oculta bajo esta palabrita: amar?

Cuando digo: me gusta la pierna de cordero, me gustan los dulces, quiero decir simplemente que me gusta el placer que me proporcionan los dulces o la pierna de cordero, el placer que proporcionan a mi paladar o a mi estómago. En realidad, es a mí misma a quien amo. La prueba es que acepto que el cordero sea degollado para procurarme dicho placer 1.

Cuando digo: amo a mis amigos, cuando una madre mima a su hijito, cuando un hijo testimonia el afecto que tiene a sus padres, ciertamente que hay mucho placer en este amor, pero es un placer en gran parte desinteresado. Amar no quiere solamente decir aquí “servirse de”, sino tener admiración y ternura hacia alguien, estar contento de encontrarse con él y de sacrificarse por él.

Sobre todo cuando un padre o una madre sufren durante todo el día para criar a su familia, se dice que aman a sus hijos. Cuando una esposa hace lo imposible para que su casa esté siempre bien limpia, se comprende que ama mucho a su marido, ya que quiere agradarle. Cuando una persona va de corazón a cuidar a una vecina enferma o se sacrifica sin límite por una causa social, se dice que ama a su prójimo. Amar, en este caso, no quiere decir gozar de alguien o de alguna cosa, sino consagrarse, darse sin reserva y sin retorno.

Por tanto, la misma palabra “amor” puede significar tanto egoísmo como generosidad.

¿Qué es el amor en el sentido en que nosotros lo entendemos aquí?

¿Es acaso la atracción fugitiva y sensual de dos seres, el uno hacia el otro? ¿Capricho de dos cuerpos distintamente constituidos?

¡Qué poca cosa sería entonces! Y qué terrible situación en este caso para la mujer si toda su gran felicidad, que ella quiere por naturaleza muy duradera, dependiese de ese deseo siempre amenazado, siempre mudable.

¿Es el amor una persecución egoísta de un largo placer para dos? ¿Un placer sin fruto, al que se ha amputado su fecundidad natural, sin prolongación para el porvenir?

Tal concepción del amor es la deshonra misma del amor.

Amar es querer no el placer propio..., ni siquiera el placer del otro... Es querer el bien del ser a quien se ama, deseando siempre la reciprocidad.

El verdadero amor tiende por consiguiente al don de sí. En este amor, el “yo te amo” significa: quiero tu bien como deseo que tú quieras el mío; quiero unirme a ti, quiero darte todo lo que hay de bueno en mí, darte a mí mismo para engrandecerte, para hacerte dichoso, definitivamente dichoso. Quiero que podamos transmitir juntos la vida a otros realizando así nuestra misión familiar, y que juntos ejerzamos nuestra influencia en los que nos rodean, realizando de ese modo nuestra misión social.

Y es de esa manera como, juntos, unidos con lo más íntimo de nuestras fuerzas, fijándonos un mismo fin, daremos el verdadero sentido a nuestras vidas por medio de nuestro amor.

Ya no será mi vida o tu vida. Seremos dos en uno: será nuestra vida.

“...Amarse, es decirlo algunas veces, y probarlo durante toda la vida.”

LA UNIÓN DE LOS CUERPOS SIN AMOR NO ES EVIDENTEMENTE EL AMOR

Algunos, empero, lo creen así. Cuando una joven libertina se divierte con el joven que acaba de encontrar, llaman a esto “hacer el amor”. Sí, en realidad lo hacen; pero a la manera de los animales y de los seres inferiores. Ahora bien: el ser humano es algo más que un animal...

La pobre joven que intenta seducir al que pasa a su lado o al cliente del bar para satisfacer su deseo de placer o llenar su bolsillo, sabe de sobra que eso no tiene nada que ver con el amor. No ama verdaderamente al hombre con el que se une. Apenas le conoce y tal vez no le vuelva a ver más. Ni se siente respetada ni querida, ¿y le estima acaso? Muy pronto se abandonarán con indiferencia y desprecio. La mujer ha vendido su cuerpo por dinero o por promesas, pero no ha vendido su corazón, ya que éste no es una mercancía que se pueda vender. El ser más inmensamente rico no puede comprar un solo grano de amor verdadero. El amor no se vende, se da, y el más pobre puede obtenerlo por nada.

Cuando saludáis a alguien en la calle es para testimoniarle respeto o simpatía. Pero si hacéis ese gesto conservando en vuestro corazón un desprecio profundo hacia quien saludáis, vosotras sois las primeras en estar de acuerdo en que estáis representando una comedia.

Cuando una mujer se abandona a un hombre, cree más o menos sinceramente demostrarle amor. Pero si el amor verdadero está ausente, entonces ¡qué comedia, qué tontería de amor!

En el amor total el don del cuerpo no es lo esencial, lo sabemos muy bien nosotras las mujeres. Tenemos en nosotras otras riquezas más bellas que este cuerpo, ya de por sí tan hermoso. Y son estas riquezas las que tenemos que prodigar: nuestro corazón, nuestra inteligencia, todas nuestras posibilidades para el porvenir.

“El amor no es el contacto de dos epidermis; es una vergüenza profanar, como se hace, esta palabra divina, y creer que el amor son las sensaciones y no los sentimientos” (Chamfort).

EL CORAZÓN Y LA INTELIGENCIA AL SERVICIO DEL AMOR

Los que se imaginaban que el hombre no es más que un animal más perfecto que los demás no tienen más que comparar el amor humano con el amor de los animales, para comprender que el hombre está dotado de un alma. Y es sobre todo en el amor donde el hombre puede mostrar su inmensa superioridad sobre el animal.

El animal no tiene más que un instinto ciego para regir sus órganos sexuales, y de él se sirve para encontrar en el apareamiento un corto placer que le satisface; no piensa que haya nada por encima de eso.

Por el contrario, una mujer digna de tal nombre va al amor con todo su corazón. Y conduce al hombre a hacer lo mismo. Ponen todo “al servicio del amor” y aman humanamente.

En primer lugar, escogemos el objeto de nuestro amor, buscamos al joven que nos conviene, que nos agrada, que corresponde a nuestros gustos. Comenzamos por frecuentarnos para conocernos mejor.

La mujer, como el hombre, es libre de ceder o de resistir a sus inclinaciones. Tanto el uno como la otra son capaces de sacrificar el placer de un instante para crearse una felicidad duradera. Pueden obligar a sus instintos para que les obedezcan, son sus dueños (sobre todo cuando su voluntad ha sido bien educada...).

El hombre y la mujer enriquecen su amor. Mezclan en él toda suerte de sentimientos, de detalles, de ternuras. Pueden variar hasta el infinito las manifestaciones de su amor y encuentran en su corazón atenciones que le hacen muy personal: los esposos pueden siempre decir con verdad que nadie ha amado como ellos.

Los animales, ya lo hemos visto, obedecen a un instinto que es hoy lo que era ayer y lo que será mañana. Es como un mecanismo que se pone en marcha por sí mismo sin que puedan guiarlo o controlarlo.

Finalmente, el ser humano protege su amor. Prevé el día de mañana, quiere que su amor sea duradero. Quiere ser tan amado como él ama. Se preocupa de la dicha de su cónyuge. Encuentra alegrías incomparables en educar a sus hijos, en formar su corazón y su inteligencia además de su cuerpo. Cuando falta a su deber, sabe al menos que hace mal.

El animal, por el contrario, no piensa en su compañera. Ignora casi siempre la fidelidad y la hembra ignora al macho desde que ha sido fecundada, para conocer en seguida una maternidad ciega y poco duradera. Habría que tenerla lástima si no fuera una pobre bestia.

Amor humano, amor de bestias, he ahí dos realidades que apenas pueden compararse; no se parecen más que en una cosa: en el acto sexual; pero el animal ignora por completo lo que es el amor verdadero. Los hombres y las mujeres, por su mutuo amor, pueden conocer alegrías de una riqueza y de una profundidad inestimables, porque son inteligentes y libres. Mujeres, estemos orgullosas de ser “reinas de la creación”. Seamos dignas de ello.

Muchos novelistas superficiales, al confundir la pasión con el amor, no ven ningún lazo entre el amor y el sentimiento del amor. Suprimen todo problema moral.

Para ellos la virtud se presenta como un obstáculo al libre desarrollo del amor. Aquélla le quitaría su espontaneidad y, por tanto, su, encanto. Para desarrollarse en medio de la alegría, el amor no debería encontrar ningún obstáculo, es un don de la naturaleza al que el hombre debe abandonarse sin reserva...

Basta un poco de reflexión para mostrar lo que hay de falso en tamaña concepción del amor. El amor que une al hombre y a la mujer es un sentimiento complejo en el que se mezclan el instinto brutal y ciego de los sentidos con las más altas facultades de la inteligencia y del corazón. ¡Ay!, por poco que el hombre, desde su juventud, se haya dejado arrastrar por los apetitos inferiores de los sentidos, éstos dominan el sentimiento y le hacen tomar por amor lo que no es más que un deseo de posesión que le domina. Esta especie de amor es ciego, y con razón los griegos la representaban bajo los rasgos de Eros, un niño con los ojos vendados, tirando al azar con su arco sobre los corazones que pretende herir.

Por otra parte, este amor-pasión no dura. Nace de un encuentro fortuito y muere sin razón aparente. Se le puede comparar a una especie de fiebre que se apodera de vosotras y que os abandona sin que podáis explicaros la causa. E incluso no es raro que el solo hecho de poseer el objeto codiciado tenga como consecuencia el hacer morir el deseo provocando el inmediato abandono (los Don Juan)... Si el deseo persiste, tendrá poca duración, ya que la carne que ha hecho surgir la codicia es movible y mutable. Se cansa pronto de un objeto que no ha podido calmar las aspiraciones íntimas y profundas del corazón humano.

En el amor verdadero sucede todo lo contrario. Aunque los sentidos están mezclados a la expresión de los sentimientos, no son más que los servidores y en ningún modo los señores tiranos.

Con mucha frecuencia “Yo te amo” significa “Yo me amo”.

Barres llama a esto “el beso en el espejo”.

HE AQUÍ AHORA ALGUNAS IDEAS QUE NOS AYUDARAN A BIEN ESCOGER AL COMPAÑERO DE NUESTRA EXISTENCIA

Hay un proverbio que dice, hablando del matrimonio: “No hay que acostarse por la noche donde no quisiera uno despertarse a la mañana siguiente.” No se puede decir mejor. En efecto, cuántos despertares desgraciados, cuántas familias desunidas, cuántos hogares destruidos, porque los esposos se han casado sin preguntarse si la persona a la que asociaban su vida era verdaderamente digna de su amor y capaz de hacerles dichosos.

Una joven que comienza a interesarse por un joven debe inspirarse en el consejo siguiente:

“No hay que dejar que el corazón se enamore hasta que la razón haya hablado, con el fin de permanecer dueños de la situación, para poder dar fácilmente marcha atrás si la prudencia lo aconseja.”

La observación de este principio te hará un buen servicio y será incluso la salvaguardia de tu dicha. Lo cual no quiere decir que no se aconsejen los matrimonios por amor, antes bien queremos decir que éstos, para proporcionar la felicidad, deben ser razonables.

En todas las acciones importantes de su vida, el hombre se sirve de su razón pesando los pros y los contras, las ventajas y los inconvenientes, no tomando una decisión sin antes haberla reflexionado con madurez. Ahora bien: ¿hay en la vida una acción más importante que aquella por la que nos comprometemos al estado matrimonial? Ciertamente que no. Por tanto:

Antes de permitir a vuestro corazón que ame, exigid a vuestra razón unos motivos de estima que sean ciertos.

Cuando hayáis pronunciado el “sí” más solemne que podáis pronunciar, vuestro porvenir quedará fijado para siempre, habréis echado los cimientos de vuestra felicidad o de vuestra desdicha.

Mejor aún, ese “sí” no solamente fija el porvenir de los dos esposos, sino también el porvenir de su descendencia (se predica el culto de los antepasados y no se habla bastante del culto de la descendencia), y cuando una pareja humana lo pronuncia, parece que las generaciones aún inexistentes se hallan presentes para escucharlo. Parece que mudas, invisibles, salen un instante del reino de las sombras, donde todavía están, para rodear a la nueva pareja que les dará la vida.

Al escoger a tu marido, escoges al mismo tiempo al padre de tus hijos. Dadas las leyes de la herencia, hay que prever que los hijos, física, intelectual y moralmente, se parecerán en parte a su padre. Además, éste ha de ser su educador. ¿Y qué sucederá, si unos meses después de casaros, vuestro compañero se revela como un hombre mediocre bajo muchos puntos de vista?

En verdad que el pensamiento de las generaciones venideras es un motivo muy poderoso para llevar tanto al joven como a la joven a reflexionar maduramente antes de escoger la persona a la que unirán sus vidas.

DESCONFIAR DEL “FLECHAZO”

No, no es suficiente para asegurar un porvenir dichoso el dejarse guiar por el instinto sensual, por la simpatía natural que lleva al hombre hacia la mujer y a la mujer hacia el hombre. Nada más peligroso que confiar su dicha al azar, a la suerte. Nada más peligroso que esos “flechazos” que inflaman de repente el corazón de dos jóvenes. Por un éxito feliz, hay ordinariamente cien decepciones.

¡Y cómo no! He ahí a dos seres que ayer aún eran desconocidos el uno para el otro, o que a lo más se conocían sólo de vista. Una casualidad los une, brota una chispa, su corazón habla. Se vuelven a ver una vez, dos veces, cambian su simpatía y se convencen de que poseen el mutuo amor más auténtico. No sienten ninguna necesidad de penetrar en el santuario íntimo del corazón para ver en él las cualidades y los defectos; no se preguntan cuál ha sido el pasado del joven o de la joven. Además, ¿para qué sirve esa pesquisa? Un joven que sabe hablar tan bien, que posee tan finos modales, ¿no es un partido a elegir? Y acaso esa joven, de tan exquisitos encantos, ¿no será una esposa encantadora? En este miserable mundo no hay que ser demasiado difíciles, ¿adónde llegaríamos si no? ¿Defectos? Naturalmente que tendrá defectos. ¡Quién no los tiene! Pero nos amamos tanto, nos amaremos tanto, ¡que todos esos pequeños detalles desaparecerán! Como si el amor tuviera un poder mágico para borrarlo todo y para embellecerlo todo...

Pasan dos o tres meses, y se casan.

Y entonces no es de extrañar que, pasada la primera ilusión, esos jóvenes se den cuenta de que las cualidades que tanto les habían cautivado en el primer momento no eran sino cualidades de segundo orden, y de que no estaban hechos el uno para el otro. Mas, por desgracia, ya es demasiado tarde. Creían haber construido una fortaleza donde su amor permanecería al abrigo de todo peligro, y deben comprobar que no han construido más que un castillo de naipes que se ha desmoronado al primer soplo. Habían comenzado una novela rosa que acaba ya en la segunda página con una catástrofe.

EL EXCESO DE PRECIPITACIÓN

Y lo que es más penoso de comprobar es que son, sobre todo las jóvenes, las que pecan por esta falta de reflexión, por la ligereza con la que otorgan su mano al primer joven que se la pide. No es raro encontrar jóvenes a las que pudiéramos llamar de primera elección, que dan su corazón a un joven de quien están muy por encima, como si tuvieran miedo de no encontrar a quien dar ese corazón tan pobre, quedándose solteras. La peor boda no es la de una aristócrata que se casa con un simple obrero, sino la de una joven inteligente y virtuosa que se casa con un joven que no es tal.

LA AYUDA QUE PUEDEN APORTAR LOS PADRES

Puede suceder que la joven sea pedida en matrimonio por un joven al que no conoce bien. Es el momento de procurarse una información, pero como, generalmente, ella no está en disposición de hacer tal averiguación, debe consultar a sus padres y confiarse a ellos para tomar una decisión.

El padre y la madre son naturalmente los mejores jueces a los que la joven puede confiar su causa. Tienen sumo interés en hacerla dichosa; conocen el carácter, las aptitudes, las costumbres de su hija, y sabrán apreciar lo que en correspondencia ofrecen el temperamento, la condición social, la situación del joven; tienen sin duda relaciones que les permiten informarse sobre la familia del pretendiente y de la reputación que goza; se asegurarán también de que ninguna enfermedad hereditaria, ni ninguna tara contraída en el libertinaje, vendrán a entristecer el hogar.

LAS RESPONSABILIDADES FRENTE A LA FAMILIA

Existe otro motivo que obliga a los hijos a consultar a sus padres y a tener en cuenta sus consejos. El joven y la joven no vivirán solos en el mundo. Tienen una familia, mejor aún, dos familias a las que permanecerán unidos. Ahora bien: la familia es una sociedad que tiene intereses, derechos y deberes comunes, y cada miembro de esta familia tiene responsabilidades frente a los otros, de manera que la honra o la deshonra de uno de ellos es al mismo tiempo la honra o la deshonra de los demás.

Por el matrimonio, la novia introduce en el círculo familiar un elemento extraño que llevará a ese círculo sus cualidades y sus defectos. Se concibe, pues, que los padres que estimen el honor de su familia no puedan permanecer indiferentes ante el recién llegado, que dejará sentir su influencia en la familia adoptiva, para bien o para mal.

Por tanto, es un error decir: Yo no me caso con la familia, no me caso más que con la persona. En cierto sentido, se casa uno con la familia entera. Y si no reina la armonía con esta familia, vendrán los roces perpetuos y dolorosos.

Es juicioso y prudente que los hijos respeten la tradición y testimonien a sus padres la estima que les deben, consultándoles sobre la elección de su compañero o compañera de vida. Además, los padres que aman verdaderamente a sus hijos y que desean su dicha harán callar a su amor propio y a las pequeñas reivindicaciones de la vanidad para no considerar nada más que la ventaja de sus hijos.

Veamos aún algunas ideas, algunas consideraciones que podrán ser útiles.

EL MEDIO SOCIAL, LA EDUCACIÓN

Es prudente escoger un joven que sea más o menos del mismo nivel social que el tuyo. Vemos en el cine jóvenes ricos que se casan con obreras, y mecanógrafas volando a menudo en brazos de un conde o de un banquero, pero el cine no es la vida y uno de sus peligros es precisamente el que nos da una falsa idea de la existencia.

Ahí está la experiencia para demostrar que los esposos que pertenecen a medios de formación diferentes no son por lo común bastante fuertes para resistir los mil choques provocados por las diferencias de educación. Generalmente, al cabo de algunos años, el amor desaparece lamentablemente.

Si el uno y el otro habéis recibido más o menos la misma educación, los gustos, las costumbres de vivir y de pensar “cuadrarán” mucho más fácilmente. Y no tendréis que temer los roces y los choques que pueden venir no sólo de vosotros, sino de vuestras respectivas familias.

LA SALUD

Escoger un joven de buena salud es una condición de dicha, de equilibrio y de relativa seguridad. Un ser enfermizo es a menudo nervioso, irritable, sufre y hace sufrir. Desde luego que una vez casada tienes el deber de soportar, consolar y cuidar a tu marido, pero no estás obligada a exponerte a esos inconvenientes por imprudencia y falta de reflexión. Hay que pensar en ello por sí mismos, se tiene derecho. Hay que pensar también en los hijos futuros, tenemos obligación de hacerlo. ¿Por qué no ir cada uno por su parte a consultar un médico serio antes de casarse? Por tratarse de una decisión tan grave, nos parece elemental el hacer conocer al futuro cónyuge el resultado de la visita médica. Esta medida de lealtad es muy digna de la clarividencia inteligente de los novios modernos.

LAS CUALIDADES SERIAS

No hay que dejarse cegar fácilmente por los signos exteriores, bella silueta, elegancia, etc... Eso es muy apreciable, pero dura poco y no es esencial. El cuerpo se vuelve pesado, sus formas cambian. Lo que permanece son las cualidades sólidas, el valor, la franqueza, el buen humor y la generosidad para la realización del deber cotidiano. Un joven dotado de estas cualidades y de un físico suficientemente agradable para que se le pueda amar, es digno de retener nuestra atención, mucho más que un niño elegante cuyos cabellos engomados están impecables y cuya máxima ambición se limita a conseguir un perfecto nudo de corbata.

LA CUESTIÓN MATERIAL

El dinero ocupa muchas veces uno de los primeros puestos en el pensamiento de una joven que va a casarse. Para fundar un hogar es necesario tener con qué sostenerlo; pero hay que repetir que el mejor capital que un hombre puede aportar es, con una buena salud, el de las cualidades del corazón, el valor, la resistencia y las aptitudes para un oficio determinado. Entre un joven rico, pero perezoso y despilfarrador, y un muchacho que no posea nada más que sus pequeñas economías, pero que esté dotado de las cualidades que acabamos de enumerar, no hay que dudar un instante y escoger el segundo. Sus tesoros son inagotables, puesto que son capaces de hacer reinar en el hogar el orden y la dicha modesta pero constante.

En resumen: hay que escoger por esposo un joven hacia el cual se sienta un gran amor basado en la estima, sin dejarse cegar por el exterior ni por el dinero, antes bien, dando importancia sobre todo a las cualidades de su corazón y a las cualidades de energía, de valor o trabajo.

“La belleza agrada, el ingenio divierte,

La sensibilidad apasiona.

Sólo la bondad retiene: y une.”

Nota. Por regla general es preferible no casarse con un joven que no haya aún terminado su servicio militar y esto por varias razones.

La joven esposa, separada de su marido, encinta tal vez o ya madre, corre peligro de encontrarse en presencia de duras pruebas muy difíciles de vencer.

No sólo va a serle necesario asegurar la subsistencia del hogar con un modesto sueldo, sino que además le será preciso sin duda proporcionar a su marido el dinero necesario para los largos meses de su servicio militar.

Se da además la gran tristeza, de una separación durante la luna de miel, se interrumpen brutalmente los mejores momentos de la existencia para dejar en su lugar la soledad y la inquietud.

Por el contrario, se ha notado a menudo que los noviazgos comenzados antes o durante el servicio militar ofrecían a los jóvenes una buena escuela de fidelidad y permitían a las jóvenes conocer bien a su futuro marido.

“Es una cosa excelente el compartir su ternura con un corazón sencillo y fiel; pero tal vez sea mejor todavía llevar en el espíritu la misma fe, los mismos deseos, las mismas inclinaciones y dirigirse juntos hacia un mismo ideal con la misma fuerza de convicción.”

EL DESARROLLO DE LA MUJER

LA MATERNIDAD

La constitución física de la mujer —lo mismo que los dones morales y espirituales que emanan de su corazón— la predisponen a la Maternidad.

Por tanto, está hecha “FÍSICA” y “MORALMENTE» para ser esposa y madre.

La Maternidad es el desarrollo normal de la mujer; al fundar una familia, la mujer realiza su destino, obedece a la llamada de la Naturaleza, se introduce en el camino de la Felicidad.

LA MUJER ESTA DOTADA “FÍSICAMENTE” PARA SER MADRE

Veremos en el capítulo dedicado a la anatomía y a la fisiología que en el organismo femenino todo está ordenado para la maternidad, es decir, para la formación del germen humano, de su desarrollo y de su salvaguardia, tras el nacimiento y la lactancia del niño.

El cuerpo femenino, por estar destinado a ser eventualmente el receptáculo viviente de otra vida humana, ha sido dotado maravillosamente para su sublime misión.

Desde la más tierna infancia, y más especialmente desde la edad de su formación se desarrolla (talle, senos, caderas), florece y madura, a fin de ser más tarde apto para retener y alimentar sus frutos: los hermosos niños que tendrá la misión de dar al mundo.

Y el Artista Divino, que preside esta obra de la vida, no ha despreciado nada para hacer que sea digno de su alto destino ese cuerpo de la futura Madre:

Su forma, sus líneas, todo ese conjunto de delicadeza, de vigor y de gracia, unido al brillo de su rostro, a la dulzura de su sonrisa, a la irradiación de su mirada, realizan una armonía exquisita, algo grande, magnífico, lleno de encanto, de majestad, de proporciones admirables y de tanta utilidad como adorno.

La joven normal, pura, limpia, es decir, ordenada, llena de vida y encaminada a la vida, es verdaderamente bella a los ojos: bella por todo el brillo de su juventud, bella por todas las promesas y por todo el porvenir misterioso encerrado en su joven ser encantador.

¿No es la vida en flor la gran reserva vital? ¿No es este cuerpo vigoroso y frágil a la vez, formado expresamente para abrigarlo y estrecharlo, donde se encuentra encerrada la semilla misteriosa que, fecundada el día de mañana en el terreno propicio del matrimonio, dará un fruto maravilloso?

¿Habéis pensado alguna vez en admirar seriamente, muy de cerca, tal cual conviene, esta obra verdaderamente prodigiosa que la Maternidad realiza cada día en este mundo?

¡Qué mágica y extraordinaria aventura, tan bien concebida para entusiasmar un alma ardiente, es este desarrollo progresivo del niño en el seno materno! Es un modelo de técnica inigualado por el arte humano.

Intentemos representarnos este prodigio:

En una minúscula célula de dos décimas de milímetro, orgánicamente indiferencia- da, aparentemente banal, va poco a poco a formarse un cuerpo prodigiosamente complejo, con millares de células diversificadas: óseas, nerviosas, musculares, germinales, etcétera..., con los millares de ramificaciones del sistema nervioso, los múltiples conductos de las arterias y de las venas, con órganos de audición, de visión, de asimilación, de depuración que sobrepasan en mucho, en lo acabado, en la perfección y en el lujo de detalles, todo lo que la técnica del hombre puede realizar. La ciencia y el arte de todos los sabios son incapaces de reproducir una cualquiera de esas maravillas que realiza el cuerpo de la madre: ¿Quién puede fabricar un ojo o un riñón que funcionen como los corrientes?

Ahora bien: es un hecho que el cuerpo femenino ha sido formado para ser la cantera de esas elaboraciones maravillosas. En sus órganos procreadores hay un laboratorio viviente que realiza una obra prodigiosamente complicada: el cuerpo humano y sus múltiples estructuras.

Ese poder de dar la vida consagra a la mujer como madre, le fija un destino eterno, destino magnífico que colma de gratitud y de orgullo a las que un día descubren su profundidad y su belleza.

No, ese cuerpo no ha sido dado a la joven para que goce de él de modo egoísta y profano, sino para una misión santa, y la más humilde obrera, consciente de su nobleza y de sus responsabilidades, se siente en este terreno igual a la más favorecida por la riqueza. Es tan mujer como las más ricas y las más bellas; tiene dentro de sí en potencia ese poder estupendo.

Tal es la verdad grande y luminosa.

Desgraciadamente, muchas jóvenes están lejos de elevarse a estas consideraciones que son verdad, nobleza y reconfortamiento.

Y es que a menudo todo se aúna para sugerirles lo contrario: materialismo, licencia en modas y costumbres, literatura, teatro, cine, libertades de toda clase, casi siempre equívocas, todo esto ha falseado en más o en menos la perspectiva. Son muy numerosas las jóvenes que ni se conocen ni se guardan, sino que por el contrario entregan sus cuerpos, explotan o dejan explotar sus veinte años, sus encantos físicos y su potencia vital dentro de un libertinaje que no es sino un lamentable error.

Sin embargo, tanto hoy como ayer y como mañana, la ley natural y divina permanece: la mujer debe ser madre, todo su ser tiende hacia esa misión maternal tan sublime como necesaria. En la maternidad encontrará normalmente su perfecto desarrollo y su pleno equilibrio.

EL DESARROLLO DE LA MUJER POR MEDIO DE LA MATERNIDAD

Desarrollo: la misma palabra expresa bien lo que queremos decir: es el despertar de la flor, muy abierta, dejando admirar hasta el fondo de su cáliz la semilla, el fruto, que está dispuesta a dar 2.

El desarrollo de la mujer: ¿no es en cierto sentido como el resplandor de todo su ser? Se traduce por un rostro abierto, un cuerpo lleno de valor, una irradiación, un desbordamiento de vida, una sensación de quietud, de calma, de serenidad, una plenitud de fuerzas que manan, todo eso que hace que al lado de una madre joven se presienta, se guste, se experimente la influencia de ésta riqueza de vida.

¿De dónde viene este desarrollo?

De tres razones esenciales:

1.ª El tener hijos es para la mujer una necesidad fisiológica.

2.ª La Maternidad proporciona a la mujer su equilibrio.

3.ª El contacto con los jóvenes conserva la juventud.

Expliquémonos:

1.° LA MATERNIDAD, NECESIDAD FISIOLÓGICA PARA LA MUJER

Desde la adolescencia, el cuerpo femenino está orientado hacia esta posibilidad del don de la vida, y este cuerpo, en trabajo incesante, renueva periódicamente sus tentativas constantes para propagar esa vida.

Ya conocéis ese fenómeno, tan bello en su sencillez:

Cada mes, de dos delicados y pequeños estuches, ocultos en la intimidad del cuerpo (los ovarios), se desprende una maravillosa semilla (el óvulo), muy pequeña, pero extraordinariamente rica.

Al mismo tiempo, escondido en el secreto del cuerpo femenino, otro órgano aún más maravilloso, aquel en el que cae y en el que podrá germinar el óvulo fecundado, se prepara para recibirlo.

Este órgano (la matriz) sirve al niño de nido, en el que descansa y en que encuentra la sangre alimenticia, y en donde puede crecer, aunque pequeño y frágil, al abrigo de los peligros exteriores.

Y de este modo se transforma todos los meses en una cuna completamente fresca y nueva.

Si no ha sido concebido ningún hijo, todo ese trabajo, que ha sido inútil, es destruido y arrojado, produciendo una hemorragia que dura dos o tres días, y que se llama comúnmente la menstruación o las reglas.

Si por el contrario, el óvulo ha sido fecundado por el germen paterno, si se convierte en célula humana, experimenta una tirantez que provoca su fijación, anidando en la pared interna del útero.

Desde entonces, ya sabemos de cuántos celosos y constantes cuidados va a estar rodeado su desarrollo.

La naturaleza, desde este momento, no se cuidará sino del bien del niño, asegurándole de todo y contra todo, sin preocuparse de las molestias e incomodidades de la madre. Por eso sucede que incluso después de un embarazo más o menos doloroso, se ve que las madres dan a luz hijos sanos y fuertes.

Fisiológicamente, está reconocido que la constitución materna se perfecciona con el don de la vida, con esa liberalidad de vida que difunde, puesto que está perfectamente organizada, dentro de una gran armonía, para esa función.

Actualmente, la ciencia, la medicina, la experiencia corriente, están de acuerdo en sostener que la maternidad responde a una necesidad fisiológica de la naturaleza femenina.

2.º LA MATERNIDAD, FUENTE DE EQUILIBRIO PARA LA MUJER

El organismo femenino está, pues, totalmente orientado hacia la maternidad, y numerosos testimonios y observaciones autorizadas afirman que el cuerpo de la mujer no encuentra su pleno desarrollo, incluso el equilibrio de sus funciones, con frecuencia, ron todas sus repercusiones internas (humorales, hormonales, endocrinas), y externas (frescor, belleza, sobreactividad), sino cuando ésta ha sido madre.

El niño en formación no es un simple parásito pegado a su madre, y viviendo con ella. No se contenta con recibir los materiales necesarios para su desarrollo que ella se encarga de obtener del exterior y de asimilar. El niño a su vez le da estimulantes que serán la causa de su perfeccionamiento físico, y sentimientos hasta entonces insospechados que se transformarán en su complemento moral. Esa es la razón del desarrollo lleno de encanto, cuyo punto de partida en la joven es la maternidad.

Cuántas jóvenes un poco frágiles —no decimos enfermas— verán así que su salud se robustece tras el matrimonio y el primer hijo.

Y nos sorprenderemos a menudo de que aquella joven, que parecía anémica, se convierta en la madre valerosa y resistente de hijos hermosos y robustos.

Incluso la belleza se acentúa con la maternidad, se puede decir que el cuerpo se acaba en ella con toda plenitud.

3.º EL CONTACTO CON los JÓVENES, ELEMENTO DE JUVENTUD

Es un hecho que puede observarse todos los días: una mujer sana, de salud normal, encuentra en cada nueva maternidad un crecimiento de fuerza y de vida que conserva en ella durante mucho tiempo el resplandor de la juventud.

¿Hay alguna de las lectoras de este libro que no pueda evocar en este momento el recuerdo de una familia en la que la madre, radiante de hermosura y de encanto, parecía la hermana mayor de sus hijas?

Es una comprobación de la experiencia cotidiana, y muchas madres de familia traducen estas verdades con palabras tan sencillas y reveladoras a la vez como éstas: “Espero a mi quinto hijo para dentro de tres o cuatro meses; nunca me he sentido tan bien de salud y tan joven.”

¿Por qué clase de fenómeno? Lo hemos explicado hace un momento al hablar del desarrollo de la mujer; concluyamos con una pequeña exposición de razones tanto biológicas y fisiológicas como psicológicas.

Desde el punto de vista biológico y fisiológico, hemos deducido de nuestras comprobaciones precedentes que tan sólo la maternidad, varias veces renovada, y añadimos, completada por la lactancia, determina en la mujer la plenitud de su actividad vital.

Pongamos el caso de una madre de treinta y ocho a cuarenta años con un primogénito de dieciocho. Si se tratase de su único hijo, la madre estaría ya envejecida por la edad, la madre de un muchacho o de una chica de dieciocho años ¡ya no es una joven!.., sí, pero después nacen otros hijos: tienen quince años, once años, siete años, tres años, y de nuevo está preparando una cuna.

Todos esos seres vivos, ardientes y risueños, que han brotado sucesivamente del seno materno, han conservado el cuerpo de la madre en plena actividad, en pleno rendimiento.

La vida mana abundante y desbordándose de esa naturaleza fecunda, ¿y no es la fecundidad lo propio de la juventud?

Psicológicamente, se da otro hecho notable: el contacto permanente con los jóvenes conserva la juventud.

La valiente y alegre madre de cuatro a seis hijos fuertes y fogosos, que cría a su último hijo, y escucha su delicioso murmullo, es forzosamente una madre que ama la vida.

En efecto, la madre tiene el deber no sólo de trabajar, de penar y de sufrir por sus hijos, sino también el deber más difícil aún —puesto que requiere una parte especial de abnegación y de renunciamiento—, el deber de reír, de jugar, de correr, de cantar, de salir con sus hijos, de formarlos en los juegos y en la educación física, deber que cuesta mucho a la madre tan cargada ya de trabajo, pero que la conserva su ligereza, su agilidad, su vivacidad y su alegría de vivir.

Más tarde, a medida que crezcan los hijos, otro deber se impondrá a la mujer: el de conservarse joven y atractiva, vigilando su salud, cultivando sus encantos exteriores, siendo, si es necesario, un poco coqueta, con esa coquetería familiar que es siempre una forma de entrega.

De este modo contagiará a sus hijas esa preocupación por agradar, tan legítima cuando se ejerce para la felicidad de los seres amados.

A los ojos de esos muchachos que crecen y que se sienten ya preocupados por ese pensamiento y deseo de la mujer, ella encarna el tipo perfecto en el que soñarán al principio de modo oscuro y después más concretamente a ciertas horas.

¡Oh! ¡Qué bien ha triunfado en la vida! ¡Cómo ha sabido guardar su juventud y hacerla irradiar, esa madre que suscita en su hijo de veinte años ese bello deseo: “Quisiera que mi mujer fuera como mi madre”, y esa otra exclamación oída tan a menudo en los hogares en los que se ama intensamente: “¡Oh, qué mamá tan buena, tan guapa y tan simpática tenemos!”

Queridas amigas que meditáis estas páginas, ojalá que todas vosotras pudieseis un día merecer tal recompensa, tal marca de confianza y de amor.

Pero, me diréis, eso que nos presenta es el Ideal, ya que todas las madres que conocemos no son ni mucho menos florecientes de salud, de belleza e irradiantes de juventud.

Por desgracia intervienen en esos casos otras causas físicas, morales o sociales que no tienen nada que ver con la maternidad, o que incluso trabajan contra ella.

Volveremos a hablar de ello, pero ahora hacemos mención de vuestra tarea actual, de la vuestra, las jóvenes, las madres de mañana, puesto que la riqueza de vida que legaréis a vuestros hijos depende de la calidad de vuestra salud, no solamente de la actual, sino de todo vuestro caudal de fuerzas físicas, de vuestro valor biológico.

Los diversos accidentes sufridos por la salud durante vuestra existencia, vuestro género de vida, vuestro régimen alimenticio, vuestros cansancios y vuestros reposos, la calma o la agitación de vuestros nervios, todo concurrirá a dotar biológicamente al ser que un día llevaréis en vuestro seno.

Tenéis, pues, el deber preciso, imperioso, de formaros para realizar la misión que os será impuesta un día no muy lejano.

Si queréis que un día se críen en vuestro hogar hijos numerosos y fuertes, poned a salvo desde ahora vuestra salud, realizad un poco cada día esa preparación atenta que hará de vosotras mujeres vigorosas, valientes, equilibradas, aptas para maternidades favorables.

Antes de desarrollar la segunda parte de nuestra charla sobre la maternidad, antes de mostraros hasta qué punto está dotada la mujer para ser madre (página 31), vamos a daros algunos consejos propicios para el mantenimiento y el desarrollo de vuestra salud.

JÓVENES, VOSOTRAS LAS FUTURAS MADRES, FORMAOS UN CUERPO SANO Y VIGOROSO

¿Prepararse?

¿Con qué medios?

1. Una higiene razonable.

2. ¡Una vida sana!

3. Y el respeto a vuestro cuerpo.

1° UNA HIGIENE RAZONABLE

Es el arte de vivir con buena salud, nos dice la definición clásica.

Desde el punto de vista negativo, la salud es el estado de un ser cuyas funciones no son turbadas por ninguna enfermedad o alteración.

Pero la salud se define sobre todo por valores positivos que le dan un sentido mucho más amplio y mucho más rico, y podemos decir con verdad:

“La salud es el equilibrio, la armonía entre todas las funciones del cuerpo y del espíritu, de todas las actividades físicas, intelectuales y morales...”

“La salud es un capital, el más seguro, el más deseable; la salud trae consigo la alegría de vivir, da la libertad. Es una de las primeras condiciones de la felicidad, del éxito, de la vida activa, del buen rendimiento.”

Sí, la salud no es el fin de la vida, pero es un medio poderoso para tener una vida plena y fecunda, útil y dichosa.

La salud es un deber del individuo para consigo mismo y para con los grupos (familia, profesión, nación) en los que vive.

La salud se mantiene o se desarrolla con una vida sana.

2º UNA VIDA SANA

Es decir, una vida saludable, regular, armoniosa, ordenada, digna.

Una de las primeras leyes de la vida sana es la limpieza; es el primer mandamiento de la higiene, tan verdadero en el plano físico como en el moral.

El cuerpo y el alma están unidos de modo inseparable, por lo que tenemos que amar la limpieza en nosotras, dentro de nosotras, en nuestra vida moral y en nuestras relaciones.

La limpieza es un signo de nobleza, es un deber hacia nosotras mismas y hacia los demás.

El lavarse por las mañanas con mucha agua, el cepillarse los dientes todos los días, el lavado de manos antes de las comidas, la ducha semanal, he ahí un programa mínimo que parecería muy modesto en países más avanzados que el nuestro.

Pero sabemos, por desgracia, que en muchas familias y en muchos hogares la ejecución de este programa pide ya muchos esfuerzos. Palta sitio, faltan las instalaciones sanitarias. Por eso, muchos de nuestros compatriotas son de una negligencia lamentable en este punto y, lo mismo que en la corte de Luis XIV, utilizan los perfumes por necesidad... ¡Se acaba así tan pronto!

La joven valerosa y reflexiva no dudará en sacrificar un poco de tiempo y, si es necesario, en sufrir un poco para proporcionarse las ventajas de la limpieza corporal. Más tarde, cuando tenga su propio hogar, el primer “lujo” que ambicionará será éste: ¡un cuarto de baño antes que un salón, un calentador de agua antes que un adorno de bronce para la chimenea!

Otro factor importante para una vida sana es el sueño suficiente.

La vida actual, las invenciones técnicas de la ciencia, nuestras máquinas modernas, desarrollan cada vez más en nosotros un deseo de vida intensa, de movimiento, de rapidez, que nos empujan a pasarnos de nuestros límites fisiológicos y a trabajar con exceso.

La joven moderna tiene necesidad de reflejos rápidos, de agilidad, de flexibilidad, de espíritu de adaptación y de resistencia nerviosa.

Debe hacer frente a actividades y a trabajos que son los antípodas de las costumbres ancestrales (las abuelas vivían lentamente, sus nietas corren vertiginosamente).

Esta vida agitada, febril, trepidante, no puede sostenerse sin peligro, sino a condición de aplicar las reglas de higiene exigidas por el mismo cuerpo humano: hay que saber descansar; saber dormir lo primero.

Toda joven debe dormir un promedio de ocho horas de cada veinticuatro.

Las que pretenden dormir menos y encontrarse bien, están viviendo de las rentas, y un día se darán cuenta de ello.

Además, ¡es preciso un verdadero sueño! Un sueño de buena calidad. El ideal sería dormir en un sitio limpio, bien aireado, agradable, que sea realmente una habitación para acostarse.

Tras una jornada fatigante, excitante, conviene hacer una especie de preparación al sueño, intentando disminuir y combatir progresivamente la tensión nerviosa.

Algunos medios: comida ligera, frugal; paseo al aire libre o, al menos, movimientos respiratorios delante de una ventana bien abierta; ducha tibia o fría; lectura reposada de algunas páginas de un libro de valor; mirada retrospectiva sobre el día pasado; testimonio de una buena conciencia; alegría de vivir; paz en sí misma y en su alrededor.

Una vida sana debe suponer igualmente una serie de ejercicios físicos.

Esta cuestión de los ejercicios físicos y del deporte femenino es, en general, mal comprendida en sus medios y en su utilidad.

Es un error para una joven querer seguir las reglas que sirven para un muchacho.

La mujer, por su constitución física, es diferente del hombre; diferencia caracterizada por su sistema muscular, su esqueleto, su tórax menos desarrollado y más todavía por los órganos propios de la mujer y de la futura madre.

Más sensible a las excitaciones nerviosas, menos resistente a la fatiga, su constitución le prohíbe ir hasta el límite del esfuerzo.

Debe abstenerse de ejercicios de fuerza, de movimientos violentos. No está hecha para la lucha, para las competiciones ni para la guerra.

Su educación física debe estar orientada hacia el desarrollo de su sistema muscular, de su pelvis y de su aparato respiratorio.

Convendría que las jóvenes hiciesen cada mañana ejercicios de agilidad y movimientos respiratorios, lo mismo que un paseo cotidiano que todas pueden dar.

El trabajar en las cosas de la casa es también un excelente medio de educación física: fregar el piso, lustrar los muebles, limpiar los cristales, frotar las cacerolas, etcétera..., todos son ejercicios muy sanos...

Entre los deportes hay que prohibir a las jóvenes las carreras de velocidad, el salto de altura, el fútbol, los pesos, etc...

Durante la indisposición mensual se suspenderán todos los ejercicios físicos y deportes. En esos momentos tan sólo conviene el paseo higiénico.

3° EL RESPETO A VUESTRO CUERPO

Cuando hablamos del respeto al cuerpo, pensamos en el maravilloso instrumento que pone a nuestra disposición la Naturaleza, y que conviene mantener en su integridad, puesto que aquí abajo, si el espíritu está privado de su auxiliar el cuerpo, no es de ninguna utilidad.

Las jóvenes tienen, pues, el deber de guardar y de respetar su cuerpo, deber que se traduce en dos palabras que suenan claras y firmes a los oídos de una juventud sana: pudor y castidad.

Se representa corrientemente al pudor bajo los rasgos de una joven de 1830 —figura alargada, ojos bajos, sonrosada y tímida—, vestida con una ropa larga y sin escote, con la preocupación evidente de ignorar su cuerpo, de disimular toda línea femenina.

El pudor de una joven moderna no reviste el mismo aspecto que antes; pero conviene, sin embargo, defenderlo con la misma energía, puesto que está muy amenazado en el mundo actual.

El verdadero pudor puede definirse: el movimiento íntimo por el cual, tomando conciencia de su cuerpo de mujer, de su belleza, de los atractivos que ejerce, una joven procura “reservarlo” para un don completo y total de sí misma.

Este movimiento del alma manifestando su voluntad de respetarse a sí misma se traducirá exteriormente en su manera de vestir y en su porte, en sus vestidos y en su higiene íntima.

Manera de vestir. El pudor de buena ley exige que se evite el cruzar las piernas cuando estéis vestidas con una falda corta o demasiado estrecha, rechazando la ostentación, el tumbarse en un sillón, en la hierba o medio desnuda en los bordes de una piscina.

No mira con insistencia ni llama la atención con su mímica expresiva.

El pudor reviste, por el contrario, un modo de andar sencillo y discreto, franco y reservado; supone una actitud llena de dignidad, de gracia natural, sin afectación.

En las conversaciones, un pudor delicado hará el vacío a los chistes groseros o palabras fuera de lugar subrayadas con carcajadas triviales, pero no se enfadará e incluso sonreirá con otros chistes, aunque sean un poco libres.

Vestidos. En cuanto al pudor requerido para los vestidos, el gusto y el sentido de lo que conviene sabrán adaptarse a la naturaleza de cada una, lo mismo que a las circunstancias y a los lugares.

En general, cuando una joven escoge o confecciona un vestido, debe preocuparse de no ser provocativa, permaneciendo siempre delicada y agradablemente vestida. Hay “exigencias” de la moda a las que es mejor no someterse, ya que supone torpes exageraciones.

Higiene íntima. Si toda desnudez fuera de lugar se opone a la reserva y al respeto que cada cual debe a su cuerpo, el pudor más estricto es perfectamente conciliable con la más rigurosa higiene.

No se practica la desnudez por el hecho de desnudarse en el cuarto de baño o ante la mesa de tocador. Hay un modo de descubrirse, de tocarse para los cuidados necesarios, rápidamente, sin excesiva complacencia; antes bien, con la delicadeza que se tendría con un jarrón precioso.

Es muy deseable que la joven adquiera el hábito —para conservarlo cuando sea esposa— de hacer cotidianamente una ablución de sus partes genitales. Eso no exige un cuarto de baño ni un bidet, puesto que una simple palangana es suficiente.

Por el contrario, salvo en casos de enfermedad o de prescripción médica, se prohíben terminantemente las inyecciones a las jóvenes. La mujer casada se pondrá de vez en vez una inyección de agua tibia sin antiséptico.

5.° LA CASTIDAD

Si la castidad está amenazada con frecuencia es a causa de que el pudor femenino ha sido desacreditado como algo inusitado que ya nunca entrará a formar parte de los adornos morales de la joven.

Incluso sin ceder a los deseos de un joven, la chica ha podido dejar penetrar en su vida íntima muchos compromisos; las curiosidades malsanas, las lecturas enervantes, ciertos espectáculos, ciertos bailes, sueños que perturban, el despertar del placer sexual en el que se ha parado hasta provocar su sensación tocándose de modo impuro o realizando cualquier otra maniobra, todo eso son ya faltas, golpes graves a su pureza, a la integridad de su cuerpo sobre el cual ella hubiera debido velar con un cuidado celoso, con miras a su valor actual y a su mi Sión materna del mañana.

Si no reacciona dominándose valiente mente, se dejará arrastrar con rapidez más lejos; buscará junto a los jóvenes emociones más vivas.

A la hora en que la promiscuidad del taller, de la oficina, del almacén, de la fábrica, de la Facultad, etc..., se haga cómplice de sus deseos y de la necesidad de amar cada vez más imperiosa, provocará relaciones familiares con el primer muchacho que le haga caso.

Citas, abrazos pasionales no tardarán en seguirse.

Tales abandonos hacen muy pronto perder todo dominio de sus sentidos a la imprudente, y llega la embriaguez, el vértigo, la caída, la vergüenza de haber profanado relaciones que Dios ha querido ennoblecer y consagrar con la unión del matrimonio.

No evocamos este cuadro pesimista sino para mejor hacer resaltar el encanto de las relaciones sanas y sin equívoco que pueden existir normalmente entre chicos y chicas jóvenes.

La base de su actitud recíproca debe ser en este caso una profunda estima mutua.

Ahora bien: una verdadera joven, consciente de su misión, querrá encarnar a los ojos de todo joven el ideal femenino en que él sueña sin desflorar la imagen que se ha hecho de la que mañana será la compañera de su vida.

Las que por una inconsciencia dolorosa juegan con el corazón y la castidad de los jóvenes, ¿han reflexionado alguna vez en la terrible responsabilidad en la que incurren?

Sin duda, las mejores pretenderán no franquear ciertos límites, no se abandonarán completamente; ¡sí, muy bien! Pero los deseos culpables que habrán despertado buscarán su saciedad en otro terreno y engendrarán tal vez desórdenes peores.

¡Cuántas jóvenes que han olvidado desde hace mucho tiempo un amor pasajero —para ella, un incidente banal— se espantarían si pudieran sospechar sus lamentables consecuencias!

Si existe el amor culpable, es que muchas de entre ellas, tolerándolo o aceptándolo, le hacen vivir.

Que las ardientes, las convencidas, las que han comprendido un día la belleza de un amor grande y noble sepan reaccionar contra la corriente impía y destructora; que salvaguarden con su dignidad, su valor y su pureza radiantes la castidad de los jóvenes y, en consecuencia, la integridad de los hogares que ellas fundarán el día de mañana.

El día en que puedan estar seguras de haber llevado a los jóvenes a las más altas y más legítimas aspiraciones, de haberles abierto los ojos al verdadero amor, entonces ellas tendrán el derecho a exigirlos que se guarden a su vez para aquellas que serán mañana las madres de sus hijos.

Así, con ese dominio de los sentidos, hecho de pudor y de castidad, la joven se prepara virilmente a su futura misión de esposa y de madre.

No hay duda de que este programa de “formarse un cuerpo sano y vigoroso” por medio de toda esa disciplina física que hemos intentado concretar, no se realizará sin esfuerzos; pero el esplendor del ideal materno que vamos a vislumbrar cada vez mejor os hará comprender su necesidad y os preparará a todas, queridas amigas, para afrontarlas con un corazón valeroso.

Nota.— En el excelente libro de M. A. Bellouard, titulado Jeunes filies, vous et la vie, he leído esta bonita definición del pudor: “El pudor significa que la Humanidad tiene un sentido agudo del bien y del mal, la conciencia clara de una caída que siempre amenaza, el sueño emocionado de una belleza moral siempre amenazada. Significa el miedo de ensuciar lo que es virginal, de exponer lo que es frágil, de gastar lo que es un tesoro reservado. Conoce el sentido de un beso y su precio, el poder de una mirada y su peligro. El pudor tiembla y a veces se alarma.

Y en medio de todo eso revela que el ser íntimo no ha sido aún ensuciado. Es una debilidad, y esa debilidad es una gran fuerza. Es un encanto que los mismos que lo insultan tienen que reconocer.”

DE LA CHARLA SOBRE LA MATERNIDAD

La mujer está datada “moralmente” para ser madre

Formada en su cuerpo para ser madre, la mujer es igualmente en su corazón y en su espíritu, en las particularidades de su carácter y en toda su alma una madre.

EL DESARROLLO DEL INSTINTO MATERNAL

Sigamos alternativamente este desarrollo en la niña, la hermana mayor, la jovencita, la esposa joven y la madre.

La niña.— La mujer, aunque sea muy joven, tiene siempre alma de madre.

El instinto maternal está innato en la niña.

Una solicitud instintiva la impulsa muy precozmente hacia las cunas, y las muñecas le servirán para el aprendizaje del oficio de mamá.

El gusto de las muñecas remonta a una antigüedad tal que se han encontrado dichos juguetes en las tumbas de las niñas egipcias que vivieron varios siglos antes de nuestra era.

Siendo ya madre antes de ser mujer, la niña revela y encarna su misión específica en los juegos y en todo su comportamiento.

Escuchemos a una niña de seis años que juega sola en un cuarto silencioso. ¿No se dirige incansablemente a niños imaginarios que mima y corrige, para los que cose y a los que da clase?

La hermana mayor.— ¡Un nacimiento en casa!... Un muñequito fresco y sonrosado que llora con pequeños vagidos en la cuna que madre e hija han preparado con amor... Es el éxtasis en que ya vibra y palpita un pequeño corazón verdaderamente maternal.

“¡Mi hermanito pequeño!... ¡Nuestro niño!... ¡Nuestro muñeco guapo!...” ¡Qué ardor, qué entusiasmo vibran en esas palabras gozosas de la hermana mayor! ¡Y qué orgullo, qué alegría la de poder ayudar o suplir a su mamá en los cuidados que exige el pequeño! ¡Qué delicadeza, qué atención tan minuciosa!

Es así como aquella niña fogosa, que se movía con exceso, permanecerá horas enteras alrededor de la cuna cuya guarda le ha confiado su mamá: “Hoy te toca a ti vigilar al pequeño...” Esta frase mágica, al dar a la niña el sentido agudo de sus responsabilidades, despierta en ella de modo inconsciente las aptitudes de su naturaleza para la abnegación, para el don de sí, y revela a quien la observa la grandeza y la amplitud de esta vocación naciente.

La joven.— A menos de haber sido mimada y estropeada con una educación egoísta y comodona, o deprimida por una vida demasiado dura, la joven aspira a la maternidad.

Por no ser siempre absolutamente consciente no deja esta aspiración de ser real.

“Habladnos de la maternidad, del desarrollo del niño en el seno materno, del nacimiento de los bebés...; dadnos nociones de puericultura”, así se expresan nuestras hijas menores de veinte años cuando tienen confianza.

Y es ese mismo sentimiento el que conduce a tantas jóvenes hacia las obras sociales públicas o privadas que se ocupan de la infancia: jardines de infancia, maternidades, escuelas, guarderías, etc...

Aún más: son las mismas jóvenes, vibrantes y encaminadas hacia la vida, las que nos dicen: “Hablemos de amor”, porque el amor canta en ellas y parece llevar en sus pequeñas sílabas, frescas y valientes, toda su alegría, toda su esperanza, toda su razón de ser... Y se les habla de amor, y sueñan en el amor, y esperan el amor... Y los mismos instintos que empujan a nuestras hijas a acunar a los niños les impulsan también a querer mucho a aquel en el que sueñan, al que evocan herido para curarle, desgraciado para consolarle...; hasta tal punto la verdadera mujer está toda ella formada, amasada, para el don de sí misma, para el arte de proteger, de guardar, de alimentar, de salvar.

La esposa joven.— Acabamos de vislumbrar los tesoros maravillosos que encierra el corazón de la mujer. Ellas afirman gloriosamente la grandeza y el poder del instinto maternal, y éste, profundamente arraigado en la naturaleza misma de la mujer, explica, motiva y justifica ampliamente el atractivo invencible que ella siente hacia el hombre.

Estos dos seres se necesitan el uno al otro, hasta tal punto que no pueden realizar el uno sin el otro la obra providencial; ésa es la razón por la cual se atraen irresistiblemente, por la que tienden a unirse con todas sus fuerzas.

De esta unión, la mujer —la verdadera— espera naturalmente el hijo..., los hijos..., frutos y dones del amor.

Esa es la vida de la mujer; ése es el secreto de su salud física y moral. Esa es su misión; tiene necesidad de la maternidad.

La que no llega a ese punto no conocerá jamás la dicha profunda, la verdadera vida en toda su amplitud y digna de sus promesas.

Sin hijos la mujer es un cuerpo incompleto, un alma insatisfecha, ya que es precisamente por las alegrías del amor, de la maternidad y de la familia como la mujer realiza su espléndido destino.

La madre joven.— ¿Quién podrá explicar la emoción, el orgullo, la esperanza, la alegría que brotan del corazón de la mujer joven cuando se manifiestan en ella los primeros síntomas de la maternidad?

¿Hay en la vida del hogar un instante más solemne que aquel en que la esposa joven siente que punza en su carne una esperanza, que pronto se convierte en certeza, y lo anuncia a su marido?... ¿Hay un minuto que pueda ser más emocionante en la intimidad conyugal que aquel en que, estremeciéndose de amor, unidos en un abrazo que los confunde y los excede, los esposos saludan en el secreto del seno materno —como al desarrollo y a la prolongación de su propio ser— al alba de una nueva vida?

Y con el alma abierta, tendida hacia el porvenir, la futura madre tiembla ante una misión radiante: una vida nueva se ha despertado en su seno; durante nueve meses va a ser la depositaría de esa vida, durante ningún instante estará ya sola; hay un pequeño ser allí, testigo silencioso de todas sus acciones, de todos sus gestos, de todos sus pensamientos. Del seno materno en el que está calientemente envuelto espera el niño toda su subsistencia y su constitución física, pero también su valor moral.

A su madre incumbe el deber de ser el terreno propicio del que brote un cuerpo sano y vigoroso, un alma generosa y pura.

Esa certeza conduce a la futura madre a un cambio más o menos radical al ser consciente de su nuevo estado.

Esta primera etapa va marcada por una evolución sorprendente, y se ven casos de jóvenes que hasta entonces habían sido ligeras, frívolas, egoístas que se vuelven progresivamente graves, serias, reflexivas, más profundas, más comprensivas, más delicadas, puesto que ya comienza para ellas esta obra de transformación interior, ese don de sí que exige la procreación de un niño, ¡de un hombrecito!

Ese pequeño que ella espera, su pequeño, todavía desconocido, despierta en su ser unos ardores, unos impulsos insospechados, que la rodean de una aureola de nobleza, de grandeza.

Rica o pobre, no existe diferencia... Desde el día en que una mujer ha concebido lleva en sí un tesoro vivo e inestimable. Surge entonces espontáneamente de su espíritu la frase eterna: “¿De dónde me viene a mí tanta dicha?”

Y entonces un deseo vehemente, el de llegar a ser digna de la inocencia y de la pureza de un niño pequeño, se hace cada vez más urgente, trastocando todas las cosas y volviéndolas a dar sentido.

¡Madre joven!—¡Por fin llegó tu hijo! Ahí está, hermoso muñeco fresco y sonrosado, flor humana, flor de vida abierta ahora al mundo gracias a esta madre debilitada, pero irradiando también toda su maternidad.

Ella reclama pronto a su hijo, cuyo pequeño cuerpo siente agitarse en su cama; quiere verle, besarle; olvida sus sufrimientos, inundada en la alegría incomparable de haber dado un niño al mundo. Y desde el fondo de su ser, quebrado y rejuvenecido a la vez, la madre siente brotar el himno a la vida, el himno triunfal; su corazón se dilata y su alma canta con una de ellas: “¡Nos ha sido dado un niño pequeño para que nosotras ahora, Señor, te demos un hombre! ”

Y ahora va a comenzar una vida nueva para el hogar entero, y sobre todo para la madre.

Ante este pequeño tan confiado que se abandona en sus brazos, la madre siente nacer en ella un gran amor, y con él, un sentido agudo de sus pesadas responsabilidades.

Tras algunos días de emoción y de miedo, se adapta rápidamente a su nuevo papel, gracias a sus aptitudes y a sus instintos maternales.

Vela a cada instante, de día y de noche, ante este niño que ha alimentado con su sangre: su ser atento tiende constantemente hacia él...; un grito, un lamento, una respiración por pequeña que sea, y ella está ahí para oírle y espiarle en el silencio de su alcoba, y pronto, a la menor alarma, corre temblando de angustia y de ternura.

Dulce y paciente, sigue instante tras instante los pequeños progresos del niño: su primera sonrisa, su primera mirada consciente, su primer diente, las primeras manifestaciones de sus defectos o de sus cualidades, nada la escapa. Da mucha importancia a los detalles indispensables y a los cuidados minuciosos que reclama la frágil delicadeza de los pequeños.

Su corazón, todo él amasado de bondad, sabe encontrar sin necesidad de palabras el corazón de su hijo, que no puede expresarse y cuyos sufrimientos y alegrías ella adivina y comprende.

En su inmensa necesidad de darse, la madre se entrega al hijo día y noche.

Le defiende de los mil peligros de orden material o moral que le amenazan a cada paso, preocupada del desarrollo de su cuerpo, pero más aún del de su alma.

Sueña en su pequeño y le quiere grande, puro, fuerte y hermoso.

Así, poco a poco, ella encarna a los ojos del hijo la madre educadora; le pide que haga el bien y le prohíbe que haga el mal.

Ella es la que sabe y puede infundir en el alma de su pequeño cosas maravillosas y desconocidas: la bondad, la dulzura, la virtud; es la que puede vigilar sus movimientos; sus pensamientos, sus sentimientos y sus afectos; puede conocerlos apenas surgen para darles una orientación saludable.

“¡No ha conocido a su madre!” ¿No es ésa la excusa que desarma ante un pequeño perdido en el desorden y en la mala conducta? ¿No falta siempre algo, en efecto, al que no ha sido rodeado en el alba de su vida de ese amor único que es el amor maternal?

Pero para que su sello sea profundo e imborrable es preciso que la madre lo eleve a la altura de su espléndida misión, es necesario que sus hijos puedan encarnar en ella su ideal.

CHARLAS COMPLEMENTARIAS

LAS QUE NO SERÁN MADRES

Aunque su ser entero las disponga para ello, todas las mujeres, sin embargo, no serán madres.

Están en primer lugar las estériles involuntarias: las que no han podido casarse por una razón cualquiera o las que, casadas, no han podido tener hijos.

A estas últimas tenemos que recordar que, gracias a los progresos de la ciencia, hay muy pocos casos de esterilidad que puedan considerarse como definitivos. Muchas que se creen incapaces de dar la vida no necesitan más que sufrir una ligera intervención quirúrgica para poder dar al mundo hermosos niños. En todo caso, que el matrimonio no desespere jamás en este sentido sin que el marido y la mujer hayan consultado antes a un buen médico 3.

La mayor parte de las estériles involuntarias, casadas o no, sufren mucho durante su vida por la ausencia de hijos. Cuando nos veamos tentadas a criticarlas, ¡pensemos más bien en su sufrimiento!

Vienen a continuación las estériles voluntarias. Y entre ellas, dos categorías:

1. ° Las que renuncian a los hijos y, por consiguiente, renuncian también al matrimonio y al amor.

2. ° Las que rehúsan la maternidad, pero no quieren rehusar a los goces del amor.

NI AMOR NI HIJOS

La primera categoría se inspira, en general, en razones válidas, e incluso a menudo en razones muy dignas de estima. Renuncian al matrimonio y a la maternidad, permanecen “solteronas” para cuidar a parientes ancianos y enfermos, para educar a sus hermanos pequeños, a sobrinos huérfanos, etcétera... O bien para seguir una carrera en la que se piensa ser útil a la sociedad (carrera médica, científica). Aún más: para consagrarse a una obra de caridad. Finalmente, para seguir las exigencias de una vocación totalmente inspirada por el amor divino: es el caso de las religiosas.

Todas esas mujeres no dejan de ser grandes, no quedan disminuidas por su renuncia, ya que no es a base de egoísmo, sino, por el contrario, a base de sacrificio y de abnegación. Por otra parte, la mayoría de ellas conserva un corazón verdaderamente maternal. Lejos de estrecharse, se abren y se engrandecen en ese estado al que llaman con frecuencia la “maternidad espiritual”.

EL AMOR, PERO NO LOS HIJOS

Pasemos a la segunda categoría de estériles voluntarias. Las que rehúsan los hijos queriendo, sin embargo, gozar del amor. Esta categoría no merece ni mucho menos la estima que tenemos hacia la primera.

¿Es necesario siquiera hablar de las mujeres que no aceptan el yugo del matrimonio y que pretenden vivir en la unión libre o en el concubinato? No hay que reflexionar mucho para comprender que el amor fiel no puede sostenerse durante mucho tiempo fuera de un lugar estable y regularmente establecido, y pensamos que nuestras lectoras sospechan los males de todo género (abandono, corazón desgarrado, miserias morales y materiales) a los que se exponen las que se apartan del camino normal, que es el matrimonio. En tales circunstancias, la llegada del hijo es considerada como indeseable, puesto que no haría sino agravar las preocupaciones.

Pero hablemos con más extensión de esas mujeres casadas, tan numerosas en nuestros días, por desgracia, que quieren aprovecharse del amor y de sus alegrías sin conformarse a sus leyes, sin aceptar incluso la posibilidad de la llegada de un hijo.

¿POR QUE SE REHÚSA AL HIJO?

He aquí el lenguaje que se oye a veces:

El tener hijos hace sufrir demasiado y arruina la salud.

Deforma y vuelve feas.

Supone demasiadas cargas y preocupaciones.

La mujer tiene cosas más importantes que hacer que pasar los mejores años de su vida “limpiando mocos”.

Examinemos juntas lo que en realidad valen estas objeciones.

LOS DOLORES DEL PARTO

Digamos rápidamente, en honor del sexo femenino, que este miedo al dolor es muy raramente el único o el principal motivo de negativa para cumplir el deber maternal.

Sin duda, ciertas mujeres que han tenido un primer parto muy difícil o consecuencias malas después de los partos son luego tentadas para no tener más hijos. Por el contrario, es raro que una recién casada tenga miedo de tener hijos tan sólo por los dolores del parto.

Y aunque así fuese, ¿qué valdría tal razón?

Es cierto que los dolores del parto son especialmente penosos; ninguna madre afirmará lo contrario. Pero es necesario decir que desde el comienzo del mundo millones y millones de mujeres (las cuales no eran todas forzosamente modelos de valor) han podido soportarlos. Antes de abordarlos debe la mujer tranquilizarse pensando que esos dolores serán de bastante corta duración. Y después, al terminar en un feliz nacimiento, no dejan huellas, se les olvidan muy pronto por la alegría y el orgullo de haber dado un hombre al mundo. ¡Qué de sufrimientos mucho más terribles son producidos por ciertas enfermedades, un accidente o una operación que duran mucho más tiempo, pueden volver y no proporcionan esa maravillosa compensación!

Finalmente, en el parto como en otras muchas cosas, lo que cuesta es el primer paso. El nacimiento del primer hijo (y algunas veces del segundo) es ciertamente más doloroso que los siguientes. Para estos últimos “el camino está hecho”, como dicen las mujeres; los tejidos musculares están notablemente distendidos y el parto se realiza mucho más rápidamente, e incluso del diez al veinte por ciento de las mujeres dan a luz espontáneamente y casi sin dolores.

La obstetricia moderna (la ciencia de los partos) ha hecho además progresos considerables. Los antiespasmódicos suprimen las contracciones musculares, causa de los dolores más vivos; los ocitócicos aceleran el trabajo, que era lento por falta de contracciones; los antibióticos han suprimido el peligro de infección, las transfusiones de sangre permiten cortar las hemorragias graves. Gracias a los progresos de la ciencia, los casos de accidente mortal se han hecho rarísimos para la madre y aún más para el hijo. Esto debe tranquilizar a la mujer joven que da a luz, disminuyendo su aprensión y haciendo el parto menos doloroso.

En efecto, los descubrimientos recientes han demostrado que el miedo al parto, a la infección y a la hemorragia; que la ignorancia de los sucesos que tienen lugar durante el embarazo y el parto; que las lecturas y las conversaciones que se complacen en narrar casos desgraciados; que todos esos factores, en una palabra, son responsables de una gran parte de los dolores del parto, ya que crean en la mujer un estado de angustia y de contracción muscular que produce espasmos al nivel de los músculos uterinos, espasmos que engendran dolores.

Al familiarizar a la mujer con las nociones que ignora, al luchar contra los prejuicios y al hacer callarse a las charlatanas se suprime el ambiente de pánico que rodea al parto y, los hechos lo prueban, la mujer puede dar a luz sin dolor —o casi sin dolor— incluso la primera vez. Volveremos a hablar de esto en el capítulo sobre el parto (página 192). Pero retened ya que se puede dar a luz sin dolor.

La maternidad es una función natural, no una enfermedad, esto es lo que hay que repetirse.

Por el contrario, las prácticas anticonceptivas son peligrosas y susceptibles de acarrear toda clase de sufrimientos y de enfermedades.

No hablemos del aborto, que mata a una proporción infinitamente mayor de mujeres que el parto. Pero ¿habéis pensado en todas las miserias causadas por el hábito de las prácticas contra la Naturaleza destinadas a evitar los hijos, en los tratamientos que exigen a menudo estas miserias, en las perturbaciones que corren el riesgo de provocar al llegar a la menopausia, etc. (Esta cuestión se trata en otra parte del libro.) En resumen: en el matrimonio, y únicamente desde el punto de vista de la salud, el evitar los hijos es más peligroso y más complicado que el tenerlos.

¿FEAS LAS MADRES?

¿Acaso la maternidad afea a la mujer?

Hay momentáneamente una deformación, pero la palabra afear no es exacta. ¿Se dice que es feo un brote lleno de savia, que promete flores y frutos? ¿Se dice que es fea una rama porque se pliega bajo el peso de los frutos, que sólo con verlos se nos hace la boca agua? Aspecto diferente; belleza evocadora de la fecundidad, del poder, de la vida.

Además, si la maternidad deforma temporalmente a la mujer, ¿se atrevería alguien a reírse de esta deformación, tan gloriosa, lo mismo que no lo haría de la desfiguración de un herido de guerra? Si la deforma temporalmente, es para darle en seguida, por lo corriente, más encantos. La sangre renovada da un tinte más fresco, los senos aumentan de volumen y se afianzan, las formas se redondean, la mirada feliz es más brillante. Cuántas jóvenes que antes eran insignificantes, al ser madres, se vuelven verdaderamente bonitas.

Si todas las madres no tienen esta hermosura y este encanto, sobre todo las madres de familias numerosas, es que intervienen otras causas, y la principal es el exceso de trabajo. En una sociedad mejor organizada en la que todas las madres, incluso las menos afortunadas, consiguieran ayuda en esos casos, se comprobaría sin duda alguna que una madre guarda su juventud durante más tiempo que una mujer soltera.

También la negligencia puede ser causa de una vejez prematura. Una madre, aunque tenga muchos hijos, nunca debe despreciar sus deberes de esposa —y uno de los principales es el de continuar agradando— con el pretexto de entregarse a su tarea maternal. Existen algunas precauciones que conviene tomar tras un embarazo, que servirán tanto para la salud como para la elegancia: vendarse fuertemente el vientre mientras que se está en la cama, y luego llevar prendas que sostengan los órganos que lo necesiten. Hacer un poco de gimnasia sencilla como lo ordenan los médicos. Durante la lactancia llevar un sostén particularmente resistente y capaz de aliviar los músculos que sostienen los senos, ahora más pesados por la subida de la leche. Y luego, no descuidar demasiado el cuidado de sí misma con el pretexto de que “no se puede estar limpia cuidando niños”. Ciertas ropas lavables son tan encantadoras como prácticas.

Mediante estos cuidados, que están al alcance de todas, la maternidad no debe afear a la mujer, sino todo lo contrario.

¡MENUDA CARGA SON LOS NIÑOS!

Lo que muchas mujeres temen más de la maternidad son las cargas y los sacrificios que impone.

La pérdida de la libertad: Embarazo, lactancia, niños que guardar; se acabaron las salidas a cualquier hora, el cine por la noche y el trabajo fuera de casa.

Las cargas materiales: Incluso con los subsidios familiares, es cierto que el matrimonio que tiene muchos hijos no puede vivir al mismo nivel que el que es estéril. La madre tiene siempre poco dinero para consagrar a su cuidado personal: hay que despedirse de los alimentos costosos y de tantas otras delicadezas.

Las cargas morales: Preocupaciones por la salud, por los caracteres más o menos difíciles de dirigir, por el porvenir a preparar a cada uno. “Educar” un hijo, en todos los sentidos de la palabra, no es un asunto sin importancia.

SUFRIMIENTO, SI, PERO TAMBIÉN COMPENSACIONES...

¿Se equivocan totalmente las mujeres que se asustan tanto por las cargas de la madre de familia?

No. Es cierto que esas cargas son reales y a veces muy pesadas. La madre de varios hijos necesita mucho valor y olvido de si misma, sobre todo en las difíciles circunstancias de la vida actual.

Sin embargo...

La sujeción no durará siempre. Los hijos crecerán. Llegará un día en el que todos, por tener que ir a clase o al taller, proporcionarán a su madre algo de libertad. ¡Tal vez entonces sienta la nostalgia del tiempo en que sus pequeñines la tiranizaban y la retenían cautiva en casa!

Mientras ese momento llega, es cierto que incluso la madre más abnegada siente a veces la necesidad de evadirse un poco, de hacer un poco de reposo o de distraerse sola o con su marido. Algunas personas de barrios obreros comprenden ese deseo legítimo de los matrimonios jóvenes, y se ofrecen de vez en cuando a guardar a los niños. ¡En la Patria que queremos reconstruir, sería preciso que se desarrollasen ampliamente —en todas las clases de la sociedad— el gusto y la práctica de la ayuda mutua entre las familias!

Las cargas materiales pueden espantar también. Sin embargo, la sociedad moderna ha comprendido que debía participar en ello. El Gobierno debe hacer cada día más cosas a medida que vengan tiempos mejores.

Por otra parte, hay que reconocer que cuanto más numerosa es la familia, se sabe mejor el modo de arreglárselas, ordinariamente. Se conoce mejor la manera de economizar. Se es menos exigente y se adquiere por necesidad más habilidad.

Esas cargas se aligeran a medida que los hijos entran en la vida activa. Más o menos pronto, según la profesión escogida y el medio ambiente, el adolescente se encarga de alguno de sus gastos personales, y después, incluso aporta su dinero para el presupuesto familiar. En ciertas profesiones, sobre todo en el campo, el hijo se convierte rápidamente, tan sólo desde el punto de vista material, en una verdadera riqueza.

Más tarde, esos mismos hijos serán el pan asegurado, el asilo y el consuelo de los padres envejecidos. El tener hijos es el mejor seguro de vejez.

Finalmente, si bien es verdad que muchas privaciones siguen siendo la herencia de los padres, ¡cuántas alegrías les vienen también de los hijos! La debilidad de los pequeños, tan confiados en nuestra fuerza, en nuestro amor, sus ojos claros que nos preguntan sin cesar, su bonita sonrisa y sus dulces gestos aún torpes, son de un encanto que ninguna otra cosa en la vida podrá proporcionarnos. Más tarde, vendrán otras alegrías, según las etapas: la primera clase, la primera comunión, los primeros exámenes, los primeros pasos en la vida profesional..., ¡y qué alegría hace reinar en el hogar una gozosa tropa de hijos!

¡LIMPIAR MOCOS, MUCHAS GRACIAS!

Muy bonito todo eso, dirán algunas, pero ahora que tantas carreras interesantes se presentan a las mujeres, no queremos pasarnos los mejores años de nuestra vida limpiando mocos...

“Limpiar mocos.” ¡Como si el tener hijos no consistiese más que en eso!

¿Quién ha lanzado esa fórmula despreciativa y mezquina? Algunas mujeres que, por incapacidad o negligencia, no han podido elevarse por encima de los cuidados materiales necesarios al hijo. Y, sobre todo, esas personas que ni desean ver a la mujer en el hogar ni a su Patria bien poblada. Desgraciadamente han tenido éxito. Muchas mujeres, asustadas por una tarea presentada exclusivamente y de modo voluntario bajo estos aspectos austeros, han preferido antes que la cuna, la fábrica, la oficina o el taller.

Pero será necesario que vosotras, queridas amigas, sepáis y repitáis en derredor vuestro que criar hijos no es sólo cocinar, lavar pañales o coser calcetines: es más, y sobre todo es despertar pequeñas inteligencias, formar voluntades que aún oscilan, abrir corazones nuevos. Es colocar en un hermoso sendero a esos pequeños seres que comienzan su carrera. Es preparar hombres para el mañana, para la sociedad, para la Patria del mañana. ¡Qué bella tarea!

Las necesidades materiales están ahí, naturalmente, pero existe un modo de atenderlas sin dejarse absorber por ellas del todo. Existe un modo de preparar excelentes comidas sin pasarse la mañana entera en la cocina, un modo de ensuciar un mínimo de vajilla, de coser a punto una prenda antes de tener que hacer largos arreglos, de acostumbrar a los niños a no revolver las cosas, e incluso a realizar pequeños servicios.

La madre que haga suyas esas “astucias” no se verá jamás sumergida por la tarea y le quedará tiempo suficiente para reposar un poco o distraerse, cultivar su espíritu y tener con su marido algunos ratos de intimidad (esto es muy importante).

Ya lo veis, las tareas de la casa, comprendidas de este modo, no disminuyen nada a la madre, sino todo lo contrario. ¿Dónde se podrá encontrar una situación comparable a ésta, y que le permita hasta ese punto desarrollar su valor humano y su personalidad? En cualquier otro lugar será una subalterna, mientras que aquí es la soberana y está revestida, frente a la sociedad, de la más ennoblecedora de las responsabilidades.

¿UN HIJO ÚNICO... O VARIOS HIJOS?

La autora de este libro tiene cuatro hijos y desea tener más, pero dado que tiene el privilegio de que la ayuden en las tareas de su casa, ha pensado que una de sus amigas, esposa de un empleado de situación modesta, estaría más calificada para responder a esta pregunta.

He aquí su respuesta

“Me preguntas que por qué no he querido limitarme a tener un solo hijo. ¡Pues bien!: lo primero porque tenía miedo de que me costase mucho más educarle, y, luego, dirigirle en la vida, que si tuviera varios.

Después, por mi ventaja personal, ya que deseo tener alrededor mío un pequeño mundo que será la alegría de la casa y para mí la mejor de las compañías. El padre está ausente durante la mayor parte del día, y si no tuviese más que un hijo, me ocuparla de él con pasión durante los primeros años. Pero cuando comenzase a ir a la escuela, me quedarla completamente sola de pronto.

Y me daría la impresión de haber envejecido súbitamente, de haberme quedado inútil de repente.

Si tengo varios que se suceden, a pesar de la fatiga que esto supone, y que no ignoro —¡son a veces tan tiranos los pequeños!—, me parecerá que vuelvo a ser una recién casada cada vez. Es verdad que no acabará nunca el trabajo, pero tampoco la alegría. Siempre habrá vida en la casa: cuando los mayores estén en clase, estarán conmigo los pequeños. Y sé de sobra que me aburriría horrores si tuviera que quedarme sola.

Eso terminará por suceder un día, ya lo sé. Pero entonces tendré tales preocupaciones con toda mi tribu que me pasaré el día entero pensando en ellos. Estarán todo el tiempo en mi corazón, esperando volverlos a encontrar todas las noches, y si es posible, incluso a mediodía.

Naturalmente que no pienso tan sólo en mí al desear varios hijos. Si no tuviera más que uno se aburriría el pobre tan solo. ¿Os creéis que la madre o el padre pueden reemplazar a los hermanitos o a las hermanitas? Ya encontrará amigos, diréis, con los que divertirse. Es verdad..., pero fuera, en la escuela. Mientras que al volver a casa, se sentirá solo. Y tal vez termine por hartarse de todo.

Si se acostumbra a vivir solo, es que le falta vida; o lo que es peor, se habrá convertido en un egoísta. Ese es el mayor peligro de los hijos únicos.

Todo se dirige a ellos. Ven sin cesar a su padre y a su madre ocupados de ellos. Y piensan naturalmente que son los únicos hijos del mundo.

Y entonces, su corazón se vuelve cada vez más seco, incluso para con sus padres. Se creerá que los ama más puesto que está solo y que ellos le aman con una especie de adoración. Pero sucede precisamente lo contrario: Cuanto más le dan más cree que le deben.

Si tiene alrededor suyo hermanos y hermanas más pequeños, se da cuenta de que debe pensar en los demás, ayudarlos y no ser demasiado exigente. Su carácter se roza con el de los otros y éstos se encargan bien de reclamar lo que es suyo. Incluso se pegan a veces. Eso les acostumbra a la vida real. Se dan cuenta también de que dependen los unos de los otros; y se verán obligados, a pesar de sus riñas, a ayudarse mutuamente contra los de fuera.

Tal vez se piense que soy desgraciada y se tenga compasión de mí. Pues bien: no quiero que tengan compasión de mí ni que se crean que soy desgraciada. Conozco a una madre de nueve hijos que los ha criado ella sola, sin ayuda de nadie. Pero ha sido lista para hacer que la ayudasen sus mismos hijos desde que eran capaces de ello. A partir de los cinco años les ha ido enseñando a prestar pequeños servicios. Los más grandes se ocupan de los más pequeños. Cada uno de los mayores tiene su ahijado, del que cuida. Le enseña cómo hay que portarse.

Cada cual se hace su cama y limpia el cuarto que comparte con otros, cuando le toca la vez. Antes de salir, por las mañanas, pelan las legumbres y barren el cuarto de baño. No terminaría de contar cómo se pasan los días en esa pequeña tribu. Pero puedo asegurar que viven muy felices. Y la madre me decía que dispone de varias horas libres cada día. No quiero decir que todas tengan que hacer lo mismo: no, no es tan sencillo como parece. Pero este ejemplo muestra cómo se puede ser felices incluso teniendo muchos hijos, cuando se tiene orden y disciplina.

Esos padres están seguros de que nunca les faltarán hijos y nietos. Ya es algo. ¿Os imagináis la tristeza mortal de los que no han querido tener más que uno y que le pierden sin esperanza? He conocido familias que han podido reemplazarle, como cuando se ha roto una porcelana. Se han hecho otro de recambio. Sí, pero imaginaos qué ratos han vivido, temiendo a cada instante perder este nuevo hijo. He visto otras familias que, por desgracia, ya no tenían la edad necesaria para tener hijos y que han sido condenados a envejecer en la soledad, sin alegría, sin esperanza, con la muerte en el corazón y sin vida en el hogar.

Pero, incluso en el caso de que viesen a su único hijo crecer, conseguir una situación, casarse y tener a su vez un hijo, o garios, es seguro que su vejez será menos dichosa, menos rodeada de cariño, menos satisfecha en el fondo, que si hubieran tenido una verdadera familia. Cuando hay varios hijos surgen sin cesar nietos que vienen al mundo y que rejuvenecen el corazón de los abuelos. Hay que ocuparse de este matrimonio y de aquel otro. Se puede ir a pasar unos días a casa de éste o en casa de aquél. Se distrae uno, se realizan algunos servicios y descansa el corazón al sentirse amados por todas partes, y al sentir que se ama en; plenitud. Tal vez haya entre los hijos alguna soltera que, al consagrarse a los sobrinos y a los nietos, se consagrará también a sus ancianos padres. ¿Se estará mejor cuidado que en esas condiciones?

Prefiero sufrir un poco más ahora que soy joven y fuerte, para tener más tarde un poco de alegría, y sobre todo esa alegría de sentir que mi vida ha sido útil y fecunda. No se dejará sobre la tierra sino lo que se ha hecho, lo que se ha creado. Tal vez sea mejor sembrar en condiciones un poco más difíciles, si de esos esfuerzos se va a cosechar una felicidad centuplicada.”

Así habla una valiente madrecita que en realidad ya tiene cinco hijos, sin tener, sin embargo, medios para que la ayuden.

Nota de la autora.— Al seguir mis diversas charlas te habrás sentido sin duda dichosa al descubrir todo lo que trae consigo un hijo. Para ser completamente franca contigo, voy a señalarte todavía los riesgos que corren las que piensan que deben rechazar ese pequeño ser.

LO QUE PELIGRA LA MUJER RECHAZANDO LOS HIJOS

La mujer que intenta evitar el complemento natural del amor, el fruto del amor, el hijo:

EMPOBRECE SU CUERPO

Primeramente, al privarle del desarrollo que habitualmente provoca la maternidad.

Y también, al privarle de ese saludable período de reposo (reposo activo, sin duda, pero real) que son, para los órganos femeninos periódicamente congestionados, los meses de embarazo y de lactancia (durante los cuales desaparece el trabajo de la menstruación).

Pero sobre todo al contrariar el orden de la naturaleza que no debe ser perturbado en la evolución normal de sus funciones.

La mujer que procura impedir formarse en ella el fruto del amor, con procedimientos “fraudulentos”, corre ya el peligro de alterar su salud, pero ¡cuánto más insensatas son (la ley las declara criminales) las que destruyen en su cuerpo el fruto ya formado! La mayor parte de ellas pagarán este instante de locura con miserias fisiológicas, a veces muy graves e incluso algunas morirán a causa de ello. (Para convenceros de que esta aserción no es exagerada, es suficiente con que preguntéis sobre el particular a los jefes de servicio de los grandes hospitales.)

Creedme, si os dan demasiado miedo los hijos, entonces renunciad al amor. No es divertido, pero es prudente y honesto. O más bien, no: ¡sonreíd al amor y sonreíd a la vida, y dad a luz tranquilamente a los hijos que serán a la vez vuestra salud, vuestra belleza y vuestra alegría!

LA MUJER QUE RECHAZA LOS HIJOS EMPOBRECE SU ESPÍRITU Y SU CORAZÓN

Su espíritu, porque este miedo a ser madre se convierte pronto en una verdadera pesadilla, en una idea fija. Y luego, el horizonte de un matrimonio sin hijos no tarda en volverse estrecho y triste. Siempre pasa lo mismo, no hay nada imprevisto, ningún problema que resolver. Los hijos, por el contrario, con su venida al mundo en primer lugar, y con todos sus actos después, tienen a sus padres en suspenso, les hacen perspicaces, ingeniosos, organizadores y hábiles. Los padres y madres de familia ven generalmente con más amplitud de miras que los otros, incluso en los negocios públicos, a causa de la costumbre que tienen de mirar de frente al porvenir. Su personalidad se robustece con el hábito de las responsabilidades y el ejercicio de la autoridad.

El corazón se estrecha también al rechazar las cargas familiares. El egoísmo no tiene una dirección única: quien cierra su corazón por adelantado y rehúsa acoger al propio fruto de su carne, ¿de qué acciones generosas será capaz?

El mismo esposo estará harto de esa vida tan mezquina sin preocupaciones que ha procurado labrarse, y son raros los matrimonios obstinados en rechazar los hijos donde reine durante mucho tiempo el amor y la buena armonía.

RECHAZAR los HIJOS ES CORRER EL RIESGO, FINALMENTE, DE MATAR AL AMOR

¿Cómo queréis que sea de otro modo? Estando sin cesar el uno frente al otro, sin preocupaciones familiares, sin diversiones, los esposos se cansarán muy pronto el uno del otro. Tendrán más tiempo para hacer resaltar sus mutuos defectos. Nada les hará callar cuando tengan ganas de decirse las verdades... En fin, a medida que pasen los años, la pena de no haber tenido hijos se recrudecerá hasta el punto de que uno de los dos reprochará al otro con amargura el haber inspirado o fortalecido un egoísmo que es ahora el responsable de la privación de las mejores alegrías.

Matrimonios jóvenes, que os habéis encaminado por los errores de ese callejón sin salida, ¡volved al camino de la felicidad!

LA PROTECTORA DEL HOGAR

Cuando el amor brota de dos corazones necesita muy pronto intimidad y discreción. Lo primero que hacen los enamorados, ¿no es buscar un lugar apartado para sus confidencias? Pero cuando este amor ya ha sido consagrado, fijado por el matrimonio, se vuelve aún más exigente. Necesita una morada, unas costumbres, un marco escogido: necesita un hogar.

¿Por qué se da ese nombre de hogar a la familia y a los muros que la cobijan?

Porque en la sociedad antigua toda la vida se concentraba alrededor del fuego 4, considerado no sólo como indispensable elemento de vida, sino también como símbolo religioso y como lazo sagrado que los unía a sus antepasados.

Muy pronto la palabra “hogar” designó la casa entera, y después la misma familia que se albergaba en ella.

Los esposos al casarse fundan un nuevo hogar; cuando nacen los hijos éste se convierte en una familia. Esta familia tiene su fisonomía propia, su puesto en la sociedad. Está ligada al pasado por medio de los padres y abuelos de los esposos, adquiere un puesto en el porvenir por medio de los hijos que engendra. Recibe tradiciones que tendrá que transmitir. Es el eslabón de una cadena ininterrumpida y todas esas cadenas, las unas al lado de las otras, a veces soldándose entre ellas por matrimonios, forman las naciones sobre un mismo suelo.

Lo mismo que el fuego no continúa brillando si no se alimenta la llama, así la familia no vive de veras si no conserva el amor.

En efecto, el hecho de habitar juntos y de estar unidos por los lazos de la sangre no basta para formar una familia. Sin un amor verdadero circulando entre sus miembros, esta familia no será, según la amarga definición de un autor moderno, sino una “reunión de personas obligadas a vivir bajo el mismo techo y que no pueden soportarse las unas a las otras”; allí la vida se convertirá en un verdadero infierno.

¿Y quién tendrá que vigilar ese amor, conservarlo con mil atenciones, volverle a consolar cuando se le hiera con cualquier torpeza? La esposa, la madre: la mujer.

PROTECTORA DEL AMOR

No cabe duda de que los dos esposos deben vigilar su amor y hacerse concesiones. Pero la mujer está menos absorbida por las preocupaciones exteriores y su finura natural la designa naturalmente para prevenir o curar todo daño infligido a la buena marcha del matrimonio. No lo dudéis, en un matrimonio normal, siempre será la mujer la que tenga que hacer más concesiones. Y eso no tiene nada de humillante, antes bien, es una prueba de que tiene generosidad y energía.

Prácticamente, queridas amigas, ¿cómo os las arreglaréis para conservar el amor en vuestro hogar?

Mostrándoos agradables y afectuosas, demostrando vuestra ternura.

En su casa la esposa es la reina que manda sin que nadie la contradiga, mientras que su marido, por pasar todo el día trabajando fuera, debe soportar, aceptar, acomodarse a las exigencias de superiores o clientes. Para él ninguna tarea es fácil, ya que las relaciones entre los hombres son rudas, ninguna profesión se ejerce sin encontrar algo de envidia, algo de maldad, y a veces mucha injusticia. Cuando el esposo vuelve a su casa, por fin es el amo, pero eso le da igual. Le interesa más encontrar el consuelo de una palabra tierna, de un corazón perspicaz 5.

Para agradarle no dudéis en conservar una coquetería simpática, no olvidéis que una mujer jamás ha terminado la conquista de su marido.

Haced también algunos pequeños sacrificios de vuestro amor propio, aceptando de grado el ceder, al menos en lo que sea poco importante. Es muy agradable, ¿quién lo duda?, tener razón, pero ¡es tan dulce conservar la unión del hogar!

En algunas circunstancias en las que el juicio femenino podría ser más seguro que el masculino (por ejemplo, en lo que concierne a la educación, a la salud y, a veces, al porvenir de los hijos) procuraréis que vuestra opinión prevalezca, pero con tacto y sin que así lo parezca. Que vuestro marido tenga la impresión de que es él quien lo ha querido así. ¡Sois bastante listas para eso!

¿Qué más haréis para proteger el amor?

Multiplicad las ocasiones de agradar a los vuestros, de unirlos: fiestas y cumpleaños, aspecto alegre de la casa, limpieza, orden, exactitud y demás cosas que hacen agradable la vida del hogar. ¡Y procurad ser buenas cocineras!..., es algo muy importante.

La llegada de los hijos hará complicado este programa, a menudo, pero todo se vuelve fácil cuando se ama y las mujeres son capaces, sin ostentación, de solucionar todas las dificultades. La perseverancia fie! en el cumplimiento de las humildes tareas cotidianas traduce uno de los aspectos de la nobleza del carácter femenino. Los hombres de corazón lo comprenden y admiran...

Como lazo que sois entre los miembros de la familia, tal vez algún día tendréis que hacer el papel de... almohadillas, si los caracteres chocan. ¡Cuántas veces tendréis que interponeros (¡cuidado, siempre sin que lo parezca!) entre los hijos mayores y su padre excesivamente severo o entre el marido y los padres o los suegros, ¿qué sé yo?! Oficio siempre ingrato, pero ¡tan bello! Hemos dicho “almohadilla”, digamos mejor “mediadora”: la mujer, instrumento de paz...

PARA CONSEGUIR LA FELICIDAD DEL HOGAR

He aquí, enunciados en pocas palabras, algunos pensamientos y algunos consejos muy preciosos.

“El amor es un sentimiento que no se basta a sí mismo. Para conservarse y crecer necesita ser preservado y alimentado con los sacrificios mutuos, las atenciones recíprocas, con la preocupación de ofrecer al esposo esas pequeñas alegrías que permiten soportar la monotonía de cada jornada.”

Edward Montier.

“La misión de la mujer es rehacer el corazón del hombre cada vez que las dificultades de la lucha por la vida hayan podido hacerle daño. Protegida y alimentada por él, ella le alimenta con amor.”

Michelet.

“Nos agradamos por las cualidades, nos amamos por los mutuos cuidados.”

Gina Lombroso.

“Ha dicho un filósofo que todos necesitamos tanto de la admiración como del pan. Es exacto; un elogio, una mirada de admiración, nos consuelan y renuevan en seguida.”

“En adelante sólo intentaré agradar, pero agradaré a quien he escogido.”

Françoise Harmel.

“El hombre es el amo de la casa y, sin embargo, la fuerza de la familia depende más de la madre. Una mujer prudente casada con un tonto tendrá una buena casa, pero un hombre listo casado con una tonta nunca tendrá un buen hogar.”

Dannemarie.

“La mujer debe saber que el hombre, por un espíritu de contradicción del que no se da cuenta, tanto mejor se encadena cuanto más se le deja libre; da más cuanto menos se le pide.”

Vérine.

“En cuanto al medio de gobernar oigamos al rey San Luis: “Obedéceme bien en todo, corazón, escribía a la reina, es el medio de hacerme realizar todo lo que quieres.”

LAS PEQUEÑAS FAMILIAS Y LA GRAN FAMILIA HUMANA

Se estará tan bien en el hogar donde reinéis, que tal vez los vuestros tiendan a encerrarse demasiado en él. A vosotras os tocará... abrir la ventana. Entendámonos, hablo con una comparación.

Al lado de vuestro hogar habrá otros muchos, el conjunto de todos esos hogares forma la Patria, y todas las patrias juntas forman la gran familia humana.

Si la sociedad no puede vivir sin la familia (que le suministra los individuos), la familia tampoco puede vivir con sus solos recursos; tiene necesidad de otras familias y de la sociedad entera. Es un intercambio continuo.

Por eso debéis vigilar para que los vuestros no se aíslen demasiado en el calor del nido que habéis construido. O que si se preocupan de las demás familias, no sea únicamente, como suele suceder, para criticarlas o denigrarlas. Que en los hogares amigos, en vuestro barrio o en vuestro pueblo, todos sepan que pueden encontrar en vuestra casa una ayuda simpática y sincera.

Pero vuestro horizonte, madres de familia, deberá extenderse más aún:

Es en las familias donde se educa a los hijos, donde se forman los hombres.

Por eso ha podido decirse que un país será lo que sean las familias de que se compone.

Por tanto, de vez en cuando, en medio de las preocupaciones producidas por los hijos, pensad un poco en la Patria. Si por debilidad dejáis a vuestros hijos hacerse perezosos, si les dejáis probar todos los oficios sin establecerse en ninguno, si hacéis de ellos hombres del placer y del dinero..., preguntaos qué familia fundarán el día que se casen. Tal vez ninguna, o poco sólida. ¿Podrá llegar a ser algo nuestro país con tales hombres, con tales familias? Sabéis bien que no.

Así, pues, el día en que os parezca que algo no marcha bien en los asuntos públicos, en lugar de gemir, de criticar, preguntaos la causa: ¿pereza?, ¿incompetencia?..., y decidid con valentía dar a vuestro pequeño batallón una orientación opuesta. No creo que exista un medio mejor para levantar una gran nación.

Pero ¿por qué os hablo de estas cosas tan graves?

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Es porque además de “protectora del amor” y de “dulzura del hogar” la mujer es aún la educadora de los hijos.

No es la única educadora; el padre tiene también una gran responsabilidad en este asunto. Pero sí que es la principal educadora. En primer lugar, durante la más tierna infancia, puesto que es ella la que se ocupa de los pequeños, y durante largo tiempo después también, porque los adolescentes prefieren a menudo confiarse a su madre, ya que saben que es más indulgente. Se ha dicho que sobre las rodillas de las mujeres se forman las generaciones humanas. Y el escritor Rudyard Kipling, para señalar la importancia de la primera educación, decía más: “Dadme los seis primeros años de un niño, nada tengo que hacer con el resto.”

Educar un hijo, guiarle por el camino de la vida hasta que sea capaz de dirigirse solo, elevarle también por encima de sí mismo y de todas las cosas malas que se hallan en el fondo de la naturaleza humana; hacer finalmente un hombre de ese pequeño ser, ignorante, sin experiencia, malo por su propio gusto a veces, hacerle bienhechor y útil a la sociedad, ésa es la tarea de la madre.

Costosa tarea. Y qué encadenamiento: amor, matrimonio, maternidad, educación... Cuando en la calle o en el autobús respondíais a la sonrisa de un muchacho simpático, ¿pensabais que este amor naciente iba a colocar una carga tan pesada sobre vuestras espaldas?

Tranquilizaos, poseéis en vosotras, en vuestro corazón y en vuestra inteligencia, todo lo que hace falta para triunfar. Vuestro compañero os ayudará con todo su sentido común y con toda su voluntad de hombre, y vosotras sabréis aprovechar la ocasión para poner en práctica los ensayos de las madres con experiencia.

VEINTE AÑOS ANTES DEL NACIMIENTO

Napoleón decía que la educación de los hijos debía comenzar veinte años antes de su nacimiento, es decir, con la educación de la madre. Es evidente que no sois responsables de la educación que os han dado, digamos sencillamente que debéis educar a vuestro hijo... nueve meses antes de su nacimiento.

Incluso un poco antes de los nueve meses, ya que el modo como le concebiréis influirá ya sobre su carácter y sobre su destino.

¡Oh, no vayáis a turbaros en las tiernas efusiones de vuestra vida conyugal con consideraciones interminables! Pero, gozando tranquilamente del placer legítimo y sano, procurad pensar en el pequeño ser que tal vez nazca luego de aquella unión.

Aunque no sea nada más que para aceptarle. En ese instante no penséis en su posible venida con espanto, con hostilidad, como en un intruso que viniera a perturbar vuestros planes. No sería un buen punto de partida, para su vida de hombre.

Y si se anuncia un poco antes de lo que deseabais no le miréis como algo molesto al pobre inocente. No le imputéis vuestras indisposiciones, ni la atenuación pasajera de vuestros encantos. No le tratéis mal, no le tengáis por enemigo, os arrepentiréis en seguida, porque ¡le amaréis tanto, estad tranquilas! Además, si por imprudencias físicas (fatigas excesivas, vigilias prolongadas, ejercicios violentos, etc...) os exponéis a hacer daño a su cuerpo, comprended que el egoísmo, la maldad, las cóleras en este período de intimidad tan grande entre vosotros dos podrían hacer daño a su alma.

Si queréis un hijo sano, alegre y bueno, sed buenas, pacientes y alegres mientras le esperáis.

Evitad también el fijar la mirada sobre lo que es feo o grosero, en lecturas o conversaciones y espectáculos que podrían ensuciaros. Gozad, si podéis, del campo, de las flores, de las bellezas de la naturaleza, gozad del afecto de los vuestros y de la ternura de vuestro esposo, a quien haréis notar con delicadeza —si no lo nota él mismo— que el hecho de ser madres os eleva y os hace preciosas... ¡Qué bella espera, entonces, y qué hermosa naturaleza de hombre preparará!

COMO SE HACE UN HOMBRE

Por fin llega el hijo 6. Ya sabéis que hoy en día, tanto por higiene como por sentido común, no se cede a sus caprichos. Nada de mover la cuna o de pasearle en brazos para que deje de llorar; se le da de mamar a horas fijas, etc... Esforzaos en “aguantar”, lo que será muy duro a veces. Los hábitos de la primera infancia, si no lo son todo en la educación, son al menos muy importantes.

A medida que la pequeña razón se despierte, estad a su lado alertas sin descanso, no tendréis ninguna tregua hasta que vuestra obra: un hombre, quede acabada.

Nada es insignificante o indiferente en la educación. Lo que no quiere decir que hayáis de estar continuamente “encima” de vuestros hijos, multiplicando órdenes, contraórdenes y prohibiciones. No, se trata ante todo de orientar.

ORIENTAR LA INTELIGENCIA

Orientar la inteligencia hacia lo verdadero y lo bello. Y para comenzar, responded siempre a las preguntas del niño, si estáis muy ocupadas o necesitáis reflexionar o informaros, dejad para más tarde la respuesta, pero dadla siempre que la hayáis prometido.

¿Y si la pregunta no es propia de su edad? Es propia de su edad puesto que la hace... Tan sólo hay una manera de responderla, adecuada a cada edad, y os toca a vosotras encontrarla o buscarla en otra persona más experimentada.

¿Y si se trata de una pregunta sobre cosas... que no le conciernen? ¿Si se trata del misterio de la vida y de los nacimientos en particular? Indicaremos más tarde cómo arreglárselas en ese difícil paso; pero afirmamos desde ahora: es preciso responder. Pero sobre todo nada de mentiras. La inteligencia infantil tiene derecho a la verdad, a lo que ella puede captar de la verdad, pero a una verdad sin mezcla de mentira. Jamás mintáis a los niños.

¿Para reírnos de ellos? Ese juego no tiene nada de divertido y es muy peligroso. Humillado por su credulidad, el niño nos lo echará en cara con furia cuando se de cuenta de la artimaña.

¿Para hacernos obedecer o para... que nos dejen en paz? Se promete sin cumplir. Se amenaza sin castigar. Se inventan historias de cocos. El niño no tardará en saberlo todo y entonces ya no se podrá hacer nada.

¿Para servir a nuestro propio interés... o a nuestra vanidad? El niño de cinco años cumplidos que no debe tener más que tres y medio para el revisor del ferrocarril, la niña a la que no se ha podido comprar un vestido nuevo para una fiesta y que debe explicar a sus amigas que la modista no se lo ha terminado aún, etc... Una mentirijilla es a veces muy cómoda, es cierto, pero oyéndoos mentir, vuestro hijo cogerá muy pronto la costumbre de la mentira y de la deslealtad.

EDUCAR LA VOLUNTAD

En primer lugar, ¿hacia qué fin dirigirla?

¿Hacia el placer?, no. Ella se encaminará muy pronto hacia él, sola, y como no todo es placer en la vida, sería hacerle un mal servicio al niño.

Así, pues, no hacia el placer, sino hacia el bien: la bondad, la virtud, el esfuerzo.

No confundáis testarudez con voluntad, capricho con fuerza de carácter. El niño que se revuelca por el suelo para obtener el segundo pastel que se le niega, no está forzosamente dotado de voluntad. Por el contrario, es un goloso cuya voluntad no tiene la fuerza de oponerse a su gula. ¡Hay diferencia!

¿CÓMO FORTALECER LA VOLUNTAD?

Los miembros del cuerpo se fortalecen con el ejercicio. La voluntad se fortalece también con el ejercicio, con el movimiento, es decir: con esfuerzos, con actos que cuestan.

Pero al niño no se le ocurrirá, a él solo, hacer actos de voluntad: Sois vosotras las que les obligaréis a hacerlos en las distintas circunstancias del día, y para ello tendréis que exigirles dulcemente su obediencia —el obedecer no destruye la voluntad, antes bien, la fortalece.

Es difícil hacerse obedecer... Bastante, pero se consigue. ¿Queréis algunas buenas recetas para triunfar?

En primer lugar no deis veinte órdenes a la vez ni pidáis cosas muy difíciles.

Aseguraos de que el niño ha comprendido bien lo que le pedís.

Dada la orden, que sea ejecutada. No abandonéis nunca la partida. Si habéis prometido una recompensa, dadla si es posible tan pronto como la merezcan. Si habéis amenazado con un castigo y el niño no obedece, no os dejéis enternecer, castigadle.

Y vigilad especialmente para estar siempre de acuerdo, padre y madre, en cuanto a las órdenes a dar y las sanciones (recompensas y castigos) a aplicar. Las tareas del padre y de la madre son complementarias y no deben nunca ejercerse de modo contradictorio.

Incluso llegaréis a formar ese hombre resuelto al que se llama: un carácter, si le exigís que termine todos los trabajos comenzados. El niño que pasa sin cesar de una ocupación a otra, que lo emprende todo y que no acaba nunca nada, jamás tendrá tenacidad en la vida, no triunfará en ninguna parte.

¡Y que el trabajo esté bien hecho! Nada de sabotaje, ni de trabajo concluido rápidamente para librarse de él. Que el niño aprenda de vosotros a amar la tarea a la que se ha consagrado.

Podéis hacer un gran favor a vuestro hijo si le acostumbráis a soportar de buen grado y con buen humor las contrariedades de la vida, a aceptar e incluso (¡no levantéis los brazos al cielo!) a imponerse algunas pequeñas privaciones voluntarias.

No digáis: “Ya tendrá tiempo de sufrir.” Esas pequeñas privaciones no son aún sufrimientos, pero acostumbran a soportar con paciencia y resignación molestias y contrariedades. De suerte que, cuando llegue el verdadero sufrimiento (y sabéis bien que llegará un día u otro, y que toda la ternura de las madres no puede nada contra ciertos sucesos desgraciados), cuando el sufrimiento llegue, el hombre enérgico que habréis sabido hacer de vuestro hijo será menos desgraciado que tantos otros, acostumbrados a no soportar nada. No se aplanará y, cuando pase la tormenta, sabrá aprovechar todavía las oportunidades de la dicha.

El niño mimado, por el contrario, sufrirá el doble y quedará luego fuera de combate. Le falta demasiado el entrenamiento...

Madres, si queréis que vuestros hijos sean felices el día de mañana y que vivan una vida de hombres muy hermosa, no los miméis.

Por otro lado, notad bien que si su naturaleza física comienza por protestar incomodándose contra las exigencias de la autoridad, los hijos, en definitiva, se apoyan con preferencia, a pesar de todo, en las personas que les mandan con firmeza y que saben exigir de ellos verdaderos esfuerzos —un instinto secreto les hace comprender que las personas exigentes los preparan para una vida mejor—, mientras que los niños mimados se vuelven cada vez más caprichosos e incluso a veces malos para los que han abdicado ante sus fantasías.

FORMAS EL CORAZÓN

Además de la inteligencia y de la voluntad, tendréis también que formar el corazón.

El niño normal tiene buen corazón, se entristece viendo sufrir y comparte lo que tiene de buen grado con quien sabe pedírselo. La madre tiene que fortalecer esas disposiciones naturales, en lugar de apagarlas como lo hacen a menudo.

El niño preocupa mucho a los que le rodean (vigilancia, delicadezas, cuidados, etcétera...), y se da cuenta de ello... Por tanto, para evitar que se vuelva egoísta, enseñémosle a que se ocupe él mismo un poco de los demás, a que les haga pequeños favores, a molestarse por los que le rodean, e incluso por los desconocidos; a escoger un juego menos ruidoso cuando a la abuela le duele la cabeza —subir rápidamente las escaleras para dejar todo el sitio al librero que sube muy cargado—, dar unos pasos más para arrojar la cáscara de plátano en una alcantarilla, a fin de evitar un posible accidente, etc.

Acostumbradle a preparar pequeñas sorpresas para los miembros de la familia, en las fiestas y cumpleaños.

No temáis entreabrirle el libro del sufrimiento humano: que os acompañe de vez en cuando a visitar a personas muy probadas por la enfermedad o por la pobreza extrema. El espectáculo que observará y las conversaciones que oirá no le entristecerán, sino que abrirán su corazón.

Finalmente y sobre todo, nada de torpes reflexiones como éstas: “Si das tus caramelos a Riri, ya no te quedarán más.” “Si viene otro hermanito, tendrás que compartir la cama y los juguetes, ya no serás el mimado...”, o, en el autobús, cuando una persona mayor esté en pie: “Sigue sentado, que he pagado tu sitio.”

¡Cuántas madres, abandonadas más tarde por sus hijos ingratos, podrán acordarse de reflexiones de este género por las cuales, sin quererlo, sin sospecharlo siquiera, cerraron para siempre a la verdad la puerta de aquellos corazones jóvenes!

HIJOS PUROS

Sin embargo, el niño crece, se hace adolescente, y su corazón va a conocer nuevas exigencias. Vosotras que le habéis despertado, sois las que debéis ahora guiar ese corazón, queridas amigas: enseñad a vuestro hijo, y a vuestra hija, lo grande que es el amor y cómo es preciso no jugar con él; enseñadles a no confundir lo verdadero con lo falso, el oropel con el oro verdadero, el deseo y la coquetería con el amor; enseñadles a guardarse, a reservarse para aquel o para aquella que será un día la compañera de camino.

Esa tarea bella y delicada será la vuestra: es lo que se llama la educación del sentimiento. (Podéis encontrar en las Editions Familiales de France, 86, rue de Gergovie, París XIV, varios folletos que os facilitarán vuestra tarea de educadoras.)

En cuanto a vuestro hijo, el padre se encargará de explicarle todo aquello que tiene derecho a conocer, pero de hecho los hombres faltan a menudo a su deber, sea porque no saben cómo hacerlo, sea porque, habiendo seguido una conducta desviada, se sienten mal designados como moralistas. Tendréis, pues, que intervenir con frecuencia.

Lo cual no será nunca difícil si desde la más tierna infancia habéis vigilado rigurosamente la pureza y la preservación de vuestros hijos.

LAS MALAS COSTUMBRES

Tal vez vayamos a extrañaros al deciros que desde la más tierna edad, e incluso desde la cuna, será preciso vigilar las maneras de vuestros hijos, niña o niño.

Sin admitir con el psiquíatra vienés, el profesor Freud, que en todos los niños pequeños las sensaciones se orientan ya alrededor de la sexualidad, es cierto, por desgracia, que las malas costumbres pueden tomarse desde la infancia, y por malas costumbres entiendo, el tocarse las partes genitales, lo que podría producir una cierta excitación y una sensación agradable.

La madre que se inclina sobre la cuna no tiene que preocuparse, ¡naturalmente!, porque el pequeño, con su mano ignorante y curiosa, se pare sobre ciertas partes de su cuerpo... Pero sabiendo que, a medida que crezca, su gesto repetido podría tener malas consecuencias, le impedirá dulcemente desde el principio que lo haga. Por otra parte, ha de saber que si el niño lleva con insistencia su mano aquí o allá, es que se ve arrastrado a ello por accidente, picazón, irritación de la piel, etc...; descubierta esta causa, la suprimirá con los cuidados necesarios de limpieza, de régimen refrescante u otro. Evitará el uso de vestidos y de ciertas lanas muy estrechas que pueden provocar calor.

Los gestos desordenados podrían tener también otra causa que no debe escapar a los padres. Tal vez una persona a quien se haya confiado momentáneamente la guarda del niño ha cometido el culpable error de acariciarle de un modo imprudente o inconveniente, para que no llorase. Y, desgraciadamente, ha despertado así en él sensaciones que intentará volver a encontrar cuando pueda estar solo. En ese caso será preciso mostrarse muy atento para corregir el hábito naciente y actuar de manera que no se desarrolle, que no se convierta en violento ni en inveterado. En efecto, hay que saber que el hábito no corregido podría tomar un carácter de frenesí, de repetición extremadamente frecuente que exaspera los nervios hasta el punto de ocasionar un grave prejuicio a la salud. Algunos niños enclenques, “con aspecto de papel masticado”, con los nervios rotos, la mirada apagada, incapaces de un esfuerzo intelectual, son sencillamente las víctimas de ese desorden precoz. Es necesario, pues, abrir los ojos y no dejar pasar nada de anormal en los pequeños seres que la naturaleza os confiará. Tal vez me preguntéis con cierta ansiedad: ¿esos casos de malos hábitos contraídos durante la primera infancia son, pues, tan frecuentes?

Los médicos responden: mucho más frecuentes de la que generalmente se cree, y afirman que los padres no son nunca demasiado buenos vigilantes.

Cuando su hijo tenga algunos años, los padres harán bien en vigilar igualmente a los pequeños compañeros, niños o niñas, que se acerquen a ellos. No ignoráis que hay muchos niños “abandonados a sí mismos”, muchos niños “que no han sido educados”, y entonces, para ellos, son frecuentes los malos modales. No conviene que, con malicia o sin ella, enseñen a vuestro hijo cosas dañosas.

Sabed siempre dónde y con quién está vuestro hijo. Y que no juegue nunca en lugares tan apartados que ninguna persona mayor pueda verle 7.

En fin, desconfiad en los adolescentes del mismo sexo, de las amistades demasiado exclusivas o demasiado exaltadas, sobre todo de las amistades que necesiten misterio y soledad. Tal vez no exista más que una desviación de la imaginación y de la sensibilidad (lo cual es ya algo nefasto), pero también puede tratarse de confidencias y de revelaciones malsanas, o tal vez de algo peor.

NIÑOS Y NIÑAS

¿Qué actitud hay que adoptar con los niños y niñas que viven juntos cuando se muestran curiosos por ciertas cosas?

Una actitud prudente, pero franca y exenta de toda gazmoñería. He conocido a una vieja ama que se apresuraba a cubrir con un lienzo el cuerpo de un recién nacido cuando al limpiarle veía aproximarse a su hermanita mayor de veintitrés meses de edad. Tal actitud es ridícula y sólo sirve para llamar la atención de los niños sobre lo que se les quiere ocultar. Dejad a los mayorcitos admirar tranquilamente el cuerpo inocente del recién nacido y no os preocupéis si surge una pregunta. ¿La respuesta? Es sencilla:

“Pues sí, los niños y las niñas no están hechos exactamente de la misma manera. Hay que distinguirlos en algo al nacer, ya que entonces ni las niñas tienen el pelo largo ni los niños bigote...”

Los niños se quedan satisfechos, y luego jamás he visto que su curiosidad se fije más en esas partes que en los brazos o en los piececitos sonrosados del pequeño.

Más tarde, los niños aprenden que no deben descubrirse delante de sus hermanos y hermanas; pero los mayores se encargan bien de hacer cumplir a los pequeños sus obligaciones, las niñas al menos, pues la mujer en general se preocupa menos que el hombre de las curiosidades sexuales y está destinada a ser madre...

Formados así, los niños no tendrán curiosidades malsanas. Lo que han visto con mamá, lo que ha sido explicado por mamá no puede ser malo. Habiéndola conocido desde siempre no buscarán el porqué de esa diferencia entre el cuerpo masculino y el femenino; y, sin embargo, cuando les llegue el turno de una educación más completa, la tarea del educador quedará muy facilitada gracias a esos antiguos conocimientos adquiridos en la dulzura del niño familiar sobre el cuerpo gracioso y puro de un recién nacido.

¿A QUÉ EDAD HAY QUE HABLARLOS?

Los padres deben iniciar a sus hijos en los misterios de la vida, todo el mundo está de acuerdo sobre este particular; pero ¿en qué momento deben comenzar a hacerlo?

Por regla general, desde que el niño pregunta, o si no dice nada, desde que se le ve preocupado por ciertos misterios, y lo que es más sencillo aún, desde que surge una ocasión que, normalmente, debe excitar su curiosidad y hacer trabajar su imaginación; por ejemplo, un nacimiento en la familia.

El misterio de los nacimientos es el primero que hay que descubrirles. ¿A qué edad? Eso depende del niño y de su espíritu de observación. Las niñas, por una especie de intuición maternal, son en esto más sagaces que los niños. También depende, como hemos dicho, de las circunstancias: si tenéis un hijo cada dos años, necesitaréis hablarle antes que si nunca tiene ocasión de ver de cerca a una futura madre.

¿A qué edad, por término medio? Un niño de ocho o nueve años debe ser informado para prevenir las conversaciones sobre esta materia con los compañeros de colegio. Incluso los niños pequeños se enteran bastante bien de las explicaciones de su madre. Lo que importa en cualquier caso es evitar a toda costa la mentira, en estas circunstancias más que en ninguna otra: nada de historias de comerciantes, de cigüeñas, de coles o de trenes procedentes de París, Un día u otro, sin que os deis cuenta, os iréis de la lengua y el niño, que estará alerta, buscará todos los medios posibles para informarse a escondidas.

¿QUE DECIRLES?

La verdad:

El niño viene, como la flor, en una semilla muy pequeñita. En una semilla tan frágil que no podría vivir al aire libre. Entonces, se esconde en un abrigo muy caliente, y este abrigo es la mamá. Allí, la pequeña semilla crece, se desarrolla, y cuando se ha convertido en un pequeño niño capaz de respirar, de moverse y de mamar, ese hermoso niño viene a los brazos de su madre. Esta se pone un poco mala, pero no le importa; antes bien, se alegra porque ama mucho a ese niñito que se ha ocultado durante varios meses en su corazón...

Si creéis en Dios, mezclad naturalmente al Creador en esta explicación, que será la misma o más sencilla. Y quedaos tranquilas. Esta explicación, al ser dada por la madre de esta manera, no corre peligro de inquietar al niño, sino que, por el contrario, le inspira más ternura hacia ella y un gran respeto hacia la maternidad.

Os aconsejo también que recomendéis a los pequeños que no hablen de este hermoso secreto a sus compañeros, porque tal vez sus madres no les hayan dicho nada de esto todavía. Es tan bonito tener un secreto con mamá, ¿verdad? ¿Y si los pequeños curiosos quieren adentrarse más allá en la explicación y preguntan: “Cuando el niño es bastante fuerte para nacer, cómo viene”? Responded entonces sin inquietud.

Lo comprenderás más tarde, cuando hayas aprendido muchas cosas; pero lo que puedo decirte es que no tienes que preocuparte por ello, todo sucede naturalmente: las madres están hechas para eso.

Algunas hablan de una operación; no es exacto. Otras hablan (a los niños ya mayorcitos) de una puertecita que debe abrirse en el momento del nacimiento, haciendo sufrir a la madre. Este pensamiento del sufrimiento aceptado por amor inspira gratitud en el alma del niño. Pero si vuestro pequeño sabe que no le engañáis nunca y que estáis siempre dispuestas a responder a sus preguntas, la primera explicación será sin duda más que suficiente.

En adelante os creeréis tranquilas sobre este delicado deber de iniciación. Pero vuestra hija crece; todo parece indicar, en su carácter y en el aspecto de su cuerpo, que el momento de la formación (de sus primeras reglas) no está lejos. Será necesario advertirla de nuevo.

Esta advertencia es un poco más difícil de dar que la que concierne a los nacimientos, pero abordadla con resolución. Preguntad a vuestra hija si, al bañarse, no ha notado en sí ningún cambio: hacedle observar delicadamente que su carácter tampoco es exactamente el mismo... Y explicadle la causa de todo esto: se está realizando en ella una gran transformación. La niña va a convertirse en una jovencita.

Aquí conviene explicarlo todo en el plano maternal: la pequeña semilla, que podría llegar a ser un niño, al no servir ya para nada, se va fuera, y los vasos que estaban ya llenos de sangre para alimentar al pequeño ser dejan que ésta se vierta fuera, puesto que es inútil ahora. Más tarde, cuando la mujer esté casada, sucede que, en ciertas circunstancias (es inútil por el instante precisar cuáles, a menos que la adolescente exprese el deseo de saber más), la pequeña semilla se fija en los órganos destinados a recibirla. Entonces la sangre, en vez de derramarse afuera, se apresura a alimentarla, y la mamá espera un niño.

Una explicación dada de esta forma es rigurosamente exacta y tiene la ventaja de ponerlo todo inmediatamente en un plano muy elevado (el de la vocación maternal de la mujer) estas realidades, que a la mayor parte de las mujeres parecen humillantes.

Un consejo aún: No enviéis nunca lejos de vosotras, a un colegio o a otra casa, a una niña cuando esté visiblemente a punto de convertirse en “mujercita” sin advertirla antes sobre el pequeño acontecimiento que va a presentarse un día u otro. Se sabe de niñas no prevenidas que perdieron un poco la cabeza ante lo que ellas creían una enfermedad grave o vergonzosa y que llegaron a cometer las peores imprudencias. El peligro menor sería entonces que vuestra hija fuese entonces informada por otras chicas de modo grosero o inexacto.

En cuanto a los muchachos, se concibe que la madre no tenga apenas que preocuparse de ponerles al corriente de esta particularidad del organismo femenino, puesto que pueden ignorarlo durante largo tiempo sin inconveniente alguno. Sin embargo, si intrigado por conversaciones oídas o por anuncios en los periódicos (remedios y ropa interior) alguno de vuestros hijos os hace ingenuamente una pregunta acerca de esto, guardaos bien de “darle esquinazo” y explicadle las cosas con mucha sencillez, o bien, si os molesta mucho responder, enviadle a su papá, a quien de antemano habréis enseñado cuidadosamente su lección.

Pasarán aún varios años y tendréis que abordar la última y la más delicada de las iniciaciones, la iniciación al matrimonio propiamente dicho y al papel del padre en la venida de los niños 8.

Incluso en esto hablad clara y sencillamente. Nada de lo que hace la Naturaleza es vergonzoso, porque está creada por Dios, y hay siempre, incluso en las nobles realidades de la unión de los sexos, esa irradiación del amor y ese prestigio del niño al nacer que transfiguran y engrandecen todo.

Para abordar esta delicada cuestión podéis serviros de bonitas comparaciones tomadas de la Naturaleza: la abeja, por ejemplo, que transporta el polen de flor en flor, favoreciendo así su fecundación; luego, os remontaréis a los diferentes modos de reproducción del mundo animal. Finalmente, llegaréis al hombre.

Si, siguiendo nuestros consejos, habéis respondido siempre con verdad a las preguntas de vuestra hija, vuestra tarea quedará muy facilitada. Si se trata además de una joven casi en edad de casarse y os causa mucha molestia el hablarles vosotras mismas, podéis sin duda dejar a vuestra hija este libro que, aún hace poco, os sirvió a vosotras. Pero en caso de ignorancia total, es cien veces preferible una explicación preliminar dada por la madre, puesto que se adapta mejor al temperamento particular de las adolescentes.

Algunas de entre vosotras, o más bien de entre vuestras madres..., se extrañarán tal vez, queridas amigas, de que yo aconseje así el iniciar a los niños y a los adolescentes a las realidades del amor y de la maternidad. “Antiguamente —dirán— se casaban sin saber nada y todo marchaba tan bien.”

No; todo no marchaba tan bien. A menudo se seguía una triste desilusión e incluso escenas ridículas en la primera noche de bodas.

Además, las mujeres mal preparadas para sus deberes decepcionaban a veces a sus esposos..., que no tardaban en ir a consolarse en otro lugar o, por el contrario, se veían entregadas sin el menor control a un marido más o menos instruido él mismo sobre sus deberes, o peor aún, a un libertino que hacía de ellas unas desgraciadas, física y moralmente.

Finalmente, en la época de nuestras abuelas no había radio, ni cine, ni todas esas revistas, ni todos esos anuncios que conducen a cada instante a nuestros hijos a preguntarse cientos de cosas. No había tampoco las mismas ocasiones de encuentros entre chicas y chicos ni la misma libertad en idas y venidas y en las conversaciones.

Actualmente, parece que todo conspira a “instruir” precozmente al niño, ¡y sabe Dios de qué manera!

En lugar de lamentarnos, procuremos llegar las primeras con nuestras explicaciones netas, limpias y verdaderas, desde el punto de vista científico, y capaces, por el amor que haremos irradiar en ellas, de entusiasmar a cualquier corazón joven.

Obrar así es sencillamente honesto. ¿Dejaríamos a nuestros hijos ya crecidos formar una sociedad sin examinar todas las cláusulas del contrato o firmar un compromiso para un trabajo cualquiera sin saber lo que se espera de ellos? El matrimonio es el más grave de todos los contratos porque compromete en cierto modo el ejercicio de todas nuestras facultades; es imposible concebir una asociación más absoluta. ¿Dejaremos a nuestros hijos formar esta asociación con los ojos cerrados sin saber lo que les espera?

Ignorancia no es igual a inocencia. El problema del amor atormentará a nuestros hijos lo mismo que un día nos atormentó a nosotras. Advirtiéndolos, les evitaremos muchos pensamientos de duda y, tal vez incluso, experiencias funestas.

CONCLUSIÓN

Me reprocharía ahora, queridas amigas, el haber ensombrecido —al hablaros de los deberes que exige— la radiante visión que teníais del amor.

Ya tenéis bastante experiencia para saber que no hay alegría completa en la tierra, que todo aquí abajo debe pagarse, merecerse en cierto modo, y ¿tan sólo el amor iba a ser una excepción?

Esas cargas las encontraréis ligeras, ¡porque llevan consigo tantas compensaciones! Cuando cogéis en el campo un ramo de flores que va a adornar y a embalsamar vuestra habitación durante toda la semana, ¿os quejáis acaso de la molestia que os ha supuesto el ir a cogerlo? Este amor conyugal y maternal, esta presencia de la familia que van a dar sentido y belleza a toda vuestra vida, no podéis encontrarlos pesados.

Tan sólo lo que cuesta engrandece al hombre. Si queréis ser alguien, tener vuestro puesto en la Humanidad, ser algo más que esas pequeñas mujeres insignificantes a las que no se hace caso; algo más que esas mujeres voluntariamente estériles, de las que los hombres se desprenden fácilmente tras haberse divertido con ellas; si queréis elevaros por encima de todo esto, aceptad valientemente los deberes que impone la vida.

Muchas otras los han aceptado. Y, sin embargo, no ponen por ello cara de mártires; y si las miráis bien de cerca, es precisamente en sus ojos donde encontraréis el reflejo de la verdadera alegría.

Alegrías conyugales, maternales, tan llenas, tan profundas... Todo lo que sobre ello pudiera deciros, quedaría muy por debajo de la realidad; es necesario que las gustéis vosotras mismas.

¡Qué orgullo por haber dado la vida! Por mirar y presentar a los demás al encantador niño al que se está criando, mientras piensas: “Esta carne dulce y rosada, esta cabeza de fino pelo, estos miembros regordetes tan graciosos es mi sangre, es mi leche, es mi dolor y es mi pena. Si yo no hubiera aceptado la carga materna, el mundo se vería privado de esta bella muestra de humanidad...”

¿Y su alma que brilla bajo esos ojos claros? ¿Qué puede reservar al mundo de bondad, de belleza moral, y quién sabe si tal vez de beneficios? Si yo no hubiera dicho sí, esta alma no existiría.

Y puesto que comprendéis que el alma de vuestro hijo no ha podido hacerse sola ni formarse de vuestra carne ni de vuestra sangre (porque el alma no es de carne ni de sangre), puesto que creéis en un Dios creador, a quien nada se le resiste, que había, sin embargo, estado esperando a que aceptaseis ser madres para crear un alma nueva y unirla a su cuerpo..., puesto que creéis estas cosas, ¿no es verdad que el sentimiento de vuestra dignidad os transporta y arrebata?

¡Ah! Todo el dinero que hayáis podido ganar, toda la libertad, toda la tranquilidad de que podáis gozar y los diplomas que hayáis adquirido, y las victorias deportivas, los éxitos de vuestra belleza, incluso ciertos placeres del amor, ¿qué son en comparación del sentimiento de plenitud y de orgullo que sentiréis al daros este testimonio?: ¡Gracias a mí la Humanidad se ha enriquecido con la presencia de un niño pequeño que, como espero, llegará a ser un hombre de bien e incluso un bienhechor suyo!

El libro de la joven
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