— CAPÍTULO 9 —

LAS PROFUNDIDADES DEL LABERINTO

Descendíamos juntos por aquel angosto y renegrido pasillo, mientras yo me quitaba del hombro los pequeños cuajos de la cicatriz; Leslie me observaba con algo de repulsión.

— ¿No te impresiona curarte a ti mismo?

— ¿Lo harías tú por mí? —exclamé, observando esa mueca en su rostro fruncido.

—Tendría que estar loca. De todas formas, tu pierna ya parece estar mejor. ¿Cómo es que sanas tan rápido? —indagaba ella, deslizando sus ojos por todo mi cuerpo.

—Pues, no lo sé, Leslie. Aquí muchas cosas no tienen sentido: Trampas ilógicas, abismos que no desembocan en ninguna parte, ángeles de piedra capaces de correr y lanzar flechas; deberías haberlos visto. Casi me matan.

— ¿Y todo por mí? —musitó, dispersando una inmensa sonrisa de oreja a oreja.

— ¡No querida! A mí es a quien buscaban matar, no a ti —reparé, interrumpiéndola bruscamente. Me limpié algunos trazos de sangre seca en mi pecho mientras ella hurgaba en los bolsillos de mi pantalón.

—Sin ir más lejos, Leslie, ya hemos pasado varias horas aquí encerrados y aún no hemos padecido ni hambre ni sed. ¿Qué crees que signifique? ¿Y qué estás buscando en mis bolsillos? Deja de husmear, no he traído nada.

— ¿Y tú teléfono móvil? ¿Tus documentos, las llaves de tu casa? ¿Nada has traído? —investigaba ella en cada uno de los bolsillos.

—Claro que los llevaba conmigo cuando salté a rescatarte. Lo que trato de decirte es que están vacíos. No hay nada en ellos. Tampoco intentes comprenderlo, ni siquiera tus ropas han aparecido. Mejor agradece el hecho de que yo tuviera las mías o estaríamos caminando por aquí completamente desnudos.

— ¡Ni lo creas! No hubiera salido del agua, Danser —concluyó ella finalmente, ignorando interminables incógnitas.

—Hey, hablando de agua, ¿no oyes una pileta allí al fondo? —exclamé algo inquieto, contemplando el final de aquel túnel. Y llegamos así a una inmensa abadía sumergida en profundidades ciertamente cristalinas. Nuestros pasos concluían de forma inevitable en una pequeña plataforma al final del pasillo; nos paramos inmóviles frente a aquel estanque mientras yo investigaba la escena. El nivel de las aguas se encontraba a unos veinte metros de altura desde nuestro pedestal. Bajo aquellos calados, dos inmensas cabezas de piedra yacían sumergidas esperando a que algún aventurero alcanzara a descubrirlas.

—De acuerdo, no soy una experta en esto pero, ¿cómo se supone que bajaremos allí? ¿Y dónde está la puerta de salida, Dan—ser? —comenzó a atormentarse ella. Yo continuaba enfocando mis ojos hacia aquellas profundidades.

— ¡Lo tengo! Ya sé lo que debemos hacer, Leslie. Por empezar, tendremos que dar un buen salto al agua. Luego…

— ¡¿Estás loco?! Aquí el único inconsciente capaz de hacer una cosa así eres tú, lo siento. Tendrás que saltar tú mismo y resolver el camino solito —se quejaba ella, intentando escapar de la adrenalina; aquel era un brinco realmente complejo.

—Está bien, tengo una mejor idea. Yo saltaré solo y tú te quedarás aquí arriba. Cuando acabe de comprender la maquinación de esta especie de ermita, buscaremos otra forma de lograrlo, ¿de acuerdo?

—No hay ningún problema, tan sólo procura no olvidarme aquí arriba —me exigió, con otra de esas sonrisas tan infantiles—. ¿No te da vértigo saltar desde un lugar tan algo?

—No te preocupes, ya lo he hecho algunos años atrás. Resulta bastante divertido, aquí vamos… —retrocedí finalmente unos metros y, evitando cometer de nuevo viejos errores, me arrojé de cabeza hacia el fondo del curioso santuario. Descendiendo cuesta abajo y extendiendo ágilmente mis piernas, pude sentir claramente como mi cuerpo se sumergía en aquellas profundidades. Sin dejar que las bajas temperaturas lograran entumecerme, re—tomé velozmente mi camino hacia la superficie.

— ¡Dime que estás bien, Danser! —me gritaba Leslie desde el encumbrado pedestal. Sacudí sutilmente mi cabeza, y corriendo algunas gotas de mis ojos, comencé a agitar mis brazos para adquirir flote.

—Sí, estoy bien. Creo que nadaré un poco por la zona, desde aquí no logro ver nada —añadí, algo agitado por mi gran salto. Leslie me observaba desde aquellas alturas con suma atención, asomándome cuidadosamente sobre el pedestal. Yo comencé a zambullirme ligeramente a lo largo de esas aguas, alcanzando así una delgada plataforma en la esquina de la abadía; me paré finalmente sobre ella. Escurriendo con gran designio mis calzoncillos, investigaba desde allí las insólitas profundidades; tal vez hallaría así nuestra próxima salida.

— ¿Qué has encontrado? —exclamó ella desde allí arriba.

—No estoy seguro. Creo que hay una palanca en el fondo del agua. Tendré que bajar y averiguarlo.

— ¿Está muy profunda?

—Unos quince metros quizá. Soy bueno buceando, puedo lograrlo —alardeé con un fuerte grito, cerciorándome una vez más de mis cálculos. Almacenando todo el aire que pude, me eché nuevamente al agua efectuando un hermoso salto en clavado. Comencé a descender a toda prisa rezando por salir otra vez a la superficie. Y rocé finalmente aquella extraña palanca que había visto, descubriendo como el aire en mis pulmones ya no me era suficiente; cargué nuevamente mis pocas fuerzas y volví a germinar hacia el exterior.

— ¡Danser! ¿Lo has conseguido? —me gritó entusiasmada al verme salir del agua.

—No, no pude. Sólo llegué a tocar la palanca con mis dedos; no me ha alcanzado el aire —exclamé agitado, recuperando parte del oxígeno malgastado; me costaba recobrar el aliento.

—Descansa un poco e inténtalo de nuevo. Tú puedes, Danser —me estimulaba Leslie desde el alto pedestal. Levanté mi cabeza y le sonreí para que se quedara tranquila; no iba a fallarle esta vez. Llené nuevamente mis pulmones y, lanzándome aguzada—mente hacia el agua, volví a sumergirme en aquellos largos y profundos quince metros. Abriendo mis ojos de par en par, tomé la palanca con ambas manos y apoyé firmemente mis pies contra el muro. Dejé que la fuerza de mis brazos lograra desplazarla de su oxidada posición y volví a alcanzar la superficie para observar los resultados.

— ¡Ahí estas, Danser! Mira, el agua está descendiendo. ¡Lo has conseguido! —gritaba ella de felicidad. Yo me limitaba a contemplar aquel nuevo escenario. Frente a mí se revelaban ahora dos inmensas efigies con forma de ángeles. De sus pechos, desnudos entre sus brazos de piedra, asomaban dos curiosos habitáculos iluminados por pequeñas antorchas; al parecer, sólo debía llegar hasta ellos e investigar de que trataba aquel desafío. Las aguas ya llevaban descendidas unos cuantos metros más que antes, mientras yo trepaba exhausto hacia una nueva plataforma.

— ¡Que estatuas inmensas! ¿Qué tienes que hacer ahora, Dan—ser? No es que quiera ser reiterativa, pero ve pensando como harás para bajarme de aquí —se quejaba desde aquellas alturas.

—No me pongas más nervioso de lo que ya estoy, Leslie. En el pecho de las estatuas hay algunos mecanismos, no alcanzarás a verlos desde allí. Al parecer, debo llegar a ellos y activar alguna clase de circuito —le expliqué detalladamente para que no se aburriera; llevaríamos allí un buen rato. Comenzaría por el ángel de la izquierda, el más cercano de ellos. Junto al muro, apegado a su enorme brazo, se extendía una delgada rampa de piedra. Comencé a avanzar sobre ella hasta alcanzar así un pequeño pedestal saliente de su cintura.

— ¡Hey, Danser! No puedo verte, los ángeles me dan la espalda. ¿Podrías ir contándome lo que haces? —indagó ella, recostándose sobre el prominente pedestal y asomando sutilmente su cabeza para observar la escena.

—Pues, estoy parado sobre una plataforma de piedra en la parte frontal de la estatua. Parece que tendré que realizar un par de saltos hacia el centro del santuario —murmuré, estudiando con suma atención cada parte del circuito. Las estatuas se encontraban a unos treinta metros de distancia una de la otra, desplegando entre sus brazos un profundo precipicio sobre el cual Leslie observaba impaciente por que yo resolviera el enigma. Frente a mis ojos, surgiendo del brazo derecho de aquel ángel, otro de esos delgados pedestales esperaba a que me colgara ágilmente de él. Salté hacia adelante sin tomar distancia alguna y, evitando mirar hacia abajo, alcancé finalmente la plataforma; me paré sobre ella.

—Acabas de saltar, ¿no es así? —Leslie curioseaba ante cada uno de mis movimientos; insistía en oír la presencia de mi voz.

—Así es. Por cierto, ¿ves aquella barra de hierro junto al brazo interior? —exclamé, calculando vigoroso la próxima de mis piruetas.

— ¡Sí, la veo! ¿Piensas saltar hasta allí?

— ¡Exacto! Hazme un favor, Leslie. Descríbeme lo que ves al otro lado del ángel. Necesitaría saber con qué clase de obstáculos voy a encontrarme —le pedí, esperando a que el peligro no atinara a perseguirme tras cada uno de mis pasos.

—Pues, creo que frente a la vara hay otra de esas tablas cuadradas para pararse. Intenta llegar hasta allí, no parece ser tan complicado.

—Nada parece complicado desde allí arriba, querida. De acuerdo, aquí vamos —tomé un pequeño empujón y salté finalmente hasta aquella pértiga.

— ¡Ya te veo, ya te veo! —comenzó a gritar gozosa; acabábamos de recobrar otra vez nuestro humilde contacto visual.

—Ahora sólo te queda saltar hasta aquella plataforma — exclamó Leslie, mientras yo coordinaba cada uno de mis pasos; no necesitaba esos consejos tan evidentes. Sujetando la vara con todas mis fuerzas, y observando absorto aquel abismo a mis pies, comencé a balancearme hacia atrás y adelante apuntando fijamente hacia el pedestal. Dejé que mis piernas hicieran el resto y alcancé finalmente la delgada plataforma. Allí, frente a mis ojos, pendiendo desde las más intangibles alturas, una interminable cuerda yacía empapada esperando impaciente a que me colgara de ella. Retomé una vez más mi carrera y salté velozmente hacia aquella maroma; Leslie observaba intranquila mientras yo investigaba otra vez mi efímero itinerario.

—Tienes que llegar hasta aquella escalera en el muro frontal. Balancéate con las piernas —me indicaba ella, asomando su cabeza hacia abajo. Yo comencé a sacudirme una vez más intentando mantener mi equilibrio.

— ¡Lo estás haciendo mal! Tienes que usar las piernas, Danser. Necesitas generar contrapeso —insistía ella.

— ¡Yo sé lo que hago! ¡Déjame hacerlo a mi modo, Leslie! Quisiera verte a ti realizando todas estás acrobacias, ya tengo las manos repletas de callos.

—Es que lo haces mal, Danser, tienes que hacerlo con las piernas. ¡Hazme caso! —persistía ella en su inocente discusión mientras yo, con cierto desgano, me resignaba finalmente a hacerle caso. Comencé a sacudir mis extremidades en ambos sentidos, logrando de esa manera un notable vaivén hacia aquella escalera. Dejé que la cuerda alcanzara una corta distancia y salté finalmente hasta el muro.

— ¡Te lo dije! Deberías escucharme más a menudo, Danser — presumía Leslie, observándome allí colgado de la extensa escalera. Comencé a subir cuidadosamente por ella hasta alcanzar así un pequeño surco en las alas del ángel.

— ¡Hey! Observa el brazalete en el brazo de la estatua. ¿Qué opinas? ¿Crees que pueda saltar hasta allí? —indagué yo, calculando algunos riesgos.

—Creo que sí. Deslízate por su cuello hasta llegar a su hombro. Desde allí sólo tendrás que dejarte caer. Me aferré animosamente de esa inmensa oreja de piedra y realicé cada uno de mis movimientos tal cómo ella me lo había indicado. Así alcancé finalmente a posarme sobre ese holgado brazalete. Luego, un breve salto hacia el pecho y ya me encontraba en su pequeño habitáculo.

— ¡Eureka! Lo hemos conseguido. Gracias Leslie, te debo una —exclamé en un grito de euforia.

—Exactamente, así que empieza por bajarme de aquí, Danser. Ya me está dando vértigo —se quejaba otra vez. Yo continuaba inspeccionando aquel extraño habitáculo. Se trataba de una minúscula tapia decorada por tres medianos agujeros, uno al lado del otro, y sobre ellos, tres insólitos símbolos por descifrar. En el suelo, junto a inmundas telarañas cubiertas de insectos, una mano cadavérica yacía inmóvil frente a mis ojos. Comencé a husmear por adentro de aquellos agujeros en el muro; parecía comprender finalmente de qué trataba el acertijo.

— ¿Qué has encontrado allí, Danser? —se escuchó su voz lejana rebotando en cada esquina del santuario.

—Algún tipo de enigma. Escucha esto, Leslie: Frente a mí hay una pared de piedra con tres agujeros en ella, y al parecer, uno de ellos posee adentro una cuchilla. Cada agujero lleva en su interior una palanca, ¿sabes lo que eso significa?

— ¿Qué perderás una mano? —dedujo con cierta picardía.

—Pues, esperemos que no. En fin, dos de estas clavijas son las correctas mientras la otra me dejará manco. Sólo resta averiguar en cuál de todas ellas no debo meter mi mano —proyectaba yo en voz alta.

— ¿Qué no hay allí un manual de instrucciones, Danser?

— ¡Oh, claro! Es más, aquí está escrito el teléfono del fabricante. Podríamos llamarlo y preguntarle, ¿no crees? —me burlé ante su “no tan errado” comentario. Aquellos símbolos parecían significar algo; comencé a observarlos con más atención. Se veían realmente familiares, parte de algún viejo recuerdo en los rincones de mi memoria. Metí mis manos en dos de los agujeros, ignorando aquel que se ubicaba en el medio, y jalé finalmente de las pequeñas palancas.

— ¡¿Danser?! ¿Qué fue ese ruido? —exclamó Leslie asustada al oír un resonante desliz de cuchillas.

— ¡Jaja! Sabía que estaba en lo cierto. Lo que acabas de escuchar fue la guillotina. Tuve suerte de no haber metido allí mi mano —exclamé aliviado, sin dejar de sostener las palancas.

— ¡Vaya, que alivio! ¿Y ha funcionado? ¿Cómo has sabido cuales eran los agujeros correctos? —indagaba ella aplacada, al descubrir que mi cuerpo aún continuaba íntegro.

—Pues, cada uno lleva encima un símbolo extraño. Dos de ellos figuraban en un curioso rompecabezas que armé una vez en casa. Sólo tuve que correr el riesgo —le respondí, mientras el agua comenzaba a subir nuevamente. Corrí rápidamente hacia el exterior, evitando ahogarme en el fondo de aquella habitación, y me arrojé por entre los brazos de la inmensa estatua; subí finalmente a la superficie. Las aguas parecían haber ascendido a un nivel mucho más alto esta vez.

— ¡Escúchame, Leslie! Tienes que saltar, es tú única oportunidad —le grité, agitando mis brazos y piernas para no perder flote.

— ¿No podrías hacer que el agua suba un poco más? Es muy alto, Danser —se lamentaba ella, engullendo su pánico.

—No puedes quejarte, Leslie. Ya son menos de veinte metros de altura, puedes hacerlo sin ningún problema —le insistía yo, intentando convencerla; supuse que mis ropas, las que ella aún llevaba puestas, volverían a mojarse de nuevo. Retrocedió algunos metros para tomar suficiente carrera mientras yo me alejaba a un costado para que no aterrizara inesperadamente sobre mi cabeza.

— ¡Ahhhhhh! —gritó despavorida, abandonando finalmente el pedestal. Su cuerpo se estrelló contra el agua mientras yo me sumergía para ayudarla a ascender a la superficie.

— ¡Jaja! Eso ha sido estupendo, Danser. Me atrevería a hacerlo de nuevo —bromeaba ella, sacudiendo sus brazos para adquirir flote.

— ¿Estás de broma, Leslie? Vamos, por aquí. Tenemos que llegar hasta el pecho del segundo ángel —le ordené yo, desdibujando una ingrávida sonrisa y comenzando a nadar en dirección noreste.

— ¿Qué te ocurre? ¡Jaja! —se quebraba en carcajadas mientras yo me detenía en reiteradas ocasiones.

—Se me están saliendo los calzoncillos. Creo que el agua me los quiere arrebatar —le respondí, recurriendo a un pequeño tono de ironía.

— ¡Jaja! Pues, a mí se me está estampando tu camiseta contra el pecho enmarcándome toda y no digo nada.

— ¡Vaya! Suena tentador —me reí, exhibiendo algo de picardía y alcanzando finalmente la entrada del próximo habitáculo.

El agua alcanzaba el nivel exacto de aquella plataforma; ya no nos enfrentaríamos a ninguna clase de precipicio. Me subí al aposento cuidando una vez más de no perder mis calzoncillos, mientras Leslie me tendía su brazo para que la ayudara a salir del agua.

—Tenías razón en cuanto a la camiseta —musité, observando su figura por debajo de mis ropas estrechadas sobre su pecho. Se volteó rápidamente y se escurrió la prenda con ambas manos.

—Ya no se notan para nada —repuso con una vengativa sonrisa. Yo me volví hacia nuestro nuevo acertijo. Allí en el suelo, una extraña plataforma decoraba el centro del curioso habitáculo mientras dos concisas cuerdas de fibra escapaban de las paredes laterales.

— ¿Qué crees que haya que hacer aquí, Danser? —preguntó Leslie intrigada. Yo me viré nuevamente hacia la entrada de aquel cuarto donde un inmenso arcón de madera yacía inmóvil junto al agua.

—No lo sé aún, pero ayúdame a arrojar esta caja afuera. Podría ahorrarme algunos saltos si tuviera que trepar de nuevo — exclamé, apoyando mis manos sobre el enorme arcón.

— ¡Ven, ayúdame! No te quedes allí parada —le insistí otra vez, mientras ella apegaba sus manos junto a las mías; su pereza femenina comenzaba a molestarme un poco.

—A la cuenta de tres, ¿de acuerdo? Uno, dos, ¡TRES! —empujábamos con todas nuestras fuerzas mientras la caja se inclinaba lentamente sobre el agua. Un pequeño aventón y allí estaba aquel arcón alejándose hacia una de las esquinas del templo, flotando inapelablemente a la deriva. Regresamos una vez más la vista hacia el pequeño habitáculo, mientras yo me aproximaba hacia la extraña plataforma en el centro.

— ¡Espera! Mira hacia arriba, Danser —exclamó ella, percatándose de dos gigantescos martillos suspendidos sobre mi cabeza.

— ¡Vaya! Lo tomaré como parte de las instrucciones. Están allí por alguna razón, creo que alguno de los dos deberá pararse debajo mientras el otro jala de las cuerdas, y créeme Leslie, hará falta mucha fuerza para tironear de ellas.

—Lo sé, tú eres más fuerte que yo. Pero estás loco si piensas que voy a pararme debajo de esos martillos. Me harán papilla cuando caigan —se quejaba exasperada. ¿Cómo podría protegerla sin ponerla unos instantes en peligro? Al parecer no era posible; todo allí tenía un precio.

—Lo siento, Leslie, no hay otra opción. Escucha bien lo que haremos. Tú te pararás en la plataforma y yo comenzaré a tirar de las cuerdas para activar el mecanismo. En cuanto vea a los martillos sacudirse te quitaré rápidamente de la balanza, ¿de acuerdo? No dejaré que te pase nada, confía en mí —intentaba tranquilizarla. Leslie asintió con un leve gesto en su mirada y se colocó justamente frente a mí.

—Está bien, sólo avísame cuando deba subir —exclamó ella, sin dejar de mirar hacia arriba. Yo tomé con ambas manos las cuerdas y comencé a tirar de ellas con todas mis fuerzas.

— ¡Ya puedes subir, Leslie! Sin soltar su vista de aquellos robustos martillos que esperaban por caer, subió con sumo cuidado a la plataforma. De pronto sentí como las cuerdas se aflojaban simultáneamente obligándome a tirar de ellas con más empeño aún.

— ¿Estás bien, Danser? —preguntó alarmada, al verme ejerciendo semejante forcejeo.

—Sí, creo que puedo lograrlo. Ya entendí como funciona está cosa, Leslie. ¿Ves estos dos ganchos en las puntas de las cuerdas? Tengo que empalmarlos el uno con el otro. Si suelto las sogas los martillos te aplastarán —le explicaba en leves tartamudeos, intentando controlar la resistencia de mis brazos; las ganzúas ya se encontraban a sólo unos pocos centímetros de distancia.

— ¡Ya no puedo más, Leslie! Estás cuerdas me están ganando. No sé cuanto más pueda aguantar —barboteaba yo, sin dejar de tironear de ellas.

— ¡Aguanta un poco, Danser! Ya casi lo logras, te quedan menos de veinte centímetros —intentaba incentivarme ella mientras mis últimas energías optaban por esfumarse de mi cuerpo.

—Es que ya no siento los brazos, creo que voy a soltarlas. Cuando te diga, salta hacia atrás tan rápido como puedas, ¿de acuerdo?

 

—No saltaré hacia ninguna parte. Sé que puedes hacerlo, Danser, siempre logras lo que quieres. Busca esa fuerza que tanto te ayuda a obtenerlo todo.

— ¡Ya casi no siento mis brazos, Leslie! ¿Qué no puedes entenderlo? —insistía yo, dejando caer de mi frente grandes e interminables gotas de sudor. Me encontraba a punto de soltar las riendas dejando que los muros de aquel pequeño habitáculo se burlaran nuevamente de mí. ¿Cómo iba a permitirlo?

—No necesitas sentir tus brazos, Danser. ¡Siénteme a mí! Mírame a los ojos como siempre lo haces y deja que esa magia inexplicable surja sola —concluyó ella, sin dejar de concentrarse en los martillos. Opté finalmente por neutralizar mi molesta falta de fe y comencé a ensimismarme en la imagen de Leslie. Su cuerpo, su rostro embellecido por aquellas interminables horas de insomnio a las que nos íbamos enfrentando. Me enfocaba atrevidamente en la sombra de sus pechos bajo la tibia humedad de mi camiseta. Su cabello empapado y extendido sobre la perfección de sus hombros. La observaba como un tonto apasionado mientras mi cuerpo recuperaba insólitamente sus fuerzas. La energía se esparcía por mis venas alcanzando por fin las muñecas de mis manos. Dejé que mis nuevos esfuerzos hicieran su debido trabajo y empalmé finalmente los ganchos. Soltaba aliviado las cuerdas cuando noté que los martillos se desprendían sorpresivamente del techo para aplastar a Leslie. La tomé velozmente de sus ropas y la arranqué de aquella plataforma con suma rapidez. Los martillos se atizaron desatando un grave y resonante estrépito, mientras Leslie caía inevitablemente sobre mi pecho.

—Mmm, creo que ya ha acabado todo. Ya puedes levantarte. A menos que estés cómoda, claro —le sonreí, observándola fijamente a los ojos.

—Sí, tienes razón —añadió ella, levantándose del suelo y ayudándome a colocarme de pié. El agua comenzó a bajar nuevamente develando así una pequeña rampa junto al brazo izquierdo de la estatua.

— ¡Vaya! Menos mal que te arrojaste al agua. Poco más y te quedas allí arriba para siempre —exclamé aliviado, observando en un rincón el arcón que habíamos dejado caer minutos antes.

Caminamos cuidadosamente a lo largo de aquella rampa hasta alcanzar finalmente la planta inferior.

— ¡¿Has visto, Leslie?! Sabía que la caja serviría de algo — añadí, al observar nuestra puerta de salida a unos tres metros de altura.

—Ven, ayúdame a colocarla junto a la puerta, sólo así lograremos subir —apoyamos nuestras manos sobre aquel arcón y lo situamos medianamente contra el muro; me encontraba realmente agotado. Recurriendo nuevamente a la energía de mis brazos, me subí rápidamente a la caja mientras ella se recostaba en el suelo del salón como una verdadera chiquilina.

— ¡Hey! ¿Qué haces? No te hagas la tonta. Me escalé todo el santuario para sacarnos de aquí. Pon algo de voluntad ¿de acuerdo? —le grite enfurecido, observándola allí tendida.

— ¡No me digas tonta! ¡Tengo nombre, imbécil! No como tú, claro, que tienes varios. ¡Jaja! —comenzó a reír, decorando nuevamente el tono de nuestra conversación. Le cedí una mano y la ayudé a subir hasta la parte superior de la caja; la puerta ya esperaba entreabierta en el recóndito de aquel pasaje.

— ¿Varios nombres? Si te refieres a los que usaba por Internet, déjame aclararte que sólo fue por motivos de copyright. No puedo usar mi verdadera identidad en cada idiotez que hago, ¿no crees? —me justifiqué, concentrando mis ojos en su dulce sonrisa.

—Me refería al que usaste conmigo. ¿Qué ya no te acuerdas? —añadió ella, adoptando lentamente una mueca de seriedad.

— ¡Ohhhh! Ya creo saber a cuál te refieres —reaccioné, bataneando mi cabeza en un torpe gesto de negación. Me quité algunas gotas de agua de los ojos y, sacudiéndome el pelo una vez más, cruzamos finalmente la puerta.