Capítulo 2 Dubitativo

Jesús había dejado de andar por la oficina como un loco. Estaba bastante inquieto. Si ahora le tomaba su médico la tensión ¡estaría disparada! Llevaba conteniendo el deseo hacia Amanda desde el primer día que la vio y le hizo la entrevista para el puesto en el que se encontraba. Un impulso fuera de lo común provocó una enorme excitación bajo su pantalón desde el momento que la vio por primera vez. Quizás fue su vestido marrón, las medias de seda o aquellos zapatos con leve tacón, lo que creó aquella inesperada excitación. Pero con el paso del tiempo, aquellos sentimientos se convirtieron en pasión, luego lujuria y hoy era, sin lugar a dudas, desesperación.

Día tras día la imaginaba entre sus brazos, sintiendo sus caricias sobre la piel de ella, besando aquella tentadora boca o recorrer su esbelta figura con su lengua. Pero no era más que una locura, la diferencia de edad sería un impedimento bastante grande. Lo supo desde el momento que investigó sobre aquel ángel que revoloteaba las oficinas, y revolucionaba con su sonrisa a todo el personal. Sin embargo, cuando la acarició en el ascensor, perdió la cordura y la sensatez. Quería más, necesitaba sentirla como tantas veces había imaginado. Frunció el ceño al recordar que ella se iba a marchar de allí. No podía permitirlo, ahora no. Cogió entre sus manos el currículo de ella y comenzó a revisarlo con mucho cariño. Debía encontrar un lugar apropiado para ella, no la iba a dejar escapar. De repente alzó su mirada y la vio a través de las ventanas de su oficina. Charlaba afable con sus compañeros. Sonreía sin parar y un brillo especial brotaba en sus ojos. «¿Sería por él?», se preguntaba. Cuando la rozó en el ascensor sintió que ella se acaloraba y se ponía nerviosa. Quizás la asustó, sería lo más normal. Una criatura tan divina no llegaría a tener los mismos deseos que él proyectaba en ella. Suspiró profundamente y con paso firme se dirigió hacia la puerta.

― Amanda, cuando termines de entregar el correo, ¿podrías acercarte a mi despacho? Tenemos que hablar.―La miró inmóvil.
―Por supuesto. ―respondió con amabilidad.
Jesús entró a su oficina y cerró la puerta. Esperaba con ansiedad la presencia de

ella en aquella habitación. Pocos minutos más tarde, alguien tocó la entrada. ―Adelante. ―ordenó.
―¿Se puede?―El rostro de la joven apareció entre la abertura.
―¡Claro! Te estaba esperando. ―Se levantó de la silla y se acercó hacia ella. ―¿Qué necesitas?―se atrevió a preguntar.
―He estado mirando ese amplio historial laboral que tienes. Me has dejado anonadado. Por un lado he sentido rabia al no haberte valorado tal como te mereces y por otra parte, he estado buscando un puesto adecuado para ti. A ver si así cesas en tu empeño de abandonarnos.

―¡Muchas gracias!―Llena de euforia saltó sobre los brazos del hombre.

Él la atrapó entre su cuerpo con mucho gusto. Atrayéndola todo lo posible hacia su cuerpo, quería disfrutar cada segundo que permanecía a su lado. Colocó su nariz sobre el cabello de la mujer e inspiró hondo. Le encantaba aquel aroma tan suave y delicado. Un movimiento involuntario apareció en su cuerpo y la retiró de golpe. No deseaba ver el rostro asustado de la muchacha al descubrir que lo había excitado.

― Lo siento. ―Se excusó a la vez que se sonrojaba y se tocaba el pelo. ―No debes disculparte. Me ha gustado tenerte entre mis brazos, pero…―Se dirigió hacia la mesa e intentó ocultar aquella excitación―. Debemos hablar sobre el nuevo trabajo, ¿no te parece?
―Sí. ―En su mente todavía seguía abrazada a él. Sintiendo el calor de su cuerpo e introduciendo en sus entrañas la deliciosa fragancia masculina.
―Bien. He pensado que podrías ser muy buena dentro del departamento de dirección. Tengo un posible puesto que ofrecerte. Se trata de ser consejera empresarial. ―Amanda arqueó la ceja, ¿qué significaba eso? ¿Sería una especie de pitonisa?― Tu principal papel sería investigar sobre aquellos proyectos que se nos ofrecen y clasificarlos como rentables o no.
―No me parece mal para comenzar. ―murmuró.
―Solo hay una pega. ―Ante la cara de sorpresa Jesús sonrió y prosiguió―. Tendrías que estar todo el día cerca de mí.
―Lo soportaré.―Devolvió la sonrisa. «¿Eso es una pega?» Pensó. «¿Dónde he de firmar?». Cavilaba su feliz mente.
―Bueno. Pues si te parece bien, cuando termines tu jornada te pasas por aquí y firmamos el contrato. ¿Ok?―Seguía ocultando aquella elevación inhumana.
―¡Por supuesto! ¡Aquí estaré! ―Se acercó hacia la puerta y se marchó. Hoy tenía que terminar pronto, quería volver a estar a solas con él. Eso sí, debía controlar aquellas ganas de abrazarlo y besarlo, no eran recomendables.