Capítulo 1 ¡Venga ya!

Miró a través de la ventana. Hacía un día espléndido a pesar de estar en pleno invierno. Los rayos solares proporcionaban un acogedor calorcito y se encontraba feliz bajo aquella agradable calidez. Tenía la frente apoyada en el cristal y miraba hacia la nada mientras esperaba el ascensor. Si todo salía según lo previsto, le quedaban pocas subidas o bajadas dentro de aquel trasto. Una sensación de inquietud invadió su karma interior. A pesar de saber que estaba haciendo lo correcto, seguía teniendo dudas. Por un lado, se quería dar algo más de tiempo para poder acceder hasta su corazón, sin embargo, por otro lado se decía que dos años habían sido más que suficientes para hacerse notar y ya estaba cansada de empujar todos los días aquel maldito carrito.

― Buenos días Amanda.―La suave voz de Jesús apareció por sorpresa―. ¿Buscando los rayos del sol?
―Buenos días, señor.―Acertó a responder. Cuando intentó mover la cabeza para saludarle con la sonrisa que había ensayado millones de veces en el espejo, se golpeó la frente contra el pestillo de la ventana causándole un gran dolor.
―¿Estas bien?―Se acercó a contemplar el posible daño que se había propiciado y comenzó a tocarle el roce de la piel. Amanda se quedó petrificada, hasta aquel momento nunca lo había tenido así de cerca. «¡Menuda casualidad!» se dijo. «El día que comienzo mi nueva expedición laboral, él se da cuenta que existo». ―¿Te encuentras bien?―Volvió a preguntar cuando no obtuvo respuesta de la joven.
―Sí, no ha sido nada.―Tapaba el lugar accidentado con la mano para que no apreciase el chichón que palpitaba con fuerza.
―Si te encuentras mareada o indispuesta, házmelo saber. Te llevaré a enfermería.
―De verdad que no ha sido nada. Un leve chichón que se calmará con agua fría. ―Necesitaba desviar aquella conversación. No quería ser recordada como la chica del bulto en la frente por un despiste.
―¿Subes?―Preguntó sujetando la puerta del elevador.
―Sí, claro.
Jesús se apartó para dejarla pasar primero. Tenía una educación exquisita, era de los pocos caballeros que podían existir, por eso la volvía loca. No parecía ser el típico hombre que te encontrabas en cualquier bar invitándote a una copa a cambio de un revolcón entre las sábanas de la cama de alguno de los dos, sino un gentil señor que ofrecería su abrigo a cualquier dama que tuviese frío, un noble que salvaría a una damisela en peligro, un…
―¿Amanda? ¿Estás segura que te encuentras bien?―Preguntó preocupado y volvió a acariciar el lugar donde se había dañado―. Esto cada vez está más hinchado. ¿Te llevo a enfermería?
―Por favor, no se moleste, estoy bien. ¿Qué me decía?―Ahora no sabía qué parte de su cuerpo estaba más roja, si el tremendo chichón o las mejillas de su rostro. Debía salir de allí, estaba dando una imagen patética al intérprete de sus noches apasionadas―. Uff, esto no va bien, creo que utilizaré pronto el consolador ―pensó en voz alta.
―¿Perdona?―Jesús abrió los ojos hasta el límite―. ¿Has dicho consolador?
―¡No! He dicho que voy a la dos.
«¡Mierda! ¿Ahora también deliraba en voz alta?»
―Amanda, hoy estás muy distinta. ¿Te sucede algo? Y no me refiero al enorme chichón que te está creciendo por frente. Es que te noto alterada, esquiva, como si escondieras algo que no debo saber…
―Necesito ir a la segunda planta, señor. ―Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse y ella empezó a inhalar aquel maravilloso aroma que desprendía.
―Sí, eso ya me lo has dicho. Sigue. ―Le ordenó mientras presionaba el botón.
―Debo recoger el correo. ―Jesús miró el reloj y frunció el ceño.
― ¿No es muy tarde para realizar esa tarea?―Preguntó dubitativo.
―He tenido que hacer otras cosas antes de venir al trabajo. ―Miró al suelo. De repente, Jesús paró el ascensor y Amanda lo miró fijamente.
―¡Cuenta! ¿Qué has tenido que hacer? Me tienes sorprendido, Amanda. Eres una persona coherente, sonriente, amable y muy detallista, sin embargo hoy no reconozco a la mujer que tengo en frente―. ¿Qué ocurre?
―He tenido una entrevista de trabajo. ―Se lo soltó de golpe―. Creo que merezco algo más que trasportar un carrito de un lado hacia otro.
―¿Nos abandonas? ¿No quieres estar conmigo, digo, con la empresa?―Ante aquella confusión la mujer abrió los ojos y se volvió a sonrojar. Por un mísero momento pensó que era importante para él.
―Estoy contenta con la empresa, pero no tengo una carrera empresarial y dos másters en comercio y gestión para quedarme toda la vida repartiendo el correo, ¿no le parece?―Directa al grano. Ahora comenzaba a hablar la Amanda laboral, aquella que se escondía en su interior.
―¿Y no has pensado en ascender con nosotros?―Arqueó una ceja y tras una leve pausa continuó. ―¿No te gusta trabajar aquí?
―No es eso. ―Apenas podía responder. Necesitaba que pulsara el botón para continuar y que saliesen de allí lo antes posible. Porque lo único que deseaba en aquel momento era lanzarse sobre él y saborear su preciosa boca.
―¿Entonces?―Continuó su interrogatorio inesperado―. ¿Alguien ha tenido algún comportamiento inapropiado hacia ti?―Un matiz de tensión apareció en su rostro.
―¡No, no, no! ―Sus ojos se abrieron como platos ante la sorpresa de averiguar que se preocupaba por ella.
―Llámame Jesús. ―Sonrió cariñosamente―. No estoy dispuesto a perderte.―dijo clavando su mirada en ella―. Me parece que todavía tienes muchas alternativas aquí como para dejarnos.
El corazón de la joven comenzó a palpitar sin control. Aquellas palabras le hicieron ver notas románticas donde posiblemente no las había, pero no le importaba, solo saber que no deseaba perderla, le hacía sentirse especial. Levantó su rostro y comenzó a tocarse el pelo. Estaba demasiado nerviosa para comentar algo más. Sin embargo, no hizo falta. Jesús contemplaba sus continuos ajetreos y gestos. Con un suave movimiento se acercó a ella y le susurró en el oído.
―¿Qué haría yo sin esa preciosa sonrisa que me alegra cada mañana?―Una mano se posó en el rostro de la joven y lo alzó hacia él. Amanda estaba en estado de shock. Aquello que estaba viviendo debía ser un sueño, pero si era así, no deseaba despertar.
De pronto, las puertas del ascensor comenzaron a abrirse y el hombre puso distancia entre ellos. La miró con ternura y le sonrió.
―Tú planta―dijo suavemente.
―Sí. ―balbuceó.
―Buscaré tu currículo en personal y veré qué puedo hacer. Como ya te he dicho, tienes muchas posibilidades con nosotros y no es bueno para nadie que te alejes de nuestro lado.
―Gracias―musitó. Sin mirar atrás caminó hacia donde le esperaba el maldito carro. Escuchó cerrarse el ascensor tras ella. Se giró y ya no estaba, había desaparecido.
«¡Maldición!»―pensó.
―Buenos días, compañera. ―Clara le saludó desde su mesa.
―Muy buenos días ―respondió con efusividad.
―Parece que todo ha salido bien, ¿no?
―Mejor de lo que esperaba, muchísimo mejor. ―contestó con una imborrable sonrisa.
Las horas precedentes al divino acontecimiento fueron extraordinarias. Amanda seguía con aquella sonrisa en su rostro incapaz de eliminarla. No solo había conseguido ser sorprendida por la sensualidad de Jesús, también cabía la posibilidad de seguir a su lado sin tener que ser el último peldaño en aquella gran empresa. Se imaginaba trabajar codo con codo con él, tocar los mismos papeles que él rozaba, tener incontables charlas sobre proyectos… Todo aquello que había soñado, quizás podría hacerse realidad. De pronto su teléfono comenzó a sonar.
― ¿Diga?―Preguntó intrigada al no conocer el número.
―Buenos días. ¿Puedo hablar con Amanda Fernández?
―Soy yo. ¿Quién es?
―Le llamo del departamento de recursos humanos de la empresa en la que has realizado esta mañana la entrevista laboral. Estaremos encantados de charlar contigo sobre las condiciones que te ofreceremos si aceptas el trabajo.
―¿He sido seleccionada?―Cuestionó con sorpresa.
―Sí, querida. Si lo deseas, mañana te pasas por aquí sobre las diez y charlamos con tranquilidad. Pregunta por Dolores de recursos, te atenderé personalmente.
―Muchas gracias, allí estaré. ―Colgaron.
La joven miró hacia su carrito, por fin se desharía de aquel maldito chisme. Sonrió feliz y comenzó su última jornada.