Capítulo 2. ¿Salvada?

La mañana de compras fue un desastre. Apenas pudo concentrarse en llenar su carrito de víveres, la mente volaba sin control hacia la escena que había vivido horas antes, sobre todo se preguntaba por qué aquel individuo inspiraba tan profundo cuando ella estaba cerca. ¿Olería mal? Los sonrojos volvieron a aparecer en las mejillas cuando recordó la sensación que tuvo en el ascensor. Demasiadas novelas románticas bajo su almohada y muchísimos sueños eróticos sobre aquel lugar. ¿Hasta dónde podía llevarle aquella perturbada imaginación? No volvería a hacerlo, ella no era de ese tipo de mujeres. Debía controlar sus instintos y, lo que era aún peor, tenía que dominar la excitación que le ofrecía la presencia de aquel hombre.

―¡Hola, princesa! ―El saludo de Bárbara la despertó de sus meditaciones.

― ¡Ah, hola! ¡Eres tú! ―Le respondió algo afligida, en su profundo interior se había imaginado… otra persona.
―¡Pues claro que soy yo! ¿Quién narices creías que era?―La besó―. Oye, ¿estás enferma? Te noto caliente.―Comenzó a tocarle la frente.
―¡No!―Se alejó―. Solo angustiada por realizar la compra. Hoy es un mal día, hay demasiada gente a mi alrededor.
―No entiendo esa claustrofobia que tienes, chica. Lo mejor del mundo es sentir el calor humano y tú siempre andas esquivándolo.
―No todos podemos ser tan extrovertidos como tú.―Puso las bolsas de las verduras en la cinta de la caja.
―Pero es que ni lo intentas. ―La miró fijamente y tras unos segundos continuó hablando―. Te noto rara, ¿qué te pasa? ¿Es del trabajo?
―¿Rara? No hay rarezas en mí salvo las habituales. ¿Y tú?―Quiso cambiar de tema.
―Me tenías preocupada, te he llamado sobre unas cinco veces al móvil y no contestabas. Así que me puse a pensar dónde estarías y recordé que era sábado, tu día de compras.
―Con las prisas se me ha olvidado en casa. ―Se excusó.
―Pero sí recordarás que hoy comemos juntas, ¿verdad?―Frunció el ceño.
―Sí, claro. ¿Cómo lo voy a olvidar si llevas toda la semana recordándomelo? ―Sonrió falsamente.
―¿Dónde vamos a ir?―Preguntó emocionada Bárbara― ¿Chino? ¿Mexicano?
―Bueno, primero iremos a casa, dejo todo esto y lo pensamos.
―Son 38,59 ―dijo la cajera.
―Gracias ―respondió la joven mientras le ofrecía la tarjeta.
―Espero que no tardemos mucho, tengo las tripas saltando. ―Metía las bolsas en el carro.
―No creo ―musitó. Ana comenzó a pensar a gran velocidad ¿Y si volvían a encontrarse con él? ¿Qué haría Bárbara? Seguro que se lanzaría en sus brazos mientras ella se preparaba una sopa en la casa. Le disgustó esa idea, prefería ser ella la que gimiera bajo las caricias de Quique en su blanquecina piel.
Por el camino, mientras continuaba sus pensamientos absurdos sobre cómo sería sentir las caricias de aquel espécimen en su cuerpo y cómo aullar de placer al ser sucumbida por el orgasmo, la amiga no cesaba de hablar del viaje que tenía previsto. Estaba muy ilusionada y había puesto grandes expectativas en ello. La empresa la recomendó para un puesto importante en una de las sucursales que tenían en el extranjero y Bárbara lo había aceptado sin pensar. En cambio ella, seguía estancada en el lugar de siempre, sin miras hacia una evolución mejor. Pero debido a su timidez, el permanecer tanto tiempo en el mismo sitio le había generado una seguridad y una estabilidad que no podía cambiar. Volvería a sentir náuseas, llorar, inquietud, insomnio,… Mejor quedarse donde estaba.
―Y como te iba diciendo, no me falta mucho. Lo quiero todo muy controladito. ¿Estás ahí? ¡Joder! ¿Qué te ocurre hoy?
―Nada. ―Se paró en el portal de su bloque, las manos volvían a sudar y el corazón le palpitaba. Buscó como pudo las llaves en el bolso y miró hacia el ascensor. ¿Estará?
Pero no parecía que hubiera nadie. Respiró con tranquilidad y abrió la puerta.
―Tú puedes decir lo que quieras pero a ti te pasa… ―Se quedó muda y a los tres segundos sonrió con gran placer y dijo muy sensual. ―Hola…
―Buenas tardes, señoritas ―Quique se encontraba escondido en un muro del hall.
Como siempre, andaba con el torso descubierto. Deleitando con su fornido cuerpo a toda persona que lo observaba. Frunció el ceño, sabía que su amiga lo asaltaría. ¿Qué pasaría después? ¿Se tomaría la sopa? Entre aquel tumulto de pensamientos repentinos, no contestó al saludo del hombre pero observó cómo su amiga se acercaba a él sin poner límite de distancia.
―Buenas… ¿Vives aquí o trabajas de fontanero? ―Lo observaba detenidamente de arriba abajo―. Te digo esto porque tengo una gran avería en el baño de mi casa y comentaba a mi amiga que necesitaba a alguien que me echara una mano. ―Aquella impetuosa mujer se acercó muy sensual hacia Quique. Sin embargo, éste no le hizo caso.
―Hola Ana. ―Se apartó y se dirigió hacia ella― ¿Han ido bien las compras? ¿Te ayudo?―Antes de que pudiera contestar, la mano del hombre había atrapado el asa del carrito y lo dirigía hacia el ascensor.
―Sí ―respondió con tímidez.
Bárbara se quedó atónita, los observaba y disfrutaba de aquella divertida situación. Ana volvía a tener en su angelical rostro unos sonrojados coloretes y miraba con nerviosismo al suelo. Por otro lado, el hombre tenía clavada su mirada en ella y la devoraba lentamente. ¿Acaso Ana no se había dado cuenta de que aquel hombretón buscaba algo con ella? Arrugó la frente y se enojó, por primera vez desde que la conocía un hombre se interesaba por ella y ni se inmutaba. Tenía que ser de piedra porque un semental como él no tenía desperdicio. O quizás, no le interesaban los hombres…
―Segunda planta ―dijo Bárbara para entablar conversación.
―Lo sé.―Le sonrió y volvió a clavar los ojos en Ana―. Entonces… ¿has comprado mucho?
―Solo comida ―susurró mientras se frotaba las manos. Había regresado el sudor. ―Bien, eso está bien, debemos alimentarnos ―respondió con una sonrisa cautivadora.
―Ana es de pocas palabras. ―La excusó su amiga―. Es bastante tímida pero a mí puedes preguntarme lo que quieras.―Se colocó entre ambos.
―¿Te has agobiado en la compra?―Quique torció la cara para ver el semblante de la mujer escondida.
―Ella siempre se agobia en esas cosa. ―Se colocó otra vez entre las miradas―. Tiene un grado bastante alto de timidez.
―¿Necesitas que te ayude?―Se movió como pudo para dejar a un lado a la mujer que no paraba de cotillear y se puso cerca de Ana. Levantó su rostro con un dedo y le hizo mirarlo a la cara―. ¿Necesitas que te ayude?―insistió con dulzura.
―No ―respondió al fin.
―Ok. Te llevaré esto hasta la puerta y luego me marcharé, ¿bien?―Seguía manteniendo una bonita sonrisa y unos ojos devoradores.
―No hace falta, ella me ayudará.―Señaló a su amiga con la mirada.
―¡Por supuesto! ―Se acercó Bárbara hacia ella y la rodeó con un brazo mientras que con el otro atrapaba el asa del carro―. Para eso estamos las amigas.
―Bien. Gracias.―Miró por primera vez a la charlatana.―. Por cierto, me llamo Quique.―Extendió la mano para saludarla.
―Yo Bárbara, pero todos me llaman Barby. ―Soltó el amarre hacia Ana y le devolvió el saludo.
Las puertas del ascensor se abrieron y comenzaron a salir. El hombre fue el último y desde una distancia prudencial observaba a las dos mujeres dirigirse hacia la puerta. La tal Barby llevaba el carrillo mientras que Ana metía la mano en su bolso para encontrar las llaves de su hogar. Seguía con la cara agachada y apenas hablaba.
―Yo me quedo aquí. ―Informó Quique mientras abría su puerta.
―¿Vives ahí?―Preguntó Bárbara alucinada.
―Sí, desde hace unas semanas. Observó cómo Ana abría con torpeza la puerta.
―Pues tenemos pensado comer en casa, si te parece bien te pasas para el café. Viviendo en frente no llegarás tarde.―Esbozó una maquiavélica sonrisa.
―Si no os importa, podría invitaros a comer. Soy un cocinero estupendo. Ana mandó una mirada fulminante a su amiga, sabía que aceptaría pero debía impedirlo. No estaba preparada para tenerlo tanto tiempo a su lado. Si unos instantes la volvían loca de lujuria, ¿cómo reaccionaría su cuerpo si permanecía a su lado mucho más?
―Por supuesto ―respondió sin hacer caso a las miradas asesinas de la joven―. Será un placer disfrutar de tu comida.
―Ok, pues cuando todo esté preparado os llamo. Nos vemos en un rato, chicas. ―Abrió la puerta y se metió dentro.
Bárbara sonreía viendo los gestos de la muchacha. Mientras entraban en el piso sabía que comenzarían un gran debate sobre cómo entender las muecas de una cara, pero lo soportaría por tal de volver a ver aquel hombre y la actuación de su tímida amiga.