Capítulo 3 Encerrona

Ana cerró tras de sí la puerta y se apoyó en ella. Su amiga había cometido una enorme locura aceptando aquella inesperada cita. No tenía ni idea de las repercusiones que tenía aquel hombre sobre ella y claro está, tampoco quería dejarlas expuestas. Siempre había sido muy recatada en temas amorosos, quizás por eso llevaba una vida tan puritana.

― ¿Qué piensas?―Preguntó Bárbara cuando la observó algo alejada de aquel lugar.
―Que no deberías haber aceptado la proposición.―Comenzó a andar hacia la cocina con las bolsas de la compra en la mano.
―No me ha parecido mala idea, además, eso de que nos hagan una buena comida…
―¡Siempre pensando en lo mismo! ―le espetó mientras posaba la mercancía sobre la encimera.
―Eres una mal pensada. ―Sonrió―. Bueno, cuéntame, ¿quién es el macizón?
―No hay nada que contar, es el nuevo vecino, que como has podido observar tiene a todo el patio femenino revolucionado porque anda semidesnudo por el bloque.
―¡Uff! ¡Déjalo que siga así! Es bueno para la vista. Seguro que a más de una vieja le alegra la vista. ―Comenzó a ayudarle.
―En eso tienes razón.―Esbozó una sonrisa al recordar cómo la anciana del tercero bajaba la basura cuando hace apenas unas semanas era incapaz de levantarse de la cama.
―Bueno, ¿qué vas a hacer?―Levantó con la mano un pepino.
―¿Meterlo en el frigorífico?―respondió ilusa creyendo que le preguntaba por la verdura.
―¡No es eso! ―Se carcajeó Bárbara―. Me refiero al personaje. Anda buscando estar entre tus piernas como perro detrás de una hembra en celo.
―¡No digas tonterías! Ese busca a cualquier mujer que se le ofrezca. Ese tipo de hombres no quieren mujeres como yo.
―Mi instinto femenino me chilla todo lo contrario, pero tú sabrás. Eso sí, yo no perdería la oportunidad de sentir ese cuerpo sobre el mío.
De pronto, un móvil comenzó a sonar. Bárbara corrió hacia su bolso y contestó la llamada. Tras unos segundos de acalorada conversación, regresó a la cocina donde estaba Ana encaprichada en meter la caja de café en una lata. La amiga puso una mano en el marco de la puerta y le dijo:
―Tengo que irme―comentó alterada.
―¡Ni se te ocurra dejarme sola!―Abrió tan fuerte la caja de plástico que todo el café quedó esparcido en el suelo.
―Ha sucedido algo que no debo dejar pasar. ―Se giró y buscó su abrigo.
―¡No me hagas esto!―suplicó al ver que su amiga se marchaba.
―Ana, una zorra quiere apartarme de mi trabajo, y he chupado muchas pollas como para que ahora me aparten de lo que estoy a punto de conseguir. Lo siento, de verdad.
―¿Qué hago yo ahora?―preguntaba sin saber qué hacer mientras caminaba tras ella.
―Llama a su puerta y dile que se cancela la cita. Es tan fácil como eso.―Le dio un beso en la mejilla y salió sin mirar atrás.
Ana se quedó parada viendo a su amiga marcharse. Aquello había sido una putada del destino y no tenía ni idea de cómo solucionarlo. Inmóvil frente a la entrada, empezó a respirar agitada. Debía encontrar algo de sensatez para tener valor y enfrentarse al atractivo y sensual Quique. Necesitaba hallar las palabras adecuadas para eliminar la cita y no caer en sus brazos rendida diciendo: «Tómame» Puso la mano en el pomo y lo giró con lentitud, pero se detuvo, quizás sería mejor escribirle una nota y dejársela debajo de la entrada. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para ir en busca del papel, su puerta se abrió con fuerza.
―¿Te ha pasado algo?―preguntó alterado.
Como siempre, estaba medio desnudo y dejaba al descubierto aquel magnífico torso que subía y bajaba fruto de la posible intranquilidad que sufría.
―¿Siempre estás al acecho? Entrecerró sus ojos e intentó clavar la mirada al suelo. No podía dejar que Quique descubriera que aquella desnudez le hacía hervir la sangre hasta tal punto, que sus entrañas deseaban ser frotadas sin parar en aquella perfecta piel nacarada.
―Me he alterado cuando he escuchado voces, pensé que te había pasado algo. ―La observó de arriba abajo como si tuviese que comprobar por él mismo, que no tenía ningún daño visible.
―No ha pasado nada. Bárbara se ha tenido que marchar y se anula la comida ―musitó.
―¿Por qué ella no está?―Frunció el ceño―. Eso no es un problema.
―No deberíamos…―comentó en voz baja.
―¿Qué, Ana? ¿Qué no deberíamos?―Se acercó a ella y la dejó pegada sobre la pared de su pasillo.
Ella empezó a agitarse cuando él puso sobre su cabeza los fuertes brazos. Apenas los separaban unos milímetros, por allí no podía pasar ni el aire. Sentía los pezones masculinos acariciar su camiseta y sus caderas fueron sutilmente atrapadas por las piernas varoniles. Un delicioso aroma comenzó a entrar en sus alteradas inspiraciones. Si seguía así estaba perdida, ya comenzaba a notar la excitación en sus bajos y eso no era correcto. Sacando fuerzas de donde no las tenía, le empujó para poner distancia entre ambos.
―¡Vete!―le gritó.
―¿Por qué?―Volvió a acercarse a ella. De repente el hombre respiró el aroma que ella desprendía con fuerza y echó la cabeza hacia atrás.
Ana se quedó atónita ante la reacción que estaba teniendo el hombre. Parecía que algo le había alterado de tal manera que cuando la volvió a mirar ya no tenía un rostro amable y cálido, sino hirviente y lujurioso.
―¡Te he dicho que te vayas! ―Volvió a empujarle.
―¿Y dejarte así?―gruñó.
―No me haces falta para hacerme la comida―respondió entre balbuceos.
―No me refiero a ese tipo de alimentación.―Alargó la pierna hacia atrás y cerró la puerta.
Ella seguía asombrada por su actuación. Quiso recriminar lo que estaba haciendo pero no le dio tiempo, su boca fue invadida por la de él y la hizo sumergir en un apasionado y ardiente beso. Las piernas comenzaron a temblarle, estaba a punto de perder el equilibrio. No recordaba la última vez que la habían besado de aquella forma, mejor dicho, nunca la habían besado así. Abrió despacio sus ojos para poder apreciar la expresión del rostro de quien la estaba poseyendo y el deseo fue lo único que encontró. Suspiró profundamente y se dejó llevar, por una vez no pasaría nada.
Quique percibió cómo Ana se iba relajando con el paso del tiempo. Eso le hizo estar más excitado si cabía. Desde la primera vez que la vio, supo que ella era diferente y eso era lo que andaba buscando. Bajó su mano derecha a la pierna femenina y la subió hacia su cadera. Deseaba acariciar aquella piel con la que había estado soñando. Ante el sollozo de placer de ella, continuó subiendo y bajando aquel muslo hasta que se atrevió a poner su palma sobre la lencería. El calor era abrasador, le quemaba la piel. Continuó aquel beso que cada vez era más posesivo y animal, frotó su mano en aquella prenda caliente. Ana se apartó de sus labios y echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en la pared. Quique no pudo evitar llevarse aquel olor impregnado en su dorso hacia la nariz. Lo inspiró con fuerza y volvió a exponer sus anacarados dientes.
―Este aroma lleva volviéndome loco desde que llegó a mi nariz―le susurró en el oído a la mujer que temblaba de placer por la sensualidad de las palabras―. Me voy a dar un festín a tu costa, nena.
Ana abrió los ojos como platos, no podía estar escuchando aquello. Por fin alguien la deseaba hasta límites insospechados. Clavó su mirada en el joven y alargó su mano para atrapar la cabeza y así, poder besarlo de nuevo. Se dejaría llevar y aparcaría por una vez los pensamientos mojigatos que llenaban su mente. Aunque no fuese el hombre de su vida, aunque no la llevara al altar, hoy la iba a trasportar al mismo cielo y eso no podía perdérselo.
Quique bajó de nuevo la mano cuando el aroma desapareció. Mientras buscaba de nuevo el camino hacia la impregnación, se vio atrapado por un hambriento beso que ella le ofreció. Con una leve sonrisa y un aullido interior de satisfacción, abandonó la idea de buscar aquel calor sexual en aquel lugar de la entrada. Así que la atrapó de las caderas y la alzó para posarla en algún sitio de la casa donde estuviesen más cómodos. Echó un vistazo rápido y sopesó si disfrutar en el sillón o en la cama, pero cuando escuchó un gemido desesperado de la mujer que seguía atrapando desesperadamente sus labios, decidió que el sofá era lo más rápido. Con pasos agigantados llegó hasta donde sería el nido de amor. La posó con delicadeza para no apartar ambas bocas ni separarse de ella. Una vez colocada tal como deseaba, sus labios abandonaron los suyos para vargar sobre la ropa de Ana. Al mismo tiempo que la besaba, inspiró con fuerza su perfume. Paró sobre sus senos, todavía tapados con aquellas castas ropas. Sin pensárselo dos veces, mordió los pezones con fuerza. Escuchó un gruñido de satisfacción de la mujer y vio cómo ella se arqueaba para que continuase. Entonces no vaciló un minuto, llevó sus manos hacia la delgada cintura y comenzó a levantarle la camiseta. Ya no le era suficiente sentirla de aquella forma, debía notar el calor de su piel y percibir en su lengua el sabor de los traviesos pezones.
―Expuesta para mí―susurró el hombre mientras levantaba la ropa y observaba su piel.
Agachó la cabeza y comenzó a besar el vientre, después, antes de que las manos femeninas se pudieran apoyar en su cabeza, recorrió con su lengua el camino hacia los tersos y duros botones que le daban la bienvenida.
Ana sintió la calidez de la boca del hombre sobre sus pechos. Los lamia y absorbía a su antojo. En ningún momento pensó en hacerle parar, ya no. Su sangre hervía deseando cada caricia y cada sorbo que sabía que le ofrecería. Intentó cerrar las piernas al sentir un extraño dolor en su sexo, pero Quique no le dejó. Se colocó entre ellas y cesó de saborear sus montañas. Alzó la mirada y le susurró:
―No te cierres para mí, florecilla.
Intentó hablar, pero no lo consiguió porque notó sobre su húmeda lencería la atrevida mano del hombre. Esta vez no deseaba frotarla, sino apartarla. Con sutiliza, la bajó por sus piernas, dejando su sexo llorando sobre el sofá. Cuando la prenda calló al suelo, Quique acarició las piernas y bajó por su cuerpo muy despacio. Sabía qué pretendía y en verdad, ella lo deseaba tanto que alzó las caderas para que tuviese más espacio.
Un lobo no hubiese aullado tan fuerte como lo hizo el hombre al ver aquel sexo reclamándolo. Era toda una locura saborear la chorreante y ardiente vagina. Apoyó sus manos sobre las rodillas de la mujer y metió su cabeza en la cueva de su demencia. Al principio solo respiró con fuerza, necesitaba tener dentro de su cuerpo aquella esencia que le había hecho perder la cordura.
―Uhm, deliciosa ―murmuró al primer lengüetazo. Al sentir los temblores de Ana, la agarró con más fuerza para que no cayese al suelo―. Tranquila cielo, esto solo acaba de empezar.
Ana se llevó las manos a la cara cuando volvió a notar aquella descarada lengua sobre sus labios mojados. No recordaba sentirse así, aquello debía ser una verdadera excitación y la estaba sintiendo con un extraño. Debía de replantearse sus conocimientos sexuales. De pronto sus ojos se quedaron en blanco, Quique había metido la lengua dentro de ella y comenzaba a morder aquellos hinchados y carnosos salientes vaginales.
―¡Oh, Dios! ―exclamó extasiada.
El hombre sonrió al verla perdida en el delirio. Su ego ya no cabía dentro de su cuerpo, la estaba haciendo perderse en el mundo del erotismo. Con una mirada traviesa, intentaba averiguar qué haría ella si comenzara a jugar con otros participantes, llevó su mano hacia el manjar y empezó a acariciar la entrada sexual. Levantó el rostro y al contemplar la desesperación en la cara de ella, se transformó en el monstruo que era, ya le daba igual dejarse ver, la había sucumbido…
Absorbió aquella miel deliciosa, y empezó a invadirla con el dedo. Al principio fue muy despacio, Ana estaba apretada y eso era signo de lo que él ya había supuesto, llevaba tiempo sin mantener relaciones. Pero cuando sacó aquel improvisado invasor y lo vio repleto de delicioso jugo, se lo llevó a la boca y lo saboreó con tanta ansiedad que sintió su cuerpo convulsionar de la emoción.
―Me matas, nena―gritó lleno de ansiedad lujuriosa.
Ella quiso preguntarle la razón de sus palabras, parecía desesperado, quizás herido por algo. Sin embargo, descubrió que el motivo no era otro que la necesidad de seguir bombeándola y obtener todo el fluido que ella emanaba. Efectivamente, se estaba dando un buen manjar.
Ayudado con la otra mano, Quique se hizo camino hacia la pequeña perlita hinchada que palpitaba sin parar. Mientras que la invadía nuevamente con el dedo, su lengua comenzó a hacer circulitos sobre aquel minúsculo sobresaliente que necesitaba ser saciado. El cuerpo de la mujer ser retorcía sin parar. Sus convulsiones eran cada vez más fuertes y la expulsión de su placer era como un río sin tope. Estaba a punto de empezar a volar.
―¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!―Gritó Ana cuando comenzó a sentir la llegada de su orgasmo.
―¡Córrete, nena! ¡Quiero que te corras en mi boca! Dame ese festín que deseo ―susurró Quique atrapándola con fuerza y aumentando sus embestidas en ella.
―¡Oh, sí! ¡No pares! ―suplicaba mientras su cuerpo se llenaba de temblores y sus ojos veían nada más que estrellas luminosas.
Y no paró. No pararía ni aunque le estuvieran golpeando por detrás con una bola de hierro. Abrió bien su boca para capturar todo lo que ella expulsó de sus entrañas, una miel ácida y afrutada que estaba colmando su estómago, y llenando su alma.
―¿Estás bien?―Quique se incorporó mientras se arrastraba por la figura femenina.
―Sí ―musitó sin fuerzas.
―Gracias ―le dijo el hombre sumergiéndola de nuevo en un apasionado beso.
―¿Ya ha terminado todo?―preguntó sorprendida cuando separaron sus bocas.
―¿Quieres más?―Levantó una ceja.
―Sí ―Sonrió picaronamente.
Quique dio un salto hacia atrás y se desabrochó el botón de su vaquero. Nunca había pensado llegar tan lejos, pero si ella lo deseaba, él estaría loco si no se lo daba.
Ana no apartó la vista ante la desnudez masculina, quería contemplarla. Hasta aquel día siempre lo había hecho con la luz apaga y hoy sería especial, tal como estaba ocurriendo hasta ahora. Cuando su amante se desprendió de los boxes y vio la erección que contenía entre sus piernas se asustó. Nunca había albergado en su interior algo tan grande.
―No te asustes, nena. Te prometo que no muerde―dijo mientras caminaba sobre su cuerpo con la agilidad de un gato.
Sus ojos se clavaron en el rostro de ella, no perdería el tiempo en bobadas, quería grabar en su retina todas las emociones que le proporcionarían estar dentro de su cálido y delicioso sexo. Alargó la mano y puso en la entrada femenina la cabeza de su sexo pero no comenzó a penetrarla, sino que la acarició con pequeños y suaves círculos. Ana gimió y apretó la cabeza sobre el cojín que la recogía. Con temblor en las manos intentó llevarlas hasta su rostro.
―Déjame que te vea―musitó el hombre mientras apartaba las manos con la suya.
Sus labios jugaron con los de ella. La quería llevar a la locura, y mientras su pene hacía las pequeñas travesuras en el sexo femenino, él mordía y lamía los rojos salientes de la boca. Cuando escuchó varios clips, producto del continuado frote entre ambos sexos, levantó la cabeza y empezó a introducirse en ella. Ana abría la boca y cerraba sus ojos, se dejaba llevar…
―Estoy dentro de ti, nena―cuchicheó en su oído cuando lo albergó por completo―. ¿Has visto como no ha sido duro?
―No―susurró con los ojos brillantes por la emoción.
Quique bajó su cabeza hacia ella y la atrapó en un nuevo beso apasionado, mientras tanto, sus caderas comenzaban el baile de su necesidad. Invadiéndola, bombeándola, haciéndola más suya. Penetrándola cada vez más fuerte, con más pasión. Entre sollozos, ella empezó a expresar el placer a la que estaba siendo conducida. El hombre estaba a punto de rasgarse la piel viendo y sintiendo la calidez de la mujer sobre él. En décimas de segundo, el rostro angelical del macho fue cambiando. Sus ojos azulados se transformaron en rojo, la piel nacarada cambió a morado y su calidez se esfumó. Ana cerró sus ojos pensando que eran imaginaciones suyas debido al éxtasis que estaba sintiendo. Cada vez su cuerpo se balanceaba con más rapidez, más fuerza, más agresividad. Sin embargo, no podía hacer nada porque su clímax estaba colmando su ser.
―¡Córrete, nena! ―Una voz ronca se desprendió del hombre.
Y lo hizo, con los párpados apretados se dejó llevar… De pronto, un ruido atronador salió de la garganta del hombre que la follaba desesperado. Era una mezcla entre el gruñido de un monstruo y una especie de trueno de una tormenta. Pero a pesar de aquel estruendo irreconocible, ella seguía sin mirar.
―¡Mía! ―Gritó el macho cuando notó cómo su semilla se esparcía dentro del cuerpo caliente de la mujer.
Aunque allí no terminó su acto de goce. Antes de poder levantar sus pesados párpados, la levantó y la giró para volverla a poseer. Estaba descontrolado, perturbado, ido mentalmente mientras invadía el cuerpo de la mujer que deseaba. La volvió a llevar a la lujuria y al orgasmo jamás encontrado en un mundo terrenal. Ella seguía gimiendo de placer a pesar de que su pene había eyaculado por cuarta vez. Tras finalizar el asalto, la bestia agachó la cabeza y mordió la espalda desnuda. Ana gritó de dolor, pero su lamento apenas se escuchó porque el cojín tapaba su boca. Un sudor frío recorrió su cuerpo y comenzó a erizarse. Más relajado y saciado de lo que venía buscando, Quique acarició con mimo sobre la zona que había mordido. Sonrió al ver cómo se hinchaba y expulsaba unas gotitas negras. «Tu sangre en mi sangre» pensó.
―Te he dicho que eres mía―comentó mientras sacaba su verga del mojado sexo.
Ana no se movió, no quería mirarlo y mucho menos ver el rostro que había creído ver minutos atrás. Escuchó cómo comenzaba a vestirse y se iba hacia la puerta. Entonces tomó fuerzas y giró lentamente la cabeza. Quique se marchaba y dejaba expuesta aquella preciosa y curtida espalda. A priori seguía siendo humano, quizás todo había sido producto de su terrible imaginación. Intentó fijar la vista en la frase que tenía tatuada en aquella parte de su cuerpo y leyó: «De lo que no ves, no te creas nada»
―Descansa―le ordenó con voz ronca.
Y cerró los ojos…