UNA MIRADA

Sobre los afectos, sobre las estrellas

Sin él, me muero, dijo Claudia…

Y eso, para mí, es amor eterno.

Hasta aquí, yo quise contar y recordar sólo mi carrera futbolística, ¡únicamente eso!

Pero siempre, siempre, me resultó difícil separar las cosas. Un poco por culpa mía, está bien, pero mucho también por la ansiedad de la gente por saber, por la desesperación de los periodistas por preguntar… A veces pienso que toda mi vida está filmada, toda mi vida está en las revistas. Y no es así, ¿eh?, no es así. Hay cosas que están sólo acá adentro, en mi corazón, y que nadie sabe. Sentimientos, sensaciones, cosas que no hay forma de contar, porque… ¡porque no hay palabras para hacerlo!

Lo que sigue, quiero que vaya como un homenaje a mis afectos más cercanos, nada más: no hay historias, no hay revelaciones. Hay amor, nada más. Y agradecimiento para los que me supieron sostener durante veinte años, ¡veinte años!, jugando al fútbol en primera división.

A mí me preguntaban, por ejemplo, por qué no me casaba con la Claudia. ¿Y qué les iba a contestar? ¡Porque no necesitaba un papel para decirle a ella que la quería! Entonces, después, venía la otra cuestión: ¿Y ahora por qué te casas? ¡Porque se me ocurrió! Por amor a la mujer que me banco durante tantos años; por mis viejos, como siempre; por la Pochi, mi suegra, que cuando iba al almacén se aguantaba todo lo que murmuraban; por el Coco, mi suegro, que se tuvo que pelear con un montón de imbéciles. Por ellos, nada más. ¡Y por ellos hice la fiesta que hice, ¿eh?! No para ostentar nada, sino para poder ofrecerles, a los mismos que unos años antes, nada más, no podían ni pisar la vereda del Luna Park porque no tenían plata para entrar a ver nada, que ahora lo tenían para ellos solos. Para nosotros solos. Aquel 7 de noviembre de 1989, con un casamiento como excusa, podía reunir a todos mis amigos y lo hice: vinieron de España, de Italia, pero también de Fiorito, ¿eh?, también de Villa Fiorito.

¿Y saben cómo decía la tarjeta de invitación a mi casamiento? Decía así: «Dalma Nerea - Gianinna Dinorah junto a sus abuelos Diego Maradona - Dalma Salvadora Franco de Maradona y Roque Nicolás Villafañe - Ana María Elia de Villafañe participan a Usted el casamiento de sus padres…». ¿¡Qué tal!? Y si hubiéramos podido poner a toda la familia, la poníamos.

Claudia es un párrafo aparte en mi vida, ¡es única! Es la que yo elegí y es…

El Barba (Dios) me dijo: «Esta es para vos, porque no hay otra como ella… Otra te mete un voleo en el orto y caes en el medio del río». Bueno, no me dijo eso, tal cual, pero sí algo parecido.

Claudia es todo dignidad, Claudia ha puesto la cara por su marido, por su familia, por sus hijas, hasta por Guillermo. Claudia es, ¡es pura! A mí, si viene alguno y acusa a Claudia de haber tomado… un café, ¡lo mato! Porque todos tendrían que conocerla tal como es: madraza, esposa sensacional, naturista, es ¡Claudia! Es la computadora y el beso, es la madre y la esposa, es la nena y es la amante, es la que se preocupa por todos y la que siempre está a disposición. Se enferma la madre de Guillermo, y ella está. Muere la mamá del Loco Gatti y ella se presenta en el velorio a las cuatro de la mañana. Entonces, no me gusta compararla con nadie, porque ¡es única!, es una joya, es mi joya.

Ella fue la que siempre mantuvo la tranquilidad. Si en un momento determinado, con todas las cosas que me pasaron, ella se desfasaba, como le puede pasar a cualquier mujer del mundo… no sé, no sé qué hubiera pasado conmigo, cómo y dónde hubiera terminado.

Ella me banco, me banco siempre. Y cuando yo llegué a Cuba estaba muerto, ¿se entiende? Y ella me banco, porque tiene una gran personalidad, un gran temperamento, si no, no hubiera podido, nadie hubiera podido. Que se entienda bien: no es la pobrecita, lastimosa, que está detrás de Maradona. No es la esposa del campeón. Es la enamorada de un señor que se llama Diego Armando Maradona, en las buenas y en las malas, en la gloria y en la agonía. Y está siempre, siempre. Por eso, cuando muchos se preguntan cómo me soporta, cómo sigue conmigo pese a todo, cómo sigue conmigo cuando yo salgo y todas esas cosas, respondo… Respondo: ¡porque salen todos!, salen todos pero a nadie le sacan la foto, como a mí; porque yo no mato a nadie para inventar un velorio, como hacen un montón de tipos para salir de trampa. Yo le aviso, yo salgo ¡con autorización de ella, ¿eh?! Mi vida es así, yo la elegí a ella y ella me eligió a mí.

Hay una frase, hay una frase que a mí me hizo escribirle una canción, allá en Estados Unidos, después de la maldita efedrina. Vinieron unos periodistas y le preguntaron qué iba a hacer, a partir de ahí. Ella, que nunca daba notas, les contestó: Sin él, me muero. Y a mí me pareció que eso era amor eterno, total: ¡Sin él me muero!, dijo, ¿se entiende?

Ella es la madre de mis hijas, además. Una madraza, que se banco sola, sola, viajar a Buenos Aires para parirlas, porque yo quería que mis hijas nacieran en la Argentina. ¿Saben, los que saben todo de mí, que yo no estuve en ninguno de los dos partos? ¡No estaba de joda, ¿eh?! Estaba en Italia, jugando al fútbol, cumpliendo con mis contratos, metiendo un partido detrás del otro hasta llegar a ser el extranjero que más jugó en aquellos años… Cuando Dalma nació, el 2 de abril de 1987, yo estaba entrenándome para jugar contra el Empoli. Y cuando Gianinna llegó, el 16 de mayo de 1989, yo venía de estar de suplente, ¡de suplente!, contra la Roma y antes de salir a la cancha contra el Torino. Un detalle, eso sí: las dos vinieron con un pan debajo del brazo; con Dalma llegó el primer scudetto y con Gianinna, la Copa UEFA. ¡Ojo! No me siento un héroe por eso, por haber conocido a mis hijas después que otros, al contrario: si hoy, con todo lo que he vivido y todo lo que me ha pasado, hay alguien que me puede echar algo en cara, ésas son mis hijas.

¿Me cargan porque yo digo que hago todo por las nenas? ¡Allá ellos! Allá los caretas que me cargan… Mis hijas saben quién soy, conocen todas mis virtudes y mis defectos.

Y mis viejos, también, don Diego y doña Tota. O mis hermanas… Pero no lo hacen, no lo hacen y no lo harán. ¿Y saben por qué? Porque ellos me quieren… como soy. Porque mi viejo es el tipo más derecho del mundo, y ojalá hubiera muchos como él; el mundo sería mejor, mucho mejor. Porque para mi vieja, sigo siendo el preferido, como cuando era pibe: una vez, ella estaba en casa y yo discutí con Claudia, esas cosas de cualquier pareja, nada grave. Pero a la Claudia se le ocurrió decirme que me iba a sacar la llave de la casa, para que no pudiera entrar más… ¡Para qué! Saltó la Tota y le dijo: ¡Mira que la pieza del nene en mi casa está intacta, ¿eh?!

Por eso dije alguna vez: tan malo, tan malo como me pintan no debo ser; lo veo en los ojos de mis hermanas, también, en la forma en que ellas me miran. Cómo me quieren. Cincuenta años tiene la Ana y nos besamos en la boca, nos necesitamos. Hablo con ellas y pregunto cómo está la Ana, como está la Kity, como está la Mary, como está la Caly… Yo compré una casa bien grande, porque El Barba (Dios) me dio la oportunidad, porque me dijo: «Acá van a poder entrar todos». Yo dije, más de una vez, que sería porque teníamos el recuerdo de una pieza chiquita, chiquita, más chiquita que la cocina del departamento donde yo vivo ahora, una pieza donde dormíamos todos, los ocho. Entonces, ¿de qué me vienen a hablar, qué me vienen a decir, qué me vienen a juzgar? Están conmigo los que tienen que estar, los que yo quiero que estén. Yo quisiera recuperar, nada más, a dos amigos en mi vida: quisiera recuperar a mis dos hermanos, al Lalo y al Turco. Siento que hoy, cuando escribo esto, no los tengo como amigos. Y esto es algo mío, que llevo muy adentro y que me da ganas de llorar. Porque los tengo como hermanos, sí, pero yo los elegí como amigos. Y por un montón de cosas que quise inculcarles y por ahí no supe, se me fueron… se me fueron de las manos. Y me gustaría recuperarlos, aunque seamos viejitos, para que podamos ser compinches… No sé si amigos, al fin, pero sí compinches.

Mi amigo, mi amigo del alma, mi hermano, mi viejo, mi todo, hoy, es Guillermo Cóppola. El es mi ídolo… Es mi ídolo como antes tuve otros, claro. A ver: vuelvo a hablar de fútbol, entonces.

Si me obligaran a formar mi Selección ideal, por ejemplo, desde 1976 hasta 1997, cuando me retiré, me meterían en un lindo lío. Pero me voy a meter solo, como siempre, aunque no me obligue nadie. ¡Como siempre!, ¿se entiende, no?, je…

En mi Selección jugarían cinco, sí o sí: Fillol, Passarella, Kempes, Caniggia y… yo. Digo cinco porque si no me olvidaría de muchos, sería injusto. Pondría amigos y pondría monstruos. Para acompañar, o para acompañarnos, a esos cinco, podría agregar a Juan Simón, por lo que hizo en el 79, en Japón; a Tarantini, porque para mí fue un fenómeno, con unos huevos terribles; a Valdano, porque era y es tan inteligente afuera de la cancha como adentro; a Ruggeri, porque iba para adelante siempre, desde pibe; a Burruchaga, porque pocos me entendían como él; al Cheche Batista, porque no necesitaba correr para quitar; al Negro Enrique, porque como él dice, inició la jugada de mi gol a los ingleses; a Olarticoechea, porque él sí que jugaba de todo y bien… Pondría a tantos: a Barbas, a Pasculli, a Giusti, a Gallego, al Pelado Díaz, ¿por qué no? Y pondría al Bocha Bochini, mi ídolo de los primeros años.

Y también, por supuesto, a muchos amigos. Algunos nombres que no dicen nada para la gente, otros que sí, pero para mí fueron todos importantes, importantísimos, más que como jugadores. Al Negro Carrizo, de Argentinos; al Tabita García, también del Bicho; al Guaso Domenech, otro más de La Paternal.

Amigos, amigos, amigos. Como el Cani, porque yo me considero amigo de Caniggia, no sé si él dirá lo mismo. Además, respeto mucho al Colorado Mac Allister y me queda una gran impresión del colombiano Bermúdez, ¡una gran impresión! Yo dije que, si volvía a Boca, el capitán tenía que ser él y ahora lo es; se ve que Bianchi me lee.

Y para mencionar a uno que reúna a todos, me quedo con Alfredo Di Stéfano. Tuve la suerte de estar más de una vez con él, en entrevistas, en entregas de premios. Yo lo quiero, él me quiere, pese a la diferencia de edad, vemos las cosas de la misma manera. Una vez, en 1988, lo invité a un programa de televisión que tenía yo en Nápoles. Cuando llegó el momento de presentarlo, me emocioné, pero me emocioné de verdad: estaba conmovido… Es que en la Argentina, antes de ir a jugar a España, yo había oído hablar mucho de Alfredo, pero no tenía la dimensión exacta de lo que era en el fútbol mundial. En realidad, eso lo descubrí en España, cuando jugué en el Barcelona. Ahí entendí qué pedazo de embajador del fútbol argentino había sido. Para mí, lo firmo, es el más grande de toda la historia. Se lo dije y él me contestó en porteño: Largue, pibe, usted dice esto porque es un gomía, como decía el gordo Aníbal Troilo, el más grande bandoneonista de la Argentina.

Pero yo se lo decía porque estaba convencido: en Italia, se la pasaban discutiendo si yo era mejor o peor que Pelé; en España no hay lugar para Pelé o Di Stéfano, nadie se anima ni siquiera a discutirlo. Yo estoy de acuerdo con los españoles.

Ese mismo día, le preguntaron a Alfredo qué diferencias había entre él y yo. Y el Maestro mandó: «Diego, técnicamente, como individualidad, es superior a mí. Todo lo que él hace con los pies, con la cabeza, con el cuerpo, yo era incapaz de hacerlo. Yo no tenía tanta habilidad, pero jugaba en toda la cancha, a lo largo y a lo ancho. Algo que Diego podría hacer con un entrenamiento adecuado». ¡Un fenómeno, el viejo! Estuvo ahí, al lado mío cuando los franceses de France Football me entregaron un premio que yo amo, un balón de piedras preciosas a mi trayectoria. A Alfredo también le habían dado uno, como el mejor jugador europeo de todos los tiempos. Me siento… me siento muy cerca de Alfredo, por muchas cosas. Una de ellas, chiquita, es que soñaba ser dirigido por él cuando tenía en sus manos un equipo de Boca ¡con cada nene!: era la temporada ’69/70 y Alfredo tenía unos jugadores bárbaros, como Rojitas, que a mí me encantaba, tenía una lámina de él en mi piecita de Fiorito, el Muñeco Madurga, el Tano Novello, el peruano Meléndez… Yo era un mocoso, no tenía todavía diez años, pero mi viejo me llevaba a la popular. Me había enamorado del Pocho Pianetti. Le clavaba los ojos cuando aparecía por el túnel y lo seguía los noventa minutos. Para mí, Pocho Pianetti fue un jugadorazo, pateaba como un animal, pero además jugaba como los mejores.

Muchos años después nos enfrentamos con Alfredo, sí, él entrenador y yo jugador. Fue en el Nacional del ’81, en La Bombonera, a la mañana: nos ganó River 3 a 2, pero aquella vez yo le hice un golazo a Fillol. Me la dio Perotti sobre la izquierda, amagué el centro una y otra vez y lo vi a Fillol jugado hacia el segundo palo, esperando eso. Entonces no dudé: le pegué fuerte buscando con exactitud el agujero que quedaba entre el Pato y el primer poste. Cuando reaccionó, la pelota ya estaba adentro. Lo más cómico fue que el Pato después dijo ¡que se había resbalado!

En España nos seguimos enfrentando, aunque eso, entre nosotros era únicamente una cuestión futbolera. El me mandó a marcar de dos maneras: primero, en zona, no me pudieron agarrar nunca; en la segunda, lo pegó a Sanchís encima mío como una estampilla, pero lo volví loco. En el ’83, en una final bárbara, nos quedamos con la Copa del Rey. Ellos también nos ganaron, nos ganaron, ojo, ¿eh? Pero él y yo pensábamos y pensamos siempre lo mismo: todas las tácticas valen, pero los que desequilibran son los jugadores.

Los jugadores que surgen, justamente, son tantos, que para formar un equipo, para decir quiénes me han deleitado, para confesar quiénes me han decepcionado, para todo, me resulta más sencillo ir tirando nombres. ¿Ping pong le dicen a eso? Bueno, yo mejor le voy a dar a la pelota contra la pared, con zurda una vez, con la derecha la otra. Ahí va, pic, pac, pic, pic, pac… Cien pelotazos. No es un ranking, ¿eh?, les tiro el número sólo para que no tengan que contar, para que comprueben que les mando cien nombres, cien jugadores, y unas palabritas sobre cada uno. Y son cien, ¡nada más!, quedan otros tantos para algún libro futuro, qué le voy a hacer.

1. Pelé: como jugador fue lo máximo, pero no supo aprovechar eso para enaltecer el fútbol. El pensó políticamente, pensó que podía ser el presidente de los brasileños. Y yo no creo que un jugador de fútbol, o un ex jugador de fútbol, tenga que pensar en ser presidente de un país. Me hubiera gustado que se propusiera, como yo, para presidir una asociación que defienda los derechos de los jugadores, que se ocupara de Garrincha y no lo dejara morir en la ruina, que luche contra todas las acciones de los poderosos que nos perjudican. No me comparo con él, siempre lo dije y lo repito. Y cuando digo que no me comparo, no hablo sólo de cuestiones futbolísticas. Tuve oportunidades de cruzarme con él varias veces. La primera, en 1979, cuando El Gráfico me llevó a conocerlo a Río. Después, en algunos partidos homenaje y esas cosas. La última, cuando se dio la posibilidad de hacer un negocio juntos, en el ’95. Era una cuestión de piel, chocábamos demasiado; nos veíamos y saltaban las chispas.

2. Roberto Rivelinho: siempre lo menciono como uno de los más grandes y muchos se sorprenden. No sé por qué… Era la elegancia y la rebeldía para salir a una cancha de fútbol. Las cosas que me cuentan de Rivelinho son increíbles. Y también se rebelaba contra los poderosos. Me enamoré del jugador y me sedujo como persona cuando lo conocí. Hay una anécdota muy linda, que lo pinta de cuerpo entero. Resulta que él estaba en la concentración de Brasil, en México 70. Haciendo nada, porque aquéllos no necesitaban nada para jugar. Y estaba ahí, sentado con Gerson, con Tostao… Entonces, apareció Pelé. Y ellos pensaron: Este negro de mierda, ¿qué le podemos decir? ¡Si hace todo bien, el hijo de puta! Entonces a Rivelinho, que siempre tenía respuesta para todo, se le ocurrió qué decirle. Lo miró fijo a Pelé, que ya era el mejor del mundo, y le dijo: Decime la verdad, te hubiera gustado ser zurdo, ¿no?

3. Johan Cruyff: yo sólo lo pude ver en el ocaso, pero me pareció un jugador fantástico. Era más veloz que los demás, física y mentalmente, y era con eso que sacaba la ventaja. Aceleraba como Caniggia, de 1 a 100, y se frenaba. Y tenía una visión de toda la cancha impresionante. Alguna vez dijo giladas de mí, sin conocerme bien.

4. Ángel Clemente Rojas: ¡Rojitas! En la piecita en Fiorito tenía una lámina de él pegada en la pared. Me encantaba cómo movía la cintura, cómo amagaba. Claro, en mi casa eran todos de Boca. A mí, después, me picó el bichito de Bochini, pero el primero, el primero que miré fue Rojitas.

5. Ubaldo Matildo Fillol: el mejor arquero que vi en mi vida, sencillamente.

6. Daniel Alberto Passarella: el mejor defensor que vi en mi vida, también. El mejor cabeceador, y en las dos áreas, algo que le falta al fútbol argentino de hoy. Lo que nos pasa afuera de la cancha no tiene nada que ver con lo que yo pienso de él como futbolista.

7. Mario Alberto Kempes: un fenómeno como tipo, lo adoro, y también como jugador. Todos estamos muy agradecidos con el Flaco Menotti por lo del 78 y está bien; pero hemos sido muy desagradecidos con Mario, que fue el goleador, fue el alma, fue todo… Hemos sido injustos con él, se merece un homenaje de la Argentina y no tener que andar recorriendo el mundo, dirigiendo aquí y allá, con los técnicos que hay trabajando. Lo amo.

8. René Orlando Houseman: el Loco fue el más grande que yo vi como habilidad, como gambeta, como invento. René se divertía con la pelota y eso, hoy, lo hacen pocos. Y cuento algo de él que me llena de orgullo, porque me habla de la confianza cuando yo era un pibe, porque se daba cuenta de que yo también era como él, compartíamos el origen: en el 78, cuando se emborrachaba, me llamaba desde donde estaba tomado y me pedía que lo cargara en el lomo, a caballito, y lo llevara hasta el segundo piso, donde estaba su habitación. Lo acompañábamos con Bertoni y a mí no me dejaba ir de la pieza hasta que no se quedaba dormido: quería que yo le hablara… Para mí, eso es algo inolvidable que me dejó el fútbol, la mejor gente del fútbol. Por aquellos años yo era capaz de pagar la entrada sólo para ver una genialidad del Loco.

9. Michel Platini: gran nivel, un fenómeno. En Italia ganó todo, pero siempre me quedó la imagen de que jugando al fútbol no se divertía. Era muy frío, demasiado.

10. Hristo Stoitchkov: se hizo un gran jugador en España, cuando estuvo en el Barcelona. Antes era solamente un goleador, pero después se hizo un fenómeno. Aparte, gran tipo, gran persona.

11. Antonio Cabrini: me gustó siempre… Era lindo el hijo de puta. En Italia le decían «Il Fidanzato d’Italia», el novio de Italia. La rompía, jugaba muy bien al fútbol.

12. Antonio Careca: un fenómeno y un amigo. Uno de los mejores socios que tuve en mi carrera.

13. Zico: un director de partidos. Le tiraron la diez de Pelé y se la puso, sin problemas: tenía la jerarquía de un grande. Un tipo sensacional y un jugador fantástico.

14. Enzo Francescoli: no necesitó ser campeón del mundo para estar entre los más grandes, sin envidiarle nada a ninguno. Y como tipo, el mejor. Lo siento mi amigo.

15. José Luis Chilavert: me parece un gran arquero, pero yo no voy con los que dicen un día una cosa y al otro día otra. Incluso yo lo llamé cuando lo sentenciaron porque me pareció demasiado y creía que en mi país se estaba cometiendo una injusticia. Pero que él me venga a decir cómo tengo que vivir en mi país, ya me parece demasiado. No me va como persona, pero debo decir que es un arquerazo y un delantero más en cada tiro libre, porque le pega un fenómeno… Eso sí: en eso, no inventó nada, Higuita fue el primero.

16. Ronaldo: el pibe es un gran jugador, pero lo agarró el tren de la fama. Y los contratos publicitarios le metieron tanto en la cabeza que tenía que ser el campeón que, antes de la final de Francia ’98, le agarró un ataque de… asma. Yo no me la como: el pibe no la tocó, se lo comió la ansiedad de jugar bien y él no tiene la culpa; todos podemos jugar mal. Pero le exigían que hiciera un gol y que saliera revoleando el botín Nike como Patoruzito con las boleadoras. Le metieron tantas cosas en la cabeza que lo consumieron. Creo que superará esto y ojalá también lo de la última lesión, aunque esto último parece muy difícil. Pero no llegó a ser más que Romario ni más que Rivaldo. Me dio mucha pena cuando se volvió a lesionar: lo vi llorando en la cancha y me partió el alma. Le mandé un telegrama al hospital de Francia, donde lo operaron, sólo para estar un poco más cerca.

17. Marco Van Basten: una máquina de hacer goles que se rompió justo cuando estaba por convertirse en el mejor de todos. Lo fue, igual, pero no llegó a número uno.

18. Romario: un gran jugador, tengo una gran estima por él. No he visto otro definidor igual, le he visto hacer cosas increíbles adentro del área: rapidísimo, terrible. Cuando encaraba para el arco, te vacunaba. Nunca tuve dudas con él: está en mi equipo ideal.

19. Edmundo: está loco, con una locura linda, y es un jugador fantástico. Yo no estuve de acuerdo con Batistuta cuando se enojó con él porque se fue al carnaval de Río y dejó por un partido a la Florentina. Eso estaba en su contrato, porque así son los brasileños: cuando yo jugaba allá y llegaban los carnavales desaparecían todos, Falcáo, Toninho Cerezo. Nos quedábamos sólo los argentinos, que tenemos menos carnaval que Santiago del Estero.

20. Paolo Maldini: otro gran jugador que se equivocó de profesión; debió ser actor, es demasiado lindo para jugar a la pelota.

21. Ruud Gullit: un toro… Era más bruto que técnico, pero suplía todo con su potencia, con su preparación física.

22. Christian Vieri: es un gitano, pasa de un equipo a otro y se va llenando de plata. En todos lados hizo goles, pero es muy reciente como para decir si es un grande.

23. Gabriel Omar Batistuta: un animal, un animal que, como digo yo, gracias a Dios es argentino. Nuestro fútbol no lo sabe valorar y si no hacíamos la movida que hicimos todos los que lo queremos, Passarella no lo llevaba al Mundial.

24. Roberto Baggio: Il Bello (el bello, así le dicen en Italia) es un grande. Aun cuando nunca terminó de explotar del todo.

25. Paul Gascoine: arrancó como para ser una gran figura y después se quedó… Volcó.

26. Gary Lineker: un gran goleador, pero sin la trascendencia que se merecía.

27. Zinedine Zidane: yo quiero defenderlo, porque tiene una visión del juego extraordinaria, pero cada día que pasa me parece que tiene menos ganas de jugar. Igual que Platini: no se divierten, les falta alegría para jugar.

28. Alessandro Del Piero: ahí está, éste es distinto a Zidane, le gusta jugar, lo siente en el alma; entre él y el francés, me quedo con él.

29. Michael Owen: para mí, lo único que dejó el Mundial de Francia ’98. Velocidad, picardía, huevos… Espero que no lo arruinen las lesiones.

30. Lothar Matthaus: el mejor rival que tuve en toda mi carrera, con eso creo que es suficiente para definirlo.

31. Jorge Alberto Valdano: un tipo extraordinario con el que me gustaba, me gusta y me gustaría jugar al fútbol y hablar. Eternamente.

32. Ricardo Enrique Bochini: fue mi ídolo. Me volvía loco verlo jugar. Cuando entró contra Bélgica, en el Mundial, lo primero que hice fue buscarlo y darle la pelota. Me acuerdo que dije: «Fue como tirar una pared con Dios».

33. Claudio Paul Caniggia: lo quiero como un hermano. Desde que lo vi sentí la necesidad de protegerlo. El cambio de ritmo de él no se lo he visto a nadie. El me reemplazó en el corazón de la gente.

34. Alemao: yo lo había pedido al Checho Batista cuando él llegó a Napoli. Pero el brasileño después me demostró todo lo que valía. Un jugadorazo.

35. Michael Laudrup: fue uno de los que más me gustó en México ’86. Jugaba a un toque, lo hacía todo muy fácil.

36. Hugo Sánchez: era un buen jugador dentro del área. Pero no me van todos esos firuletes que hacía cada vez que metía un gol. Era muy tribunero, demasiado.

37. Emilio Butragueño: un enano mortal, un tipo con el que me hubiera gustado mucho jugar. Con Valdano desarmaban cualquier defensa. Formaban un dupla bárbara.

38. Paolo Rossi: un artista del contraataque. El italiano la tenía clarísima, en España ’82 se hizo un festín. Eso sí: era uno de los que decía que él no podía jugar en el Napoli; era demasiado fino.

39. Oscar Ruggeri: un ganador, el Cabezón. Desde pibe siempre iba para adelante. Tiene unos huevos de la puta madre.

40. Sergio Javier Goycochea: es un tipo sensacional. En el Mundial de Italia nos salvó a todos. Los argentinos lo aman.

41. Rene Higuita: un personaje hermoso, un loco. Ya lo dije: él fue, en serio, el que inventó eso de que los arqueros patearan penales, tiros libres y también hicieran goles. Que no venga nadie a sacarle la patente, ¿se entiende, no?

42. Juan Sebastián Verón: es uno de los mejores jugadores que tenemos en Argentina. Tiene mucho panorama de juego y mucha personalidad. Se le escapó la tortuga con algunas declaraciones que hizo sobre mí, pero se le escapó feo, muy feo. Por eso, es un tema sin solución.

43 y 44. Javier Saviola y Pablo Aimar: esos dos me encantan, lástima que juegan en River. Son rapidísimos. Al pobre Saviola le querían meter en la cabeza que era el nuevo Maradona. Saviola es Saviola, no lo jodan más.

45. Juan Román Riquelme: me gusta mucho, es capaz de cargarse la diez de Boca. Le costó al principio, porque tiene un estilo especial, pero se fue metiendo, se fue metiendo… Y hoy es fundamental. No tiene la velocidad que tenía yo, ese pique corto con el que desequilibraba, entonces tiene que aprovechar otras cosas.

46. George Best: era un gran jugador, pero estaba más loco que yo.

47. Ciro Ferrara: una vez le dije que era el mejor defensor del mundo. No sé si era cierto, pero lo quiero tanto que yo lo sentía así. El mejor amigo que me dejó el Napoli.

48. Osvaldo Ardiles: otro de los tipos a los que me encanta escuchar hablar, como a Valdano. Se preocupaba más por el equipo que por él. Un fenómeno.

49. Diego Simeone: en Sevilla corría por mí. Cuando estábamos juntos en la Selección, se mataba por la camiseta como yo. Después… no sé qué le pasó después. Me parece que Passarella le lavó la cabeza, pero lo cierto es que no me llamó más. Se habrá asustado, no sé.

50. Davor Suker: un personaje, te engañaba siempre… Siempre parecía que jugaba mejor de lo que había jugado.

51. Fernando Redondo: somos muy distintos fuera de la cancha, pero en el Mundial nos entendimos bárbaro. Yo le había tomado la distancia a esas patas larguísimas que tiene y él sabía que yo se la devolvía redonda; nos buscábamos mucho. Tiene mucha personalidad, aunque no me gustan, más de una vez, las decisiones que toma.

52. Gianfranco Zola: fue mi sucesor en Napoli. Se fijaba muchísimo las cosas que yo hacía en los entrenamientos… y algo le quedó. Un gran tipo, también.

53. Kevin Keegan: fue mi ídolo durante mucho tiempo, me encantaba verlo jugar. Era chiquito y retacón como yo… El solo manejaba los partidos.

54. Iván Zamorano: siempre le trajeron jugadores para reemplazarlo en cada club donde estuvo y el chileno los cagó a todos metiendo un gol atrás de otro… Se lo merece. Es uno de los mejores tipos que hay en el fútbol.

55. Carlos Valderrama: les mostró a todos los colombianos cómo se juega al fútbol. Tenía algunas cosas de Bochini. Con 40 años podría seguir jugando, y con 50 también, porque no necesita correr para jugar.

56 y 57. Guillermo y Gustavo Barros Schelotto: Guille juega a la pelota. Tiene esa picardía tan nuestra, tan del fútbol argentino. Todos entran con el cuello duro y él como si nada. Gustavo también tiene lo suyo: va para adelante, siempre me gustó. Y me encanta que jueguen juntos.

58. Hugo Orlando Gatti: el Loco me dijo gordito, una vez, y le contesté con cuatro goles. Pero después me demostró que es un gran tipo, siempre estuvo al lado mío. Tenía su estilo, hizo cosas impresionantes. Pero como arquero, dame a Fillol.

59. Carlos Aguilera: ¡Un grande, en todo sentido! En los clubes de Italia donde jugó, dejó su sello… y sus goles. La gente no se imagina lo que jugaba el Patito.

60. Karl-Heinz Rummenigge: alemán, alemán en todo el sentido de la palabra. Para ganarle, tenías que matarlo.

61. Obdulio Várela: por supuesto que no lo vi jugar, pero de él me quedó una frase maravillosa, que a mí me sirvió durante mi carrera. Antes de jugar la final del ’50, contra Brasil, en el Maracaná, dijo: «Cumplido sólo si somos campeones». A mí dame compañeros como ese uruguayo.

62. Eric Cantona: un socio, un amigo. También, y más que nada, un loco y un rebelde como yo. Lo suspendieron por ser sincero. Además, la rompía, hay que preguntarle a los hinchas del Manchester, ellos lo eligen como el número uno.

63. Raúl: tiene clase. Valdano lo hizo debutar de pibito pibito y él se puso el equipo, ¡el Real Madrid, nada menos!, al hombro.

64. Gaetano Scirea: un caballero, un gran rival. Me dio mucha pena su muerte, mucha pena.

65. Ronald Koeman: buen jugador, buen jugador… Pero se equivocó conmigo, se equivocó: me trató muy mal después de una reunión del Sindicato de Futbolistas, en Barcelona, pero no se animó a decírmelo en la cara.

66. Franz Beckenbauer: lo conocí cuando yo era un chico —estaba en el Juvenil que se preparaba para el Mundial 79— y él, un grande ya —estaba en el Cosmos—. Siempre me impactó su elegancia para jugar al fútbol.

67. Sócrates: aparte de ser un futbolista distinto, también fue un luchador por los derechos del jugador, como yo. Se ponía vinchas para protestar, aunque la FIFA no lo dejara.

68. Ramón Ángel Díaz: terminó siendo un goleador, sí, pero él debería reconocer que le enseñamos a definir nosotros, en el 79. Antes de eso, parecía que para hacer goles tenía que perforarle el pecho a los arqueros.

69. Ricardo Daniel Bertoni: las paredes que le vi tirar con Bochini, no las hizo nunca nadie en la historia del fútbol. Fue mi compañero en los primeros años del Napoli, cuando nuestra pelea era salvarnos del descenso, y siempre metía goles importantes.

70. Miguel Ángel Brindisi: fue un gran socio mío, en el Boca del ’81, cuando entendió que no tenía que hacer todos los goles él… No sé, lo sentía como un presión, porque había metido muchos desde el arranque. Tenía una visión del juego espectacular y jugaba como caminando.

71. Bernd Schuster: al alemán lo hicieron pasar por loco para echarlo del fútbol. Estaba loco, sí, igual que yo: fue un socio en mis luchas contra Núñez y un jugador extraordinario, de toda la cancha.

72. Jorge Luis Burruchaga: ¡pensar que lo discutían! Burru terminó siendo un ejemplo de lo que era un futbolista moderno. Muchos lo definieron como mi lugarteniente en México ’86: tienen razón. Me ayudó mucho, me sacaba peso de la espalda.

73. Sergio Daniel Batista: antes que nada, un amigo. En la cancha, tuvo una época maravillosa; parecía un pulpo, parecía que atraía a los contrarios y le entregaban la pelota. Yo lo quise llevar al Napoli, pero por vendetta Ferlaino compró a Alemáo. Hubiera andado bien, muy bien, en el fútbol italiano.

74. Martín Palermo: me lo banco a muerte. Me dolió más que a él su lesión, cuando ya estaba vendido al fútbol italiano. Yo lo quería cuando todos lo puteaban, yo lo hice comprar.

75. Paul Breitner: era un ídolo para mí. Me invitó a jugar su partido despedida, me movió el piso, y provocó —sin querer— mi primera pelea grande con Núñez, en el Barcelona. Lo que no podía entender el presidente del Barca, era que cumplía un sueño si me cruzaba en una cancha con el alemán. No se sabía ni de qué jugaba, estaba en todas partes.

76. El Lobo Carrasco: sabía con la pelota, uno de los que más me ayudó cuando llegué al Barcelona.

77. Marcelo Trobbiani: la pisaba, la amasaba, ¡y marcaba! Aparte, un gran compañero, de esos que saben apoyar desde afuera de la cancha. Me lo demostró en Boca ’81 y en México ’86.

78. Pedro Pablo Pasculli: un hermano adentro de la cancha, un socio bárbaro. Muchos lo discutían, pero siempre se las ingeniaba para meter goles importantes, en las eliminatorias y en México también, contra Uruguay.

79. Massimo Mauro: un Valdano a la italiana. Eso sí, con menos potencia adentro de la cancha, pero la misma inteligencia.

80. Jürgen Klinsmann: un alemán distinto. Alto y rubio, sí, pero con unos movimientos que parecía un bailarín. Cuando lo vi en Munich, para la despedida de Matthaus, no lo podía creer: ¡está más flaco que antes!

81. Héctor Enrique: fue fundamental en el equipo campeón del mundo del ’86. Era el equilibrio… ¡El guacho dice que me dio el pase del gol a los ingleses! Un jugador bárbaro.

82. Alberto César Tarantini: mucho más que un marcador de punta. Transmitía una garra, unas ganas tremendas.

83. Roberto Ayala: se equivoca demasiado para ser capitán del Seleccionado argentino. A veces, el passarellismo no le deja ver las cosas. Le tomó la leche al gato cuando dijo que él tenía como referentes para llevar la cinta únicamente a Passarella y a Ruggeri.

84. Américo Gallego: inventó un puesto, el volante tapón. Era capaz de atraer todas las pelotas hacia él. Para mí, fue un gran compañero en los comienzos, lo sentía siempre cerca, apoyándome. Estuvo en las fiestas de bautismos de mis hijas. No me olvido de eso por más que mi pelea con Passarella nos haya distanciado. Era un amigo incondicional.

85. Oreste Omar Corbatta: me hubiera gustado verlo jugar. Y charlar con él, también, tomarme un vino. Me imagino que era nuestro Garrincha. No es poco.

86. Roberto Perfumo: fue el que le dio jerarquía a la defensa argentina. El Flaco Menotti me hablaba de Federico Sacchi, pero ¡yo a Sacchi no lo vi! Pero sí vi, por suerte, la estampa de Roberto: él era el auténtico Mariscal, ma’ que Kaiser ni Kaiser. El es el capitán. Por eso digo: si hablamos de capitanes, el segundo grande grande, es él.

87. Alberto José Márcico: un atorrante divino, que jugaba en Caballito, en La Bombonera o en Francia, de la misma manera, como si estuviera en el potrero. Lamentablemente, se tuvo que ir de Boca porque yo le sacaba la posibilidad de jugar.

88. Carlos Bianchi: como goleador, impresionante. Yo llegué a jugar contra él, en el ’81: empatamos 1 a 1, en La Bombonera, hicimos un gol cada uno. Después… Algunos dicen que le toma la leche al gato, otros que es un tipo fenómeno; pero no me quiero llevar por lo que dicen. Prefiero conocerlo yo, y le doy la derecha por lo que hizo en Boca, como técnico.

89. Falcáo: un líder. Lo veías afuera de la cancha y parecía un médico, pero cuando se ponía los cortos sabía muy bien qué hacer con la pelota. El sacó campeón a la Roma, no es poca cosa.

90. Francisco Varallo: le envidio el record que él tiene, máximo goleador de la historia de Boca. Ojalá yo hubiera podido jugar más tiempo para pelearle eso. Leí una declaraciones de él y me encantaron dos cosas: una, que dijo que se parecía a Batistuta, y la otra, que él no era de los que andaban diciendo que todo tiempo pasado fue mejor.

91. Juan Simón: un tiempista, un tipo ideal para jugar de líbero. En Japón 79 fue un monstruo.

92. Julio Olarticoechea: al Vasquito le podías tirar cualquier camiseta, jugaba de todo y bien.

93. Ricardo Giusti: nunca me voy a olvidar de su cara cuando lo amonestaron en la semifinal contra Italia, en el ’90. Se dio cuenta de que se perdía la final, que iba a ser la última de su carrera… Un tipo que quería a la camiseta del Seleccionado, la quería de verdad.

94. Peter Shilton: el cabeza de termo se enojó porque yo le hice un gol con la mano. ¿Y el otro, Shilton, no lo viste? La cosa es que no me invitó a su partido despedida… ¡Mira como tiemblo! ¿Cuánta gente puede ir a la despedida de un arquero?, ¡de un arquero!

95. George Weah: pura polenta, el negro. Aparte, un luchador afuera de la cancha, también: fue uno de los primeros que se sumó a mi Sindicato y vive peleando por su país, por Liberia.

96. Juan Alberto Barbas: ¡cómo soñamos juntos en Japón! Compartíamos la habitación en el Mundial Juvenil. Y juntos subimos a la Selección mayor de Menotti. Un tipo bárbaro un jugador que veía muy bien el juego… Tuvo que luchar contra eso de ser el elegido de Menotti, la gente lo insultaba mucho. Pero jugando en Europa, en España y en Italia, demostró lo que valía: un ocho ocho, de los de antes.

97. Thomas Brolin: un sueco con habilidad sudamericana. Lástima que se lesionó y no pudo dar todo lo que tenía.

98. Leandro Romagnoli: me encanta el chiquito. Le faltan piernas, físico, músculo, de todo, pero le sobra guapeza para gambetear. Lo demás se consigue en un gimnasio.

99. Nakata: si todos los japoneses empezaran a jugar como éste, estamos perdidos. Sabe lo que es pegarle a la pelota, gambetear… Menos mal que los japoneses se ocupan de otras cosas, todavía.

100. David Beckham: otro demasiado lindo para salir a la cancha. Aunque se preocupa demasiado por su Spice Girl, a veces se hace tiempo para jugar y la toca, la toca… Ganó todo con el Manchester, pero debe algo con la Selección. Además, se comió la gallina que le vendió el Cholo Simeone, en Francia ’98.

Pero claro que no todo es fútbol en mi vida; nunca lo fue. A mí siempre me fascinaron los personajes, los protagonistas, y muchas veces, por ser Maradona, tuve oportunidad de conocerlos. Así les traje a mis hijas, para que comiera un asado y cantara, si tenía ganas, a Ricky Martin. Pero otras veces, también por ser Maradona, no me creyeron que eran ídolos míos, o que yo los admiraba… Hay de todo en ese grupo.

A mí, por ejemplo, me encantaba ver a Michael Jordán, a Sergei Bubka, al negro Carl Lewis, y también a todos los Johnson: a Magic, a Ben, a Michael.

De Michael Jordán, particularmente, me atrae la alegría con la que juega, la alegría con la que festeja un punto: es con el único personaje con el que daría cualquier cosa por sacarme una foto y alguna vez dije que mi sueño era conocerlo, darle un abrazo. Digo con él, porque con el comandante, con Fidel Castro, ya me la saqué. De la NBA, que la sigo por televisión, no es lo único que me atrae: me fascinan las torres de San Antonio Spurs, Tim Duncan y David Robinson, y un monstruo como Shaquille O’Neal.

El otro día estaba mirando televisión y casi me muero: apareció el negro Shaquille caminando por un pasillo interno, esos de los estadios, y alguien le tiró una pelota de fútbol. El morocho la pasó de pie a pie, así, con esos botes que tiene en lugar de zapatillas, intentó hacer un jueguito, miró a la cámara y dijo: «Diegou-maradouna». ¡Casi me muero, casi me muero! Me quedé así, duro frente al televisor. ¡¡¡Lo amo a Shaquille!!!

Después, en automovilismo, el piloto que más me gustó fue Ayrton Senna. Si algún día tengo un varón, se llamará Ayrton, en su homenaje. Lo prometí sobre su tumba, cuando lo fui a ver, en el cementerio de San Pablo. Fue el más grande porque iba siempre al frente, en cualquier lado: en la lluvia, cuando todos levantaban la patita, él aceleraba a fondo… Para eso hay que tener sensibilidad y… huevos.

Otra cosa: el mejor boxeador que vi en mi vida fue Ray Sugar Leonard. Pero para mi viejo, que de eso entiende bastante, el más grande fue Alí, pero yo no lo vi. Lo que sí hice, durante mucho tiempo y todavía hoy, fue entrenamiento de boxeo: mi viejo y mi tío Cirilo, que también jugaba al fútbol en Esquina, era arquero y le decían Tapón, me enseñaron un montón. Y me sirvió, ¿eh? Estas piernas que tengo se las debo mucho a eso… Y la mano prohibida tengo, también. Me encanta, me encanta el box: la única que vez que yo viajé a Las Vegas lo vi a Sugar ganarle a Tommy Hearns y fue una pelea tremenda; me dejó marcado para siempre. Igual, nada ni nadie se compara con Carlos Monzón: si no hubiese estado yo, si no me lo hubieran dado a mí, el premio al deportista del siglo debía ser para él, seguro. Para Carlitos Monzón.

Y lo digo porque sé muy bien que la polémica pasó por otro lado: muchos dijeron que ese premio debió ser para Fangio y no para mí. Yo respeto mucho que en Italia hablen de Fanyio, de Fan-yio, como le dicen ellos. Pero no respeto un carajo a quienes se rasgan las vestiduras por él y jamás vieron una carrera. Ni tienen idea de a quién le ganaba. Como dije, ya: ojo que Fangio también le tomó la leche al gato, ¿eh? O si no, ¿por qué el Autódromo de Buenos Aires se llama Gálvez y no Fangio? ¿Alguien se quejó por eso? No, nadie dijo una palabra. Entonces, repito: si el premio al deportista argentino del siglo se lo querían dar a un muerto, ¡se lo hubieran entregado a la hija de Monzón! Por suerte eligieron a alguien que está vivo, bien vivo, como yo.

También tuve oportunidad de conocer a muchas celebridades, esa gente importante más allá del deporte. De todas ellas, me quedo con uno. El que más me impresionó, y no creo que aparezca nadie que lo supere, fue Fidel Castro, sin lugar a dudas. Tres veces estuve en Cuba, incluida esta última, y todavía me pongo nervioso, como emocionado, cuando lo veo.

Recuerdo muy bien nuestro primer encuentro: fue el martes 28 de julio de 1987, casi a la medianoche. Nos recibió en su propio despacho, justo frente a la Plaza de la Revolución. Yo estaba tan nervioso que no me salían las palabras… Menos mal que me acompañaba la Claudia, con Dalmita en brazos, porque era un bebé todavía, mi vieja, Fernando Signorini. Entonces nos pusimos a hablar de cualquier cosa, como por ejemplo si necesitaba un lugar para que Dalma comiera. Y yo le contesté: «No, quédese tranquilo, Comandante, que ella se autoabastece». Claro, estaba dale que dale, con la teta. Nos entendimos enseguida, aunque algunas palabras, bueno, significaban cosas distintas para cada uno… Cuando él decía pelota, hablaba de béisbol; cuando yo decía lo mismo, hablábamos de fútbol. El me preguntó:

Dime, ¿a ti no te duele cuando chutas o cabeceas la bola?

—No.

Pero, cono, ¿por qué me dolía a mí cuando jugaba de muchacho?

—Porque antes se usaba otra pelota, más pesada, menos elaborada.

Ah, y dime, ¿cómo tiene que hacer un portero para atajar un penal?

—Quedarse en el medio del arco y tratar de adivinar dónde va a patear el otro.

Pero eso es difícil, compañero.

—Muy difícil. Por eso nosotros decimos que penal es gol.

Ah, y dime, ¿cómo tú chuteas los penales?

—Tomo dos metros de carrera, y sólo levanto la cabeza cuando apoyo el pie derecho y tengo la zurda lista para pegarle a la pelota. Ahí elijo la punta.

Pero, ¿qué tú dices? ¿Tú chuteas sin mirar la pelota?

—Sí.

Compañero, lo que hace la mente humana, no tiene límites, siempre me pregunto hasta dónde llegará junto al cuerpo. Ese es uno de los grandes desafíos del deporte. Es increíble. Y dime, ¿es verdad que tú erras pocos penales?

—También, con todos los que erré.

En un momento se paró, enorme como es, pidió permiso y se fue a la cocina. Apareció con unas ostras espectaculares. Yo me bajé cinco copas y él se puso a hablar de cocina con la Tota. Intercambiaron recetas y todo… Seguimos con eso del fútbol y me contó un dato que me sorprendió: me dijo que, cuando jugaba, él era ¡extremo derecho! Entonces yo le dije, para joderlo: «¿¡Cooó-mo!? ¿Derecho, usted? Wing izquierdo tendría que haber sido».

Me preguntó si algún día podría hacer algo por el fútbol cubano y yo le contesté que sí, que tenían todo para crecer…

—Lo único que complica un poco es el calor, pero después tienen todo: habilidad, cintura, música por dentro, resistencia física y ganas.

Cuando ya nos íbamos, le miré la gorra, levanté las cejas, y él me cazó al vuelo, casi ni escuchó que yo le decía…

—Comandante, disculpe, ¿me la da?

Se la sacó y me la iba a poner, directamente, pero se frenó…

Espera, antes te la firmo, porque si no puede ser de cualquiera.

¡Que va a ser de cualquiera! Era la gorra del Comandante. Me la puse, saludó a toda mi familia, uno por uno, nos dimos un abrazo y me fui. Yo tenía la sensación de que había estado hablando con una enciclopedia. Haberlo visto había sido como tocar el cielo con las manos. Es una bestia que sabe de todo, y tiene una convicción que te permite entender, viéndolo nomás, cómo hizo lo que hizo con diez soldados y tres fusiles… Esto lo vengo diciendo desde aquel día: uno puede estar en desacuerdo por algunas cosas con él, pero, por favor, ¡déjenlo trabajar en paz! Me gustaría ver a Cuba sin bloqueo, a ver qué pasa.

Nos volvimos a encontrar en la Navidad del ’94. Yo ya entré al Consejo de Estado como a mi casa, me estaba esperando. Ya estaba Gianinnita, también. Fue una reunión muy linda, muy íntima. Me dio otra gorra, pero esta vez yo le regalé una camiseta número diez, del Seleccionado… Unos meses después, me llegó una carta a mi casa, con el membrete del gobierno cubano. Era Fidel que, de puño y letra, me pedía permiso para ubicar mi camiseta en el museo del deporte cubano. ¡Un fenómeno!

Y, bueno, lo que hizo por mí en los últimos tiempos, en el 2000, no tiene nombre. Yo digo que esto de estar vivo se lo tengo que agradecer al Barba (Dios) y… al Barba (Fidel). Si el Comandante fue el que más me impresionó, Alberto de Monaco fue el que menos. En Montecarlo, el hijo de puta me hizo pagar una cuenta de una comida a la que él nos había invitado… Se fue antes porque dijo que tenía que levantarse temprano. Cuando pedimos la cuenta con Guillermo, ¡eran cinco lucas! Yo había ido a Mónaco para ver a Stephanie o a Carolina y me encontré con el boby de Alberto, que encima me hizo pagar una fortuna.

El doctor Carlos Menem me ayudó mucho a cambio de nada, de nada. Yo me acerqué a él cuando pasó la tragedia de su hijo, Carlitos, en marzo del ’95. Pensé que podía darle algo. No sé, apoyo, algo… Cuando el peronismo perdió las elecciones con De la Rúa, en el ’99, fui a visitarlo, porque sentí que debía estar con él también en la mala y para demostrarle a todos que no tenía intereses por poder ni por nada. Fui cuando ya no estaba para la vuelta olímpica… La vuelta olímpica la dan los giles que se suben al carro de los vencedores. Y yo no soy de ésos.

Y a quien me hubiera gustado conocer, obviamente, no voy a sorprender a nadie con esto, es al Che Guevara, al querido Ernesto Che Guevara de la Serna, que así es el nombre completo. Lo llevo en el brazo, en un tatuaje que es una obra de arte, pero podría decir, mejor, que lo llevo en el corazón. Este… enamoramiento, empezó en Italia, sí, en Italia. No en Argentina, y este dato para mí es importante en todo lo que tiene que ver con el Che Guevara. Porque cuando yo estaba en la Argentina, el Che era para mí lo mismo que para la mayoría de mis compatriotas: un asesino, un terrorista malo, un revolucionario que ponía bombas en los colegios. Esa era la historia que a mí me habían enseñado. Pero cuando llegué a Italia, al país campeón de los scioperi, de las huelgas, de los obreros con poder, empecé a ver que en cada uno de sus actos, la bandera que aparecía era la de este muchacho… La cara de él, en negro, sobre un trapo rojo… Y entonces empecé a leer, a leer, a leer sobre él. Y me empecé a preguntar: ¿cómo los argentinos no decimos toda la verdad sobre el Che? ¿Por qué no reclamamos sus restos, como antes reclamamos los de otros, como Juan Manuel de Rosas? Y como no tenía, no encontraba, respuestas a ninguna de esas preguntas, decidí hacerle mi propio homenaje. Y me metí el tatuaje en el hombro, para llevarlo para siempre. Aprendí a quererlo, conocí su leyenda, leí su historia: de éste sí sé la verdad; de San Martín y de Sarmiento, lo digo con todo respeto, no.

Me gustaría que en los colegios contaran la verdadera historia. Más todavía, me conformaría con que en los colegios de mi país, decir Che Guevara no sea mala palabra.

En resumen, le agradezco al fútbol todo lo que me dio, y al Barba (Dios), también, porque a través de él fue la cosa: la posibilidad de ayudar a mi familia, de compartir mi vida con compañeros extraordinarios y de conocer a gente que en mi vida soñé que podría llegar a conocer… ¿En mi piecita con goteras de Fiorito lo podía imaginar?