LOS AMIGOS, LOS ENEMIGOS

Passarella, Ramón Díaz, Menotti, Bilardo, Havelange

Quiero terminar con esta historia de que Maradona

inventó la droga en el fútbol argentino.

Dicen que yo hablo de todo, y es cierto. Dicen que yo me pelié con el Papa, y tienen razón. ¿Porque salí de Villa Fiorito no puedo hablar? Yo soy la voz de los sin voz, la voz de mucha gente que se siente representada por mí, yo tengo un micrófono delante y ellos en su puta vida podrán tenerlo. A ver si se entiende de una vez: yo soy El Diego. Entonces, vamos a ser claros. Antes de seguir con mi historia, digamos que desde el pico más alto —justo después de México ’86— vamos a poner los puntos sobre las íes en un montón de temas. En un montón de hombres y nombres…

Sí, me pelié con el Papa. Me pelié porque fui al Vaticano y vi los techos de oro. Y después escuché al Papa decir que la Iglesia se preocupaba por los chicos pobres… Pero, ¡vendé el techo, fiera, hace algo! Las tenés todas en contra, encima fuiste arquero. ¿Para qué está el Banco Ambrosiano? ¿Para vender drogas y contrabandear armas, como se escracha en el libro Por voluntad de Dios? Yo lo leí, no soy un ignorante. Y también estuve con el Papa, porque soy famoso.

Fue… fue decepcionante. Yo siempre lo cuento: le dio un rosario a mi mamá, le dio un rosario a la Claudia, le dio un rosario no sé a quién, y cuando llegó mi turno me dijo, en italiano: Este es especial, para vos. A mí me salió decirle gracias, nada más. Yo estaba renervioso. Seguimos caminando, por ahí, y le pido a mi vieja que me muestre el de ella… Era, ¡era igual al mío! Pero yo le dije a la Tota: «No, el mío es especial, me dijo el Papa que era especial». Entonces me le acerqué y le pregunté: «Disculpe, Su Santidad, ¿cuál es la diferencia entre el mío y el de mi mamá?». No me contestó… Sólo me miró, me palmeó, sonrió, y seguimos caminando. ¡Una falta de respeto total, me palmeó y sonrió, nada más! Diego, no rompas las pelotas y pícatelas que tengo más gente esperando, eso me dijo con la palmada en la espalda.

¿Se entiende por qué me enojé con él? Por cosas parecidas me enojé con muchos otros, por el caretaje, porque dicen una cosa acá y después le toman la leche al gato allá, porque se le escapa la tortuga, porque mienten, porque son cabezas de termo… No voy a hablar de todos los personajes con los que me pelié, ¡necesitaríamos una enciclopedia de esas que venden por fascículos! Voy a hablar de esos casos que todo el mundo tiene así, siempre en la punta de la lengua: ¡Uuuhhh, el Diego lo odia a…! Para empezar, y que quede clarito, yo no odio a ninguno de esos con los que me pelié a los gritos a través de los medios. Puedo odiar, sí, a los que le meten la mano en el bolso a la gente, como algunos políticos, como algunos dirigentes, o a los que pueden matar a la gente, como los milicos argentinos en algún momento. Después, a los que le joden la vida a los pibes, de cualquier manera: pegándoles, no dándoles de comer, vendiéndoles falopa… De cualquier manera.

A los demás, vamos por partes…

Para empezar, yo no estoy chivo con Ramón Díaz, para nada. Y siempre se dijeron mentiras alrededor de nuestra relación. La primera, la más grande, la que quedó en la cabecita de termo de todos, es esa que dice que yo le llené la cabeza a Bilardo para que no lo llamara al Seleccionado. ¡Un disparate, se les escapó la tortuga, fiera!

Un disparate tan grande que a esta altura nadie me creería, ya lo sé, si contara que en Suiza, durante la gira previa al Mundial de Italia, comenté —y tengo un periodista de testigo, me animo a jurarlo— que el único que nos podía salvar en ese momento, cuando nos faltaba gol y algo más, cuando no vacunábamos a nadie, era Ramón Díaz. Así se lo dije: «¿Sabes quién tendría que estar en este equipo y se acabarían los problemas? El Pelado…». Faltaba un montón todavía para que el Narigón definiera la lista, hasta de Juan Funes, pobrecito, se hablaba, y el Narigón no lo llamó. Y que antes del Mundial ’86, apenas terminaron las eliminatorias, declaré, ¡públicamente!, que el Pelado nos vendría muy bien, ¡está escrito, está escrito!

Nunca le hice un planteo a nadie, lo juro por mis hijas, para sacar del medio a alguien. Al contrario, si a Bilardo alguna vez le hice un planteo fue para que dejara en el equipo a Caniggia. Y esto que quede escrito, lo digo por primera vez: si Bilardo dejaba afuera del Mundial ’90 a Caniggia, yo… ¡no lo jugaba!

Pero en lo de Ramón me quiero detener y repetir: lo juro por mis hijas, que es lo que más quiero en la vida, que yo nunca me opuse a que Ramón se sumara al Seleccionado. El que nunca se lo planteó fue Bilardo… El habrá pensado que yo estaba peleado con Ramón porque Ramón era amigo de Passarella, y Passarella sí estaba enfrentado conmigo. Lo que Ramón Díaz hizo fue tirarse del lado de Passarella cuando Passarella se fue al Inter. ¡Y eso es lógico! Si Passarella se va al Inter, o viceversa, me parece bárbaro, que el Pelado haga las relaciones con quien más le convenga. ¡Que va a hacer conmigo si yo estaba en el Napoli! En el ’89, cuando el Inter salió campeón con el Pelado como figura, me crucé con él en la cancha y le grité, para que se dejara de joder con las giladas del Seleccionado: «¡Ojalá que Bilardo te llame, así te dejas de inventar boludeces!». Lo cierto es que un año después, cuando Bilardo definió el equipo para Italia ’90, el Pelado no hacía un gol ni en un arco de veinte metros.

Más todavía: ¿saben quién le enseñó a definir a Ramón? ¡Yo, papito! En el 79, cuando fuimos a jugar el Mundial Juvenil a Japón, le metí en la cabeza que para hacer goles no tenía por qué agujerear a los arqueros… El cabeza de termo le apuntaba al pecho, cerraba los ojos y ¡pum! Era un asesino, sí, pero no era un goleador… Después, aprendió. De nada, Ramón. También anduvieron diciendo otras cosas: como que yo no había hecho la fuerza suficiente para que a Bertoni le renovaran el contrato en el Napoli, en nuestra tercera temporada allá. La Chancha y yo habíamos jugado juntos las dos primeras, el Pelado estaba en el Avellino, también en el sur de Italia, y los tres éramos muy amigos… Pero es mentira, ¡la decisión no fue mía y Daniel se fue bien! Por eso también lo desafío a Ramón, como a Passarella: vamos a sentarnos en el medio del Monumental, frente a frente, sin hinchas de Boca alrededor… Ahí mismo donde yo me acerqué hasta el banco para darle la mano, el día de mi último partido en Boca, contra River, en el ’87, para que se diera cuenta de una vez por todas de que nos podemos decir pelotudeces, pero lo nuestro no es para tanto.

Por eso prefiero cortarla acá, y contar algo mejor: Emiliano, uno de sus hijos, que juega al fútbol en River y me dijeron que muy bien, me llamó por teléfono a mi casa, ¡a mí!, y me dijo que yo soy su ídolo: Qué me importa lo de mi viejo, eso lo arreglarán ustedes cuando puedan… Pero yo te adoro. Eso a mí me llenó de orgullo, fue hermoso, divino.

Pero que quede claro algo, por favor: yo nunca, nunca, nunca en mi vida, me opuse a que viniera alguien a la Selección. No, jamás. Al contrario, los que quisieron irse se fueron solos, como Passarella. Que Passarella se fue por menottista del Mundial de México, cosa que jamás va a reconocer. Como jamás, parece, me va a atender, porque yo muchas veces quise hablar con él y no hubo forma… Cuando le pasó lo de la muerte del hijo, lo peor que le puede pasar a un padre, quise hablar con él, porque me dolió en el alma. Pero nunca me contestó: le dejé mensajes, de todo. Hasta le escribí una carta abierta, a través de un periodista amigo, en El Gráfico. Ahí puse: «Viví con mucho dolor lo de Passarella. Yo creo que dijimos muchas boludeces… que ¡dije! muchas pavadas: nosotros hablamos del pelo corto, del arito, ¡por el amor de Dios, qué chiquito que es todo eso! Los que estamos lejos, los que lo vemos de afuera, podemos comentar: qué mal, qué dolor. Debe ser lo peor del mundo, pero eso no alcanza. El dolor se lo llevan ellos: podemos acercarnos, hablar, pero no sirve para nada. A mí lo de Passarella me pegó muy fuerte, nadie merece vivir algo así: yo veía las imágenes y me parecía mentira, me parecía que no era cierto que él, que su esposa, que su familia, estuvieran viviendo eso. Lo llamé varias veces después, sabiendo que no servía para nada. Pero para ponerme a disposición: todas nuestras discusiones son una idiotez al lado de eso, no tienen la más mínima importancia. Lo único que se me ocurre decirle es: Daniel, si me necesitas para algo, acá estoy…». Pero con esa historia, tan dolorosa, no quiero mezclar nuestros quilombos.

Para que nadie invente giladas, lo cuento todo: nosotros nos habíamos peleado en la concentración del América de México, en el Distrito Federal, donde vivíamos en la Copa del Mundo del ’86. La historia fue así… Yo llegué quince minutos tarde a una reunión junto con los… rebeldes. Eso éramos, según Passarella, Pasculli, Batista, Islas… ¡Quince minutos tarde llegamos! Y entonces nos comimos un discurso de Passarella, con el estilo de él, bien dictador: que cómo el capitán iba a llegar tarde, que esto, que lo otro. Lo dejé hablar, lo dejé hablar… «¿Terminaste?», le pregunté. «Bueno, entonces vamos a hablar de vos, ahora», le dije.

Y conté, delante del plantel completito, todo lo que era él, todo lo que había hecho él, todo lo que yo sabía de él. Y se armó el lío grande, ¡grande, grande! Porque en aquella Selección, hay que decirlo, había dos grupos. Por un lado, los que apoyaban a Passarella. Su banda. Ahí estaban Valdano, Bochini, varios. Passarella les había llenado la cabeza y por eso decían que nosotros habíamos llegado tarde porque estábamos tomando falopa, y que esto, y que lo otro… pero, más que nada, por supuesto, eso de que estábamos tomando falopa y ésos éramos nosotros, mi grupo.

Entonces yo le dije:

—Está bien, Passarella, yo asumo que tomo, está bien…

Alrededor nuestro, un silencio tremendo. Yo seguí:

—Pero acá hay otra cosa: no estuve tomando en este caso… No en este caso, ¡mira vos! Y, además, vos estás mandando al frente a otra gente, a los pibes que estaban conmigo… ¡Y los pibes no tienen nada que ver! ¿entendiste, buchón?

La única verdad es que Passarella estaba queriendo ganarse al grupo de esa manera, sembrando cizaña, inventando cosas, metiendo palos en la rueda. Quería ganárselo desde que había perdido la capitanía y el liderazgo; lo tenía atragantado, lo tenía acá. Porque él fue un buen capitán, sí, y yo siempre lo dije. Pero yo mismo lo desplacé: el gran capitán, el verdadero gran capitán, fui, soy y seré yo.

Después de eso, cada vez que podía, él me jugaba feo, muy feo.

Lo agarró a Valdano, que es un tipo muy inteligente, a quien todo el mundo escuchaba, incluido yo, que era capaz de estar cuatro horas con él sin poder meter un bocadillo, y le metió en la cabeza que yo estaba llevando a todos a la droga. ¡Que yo estaba llevando a todos a la droga! Entonces me planté, en el medio de esa reunión, y en nombre de mis compañeros y en nombre mío, por supuesto, le grité a Passarella:

—¡Acá nadie toma, viejo, acá nadie toma!

Y lo juro por mis hijas que no tomamos, que en México no tomamos. Pero como estábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió hacerla completa:

—A ver, ya que estamos… Estos dos mil pesos de teléfono que tenemos que pagar entre todos, porque nadie se hace cargo, ¿por llamadas de quién son?

Nadie saltó, nadie contestó, alguno miró el piso… No volaba una mosca. Lo que no sabía Passarella es que por aquellos tiempos, en 1986, parece que hace un siglo ya, las cuentas telefónicas en México tenían detalle: en la factura venían los números, uno por uno… Y el número era el de él, ¡hijo de puta! Ganaba dos millones de dólares y se hacía el boludo por dos mil. Eso sí que es tomarle la leche al gato.

Yo prefiero ser adicto, por doloroso que esto sea, a ventajero o mal amigo. Esto de mal amigo lo digo por la historia que terminó de alejarme de él y terminó también de formar la verdadera imagen de Passarella para los demás: cuando él estaba en Europa, todo el mundo comentaba que se escapaba a Monaco para verse con la esposa de un compañero, de un jugador del Seleccionado argentino… ¡Eso hacía y después lo contaba en el vestuario de la Fiorentina, como una hazaña! Entonces, cuando Valdano vino a pedirme explicaciones en México, en esa reunión, por lo de la droga, y también a darme una filípica, que yo no podía hacer esto, que yo no podía hacer lo otro… yo lo paré en seco. Le dije:

—Pará, Jorge, la reputa que te parió; vos, ¿del lado de quién estás? ¿Acá lo que te cuenta Passarella es verdad y lo que te cuento yo, no?

Entonces él me dijo:

Bueno, está bien, contame

Ya me había calmado:

—No, espera, vamos a la reunión…

Allá fuimos, y en la reunión, con Passarella presente, conté todo lo que sabía de él y se hizo un silencio profundo… Hasta que saltó Valdano:

¡Vos sos una mierda! —le gritó al Kaiser.

Ahí se rompió todo. Ahí le agarró la diarrea, el mal de Moctezuma, cuando la realidad era que todos meábamos por el culo. Ahí le dio el tirón, ésta es la verdadera historia.

Por eso es que yo digo que lo desafío a Passarella a encontrarnos en el Monumental, sin un hincha de Boca alrededor, a hablar de todo, frente a frente, en una mesa, como si fuéramos a jugar un truco de dos. Pero no se trata de eso, ¿eh? Se trata, mejor, de hablar de compañerismo, hablar de disciplina, cuando él, en las concentraciones ponía mierda en los picaportes de las habitaciones. Lo invito a hablar del pelo largo, cuando yo hice doscientos goles con unos rulos que parecían el casco de Schumacher y nunca se me cruzó por la cabeza decirle a nadie: «…No me pidan que cabecee…». ¿Y Kempes? ¿Por qué fue compañero de Kempes en el 78? En una de ésas el gran capitán se hubiera quedado sin la Copa si no era por Marito. A hablar de todo, lo invito.

A hablar de mujeres, ¡de mujeres!, y a hablar de fútbol. A hablar de droga, ¡de droga! ¡A hablar de lo que quiera, de lo que quiera!

Porque él dice que de mí no habla, que conmigo no habla, pero él sabe muy bien que no es quién para venir a decirme a mí nada de la droga. Porque si vamos a hablar de eso, tendremos que remontarnos a un proceso muy largo y muy viejo en el fútbol argentino, de una época en la que él jugaba y yo no, de una Copa Libertadores que yo nunca jugué y él sí, varias veces… ¿Y soy el único drogadicto, yo?

Una vez, cuando era presidente, Menem me invitó a conversar de este tema, que parecía ser sólo mío en la Argentina, con Passarella. Una reunión para charlar de todo, y también de la droga. «Cuando quiera, presidente, cuando quiera», le dije. Pero Passarella nunca apareció, parece que no se animó.

Para que quede clarito, esto: Passarella, si vos no querés que te ensucien, no ensucies; si yo conocí la droga en el fútbol, fue por vos, ¡fue por vos! Entonces, claro: De Maradona no hablo. Porque si él habla y yo contesto, se pudre todo.

Ni con Passarella ni con Ramón Díaz me pelié por el tema de mi adicción a las drogas, nada que ver. Somos hombres y, con droga o sin droga, podíamos pelearnos a muerte por otras cosas. Hombres como Bilardo y Menotti, que están lejos de las drogas, también se pelearon entre ellos sólo por tener ideas diferentes. ¡Y de fútbol!

Esto, todo esto que estoy escribiendo, no es de buchón: esto se lo quise decir siempre en la cara a Daniel, pero nunca me atendió. Pero se acabó: quiero terminar con esta historia de que Maradona inventó la droga en el fútbol argentino: a mí me agarraron con cocaína y eso no es ventaja, ¡es desventaja! Pero cuando la droga se usó en el fútbol argentino, ¡se usó para correr! Fue para estar a la misma altura de los alemanes, fue para ganar la Copa Intercontinental, para ganar la Copa Libertadores… Para jugar, por lo menos, esa bendita Copa Libertadores que yo nunca pude jugar.

Y otra cosa: si a mí me designan técnico de la Selección, pero a cambio de eso tengo que meterle la mano en el bolsillo a los jugadores, digo que no. Y eso hizo Passarella cuando fue técnico, ¿eh? A ver si se entiende: en la Selección no se gana plata y vos no podes aceptar que, encima, la AFA te ponga trabas para que recaudes algo por otro lado. Porque eso yo lo viví, ¿eh?: cuando salí campeón, en México ’86, gané 33.000 dólares, ¡33.000 dólares! Mientras mi amigo Ciro Ferrara, en Italia ’90, salió tercero en la Copa del Mundo que organizaba su país y ganó ¡220.000 dólares! O sea, paremos la mano acá: yo quiero la gloria, dámela, pero no me metan la mano en el bolsillo, querido. Y eso hizo Passarella, que cuando asumió de técnico tomó dos medidas fundamentales: hacerles cortar el pelo a los jugadores y echarle la culpa de todas las derrotas a las gorritas con publicidad y a los contratos con la televisión. Si eso no es meterle la mano en los bolsillos a los jugadores, ¿qué es? Es decir, dejó que la AFA tomara medidas para que el plantel ganara menos. Mientras tanto, eso sí, él tenía un contrato de la puta madre y los jugadores casi tenían que pagarse los pasajes cuando viajaban desde el exterior Passarella dijo: ¡Basta de gorrito, basta de publicidad, basta de pelo largo!, como si las gorritas jugaran a la pelota, como si él no hubiera salido campeón del mundo gracias a Mario Kempes, que tenía una melena que le llegaba a la cintura.

A mí me dio mucha pena que, por mi culpa, porque decían que yo era el símbolo de todos los desarreglos del fútbol argentino, lo eligieran a él como técnico, como sinónimo de disciplina y de orden. ¿¡De disciplina y de orden, Passarella!? ¡Por favor! En una de ésas, disciplina y orden es untar con mierda los picaportes en las concentraciones, para divertirse con los compañeros… ¡Eso es el orden y la disciplina de Passarella!

Si yo tuviera que elegir a un técnico para que me dirija, me quedaría con el Flaco Menotti. Por sabiduría… Las cosas que él decía a mí me pasaban. Te hablaba y te quedabas mudo, y salías a la cancha y te sentías orgulloso de lo que intentabas hacer.

Y Bilardo… Carlos es como un padre para mí. Alguna vez dije que me gustaría que mis hijas tuvieran sus principios. Me ayudó mucho y nunca voy a terminar de agradecerle que confiara en mí como confió: fue decisivo para mi carrera.

Eso sí: siempre tuvo una actitud, más allá de lo futbolístico, que a mí nunca me gustó. Nunca dejó que ganaran plata los demás, los que estaban con él. Se le fue Pachamé, se le fue Echevarría… ¡y toda la plata para él! El propio Echevarría, que era su mano derecha y una de las personas más buenas que yo conocí en el fútbol, necesitó que Basile le diera una mano, que se lo llevara al Atlético de Madrid cuando el Profe, pobre, ya estaba muy enfermo.

Y otra cosa: tampoco me quiso explicar nunca, nunca —y yo lloré mucho por eso— por qué lo dejó a Valdano afuera del Mundial de Italia. Porque yo, ¡yo!, le fui a pedir a Valdano que intentara el regreso, después de su hepatitis, y se retirara del fútbol como lo que es, un grande, ¡un grande de verdad! Yo se lo pedí delante de Jorgito, su hijo. Y yo sentí que los traicioné a los dos cuando Bilardo lo dejó afuera… Sé que hay muchas sospechas, sé que a Valdano lo relacionaban con mis reclamos gremiales desde México ’86, cuando juntos denunciamos que era criminal jugar al mediodía sólo porque la televisión lo pedía. Pero a mí me dijeron que Valdano no rendía, eso me dijeron. Y nosotros teníamos lesionados a dieciocho, ni yo podía jugar. Lo único cierto es que por alguna razón Valdano no tenía que estar en aquel plantel y yo nunca pude enterarme de la verdadera historia.

Eso es lo único que me duele en el balance de mi relación con Bilardo. Como con Menotti me duele que me haya robado el orgullo de jugar el Mundial 78. Pero, igual, al Narigón lo quiero como a un padre y al Flaco lo admiro.

Ninguna de esas dos cosas, por supuesto, puedo decir de Joáo Havelange. Es otro tipo con el que nos separamos al nacer. Orígenes distintos, relación imposible, por más que él diga que me quiere como a un hijo, a un nieto, a un bisnieto… No le creo nada. Nada. El solo, con su historia, me dio la oportunidad de definirlo con pocas palabras, como a mí me gusta hacerlo cuando me cruzo con alguien que no me gusta nada de nada: fue jugador de waterpolo… Me la dejó picando, en la línea, la toqué de rabona para meterla: «Perdón, don Joáo, ¿waterpolo? ¿Y entonces por qué no es presidente de esa federación en vez de la nuestra?». Claro, era la voz de un futbolista, y la voz de un futbolista, en la FIFA, no vale un mango. Si lo nuestro empezó al nacer, creció en México, cuando ellos, que estaban en palcos con aire acondicionado o con negros abanicándolos, nos hacían jugar al mediodía… Ojo, aquello no era Fiorito, ¿eh?, era mucho mucho peor. Y lo que no terminaba de cazar el cabeza de termo de Havelange era que yo no quería ni quiero arruinarle el negocio, ¡no! Al contrario… Pero quería que entendiera, sí, que la clave de todo ese negocio, de todo ese espectáculo, éramos nosotros, los jugadores. Y eso es lo que voy a seguir intentando desde nuestro sindicato: que nos escuchen.

Y digo esto: de mí saben todo, hasta confesé lo más grave que me pasó en la vida, como es mi adicción a la cocaína. Pregunto: ¿De Havelange? ¿Qué se sabe? Yo, lo único que sé es que tiene una línea de colectivos que se llama… ¡cometa!

Yo hubiera querido creer en él, de verdad. Pero después de aquel penal en el Mundial de Italia, del doping en Estados Unidos, me deja sin esperanzas. Me defraudó, creí que yo ya había pagado mi pena con aquello de Italia. El sabía que lo que yo había consumido no servía para nada pero igual me dio por la cabeza sin asco… Creí que a había pasado ese rencor contra Maradona, también después de lo de Sevilla. Pero no, no… Y eso me duele en el alma. Si hay un Dios dentro de él, se tendrá que replantear todo lo que hizo. El siempre se guió por los papeles, sin pensar que detrás de todo siempre hay seres humanos, una familia, un pueblo. Sobre todo, un pueblo. Por eso me calenté tanto cuando lo recibieron en la Argentina como a un héroe, después de Italia ’90: allá, en el palco, yo no había ni querido darle la mano, él tenía la culpa de mis lágrimas, que no eran sólo por la derrota. Me dolía más la injusticia. Y Havelange, en mi paso por el fútbol, fue la cara de la injusticia. Una sola cosa me deja la conciencia en paz: pensar en cuánta gente se acordará de él cuando el tiempo pase, y cuánta gente se acordará de mí: ¿Havelange o El Diego? Ustedes tienen la respuesta.