LIBRO QUINTO
SINOPSIS
Crítica de la decadencia de la moral pública romana y de la honradez personal. Necesidad de una constante preparación teórica para el gobernante. Posible influencia perniciosa de la oratoria desviada de la rectitud.
*337 〈Como dice Ennio,〉 [1,1]
La república romana se funda en la moralidad tradicional de sus hombres338.
Verso éste que me parece proferido como por oráculo, tanto por su brevedad como por su veracidad. Porque ni los hombres sin tales costumbres ciudadanas, ni las costumbres sin el gobierno de tales hombres, hubieran podido fundar ni mantener por tan largo tiempo una república tan grande y que difunde tan extensamente su imperio. Así, pues, desde tiempos inmemoriales, la moralidad patria disponía de tan valiosos hombres, y unos hombres excelentes conservaban la moral antigua y la tradición de los antepasados. Nuestra época, [2] en cambio, habiendo heredado como una imagen de la república, pero ya empalidecida por el tiempo, no sólo dejó de renovarla con sus auténticos colores, sino que ni siquiera cuidó de conservar su forma, al menos, y su contorno. Pues ¿qué queda de aquellas antiguas costumbres en las que decía Ennio que se fundaba la república romana? Las vemos ya caídas en desuso por el olvido, y, no sólo no se practican, sino que ni se conocen ya. Y ¿qué decir de los hombres? Porque las mismas costumbres perecieron por la falta de hombres, un mal del que, no sólo debemos rendir cuentas, sino incluso defendernos como reos de pena capital. No por infortunio, sino por nuestras culpas, seguimos hablando de república cuando hace ya mucho tiempo que la hemos perdido 339 (S. AGUSTÍN [Ap. I 4]).
(ANÓN. [ibid. III 3].)
[2,3] 〈MANILIO?〉 … 〈nada era tan〉 propio de un rey como la declaración de la justicia, en la que se interpretaba el derecho, pues los particulares solían pedir de los reyes que se declarara el derecho privado, y por ello se ponían límites a los campos de cultivo, a los bosques y prados, extensos y fecundos, para que, perteneciendo al rey, fueran cultivados sin trabajo y fatiga suya, y ninguna ocupación de administración privada apartara a los reyes del gobierno público. Y no existía nadie para dirimir controversias como árbitro, sino que todas ellas concluían con sentencias dadas por los reyes. Y me parece que nuestro querido Numa fue quien más siguió esa costumbre antigua de los reyes de Grecia, pues los otros, aunque también ejercieron esta función de jueces, se dedicaron en buena parte a hacer guerras y observar el derecho de guerra. En cambio, la paz duradera de Numa fue para esta ciudad de Roma la madre del derecho y de la religión; él, que fue el autor de leyes que sabéis existen todavía, lo que sería propio de este ciudadano de que tratamos 〈 como modelo de gobernante〉 340…
(CICERÓN [Ap. VIII 1].)
(NONIO [ibid. XV 55].) [3,4]
〈 ESCIPIÓN.—〉 ¿Acaso te molesta que él sepa de [5] raíces y semillas?
〈 MAN. — 〉 No, con tal de que sepa hacer su trabajo.
〈 ESCIP. — 〉 ¿Acaso crees que es ésa una ocupación de mayorales?
〈 MAN. — 〉 En modo alguno, pues muchas veces falta quien trabaje en la agricultura.
〈 ESCIP. — 〉 Entonces, así como el mayoral conoce la naturaleza del terreno y el administrador sabe de letras, pero uno y otro se valen del gusto de la ciencia en provecho de su profesión, así también este gobernante ideal de que hablamos se dedicaría a conocer el derecho y las leyes, indagando a fondo la fuente de las leyes, pero sin enredarse en dar respuestas, leer y escribir todo el día, para poder administrar la república y, en cierto modo, llevarla como un mayoral. Que sea muy docto en el derecho fundamental, sin el cual nadie puede llegar a ser justo 341, y no ignore el derecho civil, pero del mismo modo que el timonel conoce los astros, y el médico la física: uno y otro usan de esas ciencias para su profesión, pero sin impedimento para cumplir su trabajo. Esta persona ideal verá…
(ANÓN. [Ap. III 7].)
[4,6] 〈 ESCIP. — ?〉 …en las ciudades, en las que los hombres mejores aspiran a la fama y honra, rehuyen el descrédito del deshonor, y no les intimida tanto la pena establecida en las leyes cuanto la vergüenza que la naturaleza dio al hombre, como un temor de censura no injusta. Aquel famoso organizador de repúblicas 342 quiso acrecer ese sentimiento de vergüenza con el respeto a la consideración social y fomentarlo con la educación, para que el pundonor no menos que el temor apartara a los ciudadanos de cometer delitos. Y esto se refiere también a la reputación, de la que podrían decirse largamente muchas cosas más 343.
[5,7] Respecto, en cambio, a la manera de vivir de las personas, se estableció un orden para el matrimonio conforme a derecho, para la legitimidad de los hijos, la santidad de instalación de los dioses Penates y los Lares familiares 344, de suerte que todo el mundo puede servirse de los bienes comunes y de los propios, y no puede vivirse bien sin una buena república, y no hay mayor felicidad que la de una ciudad bien constituida. Por lo que me parece muy sorprendente que sea tan grande 〈la diversidad de〉 doc 〈 trinas〉 …345.
* En efecto, como compete la ruta segura al timonel, [6,8] la salud al médico y la victoria al general, así la vida feliz de los ciudadanos a este moderador de la república, para que esté segura de recursos, abunde en bienes, tenga gran gloria y viva honestamente; quisiera que él fuera el artífice de este principal y noble servicio entre los hombres (CICERÓN [Ap. VIII 4]).
(S. AGUSTÍN [ibid. I 15].)
* 〈 el jefe de la ciudad 〉 debe alimentarse con la gloria, [7,9] y los antepasados hicieron muchas cosas admirables e ilustres por el ansia de gloria (S. AGUSTÍN [ibid, I 7]).
* el jefe de la ciudad debe alimentarse con la gloria, y la república se mantiene segura en tanto todos honran al jefe (PEDRO PICTAVIENSE [ibid. XVI]).
(NONIO [ibid. XV 21, 19 y 40]; CARISIO [VII]; NONIO [XV 8].) [8,10]
(AULO GELIO [ibid. VI 3].) [9,11]
〈 ESCIP. — 〉 Siendo así que nada debiera ser tan incorrupto en una república como el sufragio o la sentencia judicial, no comprendo por qué razón el que los ha corrompido con dinero sea digno de una pena y el que lo hace con su elocuencia resulta elogiado. Me parece, en verdad, que obra peor el que corrompe al juez con su discurso que el que lo hace con dinero, pues el dinero no puede corromper a un juez honrado, pero sí puede hacerlo la palabra (AMIANO MARCELINO [II bis]).
(NONIO [ibid. XV 64]; ANÓN. [ibid. III 4].)
337 En esté libro empieza la tercera jornada del coloquio. Esta primera referencia, extraída de San Agustín, pertenece al preámbulo, en que habla directamente Cicerón, como hace constar expresamente San Agustín: «como también dice el mismo Tulio, no Escipión ni otro cualquiera, sino hablando él en propia voz, al comienzo del libro quinto, después de haber recordado el verso del poeta Ennio en que este decía…»
338 Moribus antiquis res stat Romana uirisque. Verso tomado de los Anales de ENNIO (ed. VAHLEN, fr. 500). Más literalmente: «… en las costumbres antiguas y en los hombres». Sobre la importancia de este verso para todo el pensamiento ciceroniano, vid. Introducción, § 4: «El tema: la res publica», al final.
339 Este sentimiento de la ruina de la república romana estaba especialmente vivo en el ánimo de Cicerón desde que se constituyó secretamente el primer triunvirato de Pompeyo, César y Craso, el año 60, pocos años antes de ponerse a escribir este diálogo.
340 Esta imagen ideal del rey como juez se relaciona, en la tradición romana, con la figura de Numa (vid. supra, n. 202), el buen rey pacífico, piadoso y justiciero, pero procede de un tópico del pensamiento antiguo, vagamente apoyado en los poemas homéricos. Cicerón le quería dar más valor al ponerlo en boca del jurista Manilio.
341 El summum ius a que se refiere aquí Cicerón no es, como otras veces, aquel cuyo rigor resulta injusto, sino el de más alta fundamentación, es decir, el derecho natural.
342 Aunque se lee rector rerum publicarum, no cabe pensar en un gobernante concreto, sino en Platón, que, sobre todo en las Leyes, insiste en el sentimiento de la verecundia como condición de la vida social.
343 Cicerón elude aquí el tema de la fama, de la que va a hablar menos favorablemente en el libro VI («Sueño de Escipión»).
344 Los Penates son los dioses protectores de la casa (en relación con penus, la despensa de la casa), en tanto los Lares protegen toda la propiedad familiar.
345 Aquí termina el palimpsesto; del resto del libro V, así como de todo el libro VI, no tenemos más que citas, sobre todo, la extensa del «Sueño de Escipión» que hace Macrobio (VI 9, 9-26,29).