LIBRO TERCERO
SINOPSIS
Filo asume la defensa de la causa del interés» que puede contraponerse a la justicia. En favor de ésta se pronuncia Lelio. Tiberio Graco es censurado por haber pasado, con sus reformas, por encima de los derechos de los aliados. Escipión y los otros aprueban la defensa de la justicia que Lelio acaba de hacer.
(S. AGUSTÍN [Ap. I 4].)
[1,1]
(S. AGUSTÍN [I 13]; S. AMBROSIO [ibid. II].)
[2] (LACTANCIO [ibid. XIII 13].)
[2,3] … y con medios de expresión a su torpeza y como la misma 〈 inteligencia humana 〉 hubiese empezado con unos hombres que emitían algo imperfecto y confuso con sus sonidos inarticulados, fraccionó y articuló éstos distintamente, y dio a las cosas sus nombres, como signos de las cosas, y relacionó por el vínculo felicísimo de la palabra a los hombres que antes se hallaban disociados. De la misma manera que con la voz, los que parecían sonidos infinitos quedaron todos representados por signos mediante la invención de unas pocas grafías, gracias a las cuales se hizo posible la comunicación a distancia, las constancias formales de la voluntad y los monumentos conmemorativos. Se inventó también el número, cosa tan necesaria para la vida como única, inmutable y eterna, que movió por primera vez a que contempláramos el cielo, y no viéramos en balde los movimientos de los astros, así como para que contáramos los días y las noches…
… cuyos ánimos se elevaron hasta ser capaces de hacer [3,4] o pensar algo digno, como antes he dicho 274, del don de los dioses. Por lo que, cuantos disertan acerca del orden de la vida deben ser considerados por nosotros, y efectivamente lo son, como grandes hombres, sabios, maestros de verdad y de virtud, siempre que lo hallado por personas versadas en los distintos asuntos de las repúblicas, o lo tratado en su ocio literario, no sea algo despreciable, y no lo es, siendo la razón civil y cultura de los pueblos, que produce en los ingenios superiores, como muy frecuentemente ocurre, una sublime y divina virtud. Y si alguno creyó que debía añadirse, [5] a las facultades que tiene el alma por su naturaleza y educación civil, un estudio superior y un más pleno conocimiento de las cosas, como esos mismos que se dedican al estudio de estos libros, nadie dejará de anteponer tales personas a las demás. Porque ¿qué puede haber más ilustre que la unión del ejercicio práctico de los asuntos más importantes y del estudio y conocimiento de aquellas disciplinas?, ¿qué cabe imaginar más perfecto que un Publio Escipión, un Cayo Lelio o un Lucio Filo? Los cuales, para no dejar de cumplir lo que correspondía a la máxima alabanza de unos hombres ilustres, aplicaron la doctrina extranjera de un Sócrates [6] a la tradición patria de los antepasados; por lo que, quien quiso y pudo hacer ambas cosas, esto es, instruirse a la vez con la enseñanza de los antepasados y la doctrina, creo que ha conseguido todo lo necesario para tal alabanza. Porque, si debiera elegirse una de las dos vías 275 de la prudencia, aunque alguien pudiera considerar más feliz la vida dedicada al estudio de las mejores ciencias, sin embargo, es ciertamente más ilustre esta otra vida civil que honraron los más célebres hombres, como, por ejemplo, Manió Curio 276,
a quien nadie conquistar pudo por el hierro o con el oro277
o también…
(SÉNECA [Ap. XX 2].)
[4,7] … 〈 aunque 〉 tuviera 〈 también cierta 〉 sabiduría, sin embargo, había esta diferencia entre los dos géneros: que aquéllos cultivaron los principios de la naturaleza en el arte de las palabras, en tanto éstos lo hicieron con la enseñanza de la experiencia y las leyes; y más provecho pudo sacar una misma ciudad, con tener menos sabios, si es que se entiende este término tan estrictamente, pero sí ciertamente hombres dignos del mayor encomio, pues observaron los preceptos e invenciones de los sabios. Además: ¡qué dignas de alabanzas son, y fueron, aquellas ciudades —pues está en la naturaleza de las cosas que corresponda a la superior inteligencia el saber constituir una república que pueda durar mucho—, en las que, si contamos las personalidades que cada una de ellas tuvo, resulta una multitud de hombres ilustres! Porque, si queremos representar en nuestra imaginación la fama del Lacio en Italia, o, en esta misma, las gentes sabinas o volscas, el Samnio, la Etruria o la que llamamos Magna Grecia, o también los sirios, los persas, los fenicios, si estas…
FILO. — Al querer que defienda la injusticia ¡vaya [5,8] causa ilustre que me ofrecéis!278.
LELIO. — Lo que debes temer es que se crea que lo piensas de verdad, al decir lo que suele decirse contra la justicia; pero tú eres un modelo casi sin par de la antigua justicia y lealtad, y todo el mundo sabe tu costumbre de defender posiciones contrarias, por creer que de este modo se puede llegar más fácilmente a la verdad.
FIL. — Bueno, os daré gusto ensuciándome a conciencia, pues, del mismo modo que los que buscan oro no tienen escrúpulos, así también, cuando buscamos la justicia, cosa más preciosa que todo el oro, no debemos en verdad rehuir ningún esfuerzo. ¡Ojalá pudiera valerme de un rostro ajeno del mismo modo que voy a valerme de una manera de hablar ajena! Ahora tiene Lucio Furio Filo que decir lo que Carnéades, hombre griego hábil también para hablar según las conveniencias 279…
[6] (LACTANCIO [ibid. XIII 4].)
[7,10-11] (LACTANCIO [ibid. XIII 11].)
* …la justicia mira hacia afuera, y se ve enteramente proyectada y se alza... (NONIO [ibid. xv 44]).
* …la cual virtud tiende más que las otras a defender y explicar las conveniencias ajenas (NONIO [ibid. xv 30]).
[8,12] 〈FIL. —〉 …encontrara y defendiera; pero el otro llenó cuatro gruesos libros acerca de la misma justicia 280. Porque de Crisipo 281 nada grande o elevado podía yo esperar, pues habla como suele hacer siempre, de suerte que todo lo trata por el valor de las palabras y no por el peso de la realidad. Fue siempre cosa propia de aquellos héroes el levantar y colocar, en el trono divino, no lejos de la sabiduría, aquella virtud que, si es que existe, es la única generosa y liberal por excelencia, [13] nacida para los demás más que para sí misma. No les faltó la voluntad —pues ¿qué otro motivo tenían, o qué otro propósito, para escribir?— ni el ingenio, por el que destacan entre todos, pero la causa que defendían sobrepasaba su voluntad y sus facultades. Pues el derecho de que podemos hablar es tal o cual derecho civil, pero no existe uno natural, ya que, si existiera, lo justo y lo injusto sería lo mismo para todos, como lo es lo caliente y lo frío, lo amargo y lo dulce 282.
Ahora, si alguien, según lo que dice Pacuvio: [9,14]
llevado en el carro de aladas sierpes283,
pudiera ver desde lo alto y echar una mirada sobre muchos y varios pueblos y urbes, vería, en primer lugar, en el muy incorrupto pueblo egipcio, que conserva memoria escrita 284 de muchos siglos y gestas, cómo toman por dios a un buey, al que los egipcios llaman Apis, y otros muchos monstruos que tienen, y animales de todo género que consagran como dioses; luego, los templos magníficos de Grecia, y también los nuestros, consagrados a imágenes humanas, cosa juzgada como impía por los persas, siendo ésta la única causa por la que se dice que Jerjes dispuso que se quemaran los santuarios de Atenas 285, pues consideraba una profanación el encerrar entre unas paredes a los dioses cuyo hogar es todo este mundo; después, Filipo, que lo proyectó, [15] y Alejandro286, que lo ejecutó, alegaban como pretexto 287 para hacer la guerra a los persas el querer vengar a los santuarios de Grecia; pero los griegos ni siquiera pensaban reconstruirlos, para que la posteridad tuviera a la vista un documento permanente del crimen cometido por los persas. ¡Cuántos, como los tauros en el Axino 288, como el rey de Egipto Busiris, como los galos y los cartagineses, creyeron que era piadoso y muy grato a los dioses inmortales el hacer inmolaciones humanas! 289. Pero son tan aberrantes las tradiciones humanas, que los cretenses y los etolios 290 tienen el robar como cosa honesta, los espartanos solían decir que eran suyos todos los campos que podían alcanzar con su dardo 291; los atenienses solían jurar incluso públicamente que les pertenecía toda la tierra que produjera aceite y cosechas 292; los galos tienen como vergüenza el cultivar los campos, y por eso cosechan, con las arló mas en las manos, los campos ajenos 293; y nosotros, que nos tenemos por los más justos, no permitimos que los pueblos transalpinos planten olivos y cepas, para así dar más valor a nuestros olivares y viñedos, lo que podemos decir que hacemos prudentemente, pero no con justicia, para que entendáis cómo la prudencia discrepa a veces de la justicia294. Pero Licurgo, el famoso inventor de óptimas leyes y de un derecho justísimo, hizo que la plebe cultivara como sierva las fincas de los ricos 295.
Si quisiera describir las distintas instituciones jurídicas, [10,17] usos y costumbres, mostraría cuán diferentes son, no sólo en tantos pueblos, sino dentro de una misma ciudad, incluso en esta misma nuestra, podría yo probar cómo ha cambiado mil veces, de modo que este nuestro querido intérprete del derecho, Manilio, podría decir cómo ha cambiado ahora el derecho de los legados y herencias de las mujeres, y cómo solía dar otros dictámenes cuando era joven, antes de promulgarse la ley Voconia, ley ésta que, habiéndose dado en ventaja de los hombres, es del todo injusta para las mujeres 296. ¿Por qué no puede ser rica una mujer? ¿Por qué puede tener heredero una virgen Vestal y no su madre? 297. ¿Por qué, si debe ponerse un límite a la fortuna de las mujeres, puede la hija de Publio Craso, si fuera hija única, tener legalmente cien millones de sestercios y la mía no puede tener tres millones? 298.
[11,18] 〈 FIL.—…si la naturaleza〉 nos hubiera promulgado el derecho de todos los pueblos, sería el mismo para todos, y no distinto para unos y para otros. Yo me pregunto, si es propio de un hombre justo y de uno bueno el cumplir las leyes, ¿cuáles debe cumplir? ¿Acaso sea cual sea? Pero la virtud no es compatible con la inconstancia, ni la naturaleza puede variar; las leyes se cumplen por su sanción penal y no por nuestra justicia; así, pues, el derecho natural carece de contenido, de lo que resulta que tampoco hay justos por naturaleza. ¿Dirán acaso que las leyes pueden tener variedad, pero que los hombres buenos deben observar por naturaleza la justicia que lo es de verdad y no la que se piensa que lo es? Porque es propio del hombre bueno y justo dar a [19] cada uno también lo que se merece. Porque, ante todo: ¿vamos a atribuir algo a los animales mudos? No son hombres mediocres, sino grandes y sabios, Pitágoras y Empédocles 299, los que declaran que es una misma la naturaleza la de todos los seres animados, y reclaman que se amenace con penas implacables a los que hagan daño a un animal, pues es un crimen el dañar a un bruto, cuyo crimen si alguien quiere…
(LACTANCIO [Ap. XIII 7]; TERTULIANO [ibid. XXII]; LACTANCIO [ibid. XIII [12,20-22] 5].)
〈 FIL. — 〉 …todos los que tienen la potestad sobre [13,23] la vida y la muerte de su pueblo son tiranos, aunque prefieran llamarse reyes, apropiándose el nombre de Júpiter Máximo. Cuando hay determinadas personas que, en razón de sus riquezas, abolengo u otra ventaja, dominan la república, son una facción, aunque ellos se llamen gente noble; cuando el pueblo tiene todo el poder, y todo se gobierna a su arbitrio, se habla de libertad, pero lo que hay es libertinaje. Mas cuando hay un respeto recíproco, de hombre a hombre, y de clase a clase, entonces, como nadie confía en sí mismo, se da como un pacto entre el pueblo y los poderosos, gracias al cual se produce ese tipo mixto de ciudad que elogiaba Escipión. En efecto, la madre de la justicia no es la naturaleza ni la voluntad, sino la indigencia humana 300. Porque hay que decidirse por una de tres cosas: ofender y no ser ofendido, ofender y ser ofendido, o ni lo uno ni lo otro. Sería lo mejor, si pudieras, poder ofender impunemente; luego, no ofender ni ser ofendido; y lo peor es andar siempre a cuchilladas para cometer o sufrir las ofensas. Así, los que consiguen adelantarse…
* …pues, como se le preguntara qué impulso criminal [14,24] le movía a piratear por el mar con un solo bergantín, contestó: «el mismo con el que tú lo haces por toda la tierra» 301 (Nonio [Ap. XV 13]).
[15] 〈 FIL. — 〉 …recordad todo. La prudencia lleva a aumentar los recursos, a ampliar las riquezas, a dilatar los confines —¿de dónde, pues vendría el elogio de los grandes generales, que figura en los epitafios dedicados en su honor, de «amplió los confines del imperio» 302, si no es de que arrebató algo ajeno?—, a someter a más hombres, a disfrutar de los placeres, a prevalecer, a reinar y dominar; en cambio, la justicia manda respetar a todos, proveer por el género humano, dar a cada uno lo suyo, no tocar lo sagrado, lo público y lo ajeno. ¿Qué resulta cuando obras con prudencia? Riquezas, poderes, recursos, cargos, mandos supremos y reinos, tanto para los particulares como para los pueblos. Mas como estamos tratando de la república, y los asuntos públicos son de mayor relieve, y como la razón del derecho es la misma en los dos casos, creo que debo hablar de la prudencia del pueblo, y, para no hablar de otros, este nuestro pueblo romano, cuya historia desde su principio recordó Africano en su discurso de ayer y cuyo imperio domina ya todo el orbe, ¿se convirtió en grande, de ser el mínimo de todos los pueblos, gracias a su justicia o a su prudencia?…
25 〈 FIL. — 〉 …aparte Arcadia 303 y Atenas, que por temer, creo yo, que apareciera en algún momento tal precepto de la justicia, se inventaron que habían salido de la tierra como esos ratoncillos que salen de los campos.
[16,26] A esto suele añadirse lo que dicen, en primer lugar, cuantos no discuten con malicia y tienen en esto más autoridad, porque, cuando se trata de ver lo que es un hombre honrado, que deseamos sea un hombre abierto y franco, no son astutos en la argumentación, taimados ni maliciosos: niegan, pues, ellos que el sabio sea un hombre bueno por el hecho de que, espontáneamente y por sí mismas le deleiten la bondad y la justicia, sino porque la vida de los hombres buenos está libre de temores y cuitas, preocupaciones y peligros, en tanto que, a los que no son honrados, siempre se les pega algún escrúpulo en el alma, siempre tienen miramiento por algún juicio o castigo, y no hay provecho en la injusticia, ni premio, cuando siempre temes que, en cualquier momento, te venga, y pienses que te amenaza, alguna pena, o daños…
(FIL. — 〉 〈Y yo pregunto, si hay dos personas, [17,27] una de ellas que es un hombre cabal, muy justo, de máxima justicia, de lealtad sin par, y el otro conocido por su maldad y su audacia, y la ciudad padece el error de creer que aquel hombre bueno es un criminal, facineroso, malvado, y, por el contrario, considera que el que es muy malo es de acendrada honradez y lealtad, y, a consecuencia de esta opinión de todos los ciudadanos, aquél fuera maltratado en su persona y bienes, se le cortasen las manos, se le arrancaran los ojos, se le condenara, apresara, quemara, expatriara〉 304 y redujera a la miseria, resultaría, en definitiva, ser justamente el más desgraciado; por el contrario, si el otro malo fuera elogiado, reverenciado, querido por todos, y se le dieran todos los honores, todos los poderes, todos los recursos y riquezas, y, en fin, resultara ser, en la estimación de todos, el mejor, y se le juzgara más digno de la mejor fortuna, ¿quién será tan loco como para dudar cuál de los dos prefiere ser?
Lo que sucede con los particulares, sucede también [18,28] en los pueblos: no hay ciudad tan necia que no prefiera dominar injustamente que ser justamente dominada. Y no iré más lejos: tuve que juzgar, siendo cónsul yo y vosotros miembros de mi consejo, sobre el tratado de paz hecho con Numancia305. ¿Quién ignoraba que Quinto Pompeyo había hecho tal tratado de paz, y lo mismo Mancino? Éste, hombre cabal, defendió la ley que yo propuse en virtud de un consejo senatorial; el otro se defendió obstinadamente. Si se busca el honor, la honradez, la lealtad, Mancino las tenía a su favor; si se busca la habilidad, la inteligencia, la prudencia, le aventaja Pompeyo. ¿Cuál de ellos…?
[19,29] [20,30-31] (LACTANCIO [Ap. XIII 4].)
[21,32] 〈 ESCIPIÓN. — 〉 306 …No me parecería mal, Lelio, si no creyera que también éstos quieren, y lo mismo también yo desearía, que trates en este discurso un cierto tema, sobre todo después de que dijiste ayer que ibas a excederte. La verdad es que no puede ser así: todos te rogamos que sigas… (AULO GELIO [ibid. VI 1]).
* …pero no debe hacerle caso nuestra juventud; porque si piensa lo que dice, es un sinvergüenza; si no, lo que prefiero, entonces es su discurso el que es desmesurado (NONIO [ibid. XV 37]).
* 〈 LEL. — 〉 La verdadera ley es una recta razón 307, [22,33] congruente con la naturaleza, general para todos, constante, perdurable, que impulsa con sus preceptos a cumplir el deber, y aparta del mal con sus prohibiciones; pero que, aunque no inútilmente ordena o prohíbe algo a los buenos, no conmueve a los malos con sus preceptos o prohibiciones. Tal ley, no es lícito suprimirla, ni derogarla parcialmente, ni abrogarla por entero, ni podemos quedar exentos de ella por voluntad del senado o del pueblo, ni debe buscarse un Sexto Elio que la explique como intérprete 308, ni puede ser distinta en Roma y en Atenas, hoy y mañana, sino que habrá siempre una misma ley para todos los pueblos y momentos, perdurable e inmutable; y habrá un único dios como maestro y jefe común de todos, autor de tal ley, juez y legislador, al que, si alguien desobedece huirá de sí mismo y sufrirá las máximas penas por el hecho mismo de haber despreciado la naturaleza humana, por más que consiga escapar de los que se consideran castigos (LACTANCIO [ibid. XIII 6]).
* …no emprende la ciudad perfecta guerra alguna que [23,34] no sea por lealtad a las alianzas o por su propia seguridad… Aunque de estas penas que incluso los más necios entienden —indigencia, destierro, prisión, azotes—, escapan muchas veces los hombres privados por la pronta salida que les ofrece la muerte, sin embargo, para las ciudades, esa misma muerte que libera a los particulares de sufrir una pena, es ya una pena, porque una ciudad debe constituirse de manera que resulte eterna. Por ello, la muerte no es natural para una república como lo es para un hombre, para el cual, la muerte, no sólo es necesaria, sino muchas veces deseable. Cuando desaparece una ciudad, cuando se arruina y extingue, es, en cierto modo, por comparar lo menor con lo mayor, como si muriera y se destruyera todo este mundo… (S. AGUSTÍN [ibid. I 11]).
[35] * …son injustas las guerras que se acometen sin causa, pues no puede haber guerra justa si no se hace a causa de castigo o para rechazar al enemigo invasor…, y no es justa si no se ha declarado y anunciado, y si no se hace por reclamar la restitución de algo (S. ISIDORO [ibid. XII]).
(NONIO [ibid. XV 56].)
[24,36] * ¿No vemos acaso cómo la misma naturaleza da el dominio a los fuertes con gran utilidad de los débiles? ¿Por qué, si no, manda dios en el hombre, el alma en el cuerpo, y la razón sobre la concupiscencia, la ira y demás partes defectuosas de la misma alma? (S. AGUSTÍN [ibid. I 8]).
[25,37] * …Pero se deben reconocer las diferencias que hay en el mandar y el obedecer, pues así como se dice que el alma manda al cuerpo, se dice que también manda a la concupiscencia, aunque manda al cuerpo como un rey manda a sus ciudadanos o un padre a sus hijos, y en cambio, manda a la concupiscencia como un dueño manda a sus esclavos, pues le hace violencia y quiebra; así, pues, los mandos de los reyes, de los generales, de los magistrados, de los padres y de los pueblos se ejercen sobre los ciudadanos y los aliados como el del alma sobre los cuerpos, en tanto los dueños oprimen a sus esclavos como la parte superior del alma, es decir, la sabiduría, oprime las partes defectuosas y más débiles de la misma alma, como son las concupiscencias, las pasiones y demás perturbaciones del alma (S. AGUSTÍN [ibid. I 13]).
(NONIO [ibid. XV 12].)
(CICERÓN [ibid. VIII 7 y 5].) [26,38]
(CICERÓN [ibid. VIII 2].) [27,39]
* …en esto admito que no es propia del hombre prudente la justicia solícita y arriesgada… (PRISCIANO [ibid. XVIII 2].)
* 〈 LEL. — 〉 …la virtud aspira a la honra y no tiene [28,40] otra retribución… La virtud la acepta gustosa, pero no la exige con rigor… ¿qué riquezas, qué mandos, qué reinos puedes ofrecer tú a un tal hombre?, si considera estos bienes como humanos, y juzga divinos los suyos…, mas, si todos los ingratos, muchos envidiosos, o los poderosos enemigos despojan a la virtud de sus premios, ella no se complace con muchos gustos, sino que se mantiene con su propia honra… (LACTANCIO [ibid. XIII 4]).
(S. AGUSTÍN [ibid. I 10]; NONIO [ibid. XV 14, 15 y 65].)
〈 LEL. — 〉 …en Asia. Tiberio Graco, aunque fue justo [29,41] con los ciudadanos, despreció los derechos convenidos por tratados con los pueblos de estirpe latina aliados de Roma 309. Si esta conducta arbitraria se empieza a difundir más, y transforma nuestro imperio de ser derecho en fuerza, de manera que los que todavía nos obedecen voluntariamente quedaran sujetos por el terror, aunque ya tenemos hoy bastante cuidado, temería yo por nuestra posteridad y por la perennidad de la república, que podía ser perpetua viviendo la tradición patria.
[30,42] Habiendo dicho esto Lelio, aunque todos los presentes se manifestaron muy complacidos por él, sin embargo, más complacido que ninguno, y como impulsado por su mismo entusiasmo, dijo ESCIPIÓN:
—Tú, Lelio, has defendido sí muchas causas de modo que yo 〈 te compararía 〉 , no sólo con nuestro colega Servio Galba310, que tú mismo, mientras él vivió, preferías a todos los oradores, sino incluso con cualquiera de los oradores áticos, por la elegancia…
(NONIO [Ap. XV 24], y ANÓN. [ibid. III 5].)
[31,43] 〈 ESCIP. — 〉 … alcanzar. Por lo tanto, ¿quién dirá que hay cosa del pueblo, es decir, república cuando todos están oprimidos por la crueldad de uno solo y no hay la sujeción a un mismo derecho ni la unidad social del grupo, que es el pueblo? Así ocurriría en Siracusa, aquella ciudad famosa, que dice Timeo 311 era la mayor de las griegas, la más bella de todas: ni la fortaleza digna de verse, ni los puertos que penetraban en la ciudad con sus muelles urbanos, ni las amplias avenidas, ni los pórticos, templos y muros podían hacer de ella una república, mientras gobernaba Dionisio, pues nada de eso pertenecía al pueblo, sino que el mismo pueblo pertenecía a una sola persona. Así, pues, allí donde hay un tirano, hay que reconocer que no existe una república defectuosa, como decía ayer, sino que, como ahora la razón obliga a decir, no existe república alguna.
LEL. — Tienes mucha razón, y veo ya a dónde se [32,44] orienta tu discurso.
〈 ESCIP. — 〉 Ya comprenderás, por tanto, que tampoco puede llamarse república la que está dominada por una facción 312.
〈 LEL. — 〉 Así lo creo en verdad.
〈 ESCIP. —〉 Y haces muy bien en creerlo, pues ¿qué república pudo haber en Atenas cuando, tras la gran Guerra del Peloponeso, gobernaban tan injustamente la ciudad los célebres treinta jefes?, ¿acaso podían hacer de Atenas una república la antigua gloria de la ciudad, o la hermosa apariencia de sus casas, el teatro, los gimnasios, los pórticos, los famosos propileos, la acrópolis, las admirables obras maestras de Fidias o aquel magnífico Pireo313?
LEL. — De ningún modo, pues nada había del pueblo.
〈 ESCIP. — 〉 Y ¿qué decir, cuando los decenviros de Roma estuvieron exentos del recurso de apelación al pueblo, en aquel célebre tercer año 314, cuando la misma libertad personal había perdido su derecho a ser respetada salvo prueba en contra 315?
〈 LEL. — 〉 Nada era del pueblo, y tuvo el pueblo que litigar 316 para que se le restituyera lo que era suyo.
[33,45] 〈 ESCIP. —〉 Llegamos ahora a aquel tercer tipo de gobierno, en el que quizá parecerá haber dificultades: cuando se dice que todo el gobierno es del pueblo y que todo está bajo su potestad 317; cuando la muchedumbre puede condenar a muerte a cualquier persona; cuando se reclama, se roba, se requisa y malbarata todo. ¿Acaso dirás tú, Lelio, que es ésa una república porque todo es del pueblo, ya que decimos que la república es cosa del pueblo?
〈LEL. — 〉 Ninguna otra forma de gobierno negaría mejor que constituye una república que esa que está absolutamente bajo la potestad de la masa. Porque si no admitíamos que hubiera una república en Siracusa, ni en Agrigento 318, ni en Atenas cuando gobernaban los tiranos, ni aquí, en Roma, cuando lo hacían los decenviros, no veo cómo puede darse el nombre de república al dominio de la masa; porque, en primer lugar, no creo que haya pueblo donde, como tú, Escipión, has definido rectamente, no hay una comunidad de derecho, pero esta unión de la masa es tan tiránica como la tiranía de una sola persona, y aún más terrible, pues no hay bestia más abominable que esa que tiene aparentemente el nombre de popular. Y no es congruente que, si están los bienes de los locos en poder de los que son sus parientes paternos, porque ya su 319…
〈 ESCIP. —〉 …y podría decirse por qué es república [34,46] y cosa del pueblo, como dijimos a propósito del reino 320.
〈 MUMMIO. — 〉 Y aún con más razón, porque el rey tiene semejanza con un dueño, por ser sólo uno, en tanto si varias personas buenas gobiernan una república, resulta ésta la más feliz; pero prefiero incluso el gobierno de un rey a un pueblo sin gobierno. Así, te toca hablar ahora de este tipo de república que es el peor de todos.
ESCIP. — Conozco, Espurio, tu tendencia contraria al [35,47] principio de gobierno popular, y aunque sea más soportable de lo que te parece, estoy contigo, sin embargo, en que, de las tres formas de gobierno, es ésta la menos digna de aprobación. Pero no estoy contigo en que el gobierno de los más nobles sea mejor que el de un rey, porque si es la prudencia la que gobierna una república ¿qué más da que sea la prudencia de una que la de varias personas? Cuando argumentamos así, incurrimos en cierto error, pues, al hablar de los más nobles, nos parece que no puede haber nada mejor, pues ¿qué puede haber mejor que lo más noble? En cambio, cuando se nombra al rey, viene a nuestras mentes también el rey injusto, siendo así que nosotros, al hablar de una república gobernada por un rey, no nos referimos para nada a un rey injusto. Piensa, pues, en reyes como Rómulo, Pompilio o Tulo, y quizá no te parecerá mal tal tipo de república.
MUM. — Entonces ¿qué juicio te merece la república [48] popular?
ESCIP. —〉 ¿Acaso no te parece, Espurio, que es una república la de los rodios, en la cual no hace mucho que estuvimos juntos?321.
〈 MUM. — 〉 Sí, creo que lo es, y nada censurable.
〈 ESCIP. — 〉 Dices bien, y, si te acuerdas, todos eran allí unas veces de la asamblea plebeya y otras del senado, y se turnaban por meses para desempeñar la función de pueblo y la de senado; en ambos lugares recibían unas dietas por reunirse, y juzgaban las causas criminales y todas las demás, tanto en el teatro como en la Curia 322. Tanto podía y valía 〈 el senado 〉 como la masa…
(NONIO [Ap. XV 32, 43 y 51]; ANÓN. [ibid. III 6]; PRISCIANO [ibid. XVlII 1]; S. AGUSTIN [ibid. I 4 y 9].)
274 En un lugar perdido de la laguna inicial del preámbulo de este libro III, es decir, del segundo día del coloquio, en el que se trata ya de la condición moral del hombre.
275 Sobre la doble vía que caracteriza el método de Cicerón en este diálogo, cf. nn. 99 y 195; vid. Introducción, § 5: «Método y fuentes».
276 Manió Curio Dentado, personaje famoso por sus victorias contra los samnitas y por su honradez en ellas (III 28, 40); fue cónsul en los años 290, 284, 275 y 274 a. C.
277 Verso de los Anales de ENNIO (ed. VAHLEN, fr. 373).
278 Se ha encargado a Filo el defender la doctrina de que los escrúpulos morales son impeditivos para el éxito político: una doctrina sostenida por algunos filósofos antiguos, que viene a ser como un precedente del «maquiavelismo».
279 Carnéades de Cirene, filósofo escéptico, fundador de la Tercera Academia, fue enviado como embajador de Atenas a Roma, el año 155 a. C., a la vez que Critolao y Diógenes de Babilonia, con el fin de defender a los atenienses de una multa de 500 talentos que les había impuesto el gobierno romano a causa de la destrucción de Oropo. Deslumbre a los romanos por su habilidad para defender posiciones contradictorias. LACTANCIO, Institución divina V 14, 3-5, cuenta que, después de haber hecho valer los argumentos de Platón y Aristóteles sobre la justicia, los rebatió en otro discurso al día siguiente.
280 Se refiere a Platón, y a una obra suya hoy perdida, sobre la Justicia, que constaba de cuatro volúmenes.
281 Crisipo de Soli, filósofo estoico, y discípulo de Cleantes, vivió entre el 281 y el 204 a. C. Su complicada dialéctica silogística le hizo tan poco apreciado por los antiguos como apreciado, en cambio, por los modernos cultivadores de la Lógica formal.
282 Es el argumento siempre esgrimido contra el derecho natural: el hecho de que lo justo e injusto varía según los tiempos y lugares; es decir, la pretensión de identificar la norma del deber ser con lo «normalmente» aceptado; en el fondo, una confusión de la Verdad con la estadística.
283 Fragmento (RIBBECK, Tragic. Roman, fragmenta, núm. 150) de una tragedia de Pacuvio (s. 11 a. C.).
284 Alude a las inscripciones jeroglíficas del antiguo Egipto.
285 Noticia que nos da HERÓDOTO, I 131. También ESQUILO, Persas 809-812, se refiere a esa destrucción de templos e imágenes por Jerjes.
286 Alejandro, rey de Macedonia (356-323 a. C.), realizó el proyecto de guerra contra los persas que la muerte impidió hacer a su padre Filipo (382-336 a. C.).
287 POLIBIO, III 6, 12 ss., que pudo ser la fuente de Cicerón para este dato, explicaba que no se trataba propiamente de «causa», sino de «pretexto».
288 El Mar Negro, que se llamó luego Ponto Euxino (es decir, de buena hospitalidad), se denominó originariamente Axino (Inhóspito) por la ferocidad de los pobladores de sus costas.
289 Tanto del mítico rey Busiris, como de los galos y de los antiguos cartagineses (antes de la helenización), había fama de sacrificios humanos.
290 Pueblo de la Grecia occidental. Su mala fama, como la de los cretenses, era un tópico entre los antiguos. El mismo SAN PABLO (Epíst. a Tito, 1, 12) se hace eco de lo que decía el poeta Epiménides (s. vi a. C.) contra los cretenses.
291 PLUTARCO, Lisandro 22, 2, habla de este criterio, que se justifica desde el punto de vista negativo de que excede de la pertenencia personal lo que excede del alcance de las propias armas.
292 Tal era la fórmula de juramento de los efebos atenienses, según PLUTARCO, Alcibíades 15, 8.
293 Este dato se encuentra también en DIODORO, V 32, 4.
294 Esta medida proteccionista fue una decisión senatorial del tercer cuarto del siglo II a. C. a favor de Italia, aunque Marsella, como ciudad aliada, quedó excluida de la prohibición y, por lo tanto, resultó favorecida.
295 Se refiere a los hilotas de Laconia, convertidos en siervos de la gleba.
296 La ley Voconia, plebiscito del 169 a. C. propuesto por el tribuno Quinto Voconio Saxa por influencia de Catón, excluía a las mujeres de la herencia testamentaria de los ciudadanos más ricos. El fin de la ley era combatir la nueva moda del lujo, considerada generalmente como lesiva para la tradicional austeridad romana.
297 Las Vestales (vid. supra, n. 206) quedaban exentas de la patria potestad de sus padres o de la potestad de sus tutores, de modo que podían hacer testamento libremente, como no podía hacerlo otra mujer, que se hallaba siempre bajo la potestad paterna, o bajo la tutela de sus parientes.
298 Publio Licinio Craso Muciano, adoptado por Publio Licinio Craso Dives («el Rico»), figura siempre como ejemplo de multimillonario; fue cónsul el 97 a. C. La ley Voconia, al disponer también que se podía adquirir por legado la mitad de la herencia, permitía, al menos, que una mujer adquiriera, por legado, la mitad del patrimonio del difunto, de modo que la limitación seguía siendo causa de desigualdad, como ocurriría al comparar la hija de Craso, que tendría doscientos millones, con la de Filo, que tendría menos de seis: aun con esa mitad podía una mujer ser muy rica. En la época de Cicerón, la ley Voconia había caído ya en desuso.
299 Empédocles seguía las doctrinas pitagóricas sobre la naturaleza animal, la transmutación de las almas, el hábito vegetariano, etc. La idea de que el derecho natural es común a hombres e irracionales aparece también en un texto del Digesto (Dig. 1, 1, 1, 3), que lo define como aquel que «la naturaleza enseñó a todos los animales, pues este derecho no es propio del género humano sino de todos los animales que viven en la tierra y en el mar, y también de las aves…»
300 Se hace eco Filo de la doctrina epicúrea, de que la sociedad no surge por instinto humano «natural», sino por la necesidad que la indigencia humana impone de un pacto social.
301 SAN AGUSTÍN, Ciudad de Dios 4, 4, amplifica esta anécdota de Alejandro Magno y el pirata.
302 Esta fórmula de la propagaio imperii no se nos conserva en monumentos epigráficos, pero pudo ser corriente en la época de Cicerón.
303 Arcadia, región central del Peloponeso.
304 Este trozo se reintegra gracias a LACTANCIO, Institución divina V 12, 5 s.
305 Lucio Furio Filo (vid. supra, n. 52) fue cónsul el 136 a. C., y tuvo que intervenir en la decisión sobre los tratados de paz que Quinto Pompeyo y Hostilio Mancino habían hecho con los numantinos, en los años 141 y 137 a. C., respectivamente. Reconociendo lealmente Mancino que había hecho tal tratado, sufrió la peor parte, pues fue entregado, aunque no aceptado por los numantinos, como culpable de haber pactado indebidamente., en tanto que Quinto Pompeyo no sufrió nada por haber negado falsamente su propio tratado con los numantinos.
306 Ha terminado ya el discurso de Filo en defensa convencional de los que contraponen la prudencia política a la justicia ideal, y se pasa a defender la tesis contraria. Primero, Lelio defenderá el valor absoluto de la ley natural, y luego, Escipión llevará de nuevo el diálogo al tema de las formas corrompidas de gobierno.
307 Este concepto de ley es estoico. También para SANTO TOMAS, Summa Theologica I 2.a, quaestio 91, art. 4, la ley es una «ordenación de la razón» para el bien común, pero promulgada solemnemente, es decir, positiva, en tanto que Cicerón parece hablar aquí de una ley dictada por la razón natural.
308 Sexto Elio (vid. supra, n. 90), intérprete famoso de la ley de las XII Tablas.
309 Tiberio Sempronio Graco, tribuno de la plebe en 133 a. C., con su propuesta de reparto de tierras lesionaba los derechos de los aliados itálicos (vid. supra, n. 42) y los intereses de ciertos grupos aristocráticos con los que se hallaba emparentado (vid. infra, n. 357). Fue asesinado públicamente por Escipión Nasica (cf. supra, n. 28), al que Cicerón considera como glorioso tiranicida, merecedor de una estatua.
310 Servio Sulpicio Galba (que había muerto poco antes del momento en que se finge nuestro diálogo: 129 a. C.) figuraba como el principal orador de su época; fue cónsul el 144, y se había hecho tristemente famoso también por una matanza de lusitanos, siendo pretor el 151.
311 Timeo de Tauromenio (aproximadamente, entre 359 y 262 a. C.) había escrito una Historia de Sicilia, de donde pudo tomar Cicerón esta referencia.
312 Después de descalificar a la tiranía unipersonal, Escipión pasa a censurar el gobierno oligárquico.
313 El más importante puerto de Atenas, potenciado por Temístocles (vid. supra, n. 25).
314 Vid. infra, n. 262.
315 Cicerón alude aquí al caso de Virginia (cf. infra, n. 264), cuya libertad provisional no fue respetada, como exigía el derecho, en tanto no se probara su condición servil, y traslada este abuso en el derecho privado al orden público de la libertad ciudadana.
316 Siguiendo la analogía con el proceso privado de Virginia (nota anterior), Cicerón habla de agere (actuar procesalmente) para referirse a la reacción política del pueblo contra el despotismo de los decenviros.
317 Descalificadas la tiranía y la oligarquía, Escipión pasa a descalificar la democracia revolucionaria.
318 Ciudad griega en la costa meridional de Sicilia, que en algún momento fue regida por Falaris (vid. supra, n. 111) y por el tirano Terón (primera mitad del s. v a. C.).
319 Siendo los locos incapaces de administrar su patrimonio (cuando lo tenían por no estar bajo patria potestad), la ley los sometía a la curatela de sus parientes «agnados», es decir, por la línea de la patria potestad: en primer lugar, sus hermanos. Escipión diría, en la laguna que sigue, que no es congruente que el pueblo, incapaz de gobernarse como los locos, no esté regido también por alguien que cuide de sus intereses.
320 Del mismo modo que hay república cuando rige un rey no tiránico, también puede decirse que la hay cuando tiene el poder un pueblo no-enloquecido, una buena democracia, o cuando gobiernan los nobles con prudencia; con esto último enlaza la continuación del diálogo.
321 Entre el 141 y el 139 a. C., Espurio Mummio (vid. supra, n.-58) había acompañado a Escipión en una embajada para dirimir conflictos dinásticos entre algunos reyes de Oriente, aliados de Roma, y pasaron por la isla de Rodas.
322 El pueblo se reunía en el teatro y los senadores en la Curia.