Capítulo 2
Estás perdiendo el tiempo –le dijo Angelo en cuanto el abogado se metió en su coche–. ¿Te presentas aquí como salida de la nada y de pronto te crees que eres una ricachona propietaria de una casa?
Rosie lo miró. Era uno de los pocos hombres que destacaban sobre ella incluso cuando llevaba tacones. En un momento de su vida eso la hizo sentirse muy femenina y protegida, pero ahora la hacía sentirse intimidada.
–No me creo nada de eso.
–¿No? Bueno, pues has pasado muy rápido de no querer tener nada que ver con una herencia dudosa a informarnos de que querías visitar la propiedad.
En ese momento su lujoso coche conducido por un chófer se detuvo a su lado. Cuando Rosie hizo intención de girarse hacia la estación, Angelo se puso delante bloqueándole el paso.
–No tan deprisa.
–Tengo que volver.
–¿En serio? ¿Con quién?
–No hay nada de qué hablar, Angelo.
–Hay muchísimo de qué hablar y no hemos hecho más que empezar. Sube al coche –abrió la puerta y se colocó de tal modo que no le dejó más opción que entrar en el largo y potente coche. El motor rugía suavemente mientras George, el hombre con el que tanto se había reído en el pasado, miraba al frente con una vacía expresión.
Cuando sus ojos se encontraron, Rosie fue la primera en apartar la mirada y se metió en el coche encogiéndose de hombros.
–Dime tu dirección. ¿Dónde vives?
–No tienes por qué molestarte. Me viene bien que me dejéis en la estación.
–No has respondido a mi pregunta.
Rosie le dio su dirección con brusquedad y se recostó en el asiento mientras Angelo le daba instrucciones al chófer y cerraba la pantalla que separaba las dos zonas del coche. Ella podía sentir un calor recorriéndole el cuerpo y, aunque controlaba su voz, era lo único que podía controlar. El corazón le palpitaba como una taladradora mientras intentaba aclararse las ideas.
Allí estaba, ¡otra vez en su coche! Con la diferencia de que ahora los viejos días se habían perdido en el tiempo y habían quedado sustituidos por un presente que resultaba amenazante.
–Venga, deja de hacerte la inocente. Nos conocemos demasiado bien. ¿Sabías algo de esto antes de venir aquí? Cuando te marchaste pensé que no tenías nada que ver con Amanda, pero tal vez me equivocaba.
–¡No, claro que no sabía nada de esa casa! Y Mandy y yo no hablábamos desde... Bueno, desde... –miró a otro lado por un momento incapaz de hablar cuando las circunstancias del pasado amenazaron con abrumarla.
Recordó el horror de la última vez que Angelo y ella se habían visto, cuando había llegado deseando verlo, tan emocionada como siempre porque los breves periodos que pasaban separados siempre se le hacían una eternidad. Él le había abierto la puerta e inmediatamente ella había sabido que pasaba algo. Su sonrisa se había desvanecido y se había quedado allí en la puerta de la impresionante casa de Chelsea donde ya no era una visita bienvenida, ni su amante, sino una mujer rechazada. Lo había sabido incluso antes de que él dijera nada.
Y lo cierto fue que dijo muy poco. No hizo falta más. Solo tuvo que mostrarle todos esos condenados recibos de la casa de empeño para que ella supiera exactamente lo que pasaba.
Su magnífica relación había terminado con él creyendo que era una cazafortunas barata que lo había engatusado para conseguir grandes sumas de dinero aprovechando que era un generoso amante. Angelo había visto las pruebas de su avaricia con las joyas que había vendido y esas pruebas se las había proporcionado la que una vez fue su mejor amiga y que ahora había actuado en su contra.
¿Debía sorprenderla que la mirara como si fuera una rastrera al preguntarle si había sabido de la existencia de una casa que pudiera tener algún valor?
Rosie respiró hondo. Se sentía mareada.
–Eso no va a pasar –la informó con frialdad–. Tú. La casa de campo. Olvídalo. Y mírame cuando te hablo.
–No tienes ningún derecho a decirme lo que debo hacer –replicó ella, pero aun así lo miró.
–Amanda y yo no estábamos divorciados cuando murió. Te llevaré a los tribunales si intentas poner tus garras sobre un solo centímetro cuadrado de ese lugar.
–Yo nunca he dicho que vaya a... –aunque una casita en el campo, lejos de la rutina de la ciudad, lejos de Ian, un hombre al que había conocido seis meses antes cuando había decidido que ya era suficiente, que había llegado el momento de unirse a los vivos... Un hombre que se había negado a aceptar un «no» por respuesta, que había intentado forzarla, que se había convertido en un acosador silencioso y aterrador.
Y un refugio alejado de todo eso de pronto se le presentaba como maná caído del cielo.
–Entonces, ¿por qué no intentas justificar tu repentina decisión de ir a verla?
–Puede que me parezca un buen lugar para despedirme de Mandy –le dijo con pesar, y él soltó otra carcajada, igual que había hecho dentro de la capilla.
–¿Así que de pronto te has puesto sentimental?
–¿Por qué te importa si voy o no a esa casa? ¿Por qué te importa si decido que podría ser un lugar donde vivir?
–Porque está en mis tierras.
–El señor Foreman ha dicho que tenía tierras y que Mandy las había estado cultivando.
–Ah, así que estabas prestando mucha atención incluso cuando decías que no querías nada de Amanda –¿qué se podía esperar? Esa mujer parecía un ángel y hablaba con una voz dulce y melosa, pero él la conocía muy bien. Le recorrió el cuerpo con la mirada. Llevaba el abrigo abierto y podía distinguir un ajustado vestido negro debajo. Por un instante recordó la longitud de sus piernas entrelazadas con las suyas, tan claras como bronceadas eran las suyas; sus pequeños pechos de los que ella se había quejado tanto, pero que eran perfectos, perfectos para sus manos, perfectos para su boca...
Se sacó esos pensamientos de la cabeza porque ya no pintaban nada en su vida.
–Si Mandy me ha dejado esa casita con la tierra, ¿por qué no iba a aceptarla?
–¡Por fin! Un poco de sinceridad. Resulta mucho más sano que la cara de pena y las palabras melosas. Si ese testamento es tan legal como dice Foreman, recibirás una gran recompensa si renuncias a ella. Y como los dos sabemos, a ti el dinero te importa mucho –esbozó una escalofriante sonrisa.
¿Qué diría si ella decidía tomar represalias?, pensó Rosie. Aunque sabía que nunca lo haría. Tal vez una parte de ella no podría enfrentarse a la fealdad de la verdad y al hecho de que mientras había estado con ella también había estado viéndose con Mandy. Tal vez era algo que no quería que él le confirmara jamás. Demasiada verdad tampoco era buena.
–Por eso le conté lo de todas las cosas que habías vendido –le había dicho Mandy–. Estaba buscando una excusa para romper contigo, así que se la di y la tomó. ¡La verdad es que ni se lo pensó dos veces! Qué tonta fuiste al pensar que era tu caballero de la brillante armadura. La gente como nosotras no tiene esas cosas, Rosie. La gente como nosotras y Jack se queda con las sobras. Angelo no estaba haciendo otra cosa que darte falsas esperanzas mientras estaba conmigo a tus espaldas. Deberías darme las gracias por haberte librado de él. Nunca habrías sido lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a él.
¿Y cómo no iba a creerla Rosie cuando, un mes después, se había celebrado una boda?
Y ahora, ¿quería empezar una discusión? ¿Quería oírlo decir exactamente lo poco que había significado para él? El pasado era el pasado y reabrir viejas heridas solo le haría daño mientras que Angelo se quedaría tan tranquilo.
Y si él nunca llegaba a saber adónde había ido ese dinero, mejor. Esa también era una historia envuelta en sentimientos de culpabilidad sobre la que no quería hablar.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que te recompensaré –le contestó Angelo con dureza.
Angelo no provenía de una familia adinerada. Había llegado donde estaba a base de trabajar mucho en su colegio de Italia donde sacar buenas notas no era la moda y, así, a los dieciséis años había logrado una beca para estudiar en el extranjero.
Su madre lo había animado a aceptarla. Era su único hijo y solo quería que triunfara en la vida. Trabajaba en una tienda y como limpiadora dos noches a la semana. Él, que no quería terminar como ella, había aprovechado la oportunidad y había desafiado a cualquier niño rico a mirarlo por encima del hombro. Se había asegurado de mantenerse centrado y había comprendido que para seguir adelante debía superar a todo el mundo. Tenía que ir por delante de todos los demás. Y lo había hecho en la universidad, aunque habían sido momentos muy duros, ya que su madre había muerto en esa época y él no había estado a su lado.
Había comprendido que las experiencias de la vida te hacían fuerte. Él era una roca, estaba solo en el mundo y decidido a triunfar en honor a su madre. No había sido un chico creído que había nacido con un pan debajo del brazo y al que nadie podía tomar simplemente por una cara bonita. Aunque lo cierto era que había sido así y solo pensarlo le hacía sonrojarse. Rosie Tom lo había encandilado como ninguna otra mujer y hasta le había hecho empezar a replantearse sus prioridades.
–Puedo enviar a alguien mañana para tasarla y pasado mañana te daré un cheque por su valor.
–¿Es que guarda algún valor sentimental para ti?
–No sé de qué hablas.
–¿Te sientes unido a ese lugar porque era un sitio que ella amaba? Sé que a veces una persona puede sentirse impotente cuando tiene una relación con alguien alcohólico.
–Has estado tres años lejos de aquí y ahora te crees una aspirante a psicóloga. Cíñete a la hostelería, Rosie, o a la cocina, o a lo que sea que hagas.
–No me creo nada. Solo tenía curiosidad por...
–¿Por lo que pasó una vez saliste de escena y cayó el telón? La verdad es que no me importaría reunir algo de información. Dime cuándo piensas ir a ver la casa.
–¿Por qué lo preguntas?
Así que no habría confidencias. Eso era lo que quedaba entre ellos: amargura y desdén. Y sí, eso podía hacer que las cosas fueran más fáciles, pero le dolía pensar hasta dónde habían llegado.
–Porque quiero asegurarme de estar allí también.
–¿Para qué? –se quedó boquiabierta al plantearse tener que volver a verlo y enfrentarse de nuevo a todas esas emociones–. Puedo hacerte llegar mi decisión a través del señor Foreman. Si decido que no quiero la casa, entonces seguro que será el primero en comunicártelo. O a lo mejor es que quieres asegurarte de que allí no haya nada que te pertenezca.
–La verdad es que no había pensado en eso, pero ahora que lo dices, merecería la pena hacerlo.
El trayecto había llegado a su fin y él ni siquiera se había enterado. Ahora estaban delante de una casa adosada cercada claustrofóbicamente por una extensión de casas idénticas a cada lado.
–Eso es terrible...
–Si te das por aludida... –el coche se había detenido–. Vaya, veo que invertir no formaba parte del gran plan cuando empeñaste las joyas, porque no me puedo imaginar que este sitio pueda llegar a convertirse nunca en un lugar prometedor y con posibilidades.
Rosie se sonrojó y se detuvo justo antes de abrir la puerta.
–No es mío, estoy de alquiler, y preferiría no ahondar en el pasado. Quiero decir, todo queda atrás y ambos hemos seguido con nuestras vidas –pensó en Jack y en la culpabilidad que la había perseguido tanto tiempo. No había dudado en empeñar las joyas a pesar de que, en otro momento y otro lugar, la idea de vender regalos que le había hecho el hombre del que se había enamorado le habría resultado insoportable.
Sabía que Angelo la detestaba por lo que había hecho. ¿Cuánto más la habría detestado si hubiera conocido toda la historia?
–Así que, en otras palabras, la casita sería una oportunidad fantástica para ti, no tendrías que pagar alquiler ni tener una hipoteca. No me sorprende que estés tan desesperada por dejar atrás el pasado.
Rosie lo miró: estaba apoyado indolentemente contra la puerta del coche, como un peligroso depredador al acecho divirtiéndose con su presa que se le había escapado en otra ocasión. Tenía la sensación de que si hacía un movimiento equivocado, él la atacaría, y expresar interés en esa casita que él consideraba suya, sin duda, era una provocación.
Independientemente de lo que hubiera pasado en su matrimonio, porque seguro que había pasado algo que había hecho que Amanda se volcara de lleno en la bebida, allí estaban ahora y quedaba claro que el pasado no estaba olvidado.
–Solo quiero echar un vistazo.
–Como te he dicho, espero que me informes en cuanto decidas ir allí. Te daré mi número privado. Utilízalo.
–¿Y si prefiero no hacerlo? –le desafió.
–Una advertencia: ni se te ocurra.
Rosie se pasó la siguiente semana preguntándose muy seriamente si debería ir sola. James Foreman se había vuelto a poner en contacto con ella: tenía muchos papeles que firmar y tendrían que verse porque había cosas que hablar.
Aún tensa y preocupada después de haber visto a Angelo y de verse sometida a la fuerza de su odio, además de dolida por su advertencia de que renunciara a la casa, Rosie pospuso el encuentro. Ya no sabía qué hacer. Londres no se había convertido en un lugar de ensueño, pero era su hogar para bien o para mal. ¿Podía sacrificarlo solo porque se encontrara en una situación difícil? Las situaciones difíciles no duraban para siempre.
¿Y cómo de ético sería aceptar algo de una mujer a la que había estado intentando perdonar durante tres años? ¿Cómo sería de hipócrita pasar por alto las circunstancias en que se había roto su amistad para aceptar una oferta porque en ese momento le resultaba ventajoso? El abogado había insinuado que Amanda estaba arrepentida, pero ¿podría eso justificar el hecho de aceptar ese obsequio?
Al final, Ian la hizo decidirse.
Sus llamadas conteniendo amenazas apenas veladas, ese bombardeo de mensajes...
Rosie había ido a la policía hacía mucho tiempo y solo le habían dicho que no se podía hacer nada, ya que no se había cometido ningún delito. Sin posibilidad de obtener una orden judicial en su contra, intentó ignorar sus conatos de entrometerse en su vida. No era una niña. Era una adulta. Podía enfrentarse a ese perdedor que no aceptaba un «no» por respuesta. ¡Se había enfrentado a cosas peores siendo más pequeña! Él no era nadie comparado con todos esos cretinos que habían intentado amargarle la vida donde había crecido. Ser atractiva nunca había jugado en su favor, pero había aprendido a defenderse de los chicos que la habían agobiado con silbidos y dando vueltas con sus bicis a su alrededor, y ahora también podría con Ian.
Sin embargo, al volver a su casa un viernes dos semanas después del funeral, Rosie abrió la puerta y al instante supo que algo iba mal. Era muy tarde y todas las luces estaban apagadas, lo que indicaba que alguien estaba o había estado dentro de la casa. Siempre se dejaba la luz del vestíbulo encendida durante el invierno porque creaba la ilusión de un hogar y disipaba la realidad de un lugar tan poco acogedor como una cárcel.
Con una mano en el móvil, registró la casa. Al mínimo rastro de un intruso no habría dudado en llamar a la policía, pero después de asegurarse de que la casa estaba vacía, descubrió que no podía respirar aliviada porque, sin duda, alguien había estado dentro y no tardó en descubrir su identidad: junto al tostador de la cocina, Ian había dejado una nota informándola muy cariñosamente de lo maravilloso que había sido poder ver por fin su casa por dentro y de que esperaba volver pronto, tal vez cuando ella estuviera allí para poder resolver sus estúpidas diferencias.
Con el corazón acelerado, Rosie buscó en su agenda y marcó el teléfono que buscaba. No se lo pensó dos veces. ¿Sería porque los viejos hábitos nunca mueren? En otro tiempo, Angelo había sido su roca. Ahora era su enemigo declarado, pero ¿quedaría dentro de ella algún sentimiento que la hacía recurrir a él si se veía amenazada?
Angelo respondió al segundo. Eran más de las diez y media de la noche, pero seguía trabajando, aunque se encontraba en su casa de Londres. Al ver la llamada, se apartó de su escritorio y se impulsó en su silla hasta el cuadro abstracto que dominaba gran parte de la pared de la impresionante habitación que había convertido en su estudio. Había pagado una suma de dinero ridículamente grande por él, aunque no podía recordar la última vez que se había detenido a contemplarlo.
Se dio cuenta de que llevaba tiempo esperando esa llamada, porque una cazafortunas como ella, que vivía en un cuchitril y de pronto se topaba con una casita de campo, no perdería el tiempo. Sin embargo, los días habían pasado sin tener noticias suyas y él se había visto deseando oír su pobre justificación para aceptar lo que le habían puesto en bandeja. Mejor dicho, lo que había estado deseando era la placentera posibilidad de asegurarse de que no consiguiera lo que quería y, si para ello tenía que desprenderse de dinero, con mucho gusto le firmaría un cheque.
–Vaya, pero si es Rosie Tom –dijo mirando al cuadro, aunque en realidad lo que estaba viendo era la perfección de un rostro ovalado, de una boca carnosa que se dividía en una brillante sonrisa; de unos ojos que habían hecho que algo se derritiera en su interior, de un cuerpo que lo había vuelto loco de deseo.
–Siento mucho molestarte. Sé que es viernes y que seguro que has salido...
–Antes de que sigas perdiendo el tiempo con un largo e inútil discurso, dime lo que quieras decirme. O, mejor aún, ¿te digo yo lo que me quieres decir? ¿Te ahorro la molestia? Lo has pensado mucho y has decidido que no puedes resistir la tentación de aceptar lo que te han ofrecido.
–Yo... –pensó en Ian encontrando el modo de entrar en su casa. No tenía alarma ni posibilidad de que su tacaño casero pusiera alguna algún día. Le temblaba la voz y respiró hondo, intentando calmarse, pero como alguien sintiendo de pronto la réplica de un terrible desastre su cuerpo comenzó a temblar y tuvo que sentarse en el sofá.
Angelo, que estaba recostado en la silla, se echó hacia delante y frunció el ceño. ¿Estaría bien? Por un segundo habría jurado que Rosie iba a echarse a llorar, pero entonces recordó que era la mujer que había logrado tenerlo engañado durante meses.
–Es tarde, Rosie, y estoy ocupado. ¿Por qué no vas directa al grano? ¿Tengo razón?
–Voy a ver si puedo contactar con el señor Foreman mañana. Seguro que no le importará que tenga la llave de la casa. Yo... yo... –de nuevo, casi se le quebró la voz y tuvo que respirar hondo para recomponerse.
–¿Qué te pasa, Rosie?
–¿Qué quieres decir? No sé de qué estás hablando.
–¿Por qué llamas ahora? ¿No es una llamada que podría haber esperado hasta mañana?
–Lo siento. Me he llevado un susto... No estaba pensando con claridad. Tienes razón, debería haber esperado para llamarte a una hora más conveniente. Olvida que he llamado. Cuando hable con el abogado y tenga las llaves, te llamaré. Sé que tienes un interés personal en la casa y, después de todo, me parece bien que quieras estar allí por si encuentro algo de valor que no entre en ese estúpido testamento.
–¿Qué susto? –Angelo contuvo unas ganas apremiantes de ver su cara. Siempre había podido saber qué le pasaba solo con mirarla a los ojos, aunque se temía que ese era un talento que podría haber perdido.
–No es nada. Bueno, nada que no pueda solucionar.
–No me vale. Explícate.
–¿Por qué iba a hacerlo? ¡Nada de lo que pase en mi vida en este momento es asunto tuyo! –y haría bien en recordarlo. Había corrido a llamarlo porque un primitivo instinto se había apoderado de ella. Solo lo había visto una vez y allí estaba, ¡actuando como una perfecta idiota!
Angelo di Capua era la última persona cuya voz querría oír en un momento de crisis. Jack se habría ofrecido a ir a verla en cuanto le hubiera dicho que Ian había entrado en su casa, pero ¿lo había llamado? No. Al contrario, su cerebro se había tomado un descanso y algún loco instinto se había apoderado de ella. Qué excusa más pobre había sido utilizar la casa para llamarlo.
–Iré a la casa de campo en algún momento del fin de semana, probablemente el domingo. Si quieres estar allí, me parece bien. No puedo decirte dónde puedes o no puedes estar, aunque si es mi casa técnicamente, estarías cometiendo un allanamiento de morada –cubrió su muestra de debilidad por haberlo llamado con una virulenta diatriba que no la hizo sentirse nada bien.
–Ah, así mejor. Ahí veo las garras. ¿Has buscado en Internet cuánto podrías sacar por ella?
–Adiós, Angelo. Te veré cuando te vea.
Debería haber llamado a Jack. Jack que, junto con Amanda, había hecho las maletas y había salido de Liverpool antes de que se hicieran demasiado mayores o acabaran demasiado resignados como para luchar contra los carteles de No hay salida. Amanda se había convertido en una traidora con tal de conseguir a Angelo, pero Jack había seguido siendo su mejor amigo en las duras y en las maduras. ¿Por qué no lo había llamado a él? Aunque estaba enamoradísimo de su novio, Brian, médico de uno de los grandes hospitales de Londres, se habría metido en el coche sin dudarlo y se habría quedado con ella hasta que se hubiera calmado.
Así que pasó una noche terrible, pendiente de cualquier ruido, preguntándose cómo había logrado Ian adentrarse en su refugio. No tenía llave, solo había salido con él una vez, pero debía de haberla seguido en algún momento para averiguar dónde vivía. Tembló al pensarlo y se preguntó si serviría de algo contactar con la policía. ¿Podrían hacer algo? ¿O volverían a decirle que no se había cometido ningún delito?
Durante esa agitada noche, la idea de marcharse al campo parecía tener cada vez más sentido. Tendría que avisar en el restaurante con antelación, pero existía la posibilidad de que le permitieran marcharse directamente si les explicaba la situación. Se llevaba muy bien con su jefe.
A la mañana siguiente, llamó a Foreman y le dijo que había decidido ir a ver la casita lo antes posible.
–Si puedo, iré hoy –dijo metiendo ropa en su bolsa de viaje–. Sé que es muy precipitado y que debería haberle llamado antes, pero lo he decidido en el último momento.
El abogado le dijo que le parecía una idea excelente y que podía ir a su casa a buscar las llaves, aunque Angelo tenía su propio juego.
–Iré a que me las dé usted –le dijo enseguida–. Le prometí al señor Di Capua que lo avisaría si iba a visitar la casa y lo he hecho. Hablé con él ayer. Por supuesto, es posible que quiera confirmarlo usted mismo.
Para cuando la llamada hubo terminado, habían concertado una hora para la recogida de las llaves.
–Voy a hacerlo –le dijo a Jack por el móvil mientras cerraba la puerta de la casa y pedía un taxi–. Es una larga historia, pero ya no me siento segura en esta casa. Sé que Ian es inofensivo, pero sigue dándome un poco de miedo pensar que... bueno...
Jack hizo lo que se había esperado, le habló con una reconfortante voz, le dijo que le parecía una buena idea y que no debía sentirse culpable por aceptar el regalo de Mandy porque era lo mínimo que podría haber hecho.
–Te destrozó la vida –le dijo indignado y tan leal como siempre.
–O me hizo ver cómo era Angelo de verdad. Nunca me quiso, Jack, porque de lo contrario no me habría sido infiel con mi mejor amiga.
Y a pesar de eso, verlo había hecho que todo su cuerpo se pusiera en alerta.
No hubo nada que Jack pudiera decir a eso, nada que hubiera podido decir nunca. Habían hablado de ello una y otra vez en las semanas siguientes a que la relación se viniera abajo hasta que Rosie había llegado a entender que estaba matando a su amigo de aburrimiento.
–Me hizo un favor –pensó en el odio de su mirada, en esos fabulosos ojos verdes tan sexys y tan inusuales en alguien con su exótica tez oscura.
–Debería haber dejado que le explicaras lo de los recibos de la casa de empeño, Rosie, cariño.
–¿Y por qué iba a hacerlo? No le importaba lo suficiente como para escuchar mi historia. Ya estaba siguiendo con su vida o, mejor dicho, ya lo había hecho –se sintió avergonzada al recordar que encantada habría sacrificado su orgullo y su amor propio y le habría suplicado que la escuchara y la creyera. Pero al final no habría tenido sentido porque se había casado con Amanda.
Se sentía agotada solo de pensarlo. No se podía creer que él estuviera otra vez en su vida decidido a hacerla sufrir del modo que pudiera.
Cuarenta minutos después, con la llave de la casita en el bolso, Rosie se preguntó si tenía fuerzas para enfrentarse a Angelo por una casa que ni siquiera había visto y que podría odiar. De los tres, Mandy siempre había sido la que estaba más decidida a borrar el pasado y actuar como si nunca hubiese sucedido. En cuanto había conocido a Angelo y se había percatado de su riqueza, le había dicho a Rosie que no debía contarle nada de su infancia y su procedencia.
–Un tipo como él que podría tener a cualquiera te dejaría sin pensarlo si descubriera que Jack, tú y yo venimos de un asqueroso barrio de protección oficial del norte. ¿Te imaginas lo que pensaría si supiera que tu padre murió siendo un borracho? ¿Que la madre de tu mejor amiga era una yonqui cumpliendo condena? No volverías a verlo nunca.
Rosie se había reído. No se avergonzaba de su procedencia, a pesar de que había querido escapar de allí tanto como sus amigos. Pero Angelo no había sido un hombre que le hubiera preguntado por su pasado, ni tampoco le había hablado del suyo, más que del hecho de que no tenía hermanos y de que había nacido en una pequeña aldea de Italia. Se habían reído, habían hecho el amor y habían vivido el momento, y ella había olvidado que procedían de dos mundos diferentes porque él la había hecho sentirse como una princesa.
Se compró el mejor billete de tren y sintió una fuerte emoción cuando salió lentamente de la estación de Paddington. La llave que llevaba en el bolso era como un amuleto de la buena suerte y tuvo que resistir la tentación de rodearla fuertemente con los dedos.
Tuvo que contenerse para no sonreír. No le importaba que Angelo la odiara y quisiera comprarla a cambio de la herencia. Esa era la aventura más maravillosa que había tenido nunca y no se le podría haber presentado en mejor momento. Por eso se aferró a ella con ambas manos. Jack tenía razón: ¿Por qué no? Amanda se había cargado su vida, así que tal vez James Foreman tenía razón, tal vez ese era su modo de arreglar el mal que había hecho.
Sintió cierta aprensión al recordar que Angelo poseía la tierra contigua, pero ya se ocuparía de asimilarlo. No tenían nada que decirse. Una vez que él hubiera aceptado que no podía echarla de su propiedad y que tampoco podía comprarla, se lavaría las manos. ¿No había dicho que quería explotar su tierra de todos modos? Podría hacerlo, convertirla en lo que quisiera, y cuando eso pasara desaparecería una vez más de su vida.
Se recostó en el asiento, cerró los ojos e hizo todo lo que pudo por bloquear la imagen de Angelo que ardía en su retina, tan alto, moreno, peligroso y en busca de venganza.