Capítulo 9
La encontró en el salón acurrucada en el sofá y con la lamparita encendida.
–¿Qué pasa? –le preguntó deteniéndose en seco en la puerta y mirándola, casi hipnotizado.
Rosie lo miró y pensó en cómo las circunstancias podían alterar el curso de la vida de la gente. Si nunca hubiera ido a Londres, si no hubiera trabajado en el bar aquella noche, si Mandy no le hubiera dejado la casita de campo, si no se hubiera puesto en contacto con Ian en un momento de debilidad... Los «si» podían acumularse en una lista interminable...
–¿Y? –encendió la luz del techo y en ese momento pudo ver que estaba pálida como la cera y con un montón de papeles y chillonas piezas de bisutería sobre el regazo. Se acercó enseguida a ella–. ¿Qué es todo esto? ¿Has olvidado que hay una fiesta a la que deberíamos volver?
–Beth se ocupará de todo –dijo Rosie asintiendo hacia las latas de chocolate y cajas de galletas apiladas junto a la puerta–. Todo lo que necesitas está ahí. Ella ya sabe qué hacer. Es muy creativa, se las arreglará.
–No estoy pagando a Beth para que se ocupe de mi catering. Te estoy pagando a ti, así que no me digas que ella se las arreglará porque es creativa.
Rosie ni se inmutó ante sus palabras; parecía un zombi.
De haber sabido lo que se encontraría en la última balda de la despensa, ¿habría ido a buscar galletas y chocolate? Con las prisas había tirado la caja de las pertenencias de Amanda y un joyero había caído al suelo y, con el golpe, se había abierto un cajón que tenía oculto. Todas las chabacanadas que había usado cuando eran adolescentes habían quedado esparcidas por el suelo. Ahora las tenía sobre su regazo y sabía que, aunque no quería enfrentarse a Angelo en ese momento, no tenía elección.
–Angelo, tenemos que hablar.
–No es un buen momento para una conversación larga, sobre todo si se trata de un tema que sabes que no quiero tratar –fue hacia la ventana y, después, hacia la chimenea. Sabía que pasara lo que pasara, no era bueno.
–O hablamos, Angelo, o puedes marcharte y entonces no querré volver a verte nunca. Y no me importa que no quieras saber nada del tema, me dan igual tus preciadas normas.
Angelo se quedó paralizado. Nunca le habían dado un ultimátum. Veía que Rosie estaba hiperventilando, como al borde del desmayo. ¿Estaría teniendo una especie de ataque de pánico?
–A ver, dime.
–Ahora lo sé –Rosie agradeció que él no se hubiera sentado a su lado en el sofá, sino en una de las sillas.
–¿Qué sabes?
–Hace tiempo metí algunas de las cosas de Mandy en la despensa, en la balda de arriba. La verdad es que había olvidado que las había puesto ahí. Después coloqué allí también cosas que creía que podrían serme útiles en una emergencia porque aún tienen mucho margen de caducidad... –se detuvo.
Angelo no se movió; estaba inclinado hacia delante con los brazos apoyados sobre los muslos.
–Excelente planificación. Nunca se sabe lo que puedes necesitar... –fue lo único que acertó a decir.
–Beth debe de estar a punto de llegar para llevarse las cosas a la casa, así que no tienes que preocuparte de que tus amigos y colegas vayan a echar de menos algo que comer con los licores y el café.
–¿Te parezco un hombre que se preocupe por eso? ¿Crees que me importa si Henry, del bufete judicial, tiene algo con lo que acompañar su café o su copa de oporto?
–Me has pagado por un trabajo y voy a asegurarme de que se cumple.
En ese momento llegó Beth. Se la veía preocupada, ¿qué habría comido Rosie? ¡Y qué valiente había sido al aguantar toda la noche sin quejarse! En cuanto a qué pensaría sobre su relación con Angelo, esa chica era tan noble que ignoraría cualquier sospecha y solo vería a un cliente ocupándose de la mujer que tenía contratada porque había sufrido una intoxicación alimenticia.
–Se ha roto una de las cosas de Mandy –continuó Rosie cuando Beth se marchó apresurada–. Un joyero. La primera vez que lo vi ni siquiera sabía que tenía un cajón oculto. Abrí la tapa, eché un vistazo y lo guardé. Sé que no nos hablábamos, pero ver sus cosas me trajo muy buenos recuerdos y no quería librarme de sus objetos más personales. No sabía qué iba a hacer con ellos, pero...
–¿Pero?
–Pero hice bien en guardar algunas de sus cosas, porque de no ser así, ¿cómo me habría enterado de que estaba embarazada de ti?
El silencio que acompañó a esa pregunta fue ensordecedor.
–¿Qué has encontrado? –le preguntó Angelo al cabo de un momento.
–Una ecografía con fecha –al principio no había encontrado la conexión, pero al darse cuenta de todo, algo en su interior murió.
Había pasado años imaginándose que él había flirteado con su amiga, pero saber la verdad era aún peor porque no solo habían tenido una aventura a sus espaldas, sino que esa aventura había resultado en un embarazo. Esa sí que era la mayor de las traiciones. Era un paranoico ante la idea de correr riesgos con ella, pero con Mandy se había comportado con total despreocupación. ¿Acaso lo habían planeado? ¿Tenían planes de formar una familia feliz? ¿Habrían pensado en nombres para su futuro hijo?
–¿Dónde está el niño ahora? ¿Por qué nunca me lo has contado?
Angelo no tenía palabras. ¿Cómo podía decirle que apenas recordaba aquella única noche con Amanda? ¿Cómo podía admitir que se había quedado tan destrozado que se había emborrachado hasta casi perder el conocimiento? ¿Que por primera vez se había acostado con una mujer sin poner nada de su parte?
Cuando Amanda había intentado insinuarse después de aquella noche que él no recordaba, Angelo la había ignorado, avergonzado por haberse acostado con ella, por haber tenido ese momento de debilidad. Pero cuando un mes y medio después ella había aparecido con una prueba de embarazo y le había confirmado que el bebé que esperaba era suyo, se había visto obligado a casarse con una mujer a la que detestaba. Le gustara o no, su propio sentido del honor se había convertido en los muros de su prisión. Su madre le había inculcado unos valores familiares, además del de aceptar la responsabilidad de sus actos.
–Tuvo un aborto... –podía recordar aquel terrible día en que la había llevado al hospital.
Tras la pérdida del bebé, podría haberse divorciado, pero no lo había hecho. Se había distanciado de ella, pero... ¿divorciarse? No. Su penitencia por haber sido un estúpido sería permanecer al lado de Amanda de por vida como recordatorio de su imbecilidad. Habían llevado vidas separadas, aunque él se había asegurado de que tuviera una buena situación económica porque al final había acabado compadeciéndose de ella.
–Lo siento –murmuró Rosie porque, independientemente de lo que hubiera pasado, perder a un hijo habría sido terrible–. ¿Cuánto... cuánto tiempo llevabais teniendo una relación a mis espaldas, Angelo?
Él sabía que era su única y última oportunidad de contarle la verdad, pero ¿podría? Al fin y al cabo, Rosie había sido tan oportunista como su amiga. ¿Iba a humillarse ahora confesándole lo mucho que le había dolido su traición? De pronto, invadido por el orgullo, se preguntó qué estaba haciendo allí y en qué había estado pensando para retomar la relación con ella.
–Bueno, pues ya sabes la verdad –dijo, y se levantó.
–¿Te casaste con ella porque estaba embarazada? ¿La... la querías?
–No voy a hablar de esto.
–¿Es todo lo que tienes que decir, Angelo? ¿Que no vas a hablar de esto? Solo quiero saber qué pasó. ¡Creo que me lo debes!
–¡Yo no te debo nada!
–¿Cómo puedes decir eso?
–Hemos estado acostándonos, Rosie. ¿Desde cuándo le debo algo a una mujer con la que me he acostado? ¿Una mujer que no significa nada para mí? Las explicaciones se reservan para la gente que nos importa.
Reunió fuerzas para enfrentarse a la desagradable sensación que lo estaba recorriendo. Así era como tenía que actuar. Nunca debería haber retomado la relación con ella ni haber pensado que se libraría de la atracción que sentía metiéndose en la cama con ella.
Rosie lo vio apartarse con esa gélida expresión. Ojalá nunca hubiera encontrado esa dichosa ecografía, aunque en el fondo sabía que siempre era mejor saber la verdad y enfrentarse a ella. Qué ilusa había sido al pensar que él le abriría su corazón y le daría la oportunidad de defenderse. ¿De verdad había creído que eso podía llegar a pasar? ¿O había seguido alimentando su amor y adicción por él porque en el fondo había esperado que algún día Angelo descubriera que se había enamorado de ella?
–¿Se dio a la bebida porque perdió al bebé?
–Te repito que no voy a hablar de esto –Angelo comenzó a ir hacia la puerta–. Tengo que volver a la fiesta.
–¿De verdad te vas a ir?
–¿Qué más hay que hablar?
–Tienes razón. Nada –Rosie se levantó con las piernas temblorosas–. Creo que deberías dar esto por zanjado. No quiero tener nada que ver contigo –se avergonzó de la pausa que hizo tras ese comentario porque sabía que, como una cobarde, estaba dándole una última oportunidad de decir algo y salvar la situación–. Siento mucho no poder ver el trabajo terminado, pero mañana iré a hacer la limpieza y recogerlo todo.
–Olvídalo. Haré que mi gente se ocupe.
–Me has pagado para hacerlo.
–He dicho que lo olvides.
–En ese caso, ¿te gustaría que te devolviera el coche? Porque fue parte del pago con tal de que tu casa quedara en perfecto estado.
–Considéralo un regalo de despedida por los servicios prestados. Y he de decir que esta vez me has salido mucho más barata.
Rosie no se lo pensó y lo abofeteó. Lo hizo tan fuerte que se hizo daño en la mano, pero le vino muy bien para liberar la rabia que bullía en su interior. Si hubiera podido golpearlo de nuevo, lo habría hecho. Angelo se frotó la cara, pero ni pestañeó. Tal vez sabía que se lo merecía.
–La próxima vez que sepas de mí será mediante mi abogado. Quiero vender mi casa lo antes posible. Haré que certifiquen los límites de separación de las propiedades lo antes posible. Si no impugnas mi decisión, será cuestión de semanas.
–Bien –ya lo estaba echando de menos, ya se estaba preguntando cómo sería vivir sin él. Y cuando él se giró hacia la puerta, quiso agarrarlo, pero no lo hizo. Por el contrario, se mantuvo en silencio y lo vio salir con un portazo. Y se quedó allí paralizada hasta que oyó el bramido de su coche alejándose de la casa.
Y entonces, solo entonces, se derrumbó. Cayó al suelo y lloró hasta pensar que no le quedaban más lágrimas por derramar.
En la despensa el suelo seguía cubierto de todas las cosas que se habían caído. Metió las cajas y las latas de Amanda en una bolsa que pensó en guardar en el cobertizo que había junto a la casa y, en cuanto al dañino joyero y su contenido... a ese le esperaba un lugar de descanso más permanente. Lo guardó en otra bolsa para echarlo a la basura. Mientras, a lo lejos, podía distinguir los sonidos de la fiesta en la casa de Angelo.
Para mantener la cabeza ocupada, decidió limpiar y ordenar la despensa, aunque no dejó de preguntarse si cada vez que entrara en ella recordaría lo sucedido esa noche.
Eran las tres de la mañana cuando por fin se fue a dormir después de darse una ducha. Beth le había mandado un mensaje preguntándole cómo se encontraba y diciéndole que el chocolate y las galletas habían funcionado. Rosie lo había leído y se había quedado con ganas de preguntarle qué estaba haciendo Angelo. ¿Estaría otra vez en el jardín con la rubia? ¿Habría pensado que sería un alivio acostarse con alguien que no le causaba complicaciones ni arrastraba ningún turbio pasado?
Aún no podía entender que se hubiera negado a hablar con ella ni el modo en que se había ido sin mirar atrás. Tendida en la cama, cerró los ojos y pudo ver su imagen mientras le decía que no le debía nada porque no le importaba, porque no significaba nada para él.
La idea de recomponerse y seguir adelante con su vida le resultó lo más aterrador que podía contemplar. Eso ya lo había intentado una vez y había terminado con un acosador. ¿Qué pasaría la próxima vez? ¿Se ligaría a un asesino en serie?
Qué criterio tan pésimo debía de tener si había pensado que esa vez el amor que sentía por Angelo se había intensificado.
Sabía que él vendería la casa tan deprisa como pudiera porque apenas la usaba y no le importaba el dinero, no lo necesitaba. Solo querría romper toda conexión con el pasado y eso las incluía a Amanda y a ella.
Se despertó a la mañana siguiente algo desorientada y se quedó en la cama una hora dejando que los recuerdos de la noche anterior fueran adentrándose de nuevo lentamente en su cabeza. Cuando por fin se movió, tenía las extremidades agarrotadas.
A media mañana decidió que solo había una cosa que podía hacer: llamar a Jack, su confidente que, por cierto, ya había ido a visitarla al campo en varias ocasiones aprovechando los días que Angelo no había estado allí.
Se odiaba por haber tenido esperanzas cuando Angelo no le había dado ninguna, cuando no había dejado de recordarle que lo suyo se reducía al sexo y a una situación que estaba por concluir. Al pensar en todas las conversaciones que habían tenido, se preguntó cómo había podido creer que era una buena idea acostarse con un hombre que la había abandonado una vez, que había pensado de ella lo peor, que se había negado a oír su versión de la historia y que le había dejado muy claro que solo la quería para el sexo. Se maravilló ante la ingenuidad del cerebro humano, aunque... así era el amor, ¿no? Ciego a lo obvio y siempre dispuesto a ofrecer el beneficio de la duda.
Jack contestó al primer tono.
–Es domingo, ¿no deberías estar en la cama comiendo cruasanes con el macizo italiano?
–Se ha terminado.
Se lo contó todo sin omitir ningún detalle y, entre sollozo y sollozo, se disculpó por ser un aburrimiento.
Quedaron en que iría a visitarla la semana siguiente y que entonces charlarían y ella se sentiría mejor. El tiempo lo curaba todo, le aseguró su amigo, y Rosie estuvo dispuesta a creerlo. Tal vez era mejor que todo terminara así porque ya no recordaría la relación con nostalgia, sino con rabia, y la rabia podía ser una gran amiga a la hora de olvidar las cosas.
Angelo miraba su teléfono móvil con indiferencia. Sabía quién lo llamaba porque tenía el número grabado: Eleanor French. Una semana antes, el día después de haber concluido para siempre su relación con Rosie, había cometido el error de dejar que la rubia pensara que tenía una oportunidad con él.
Angelo tenía otra cosa en mente: los límites de la propiedad. Les había dicho a sus abogados que hicieran algo lo antes posible; no le importaba cuánta tierra pusieran a nombre de Rosie, lo único que quería era que fuera rápido para poder vender la casa.
Ya tenía el documento final delante, sobre su mesa, junto al teléfono que no dejaba de vibrar.
Eran las siete y media de un viernes. Podía elegir entre echarle un vistazo a un documento legal sobre una propiedad que ni quería ni necesitaba y que cortaría para siempre cualquier vínculo entre él y una mujer que tampoco quería ni necesitaba más, o someterse a otra cita con la piraña rubia.
Se disculpó ante la rubia, en esa ocasión sin dejar la puerta abierta a otras posibles citas, y comenzó a leer el documento.
La visita de Jack le vino muy bien. Era alegre y optimista, decía lo correcto y se ponía de su parte sin cuestionarla. Tal como había hecho tres años antes. Sin embargo, ella había dicho que era la única culpable de la situación tal vez porque estaba tan ocupada pensando en todas las cosas brillantes que tenía Angelo que no podía centrarse en lo malo que tenía.
Sí, era un cerdo por haberla utilizado, pero ¿no había permitido ella que la utilizara? ¿No había sido sincero al no dejar de recordarle que no esperara nada a largo plazo? ¿No se había negado a compartir situaciones que consideraba demasiado familiares... a pesar de haber acabado haciéndolo sin darse cuenta? Era el hombre más fascinante, complejo y exasperante que había conocido.
Mientras Jack arrancaba su coche el domingo por la tarde preparado para partir, ella solo quería sacarlo por la puerta y hacerle prometer que nunca la dejaría, al menos no hasta que se hubiera recuperado del todo.
–¿Entonces tienes trabajos contratados?
Rosie asintió. No podía haber esperado mejor forma de promocionarse que la fiesta que había celebrado Angelo. Tenía una lista de personas interesadas en su catering, desde cosas pequeñas como fiestas de niños, hasta una celebración de fin del verano en el ayuntamiento.
–Y por fin hemos terminado de plantar tu pequeño huerto.
Sí, lo habían hecho. Cultivarlo le daría algo que hacer cuando se acercara el invierno y los días fueran más cortos.
–Además, te has unido a ese club de lectura.
Algo más con lo que entretenerse de vez en cuando.
–Eso sin mencionar que te has ofrecido a dar clases de cocina en la escuela local.
Sí. ¿En cuántas actividades más podía implicarse una persona? Jack había sido genial animándola.
–Pues volveré el viernes, ¿de acuerdo?
–No tienes por qué.
–Tengo que asegurarme de que cuidas bien de esa huerta.
Se marchó haciendo sonar el claxon y despidiéndose con la mano. Después, Rosie entró en su casa.
Algo más arriba del camino y, a punto de girar a la izquierda para entrar en la larga avenida que conducía a su mansión, Angelo no pudo evitar oír el sonido del claxon. Aminoró la marcha. El coche que iba hacia él solo podía salir de la casita. La curiosidad lo hizo mirar al conductor y vio al chico de ojos azules y melena rubia recogida en una coleta. Lo invadió una sacudida de furia. ¡Así que resultaba que el pasado no estaba tan enterrado como a ella le habría gustado fingir! ¿No se había preguntado varias veces qué había pasado con el chico rubio de ojos azules?
No debería haber hecho ese viaje nunca. Podía haber dejado que sus abogados se encargaran de llevarle el documento a Rosie para que firmara el consentimiento necesario para sellar el acuerdo de los límites de la propiedad, pero no; sin pensarlo se había metido en el coche para ver con sus propios ojos dónde estarían esos límites. ¿Qué había esperado sacar... además de malgastar gran cantidad de gasolina? Lo que seguro que no se había esperado era quedarse sentado detrás del volante consumido por la furia.
Lo que haría sería ir a su casa, evaluar los cuadros y adornos que reubicaría en sus otras propiedades y darse una vuelta por la tierra para confirmar que estaba de acuerdo con los límites propuestos en los documentos.
Y lo que no haría bajo ningún concepto sería ir a la casa de campo y reabrir otro debate con una mujer de la que por fin se había librado. Una mujer a quien no le debía nada. Una mujer que lo había manipulado tres años antes y que había seguido haciéndolo.
Cuando miró por el retrovisor vio que el coche del otro hombre había desaparecido en el horizonte.
Dio la vuelta y fue hacia la casa de Rosie.
Allí, Rosie estaba a punto de vaciar el lavavajillas y al oír un coche frenar sobre la grava supuso que Jack había olvidado algo. Estaba medio sonriendo a la espera de ver a su amigo al abrir la puerta antes de que siquiera hubiera sonado el timbre.
Ver su sonrisa enfureció a Angelo más que ninguna otra cosa. ¡No hacía falta ser un genio para saber qué significaba esa sonrisa! Durante el minuto que había durado el trayecto desde su mansión hasta la casa su sentido común había salido volando por la ventanilla.
–Veo que los viejos hábitos no mueren fácilmente.
–Angelo –Rosie retrocedió ante la fiera expresión de su rostro–. ¿Qué... qué estás haciendo aquí?
–¿Querías hablar? –su voz sonó letalmente fría, a juego con su gesto–. Pues entonces vamos a hacerlo, Rosie. ¡Hablemos!