CAPÍTULO XII

 

 

—¿De verdad quieres saber el resultado? –preguntó Gloria, divertida.

Marina logró arrancarle el reactivo de las manos.

—¡Mala suerte, hermanita! –exclamó la otra al ver su cara de decepción—. No hay “pequeño Javier” a la vista. De seguro es sólo una falla en tu período. Puede que no te venga hasta el mes próximo. A veces me ocurre a mí también. Sobre todo cuando estoy muy loca.

La muchacha echó la muestra a la basura.

—Mejor así.

—¿Sabes?, hace un rato estuve en la casa de al lado, charlando con tu galán.

Con placer Gloria observó la desesperación en el rostro de su hermana, así que decidió juguetear con ella un poco más.

—Por cierto, lo dejaste hecho una piltrafa, pobrecito. Se lo ve muy mal.

Midió el daño producido, pero no se detuvo allí.

—Imagino que ahora que acabaste con este, comenzarás con el otro.

—¿A quién te refieres?

—A Darío... ¿Vas a casarte con él?

—Dios dirá.

Esa respuesta enfureció a Gloria.

—¡Eres igual que tu madre! Ahora que el pobre idiota heredó un dinero, se lo harás malgastar en nuestra finca.

—¿Te refieres a la finca de mi padre?

—¿Cuál otra?

—No necesito de Darío para recuperarla. Ya tengo la suma completa, más un tanto para compensar a Ramiro Ramos por sus molestias.

—¿Y de dónde has sacado el dinero?

—Es del marido de mamá.

—¡¿Irene volvió a casarse?!

—Sí.

—¡Esa vieja pierde el pelo pero no las mañas! ¿Ya consiguió a otro idiota para que la mantenga?

—Esta vez está muy enamorada.

—¿Y de dónde sacó al estúpido?

—No me parece ningún estúpido.

—Pero seguro que es viejo y feo.

—No... Muy buen mozo. Y aproximadamente de su edad.

—¿Limpia el castillo con ella?

—No.

—Pero lo conoció en Inglaterra, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y se van a ir a vivir a la finca? ¡Entonces es un tirado!

—Sólo durante el verano, para vigilar la crianza de sus caballos de polo. Durante el resto del año lo harán en el castillo.

—¡¿Qué castillo?!

—El de él.

—¡¿Irene se consiguió un lord inglés, con todo y castillo?!

—No sé si es lord.

—¡Pero tiene un castillo!... ¡Y caballos de polo!

—Como Miss Anne. De hecho, Mr. Harrison es su mejor amigo.

Gloria intentó reacomodar sus sentimientos y su mente.

—Bueno, bueno... ¡Así que nuestra mamá se casó con un millonario!

—Lo lamento, Gloria, pero tú nunca formaste parte de nuestra familia. Y Dios sabe que hemos hecho el intento.

—¡Claro! ¡Ahora que están en las buenas no comparten!... ¡Egoístas!

—¿Acaso volverías conmigo a la finca?

—No. Pero en cambio no me molestaría viajar a Inglaterra.

—Dudo que alguien te invite.

—Lo menos que tu madre me debe...

—¿Mi madre te debe algo? Ella hizo infinidad de cosas por ti. Te educó, soportó tus desplantes..., ¡y hasta enterró a tu padre!... ¡Eres tú la que está en deuda con ella!

—No comparto tu opinión, pero da lo mismo... ¡Así que las hermanitas Campos van a volver al pueblo como grandes damas!

—Lucero va a quedarse con su marido.

—¡¿Qué marido?!

—También se casó.

—Otro policía muerto de hambre como el primero, supongo.

—No. Un médico.

—¡¿Médico?!... De hospital, seguro... No debe ganar nada.

—Sí, trabaja en un hospital... Y también en una clínica privada. Es jefe de cirujanos... Y creo que le va muy bien, a juzgar por su piso.

Gloria sintió que el cerebro le estallaba, (aunque en su caso hablar de cerebro era exagerar) ¡Un castillo! ¡Un cirujano! Todos los demás lograban lo que querían, ¡mientras que ella! ¡¿Acaso su vida podía ser peor?!

El sonido del timbre la volvió a la realidad.

—¿Esperas a alguien?

—Yo no. ¿Y tú?

Las dos muchachas se dirigieron a la sala, y Gloria observó por la mirilla. La figura trasnochada de una dama de cabello platinado y ojos restallantes la sorprendió.

—¿Quién mierda es usted y qué busca a esta hora?

—¿Gloria?... ¿Eres tú?

—Lo lamento, es muy tarde para firmar autógrafos. Y si lo que quiere es insultarme por lo de Bimbi, váyase a la mierda.

—Soy tu madre, Glorita.

—¿Mi madre? –preguntó la otra confundida, sin atinar a moverse.

Fue Marina la que se puso en marcha para abrir la puerta.

—Disculpe, señora... Pero es imposible que usted sea la esposa de Isidoro Castillo. Yo misma vi su partida de defunción.

—¡Por supuesto que no soy esa vieja boba!... ¿Dices que ella murió?

—Hace diez años.

—¿Mi madre murió? –preguntó Gloria confundida.

—Esa vieja no era tu madre. ¡Yo lo soy!

—¿Quién es usted?

La mujer sonrió, dejando a la vista una boca desdentada.

—Cuando la vieja echó a tu padre de su casa, él se vino conmigo. Y entonces naciste tú.

—¿Y qué pretende? ¿Que le dé las gracias, luego de que me abandonó a los tres años?

—Jamás te abandoné. Fue el estúpido de Castillo el que te llevó de mi lado.

—¡Eso es ridículo! ¿Por qué haría él algo semejante?

—Porque no le gustaba mi estilo de vida. Decía que yo era un mal ejemplo para ti... ¡Mal ejemplo! ¡Nunca preguntaba de dónde venía el dinero a la hora de gastarlo!

—¿Qué mierda quiere de mí ahora?

—Te vi en la tele y quería conocerte.

—¿Por qué no la haces pasar? –sugirió Marina.

Gloria ni siquiera se tomó el trabajo de responderle. Por el contrario, enfrentando a la recién llegada, insistió:

—¿Que mierda quieres de mí?

—¡Gloria! No seas mal pensada –se espantó su hermanastra.

—Estoy esperando una respuesta.

—Bueno... La verdad es que... mi situación es un tanto desesperante. Incluso tuve que pedirle a una amiga el dinero del pasaje...

—Pues yo no pienso darle nada.

—¡Vamos, Glorita! Te pagaron mucho dinero por el segundo premio.

—¡¿Y piensa que voy a regalárselo?! ¡¿Sólo porque es mi madre?!... Obviamente no me conoces, “mamita”... Es más fácil amputarme una pierna que sacarme una moneda.

—¡Pero yo estoy muy necesitada!

—¡Y yo estoy muy aburrida! –replicó la otra, azotándole la puerta en la cara.

Pero la mujer la sostuvo a tiempo.

—¡No te va a ser tan fácil librarte de mí, Glorita! Tendrás que darme ese dinero te guste o no.

—¿Qué vas a hacer si te desobedezco, mami? ¿Azotarme?

—¡Y lo bien que te vendría! Pero no. Este es un negocio entre tú y yo... Tú me das algo de dinero y yo..., yo mantengo la boca cerrada. ¿O acaso te gustaría que las revistas de chismes se enteraran de la profesión de tu madre?

—¡¿Viniste aquí, después de veinte años, a chantajearme?!... ¡Tanto sexo te carcomió el cerebro!... ¿Crees que me asusta que todos sepan que mi madre es una puta, cuando proclamé a los cuatro vientos que mi padre era un violador?... ¡Idiota!

Esta vez el portazo logró su cometido. Excepto por el timbre, que tardó un buen rato en callarse, Marina y Gloria no tardaron en quedarse solas.

—¿La dejaste partir así, sin más?

—¿Y qué pretendías que hiciera? ¿Que le diera el premio a la “madre del año”?

—¿No sientes ni un poco de curiosidad por ella?

—¿Una puta miserable? ¡Por favor!... Para eso me miro en el espejo –respondió con amargura.

Marina la observó, sorprendida. Era la primera vez que veía así a su hermanastra.

La otra ocultó una lágrima. Pero pronto recobró su orgullo.

¡¿Qué se pensaba esa santurrona ridícula?! ¡Ahora sí que debía sentirse superior a ella!

Pero sólo por poco tiempo, porque pronto iba a vengarse. Pronto le iba a contar su secreto a todo el mundo.

* * *

 

—¿Y qué secreto es ese?

—Una tontería que me acaba de contar Gloria.

—Pues a mí me parece que debió ser algo muy interesante, porque no dejaron de cuchichear desde la medianoche, y ya son más de las cuatro de la mañana.

—¡Las cuatro! ¡Cómo pasa el tiempo! Mejor me voy a dormir. ¿Me acompañas?

—No. Hace demasiado calor en el cuarto. Primero voy a tomar algo frío.

—Como te guste.

Luciana intentó irse, pero la voz trasnochada de Javier la detuvo.

—¿Cuál era ese secreto?

—¿Qué secreto?

—El que te contó Gloria.

—¡Ah! Una tontería... Esta noche una mujer le tocó el timbre, y se presentó como su madre. ¿Y a que no sabes qué? ¡Resultó que se dedicaba a la profesión más antigua del mundo!... Te juro que cuando me lo contó casi le largo una carcajada en su propia cara. ¿Lo imaginas? Gloria es una hija de puta.

—¡Vaya novedad!

—Voy a cambiarme... –anunció Luciana, como si a su marido le importara— ¡Y no te tardes en venir! –le advirtió con enojo.

Cuando por fin volvió a quedarse solo, Javier se dirigió a la cocina. Pero no era la frescura del agua lo que estaba buscando, sino la imagen de Marina robada en un reflejo. Aquella presencia que lo quemaba, y esa futura ausencia que no lo dejaba respirar.

Se sentó en el mármol y acomodó la ventana. Allí estaba ella, peinando su hermoso cabello oscuro mientras tomaba un café.

Marina se asomó en busca del fresco de la madrugada, obligándolo a ocultarse. ¿Era esta la última vez que la vería? ¿Así, a la distancia? ¿Tan cercana y lejana a la vez?

La muchacha enjuagó la taza que había usado y contempló el paisaje desolado de la ciudad. Luego se puso al hombro el bolso que estaba sobre la mesa, cargó la maleta con esfuerzo, dio una última mirada a todo, y apagó la luz.

Del otro lado de la vida Javier enloqueció. ¿Estaba haciendo lo correcto?

Si ella regresaba al pueblo iba a perderla para siempre. De seguro Darío la estaba esperando allí, para continuar con lo que alguna vez habían empezado juntos.

¿Podría respirar cada mañana sabiendo que otro le robaba su aliento fresco?

¡No! No iba a poder. Esa muchacha le pertenecía. Era su presente y su futuro. Estaba metida en su piel, y conformaba toda su memoria.

Bajó de la mesada de un salto, decidido a todo. Corrió a través de la sala en penumbras, sin detenerse, golpeándose con las cosas que el desorden de Luciana había dejado al paso. Abrió la puerta en el momento justo en que la cerradura de la casa de al lado se destrababa.

Y entonces ocurrió.

Escuchó la voz de él, su hijo. Su propio hijo. Había despertado y lo estaba llamando. Estaba asustado. Lo necesitaba.

Javier cerró su puerta en el mismo instante en que la otra se abría.

¿Estaba haciendo lo correcto?

No.

Estaba haciendo lo único que podía hacer.

* * *

 

Su madre tenía razón. Nunca se regresaba al mismo sitio que se había dejado atrás.

Ahora, parada allí, frente a ese río en donde había aprendido a nadar, acariciada por el mismo viento que la arrullara durante toda su infancia, nada era lo mismo.

Arrastró la maleta un poco más y se sentó al amparo de la sombra. Contempló el fluir de las aguas. ¿Siempre habían sido tan turbulentas? ¿O era su alma la que se veía reflejada en ellas?

Había recorrido tantos kilómetros en busca de su hogar, sólo para darse cuenta de que, en verdad, se había alejado de él: ahora Javier era su única casa.

—¿Marina? ¿Eres tú?

La muchacha levantó la cabeza y trató de acomodar su visión ante el sol que la encandilaba.

—¿Anita?

Las dos amigas se fundieron en un abrazo sentido.

—Se te ve mucho mejor que la última vez que estuvimos juntas. ¡Y más delgada!

—Quince kilos más delgada. Aunque me costó como seis meses recobrar mi figura.

—¿Y tu niña? ¿Cómo está?

—Con ganas de caminar, a pesar de que todavía le falta para cumplir el año. ¡Es muy inteligente!

—Pero, ¿no me habías dicho que ibas a criarla en la ciudad?

La muchacha se ruborizó.

—Cambié de idea a último momento... Es decir... ¡Pero mejor hablemos de ti! ¿A qué has vuelto?

—A quedarme.

—¿Para siempre?

Esta vez le tocó el turno a Marina de ruborizarse. “Para siempre” era demasiado tiempo.

—Dios dirá.

—Y... ¿piensas regresar a la finca?

—Tengo las llaves, pero primero tengo que arreglar algo con Ramiro Ramos.

—Él no está en el pueblo.

—Lo esperaré.

—¿Y vas a volver a trabajar en la salita, como enfermera?

—Si el doctor Pasos está de acuerdo...

—Y...

Ana Torres enmudeció de repente.

—¿Qué te ocurre, amiga? ¿Tienes algo para contarme?

—Ay, amiga... ¿Recuerdas todo lo que te insistí para que no perdonaras la traición de Darío?

—Sí.

—Era sincera. Te lo decía de verdad.

—Lo sé.

—Y ahora, de seguro has vuelto para encontrarte con él.

—¿Qué ocurre, Ana?

—¿Podrás perdonarme?

—No hay nada que perdonar. Sé que cuando hablaste en su contra lo hiciste desde el corazón. Te conozco.

—Es que...

—¿Qué?

—Hace ocho meses que me mudé con mi niña a casa de su madre. Estamos viviendo juntos.

—¡¿Qué?!

—Te juro que no lo hice por quitártelo. Sólo se dio. Luego de tener a Ema me afectó muchísimo la depresión post parto. Por muy horrible que suene, todas las mañanas me despertaba dudando entre matar a la niña o suicidarme yo. Por fin una noche vine hasta aquí, al río, dispuesta a lo peor. Darío me salió al encuentro. A él le debo la vida. Y además es un padre excelente para Ema. ¿Me perdonas?

—¿Acaso hay que perdonar la felicidad? Me alegra de todo corazón que los dos se hayan encontrado, luego de toda una vida de ser indiferentes.

—¿De verdad no regresaste por él?... ¿Acaso no lo amas ni un poquito?

—Ay, amiga... ¡Si yo te contara!

—¿Hay alguien más?

—No. No “alguien más”... ¡El único! Pero es un amor imposible. Así que me alegra que por lo menos mi amiga del alma sea feliz.

—No creas que tanto... Sé que para Darío soy sólo el premio consuelo. ¿Sabes lo que creo? Que sigue enamorado de ti.

—¿De mí...., o de Gloria?

—De alguna de las dos... ¿Podrás perdonarme, Marina?

La muchacha sonrió antes de volver su cara al río, que ahora le parecía más sucio.

Sí, su madre tenía razón: nunca se regresaba al mismo sitio que se había dejado atrás.

* * *

 

—¡Ramiro Ramos!

—¿Me estás siguiendo, Gloria?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque te haces negar.

—No quiero encontrarme con Marina.

—No te preocupes, no corres riesgo de verla: se volvió al pueblo.

—¿Cuándo?

—Hoy.

—¿Y qué fue a buscar allí?

—A ti. Quiere comprarte la finca.

—¿Con qué dinero?

—¿No lo sabes? ¡Las Campos han echado buenas! Irene se casó con un Lord inglés, con castillo y todo, y Lucero...

—¡Un lord inglés!

—Y Lucero atrapó a un cirujano.

—¡Un cirujano!

—Sí... Como puedes ver, Marina ya no necesita que le regales nada.

Ramiro empalideció.

—Igual, muy en el fondo siempre supe que no iba a conquistarla por mi dinero.

—Sí, ya sé... La estúpida nunca piensa en esas cosas... ¡Y le vienen de arriba! ¡Maldición!

—¿Para decirme esto me estabas buscando? ¿Qué ocurre? ¿Quieres burlarte tú también de mí?

—No, querido... Al contrario. A mí sí me interesa tu dinero. Y creo que si te doy la fórmula para tener a Marina a tus pies para siempre, vas a saber recompensarme con generosidad... ¿No es cierto, “cuñadito”?

—¿De qué estás hablando?

—¿Hacemos trato, o no?

—Sabes que sí... ¿Qué se supone que tengo que hacer?

—¡Nada más fácil! Tienes dos semanas para acostarte con Marina. Luego ella será tuya por el resto de su vida.

Aquel gigantón la observó con furia.

—¡No seas idiota! Si Marina me dejara hacerle el amor no te necesitaría a ti, ni a tus consejos.

—En ningún momento te dije que ella fuera a dejarte. Pero me imagino que un hombre fuerte como tú tiene otros métodos para tomar lo que le place.

—¿Acaso pretendes que la viole? ¿No te das cuenta que, si lo hago, Marina no va a perdonármelo jamás?

—Yo no hablé de que te perdonara. En ningún momento mencioné el amor. Yo hablé de poder y venganza. De tenerla bajo tu dominio para siempre.

—¿Cómo?

—Embarazándola.

—¡No seas ridícula!... Es casi imposible que...

—Marina ya está embarazada.

—¡¿Cómo?!

—Unos días atrás, cuando regresé de una gira, me encontré con un reactivo en el cuarto de baño. No había duda alguna: era positivo. Así que me apuré a preparar otro de la caja, y lo cambié. Ayer insistí para que se hiciera una nueva prueba. Y, ¿a que no sabes qué? También salió negativa. ¡Qué casualidad!

Ramiro se veía destruido. Como si esa información fuera más de lo que podía soportar.

—¿Es del vecino?

—¡De quién más!

Por un segundo aquel gigantón trató de recobrar la calma, simulando indiferencia.

—¿Y para qué quiero yo hacerme cargo del bebé de otro?

—Para tenerla bajo tu dominio para siempre. Cada vez que ella se niegue a complacerte, puedes amenazarla con usar tu dinero y tu influencia para solicitar la custodia del niño.

—No creo que...

—¿Por qué no? A mi amiga Luciana le resulta. ¿O con qué crees que está chantajeando a Javier todo el tiempo? De no existir ese bebé, el pobrecito hubiera corrido tras Marina hace rato.

Ramiro Ramos se estremeció.

¿Dominar a Marina para siempre? ¿Obligarla a que lo amara por el resto de su vida?

Una oleada de calor cubrió su rostro, y su mirada se tornó salvaje.

Sí... Claro que quería tener poder sobre ella. Pero violarla... ¿sería capaz?

* * *

 

¿Sería capaz?

Olvidar a Marina era imposible. Llevaba grabada en la piel su entrega sumisa. Su forma dulce de acunarlo. Nunca iba a haber otra que pudiera conmoverlo así.

¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Se podía dejar pasar el amor verdadero, sólo por no lastimar a un niño? Nicolás era, sin duda, su hijo. Pero el vientre de Marina encerraba la promesa de otros hijos, que, a diferencia de lo que ocurría con este, fueran suyos de verdad. Con su ánimo taciturno, o sus ojos castaños. Hijos en quienes pudiera reconocerse.

—¡Daniel! ¿Qué haces en mi casa, y a oscuras?

—Shhh... Nico está durmiendo... Vine a buscarte, y no te encontré. Estoy aquí desde el mediodía.

—¿Y Luciana?

—Tuvo que salir y me pidió que cuidara al niño.

—Siempre tiene que salir –refunfuñó Javier.

—No puedes quejarte. Al menos no perdió su figura. ¡Ni su estupidez! Sigue tan tonta como de costumbre.

—Sí... Mantener intactas su belleza y su necedad me cuesta una pequeña fortuna... Lamento que hayas tenido que cuidar al niño.

—Yo no... Lo pasé de maravillas. Nico es encantador, y para mí fue como volver a la infancia... ¿Sabes? Cuando llegué aquí el otro día y te vi todavía en este departamento inmundo, atado a un trabajo que te disgusta, pensé que, de los dos, el ganador era yo. Pero ahora me doy cuenta que tú te quedaste con la mejor parte: un hijo lo vale todo.

—¿Lo vale todo? –repitió Javier con una irritación que sorprendió a su amigo— ¿De verdad crees eso?

—¿No estás contento de tener a Nicolás?

—Sí... Es que...

Daniel observó la mirada apesadumbrada de su antiguo compañero, y no necesitó más para entender.

—¿Hay otra?

—Sí... Y acabo de perderla para siempre. Pero eso no es lo peor: lo peor es que ella sufre tanto como yo por este alejamiento. ¡No soporto pensar que es infeliz por mi culpa!

—¿Por qué no te has separado, como hacen todos?

—Luciana me confesó que Nicolás no es mi hijo biológico.

—Ni bien lo vi me di cuenta.

—Y ahora me está extorsionando: si me voy, lo pierdo para siempre. Y lo que es peor: lo dejo a su “cuidado”. ¿Lo imaginas?

—Sí, pobrecito, es como mandarlo a la guillotina. ¡Ya he podido constatar por mí mismo sus cualidades de madre!... ¿Qué piensas hacer?

—Me encuentro en una disyuntiva. La peor de mi vida: tengo que elegir a cuál de las dos personas que más amo en este mundo debo hacer sufrir. ¿Te parece fácil? Soy un hombre partido al medio.

—¿Por qué estás partido al medio? –preguntó Gloria, entrando al departamento como si fuera la dueña.

—¿Todavía no has devuelto esa llave?–la reprendió Javier— ¿No te advertí que no la usaras?

—Tu esposa me la dio para las emergencias, y estoy en una. Se me acabó el vodka... ¿No vas a presentarme a tu amigo?

—Vete de aquí cuanto antes –le advirtió él.

Pero su vecina, lejos de intimidarse, se plantó ante el desconocido, lanzándole una mirada seductora.

—Hola, Daniel. Soy Gloria.

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿De dónde me conoces?

—Luciana me contó todo sobre ti. Por cierto, ¿es verdad que vives en Hollywood?

—Cerca.

—Porque yo soy actriz, y podría...

—Tú lo único que puedes hacer es irte –refunfuñó Javier, mientras la obligaba a salir de su casa.

—¿Quién era esa? –se sorprendió su amigo una vez que volvieron a quedarse solos.

—Mi vecina. Y la mejor amiga de Luciana. Son tal para cual.

—Ya veo... Volviendo a lo nuestro. Me contabas que la muy bruja te tortura con eso de que el niño no es tuyo...

—Todo el tiempo.

—¿Qué piensas hacer?

—Una prueba de ADN.

—¿Una prueba de ADN? –se sorprendió Daniel.

Y no fue el único.

Desde el otro lado de la puerta, en el corredor, Gloria dio un respingo.

“ ¡¿Una prueba de ADN?!... ¿Para qué?”

—¿Para qué? –preguntó Daniel en la sala.

—Para saber adónde estoy parado.

Gloria se espantó. “No sé tú, querido vecino”, se dijo, “pero mi amiguita Luciana está ahora al borde del abismo”

* * *

 

Desde que llegara a la finca, Marina tenía el presentimiento de que alguien la observaba.

Todo en la casa parecía igual a como lo había dejado. Y sin embargo nada era lo mismo. Como si ninguna de sus cosas pudiera volver a pertenecerle. Como si en ese lugar tan familiar algún peligro cierto se abatiera sobre ella.

La muchacha acomodó su cuarto. Había un olor extraño allí. No era desagradable sino ajeno.

Cerró los postigos de la ventana y comenzó a desvestirse. De seguro todavía no calentaba el agua porque recién había encendido la caldera, pero daba igual. Se moría por un baño, y la noche era agobiante.

Dejó caer su falda, y luego su blusa. No solía ser tan desordenada, pero tenía la sensación de llevar la indiferencia de la ciudad todavía adherida a sus ropas. Desabrochó su sostén, y en ese mismo momento sintió un sonido extraño, como si algo se moviera en la casa. Volvió a colocarse la blusa para explorar.

Caminó unos pasos por el corredor, blandiendo un rebenque para poder defenderse llegado el caso.

Un ruido a sus espaldas aceleró su corazón

¡Allí estaba él!

Su gato Gregorio. El mismo que había dejado al cuidado de unos vecinos, y que ahora, como si hubiera presentido su regreso, venía a saludarla.

Acarició al animal y lo llevó hasta el dormitorio. Otra vez sola en el cuarto de baño se arrancó la camisa y deslizó la braga por sus piernas largas. ¿Por qué no se había indispuesto todavía? Observó su cuerpo desnudo en el espejo. De seguro sería de un día para el otro. Sus pechos la estaban matando, y a la mañana despertaba con cólicos. ¿Dónde habían quedado las toallitas higiénicas? Tendría que acordarse de poner algunas en su bolso, por las dudas.

La muchacha se ubicó bajo la ducha, y puso el agua a correr. Aunque helada, la sensación era deliciosa.

Un nuevo ruido llamó su atención. La puerta del baño estaba ahora abierta. ¿Acaso la había dejado ella así?

Cerró el grifo y se envolvió en una toalla para revisar el lugar.

¡Nadie!

Sólo eran ideas suyas. Un mal presentimiento.

* * *

 

—¡Una prueba de ADN!

—¿Y a mí, qué?

—¡¿Estás loca?! ¿Acaso no entiendes? Si por una de esas casualidades Nicolás no resulta ser hijo de...

Luciana interrumpió a su amiga.

—No lo es.

—Dijiste que no estabas segura.

—Te mentí. Por esa época Roli me había echado de su casa, y yo no quería volver con mi madre, así que cuando me enteré que estaba embarazada decidí aprovechar la situación. Emborraché a Javier, me acosté con él, y le dije que era su hijo. Pero no lo es.

—¿Y quién es el padre, entonces?

—Estoy entre dos.

—¡Sí que eres estúpida! Si Javier tiene la confirmación de lo que sospecha, va a correr a los brazos de Marina aunque ella esté en el fin del mundo.

—¿Y a mí, qué?

—¡¿No te importa?!

—¿Después de lo de anoche todavía crees que puede importarme? ¡Esa escenita que tenía preparada no se la voy a perdonar jamás!

—Ay, no seas escandalosa... Lo de anoche puede remediarse. Todo en la vida puede remediarse, y en especial ahora que la tonta de mi hermana se fue lejos.

—No, querida... Anoche Javier se portó como un verdadero idiota y me defraudó. ¡Eso no tiene vuelta atrás!

—No seas tonta, Luciana. Tu marido es tu única posibilidad de tener a alguien que te mantenga. Si queda demostrado que el niño no es suyo, ni siquiera va a estar obligado a pasarte una pensión.

—¡¿Una pensión?! ¡¿Llamas a vivir en la miseria “una pensión?!

—¿Acaso tienes otra cosa mejor en vista?

—No, pero... ¡Después de lo de anoche!... Yo también tengo mi orgullo, ¿sabes?

—¡No seas idiota! Si le juras a Javier que Nico es suyo, y lo convences de radicarse en California, muy lejos de Marina, no le va a quedar más remedio que casarse contigo. ¿Cómo va a conseguir una visa para ti, de lo contrario?

—¡¿Y para qué quiero casarme ahora con él?!... ¡No, querida! ¿Le gusta a tu hermana? ¡Que se lo quede, con todo y niño!

—¡No digas tonterías, Luciana!

Gloria comenzó a desesperarse. ¿Dónde quedaba su venganza ahora? Si su vecina no le perdonaba a Javier la tontería que había cometido la noche anterior y lo dejaba suelto, el muy estúpido no iba a dudar ni un segundo en correr a los brazos de Marina. ¡Nada iba a detenerlo! Ni aun cuando Ramiro ya hubiera hecho lo suyo, él iba a despreciarla.

¡No! Luego de tanto esfuerzo no podía dejar que esos dos se salieran con la suya.

¡Tenía que hacer algo! Tenía que cerciorarse de que Javier y su ADN se mantuvieran lo más alejado posible del bebé de Marina.

¡Tenía que vengarse de su tonta hermanastra!

¡Tenía que separar a esos dos para siempre!

* * *

 

Tenía que separarlos para siempre. No podía permitir que ese estúpido de la ciudad, ese bueno para nada, se quedara con la mujer que él amaba tanto. Después de todo nadie era capaz de hacer más feliz a Marina que él mismo, Ramiro Ramos. Por algo era un hombre fuerte, rico y poderoso.

Sí, a pesar de ser el verdadero padre de su hijo, ese tipo tenía que convertirse sólo en una sombra en el pasado de ella. Y después, una vez olvidado para siempre, ya se encargaría él, con los años, de moldear al niño a su imagen y semejanza.

Por fin, y después de tantos pesares, Marina estaba allí adonde la quería: bajo su dominio. Pero..., ¿sería capaz él de violarla? Había algo en la fiereza de su mirada que lo dejaba inerme. ¿Acaso no había sido sólo por esa forma altiva de enfrentarlo que la dejó escapar esa noche en el bosque? Marina tenía un brillo en los ojos que le recordaba al de su propia madre. Cada vez que la decepcionaba, la señora Ramos repetía lo mismo: “Eres igual a él”, decía, refiriéndose a su padre, sin ocultar su desprecio. Un desdén que a Ramiro le había dolido siempre hasta el fondo del alma.

No. No era capaz de violar a Marina. Ella tenía ese extraño poder sobre sus sentimientos, aún a pesar de su debilidad. Y no podía darse el lujo de intentarlo, si existía una mínima posibilidad de fallar. Su hombría era incapaz de resistir semejante afrenta.

—¡Ramiro! ¿Qué andas haciendo por la salita?

—Tengo una consulta, doctor... Y es privada.

—¿Otra vez te anda molestando allí abajo? Ya te advertí que no es bueno acostarse con cualquiera.

—Necesito algo para dormir a una persona.

Ramiro sonrió para sus adentros.

Sí... No precisaba violar a Marina para convencerla de que algo había ocurrido entre los dos.

—¿Un somnífero? Tengo algunos yuyos que...

—¡No! No quiero yuyos. Quiero algo que la haga dormir de inmediato, y en forma profunda.

—¡Ramiro! ¡¿En qué andas?!... Lamento defraudarte, pero de ninguna manera puedo prestarme a...

El otro lo interrumpió con desdén.

—Y hablando de préstamos... ¿Le sirvió aquel dinero? Estuve por llamarlo a su casa para ver si necesitaba más, pero pensé que quizás no era tan conveniente que me atendiera su esposa. Después de todo, hay cosas que deben quedar entre amigos...

El doctor Pasos se ruborizó.

¡Una pequeña indiscreción, y ahora...!

Eso era lo malo con las indiscreciones: sin importar su tamaño, la primera solía ser la causa de todas las demás.

Resignado, el buen doctor se dirigió hacia el estante en que guardaba las muestras gratis.

—¿Hombre o mujer?

—Mujer.

—¿De qué peso?

—Cincuenta kilos aproximadamente. Pero está embarazada.

El otro se dio la vuelta, espantado.

—¡Embarazada! Entonces no me meto. Cualquiera de estas porquerías podrían afectar al niño. ¿De cuánto está?

—Unos días. ¿Qué probabilidad hay de que esta píldora dañe al bebé?

—No sé. Pero cualquier posibilidad, por baja que sea...

—¡¿Qué posibilidad?! –se impacientó Ramos.

—Diría que un veinte por ciento. Pero te ruego que recapacites. Honestamente, hijo...

—¿Honestamente, doctor? –preguntó el otro con ironía. Y luego se enfureció— ¡Deme esa estúpida pastilla ya mismo!

El doctor lo obedeció, compungido

¡Después de todo había sido sólo una estúpida indiscreción! ¡Lástima! Porque de no cometer esa primera era de lo que en verdad había que cuidarse.

* * *

 

Gloria entró a la casa de puntillas. Recorrió los cuartos en silencio.

¡Nadie! Javier y Luciana se habían ido a ver al pediatra del niño para obtener el alta.

¡Estaba sola!

Con cuidado se dirigió hacia la laptop que su vecino había olvidado en un bolso, sobre la mesa. Claro que no era una experta en computación, pero con sus conocimientos alcanzaba.

Abrió el “Word” y comenzó a teclear.

 

Querido:

Se que muchas veces e dicho lo contrario, pero tengo algo que confesarte: Nico es tu hijo.

Es muy importante que no te queden dudas al respecto!!! aunque creo que siempre lo has sabido. Basta verlos juntos: el niño tiene tu mismo caracter. ¿Acaso nesecitas un adn? Haslo si te plase. Pero no te va a decir nada distinto de lo que tu puedes descubrir con solo mirar los ojos de tu bebe.

Todavía estoy furiosa contigo por lo que me haz echo. ¡No lo meresia! Entenderas que me sienta traicionada. Siempre haces tu voluntad, a pesar de saber cuanto te nesesitamos el bebé y yo. Actuas como si no formaramos parte de tu vida, como si fueramos extraños, ¿puedes ser tan tonto?

En cuanto a nosotros quiero casarme contigo, ¿esta mal? ¿Que hay de malo en que el padre de mi hijo sea también mi marido? ¿Si te alejas de mí crees que Nicolás no va a reprochartelo el día de mañana?

Piensalo. Podemos viajar juntos, y vivir en California para siempre.

Tener un futuro. Uir de Buenos Aires. Empesar una nueva historia.

Piensalo. Nada nos ata a este lugar.

Piensalo, por favor.

Te ama

Tu Luciana. Hoy y siempre.

 

La muchacha releyó el párrafo una y otra vez, y puso la máquina a hibernar, satisfecha. Esa carta sería lo primero que iba a leer Javier al comenzar el día.

Y si conocía a su vecino, el primer paso de su venganza era seguro.

Todo lo demás iba a depender del bueno de Ramiro Ramos.

* * *

 

¿De verdad Ramiro Ramos se había vuelto bueno?

Marina colgó el receptor y tomó su bolso.

Su antiguo contendiente no sólo respondió su llamada, sino que la había tratado con toda la amabilidad posible, ¡como todo un caballero!

¿De verdad habría cambiado tanto? El Ramiro que conocía difícilmente hubiera podido aceptar que no se cumpliera su voluntad. Este, en cambio, no tuvo objeciones a la devolución del dinero de la finca. Por el contrario, se había mostrado amable y considerado. Y su sugerencia de encontrarse durante la noche, para evitar las habladurías de todos, le había parecido a Marina por demás sensata.

Abrió la puerta de calle y de inmediato recordó que no llevaba el cheque preparado para saldar la deuda. Fue a buscarlo, pero, al regresar, notó que sus zapatos estaban rotos. Subió a cambiárselos. Y ya casi iba a salir, cuando su gato Gregorio se cruzó en su camino, haciéndola trastabillar.

—¿Qué ocurre hoy? Parece como si todo estuviera en mi contra –se quejó la muchacha.

Una vez afuera le fue difícil enfrentar la intensidad del viento, inusual para esa altura del año. Caminó con cuidado de no chocarse con nadie, porque por mucho que observara a su alrededor, no podía quitarse esa incómoda sensación de estar siendo vigilada. ¿La seguiría alguien? Por las dudas desvió su ruta y se dirigió al río. Una vez allí esperó pacientemente. Pero no ocurrió nada. Eran ideas suyas. Estaba sola.

De nuevo se encaminó hacia la finca de los Ramos. Pero en vez de entrar al solar por el portón principal, prefirió una vieja abertura en el seto por la que solía escurrirse cuando era niña, para hacer alguna travesura.

Atravesó las sombras rumbo al ala norte de la edificación, y se trepó por la ventana del escritorio que estaba abierta. El dueño de casa no se sorprendió: sólo estaba allí, esperándola.

—¿No estás grandecita para estas cosas?

—Quedamos en que era mejor que nadie se enterara de esta visita, ¿no?

Aquel gigante recorrió con una mirada de deseo la figura menuda de su invitada. ¿Por qué era tan endemoniadamente hermosa? Claro que ahora se la veía más delgada y un tanto pálida. Pero, en contraste, sus pechos estaban más voluminosos y turgentes. Era como si la maternidad la hubiera convertido en una mujer completa, aún más apetecible.

—Escucha, Ramiro... Mi madre ha vuelto a casarse, y su marido desea criar caballos de polo en la finca. Su intención es no sólo reintegrarte el precio que pagaste por ella, sino también resarcirte por otros gastos. Este es el cheque que me envió. Espero que te parezca suficiente.

La muchacha le alargó un papel, y él aprovechó para acariciar su mano. Y bastó ese breve contacto para embriagarlo.

¿Sería capaz de poner en peligro al niño, sólo para satisfacer su necesidad de ella?

¿Sería capaz de drogarla?

Ramiro suspiró, antes de perder su mirada en los ceros del cheque que sostenía.

—Veo que a tu nuevo padre no le falta el dinero.

—No es mi “nuevo padre” Es sólo el marido de mi mamá.

—Y es rico.

—Así parece.

—¿Piensas irte a Inglaterra para vivir con ellos?

—¿Cuándo te mencioné que era inglés?

Ramiro le dio la espalda.

—¿Quién más, si no? De algún lado lo he sacado. ¿Vas a irte con ellos?

—¿Estás de acuerdo con la cifra?

—¿Piensas irte con ellos, Marina?

—Es probable.

No. No estaba dispuesto a perderla.

Claro que era capaz de drogarla. Y si eso afectaba su embarazo, ya se encargaría él de subsanar con dinero cualquier problema que pudiera tener el niño.

—¿Y, Ramiro? ¿Te parece bien la cantidad?

—Más que bien. Perfecta.

—Entonces tienes que firmar estos papeles que preparó el abogado de Mr. Harrison, y yo te entrego el cheque ya mismo.

—¿Por qué estás tan apurada? Antes podemos sentarnos y charlar un rato, como dos buenos amigos.

—Tú y yo nunca hemos sido amigos.

—Pero eso podría cambiar. Ya no existen diferencias de clase entre nosotros... ¿No puedes, aunque más no sea, sentarte mientras firmo?

De mala gana la muchacha aceptó.

Ramiro, en cambio, ocupó su lugar en el sillón de enfrente y la observó con devoción.

¿En verdad era capaz de poner en peligro al hijo de Marina, sólo para lograr ser parte de su vida?

—Así que ahora estás sola.

—Siempre lo estuve.

—No me dio esa impresión en Buenos Aires. Aquel tipo, tu vecino, parecía muy interesado en ti.

—¿Podemos hablar de otra cosa? No me siento cómoda...

—¿Piensan volver a encontrarse?

—Él no es un hombre libre. Yo estoy de más en su vida.

—Él es un idiota si cree que lo que sobra en su vida eres tú.

—Tiene un hijo, y no quiere lastimarlo.

—O no te quiere lo suficiente... Al menos no tanto como yo.

La muchacha se puso de pie.

—Esto ya es demasiado incómodo para mí.

—¿Nunca voy a tener una chance contigo, Marina?

—No.

Esa respuesta golpeó a Ramiro en la boca del estómago. De repente pudo sentir como todo su orgullo se desintegraba, dando paso a una furia ciega.

—¿Puedes firmar los papeles, por favor? –insistió la muchacha, sin imaginar lo que estaba ocurriendo en el interior de su anfitrión— Está lloviendo, y prefiero regresar a casa antes de que los caminos se aneguen.

Aquel gigante se puso de pie, cubriéndola con su sombra.

—Lo haré. Pero no sin antes brindar por tu regreso a casa.

—Gracias, prefiero no tomar nada. Últimamente tengo el estómago revuelto, y...

—¿Vas a rechazar mi regalo de cumpleaños y mi brindis? ¿Ni una copa puedes aceptar de mí?... ¿Acaso merezco tanto desprecio?

—No es por desprecio, es que...

—Te diré lo que haremos: voy a firmar esos papeles. Pero a cambio de mi gentileza pienso imponer una única condición: quiero que olvidemos estas diferencias que nos impuso la vida, y charlemos por un rato, como buenos amigos.

—Está por llover, y...

—Al menos hasta que te acabes la copa. ¿De acuerdo?

—¿Puedo oponerme?

—No, querida Marina... A partir de ahora estás en mi poder.

Sin ocultar su disgusto la muchacha le alargó los papeles. Para su sorpresa, él los firmó de inmediato. Luego Ramiro se dirigió hacia el bar que escondía una puerta del librero. Una vez allí tomó una copa, y cuidando que su invitada no lo viera, vertió en ella unos polvos. Luego descorchó el champagne que se enfriaba en un pequeño refrigerador, y la llenó.

—No tanto, por favor –se horrorizó la muchacha— No estoy acostumbrada, y temo que me de sueño...

—No te preocupes... Nada va a pasarte si estás a mi cuidado.

—Te advierto Ramiro que sólo voy a quedarme hasta finalizar la copa. Y no me culpes si me la tomo de un trago.

—Eres libre: puedes hacer lo que te plazca... ¿Sabes?, es bueno darse un gusto de tanto en tanto... –comentó, mientras le alargaba el champagne.

Con una sonrisa cruel en los labios, aquel galán de poca monta se dejó hipnotizar por el grácil movimiento del brazo de ella al llevarse el veneno a la boca.

La muchacha sorbió un trago, pero un grito fuerte le impidió continuar.

—¡No! ¡No tomes eso, Marina!

Enfurecido, Ramiro se apuró a buscar la fuente de tamaña interrupción, y no tardó demasiado en encontrarla.

—¡Darío! ¿Qué haces aquí? –se sorprendió la muchacha, al ver a su antiguo novio emergiendo de detrás del cortinado.

—¡No tomes eso, Marina! –insistió él— Vi cuando Ramiro le echaba algo a tu copa.

—¡Eso es ridículo! –intentó defenderse el dueño de casa.

—¡Eso es cierto, maldito!

—¿Estás borracho? ¿O acaso pretendes que Marina te vea como a su salvador, en lugar de horrorizarse porque la seguiste?

—¿Me estuviste siguiendo, Darío?

—Sí... Desde que llegaste al pueblo que no te pierdo pisada. ¡Pero lo de la copa es cierto!

—No le creas, Marina.

—Tómala tú, entonces –lo enfrentó el espía improvisado.

—Sí... Toma de mi copa, Ramiro...

—¡Por supuesto que no lo haré!... Es mi casa, y no tengo por qué probarle nada a nadie.

La muchacha lo observó, desencantada.

—¿De verdad querías dañarme?

—¡Claro que no! ¿Cómo puedes pensar que sería capaz de envenenarte? ¡Por supuesto que voy a tomar de esa copa! Dámela –ordenó, mientras se la arrebataba de las manos—. Después de todo...

No pudo decir más. Un ligero tropezón, y ya todo el champagne se había derramado por el suelo.

Pero Marina no era tan tonta.

—Entonces era cierto –le reprochó, enfurecida.

Ramiro no pudo evitar espantarse. Había algo en la fiereza de la mirada de esa muchachita estúpida que lo dejaba inerme. ¿Acaso no había sido sólo por esa forma altiva de enfrentarlo que la había dejado libre en el bosque esa noche maldita? Marina tenía un brillo en los ojos que le recordaba al de su propia madre cada vez que la decepcionaba. “Eres igual a él”, le decía entonces, sin ocultar el desprecio que sentía por todo lo que llevaba el sello de los Ramos.

Y ese era un desdén que le dolía hasta el fondo del alma.

* * *

 

—¡¿Cómo que la has dejado ir?! Te la sirvo en bandeja, ¿y tú la dejas ir?

Gloria colgó el teléfono con furia. ¡Ya ni en los malos se podía confiar!

¿Tendría que hacer todo ella misma?

—¿Por qué estás otra vez en mi casa, Gloria?

La voz grave de su vecino le hizo pegar un salto.

—Ay, Javiercito... Luciana me dejó usar el teléfono. Tenía que hacer una llamada urgente.

—¿Por qué no usaste el tuyo?

¿Y pagar por “larga distancia”? ¡Ni loca!

—Porque no funciona –mintió—. ¡No seas miserable, querido! Si tanto te preocupa una mísera llamada, te puedo dejar unas monedas junto al aparato... ¿Qué haces tan temprano en casa, Javier? Pensé que no ibas a regresar hasta la noche, como sueles hacer.

—¡Qué raro que Luciana no te haya contado nada!

—La muy idiota está peleada conmigo. ¿Qué cosa me tenía que contar?

—Acerca del viaje.

—¡¿Qué viaje?!

—En una semana estoy volando hacia los Estados Unidos. Ayer finalicé todos los trámites en el consulado.

—¿Tan rápido?

—Daniel tiene un amigo que pudo acelerar las cosas.

—¿Y viajas tú sólo, o se van a ir los tres?

—¿De verdad no lo sabes? ¡Qué extraño!... Creí que, como siempre, serías la primera en enterarte.

—¿Enterarme? ¿De qué?

—Mañana voy a casarme con Luciana para facilitar los trámites de su pasaporte.

Al escucharlo Gloria no pudo evitar que se le escapara una gran sonrisa.

¡Sí que su amiguita era una cerda! ¿Por qué habría ocultado tan buena nueva? De seguro por no darle el gusto.

—¿Y por qué todo tiene que ser tan rápido?

—Daniel tiene que cumplir con unos contratos, y cuanto antes empecemos...

Gloria resopló de pura satisfacción. ¡Finalmente las cosas salían a su gusto!

Al menos esa parte de su plan se estaba llevando a cabo correctamente: el verdadero padre del niño de su hermana salía de escena. Pero, ¿dónde iba a conseguir a otro dispuesto a hacerse cargo del muerto, es decir, del bebé de esa tonta?

* * *

 

—¡¿Estás loca?! No, ni lo sueñes... No puedo hacer algo así, Gloria... Sí, por supuesto que todavía te amo, pero... también la quiero mucho a Marina. No puedo ni pensar en lastimarla de esa forma...

Darío alejó el receptor, incapaz de soportar el chillido agudo del otro lado.

—¡Por supuesto que no me gusta que ese tipo se quede con ella! ¡Sí! ¡Estoy dispuesto a todo para separarlos, pero...!

Otra vez ese ruido molesto lo obligó a alejar el aparato.

—Claro que soy capaz de hacer cualquier cosa por ti... –y bajando de tono antes de continuar, agregó— Sabes que todavía te amo.

El pobre muchacho agachó la cabeza, como si esa realidad fuera un yugo difícil de soportar.

—Está bien... ¡Lo haré!... Pero sólo porque me lo pides tú.

Ana entró a la sala en el momento justo en que su pareja colgaba el auricular.

—¿Con quién estabas hablando, Darío?

—¡¿Qué?!–se enojó él de inmediato— ¡¿Ahora también vas a desconfiar del teléfono?! No te basta con tus celos absurdos hacia Marina, que ahora también piensas que paso las horas del día hablando con mis otras amantes...

—Jamás dije algo así –balbuceó la pobre muchacha, demudada—. Sólo pregunté...

—¡Ese es el problema! Te la pasas el día preguntando. ¡Estoy harto de tus preguntas!... ¡Estoy harto de ti!

Darío salió del cuarto dando un portazo.

Ana, en cambio, permaneció allí, inmóvil.

¿Qué le estaba ocurriendo al hombre amable y considerado que tanto amaba?

¿El que durante esos meses de convivencia la había tratado siempre con generosidad y simpatía?

¿Acaso la sombra de Marina podía hacerlo cambiar de esa manera, hasta convertirlo en un monstruo?

* * *

 

Resignada, Marina colgó el auricular. Ya era la tercera persona de buena voluntad que la llamaba para advertirle que Ramiro Ramos se había ido del pueblo. ¡Cómo si a ella le importara!

Intentó volver a la cama, pero de nuevo comenzó a sentir aquel extraño malestar. ¿Por qué no se había indispuesto ese mes? ¿Estaría enferma?

Sintió cómo la preocupación ganaba su estómago y trepaba por su garganta, y de inmediato corrió al baño para vomitar.

¿Acaso iba a morirse allí, sola?

No. Ninguna enfermedad provocaba sus nauseas. Era simple rabia. Descontento por estar alejada de Javier. Por saberlo en brazos de Luciana. ¡Qué injusta era la vida! ¿Por qué ella lo tenía todo, mientras que Marina estaba allí, vomitando sola en el cuarto de baño?

Unos golpes fuertes en la puerta principal la obligaron a incorporarse.

¿Quién podía ser, ahora que Ramiro ya no estaba?

Se enjuagó la boca con esmero y arregló su peinado antes de atender. Lo último que quería era que en el pueblo supieran de su malestar. Y es que en un lugar como ese una mujer no podía vomitar sin que la acusaran de estar embarazada. ¡Y eso sí que sería el colmo!

—¿Quién es? –preguntó.

—Ábreme, Marina... Ábreme pronto.

La joven se asomó por la ventana, y empalideció.

¿Estaría soñando? ¿De verdad era él?

¿Qué estaba haciendo allí, a esa hora?

Por las dudas se apuró a abrir antes de que alguien más lo viera.

—¡Ya es muy tarde!–le reprochó— ¿Acaso le ocurrió algo a Anita, o a su...?

No pudo terminar la frase.

Darío ya la estaba besando con pasión, sin darle tregua ni tiempo para oponerse. Con violencia la empujó hacia adentro, cerrando la puerta tras él.

Sí, ya era demasiado tarde.

* * *

 

—¡Hola, mamá!... Me encanta poder verte.

—Es gracioso esto de los ordenadores con cámaras de video. Mi marido se burla de mí, porque no dejo de maravillarme cada vez que nos comunicamos de esta manera.

—Sí, a mí también me resulta un tanto extraño. Gracias a Dios las niñas me han dado un curso intensivo de cómo usar este aparato.

—Por cierto, no veo las horas de conocerlas. Bueno, ya las he visto, pero me refiero a verlas de verdad...

—Te entiendo, mamá. No es necesario que te enredes... ¿Qué tal tu vida en el castillo?

—Harrison me reta porque insisto en continuar con mis tareas de siempre. Pero a mí me encanta el trabajo, y soy incapaz de quedarme mano sobre mano.

—¿Ya hicieron la famosa recepción para presentarte a sus amigos?

—La otra noche.

—¿Crees que les has caído bien?

—Me parece que soy muy vieja, demasiado morena y por demás argentina como para gustarles. Pero se nota que son buena gente. Dudo que mi molesta presencia los haga dejar a un lado a su buen amigo.

—¿Noto un cierto arrepentimiento en tu tono?

—¿Arrepentimiento?... ¿Por qué?

—Por intentar mezclar dos mundos tan distintos: el tuyo y el de tu esposo.

—¡No, querida! Deja que esos mundos se preocupen por las diferencias, que en tanto pueda despertar con Harrison a mi lado, yo voy a ser feliz.

—Me resulta tan extraño escucharte hablar así... Es decir, siempre supe que eras una romántica incurable. Pero nunca pensé que a tu edad...

—Claro que no es igual a tu edad que a la mía. Yo ahora puedo darme el lujo de disfrutar también otras cosas: la compañía, el tener a quien cuidar, alguien que me entienda... Pero no creas, el sexo sigue siendo igual de fabuloso que entonces.

—¡Mamá! –se espantó Lucero.

—Quizás no es tan frecuente, pero sí mucho más intenso y satisfactorio... A tu edad se tienen demasiadas preocupaciones: los niños, el dinero, la casa... A la mía, sólo una: robarle a la vida algunas horas de felicidad. ¿Sabes?, recuerdo que cuando te llevaba a la calesita del pueblo, aquel tiovivo ridículo que había montado el viejo Flores, ni bien te subías, sólo te preocupaba si te iba a pagar otro juego. ¡Siempre querías uno más!... A mis años no se piensa en la próxima vuelta, sólo disfrutamos la que nos toca... ¿Y tú, hijita? ¿Te estás dando permiso para disfrutar?

—¡Como nunca antes, mamá!... Amar a Francisco es muy intenso. Y compartir mi vida con las niñas, es lo que siempre soñé.

—Sí... Basta verte para notar tu felicidad... Marinita, en cambio... –Irene suspiró—. Marinita me preocupa.

—A mí también.

—¿Te pudiste comunicar con ella? Desde su regreso al pueblo que no me llama.

—A mí tampoco, mamá.

—¿Qué será de la vida de esa niña?... Puedes burlarte de mí si quieres, pero esta mañana me levanté con un mal presentimiento.

Desde el otro lado del mundo Lucero permanecía callada.

¡Si su madre supiera la historia completa!

* * *

 

A duras penas la muchacha logró zafar de esos brazos que la tenían prisionera.

—¡¿Qué te propones, Darío?!

—Nada... Pensé que...

—¡¿Pensaste?! Pues a mí me parece todo lo contrario. Da la impresión que nos has pensado en nada. ¡En nada!

—Quería cerciorarme...

—¿De qué?... Creí que eras feliz junto a Ana y su hija.

—¡Y lo soy!

—¿Entonces?

Su atacante se hizo a un lado, abatido. Otra vez tenía el gesto de un niño indefenso.

—Dime... –se animó a preguntar— Ahora que tienen dinero suficiente, ¿crees que Gloria va a volver al pueblo? Sé que en la Capital, y después de ese programa, nadie la quiere. Aquí se dice que por las calles de Buenos Aires la gente la insulta.

—¿Qué tiene que ver Gloria en todo este asunto? ¿Primero me das un beso, y luego me preguntas por Gloria? ¿Te has vuelto loco?

—No.

—¿Qué sientes por mí, Darío?

—Nada... De verdad, nada.

—¿Y por Ana?

—Ana es maravillosa. Y la niña... Amo a esa niña.

—¿Y por Gloria?

Darío agachó la cabeza, avergonzado.

—Eso es muy distinto.

—¡¿Todavía amas a Gloria?! ¡¿Después de lo que te hizo?!

—Es que a veces, por más esfuerzo que hagas, por mucho que te hayan lastimado, y por mejor que te vaya en la vida, simplemente no puedes dejar de amar. ¡Tú no lo entiendes!

Marina se estremeció. De nuevo tuvo una arcada.

¡Sí! Lo entendía perfectamente.

* * *

 

De nuevo tuvo una arcada, pero esta vez sintió que el vómito afloraba, imparable.

—¿Está bien, señorita?

—¿Tiene otra de estas bolsas de papel, por favor?

La asistente de vuelo la ayudó a incorporarse y la escoltó hasta el pequeño baño al final del pasillo.

—Estoy horriblemente avergonzada –se excusó Marina.

—Hágase un buche con esto. ¿Es su primer vuelo?

—Sí.

—No se preocupe. Suele pasar... Tome, con esto puede enjuagarse la boca... ¿Se siente mejor?

—Ahora sí... ¿Falta mucho?

—Ocho horas para nuestra primera escala. De allí hasta Londres el viaje es corto.

—¡Pobre tipo el que está sentado a mi lado!... ¡No tengo cara para volver a mi lugar!

—Trate de relajarse, señorita... ¿Viaja por turismo?

—No. Voy a casa de mi madre.

—De paseo, entonces.

—No. Pienso quedarme.

—Todos huimos de Argentina como si fuera el Titanic, ¿no?

—Ya no tengo nada que hacer allí...

—Pronto serviremos la cena. Será mejor que se esfuerce en comer algo. No hay estómago más revuelto que uno vacío.

—Dudo que...

—Hágame caso y se sentirá mejor... Vamos, permítame que la acompañe a su lugar.

La joven azafata la escoltó a lo largo del pasillo, pero Marina se sorprendió cuando no se detuvo.

—Disculpe... Creo que se equivoca: yo estoy cerca de la cola del avión...

—Vi un asiento libre más adelante. Allí las turbulencias se notan menos y se sentirá mejor.

—Muchas gracias.

Marina se dejó acompañar dócilmente. Entre las náuseas, el miedo, y la tristeza, ya estaba entregada a su destino.

—Siéntese aquí, junto a este caballero.

La joven se asustó al sentir sobre ella la mirada torva de su nuevo acompañante: era un hombre grande y desarreglado, que daba miedo.

—Este sitio está ocupado –gruñó el tipo de mala manera.

—No... Está libre –insistió la azafata.

—Está ocupado, y punto.

La dama se disculpó con Marina.

—Siempre hay gente así... Prefieren dormir más cómodos, antes que ayudar al prójimo...

—¡No se preocupe! Creo que ya me siento mejor. Puedo volver a mi lugar.

—A ver... ¡Este sí!... Este sitio está libre.

—Hay un bolso allí.

—Es del caballero que está sentado en ventanilla, pero parece buena gente.

Marina ocupó su lugar en el momento justo en que la señal para ajustarse el cinturón de seguridad se encendía.

—¿Va a estar bien? –insistió la asistente de vuelo con cordialidad.

—Seguro.

¿Seguro? No tanto: todavía sentía la cabeza en el aire.

Se estiró como pudo, pero su pie chocó con algo. Recogió un pequeño juguete del suelo y lo ubicó en el asiento de su acompañante. ¿Tendría un niño con él?

Por un segundo recordó la sonrisa de Nicolás, pero de inmediato trató de apartarlo de su mente.

Quizás por la debilidad o por la penumbra, luego de un rato una modorra dulce se apoderó de su cuerpo.

Recién entonces se permitió soñar con Javier. Con sus caricias. Con su música. ¿Dónde estaría ahora?

—Permiso, señorita... Ese es mi lugar.

Marina abrió los ojos de inmediato. Pero en vez de obedecer a su acompañante se quedó quieta, contemplándolo. Incapaz de efectuar un movimiento o articular una palabra.

Fue en cambio aquel hombre joven el que reaccionó, conmocionado.

—¡Marina!... ¡Eres tú!

—¡Javier!

Dominada por un torbellino de sentimientos, la muchacha sólo atinó a ponerse de pie para dejarlo pasar, como si se tratara de un extraño.

Él también actuó como una autómata, tomando su puesto.

Por un instante se quedaron sentados uno junto al otro, callados, tratando de entender. Sintiendo. Pero ya nada era como antes. Ahora había una extraña tensión entre los dos.

—¿Qué haces en un avión para Londres? –preguntó ella al fin, incapaz de soportar ese silencio incómodo.

—Quizás trabaje para la BBC, musicalizando series –contestó él, como si estuviera en una entrevista laboral.

—¿De verdad? ¡Es maravilloso! Ese siempre fue tu sueño –se entusiasmó Marina.

Su tono parecía sincero, pero no lo suficiente como para conmover a Javier, que le respondió con indiferencia.

—Es sólo una posibilidad... ¿Y Darío?

La pregunta sorprendió a la muchacha.

—En el pueblo, como siempre.

—Ah... Y de seguro tú viajas a Londres para visitar a tu madre...

—Sí... ¿Nico vino contigo?

—Está con Luciana.

—¿Dónde? –preguntó ella, mientras paseaba su mirada por el avión.

—En Buenos Aires. Ellos todavía no viajan.

—Pensé que... –llegó a decir, señalando el juguete.

—¿Esto? Lo compré en el aeropuerto para él.

Un silencio aún más incómodo se instaló entre ambos.

—¿Y cuándo piensan reunirse contigo?

Javier agachó la cabeza.

—Nunca...

La joven se conmocionó. Él, en cambio, continuó con la misma indiferencia, ahora acentuada por la tristeza.

—Creí que lo sabías... ¿Acaso Gloria no te dijo nada?

—No.

—Hace unos días murió mi padrastro y me dejó toda su fortuna.

—Creí que no ibas a aceptar nada de él –replicó la muchacha, confundida.

—¡Por supuesto que no! Doné todo a una institución dedicada a niños en situación de riesgo... Me cortaría una mano antes de tocar el dinero de ese hombre... Doné incluso lo que me había prestado para la operación de Nico, y que nunca llegué a devolverle.

—Hiciste lo correcto.

—Pues Luciana no lo consideró así. Nunca antes la había visto tan furiosa... Así que luego escribió esa carta.

—¿Qué carta?

—Daniel, mi amigo..., ¿lo recuerdas?... Él había dejado su laptop en mi casa. Tal parece que Luciana la vio y decidió sincerarse con él: le escribió una carta muy larga en que le confesaba que Nico era en verdad su hijo, y le pedía que los llevara con él a California. Luego puso la máquina a hibernar y esperó.

El corazón de Marina comenzó a latir con fuerza.

—¿De verdad tu amigo Daniel es el padre de Nico, o es otra de las mentiras de Luciana?

—Todavía no están los resultados del ADN, pero las fechas concuerdan. Al parecer primero había estado con él y luego conmigo. Y no se puede negar el parecido entre Dani y Nico.

—¿Por qué decir que era tuyo, si sabía que...?

—Porque por aquel entonces Daniel era un pobre miserable, mientras que yo tenía una carrera y un techo.

—¿Y ahora?

Javier ocultó una lágrima.

—Daniel se llevó a mi hijo. Bueno, también a Luciana, pero eso es un alivio... Prometió cuidarlo. Darle todo lo que él necesite. Y encargarse de su rehabilitación: tal parece que en California están los mejores centros para eso.

—¿No pudiste hacer algo para...?

—¿Para qué? Nicolás parece muy feliz a su lado... Y eso es lo importante, ¿no te parece? Dejar que los que amamos sean felices.

—¿Y tú?

—Yo me voy a Londres, a olvidarlo todo. A iniciar una nueva vida. Otra carrera.

Marina giró la cabeza en dirección opuesta. No quería que Javier se diera cuenta de que sus ojos se estaban llenando de lágrimas.

¿Por qué él se dirigía así a ella, como si fueran extraños? ¿Por qué no la había ido a buscar al saberse solo? ¿Por qué no la tomaba ahora entre sus brazos? ¿Por qué la lastimaba así con su indiferencia?

—¿Te ocurre algo, Marina? ¿Estás bien?

—Es sólo que... No estoy acostumbrada a este movimiento... Estaba sentada atrás y me descompuse... Pero ya se me pasará.

—¿Quieres que te vaya a buscar una medicina? ¿Que te consiga un poco de agua?

—No... Está bien –respondió ella, girando apenas la cabeza.

Y bastó ese movimiento mínimo para que Javier intuyera un brillo distinto en su mirada.

—¿Estás llorando? –preguntó, inquieto.

La muchacha no respondió.

—Ay, Marina... –suplicó— Por favor dime que no estás llorando por mí... Dime que lo que te conté te da lo mismo... Porque si no lo haces..., ¡ay!, si no lo haces, Marina, te juro que voy a olvidarme que eres una mujer casada, y...

La muchacha se sobresaltó.

—¡¿Casada?! ¿Quién te dijo que me casé?

—Lo averigüé solo... Dos días atrás fui a buscarte al pueblo. Darío, advertido por Gloria, salió a mi encuentro en la estación del tren. Y entonces me contó todo. Al principio no le creí. No quería creerle. Me parecía demasiado pronto para... ¡Pero no te juzgo! Sabía que entre ustedes... Es sólo que pensé... Y entonces, loco de rabia, lo seguí hasta tu finca y los vi. Con mis propios ojos los vi... Vi cómo te besaba con pasión... Y de inmediato supe que no tenía derecho a reclamar lo que nunca me había pertenecido...

Por toda respuesta la muchacha rompió en llanto.

—Marina... Por favor... No hagas que te acaricie, porque si lo hago… ya no voy a poder parar..., y tu marido...

—¿Mi marido? ¿Cómo quieres que me case con otro si sólo te amo a ti? –logró responder entre lágrimas.

Javier la observó, incrédulo.

—Pero Darío dijo...

—No sé por qué lo hizo, pero te mintió.

—Entonces tú...

—Soy libre.

Una repentina turbulencia arrancó un murmullo entre el pasaje.

Javier enjugó el rostro de la muchacha, acariciándolo con cuidado. Recorriendo ese delicado contorno que llevaba impreso en la piel de sus dedos. Disfrutando de la tibieza de sus lágrimas, que ahora eran de alegría.

Y como lo había anunciado ya no pudo parar más. Cada caricia invitaba a la siguiente. Primero fueron sus pómulos. Luego su cabello, sus hombros. Y entonces la cubrió con la pequeña manta que tenía junto a él para continuar adónde lo llevara su deseo, protegido de miradas indiscretas. Descubriendo con suavidad lo que le pertenecía, ahora sí, por derecho propio.

—¿Sabes, Marina? Vas a tener que aprovechar estas pocas horas de libertad. Porque ni bien lleguemos a suelo firme pienso secuestrarte... Y no voy a parar hasta que te cases conmigo... Quiero un hijo tuyo, Marina. Un hijo que lleve tu sonrisa encantadora y que nadie me pueda quitar.

—¿Un hijo?... Eso no se logra de un día para otro –replicó ella, divertida.

—Entonces, hasta que lo logremos, deberé resignarme a hacerte el amor cada noche... Empezando por esta.

Por un buen rato jugueteó con todo el encanto de su piel suave e invitante. Luego se tapó también él, y condujo la mano de la muchacha hasta su propia intimidad, para que supiera cuánto la había estado añorando.

Y recién entonces la besó. Fue un beso largo, pero no tanto como su anhelo.

Fue sólo el preludio de un amor que no se acabaría jamás.

Más allá, en la cabina, la azafata se sobresaltó.

—¡Oye!... ¿Esa no era la muchacha que se sentía mal?

—¿Ha vuelto a descomponerse? –se preocupó la otra.

—Pues a mí me parece que ahora está disfrutando del viaje.

—¡No te puedo creer que se esté besando con ese castaño espectacular!

—Y, por lo que indica mi experiencia, no tardarán mucho en unirse al club de las alturas.

—¡Qué envidia!... Y yo que no consigo a nadie que valga la pena... ¡¿Por qué para algunas será tan fácil?!