XI

Cuando Vic frenó el auto ante la tienda, observó que estaba llena de damas jóvenes y viejas. Elenita y Tassi elegantísimas vestidas, se multiplicaban ayudadas por tres lindas dependientas.

Vic miró la hora y se percató que debido a su impaciencia, había llegado antes de tiempo, así que se quedó sentado al volante algo lejos de la tienda, pero viendo todo el movimiento que había en su interior.

Fueron cuatro días horribles de soledad y añoranzas y menos mal que dos de aquellos días viajó a Alemania. Pero se dio cuenta precisamente en Berlín de lo mucho que él había cambiado. Cuando recibió a la azafata de guía no se le ocurrió llevarla a su hotel. Ni se le pasó por la mente. Y es que no la deseaba ni siquiera como un pasatiempo.

Su vida sentimental estaba en Tassi y al perderla supo lo que había significado tenerla. Como casi siempre ocurre. «No se sabe lo que algo vale hasta que se pierde».

Eso había vivido él. Una total vaciedad, un sobrevivir sin sentido.

Ed había estado visitando a su abuela, pero la dama no se expansionó en absoluto en cuanto a la conversación que habían sostenido. Su abuela Brau, cuando le apetecía se convertía en una tumba y algo de eso estaba ocurriendo.

Claro que tampoco importaba demasiado lo que se dijeran la abuela Brau y Ed. El asunto era de él y de Tassi y los terceros o los cuartos que se inmiscuyeran perdían el tiempo.

Estuvo más de media hora sentado al volante pensando y repasando su vida, su existencia anterior y su convivencia con Tassi.

La verdad es que siempre fue plácida y armoniosa, pero de un año acá, las cosas empezaron a torcerse para ambos. Quizás porque él hacía sus pinitos sexuales y luego le pesaba y se llamaba cerdo y tal vez porque Tassi intuía lo que él hacía por esos mundos, mientras ella era mujer fiel y amante de su hogar.

Había perdido demasiado por su mala cabeza, pero entendía que aún estaba a tiempo de recoger lo perdido si Tassi le amaba un poco. Sólo un poco.

De despertar las mismas pasiones y las mismas intimidades, ya se encargaría él y, por supuesto, to que nunca le quitaría sería situarse detrás de aquel mostrador, en eso como en otras muchas cosas tenía razón Ed. Tassi en aquella tienda se realizaba como persona y puesto que él viajaba con frecuencia y los hijos iban creciendo, ¿iba Tassi a convertirse para el resto de su vida en un ama de casa sin tener demasiado que hacer?

No.

Eso lo tenía él muy claro. Pero sí que también tenía el que ellos podían ser pareja enamorada y compenetrada aun dedicado cada cual a su labor, porque el encuentro en el hogar tendría si cabe mayor valoración.

A las seis y media descendió del auto y cruzó la calle.

En la tienda seguía el barullo, pero menos y él se quedó erguido en la puerta principal.

Tassi al verlo, se apresuró a gritarle:

—Vete al auto, en un cuarto de hora estoy contigo.

Vic giró y en efecto, media hora después (no un cuarto de hora como dijera) apareció vestida con pantalón blanco, sandalias de tiritas, camisa amarilla y un blaiser haciendo juego con el pantalón sin forro.

Gentil, con un bolso de paja colgando al hombro, la melena suelta y sonriente subió al vehículo antes de que Vic descendiera.

—Tenemos cien kilómetros por autopista —decía—, de modo que podemos hacerlos en menos de una hora —y añadía al tiempo de encender un cigarrillo—. No se puede fumar en la tienda y estuvo llena todo el día, de modo que pasar un rato en la trastienda para fumar, es abandonar el negocio —y tras una breve pausa, cuando ya el auto se alejaba y ella expelía con deleite una gran bocanada de humo—. Estuve hablando con Tony ayer noche. ¿Te llamó a ti?

—No. Llegué de Berlín a las diez y me fui directamente a casa de la abuela. No me dijo que Tony hubiese llamado.

—Bueno, si él no me llama suelo hacerlo yo a diario desde la tienda o desde el piso. Le dije que íbamos los dos a verles y que haríamos noche allí. Le pregunté si había donde acomodarse y me dijo que cerca del campamento hay una especie de parador, así que reservé dos alcobas.

—Muy previsora.

—No vamos a andar en la noche buscando donde dormir. Además Tony y su campamento se retiran temprano. Esta tarde podremos estar con ellos dos horas si llegamos bien y mañana todo el día. Así que podemos regresar en la noche de mañana.

—¿Se sienten felices en el campamento?

—Mucho. No tienen mar, pero sí río y piscinas en los recintos de los albergues. Son muchos y están muy felices. —Lo que me pregunto es qué sucederá cuando regresen dentro de poco menos de dos meses. Con una extraña casa todo el día, se sentirán desplazados.

—También pueden ir a la tienda conmigo y de paso salir con el abuelo que vive no lejos de la tienda.

—O sea, que no estás de acuerdo que vivan un tiempo, hasta la iniciación de las clases, con mi abuela.

—Hemos acordado… No sé por qué ahora cambias de parecer.

—No cambio —rotundo—. Hago sugerencias.

* * *

Fue en la noche después de comer juntos en el parador donde tenían reservas en la misma planta y puerta con puerta.

Habían estado con sus hijos y los chicos los miraban inquisidores, como preguntándose qué tipo de relaciones tenían sus padres. Después que en el campamento tocaran a retirada ellos se fueron hacia el parador.

Había muchos veraneantes que se notaban turistas extranjeros. El parador no era grande pero sí lindo y bien decorado y una terraza enorme servía de plácida distensión a los clientes, seguido de una anchísima piscina que en aquellos momentos, y ya anochecía, seguía llena.

Ellos no se bañaron, porque además de no haber llevado equipo para tal fin, tampoco les apetecía. Comieron en el comedor rodeado de ventanales y luces que afluían de las enormes terrazas y a los postres Vic abordó el asunto.

—Los chicos están bien, pero les noté inquietos. Como temerosos de vernos pelear.

—Es que era el hábito de los últimos tiempos.

—Me gustaría hablar de aquella noche que te fuiste del cuarto conyugal.

No, eso no.

Tassi meneó la cabeza.

Olía bien. La colonia que él empezó a regalarle siendo novios, la que ella siguió usando después, y la que por lo visto no había abandonado ahora.

Era una colonia fresca, femenina, sin esa carga que suelen usar algunas mujeres. Tassi realmente fue creciendo junto a él y haciéndose mujer después de casada y a la sazón era una mujer completa, atractiva al máximo, femenina a más no poder, atrayente en todos los sentidos.

—Eso no, Vic. Ya quedó aclarado que exageraste.

—Admites que mentí por el genio que me entró.

—Eso sí.

—¿Y por qué entonces has querido el divorcio?

—¿Hemos de hablar de eso?

—Estamos de sobremesa y casi solos, porque por lo visto los turistas o han comido ya o no tienen prisa. Aquí también, ambos solos, estamos distendidos y mejor aflorar los pecados y las virtudes. Supongo que ambos tendremos de todo un poco. No va a ser todo negativo en los dos.

—No fue por eso —confesó ella todo lo serena que pudo y no podía demasiado aunque Vic lo ignorara—. Había mil cosas más que dolían como puñaladas. Por ejemplo, después de hallarte ausente dos semanas y un mes llegabas desganado. Como si te importara un rábano verme. Eso en una mujer joven e interesada por su marido, es como si le arrancaran algo vivo del cuerpo y además le da una dimensión de las claras infidelidades del compañero.

—¿Al principio de casarnos eso no ocurría, Tassi?

Ella meneó la cabeza.

—Ni en muchos años. Pero de un año para acá debiste pensar que todo el monte era orégano. Y no es así. Si la esposa es fiel, y yo jamás, esté en el ambiente que esté, no veo infiel, debo exigir y lógicamente exige que el marido la imite y se aguante hasta volver a casa. Pero por lo visto para ti ese método ya no era válido.

—Reconozco que alguna vez —confesó Vic sincero— te lo fui. Azafatas, amigas de mis jefes, situaciones que se planteaban sin buscarlas… Pero no era amor, Tassi, eran pasatiempos, situaciones que luego pesaban como planchas de tonelaje insoportable.

—Después de haber vivido una aventura, más o menos trascendente ya se sabe que el hombre siempre asegura que no era nada. Me pregunto qué ocurriría si yo me lanzara a fiestas y reuniones y saliera en yates con amigos.

—Eso sería adulterio.

—Lógico. Y lo tuyo no.

—Lo mío…

—Vic, ¿lo dejamos así? Estoy cansada. Me pasé el día de pie y en el auto después crispada por la velocidad. Prefiero irme a dormir.

Vic se levantó tras firmar la factura que le presentaban.

Ya Tassi caminaba. delante de él con el blaiser bajo el brazo y el bolso de bandolera medio colgando.

Las reservas las tenían el la primera planta y se fueron escalera arriba a pie.

—Tassi, mandé que subieran una botella de champán a mi cuarto.

Tassi lo miró sólo como si lo atisbara por el rabillo del ojo.

—¿Qué vas a celebrar, Vic?

—Algo que quisiera decirte.

—¿A mí? —y parecía muy asombrada.

Llegaban a la planta y caminaban despacio y por la moqueta granate.

—A ti, Tassi. ¿Quieres pasar a mi alcoba?

No.

Tassi no quería exponerse, hacerse ilusiones y quedar todo, como se dice vulgarmente, en agua de borrajas.

—Bébela tú en mi nombre, Vic.

De eso nada.

Vic la sujetó por el brazo mientras abría la puerta.

—Entra, después si quieres te vas.

La empujaba ya.

No con violencia, pero a enérgico.

Tassi le conocía demasiado para ignorar qué quería de ella.

¡Si fueran dos recién conocidos!

Pero fueron esposos felices durante seis años y otro más peleándose y parecía que soportándose.

—Vic, te digo…

—Me lo dices después.

¡Y zas!, cerró la puerta.