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Lo primero que vio Vic fue a Ed etiquetado conversando con un caballero tan elegante como él. Los saludó y Ed le dijo.

—Tassi anda por ahí multiplicándose.

No la vio en seguida. Había demasiada gente y él no la conocía toda. Por el porte, las joyas, los trajes, se percató de que la crisis para aquella gente no existía. El solía tomar el aperitivo en Puente Romano cuando se hallaba en Marbella y alguna cara le era conocida, a otras los conocía por sus negocios. Así que saludó aquí y allí y se decidió a buscar a Tassi.

Y el caso es que casi la tenía delante y no la reconocía.

Elegantísima dentro de un traje negro escotado, sin una sola joya, lo cual la hacía más distinguida. El rubio pelo, el azul de los ojos y la morenura de la cara le bastaban para diferenciarla positivamente de las demás.

El jamás la vio vestida así y no pudo por menos de evo car sus coletas rubias, sus calcetines y sus zapatos de charol y la enorme pureza e ingenuidad de aquella chiquilla que le enamoró. Además, Tassi era vehemente y apasionada. Con ella un hombre no podía aburrirse jamás, ni sentirse monótono, ni rutinario.

¿Cómo fue entonces que apareció entre ellos el fantasma de la monotonía?

—Hola, Tassi —saludó.

Ella que hablaba con un señor joven y muy apuesto, giró en redondo.

—Perdona, Carlos. Luego te veré.

Y miró a Vic de frente.

—Has venido. ¿Qué te parece? Ven, si quieres conocer toda la tienda con sus accesorios te la enseño con mucho gusto.

La cena era fría y varios camareros vestidos con pantalón negro y chaquetas blancas sostenían bandejas con vinos y canapés.

Los invitados formaban grupos o iban de un lado a otro buscando compañía.

El se fue detrás de Tassi sin dejar de mirarla algo atontado.

¿Cómo pudo él cambiarla nunca?

Juegos de hombre desocupado.

Entretenimientos pueriles. Vanidad de macho estúpido.

—Mira, ésta será la tienda —fe decía Tassi mostrándole una preciosa tienda de ropa femenina—. Hemos traído de París y Londres verdaderos modelos. Ya tenemos un montón de amigos y hemos vendido, sin escaparate, más de la mitad de la mercando Elenita se vale sola para eso. Es un lince.

—¿Y qué tal las cosas con su marido?

Tassi lanzó una mirada escrutadora sobre él.

— ¡Bah!, Gerardo y ella viven muy a la americana. Se entienden bien y se aceptan como son.

—Con escasos escrúpulos, pues por ahí se dice que Elenita tiene sus amigos y Gerardo sus amigas.

—Yo no me inmiscuyo en la vida íntima de nadie. Mira —añadía sin transición—, éstos son los probadores y el despacho y los almacenes los tenemos detrás de esa mampara. No me digas que no ha quedado divina.

—Has dejado a tu padre en la miseria, supongo.

—Bueno, tampoco es para tanto. Espero devolvérselo todo antes de dos años.

Se oía el barullo de los invitados, pero en la tienda estaban ellos solos.

Vic dijo como al descuido.

—El sábado voy al campamento a ver a los chicos. Me iré en la tarde.

—Ah, muy bien.

—Tú… ¿no vas a ir?

—Si, pero esta semana no estoy segura porque tengo averiado el auto y no me lo darán hasta el martes. Estos días estoy usando el de papá, pero papá los sábados y domingos suele irse con amigos a un pueblo de la costa.

Vic no pensaba decirlo, pero lo cierto es que se encontró haciéndolo.

—Si te parece vamos juntos. Te puedo recoger aquí mismo cuando cierres.

Tassi no le miraba. Andaba de un lado a otro poniendo cosas en orden. Cosas que según pensaba ella misma ya estaban en orden.

—Bueno, no está mal. Les daremos una alegría a los chicos —y sin transición—. Nos vamos a la fiesta.

Y ya caminaba delante de él.

Al rato Vic se vio envuelto en la multitud de invitados sin Tassi.

Tan pronto la veía de lejos conversando con un grupo, como sola buscando algo.

El se quedó tomando una copa recostado en una columna.

Elenita se deshacía entre los amigos, y Gerardo a su vez conversaba con otros.

—El éxito está asegurado —dijo una voz tras él.

Una voz conocida y por cierto, muy apreciada.

Se volvió apenas y vio a Ed.

—No esperaba encontrarte aquí, Vic.

—Me invitaron.

—Ya. ¿Cómo anda eso, Vic? Todos los días me prometo ir a ver a tu abuela, pero por una cosa o por otra, lo voy dejando. Ya sé que vives con ella. ¿Es todo esto serio, Vic?

—No sé a qué te refieres.

—A que dentro de un año… el divorcio.

—No voy a dar gritos por ello. Ed, ¿de qué me servirían? Mejor es que las cosas marchen por cauces civilizados. No me gusta nada ser un machista o un luchador por causas perdidas.

—Es una lástima —decía Ed con lentitud fumando de su habano—. El negocio me parece una buena idea. Dina más, una excelente idea. Tassi ganará dinero, se sentirá más realizada y se convertirá en una mujer de negocios. Los chicos crecen, y cada día la necesitan menos. Tú viajas mucho y no paras nada en casa. Una mujer de veintisiete años está casi naciendo y lógico que se sienta necesaria. En el negocio se sentirá. Pero eso no tiene nada que ver con lo otro —hizo una pausa que Vic no interrumpió y añadió—. Lo peor de todo es el desastre de vuestro matrimonio. Siete años conviviendo con dos hijos preciosos y por un quítame allá esas pajas roto. ¿Por qué, Vic?

Todos revoloteaban en torno. Los invitados armaban un barullo tremendo, pero Ed y Vic en aquel rincón se sentían solos.

—¿Te dijo Tassi que llevábamos dos meses durmiendo separados y mudos en la convivencia?

—También me dijo que no ibas por casa en toda la semana.

—Con lo cual pensarías tú que otra mujer rondaba por mi cabeza.

—No —dijo él rotundo—. Te considero lo bastante hombre como para responsabilizarte de algo así. Si la tuvieras lo dirías y serías tú quien pidiera el divorcio. Lo peor que puede tener un ser humano es el engaño y se me antoja que tú no eres de ésos. Lo que sí creo es que cuando viajas tiras cañitas al aire.

Vic enrojeció.

—Una forma como otra cualquiera de desatar mi vanidad masculina, pero nunca deseoso de oponer algo diferente a Tassi.

—Pero una mujer, sobre todo esposa que lleva conviviendo diez años con un hombre sabe intuir cuándo ése le engaña.

—Eso dice mi abuela.

—¡Vaya!

—¿Por qué te asombra?

—Pensé que la abuela Brau te daría la razón.

—Sabes perfectamente que mi abuela da la razón a quien la tiene. Dime —sin transición—, ¿te dijo Tassi por qué se fue de nuestro cuarto conyugal?

—Eso no, no fui capaz de sacárselo.

—Pues te lo diré yo añadiendo que riñendo se me ocurrió gritarle que me había casado con ella por to del embarazo. Y que de no ser por eso, jamás me habría casado.

—Eso es ser borrico, Vic.

—¿Lo estás tomando a broma?

—Lo estoy tomando como es y te diré que pudiste convencer a Tassi, pero no a mí. Te casaste enamorado, tan enamorado que lo veía un ciego y si hubo padre feliz cuando nació Tony a los pocos meses, ése eras tú. Pero Tassi entonces era demasiado joven y no pensaba. Pero hoy piensa y por eso te llamo borrico. Eso no se le puede decir jamás a una mujer.

—Tassi dijo al proponerme el divorcio que me dejaba sin amor.

—¡Vaya, vaya!

—¿Te estás riendo?

—Es que me saludan de lejos, Vic. Luego te veré.

Pero no le vio o si le vio fue de lejos y enfrascado en una larga conversación con un invitado.

* * *

Se bailó por sevillanas, se recitaron poesías, se cantó a dúo y se bailó al estilo «carroza». De madrugada todos estaban rendidos y fueron desfilando.

A Ed no volvió a verlo porque le pareció que se iba con un invitado. Elenita también se fue con un grupo de amigos entre los cuales no iba su marido y al rato, casi sin moverse de la columna observó que se iba Gerardo con un grupo de amigas.

Quedaba muy poco y dos camareros recogían todo el desbarajuste. La orquesta se retiraba y Tassi andaba por allí dando órdenes.

Fue cuando él se le acercó mirando la hora en su reloj de pulsera.

—Tassi, son las cinco y tu padre se fue. Te puedo Llevar yo a Marbella.

—Si pensé que ya te habías ido hace rato.

—Pues sigo aquí.

—Entonces te agradezco que me lleves. En seguida termino porque se quedan aquí recogiendo los camareros y las limpiadoras. No abrimos mañana —añadía—. Es decir, hoy. Lo haremos mañana a las diez en punto.

Vic abstraído la vio dar órdenes y después ya estaba a su lado.

—Podemos irnos, Vic —dijo—. La fiesta ha sido un éxito pero lo han puesto todo perdido. Lo dejarán impecable para las nueve. De todos modos no abriremos. Elenita y yo acordamos que lo haríamos mañana.

Ya en el auto Vic conducía yendo ella a su lado.

—Entonces el sábado hacia las siete te vengo a buscar.

—Si quieres un poco antes —respondía Tassi bostezando—, pues Elenita se quedará en la tienda.

—¿Y cuando los niños regresen del campamento, que harás con ellos?

—Ya tengo una empleada de hogar muy recomendada. Los atenderá cuando yo no esté.

—Viajarás mucho, claro.

—No tanto. Eso le gusta a Elenita más que a mí. Yo soy algo sedentaria y si bien me gusta vender, no creo que tanto me agrade subir al avión y recorrer los almacenes o las fábricas de los proveedores. Ya lo decidiré después.

El auto entraba ya en Marbella y se dirigía a la urbanización.

Vic frenó el auto ante el mismo portal.

—Espera, que yo me bajo a abrir —dijo.

Pero ya estaban ambos fuera del auto, de pie ante la puerta del portal cerrado.

Mientras abría, decía Vic.

—Me he quedado con las llaves. Entretanto no legalicemos nuestra situación, supongo que no te importará.

—En absoluto.

—Bueno, pues hasta el sábado.

Y de súbito cuando ya iba a entrar.

—Oye.

—¿Sí?

—Digo yo que… bueno… aún somos marido y mujer. No tendría nada de particular que pasáramos unas horas juntos. Bueno, digo yo que… entre amigos que son esposos aún y además hace mucho tiempo que…

—Vic, ¿qué te pasa? Titubeas y tartamudeas para decirme que te gustaría acostarte conmigo.

—Pues sí.

—Pues no.

—O sea, que a ti no te apetece.

—Es que estamos en situación de prueba y no me parece normal romper las reglas establecidas.

—Te diré…

—¿Por qué no te callas, Vic?

Lo hizo.

Pero la asió por el codo.

Fue más rápido que ella.

La besó en plena boca.

Y además como antes, como cuando no vivían aún una rutina.

Tassi se estremeció separándose con premura pero sin violencia.

—Te has convertido en un sentimental, Vic.

—¿Y tú qué?

—Yo no quiero que esto se repita.

Pero Vic subiendo al auto huraño y mohíno supo que se repetiría y más.

Sintió el portal cerrarse y de mala gana puso el auto en marcha.

Amaba a Tassi y lo peor es que con aquella forzosa separación, el amor había vuelto al pasado. Era el de antes, ilusionado y vivo.

¿Decírselo así a Tassi?

Puede que lo hiciera y que Tassi decidiera al fin y de cara a cara el futuro.

La forzaría a ella. No sabía qué día, ni en qué momento, pero la forzaría.