IV

Vic no dio un salto, sino todo lo contrario. Se sentó como si se aplastara en un sillón enfrente de su abuela.

—La amo —dijo rotundo—. La quiero muchísimo.

—Alto, Vic. Una cosa es querer y otra es amar. Querer se quiere cuando se deja de ser joven y has vivido el amor, dejando tras de sí un firme raíz que no se seca nunca. Amar es desear, es atraer, es gozar de ese amor. Y los dos sois muy jóvenes para que el amor se haya disipado.

—Tassi es la madre de mis hijos y mi compañera —se defendió—. Unas veces la deseo y otras la admiro y siempre la quiero.

—Pero a vuestra edad sostener un matrimonio o una convivencia con tan pocas fuerzas no es lógico. Aunque lógico sería que eso me lo dijeras a los sesenta años.

—Te olvidas que llevamos siete conviviendo.

—¿Y te parece mucho?

—Abuela, ya veo que cuantos argumentos esgrima, has de atacarme.

—Me pregunto si por esos mundos no hallarás tú entretenimientos y luego faltes a tus deberes de hombre como tal y como esposo. Has de saber que una mujer enamorada tiene una intuición especial para eso, máxime pasando semanas separadas. Si tú no tuvieras entretenimientos fuera, seguro que regresabas ansioso de encontrar a tu pareja, más que a la esposa y a la madre de tus hijos.

Vic se levantó.

Su abuela, por los años, podría ser un ser inmovilista.

Pero desconcertantemente era todo lo contrario.

Por lo visto la vida que existía lejos de aquellas paredes o traspasaba las paredes o entraba por la puerta.

—Alguna vez tengo un breve lío de horas o de una noche —confesó al fin—, con una azafata de congreso, pero es tan pasajero que una vez vivido lo olvido.

—De acuerdo, pero no te deja bríos para cumplir amorosa o apasionadamente con tu mujer. Tú vienes cansado, nervioso de tus viajes. Tassi está harta de pelear con los hijos y su soledad. Si os compenetrarais, eso no ocurriría porque el solo hecho de veros después de días de ausencia, os sentaría como un sedante, pero lógicamente tú vienes cansado de vivir tu propia vida, y eso con el amasijo de marido y compañero forma un bloque poco claro. O nada claro, diría yo.

—¡Abuela!

—Ya tienes las razones de tu desquiciamiento y del de Tassi. No esperarás que Tassi te acepte tal cual regresas. Cansado, maltrecho, y enojado. Si lo analizas ella tiene sobrados motivos para estar igual y lo que espera evidentemente es tu regreso para resarcirse del papel que voluntariamente asumió. Pero una cosa es el papel que se asume y otra muy distinta el que se vive y si nadie valora sus sacrificios dirá adiós y con razón a esos sacrificios.

Vic empezaba a pensar si su abuela no tendría razón.

Y quizás no porque la tuviera, sino porque él sin su casa no vivía.

Se quiso hacer el valiente y se hizo, pero la debilidad del hogar, la esposa y los hijos vivían en él.

—No diré más —añadía la abuela observando que casi dominaba a Vic—. Sigo pensando que si la nombraras tu secretaria, el hecho de tener en común muchas más cosas, os uniría del todo. Por otra parte donde ella no llegue, le enseñas tú y de ese modo podréis salvar una convivencia que está tambaleante. Además y perdona que me inmiscuya en tus cosas, esos juegos esporádicos pueden dominar tus sentimientos.

—Dejar mi hogar definitivamente, jamás.

—Bueno, pero tienes que pensar que no sólo depende de ti. Tassi tiene voz y voto en este dilema.

—Tassi guarda un silencio y una distancia insoportable.

—Ya te he dicho que la mujer tiene intuición especial, máxime llevando años casada con su compañero. Lo que tú te callas, ella lo adivina.

—Abuela, son nubes de verano.

—Pero existen, luego pueden un día convertirse en nubarrones y torrentes de agua y aparato eléctrico.

—Mi vida no es una metáfora, abuela.

—Ya, ya. Es por el contrario, una realidad con puntos y comas. Pero si la dejas escapar en metáfora, seguro que será tarde cuando la quieras hacer realidad.

—Me estás pidiendo que vuelva a casa.

—Ni más ni menos y que rompas ese silencio agobiante que es final casi siempre de una relación emotiva y convincente.

—Pero debo contar con Tassi.

—Naturalmente, hijo. Todo depende del grado de persuasión que tengas y del amor que sientas. Pero si tú mismo dices que de divorcio nada ¿has pensado que quizás Tassi opine todo lo contrario?

A su pesar Vic se estremeció.

—Me iré. Debo pasar por la oficina, tengo una comida de negocios y antes deseo ver a mis hijos.

—Ese es otro problema.

—¿Otro? ¿En qué sentido?

* * *

La dama, que sabía más por vieja que por sabia, no respondió en seguida, con lo cual el nieto quedó algo tenso esperando su alegación.

—Cuando los padres no conviven, o conviven con problemas, nadie más intuitivo que los hijos para captarlo. Y si además no ven al padre en casa y sí en el colegio donde los visita como medio protocolario o digamos como deber impuesto, se crea en los hijos un complejo que si bien ellos ignoran va minando y se convierte en adultos en un resentimiento o se aclaran los dilemas aflorándolos todos o ese método nefasto para la futura personalidad de los hijos.

Vic asombradísimo no pudo por menos de comentar.

—Si no los has tenido ¿cómo lo sabes?

—Toda mujer es madre en potencia, Vic. ¿No lo sabías?

—Diablos, abuela, me estás metiendo miedo.

—Pues procura que no te lo metan a ti. Y seria lamentable que por evitar el diálogo que casi siempre es el mejor método para aclarar cuestiones, te encontraras con el vacío más absoluto.

—¡Abuela!

—Mira, Vic, yo tuve una vida apacible sin hijos. Mi marido me quiso y me amó siempre y cuando apareciste tú te educamos a nuestra manera. No pensamos ni él ni yo que eras nuestro nieto, sino que al ver que no tenías a nadie, te teníamos nosotros a ti y tú a nosotros. Aprendimos mucho contigo y volcamos nuestra hambre de maternidad en tu ser y educación. El día que me faltó el marido me nutrí de recuerdos y sin sensiblerías te digo que me sirvieron de tanto que supusieron el compendio absoluto de mi vida. Mi vida futura en soledad, que fue, dígase así, una soledad muy relativa, porque si bien físicamente me sentía sola, sin resentimiento, ni trágicas detonaciones, enriquecí mi vida de recuerdos y fueron gratos unos, y menos gratos otros. Pero siempre positivos. En el vacío, en la soledad y la reflexión compendie mi vida. Lamentaría que tú no pudieras hacer igual. Y además tienes hijos. Que no te juzguen dañando a su madre, porque entonces tarde o temprano te convertirás en un remiendo y eso sin que Tassi vaya sobre ti o sobre ellos explicándoles la realidad. Hay realidades vivas que cada cual acomoda a su manera. Pero hay dos maneras de acomodar. La del niño que ve y no entiende y la del adulto. Ese hijo que por razón normal se convierta en hombre, que analiza desde sus cimientos y no perdona, ¿sabes? Perdona una madre to do y un padre casi tanto, pero el hijo menos. Y si bien hoy te juzgan dos niños, mañana te juzgarán de forma distinta y eso sí que será lamentable para ti porque mientras ellos son hijos y al fin y al cabo algún día les resbale todo, tú serás padre y no te resbalará absolutamente nada.

—Es decir —protestó Vic—, que debo ser buenecito, santo y virtuoso para merecer el parabién de mis hijos.

—No, Vic, no extrememos las cosas. Pero no te olvides que los hijos son implacables para juzgar, mientras los padres son benévolos en el mismo sentido. Y eso duele. No hoy, ni mañana, ni pasado. Pero la vida con ser larga y a veces parecer interminable, en la realidad es corta y breve. Y se llega a la vejez sin darse cuenta. Los hijos, esos tuyos y los de todo padre, llegan pronto a serlo ellos. Y aprenden en ese andar de cada día en todas las vivencias, lo que han dejado atrás que un día recopilan, analizan y juzgan.

—Me estás dejando renegado, abuela.

—Te estoy diciendo sin decirte claro lo que es la vida. Edad tienes para saberlo. Si no quieres saberlo será peor para ti. Pero si decides vivir tu vida, por favor, sé franco, afronta la realidad. Si ya no amas a Tassi, por favor, díselo. Asume esa responsabilidad. Sé franco aunque dañes, porque dañarás menos siempre que tu propia mentira.

Vic se inclinó hacia ella.

—Abuela, yo amo a Tassi.

—De acuerdo, pues vuelve a ella, habla, rompe ese pernicioso silencio. Sé franco con ella y contigo mismo. Que de nada sirve ocultar verdades, ante todo y sobre todo ten comunicación con tu mujer. Te diré más, no concibo a Tassi dejando la alcoba matrimonial sin una causa. No me la digas, pero sin lugar a dudas fue dura. Tassi es mujer firme, sensitiva y sensible. No es un títere. Es un ser humano y palpita y siente y seguro que está capacitada para afrontar la realidad de tu sinceridad. Si a veces has llegado cansado a casa por haber vivido ese amor fácil y liviano con otras mujeres cuéntaselo. Le sentará mal pero entenderá al fin y al cabo.

—¿Entender? ¿Dices que hable de mis esporádicas aventuras sexuales?

—Yo lo haría.

—¡Abuela!

—No me mires así, Vic. No soy ninguna estúpida. Unos más, otros menos, todos hemos sentido y vivido. Unas veces mejor, otras peor, pero nada se puede comparar a la sinceridad.

Vic miró la hora.

De nada le servía la abuela.

Era demasiado realista. Demasiado dura para juzgarlo todo.

Tan anciana ya y tan actual para afrontar la vida y entenderla.

¿Qué podía hacer él?

Volver. Sí, volver al redil.

Dialogar.

Clarificar con Tassi su situación actual.

Una cosa era cómo vivía en Marbella de hotel y otra perder su hogar, sus hijos y su mujer.

No soportaba esa idea.

Por tanto se imponía volver.

—Vic, si lo que te he dicho no sirve de nada, piensa que no me has oído.

—Pero te he oído.

—¿Y bien?

—No entiendo que sepas tanto de la vida actual.

—Mira.

Y señalaba un montón de revistas populares.

—De ahí —dijo—, sean verdades o mentiras no queda todo dicho, dime tú dónde se dice. Eso se vende y se compra y nos refleja un estatus social que existe. No voy ahora a remilgarme. No sería propio de mi mentalidad renovada. No la renuevo por mí, Vic, se me obliga a renovarla a través de to que leo y que son vivencias actuales, mejores o peores, pensemos que igual con carismas distintos.

—¿Qué debo decirte, abuela?

—No sé. Yo si sabría.

—¿Qué?

—Vivir y buscar la comunicación con mi pareja y la paternidad más absoluta. Todo lo demás sí que es demagogia.

La besó.

Y lo hizo con ternura viva.

—Iré hoy a mi casa, abuela.

La dama no dijo nada.

Pensaba en Vic, sincero a medias, padre ante todo, marido siempre, pero pareja menos. Y ella entendía que si era esposo tendría que ser pareja.

Padre y todo to demás que conllevaba su situación.

Al quedarse sola se preguntó si de alguna manera había convencido a Vicente.

Suponía que a medias.

Pero del todo no esperaba ella convencer a nadie.

Una cosa era el matrimonio, otra ser padre y pareja al mismo tiempo.

Y según ella entendía si no se era todo a la vez algo fallaba.

Y en aquella unión sin duda fallaba Vic.

No concebía a Tassi engañando a Vic.

El que faltaba a sus deberes era su nieto.

Le dolía.

Y le dolía más porque conocía a Tassi.

¿Qué hacer?

Nada.

Esperar. Ella a su edad ni era feminista ni machista. Pero creía en la pareja, siempre que la pareja en sí fuera sincera.

Le dolía analizar la situación de Vic.

No quería el divorcio, no quería la separación, pero dada la vida actual ninguna mujer aguantaba tanto.

¿Qué había dicho Vic para que Tassi se fuera de su cuarto?

Algo muy fuerte. Y no se podía esperar que Tassi siguiera siendo la ingenua de veinte años.

Siete años de una vida en común, con sus altos y bajos, sus evoluciones, una sociedad que había cambiado el contexto humano, cambiaba todo.

Tassi sin duda.

Vic montado en el ayer.

Pero no había ayer, había sólo hoy y muy poco mañana.

El futuro era incierto y ella lo sabía con sus años ¿por qué no se daba cuenta Vic?

Tassi seguramente se la daba.

Y era lo peor.

Porque una cosa era lo que pensaba y sentía Vic y otra lo que pensaba y sentía Tassi.

Ella no sabía nada. Sólo lo que contaba Vic y lo que sin duda se callaba.

Lo que pensaba Tassi era difícil de adivinarlo.

Se sentía molesta y desangelada.

No por Vic, no.

Por Tassi.

Por todo cuanto estaba aconteciendo. Sin embargo, tenía una leve esperanza.

Que Vic recapacitara, que analizara lo que perdía y lo que ganaba.

Cerró los ojos porque había vivido su propia vida con altos y bajos.

Y no sabía cómo concebir los que estaba viviendo su nieto.

Le dolía. ¡Claro que sí!

Le amaba como a un hijo, pero el amor no indicaba complicidad, ni juzgar el hecho imparcialmente.

Ella era ella. Y Vic con sus vaivenes y oscilaciones era Vic a secas.

Un hombre.

Un ser humano.

Un padre y un esposo… antes que su nieto. Mucho antes…