VIII
Lo vio alejarse a grandes pasos sin responder. No se fue a su alcoba, se dirigió a la puerta de la calle y a los oídos de Tassi llegó un fuerte portazo.
Ya estaba dicho.
Dolía llegar a tales conclusiones pero tampoco podía evitarlas.
Estaba muy cansada de aguantar, de ser esposa en exclusiva, de ser madre a secas, de olvidarse de su condición femenina. Amaba a Vic, nunca dejó de amarlo, pero mejor que él creyese que no era amado.
En el fondo, sin duda, Vic también quería la libertad. Vivir como ellos vivían últimamente era vivir en guerra continua y lo que hacían era traumatizar a los hijos.
Se quedó en el salón aún un largo rato reflexionando. Y cuando al fin se iba a retirar sintió el llavín en la puerta y a Vic entrando.
Un Vic aparentemente sereno, algo despeinado, lo que indicaba que se había pasado más de una hora paseando y reflexionando.
—Sea, Tassi —dijo plantándose en el umbral del salón—. Sea, lo quieres así, pues será así. No me considero un monstruo, ni un estúpido, ni un revanchista. Puedes quedarte aquí —miraba en torno de una forma peculiar—. Ni me llevo a los chicos, ni te voy a discutir su custodia. Vendré a verlos de vez en cuando y ya les explicarás tú la realidad. Hoy los chicos son mayores sin años y comprenden situaciones como ésta porque las viven muchos de sus amigos.
—Eres muy amable, Vic.
—No soy amable, pero sí soy decente y comprensivo. Se muere el amor, no debe quedar una guerra entre ambos, sino una amistad sana y sincera. Te dejo la casa, te lo dejo todo, una sola cosa te pido.
—Di.
—No solicites aún el divorcio. Que cada cual durante un tiempo viva su vida y si al cabo de un año todo sigue como ahora, tendremos tiempo de divorciarnos.
—Pero…
—Todo ser humano necesita una tregua y se le debe de conceder. Tú a mí y yo a ti. Llegar a extremos drásticos así por las buenas no me parece prudente. Siete años conviviendo son muchos días. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero yo estimo que no seríamos una pareja humana si no ocurriera así. No me gustaría vivir como si estuviéramos metidos en una burbuja o en una balsa de aceite, porque eso indicaría que nos engañábamos mutuamente y lo falseábamos todo. No hemos falseado nada. Nos hemos peleado cuando había que pelearse, y hemos rectificado cuando lo consideramos necesario. Eso es ser pareja humana, no fósiles sin sentido alguno. Hemos tenido momentos buenos —añadía avanzando y adentrándose en el salón—, muy buenos, y eso deja huella, recuerdo. Romper con todo de súbito seca una imprudencia y una locura. Un año de prueba y si seguimos pensando como hasta ahora, nos será más fácil obtener el divorcio porque demostraremos que física y espiritualmente llevamos lejos uno del otro doce meses.
Se había detenido en mitad del salón y perdía las manos en los bolsillos del pantalón levantando un poco la americana por las dos aberturas de los lados.
—Eso es ser sensato. Yo me iré con mis objetos personales a casa de mi abuela. Ya sé que la situación no le gustará, pero tendrá que aceptarla si previamente la aceptamos nosotros.
Así de fácil.
Tassi sintió dentro de sí como un ahogo. Pero en su rostro no se denotó tal situación.
—Supongo que seria tu padre quien te dio el dinero para montar la boutique.
—Sí.
—Es cosa suya y también tuya. No estoy en contra de nada. Pero tendrás que tomar una mujer para que cuide a los críos. Si la boutique la montas en Puerto Banús, tendrás que ir todos los días y los niños se quedarán en el colegio. Pero no siempre regresarás a tiempo de verlos, ya que ese negocio requiere mucha atención personal y mucha dedicación, por lo tanto una mujer interna de confianza puede hacerse cargo de la casa.
—Pensaba hacerlo así…
—Pues ya está dicho. A los chicos les dices lo que gustes. La verdad es lo mejor. Que nos hemos separado para prueba, que lo hemos decidido de mutuo acuerdo, y que dentro de un año habremos decidido definitivamente. Ah, como está al llegar el verano y con él las vacaciones, los chicos no tendrán clase.
—En eso ya he pensado.
—¿Y bien?
Viéndoles y oyéndoles se diría que el asunto que trataban no iba con ellos. Y la realidad que imponía cordura, imponía asimismo no demostrar lo contrario.
—Me han dicho el otro día que piensan irse a un campamento con un grupo de niños del colegio con profesores de física. Educación Física, se entiende. Estaban muy ilusionados y yo les permití apuntarse. De modo que si van al campamento dos meses tendré tiempo para montar la tienda y después ya veremos.
—Te visitaré cuando tengas la tienda montada —dijo.
Y Tassi pensó que por la forma en que Vic decía sus últimas palabras, estaba deseando llegar a aquella situación.
—Ya sabes —decía él yendo hacia su cuarto—. Viviré con mi abuela. Si un día me necesitas, no tienes más que llamarme.
Lo sentía al rato abrir cajones y sacar maletas de los armarios.
Tassi se preguntaba angustiada si el final de todo era aquello.
¿Pero a quién culpar?
¿No fue ella la que lo impuso?
Vic sólo hacía reflexionar civilizadamente. Sin gritos ni aspavientos y encima le dejaba el piso.
Cuando al cuarto de hora le vio cargado con las maletas, ella aún seguía de pie, estática.
—Me quedan dos más y algunos trajes. Llevaré esto al auto y volveré.
—¿Por qué no mañana? —preguntó Tassi con voz que se diría no era la suya.
—Durante el día es llamar la atención. Es mejor ahora.
Y se fue con las dos maletas. Al rato lo vio aparecer de nuevo.
Venía en mangas de camisa, sin corbata, despechugado, y con el cabello algo revuelto.
—Dos viajes más —decía— y lo habré llevado todo.
No le ayudó.
No podía.
Sentía como si los huesos se le entumecieran.
Lo vio entrar y salir dos veces.
Y al final, ya sin nada, despechugado y con el cabello alborotado, le decía adiós.
—Bueno, Tassi. Ojalá que la tienda tenga éxito. Ah, oye, tengo un amigo que es decorador y de los buenos. Si lo necesitas…
—Pienso… pensó —titubeaba— que podré hacerlo sola. Pero si lo necesito te llamaré a casa de la abuela Brau para que envíes a tu amigo.
—No te olvides. Es persona entendida en esos menesteres. Ah, y a los niños diles la verdad aunque la disfraces un poco.
Y sin que Tassi dijera nada.
—¿Podré venir a veros alguna vez?
Tassi asintió con un solo movimiento de cabeza.
—No hay por qué llegar a las manos y a los gritos —decía Vic serenamente—. Estas cosas mejor hacerlas civilizadamente. Cuando algo se acaba uno tiene la obligación de decirle adiós. Ojalá te salga todo bien. Tassi, te lo deseo de todo corazón.
Mantenía la puerta de la calle abierta y se iba ya.
Pero de repente la cerró y se volvió hacia ella.
—A mi abuela la situación no le gustará nada, pero tendrá que aceptarla. ¿No te parece?
Le parecía que vivía una película absurda.
¿Tan fácil era para Vic irse de casa, separarse, aceptar?
—De todos modos —añadió Vic—, la abuela Brau pese a sus setenta y algunos años, tiene la mentalidad joven, se lo explicaré y comprenderá.
Se iba acercando a Tassi.
Ella se mantenía de pie, como estática, como si la clavaran en medio del salón.
* * *
—Bueno —decía Vic asiéndola por un codo—, nos despediremos como buenos amigos.
Tassi no sabía qué decir.
Sentía los dedos de Vic en su brazo, pero tampoco podía decir que aquellos dedos crisparan en su carne.
—¿Permites que te bese como despedida, Tassi?
—Pues…
—O somos amigos, o somos enemigos y yo te digo que yo soy un hombre de hoy y detesto las escenas de gritos y violencias.
—Eres… eres muy amable.
—Somos los dos amables. Tenemos demasiadas cosas en común y aunque las dejemos atrás, no creo que se pierdan escurridas en el total olvido.
Soltaba el brazo femenino y con las dos manos le asía el mentón.
Le alzaba la cara.
—Un beso de despedida siempre es algo noble y agradable.
¡Y hala!, la besó en plena boca.
No un beso rutinario de los que daba en los últimos tiempos. ¡En modo alguno!
Era un beso de antes, fogoso, ardiente. Le abría la boca con la suya y se prolongaba despertando en Tassi una ansiedad que contenía apenas.
Era como si todo diera vueltas en torno y sólo existiera Vic, su olor a buena colonia, sus labios calientes y sus diez dedos prendiéndole la cara.
No devolvió el beso dado su asombro. Pero tuvo la sensación de que estaban solteros, de que se ocultaban en las esquinas para besarse así, para entregarse, para vivir sus pasiones.
Con Vic aprendió ella cuanto sabía.
Tenía veinte años cuando empezó con él y Vic veintidós y en uno de aquellos juegos eróticos sucedió lo que después siguió sucediendo hasta desembocar en un motivo por el cual se casaron.
Nunca hubo otro hombre antes, ni otro después.
Aquel beso que aún tomaba su boca era revivirlo todo, avivarlo, indicarle a ella si estaba en lo cierto dejando que Vic se fuese.
Abatió los párpados y al memento Vic la soltó.
—Bueno —dijo como si acabara de pasarle los dedos por el rostro y no besarla en la boca—, ya nos veremos.
Estuvo a punto de gritar, de retenerlo, de decirle delirante de desesperación que no lo dejaba sin amor, que le amaba más que nunca y que le dolía llegar a aquella situación.
Pero se vio ridícula.
¿Qué diría Vic si ella le gritara aquello?
Se reiría
Sin duda cuanto dijo era del parabién de Vic, porque lo aceptó todo como natural. Sólo al principio parecía furioso.
Pero el paseo refrescó la memoria, le ayudó a reflexionar y la conclusión era muy clara.
—Nos veremos, Tassi —decía yendo hacia la puerta.
Y se iba. Se iba con todos sus objetos personales que ya tenia en el auto.
¿Qué hacer?
Cuando sintió el golpe de la puerta, se pegó a la pared y no pudo evitar de pasar la yema de los dedos por los labios besados.
No debió besarla Fue como si la hoguera que contenía sólo rescoldos se avivara y levantara llamaradas.
Casi como si arrastrara los pies llegó al sillón y se incrustó en él. Fue cuando tapó la cara entre las manos, rompió en sollozos.
Su cuerpo se movía agitado, sus hombros subían y bajaban.
Nunca supo el tiempo que se pasó allí sollozando. Paulatinamente fue cesando en su llanto y después se levantó y caminó hacía la alcoba matrimonial.
Hacía dos meses que no dormía en ella. Y al caer sobre su blanda anchura se preguntó si se había liberado de algo. Todo lo contrario.
Se sentía atrapada.
Atrapada como nunca lo estuviera.
Y además sola Desesperadamente sola.
Boca abajo sin sollozos se pasó así hasta la madrugada.
Había que sobreponerse.
Vic no fue quien habló de divorcio, sino ella.
¿Por qué lloraba pues?
¿A quién culpaba?
A sí misma Y debía ser sincera porque al culparse a sí misma culpaba cuanto le rodeaba, pero eso tenía que superarse.
Y ella iba a conseguirlo…