II
Tassi abrió la puerta y Ed la apretó contra sí con inmensa ternura.
Pensó, eso sí, y además como fugazmente, que Tassi no tenía la sonrisa de otras veces. Algo se le cuajaba en ella. Era como si la boca sonriera y en el fondo de los ojos se escurriera un pesar.
Lo que también comprobó es que se mantenía esbelta, joven y lindísima
Rubia, de ojos azules y pelo lacio brillante, natural, poseía una clase especial. Siempre la tuvo, pensaba Ed.
De niña ya llamaba la atención. Y no precisamente por su belleza clásica, sino por su clase, sus modales exquisitos su femineidad.
No perdía nunca su innato sello, lo que dejaba a Ed muy satisfecho.
Sin embargo y tras separarla de sí para verla mejor, comprobó que aquel día las cosas para Tassi fueran de la índole que fueran, no tenían la misma dimensión plácida y serena.
—Ven, papá. La limpiadora no viene hoy. La tengo tres veces a la semana. No soporto una persona extraña en casa todo el día y la noche. Los chicos se han ido al colegio y estoy sola.
No había soltado la mano de su padre y lo llevaba por el interior del piso. Un precioso piso moderno y puesto con el gusto elegante de su hija aunque bien analizado, ni los muebles eran caros, ni el papel, ni los cuadros.
Pero la armonía del bello hogar a él siempre le proporcionaba una paz distendida. Los toldos de colores estaban a medio bajar y el sol se pegaba a ellos proporcionando una cálida sombra en el ambiente del bien decorado salón.
—He recibido tu aviso de madrugada —explicaba el padre tomando asiento—. Tú sabes que me gusta jugar la partida o conversar con los amigos y me paso en el club la mayor parte del día.
—Recibo de tu editor las novelas mensuales que publicas —dijo Tassi aún de pie.
—Se lo tengo advertido. Pero ahora no las recibirás mensualmente porque he decidido escribir menos. Voy a buscar más calidad, por lo tanto escribiré una cada tres o cuatro meses.
—Yo siempre encuentro calidad en tus libros, papá.
Ed sonrió.
—Eres muy indulgente —y sin transición—. ¿Por qué te quedas de pie?
—Presumía que vendrías y tengo la cafetera eléctrica enchufada, la bandeja lista para dos cafés y me voy a buscarlo a la cocina.
Ed se relajó un poco más.
La voz de Tassi era algo vibrante. No la voz pausada de antes.
Pero sin duda eso era el motivo de su S.O.S. Y él estaba allí para ayudarla si es que era ayuda lo que necesitaba.
Un poco indolente la vio alejarse dentro de sus pantalones cortos blancos y su polo de algodón rojo sin mangas y bastante escotado. Estaba morena y el rubio de su pelo, los blancos dientes y los ojos azules formaban un bello contraste.
Tassi realmente era muy atractiva, más que hermosa.
Pero sin duda su atractivo era mil veces más interesante que la belleza de la cual evidentemente carecía. La belleza clásica como él la consideraba.
No demasiado alta, delgada y armoniosa, parecía una jovencita. Nadie diría que tenía dos hijos, uno de cinco años cumplidos y otro de tres y algunos meses más. Dos hijos venidos al mundo demasiado seguidos. Pero evidentemente que alegraban la casa que en aquel instante parecía un santuario por su silencio.
Ed dejó de pensar cuando apareció su hija con el servicio de café que colocó en la mesa de centro. Sentándose seguidamente enfrente de él.
Como ya conocía sus gustos, Tassi le sirvió café y un solo terrón de azúcar. Café solo negro, lo que también sirvió para ella.
Y esto fue una cosa más que extraño a Ed, pues Tassi jamás tomaba el café solo y solía aclararlo con unas gotas de leche.
—¿Solo? —preguntó cuando su hija le entregaba la pequeña tacita de fina loza.
—¿Te refieres al mío?
—Pues sí.
—Solo.
—¿Desde cuándo lo tomas solo?
—Hoy por primera vez.
El, que iba a llevar la taza a la boca, murmuró sin preguntar.
—A ti te pasa algo. Y no es algo vulgar, ¿verdad?
—No.
—Por eso me has llamado.
—Evidentemente, sí.
—Y supondrías que vendría cuando estuvieras sola.
—Eso ya lo ignoraba. Que vendrías, tenía la certeza que estuviese sola, no. Pero de estar acompañada, me hubiese ido contigo a dar un paseo.
—Lo que indica que lo que me quieres comentar ha de ser para ambos solamente.
—Así es.
—Tomaré el café.
* * *
—Para ambos —añadió Tassi al rato sin que su padre dijera nada más— por un tiempo. Hay cosas que no pueden estar ocultas y esta que voy a contarte es una de ellas.
—Tu tono solemne me causa algo de temor, Tassi. ¿De qué se trata?
—Me voy a divorciar.
Dicho así tal parecía que hablaba de tomar un vaso de agua.
Pero Ed sabía muy bien que Tassi era tradicionalista y hasta un poquitín reaccionaria.
No dio un salto, pero sí que se le quedó mirando boquiabierto con la tacita en la mano que por cierto, estaba vacía.
No se le ocurrió otra cosa que volverla a llenar él mismo. E incluso se sirvió el terrón de azúcar para disipar el amargor.
—Has oído bien, papá.
—Sí, si. Me imagino. Si además en seis años que llevas casada no has dado muestras de semejante cosa, tiene que ser muy gordo lo que te ha ocurrido para tomar esa determinación drástica. Es una extremada decisión, Tassi. ¿Lo has pensado bien?
—Por supuesto.
—¿Lo sabe Vic?
—Se lo pienso decir a su regreso de Alemania.
—¿Así a lo bestia?
—Con los matices suficientes. No creo que tenga que ser muy expresiva. Vic lo comprenderá. No quiero luchas ni quemazones, ni malos entendidos. Algo razonable entre dos personas civilizadas.
Ed bebió de dos sorbos el contenido de la taza.
No le asombraba oír aquello, pero que lo dijera Tassi sí que le asombraba de modo extremo.
Y además con tanta serenidad y sosiego. Lo que suponía que Tassi estaba muy segura de lo que decía, al modo de pensar de Ed, desde el extremo de conocer tanto a su hija, estaba madurado y reflexionado por ella hasta la saciedad.
—Bueno —dijo posando la taza en la bandeja y sin armar aspavientos fuera de toda lógica, apaciblemente conservadora—, ya me explicarás las causas —y sin transición—. ¿Adulterio por parte de Vic? Porque tú no eres adúltera, ya lo sé.
—Yo puedo ser lo que sea empujada por una situación anómala.
—Tassi.
—Pero no lo soy. Por eso deseo el divorcio y se lo voy a plantear así a Vic.
—Tú eres feliz a su lado, Tassi.
—Todo lo feliz que se puede ser cuando una fuerza superior te obliga a aceptar las cosas que se hacen en momentos decisivos y poco reflexivos.
—No comprendo.
—Me casé embarazada. En aquel momento en que lo hice hace seis años, suponía un baldón y había que tapar la suciedad que se llamaba deshonesta. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Y yo he cambiado con las cosas.
—Es decir, que has evolucionado como evolucionó la vida.
—Sin lugar a dudas.
—Tú eras una chica casi reaccionaria y te diré que tu intempestivo embarazo, me asombró.
Tassi sacudió su armoniosa cabeza de rubios y limpios cabellos perfumados.
—Era un ser humano enamorado y de ahí a un embarazo media un paso. El paso lo di… o to dimos Vic y yo. Lo subsanamos. No sé si nos pesó o no. Nació Tony en seguida y después Bárbara. Todos estos años me dediqué a ser madre y esposa fiel.
—Un papel precioso.
—Según se mire, papá.
—¿Y cómo prefieres que lo mire yo?
—Imparcialmente.
—Veamos. Si me lo explicas quizás llegue a conclusiones loables para mí mismo y de paso para tu decisión que parece muy firme.
—Evidentemente lo es.
—¿Me permites que te diga una cosa, Tassi?
—Di cuantas gustes, y te agradezco tu reflexión inalterable para estar oyendo algo que sin duda en tu fuero interno no te agrada.
—La gente hoy se divorcia con mucha facilidad. Un mal entendido, una discusión, un equívoco de una de ambas partes, basta para encender la mecha y una vez encendida no hay quien la apague. Pero cuando se llevan seis años de convivencia es más difícil. Se han soportado muchas cosas juntos. Por ejemplo, cuando os casasteis la abuela de Vic aportó su granito de arena, que en este caso concreto pienso que fue su granote. Os regaló este piso y lo estrenasteis vosotros. Yo te di el dinero para los muebles y el viaje de novios. Entonces Vic era representante de nada, pero hoy es un hombre que gana mucho dinero, que representa artículos siempre vendibles y que por cada venta se gana un porcentaje de quiniela. Si no teniendo demasiado habéis superado la convivencia, me pregunté qué cosa ocurre ahora que todo marcha muy bien.
—Económicamente hablando.
—Bueno —se rascó el padre la barbilla—, dicen que cuando el hambre entra por la puerta, el amor se escapa por la ventana. Pero tú no estás en este caso.
* * *
Tassi se levantó y se llevó la bandeja con el servicio de café a la cocina, regresando inmediatamente.
Encendió un cigarrillo, momento que aprovechó Ed para llenar la cazoleta de la pipa y apretar el tabaco con el delgado aparatito que sacó de su bolsillo de la camisa.
—Parece ser que el amor se tasa por la comodidad en la que vives y por lo visto, la mujer se convierte en esclava del marido y como éste la mantiene como una reina tiene que aceptar vejaciones.
—¿Vic vejándote?
—¿Tan asombroso te parece?
—Mira, Tassi —y al hablar intentaba encender la pipa, lo cual logró y fumó con cierto apresuramiento—, en seis años es la primera vez que te quejas.
—Es que si empezara a quejarme cuando surgieron los primeros problemas, ahora no tendría que llamarte y además me hubiese convertido en el pastor que fastidiaba a sus vecinos anunciándoles la venida del lobo, porque cuando llegó el lobo tan cansado estaba el vecindario que no acudió en su ayuda. Y fue precisamente cuando el lobo llegó.
—¿Usas ahora de tópicos?
—Es un ejemplo a considerar.
—Dalo por válido. No te has quejado, pero tu matrimonio hacía agua tiempo atrás.
—No agua precisamente. Ocupada en atender a los hijos, ni cuenta me di de que nuestro matrimonio ya no era la pareja. Tengo muy pocos años aunque con un hijo de cinco, para conformarme con tan poco.
—Me vas a decir que Vic tiene una amante.
—Pues no. Dicen que una mujer no se asusta ante muchas mujeres y que sólo una es la peligrosa. Pero yo digo que cuando la vida se enfría, la pareja de por sí está destruida. Y mantener un engaño es lo más necio que existe.
Ed se removió inquieto.
—Tú no pensabas así hace diez años.
—Evidentemente. Pero a los veintiuno se siente y no se suele pensar cómo se siente. Lo que a esa edad parece maravilloso, siete años más, lo matizas y lo analizas. No puedo decirte que el pasado de Vic sea una amante concreta, pero que sus viajes implican distracciones y amores, es evidente.
Ed pensó que se le venía encima un gran problema.
Y es que nunca pensó que Tassi tan clásica ella, de repente se convirtiera en una mujer moderna y dispuesta a defender su individualidad a costa de lo que fuera.
—Si me quieres poner de jugador neutral, acepto —dijo—. No sabría ser parcial. No me gusta ese papel pelotero. Vic me parece una gran persona y quiero darle la culpabilidad que merece, si es que es culpable.
—No hay culpables propiamente dichos. Hay cansancio, y monotonía y eso mina la convivencia. Tampoco vamos a pensar como se pensaba a los veinte años. Que el amor es eterno. Nada hay eterno en esta vida. Y el amor es voluble y caprichoso.
—Según se mire. Basta comprensión, comunicación y diálogo y sobre todo una gran dosis de cariño. Ya sabemos que el primer amor, y más a tu edad, es deslumbrador. Me refiero a la edad en que te casaste. Y sabemos también que no dura toda la vida. Pero si en lugar de esa pasión de lecho, queda un recuerdo, y el cariño, es una gran baza ganada.
—Esa es tu realidad.
—Bueno, supongo que es una realidad abrumadora de todos. ¿Por qué? Porque es así. Sería ridículo esperar que el amor a los siete años de casados es igual que cuando te casas. Pero lo bonito es lo que queda después. Estimación, respeto y un cierto deseo que se despierta de vez en cuando por la mujer o el hombre con el cual se ha vivido momentos deliciosos.
—Esos recuerdos se pueden destruir por la incomprensión de ambos.
—Pues es lo lamentable, Tassi.
—Por eso te llamo.
—¿Para que te oriente?
—No. Estoy sobradamente orientada por mi experiencia y mi decisión profundamente reflexionada. Te llamo para algo más.
Ed se removió inquieto.
—¿Es que quieres que se lo diga yo a Vic?
Tassi no tenía deseos de sonreír, pero sí esbozó una sonrisa sarcástica.
—Si hiciera eso, sería una cobarde, y no me tengo por tal, ni me aceptaría jamás así.
—Entonces…
—Después.
—¿Y ahora?
—Querrás saber por qué he tomado tal decisión.
—Supongo que no se impone ese imperativo.
—Hace una semana que Vic no duerme en casa.
—¿No dices que está en Alemania? —se asombró Ed.
—Pero se ha ido sin venir por casa. Sé además que después de un mes fuera, llevaba en casa de Brau una semana.
—Luego entonces está en Marbella.
—Y va a ver a los chicos al colegio.
—¡Caramba!
—Eso es despertar en los hijos un complejo, y destesto los complejos que pueden acabar con la vida de un niño abocada a la pubertad e incluso a la madurez.
—¿No vas demasiado lejos?
—Estoy siendo todo lo sincera que suelo ser.
Ed se levantó.
Dio unos pasos por el salón sin que su hija le pidiera que se sentara de nuevo.
Pero Ed se sentó
Y miró a Tassi escrutador.
—¿Tú no le amas ya?
—Eso está al margen.
—No debe estarlo.
—Papá… no te he llamado para que me sermonees ni me des clases de ética sentimental. No sería justo. Has sido siempre mi amigo y te he llamado para preambular lo que haré después.
—Pues mira, soy todo oídos.
—Es mejor así.