VII
Pero se le adelantó Vic.
Con el vaso en la mano tintineando el hielo, se acomodó en un sillón enfrente mismo de donde ella no se había levantado. Vestía pantalón blanco de pinzas, holgado en las caderas, estrecho según iba bajando hasta los pies que calzaba con mocasines planos. Otra en su lugar con aquel calzado hubiera parecido un plastón. Tassi no y no porque su esbeltez acentuada por la juvenil figura se demarcaba por sí sola. Una especie de polo deportivo azul celeste de algodón era todo su atuendo. El cabello rubio lacio no demasiado largo cayéndole un poco por la mejilla. Morena, relucían los azules ojos y los dientes nítidos e iguales. No aparentaba ni veintitrés años, pero ella sabía perfectamente que contaba veintisiete, y que llevaba casada siete años y cuatro meses.
—Oye, Tassi, creo que lo ocurrido entre los dos fue debido a una crisis que ninguno supo parar a tiempo. Realmente nunca debí decirte aquellas cosas y te aseguro que jamás las he sentido.
Tassi fumaba un cigarrillo y expelía el humo con cuidado. El silencio se rompía, pero no para arreglar las cosas, sino para discutirlas y ponerlas en su sitio.
—En un matrimonio —añadía Vicente con voz ronca— se dicen muchas tonterías. Pero de alguna manera ha de existir la comunicación. Unas veces para mejor y otras para peor. De todos modos tampoco considero que haya sido motivo cuanto dije aquel día para que dejaras el cuarto que ocupamos los dos desde que nos casamos.
—Eso pasó a la historia —dijo ella con indiferencia—. Al fin y al cabo un día tenía que ocurrir. Tampoco me asombra nada que dada la situación hace siete años te casaras por deber. Lo has dicho y pienso que es cierto.
—Tú sabes que me casé enamorada de ti.
—Mira, Vic, no creo que una explicación de ese tipo arregle nada ya. Pero si lo deseas te digo el motivo por el cual me fui de la alcoba matrimonial. Tampoco puedes decir tú que hayas ido a buscarme. No has ido, evidentemente. Cuando algo se dice así, lo lógico es que se rectifique a tiempo y aún añadiré más, si fuera hoy cuando me quedara embarazada a los veinte años, quizás me casara. Los tiempos han cambiado. Antes una chica de mi edad en estado y sin marido era un pecado mortal, un deshonor, una atrocidad irreparable. Te casaste conmigo, según tú has gritado hace dos meses, por pura obligación. No pretenderás que además de oírte eso, me pusiera de rodillas a darte las gracias.
Vic se removió en el asiento.
Llegaba a casa con la mejor intención del mundo. Y no por haber oído el sermón de su abuela, sino porque estaba harto de una vida sin Tassi, absurda y solitaria.
—Yo creo que debemos analizar eso, Tassi y darle la relativa importancia que tiene. Llevábamos meses discutiendo por nada. Tus tareas en la casa, mis viajes continuos. Uno viene al hogar a buscar paz y tú saltabas por todo. Resultaba insoportable vivir y desesperado dije aquella estupidez. No me casé contigo por obligación, ni por la aparición de Tony. Más tarde o más temprano nos hubiéramos casado, pero la situación creada nos obligó a los dos a cambiar nuestros planes. Sin embargo, nunca me pesó, Tassi. Esa noche, pienso que estaba tan cansado que hubiera dicho cualquier atrocidad sin sentirla.
Tassi no parecía inmutarse. Quizás lo estaba, pero su rostro no movió un solo músculo.
—Creo que debemos olvidar ese asunto, porque hay otros que tratar.
—¿Otros más importantes que aclarar cuestiones? Yo te pido disculpas. Una semana viajando y viviendo en hoteles, me ha dado la enorme dimensión de mi soledad y de lo mucho que os necesito. Yo creo que poniendo un poco por parte de cada uno, llegaríamos a un entendimiento para el futuro sin estos cabreos que nos minan a los dos los sentimientos.
—Cuando una pareja lleva siete años casada, evidentemente surgen crisis —aceptó Tassi con voz mesurada—, pero cuando se hiere profundamente, queda la herida por mucho que pretendas restañarla.
—Sin embargo, estoy aquí para arreglar ostensibles desaguisados. No tengo reparo en pedir disculpas. Repito que lo que dije aquella noche respecto a que me casé contigo por obligación, es incierto.
Eso ya no importaba gran cosa.
—El haberte ido de la habitación conyugal por esa causa no ha sido lo más acertado, Tassi —añadía Vic censor—. Debes de entenderlo.
Tassi se levantó.
Gentil y esbelta fue al mueble bar y de espaldas a su marido se sirvió un brandy.
Con la ancha y redonda copa en la mano retornó al sillón.
—He tenido tiempo suficiente para reflexionar, Vicente —dijo con lentitud. Bebió un sorbo y sintió que le bajaba por el esófago fuego vivo, pero lo necesitaba para reavivar su decisión y para explicarle sin ambages y sin modo alguno de retroceder, porque su decisión era irreversible—. Y esta última semana de ausencia, para perfilar en mi mente lo que haré en el futuro. He sabido por los niños, que ibas a visitarlos, luego entonces estabas en Marbella, bien en un hotel, bien en casa de tu abuela.
—Estuve en un hotel y sólo a ratos muy breves he ido a ver a mi abuela.
—Eso es problema tuyo yo no voy a entrar en ello.
—Pues no entiendo nada. Llego a casa con toda mi mejor intención y te veo rígida, fría y distante. Me animaba a venir la mejor intención del mundo.
* * *
Tassi no respondió en seguida. Bebió otro sorbo y lo paladeó con cierto deleite. No bebía nunca, pero a veces necesitaba una reanimarse para lanzar la escopeta y fuera como fuera ella iba a apretar el gatillo.
—También te diré que jamás he tenido una amante.
Tassi elevó los dedos y les agitó en el aire como diciendo con indiferencia: «Eso es agua pasada».
—Eso lo hemos discutido muchas veces, Vic, y nunca hemos llegado a un acuerdo. El hecho de que no hayas tenido amante fija, no indica que no te hayas acostado con mujeres, lo que viene a ser una infidelidad de cualquier forma que sea. Yo, en cambio, me he casado contigo hace diez años y jamás se me ha ocurrido salir a la calle y aceptar los piropos de los hombres, ni me han conmovido tentaciones. Porque las he tenido como cualquier mujer, pero al casarme juré fidelidad y la he sostenido. Pienso que el hombre tiene el mismo deber que la mujer y si me sales diciendo que el hombre fisiológicamente es distinto, te diré que para mí es un ser humano igual a la mujer sólo que con otra norma estructural. Pero los deberes y los derecho son idénticos.
—No hablabas así hace algunos años.
—Ni así ni de otra manera porque, sumisa, apretaba mi papel de esposa solitaria, que vive esperando que regrese su marido. Te diré más, Vic, cuando un hombre está ausente una semana o quince días, desea con toda el ansia ver a su mujer para realizarse con ella como pareja, en principio no me di cuenta, o me faltaba experiencia, o vivencias y si bien notaba tu cansancio nunca lo atribuía a otras mujeres, pero un día empecé a abrir los ojos…
—Te juro que la única mujer a la que he amado, has sido tú.
—No lo dudo. Y si piensas que lo dudo, te equivocas, pero tampoco dudo que en tus viajes te olvidabas fácilmente de ese amor. Pero no pienses que voy a discutir eso. Eso ya lo discutimos mil veces y quizás a ello se deba nuestra exaltación, el motivo de nuestra crisis. Es duro para una esposa fiel aceptar situaciones semejantes. Yo me irritaba y tú también… Lógico todo ello. Pero el agua rebosó el vaso cuando aquella noche me gritaste furioso que te casaste porque yo me había quedado embarazada y tu obligación era casarte.
—Eso se dice —se desesperó Vic— en momentos de tremenda tensión, pero no por decirlo es fiel uno a la realidad. Yo me casé enamorado y me alegré incluso tenerlo que hacer.
De nuevo movió Tassi la mano y además bebió otro sorbo.
—Espero —dijo pausada y serena aunque no lo estuviera— que las cosas se arreglen de modo civilizado.
—Eso es lo que venía yo a rogarte. Olvidar todo y empezar de nuevo.
—Pero de otra manera.
Vic preguntó roncamente:
—¿De qué modo?
—Te lo diré. Me quiero divorciar.
Así.
Como si dijera que estaba lloviendo.
Vic dio tal salto que quedó de pie mirándola desvariado.
Pero Tassi no se movió y daba vueltas a la redonda y ancha copa entre los finos dedos.
—Tassi, ¿estás loca?
—No. He tenido tiempo a reflexionar y lo hice a conciencia. Me gustaría que aceptaras esta cuestión sin que tengamos ninguno de los dos que rasgarnos las vestiduras. No sería de buen gusto que tú negaras el divorcio ni que yo tuviera que apelar a tu ausencia de casa una semana y a tus deberes de marido mal cumplidos.
—Pero Tassi.
—Voy a emanciparme. Soy demasiado joven para ceñirme al yugo de la esclavitud. Eso puede hacerse cuando uno es feliz, pero no siéndolo, ni habiendo entendimiento lo mejor es ser libres… Antes te casabas para toda la vida y si te separabas te encontrabas atada de pies y manos porque no podías volver a formar una nueva familia. Si rehacías tu vida amorosa eras adúltera y la sociedad te rechazaba. Ahora es muy distinto.
—Tassi ¿estoy oyendo bien?
—Por supuesto.
—¿Y tus hijos, tu hogar?
—Mis hijos no lo entenderán hoy, pero ten por seguro que cuando sean adultos dirán que hice muy bien. Tengo derecho a ser feliz, a emanciparme, a disponer de un negó ció… A trabajar, a ser yo auténticamente.
—Pero…
—Y espero que tú aceptes esta cuestión sin espavientos. De ese modo podrás salir con quien gustes y casarte de nuevo si te apetece. Yo también haré lo que me acomode.
—Y todo eso por haberte dicho que me casé a la fuerza dado tu embarazo —decía sin preguntar.
—Quizás ése fuera el motivo por el cual empecé a reflexionar. Pero no me he ceñido a esas palabras para tomar una determinación. La tengo bien tomada y además espero no te opongas y permitas que los trámites se lleven sin peleas. Si hay algo odioso es que entre dos esposos que se han querido y dejado de querer, se arme una guerra al llegar al punto crucial de sus últimas decisiones.
—Todo lo estás diciendo tú, Tassi. Tú me amabas.
—Pues ahora —dijo y puso mucha fuerza en sus palabras— te dejo sin amor.
—¿Sin amor?
—Todo se acaba, Vic. Esto nuestro es un final civilizado y por favor, ten presente que espero de ti una total comprensión.
—¡Dios mío…!
—Lo siento, Vic.
Y se levantó. Llevó el vaso al bar y desde allí miró a su marido.
—Desde mañana tendré mucho que hacer —dijo con cansancio fingido o verdadero—. Voy a establecerme en Puerto Banús. Montaré una boutique. Siempre me gustó la moda y tengo gusto para elegir conjuntos adecuados a todas las épocas, un poco de publicidad, buenas amistades y el negocio puede ser importante. Muy de élite que es lo que da dinero.
—Es decir, que lo tienes estudiado todo.
—Pues sí.
Vic se levantó.
Parecía más alto. Pero Tassi sabia que no había crecido en menos de treinta minutos.