CAPITULO PRIMERO

Cristina Aumont asió el trozo de periódico y lo puso ante los ojos.

Leyó en alta voz, con mucha lentitud, como si no comprendiera lo que su compañera pretendía hacerle ver: «Se necesita enfermera diplomada para consulta particular. Presentarse de nueve a once en la consulta del doctor Darel.»

Quedó un tanto suspensa con el trozo de papel en la mano. Le dio unas cuantas vueltas nerviosamente entre sus dedos.

—¿De... dónde lo has sacado?

Nora se alzó de hombros.

Sonrió un sí es no maliciosa.

—Vengo del comedor. He desayunado en el primer turno y he pillado el periódico de la mañana, de modo que al ver eso y conocer el apellido de tu hijo y algo de tu extravagante historia, me dije: «Lo cortaré para dárselo a Cris», y ahí lo tienes.

Dos niños llegaban llorando porque se habían caído. Cris, sin soltar el trozo de papel que ocultaba entre los dedos, tranquilizó a los niños, les limpió los mocos y los echó de nuevo hacia el jardín donde jugaban los demás.

—Nora —dijo después con un acento de voz ronco y extraño—. ¿Estás segura de que el periódico era de esta mañana?

—¡Anda esta! Claro. Tú sabes que los ponen en las mesas a la hora del desayuno y que los recogen después para volyerlos a colocar en el segundo y tercer turno, de modo que no debe desaparecer ninguno. Por eso lo recorté. Si tienes tanto interés regreso al comedor y me hago con un periódico entero.

El trozo de papel era una bolita entre los finos dedos de la enfermera Cris. Miraba a su compañera con expresión extraviada.

Seis años ya...

¡Seis siglos!

No es que en aquel tiempo hubiera buscado a su marido día y noche. Ni que lo abandonara todo por hallarlo, pero cada día, al posar el pie en el suelo después de muchas noches de insomnio, a su mente acudía aquel incidente, aquel recuerdo, aquel marido que había querido y que aún quería, y al cual no estaba dispuesta a renunciar.

En aquella misma guardería donde se iniciaba como enfermera había nacido su hijo. Allí vivía con Mich. Allí conoció a Nora, a Rita, a Dolly y a muchas más. También conoció al doctor Morel, al doctor Wilson y al enfermero James y a la hermana Micaela y a la directora del centro y a mucha gente más.

Era una nueva vida.

Había madurado. En seis años se piensa, se sufre, se medita mucho. Había hecho de todo. De todo le había tocado. Había tenido un parto con cesárea, había criado a su hijo con ayuda de los demás, y de aquella guardería había pasado a la escuela de enfermeras con toda entereza y seguridad. Fue aplicada.

Logró el diploma y se dedicó a prestar sus servicios en la guardería para estar más cerca de Mich.

Su hijo iba a cumplir cinco años. Hablaba. Era alto, delgado, fuerte, moreno como su padre, con los ojos verdosos como los suyos.

Nora, observando su abstración, le tocó en el brazo.

—Cris, ¿qué cosa piensas? Tienes el semblante demudado.

Cris tenía una fuerza rara dentro de sí. Una gran sensibilidad, una gran firmeza en su mirada y a la par, una gran dulzura.

—Iré —dijo—. Iré.

—Se refiere a la fecha de hoy. No tardará ni media hora en recibir a las candidatas. ¿Sabes a lo que te expones? Por otra parte puede haber muchos doctores Darel.

Podía, sí.

Más veces le ocurrió.

Más veces se presentó en consultas para ser recibida por hombres llamados así. E incluso en una ocasión y después de hacer unas pruebas, fue admitida y ella renunció a la plaza por no ser aquel Darel su propio marido...

Pero aquella vez el corazón le decía algo especial.

Algo concreto.

Era como un presentimiento.

—De todos modos, probaré —dijo.

Tenía una voz ronca.

Amarga.

—Cris..., ¿por qué no olvidas ya? Aquí estás bien situada, bien considerada. Has luchado, pero casi has conseguido lo que pretendías.

¡Oh, no!

Apenas si había conseguido nada. Hacerse enfermera y tener un hijo. Pero como mujer jamás, allí, se había realizado. No le faltaban admiradores. El doctor Morel la invitó más de una vez a salir, incluso le insinuó su amor. El mismo doctor Wilson, con ser tan serio y tan grave, a veces la retenía en los pasillos con cualquier pretexto. Pero no bastaba. Vivía con un objetivo. Había luchado por él y llegaría a alcanzarlo aunque tuviera que esperar toda una vida.

No era fácil demostrarle a Michael que no había faltado jamás a sus deberes de esposa y de mujer, pero tenía el deber de probarlo, de intentarlo al menos. Por otra parte, para ella seguía existiendo un solo hombre, y aquel hombre se llamaba Michael Darel.

—Iré a la dirección a pedir un permiso especial para esta mañana —dijo resueltamente—. La directora me lo dará.

—No cabe duda —adujo Nora convencida—. Tienes aquí un buen cartel. Estás perfectamente considerada. La directora no dudará de que si solicitas un permiso para esta mañana es que lo necesitas. Pero... ¿estás segura de que quieres ir? Ha pasado mucho tiempo. Puede ocurrir que, en efecto, ese Darel sea tu esposo, pero... ¿te recordará siquiera? ¿Y aun recordándote y reconociéndote, te admitirá? Ten por seguro que hay mucha falta de empleos. Para esa plaza existirán muchas enfermeras tituladas.

—Tengo el deber de probar.

Giró sobre sí.

Volvía a leer el contenido de aquel trozo de papel.

* * *

—Cita la calle y el número —murmuró a media voz, sintiendo tras de sí la persona de su compañera—. ¿Sabes dónde queda eso?

—En el centro. Casi al final de la Quinta Avenida. Sin duda alguna el tal doctor es un tipo rico y bien situado. Cris —insistió—. Yo en tu lugar aceptaba las cosas como son y las dejaba como están.

Cris la miró desolada.

—¿Y cómo están?

Nora se desconcertó.

—En un momento de debilidad me has contado cosas de tu vida, Cris. Lo hiciste como algo irremediable, como algo ido... ¿Por qué actualizarlo?

Cris, vestida de blanco, con su cofia y su uniforme, sus medias blancas y sus zapatos silenciosos, caminaba pasillo abajo. A su lado Nora vestida como ella, caminaba a su vez intentando persuadirla para que no se presentara.

—Recuerda —decía Nora persuasiva— cuando hace cosa de seis meses te mostré algo parecido y fuiste, y volviste llorando.

—No era él.

—Y puede que esta vez tampoco lo sea.

—Tengo que probar —se volvió en redondo, miró a su amiga con desesperación—. ¿No comprendes? Nada hice censurable. Amo a mi marido. El no ha pedido el divorcio porque si lo hiciera de alguna forma yo tendría que saberlo. Yo no oculté mi nueva dirección. La dejé en Chicago y allí pregunté mil veces si alguien había requerido noticias mías. ¿Es que no lo entiendes? Tengo que ver a Mich. No sé cuándo, ni en qué instante, pero algún día le veré y tendré que demostrarle que nunca le falté en nada, que jamás le fui infiel.

Nora hizo un gesto vago.

Tenía más años que Cris y más experiencia como enfermera y como mujer. Empezó a apreciar a Cris cuando nació el niño y cuando la jovencita, en su cesárea y en su delirio refirió toda su vida. Desde aquel momento se dedicó a ayudarle cuanto podía, y podía bastante porque en aquel centro dedicado a guardería infantil, ella era como una institución. Estaba segura de que aparte de ella, nadie conocía en realidad la vida verdadera de Cris, sus amarguras, sus soledades, sus renuncias. Es más, hasta podía asegurar que algunas personas en aquel centro consideraban a Cris soltera y a Mich fruto de un amor prohibido. Pero tampoco eso importaba mucho.

El caso era ayudar a Cris, orientarla, convencerla para que no sufriera una nueva prueba demasiado dura.

—Si tu marido es como me lo has retratado, no creas que te será fácil aportar pruebas de tu inocencia. Un hombre como ése tiene que ver, y él ha visto.

—Todo era falso.

—Falso o no, te ha visto besando a su amigo.

—Nora —la voz de Cristina se desgarraba— yo jamás amé a Jack. ¡Jamás! Fue un momento de debilidad. De ternura. De lástima hacia su amor. Pero todo mi anhelo estaba puesto en mi marido, ¿no lo entiendes?

—Yo, sí —dijo Nora muy seria—. A mí no necesitas justificarme nada. Pero se trata de tu marido y pudiera ser que esta vez acertaras y sufrieras la vergüenza del rechazo.

Cris la miró con firmeza.

Sí, había madurado.

Ya no era la niña conformista.

Era la mujer que había luchado, que había sufrido.

Que sabía lo que quería y la forma de alcanzarlo.

—Me someteré a ella. Tengo que hacerlo.

Nora asintió.

—Bien, si es así, vete a la dirección y pide permiso. No pierdas tiempo. Si te ponen reparos di que yo quedo haciendo tu guardia en el jardín infantil.

La miró con ansiedad.

—¿Lo harás por mí?

—¿Por ti? Claro. Por ti hago lo que sea. Pero más haría si pudiera persuadirte para que no fueses.

—Debo de ir y voy. Iré sea como sea. Y si es él y me rechaza sabré al menos a qué atenerme. Yo misma pediré el divorcio y trataré de rehacer mi vida. Tengo derecho. Así... como yo vivo, en un cilicio horrible, no puedo continuar.

—Ve, pues, Cris, y que Dios te ayude.

Cris desplegó de nuevo el papel de periódico y lo leyó por quinta vez.

—Me da el corazón que es él —dijo—. Esta vez estoy casi segura.

—Pero no te has hecho a la idea de que habrá montones de enfermeras aspirantes a la plaza.

—Me la hago.

—Y supones que tú serás elegida entre todas.

Meneó la cabeza.

Tenía el cabello semicorto.

Las pecas más pronunciadas.

La nariz respingona palpitaba denotando su fina sensibilidad.

Esbelta, firme, bonita, joven...

—Es lo que ignoro y lo que necesito saber.

—Imagínate por un momento que es él —decía Nora insistente— Imagínate que te ve, que no hace nada por reconocerte y que aunque te reconozca haga ver lo contrario y te rechace.

—También necesito esa prueba.

—¡Cris!

—Di

—Va a ser muy dura la prueba.

—Nó lo ignoro, pero la necesito.

Se fue. Nora quedó esperando.

Ai rato la vio aparecer vestida de calle. Elegante, con aquella clase suya, aquella juventud insuperable, aquel atractivo tan poco común.

—Toma —dijo Nora a media voz—. No puedes olvidarte de todos tus diplomas, y tienes unos cuantos. Eres una buena enfermera. Has de demostrarlo. De nada te serviría presentarte en esa consulta sin tus credenciales.

Súbitamente Cris la besó por dos veces.

—Estás en todo —susurró—. A mí no se me había ocurrido.

—Suerte, Cris.

—Deséamela, sí.

—No te preocupes por tu tardanza. Tarda lo que gustes, yo me quedo en tu lugar y cuidaré de Mich.

—Ahora mismo está en clase, pero cuando salga, por favor, ve al comedor y hazle comer. Ya sabes lo inapetente que es.

—Por supuesto, Cris. Suerte, hija. Mucha suerte.