V
Le esperaba allí, estoicamente.
Ya sabía que iba a tener un hijo, pero no se lo diría. Sabía lo que él pensaba sobre el particular. El no se había casado con una posible madre, se había casado con una muchacha joven y hermosa y todo lo demás, exceptuando eso y su profesión, le resbalaba.
No obstante, aquella noche antes de marcharse Michael le hablaría del asunto. Tal vez así le hiciera cambiar, comprender la vida de modo menos objetivo, más humanamente.
Con una sensibilidad que sólo tenía para sus enfermos porque ni para el amor era sensible. Lo vivía, lo desmenuzaba a su manera y luego parecía olvidarlo. No se podía vivir así. Ella necesitaba de la vida más, mucho más, Lo amaba, Lo deseaba, le gustaba su amor, su forma de hacerlo, pero había mil cosas más que necesitaba y que Michael no sabía darle o no quería darle o pensaba que no necesitaba darle.
Por eso no había salido aquella noche, por eso estaba allí sentada, con el maletín lleno, listo para ser asido. Pero antes de que Michael lo asiera tendría que oírla.
Oyó el llavín hacia las diez y media.
Por lo visto se iba en el último avión.
Al ver luz en la casa, gritó:
—Pero... ¿no has salido, Cris?
y desembocó en el umbral del salón.
—No —dijo ella y mostró el maletín—. El deber de una esposa es tener listas las cosas de su marido.
El se echó a reír distraído.
—Yo sé dónde tengo mis cosas, mujer. No te preo cupes. Te inquietas demasiado por mí.
—Todo lo que tú no te inquietas por mí.
El la miró asombradísimo.
—¿Estás segura? ¿Por qué lo dices con esa ironía?
—¿Acaso no es así?
Michael miró en torno un poco desconcertado. Era como era, que nadie le pidiera más. Capaz de desvivirse por un enfermo, seguro de la fidelidad de su mujer, de que la complacía, de que la hacía feliz.
—No te entiendo, Cris —dijo, y añadió pesaroso—: ¿Sabes? Tengo mucha prisa. El congreso se organizó de súbito. Es importante para mi carrera. No puedo perder el avión. Me cambiaré en un segundo.
Se iba hacia el cuarto.
Por lo visto no deseaba profundizar en las cosas, pero Cris sí lo deseaba.
Por eso se fue tras él y entretanto su marido se cambiaba de ropa, ella hablaba.
—Me gustaría ir contigo.
Michael se quedaba en calzoncillos y se ponía un pantalón azul oscuro.
—Imposible, es cosa de hombres.
—¿No va ninguna esposa de médicos?
Michael se ponía la camisa blanca, abrochaba los botones ante el espejo, de modo que se veía a sí mismo y veía a la par a su mujer.
—No lo sé.
—Claro.
—¿Claro?
Se colocaba la corbata.
—Digo que, claro que no lo sabes, pero la mayoría llevarán a sus mujeres con ellos.
—Estas cosas son de hombres —decía Michael anudando el nudo de la corbata, enderezándolo—. Si llevan a sus mujeres son unos cretinos.
—Y tú no compartes su cretinez.
—Por supuesto.
—Y yo me quedo aquí con Jack.
—¿No estás bien?
—No lo sé. Aún no me lo he preguntado.
—Jack es un chico estupendo.
Cris se decidió a lanzar el dardo. Estaba loca por saber cómo respiraba Michael por aquella herida, si es que ella era capaz de abrirla.
—¿No temes que Jack y yo, de tanto convivir, nos enamoremos?
Quedó con los dedos prendidos en el primer botón de la americana.
Primero la miró sorprendido, después, de súbito, se echó a reír como un loco histérico.
—¡Qué memez; pero qué memez...! ¿Tú y Jack? Pero, mujer, si los dos sois dos personas incapaces de matar una mosca cuanto más de ser infieles, uno al amor y otro a la amistad.
—Pero somos dos seres humanos.
—Civilizados, Cris.
—Sensibles, Michael.
—Por favor, querida, no hagas novelería.
—¿Y si ocurriese?
Se puso serio.
Grave.
Sus, cejas se juntaron.
—Te dejaría en libertad...
—¿Así... es lu amor?
—¿Quién soy yo para retenerte?
—Mich..., ¿es que no me amas?
El Volvió a reír.
Una risa suave y cálida. Fue hacia ella ya vestido.
La sujetó por los hombros. La miró a los ojos largamente.
—Te adoro, Cris. Esa es la pura verdad. Y no me cabe en la cabeza que me engañes con mi mejor amigo. Te dejo con él, como te dejaría con mi hermana o con mi madre. Jack es un amigo fiel, y tú una esposa honesta. Pero si os enamorarais pese a cuanto yo pienso y digo, y cuanto te amo y te necesito, no sería capaz de separaros.
Luego, sin esperar respuesta, la tomó en sus brazos, la besó largamente en los labios, la soltó, fue. hacia el maletín, lo asió y se fue hacia la puerta.
—Estaré de regreso la semana próxima, cariño. Hasta tanto no te olvides de llamar a Jack para que te acompañe alguna vez...
Se fue.
* * *
No llamó a Jack.
No le daba la gana.
A su lado se sentía demasiado a gusto. Cierto, no le amaba, pero había algo en Jack que le atraía. Su sensibilidad, su buen decir, su delicadeza para con ella.
No obstante, Jack iba a verla y salían juntos alguna vez. No le dijo que iba a tener un hijo. Si no se lo había dicho a Michael, no creyó prudente decírselo a Jack.
Fueron interminables aquellos días que transcurrieron. Dos, tres, cuatro, cinco...
Fue aquella noche cuando se sintió algo mareada. Jack llegó hacia las diez a buscarla como siempre.
—Si vieras qué apática estoy. No deseo salir.
—Es raro en ti —dijo él.
—Prefiero quedarme en casa.
Jack la escrutó.
—¿Disgustos? ¿Añoranzas de Michael?
—Muchas —confesó—. Disgustos no, añoranzas ya te puedes suponer.
—¿Has sabido algo de él?
Sonrió apenas.
Con dolor, con amargura.
Jack asió sus dedos y se los oprimió con ternura.
—Ya sabes cómo es.
—¿Cómo es? —quiso saber.
Jack rió. Llevó la mano femenina a los labios.
Ambos se hallaban sentados en el mismo diván. Juntos, nostálgicos o melancólicos.
—Cuando está en lo suyo —dijo Jack— se olvida de todo lo demás, pero no porque no lo ame. Es que él es así de profesional.
—Pero lo uno no quita lo otro.
—Falta poco para que vuelva.
—Sí, ya sé.
—Tal vez te llame aún esta noche.
—Cinco noches ya... y no ha llamado.
—Los congresos son absorbentes.
—¿Qué sabes tú?
Se lo reprochaba con dulzura.
Jack volvió a llevar a los labios aquella mano que asía. La besó largamente.
—No soy médico, claro —dijo consolándola-—. Pero... me lo imagino.
No creo que el congreso le acapare todo el tiempo.
—Tratándose de Michael, es posible.
—Los demás médicos llevaron a sus esposas.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Es fácil de suponer. He llamado a varias y todas están en Nueva York.
—Este Mich... es algo especial.
No había soltado los dedos femeninos.
Jack, por primera vez, la miraba muy de cerca.
La quería.
Profunda y verdaderamente, no de un modo tan sólo físico. La quería con todas las consecuencias, y un día cualquiera dejaría de verla, dejaría Chicago. Se iría de viaje. No tenia problemas económicos, era fácil buscar un pretexto y desaparecer.
Vivir así, a su lado, sabiéndola tan de otro, era un cilicio insoportable, y un día no sabía si sería capaz de callarse aquello que sentía.
No tuvo la culpa él ni Cris.
Cris menos que nadie.
Jamás coqueteó con él, jamás fue incitante, jamás le alentó. Pero Vivir a su lado, salir con ella, bailar con ella..., era empujarlo por un abismo.
La culpa la tenía Michael. Tan seguro se sentía en la vida de Cris, tan firme... Nadie estaba firme ni seguro de nada. No sabía por qué Michael tenía que estarlo tanto. Sin duda formaba parte de su modo desconcertante de ser.
—¿Era así de niño? —quiso saber ella de pronto.
Jack parpadeó.
Sintió que Cris rescataba su mano. Sin coquetería, sin malicia, con la mayor naturalidad ante un amigo del alma a quien le pide que le hable de la infancia de su marido.
—No era así, pero parecido.
—¿Cómo era?
Jack rió.
Una risa un poco falsa.
—Destripaba pájaros y alguna vez ratones. A mí me entraba un asco mortal, a él nada. Un día murió un perro en una casa vecina, y en el sótano él le hizo un inciso en el cerebro. Dijo que era para estudiarlo. ¡Qué sé yo! Apestaba aquello. Mich se sentía muy satisfecho. Siempre dijo que sería médico... Tiene vocación, por eso se olvida de que a la par es hombre.
No se olvidaba. Eso no.
Pero sólo sabía que lo era cuando estaba a su lado.
De repente, Jack dijo algo desconcertante.
—Si no eres feliz a su lado, divórciate.
—¿Qué dices?
—¿Por qué no, si no te da toda la felicidad que tú te mereces? Yo...
Guardó silencio ante la mirada asombrada de Cris.
Se puso en pie.
Parecía muy nervioso.
—Perdóname —dijo.
—Jack..., ¿qué te pasa?
—Nada, nada —pero de repente lo dijo. No podía más. Al diablo la amistad y todo lo inherente a ella—. Es que yo te amo, Cris.
Cris dio un salto.
Jack decía de corrido como si tuviera miedo pararse:
—Como un hombre ama a una mujer. No soporto esta amistad fraternal. Entiende. Perdona...
Cris quedó tensa.
Jack se iba.
Parecía correr.
Como si de repente le entrara mucha prisa.
No lo retuvo. Por primera vez en toda su vida tenía miedo de retener a alguien.