IX
Estaba citada con Nelson en las minas.
Había pedido un caballo y un criado lo tenía listo en el parque.
Pero su padre estaba allí hablando mucho. No esperaba respuesta. A decir verdad su padre nunca esperaba el parecer de los demás. Opinaba él, disponía él, trazaba él, y cuando se cansaba de hablar, se levantaba y se iba, considerando que ya lo había dicho todo y que los demás nada tenían que decir.
Mónica se hallaba también en el living. Sentada en un rincón, mil veces trató de intervenir en el monólogo de su marido, pero un gesto de éste la frenaba en seco.
—Tienes mucha suerte, Donna —decía Gerard Heyns serenamente—. Una chica de tu edad debe aspirar a un hombre joven y rico, bien parecido y de buena familia. Boby lo es. Tal vez no tenga la distinción que tienes tú, pero eso se adquiere pronto en el roce diario, ¿no te parece?
—¡Papá...!
—He pensado —siguió Gerard, haciendo caso omiso de la exclamación de su hija— que la boda se celebre cuantos antes. El mes próximo, creo yo.
—¡Gerard...!
El marido miró a Mónica con expresión vacia.
Por supuesto, ambas mujeres se dieron cuenta de que no escucharía a ninguna de las dos.
—Será una boda muy sonada —prosiguió Gerard fríamente—. Pretendo que sea una ceremonia que no se olvide jamás. Tú lo mereces y Boby Corbett también.
—Gerard, yo creo...
Aquél se puso en pie.
—Los detalles ya te los explicaré otro día, Donna —dijo como si no oyera a su mujer.
—Mónica se encargará de pedir tu equipo a París. ¿No es así, querida?
—Yo creo...
—Hazlo cuanto antes.
Y salió sin esperar respuesta.
Las dos mujeres se miraron.
—Donna.
—No es posible que papá hable en serlo —gimió la joven desesperadamente—. ¿No puedes tú hacer nada? ¿Es que no te ama? ¿Es que no vas a hacerte escuchar?
—Querida Donna. Tu padre ha decidido algo a lo cual lo empujan los demás. Es decir, los Corbett. ¿Por qué razón? Tiene que ser asunto de dinero. Y, como bien sabes, yo no dispongo de un chelín. Ve a ver a Nelson. El dijo que te ayudaría. Dile que todo se precipita.
—Tú... ¿no le dirás a papá que esa boda será un desastre?
—Ya lo intenté —susurró Mónica con gran desesperación—. Te aseguro que nunca vi a tu padre tan duro. En cualquier otra ocasión haría que no me escuchaba, pero en el fondo estoy segura de que me escucharía. En esto, no sé por qué razón no quiso escucharme desde el primer momento.
Como observaba incredulidad en sus ojos, se apresuró a decir:
—Ya sé que nunca me has querido. Que siempre me consideraste una intrusa. Mientras una es niña, piensa demasiadas cosas, pero cuanto una madura se debe ver la verdad. Nunca te detesté. Siempre sentí ansiedad de tu cariño y consideración —guardó silencio, quedó un tanto tensa, como si le costara hablar—. Me había casado, pero seguía estando sola. Un hijo me lloraba en Irlanda. No sabes lo que es que te separen del unico hijo que tienes. En ti quisiera yo haber puesto todo mi cariño, pero tú nunca me lo permitiste.
Donna se acercó a ella muy despacio. Puso sus dedos en el hombro de Mónica.
—Perdóname. Me parece que estoy más cerca de ti que nunca. Pero... tendré que casarme. Me da la sensación de que papá...
—Dilo.
—De que para papá esto significa su vida, su dignidad, su todo. Se diría que está prendido de un árbol balanceante en el vacío, que abajo hay un abismo y que si nosotros no lo sacamos de ahí, se caerá y se estrellará. ¿No te da a ti esa sensación?
—Tu padre siempre fue un hombre dominable, pero nunca hasta este extremo Si. Tal parece que de esa boda tuya con Boby Corbett depende toda su vida. Y me temo que algo más: su honor.
—¿Qué debo hacer, Mónica?
—Son las seis. Ve a las minas. Nelson me dijo que te ayudaría.
—Pero yo no tengo derecho a admitir la ayuda de tu hijo —casi gritó—. ¿Con qué derecho?
—Puedes amarle un día.
—¿Amarle?
—¿Y por qué no?
Donna pasó los dedos por la frente.
—No es posible, Mónica. Le veo como hijo tuyo, casi como un hermano. Creo que nunca podré amarlo con amor de mujer.
Era grave aquello.
La única persona que podría ayudar a Donna e incluso a Gerard sería Nelson. Pero si no existía amor por parte de Donna... ¿qué recompensa tendría su hijo a su sacrificio?
—Perdóname —susurró Donna aturdida—. No me hago a la idea de que Nelson me ame. Ni me hago a la idea de amarle yo. Es absurdo..., pero en él veo al hermano que nunca he tenido.
—Bien, pues ve a ver qué te dice tu hermano —dijo Mónica de forma rara.
* * *
—¡Nelson! —exclamó Gerard Heyns al ver entrar al hijo de su mujer—. Qué milagro por aquí.
—¡Hola. Gerard! He bajado al centro y al pasar por aquí me dije: «ahora recuerdo que tengo que ver a Gerard». Y aquí me tienes.
—Toma asiento.
—No mucho tiempo. A las siete tengo una cita en mi despacho de la mina —se sentó, no obstante, miró en torno—. Tienes un despacho estupendo. Yo soy menos tradicionalista. Todo lo que me rodea es moderno.
—Este despacho es de mi abuelo. Imagínate con qué cuidado lo conservare.
—Es lógico. Oye —añadió rápidamente—. ¿Sabes que tengo un problema?
—¿Puedo ayudarte yo?
—No lo sé, pero tal vez puedas darme un consejo. Mientras fui niño no me di cuenta de que tú eres un gran hombre de negocios. Ahora ya lo sé. Yo tengo el problema de la inversión.
Gerard tensó el busto. Quedó un tanto indeciso.
Era raro que un hombre como Nelson Miller, de quien todo el mundo hablaba elogiosamente como financiero e inversionista, se detuviera ni siquiera un segundo a solicitar un consejo del hombre que ni siquiera supo conservar el patrimonio de sus mayores. Claro que Nelson no tenía por qué saberlo.
—¿Qué me dices a eso?
—¿A tu problema?
—Claro.
—Pues no sé. Hay mucho donde invertir el dinero.
—Yo soy un poco visionario, ya ves tú —fumó la pipa con ansiedad—. Me gustaría invertir dinero, una buena cantidad, en tus joyerías.
Gerard le miró fijamente.
—¿En mis...?
—Bueno, perdona. Tal vez voy demasiado lejos, ¿no? Lo considero un buen negocio. Queramos o no somos familia. Los tiempos de la inconsciencia y la incomprensión han pasado ya, ¿no es eso? Hoy somos dos hombres. Hace unos años yo era un niño y no podía comprender la boda de mi madre con otro hombre. Todo cambia con la mentalidad madura —se puso en pie—. Si puedes ayudarme a invertir dinero, si te parece que puedo ser tu socio capitalista...
—Demasiado tarde.
—¿Qué dices?
—No, nada. Pensaba en alta voz. Gracias, Nelson. No pensé que confiases en mí hasta ese extremo.
—Haces feliz a mi madre —dijo con verdadero aplomo—. Eso es importante. Tengo que confiar en ti y la verdad es que me gusta confiar. Si tienes algo que ofrecerme en el sentido que te indiqué, mándame llamar.
Como si cuanto acababa de decir rio tuviera ninguna importancia, sacudió la pipa en el cenicero, la guardó en el bolsillo superior de la americana, y luego estrechó la mano de su padrastro.
—No te olvides de mi, Gerard. Te aseguro que me interesaría muchísimo ser tu socio, con la cantidad que tú estipularas, sea grande o pequeña, allí me tienes dispuesto. Ah, se me olvidaba. Tengo entendido que se casa tu hija.
Gerard estaba tan asombrado que no sabía qué decir.
Pero hubo de responder a las últimas frases del hijo de Mónica.
—¿No es demasiado aventurero para ella? Debemos tener presente que Donna es una cría.
—Ciertamente.
—Y pese a ello...
—Boby la ama —dijo Gerard sin convicción.
—¡Eh! —exclamó Nelson asombradísimo—. La ama. ¿Estás seguro? Bueno, esto es meterme en asuntos que no me conciernen.