V
Se hallaba repantigado en una butaca, mientras su sobrino terminaba de arreglarse ante el espejo. Vestía el traje de etiqueta, el cual le hacía parecer más alto.
Karl Miller se sentía orgulloso de él, de la educación que le dieron sus abuelos, de la seriedad madura de Nelson, de su gravedad masculina.
—No te he dicho aún que hoy conocí a una chica.
Karl Miller abrió su enorme bocaza en una amplia sonrisa.
—Me gusta que conozcas chicas —dijo—. Tienes edad. ¿Sabes lo que soñé siempre, Nelson? Verte casado joven. Nada hay como el matrimonio.
Nelson le miró burlonamente e través del espejo.
—Pero tú no lo hiciste.
—En efecto. ¿Sabes por qué? Ahora ya puedo decírtelo. No creo que salgas con la cursilada de un sermón indicando tu agradecimiento. No me casé porque preferí velar por ti. Los Miller somos así. Un día tu padre me llamó a Birmingham. Yo me encontraba divinamente en Clonmel. Trabajaba la tierras de mis padres, me sentia feliz. Pero tu padre me llamó y yo acudí prontamente. Lo vi muy enfermo... Por eso me quedé a su lado.
Nelson dejó de arreglarse.
Estaba correcto. Alto, firme, distinguido con aquel traje de etiqueta que aún le haoía más austero.
Se sentó a medias en el brazo de un sillón y miró fijamente el semblante venerable do su tío.
—Una pregunta que nunca te hice, tío Karl.
—Venga.
—¿Mamá hizo feliz a tu hermano? ¿Dónde la conoció? ¿Cuándo se casó con ella? ¿Qué edad tenía mamá cuando se desposó con un Miller?
—Son muchas preguntas de una vez en el momento en que te vas a una flesta social. Pero trataré de contestarlas a todas, una por una. Sí, tu madre hizo feliz a su marido. Seguro además que lo hizo muy feliz. Y nadie me quita de la cabeza que debió de sentir mucho la muerte de su esposo. Se casó siendo una niña. Mi hermano la conoció aquí mismo. Es decir, en Birmingham. Era la hija de un granjero pobre, pero eso a Dick no le importaba mucho. Los Miller siempre fuimos ricos y desinteresados. Más bien generosos. Recuerdo que Mónica tendría aproximadamente dieciocho años, no sé si cumplidos, cuando tu padre nos escribió a Irlanda diciéndonos que se casaba. Los Miller, como tú sabes, son gente importante en Irlanda y después aquí, cuando Dick heredó de un tío inglés. Las minas de carbón producían mucho dinero. Las de hierro no tengo necesidad de decírtelo, porque tú mismo lo estás viendo. Dick, por tanto, se convirtió en un personaje en Birmingham, en todo el condado de Werwick como bien sabes. Para Mónica era una boda espléndida, algo así como si de pronto le tocara la lotería. Pero eso no significa que se casase por interés. Mónica, en aquella época, sólo era una sentimental, no una muchacha materializada. Hizo feliz a Dick, estoy seguro. Pero cuando tu padre falleció casi de repente, debido a aquel ataque cerebral repentino, tu madre era casi una niña. Por eso se le despojó de tu tutela y por eso no pudo administrar los bienes de su marido.
—Eso fue un poco cruel.
—Era una tregua que se le daba sin advertirla, Nelson. Los Miller siempre jugamos limpio. Si ella resistía la prueba, si no volvía a casarse... pronto te recuperaría de nuevo y volvería a ser la viuda de Miller, administradora de los bienes de su marido. Pero tu madre se casó pronto. Demasiado pronto. Y para ello eligió al hombre más distinguido de Birmingham.
—Y más rico.
Karl rió. Una risa de zorro viejo.
—No tanto, no tanto, Nelson. De eso se habla, pero habría mucho que ver. La vida de Gerard Heyns deja mucho que desear. Gasta demasiado. Sus joyerías... apostaría yo que ya no le pertenecen por entero. Es demasiado amigo de los Cobertt. ¿Sabes quiénes son los Corbett?
—No tengo ni idea.
—Padre e hijo... oriundos del Canadá. Esos tipos indeseables que hicieron el dinero, una colosal fortuna, explotando a los demás, abusando de su credulidad, escarneciendo a los incautos. De ahí procede la fortuna de un hombre que no hace ni quince años era un miserable buscador de oro. Y lo encontró. Sí, en los sudores de lcs demás. Te decía que se ve mucho con este hombre. Si vas al club lo verás siempre a su lado. Si visitas sus joyerías observarás gente nueva en ellas, como si alguien pusiera allí su propio personal, no el que míster Heyns tenía antaño.
—No te entiendo.
—Gerard Heyns juega mucho. Se me antoja a mí, claro que esto es una suposición mía, que hay hipotecas por medio y que por poco que se descuide Heyns se queda sin un chelín.
—Supones también, ya que tanto te da por suponer, que mamá éstá al tanto de eso.
—No, ya ves. Me parece que Heyns hará lo que sea antes de que su esposa se entere.
Nélson consultó el reloj.
—Se me hace tarde. Nada me lleva a la mansión de los Heyns. Ayer, al menos, no pensaba ni siquiera en divertirme. Pero hoy, como te dije hace un instante, conocí a una chica morena, de grandes ojos verdosos. Una preciosidad de chica —se echó a reír jovialmente—. ¿Sabes que me impresionó esa chica?
—¿Quién es?
—No lo sé. Sólo me dijo que se llamaba Do, pero se me antoja que no es así. La veré en la flesta esta noche.
Karl se puso en pie.
—Busca una mujer decente y cásate con ella, Nel —murmuró palmeándole el hombro—. Yo tengo un deseo loco de volver, a mis tierras de Irlanda y no pienso hacerlo entre tanto no te deje casado.
—¡Casarme! No es tan fácil. Primero tienes que co nocer una mujer, luego amarie, luego cerciorarte de que es la perfecta mujer que puede hacerte feliz.
Ambos rieron.
* * *
La idea concebida no pudo llevarla a la práctica.
Era demasiado tarde. Los preparativos para la flesta, los invitados de lejos que iban llegando, su propio tocado... Todo le impedia perder una hora de tiempo aquel día. Pero tál vez durante la flesta tuviera ocasión de departir con Ernest Corbett. Claro que no sería tan fácil descubrir las causas por las cuales Gerard tenía tanto empeño en casar a su hija con Boby Corbett.
No obstante, algo haría, estaba segura.
Pensaba así entre tanto iba de grupo en grupo, saludando como una perfecta y elegante anfltriona.
Los invitados estaban llegando. En un momento se llenó el amplísimo salón. Las arañas del techo despedían fogonazos de luz. La mesa inmensa, en el salón contiguo, llena de candelabros de plata, de fina cristalería. Todo lo que no salió en quince años, salía en aquella noche a relucir en la mansión de los Heyns.
Su marido iba también de grupo en grupo, multiplicándose para parecer cortés.
Monica, viéndole actuar, se preguntaba qué semejanza tendría aquel hombre con el marido que ella conocía. Apenas si podía comparársele.
Ordinariamente Gerard era un hombre irritable, impaciente, descortés muchas veces. Hermético otras... En cambio aquella noche se desvivía por parecer todo lo contrario, y lo curioso era que lo conseguía y no parecía costarle esfuerzo alguno.
Cuando llegaron los Corbett, padre e hijo, les asió a ambos del brazo llevándoles en medio, les fue presentando a todas aquellas personas importantes que aún no les conocían.
Era lo extraño, pensaba Mónica. ¿Por qué razón aquel desmedido interés? Gerard tenía que saber que nadie toleraba a los Corbett. Que si bien les sonreían y apretaban su mano cortésmente, dejaba mucho que desear el interés personal que se podía poner en aquel breve conocimiento que casi nunca se dilataba más de una noche y si al día siguiente les encontraban en un club o una flesta social, hacían como si jamás les hubieran visto.
Donna se retrasaba.
Si ella fuese a su cuarto...
Pero no.
No sería bien acogida. Donna nunca creía en su interés verdadero. Donna nunca le perdonó que se casara con su padre.
—¡Hola, mamá!
Se volvió en redondo.
Una emoción profunda la rasgó como algo húmedo en los ojos.
—Nelson... —susurró—. Hijo mío.
Nelscn besó a su madre en la frente y después dejó resbalar la mirada en torno.
La madre lo miraba a él. Lo hacía con admiración, pues Nelson en aquel instante estaba siendo el centro de la curiosidad femenina.
Ahí es nada, Nelson Miller representaba en la ciudad de Birmingham una de las mayores fortunas. Joven, ingeniero y dueño de las minas más importantes del país, representaba un marido excelente.
—Nelson... —susurró la dama—, no has saludado a mi marido.
—¡Oh, no! Lo haré ahora mismo —y luego, con curiosidad y aquella sonrisa suya indefinible—. ¿No está aquí tu hijistra?
—No ha bajado aún.
—Tendrás que presentármela.
Avanzó erguido e indiferente por el salón, saludando aquí y allí con una breve inclinación de cabeza, o bien deteniéndose y estrechando la mano de los amigos.
Alguien le tocó en el hombro. Al volverse se encontró con el marido de su madre.
—¡Hola, muchacho!
—¡Ah, hola, Gerard!
—Mira, Nelson. Te voy a presentar a los Corbett.
Nelson les prestó sólo la atención correcta. Una inclinación de cabeza. Breve, concisa, y luego se puso a hablar con Gerard.
Casi en seguida míster Corbett murmuró:
—Ahí baja Donna...