II
—Siéntate he dicho, Donna.
La mente Juvenil frenó cuantos pensamientos se recopilaban en ella.
Automáticamente se dejó caer en una butaca frente a la mesa de su padre.
—Lo he considerado así —añadió Gerard Heyns— por ti. Bob es el hijo de mi socio. Un muchacho lleno de virtudes.
¿Virtudes?
¿A qué llamaba su padre un hombre virtuoso? Ella hacía solo tres días que se hallaba en Birmingham y, sin embargo, ya sabía que Boby Corbett distaba mucho de ser un muchacho de buenas costumbres.
—Ten presente que tiene todas las ventajas esa boda La sociedad no tiene por qué disolverse. Casado Boby con otra muchacha quizá fuese diferente. Cierto que los Corbett no son gente muy distinguida. Oriundos del Canadá, poseen una fortuna incalculable. Casado Boby contjgo, tendrá eso que le falta. Distinción, amistades, ambiente.
—Antes —se atrevió a decir Donna— no tenías socio. Al menos yo no recuerdo que lo hayas tenido. Las mejores joyerías de la ciudad te pertenecían.
—De eso hace mucho tiempo —cortó Gerard fríamente—. Un hombre de negocios siempre necesita un socio y yo encontré el más idóneo para mis fines.
¿Por qué?
Las joyerías Heyns eran las mejores de Birmingham, y de repente... el nombre de otra persona se veía mezclado en ellas. ¿Por qué razón? ¿Tanto despilfarro de su padre?
—Boby es un muchacho excelente.
—Yo soy una niña para los efectos.
—No seas majadera. A los dieciocho años tu madre estaba casada conmigo y no te olvides que aportó al matrimonio unas cuantas joyerías, con lo cual todo pasó a los Heyns. Tú tienes el deber de hacer otro tanto.
—Mi madre te quería.
Gerard parecía irritado.
Dispuesto a estallar.
Y estalló en aquel preciso instante, al tiempo de ponerse en pie.
—Basta. ¿Me oyes? Basta. Tú harás lo que te diga, como yo hice, lo que mandó mi padre y tu madre hizo lo que le ordenó el suyo. Hay mujeres que no pueden jamás disponer de sus vidas. Mujeres que nacieron y crecieron para cumplir con un deber familiar y social y eso es lo que te corresponde a ti.
—Papá...
—Vete. Ya hablamos bastante...
—Papá. Te suplico...
—Nada. Harás lo que yo ordene. Esta noche conocerás bien a Boby y mañana ya saldrás con él. Dentro de dos o tres semanas pedirán tu mano y todo terminará en boda. Y cuanto antes. ¿Me entiendes? Que no sepa yo que te rebelas.
Donna bajó la cabeza.
Su padre no la conocía.
¡Oh, claro que no!
Ella no estaba dispuesta a casarse con aquel hombre llamado Boby Corbett. Antes muerta que destruir sus ilusiones juveniles.
¿Las tenía definidas?
No. Aún no. Pero... esperaba definirlas. Esperaba amar. Esperaba... mucho de la vida y del amor.
—Supongo que tendrás que ir a la modista con Mónica —dijo secamente cuando ella traspasaba el umbral.
¿Por qué tenía que necesitar a Mónica?
Iría sola.
Quería ir sola.
Pero no lo dijo en aquel instante.
Salió y cerró sin golpe.
Pasó los dedos por la frente. Tenía unas manos suaves, delicadas. Unas manos muy personales las de Donna Heyns...
* * *
—¿Puedo pasar, Donna?
No.
No quería verla.
Tal vez si ella jamás se casara con su padre, éste no se violentara con ella. Necesitaría cariño, ternura, comprensión v ellá se lo hubiera dado.
—Donna, ¿puedo pasar?
Se tiró del lecho.
Estaba demasiado bien educada para comportarse como una pobre muchacha sin educación.
—Pasa, Mónica —dijo brevemente.
Jamás le llamó mamá.
Jamás tuvo para ella una palabra amable.
Reconocía el afán de Mónica por agradar, pero a ella... nunca podría agradarle la mujer de su padre.
—Hemos de ir al modisto, querida mía.
—Lo siento, Mónica. Iré más tarde.
—¿Sola?
Era una mujer hermosa, Mónica.
¿Cuántos años tendría a la sazón?
Cuarenta y siete. Pero no los aparentaba.
—Papá quiere casarme con Boby —dijo sin preámbulos.
Mónica dio un paso al frente.
Sin duda alguna la idea no le agradaba en absoluto.
—¿Estás... segura?
—Dice que le han pedido mi mano. ¿Acaso tú lo ignoras?
—Totalmente.
—Eres... muy amable.
—Nunca me has tolerado.
—Nunca te tuve aprecio, ésta es la verdad.
—Me he casado con tu padre porque estaba sola y porque él me ofrecía cariño, y porque no tenía ni siquiera a mi hijo junto a mí.
—Pero él me tenía a mí y me enviasteis a un pensionado, olvidándome durante ocho años.
—Donna.
—No me digas nada, Mónica. Nada te reprocho a ti. ¿Qué deber tenías para conmigo?
—Prefiero no hablar de ello, pero quiero que sepas que yo te tengo aprecio.
—Gracias.
—No lo crees.
—En absoluto.
—Eres cruda.
—Como debo ser.
—Me juzgas sin escucharme.
—No pienso juzgarte de ningún modo.
—Yo también tengo un hijo y jamás me perdonó que me volviese a casar.
—Tu hijo era ya mayorcito —adujo secamente—. Yo era una criatura desvalida.
Le dio la espalda.
Mónica giró en torno a ella buscando su rostro.
—Hablaré con tu padre. Nada me parece peor que pretenda casarte con Bob. Es un tipo libertino, indeseable. Se gasta el dinero de su padre con la mayor desfachatez. Es ordinario. Nadie lo admite en sociedad, excepto cuando su padre lo presenta. Te aseguro que nada más lejos de mi imaginación que semejante boda y para evitarla hablaré con tu padre.
—Parece que no le conoces bien.
Sí, le conocía.
Demasiado bien..., pero estaba casada con él y por nada del mundo admitiría ante su hijo que no era feliz.
—Prepárate, Donna. Vamos al modisto. Después, al regreso, me entrevistaré con tu padre.
—Eres muy amable, pero prefiero... que no intervengas en esto.
—Nunca te darás cuenta, tú que eres mujer, las mil causas que me empujaron a casarme.
—No.
—Así, rotunda.
—Lo siento, créeme.
—Fui a verte alguna vez al pensionado. Trató de ganarte con mi ternura...
—Es inútil, Mónica —y sin transición—. Si hay que ir al modisto, espérame abajo, por favor. Estaré eontigo dentro de veinte minutos.
—Eres muy dura.
—Como me enseñasteis a ser.
—Hablaré con tu padre respecto a la boda con Boby. Es... lo más disparatado que oí en mi vida. Boby Corbett tiene veinticinco años escasos, pero sabe más que un hombre en las postrimerias de su vida. No voy a tolerar que te lleve a ti.