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—Mont, tu comportamiento es impropio de ti. Parece mentira que durante un mes hayas estado lejos de todos los que te quieren bien y hayas hecho eso a Janet...

Montgomery miró desolado a su madre y parpadeó tras las gafas. Tenía un montón de papeles sobre la mesa y mucho trabajo pendiente. Tenía que pronunciar un discurso en la Universidad aquella tarde y lo estaba preparando cuando vio entrar a su madre y a Janet. Era la primera vez que su madre se dignaba acudir a su piso y Mont sintió que aquellas dos mujeres le estropearan la tarde. Hacía dos días que había llegado a Nueva York y no sabía nada de Vikki. Y comprendió, viendo a las dos mujeres ante él, que la necesitaba en su vida como jamás se había imaginado.

—Pero ¿qué he hecho yo, cielo bendito? —gritó desesperado—. He buscado el descanso, he trabajado, y ahora que puedo culminar mi obra, venís aquí a volverme loco.

—Ya habrás leído la Prensa —saltó la dama—. La boda ha sido fijada para dentro de dos semanas.

—No habrá boda.

—¿Cómo? ¿Qué?

—Que no habrá boda, mamá. Y tú, Janet, no me mires de ese modo. Ahora estoy muy ocupado... La secretaria ha quedado en su casa. Me veo solo y desesperado y aún venís con bodas. ¿Es que no os dais cuenta de que necesito poner toda mi atención en esto?

—¿Y qué es eso? —desdeñó Janet—. Un discurso ridículo. ¿Qué falta te hace a ti ensuciarte las narices con esos papelorios? Puedes pensar que una vez casado tendrás que dejarlo todo. Ahora no quiero interrumpirte si tu trabajo es tan interesante, más que mi presencia aquí, cosa que no concibo, pero me iré. Dame la sortija y asunto concluido.

Mont volvió a parpadear. Sintió un característico taconeo en la antesala y el corazón le dio un vuelco. ¿Vikki? ¿Volvía Vikki?

La vio erguida en el umbral con su cara alzada, su bendita mirada puesta en él, su sonrisa en los labios...

—Vi... Señorita Winter —susurró poniéndose en pie.

Las dos mujeres se volvieron para ver a la recién llegada, causa de aquella infinita felicidad que brillaba en los ojos siempre indiferentes de Mont. Y se encontraron con Vikki. Una Vikki bonita, joven, deliciosa. Janet dio un paso hacia ella y la recorrió con la mirada. De súbito lanzó una sorda exclamación y fue hacia la secretaria. Sin dejar de mirar sus ojos, buscó la mano de Vikki y la alzó.

—Miren..., el solitario de Mont.

Vikki rescató su mano y miró a Janet de arriba abajo. Luego se acercó a Mont y le dijo dulcemente:

—He llegado ahora mismo, Mont. ¿Sigo siéndote... útil?

—Naturalmente, vida mía —y luego mirando a su madre y a Janet, que aún no habían salido de su asombro—. Mamá, Janet..., os presento a mi esposa. A decir verdad hace un mes que nos casamos, pero no tuve tiempo de participároslo.

Y con la mayor naturalidad pasó un brazo por los hombros de Vikki y la acercó a sí. Vikki, junto a él, parecía una cosita frágil, insignificante, pero infinitamente deliciosa pese a su media estatura junto a Mont.

La señora Walson dio un paso hacia delante y clavó. los fríos ojos en el semblante lindo de la joven.

—Lo has cazado con malas artes. Te has aprovechado de su debilidad.

—Hace usted muy poco honor a su hijo, señora Walson —dijo suavemente, sin alterarse—, adjudicándole defectos que nunca conocí en él. Mont sabe que le di... lo mejor de mi vida y creo innecesario advertirle a usted que su hijo nunca fue un hombre débil.

—Siempre te odiaré —dijo con rencor—. Yo esperé un matrimonio lucido para mi hijo y tú..., tú...

—Mamá; vamos a razonar —dijo Mont, olvidándose de su discurso—. Recuerdo que de niño nunca te preocupaste de si tenía hambre de ternura, de tus besos, de tus consejos... Me hice a mí mismo y reacciono en consonancia con esas enseñanzas que de la vida me tomé yo. Cuando consideraste que era un muchacho brillante, que podía ser tu orgullo y tu vanidad, me elegiste mujer. Un día me reprochaste mi falta de obediencia y te dije que no había sido obediente, sino tranquilo. En cuanto a Janet..., ella eligió su camino. Yo nunca le pedí la sortija y ella me la tiró a la cara. Tendría que ser un hombre débil en efecto, si después de eso volviera a ponerla en su dedo. Confieso —añadió sonriente, oprimiendo el hombro de su esposa— que me sentí liberado de un gran peso cuando con la sortija apretada en la mano, regresé a casa... Janet es una chica brillante, preciosa..., pero no fue hecha para mí. Ella necesita un hombre menos preocupado que yo. Un hombre que viva pendiente de ella constantemente y yo..., por desgracia, necesito lo contrario, una mujer que viva constantemente a mi lado, pendiente de mis gustos, mis afanes, mis cansancios...

—Eres un mentecato, Mont.

—Gracias por tus elogios, mi bella amiga.

Janet salió dando un portazo y la señora Walson se acercó a la puerta. Vikki la miró fijamente.

—Señora Walson —dijo enérgica—, Morít, su hijo, no merece que usted se marche como se marchó ella. La señorita Janet Ford es una extraña, pero usted es madre.

—No es preciso que usted me indique lo que debo hacer. Mont —añadió mirando a su hijo—, si algún día quieres sentar la cabeza..., vuelve a casa. Entretanto, espero que no presentes a esa mujer... en tu mundo. Se reirían de ti.

—Pienso presentarla esta misma noche, mamá. Y espero que sea acogida con todos los honores. He vivido demasiado tiempo sojuzgado a tus caprichos y ahora se terminó. Si algún día quieres venir a vernos... Tú sabes, mamá, que esta casa está abierta para recibirte con agrado. Todo cansa en la vida y yo me pregunto si tú no te has cansado aún.

—De lo que yo haga o diga no tienes que preocuparte tú.

Y salió con la misma violencia que un momento antes saliera Janet.

Vikki se separó de él; pero Mont fue a su lado y, sin decir palabra, la tomó en sus brazos.

—Has vuelto, pequeña mía. Has vuelto al fin.

—Para toda la vida, Mont.

La besaba y Vikki enredó sus brazos en el cuello de Mont, se empinó sobre la punta de los pies y dijo antes de besarlo :

—He temido que, en efecto, fueras débil.

—Y has comprobado...

—Que eres el más fuerte de todos, desmemoriado querido.

Mark se extrañó de ver el despacho vacío, cuando una hora después regresó a casa. Y se extrañó asimismo de que en el piso hubiera aquel silencio; pero súbitamente un perfume característico llegó a sus narices y echándose a reír, comentó con malicia :

—El amor ha vuelto.

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La Prensa se hallaba desplegada ante los atónitos ojos de tía Vera. ¿Qué decía allí? ¿Se habían vuelto todos locos o era ella la única enloquecida? Leyó por segunda vez temblándole la boca y todo el cuerpo. Cielos, cuando Perry leyera aquello iba a venírsele encima un huracán.

Con. la Prensa apretada en las manos, se dirigió precipitadamente a la alcoba de su sobrina y vio, con espanto, que el lecho estaba intacto. Lanzó un breve grito y corrió hacia la biblioteca. Tampoco estaba allí. Buscó por toda la casa y como loca bajó a la portería.

—¿Ha visto a mi sobrina...?

La portera abrió una boca así de grande.

—Claro —tenía la Prensa en la mano—. La vi salir ayer noche envuelta en un rico modelo de noche y con una capa de piel por los hombros. Su... marido, ese famoso historiador que dio ayer noche un discurso en la Universidad, la esperaba en el auto. Ella subió, besó al... marido y el coche salió pitando.

—Oigame, esto que dice la Prensa es falso.

—¿Y a mí qué me dice usted? No creo que sea una deshonra ser la esposa de un hombre famoso y millonario. Ojalá mi nieta tuviera esa suerte.

—Su nieta no es Vikki —saltó Vera, ofendida.

Y subió de nuevo a su casa. Se sentó en un diván y leyó de nuevo la Prensa.

“BODA SORPRENDENTE

”Ayer tuvimos el gusto de conocer a la distinguida esposa de nuestro no. menos distinguido amigo, el señor Montgomery Walson. Hemis sido los primeros sorprendidos, puesto que el señor Walson y distinguido amigo nuestro, estaba prometido a la señorita Janet Ford. Este enlace, nos referimos al del señor Walson y la señorita Vikki Winter, se efectuó eri secreto hace aproximadamente un mes. El discurso que pronunció el señor Walson ha sido un éxito y está siendo muy felicitado por el doble acontecimiento: su boda y su nombramiento... Hemos de reconocer la belleza de la joven y nueva señora Walson, así como su innata distinción. Nuestra más sincera felicitación a los señores Walson.”

Vera lanzó un prolongado suspiro y se echó a llorar. Se sentía hondamente emocionada y además...

El timbre de la puerta sonó de tal modo que amenazó tirar ésta abajó. Vera, temblando, fue a abrir y se encontró con su hermano, su cuñada y sus dos sobrinos Ginger y Peter.

—¡Vera!

Y la pobre tía Vera vio la Prensa en las mismas narices, extendida por la mano de Perry.

—Dime, Perry.

—¿Es así cómo cuidas a mi hija?

—Pero, Perry...

—¿Lo sabías tú?

—Cálmate, Perry —pidió la esposa—. Después de todo, es un orgullo para ti.

Perry se volvió como una fiera.

—¿Qué orgullo ni qué narices? Supones tú lo que hubiera ocurrido si en vez de boda... ¿Te lo has supuesto?

—Pero hubo boda —dijo una voz triunfal tras ellos.

Los cinco rostros se volvieron en redondo y Perry lanzó una breve exclamación.

—¡Vikki!

—Papi, marni, tía Vera, hermanitos...

Perry retrocedió, pero al ver tras Vikki la silueta altísima de Mont, volvió a acercarse a su hija y, súbitamente, la estrechó en sus brazos.

—Papá...

—Hijita, yo...

Lloraba Perry y Mont se sintió encogido junto aquel desborde de ternura que él solo sintió junto a sí al co nocer a Vikki...

—Mamá

Ahora Vikki pasaba a los brazos de su madre que también lloraba, y luego a los de tía Vera y después a los de Ginger y Peter.

Después...

—Papá, ya conoces a... mi marido.

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Mark franqueó la entrada a la señora Walson.

—Buenos días, Timón.

—Buenos días, señora Walson. No esperábamos verla por aquí a estas horas.

—¿Dónde... están ellos?

—No se han levantado aún, señora. Han llegado a casa a las tres de la madrugada. Si la señora desea que los llame...

—No. Daré un vistazo por aquí entretanto.

Envuelta en el rico abrigo de pieles, la dama recorrió uno por uno los departamentos de aquella nueva casa. Era un piso flamante, grande, lujoso, cómodo. Y en cada rincón se apreciaba la mano de una mujer de gusto. La mujer de su hijo Mont, que en tres meses había logrado conquistar a toda la alta sociedad. No había fiesta ni reunión adonde no fuera invitada la pareja y como dijo Mont un día..., todo cansa, en la vida y ella estaba cansada de fiestas y necesitaba tranquilidad y ver la sonrisa de Mont junto a sí, y la silueta grácil de su mujer.

Sí, por eso estaba allí a aquellas horas. Porque venía a pedirles que fueran a vivir con ella. Venía a mendigar su compañía, su ternura, su cariño... A eso venía la muy altiva señora Walson.

Se detuvo en un saloncito y oyó risas al otro lado del tabique. Mont era feliz y Vikki comprendía a Mont... .

Oyó la voz suave que decía en aquel instante:

—Son las once, vida mía.

—Tengo sueño —replicó Mont.

—A las doce has de asistir a una reunión.

—¿A una...? ¡Cielos, es cierto!

La señora Walson sonrió, saliendo del saloncito. Mont seguía sin tener mucha memoria, pero ahora había alguien a su lado que se preocupaba de él...

Percibió pasos y se volvió rápidamente. Una gentil figura femenina avanzaba por el pasillo, envuelta en un rico salto de cama. Era preciosa aquella figura y la señora Walson se sintió orgullosa de que su hijo tuviera gusto para elegir a aquella mujer.

—Buenos días —saludó Vikki suspensa, deteniéndose.

—Vikki..., he venido.

—Ya lo veo. Me alegro mucho de verla.

—Yo... Bueno, tú ya sabes que debo pedir perdón.

Vikki sonrió deliciosamente.

—En modo alguno...

—¿Me das un beso?

Vikki experimentó una honda emoción. No por ella, sino por Mont, porque ella sabía que Mont vivía intranquilo pensando en su madré. Se acercó y puso la mejilla, La señora Walson la apretó contra sí y la besó repetidas veces.

—Perdóname, querida, perdóname.

—Pero si nunca te guardé rencor, mamá. Si yo sufría por tu desvío. Si Mont piensa mucho en ti y teme que nunca le perdones.

—Eres... deliciosa, hija mía. Ahora comprendo por qué Mont te quiere tanto.

El aludido salió precipitadamente de su alcoba y pasó junto a su mujer como una flecha.

—Vendré a buscarte a las dos, Vikki.

No veía a su madre. Seguía siendo el despistado de siempre. Sólo para quererla a ella recordaba que existía y Vikki sintió que algo escocía en sus ojos.

—Mont —llamó.

—No puedo detenerme, cariño.

—Pero... Mira quién está aquí.

Mont se volvió a medias y de súbito dio la vuelta completa y en dos zancadas se encontró junto a su madre.

—Mamá...

—Hijo mío, yo... venía...

Mont la besaba una y otra vez.

—Gracias, mamá. No digas nada. Basta con que hayas venido y... —bajó la voz—: Quédate a comer con nosotros. Vikki te hará los honores. Yo tengo prisa. Mucha prisa.

Se cerró la puerta tras él y Vikki miró a la señora Walson.

Riendo comentó :

—Siempre hace igual. No recuerda hasta última hora sus obligaciones y éstas cada día que transcurre son más numerosas.

—Vikki, he venido a pediros un favor.

—Di, mamá. Pero ven, sentémonos aquí.

La pasó a un sáloncito y se sentaron una frente a otra.

—Quiero que vengáis a vivir conmigo, Vikki. Me encuentro muy sola.

—Mont y yo lo estamos deseando. A decir verdad me paso sola en este piso muchas horas y añoro la compañía de alguien querido. Además..., pronto voy a tener un hijo y Mont me dijo el otro día que le gustaría que naciera en casa de los Walson. Es tradicional.

—¿Un hijo? ¿Dices que un hijo?

—Sí, mamá —sonrió ruborosa—. Cuando se lo dije a Mont..., Dios mío, creí que iba a llorar.

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—¿Qué dices, Mont?

Mont la besaba largamente y Vikki trataba de separarlo.

—¿Me has oído, Mont, amor mío? Pero ¿es que para besarme no te olvidas?

—Para eso no, para eso no.

Y seguía besándola.

—Pero, Mont vida mía...

—Sí, sí, iremos a vivir con mamá y pasaremos los fines de semana con tu familia, pero ahora permíteme que te bese. Tantas horas sin verte, sin tocarte...

Vikki se quedó quieta en sus brazos y oyó con emoción todo lo que Mont le decía. Y Mont sabía decir muchas cosas bonitas.

FIN