CAPITULO PRIMERO

En Jonkers, ciudad de Nueva York, vivía la familia Winter, compuesta por el padre, la esposa y sus tres hijos, Peter, Ginger y la mayor Vikki.

Perry Winter trabajaba en una importante fábrica de jabón, de la cual era un alto empleado. Sus dos hijos menores estudiaban el Bachillerato y Vikki quiso trabajar para sí misma. Era una jovencita impetuosa, inteligente, vivaz, de gran belleza.

Le costó su esfuerzo convencer a su padre, pero Vikki era una chica persuasiva, adoraba a sus padres y éstos la adoraban a ella, si bien no fue fácil lograr convencerlos.

Durante un mes, Vikki leyó todos los anuncios de los periódicos, y al cabo de este tiempo, encontró lo que consideraba perfecto para ella. Dominaba tres idiomas. Perry cuidó de que su hija mayor poseyera una vasta cultura, y ahora que había logrado su objeto, casi se arrepentía, porque Vikki deseaba hacer uso de sus muchos conocimientos.

La conversación tenía lugar en la mesa, durante una de las tantas comidas de los Winter. Perry desmenuzaba el asado mientras escuchaba a su hija mayor:

—Os aseguro que es una plaza estupenda. Además, a mí me gusta la Historia y dicen los periódicos que Montgomery Walson es un tipo inteligente, algo parecido a un genio. Sus libros se venden a centenares, todo el mundo lo admira y a mí me agrada ser su secretaria.

Calló, esperando el parabién de su padre, pero éste hizo honor al asado sin parecer escuchar a su hija mayor.

—Papá, di algo, por el amor de Dios.

—¿Algo de qué, Vikki?

—De lo que estás oyendo.

—No oí bien. Vuelve a repetirlo.

Vikki era una chica delgada, frágil, pero lindísima. Vestía siempre a la última moda, lucía con donaire los modelos que compraba Perry y le gustaba alternar. Era, morena, tenía el cabello negro como ala de cuervo, corto, enmarcando el rostro picaresco y unos ojos color verde como esmeraldas, que cuando miraban a sus amigos, éstos suspiraban ruidosamente.

Pero Vikki no suspiraba por ninguno de ellos. Vikki aún no había amado ni le interesaba mucho el amor. Vikki gozaba de la vida, le gustaba sacar de ella el mejor partido, y a veces, cuando subía al carro de papá y se perdía en la avenida principal de Jonkers, muchos ojos masculinos la seguían sin que ella se interesara por aquellos seguimientos visuales.

—Papá, quiero trabajar y ya encontré dónde —dijo, recalcando cada sílaba—. Iré de secretaria al despacho de Montgomery Walson, el historiador.

—Cállate, Vikki.

—Pero, mamá, si papá me deja...

Perry dejó el asado, alzó su cabeza de grises cabellos y contempló a su hija mayor con cierto desconsuelo.

—Hija mía —lamentó—, ¿por qué ese empeño en trabajar? No lo necesitas. Yo me basto y me sobro para manteneros. ¿Os falta algo? ¿Careces de lo más indispensable? ¿No alternas con tus amigos? ¿No me dejas sin coche siempre que quieres lucirte ante tu pandilla?

—No es eso, papá.

—¿Qué diablos es, entonces? Si quieres trajes, los tienes ; si quieres ir al cine, vas, y si te apetece ir en auto, me lo quitas sin remilgos.

—He dicho que no es eso, papá. Me aburro en casa. Todos mis amigos trabajan. Me gusta ir con ellos y ocuparme en algo. Todos mencionan sus ocupaciones y yo tengo que callarme porque como no me ocupo en nada...

—Vikki, que estás cansando a tu padre.

La joven miró a su madre, suspiró y volvió los ojos hacia el caballero.

—Papi... —cuando Vikki decía “papi”, Perry se echaba a temblar y rumiaba su claudicación—, debes comprender que me aburro soberanamente, que quiero ganar un sueldo con mi propio esfuerzo, que no me has educado espléndidamente para morirme de tedio en este rincón.

—¿Acabas de una vez, Vikki?

—Estoy hablando con papi, marni.

Jayne desvió la mirada. Cuando Vikki le llamaba “marni”, ella sabía muy bien que la joven no ignoraba que se había salido con la suya. Siguió sirviendo a, sus dos hijos y dejó a Vikki enfrentada con su marido.

—Vikki —dijo éste, olvidándose completamente del asado—, ¿y puedes ser tú la secretaria de un historiador de la talla de Walson? He oído hablar mucho de él, sé que pertenece a una familia de rancio abolengo, que su madre desciende de duques o algo por el estilo, que tiene una novia, según leí en los periódicos, hija de un alto personaje de la nación. Sé muchas cosas de ese personaje, puesto que raro es el día que la Prensa no se refiere a él. Pero, dime, hijita, ¿qué puedes hacer tú en el despacho de un hombre así?

—Al menos me presentaré, como aspirante, y si sufro un examen,. seguro que saco la plaza. Ten en cuenta, papi, que domino tres idiomas, que tengo cultura bastante para no avergonzarme ante un historiador, qué...

—Preséntate —cortó Perry, con la esperanza de que no la admitieran—. Si ganas la plaza, no voy a oponerme.

Vikki lanzó una exclamación de gozo, y desde el lugar donde estaba sentada, envió tres besos a su padre con la punta de los dedos. Luego, meditó. Era preciso añadir algo y temió a su madre.

—El caso es que...

—¿Qué, Vikki?

—Que habrá que desplazarse a Nueva York todos los días y que...

Perry buscó los ojos de Jayne y ésta miraba a Vikki con fijeza.

—Ni lo pienses, Vikki. Yo creí que el despacho de este señor estaba aquí.

—¿Cómo va a estar aquí, marni? —se enfadó Vikki.

—Vive en Nueva York. Desde luego, estás muy al margen de los asuntos del día.

—Tengo bastante con pensar en mi hogar y tú debieras ayudarme. Era lo que tenías que hacer para ser el día de mañana una buena esposa.

—¿Quién habla ahora de casarse, marni? Tengo dieciocho años y ningún deseo de formar un hogar propio.

—Pues yo, a tu edad...

—¡Bah! ¡En aquellos tiempos!

—¡Vikki!

—Perdona, mamá —se resignó la joven, pero después de enfrentarse con su padre y dejar a su madre al margen porque sabía que si Perry daba su consentimiento, la madre no se opondría aunque le doliera—. Verás, papá, yo creo que si tú hablas con tía Vera... —Antes de que el caballero pudiera intervenir, añadió presurosa, mirando a su madre por el rabillo del ojo— : Tía Vera me adora, vive demasiado sola. Yo podría comer allí, y por las noches... Y también, mejor, aún venir a Jonkers sólo los fines de semana.

Perry se levantó, retiró la silla, y antes de salir del comedor, dijo secamente:

—¡No!

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—Dick, ¿me llevas a Nueva York en tu carro?

Dick estaba enamorado de Vikki desde que ésta estudiaba el último curso en la Universidad. Dick era un muchacho alto y rubio. Su padre tenía un almacén al por mayor que era un encanto. Todas las chicas estaban locas por él, pero Vikki, no. A Vikki no le interesaba Dick para marido. Era un buen amigo. Recurría a él siempre que se veía en un apuro, pero de ahí no pasaba.

—Precisamente voy para allá —dijo Dick, satisfecho.

—¿Y cuándo piensas volver?

—Al anochecer.

—Estupendo.

—¿Ya lo sabe tu familia?

—Naturalmente —mintió Vikki.

—Sube, pues.

Vikki subió y suspiró ruidosamente. Sus padres habían ido al campo a pasar el fin de semana con su abuela y nadie se enteraría de su escapada a Nueva York. Cuando Perry y Jayne volvieran, ella estaría de regreso y diría que tras el examen en el despacho de Walson había sido admitida. Y sus padres no se atreverían a negar el permiso.

—Vikki —susurró Dick, sin dejar de conducir—, ¿qué piensas hacer en Nueva York todo el día?

—Iré a visitar a mi tía Vera y luego a un cine. Me encantan los cines de Nueva York. Cuando me case...

—Vikki —saltó Dick—, ¿por qué no te casas conmigo?

—Porque no me gustas lo bastante, Dick —replicó Vikki, con su habitual franqueza.

—Pues tú a mí me gustas mucho.

—Es una lástima, Dick.

—¿Nunca cambiarás de modo de pensar, Vikki? Yo pondría una casa en Nueva York, seríamos muy felices. Te llevaría al cine todos los días...

Vikki rió a sus anchas. A Vikki le gustaba mucho reír y reía de cualquier cosa, cuanto más que Dick, que le caía en gracia, Dick tenía la importante edad de veintidós años y se creía un ser superior en edad, en dinero, en belleza y en masculinidad. Pero Vikki no estaba de acuerdo.

—No irás a pensar que por vivir en Nueva York y porque me llevaras a! cine todos los días, iba a cargar contigo el resto de mi existencia. No, Dick. Si algún día me caso, tendrá que ser con un hombre lo suficientemente hombre para no hacerme desear más que su compañía.

—Yo, Vikki.

—No hagas el ganso, Dick —rió Vikki, tranquilamente—. Ni pierdas el tiempo haciéndome el amor. De cualquier modo que sea, no voy a casarme contigo.

—Yo te adoro, Vikki.

—¿Y qué hago yo con tu adoración, Dick? Soy tan feliz así, soltera, sin compromiso de ninguna clase, dichosa sin lastres penosos...

—Eso es porque no me amas.

Vikki rió de buena gana. Tenía una boca grande y carnosa, y unos dientes blancos como perlas, y unos ojos... Dick apartó los suyos, y ceñudo los clavó en la carretera.

—Naturalmente que no te amo, Dick, lo cual me satisface, porque siempre he leído que el amor es sufrimiento, desasosiego, inquietud e intranquilidad, y yo, la verdad, vivo encantada sin sentimientos de esa índole.

Dick suspiró resignadamente, y Vikki empezó a cantar. La brisa daba en su cara y sus ojos contemplaban embebidos el paisaje con ilusión de niña. Y Vikki Winter no era más que eso: una niña caprichosa, bonita, con miles de ilusiones entremezcladas con aquella viva satisfacción que le infundía su hermosa existencia de muchacha sin problemas.

Tía Vera, cuando la vio, lanzó una exclamación de gozo y la apretó impetuosa entre sus brazos.

—¿Y tus padres, niña?

Vikki le refirió la escapatoria, explicó el objeto que la llevaba a Nueva York y terminó diciendo que Dick vendría a buscarla a las seis de la tarde para regresar a casa.

—¿Y vendrás a vivir conmigo, hijita?

Vikki suspiró.

—Si ellos me lo permiten, claro, tía Vera. Però antes tengo que conseguir la plaza, y como en este anuncio dice que reciben en el despacho de Montgomery Walson hasta las dos de la tarde, salgo ahora mismo para allá. Reza un poco para que saque la plaza. Ten en cuenta que en Jonkers me aburro mucho y que quiero encontrar un trabajo que me libre de aquella horrible monotonía.

—¿Y si aun con haber logrado la plaza tu padre no consiente?

—Conozco a papá. Y tú debes conocer tan bien como yo a tu hermano, ¿no es cierto? Si consigo la plaza, eso será un orgullo para él y no podrá negarse.

—Vete, pues. Aquí te espero rezando.

Vikki salió agitando su corta melenita negra y la tía Vera quedó en casa sentada en un sillón en el saloncito, con un rosario de gruesas cuentas entre los dedos. Tía Vera había sido casada hacía muchos años. Su marido murió joven, dejando a la esposa desolada, sin hijos y sin consuelo. La dama invirtió un poco de dinero que tenía reunido en un negocio y sacaba para vivir. Tenía una casa bonita, cómoda, y adoraba a sus sobrino?:, en particular a Vikki, que era como fue ella en su juventud.

Esperó con el suspiro en la boca y al cabo de tres horas, Vikki entraba triunfal en el pisito coquetón de su tía.

—¿Qué ha pasado, Vikki?

La muchacha se sentó a los pies de su tía, puso la cabeza en el regazo de ésta y manifestó, con legítimo orgullo :

—Había en aquel despacho más de doce mujeres, unas jóvenes, otras viejas, algún hombre... Nos examinaron a todas. Un señor alto, de gafas, con cara de. tonaste crudo nos. fue. tomando; nombre,. edad, profesión, etcétera. Nos pasaron a otro despacho una por una. Total que me dieron una tarjeta y un número. Podré empebar a trabajar el lunes a las nueve de la mañana.

—¿Quieres decir que lo has conseguido?

—Eso quise decir. ¿Vienes conmigo a Jonkers, tia Vera? Necesitaré de toda mi persuasión para convencer a papá, y si tú estás presente...

—Iré contigo.

—Eres un sol, tía Vera.

—Por tenerte algunos días junto a mí, soy capaz de todo. Vivo tan. sola, mi querida hijita...

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Perry Winter dejó el auto aparcado en un lado del jardín y a paso corto se dirigió a su casa, siguiendo los pasos menudos de su mujer.

Era las diez de la noche. Los niños entraban en la casa dando gritos de contento. En lo alto de la escalinata se hallaba Vikki, la cual por no haber querido ir con ellos a ver a su abuela, seguramente que se había aburrido de lo lindo un día entero sola en su casa.

—Hola, papi.

Perry frunció el ceño. Cuando Vikki le llamaba papi, ¿qué querría? ¿No se le habría olvidado ya su manía absurda de trabajar?

—Dame un beso, papi.

Perry la besó y la miró escrutador a los ojos.

—¿Qué te pasa, Vikki?

—Nada.

Una exclamación llegada del salón hizo a Perry apartar a su hija y mirar hacia allí.

—¿Qué diablos vio tu madre, Vikki?

—A tía Vera, papi.

—¿Qué? ¿Tía Vera aquí?

Y entró en el pequeño vestíbulo. Vikki, con la cara más inocente del mundo, siguió a su padre. Vio cómo éste iba hacia su hermana y le apretaba entre sus brazos. Vikki, que era una sentimental empedernida, sintió una rara emoción en todo su cuerpo.

—Querida, querida —decía su padre, con voz temblorosa—, cuánto tiempo sin verte y qué sorpresa más agradable. ¿Cuándo has llegado?

Jayne miraba a su hija y ésta rehuía su mirada.

—Perry —dijo la esposa—, Vera ha venido con Vikki.

Perry dio un salto y se volvió hacia su hija mayor.

—¿Con Vikki? ¿Por qué? ¿Es que Vikki fue a Nueva York?

—Sí, papi.

—¡No me llames papi!

—Es que...

—Ven aquí, Vikki.

La voz de tía Vera, aquella Voz que consolaba a todo el mundo, se oyó en la estancia y el furor de Perry decayó un tanto.

—Fue a hacerme una visita, Perry. ¿O es que se lo tienes prohibido?

Perry pasó una mano por su frente.

—No, Vera, naturalmente, pero sin mi permiso...

—Dick pasó por aquí en su coche. Me dijo: “Voy a Nueva York. ¿Quieres subir a mi carro, Vikki?” A mí me entró la tentación de ver a tía Vera y...

—Está bien, que no se hable más del asunto. —Miró a su hermana—. ¿Te quedarás mucho tiempo entre nosotros, querida?

—Hasta el lunes.

—¿Sólo?

—Sí, sólo hasta el lunes.

—Algo es algo —sonrió Perry, resignadamente—. Sentémonos, querida.

Y pasando un brazo por los hombros de su hermana, la condujo hasta el diván.