SESIÓN DIECISIETE
¿Ha sentido alguna vez que lo tenía todo, absolutamente todo lo que siempre había querido, pero luego lo dejó escapar, o simplemente tensó demasiado la cuerda y se rompió? Me he pasado el trayecto hasta aquí pensando en cuál sería la analogía perfecta para describir lo que ha estado pasando. ¿A que es la historia de mi vida? Siempre estoy tratando de que todo sea perfecto.
Ya sabe cómo han sido todas mis relaciones anteriores: unos melodramas épicos que relataba a cualquiera que estuviese dispuesto a escucharme. O estaba completamente obsesionada con mis ex novios o éstos estaban completamente obsesionados conmigo. Y tal como atestigua ese grueso historial que tiene de mí, las cosas no terminaron bien.
Dios… Recuerdo que cuando me decía: «Cuando llegue la persona adecuada, Sara, lo sabrás», me entraban ganas de tirarle algo a la cabeza, pero entonces me lanzaba esa sonrisa socarrona suya, de quien lo sabe todo, y me decía: «Confía en mí, Sara, el amor verdadero no lo parece». Si estuviera con alguien y fuera más claro que el agua que la relación está abocada al fracaso —aunque hasta yo misma lo supiera, en el fondo de mi alma—, le llevaría la contraria y le diría a gritos que se equivoca, que el hombre con el que estoy es el Definitivo.
Pero no llegué a entender hasta qué punto me equivocaba eligiendo a mis parejas y cuánta razón tenía usted hasta que conocí a Evan. Mis relaciones pasadas eran como un partido de hockey de dos bestias: podía estallar una pelea en cualquier momento, nunca estábamos en el mismo bando y nadie ganaba nunca. Sin embargo, Evan y yo siempre estábamos en el mismo equipo, sin excepción. Nunca tenía que mirar hacia atrás a ver si me seguía ni preguntarme dónde estaba: siempre lo tenía patinando a mi lado, los dos trabajando codo con codo con el mismo objetivo común a la vista. Ahora, en cambio, es como si hubiese levantado la vista de repente y Evan estuviese en el lado opuesto de la pista, los dos jugando a la defensiva, y alguien se va a estrellar contra la pared.
Lo que ha estado pasando entre Evan y yo últimamente, todas esas peleas, no es sano. Me asusta tanto como John…, pero son mis propias reacciones las que más me asustan. Porque cuando alguien me empuja, yo lo empujo aún más fuerte.
John me llamó al fin el día después de nuestra última sesión.
—Echaba de menos hablar contigo.
No le respondí enseguida, no estaba segura de poder hacerlo sin soltarle una batería de insultos.
—Me alegra que me hayas escrito —siguió diciendo—. Estaba preocupado.
¿Que estaba preocupado? Vaya, aquello sí que era interesante. Según Billy y la mayoría de los libros que había leído los asesinos en serie no sienten remordimientos, pero saben cómo emularlos, así que suponía que debían de entender el principio que hay detrás de ellos. Decidí poner a prueba mi teoría.
—Lo que hiciste fue horrible, John.
—¿Qué fue lo que hice?
—Dejar la Barbie con la cara desfigurada, y luego enviarme e-mails que sabes que van a molestarme. Me hiciste sentir muy mal.
—Me mentiste, Sara.
—Tú me hacías preguntas injustas. Puede que seas el abuelo biológico de Ally, pero no sé qué quieres de nosotras… ni de ella. Tendría que estar loca para darte detalles personales sobre mi hija.
—Sólo quería conocerte mejor.
Parecía vacilante, como si mi tono firme lo hubiese pillado desprevenido.
—Pero todavía no estás seguro de si puedes confiar en mí, ¿verdad? Pues a mí me pasa lo mismo. Si de verdad quieres llegar a conocerme, no puedes perder los estribos de esa manera. Y si te enfadas, no puedes amenazarme. Tienes que decirme lo que te molesta e intentaremos solucionarlo, ¿de acuerdo?
Se quedó callado durante un rato, pero seguí esperando a que hablase. Finalmente, dijo:
—No puedo evitarlo.
—¿No puedes evitar el qué?
—Perder los estribos. Son cosas que pasan.
Traté de pensar en algo que decir, pero ¿cómo iba a darle consejos sobre algo que ni siquiera yo misma podía controlar? Luego me pregunté por qué quería ayudarlo. ¿No sería porque, en el fondo, creía que podía haber un ser humano dentro de aquel monstruo? Y eso ¿qué demostraría? ¿Que no era un monstruo? Deseché ese pensamiento.
—A mí me pasa lo mismo, John, pero…
—¡No es lo mismo!
—¿Porque tú matas a gente? —Se me aceleró el pulso ante mi atrevimiento, pero él no respondió. Di un paso más hacia el abismo—. A veces, cuando pierdo los estribos, yo también hago daño a la gente. A veces he hecho algunas locuras.
—Yo no estoy loco.
—Quiero decir que a veces soy capaz de entender cómo puede sentirse uno cuando lo hace. Que, en realidad, sólo quieres controlarlos, y lo furioso que deben de hacer que te sientas.
Volví a rememorar fugazmente aquel momento en las escaleras con Derek, la mirada de suficiencia en su rostro. El ruido sordo al caer al suelo. Lo entendía, más de lo que quería.
John volvió a quedarse callado, pero se le había acelerado la respiración. Seguramente era el momento de aflojar la presión, pero algo en mí quería hostigarlo un poco más, que fuese él quien se pusiera nervioso.
—Dijiste que tu padre era violento. ¿Alguna vez te tocó sexualmente?
—¡No! —exclamó, asqueado, pero no pude contener las palabras que ya salían de mi boca.
—¿Y tu madre?
Su voz retumbó con fuerza en mi oído.
—¿Por qué haces esto, Sara? ¿Por qué me dices esas cosas?
—Así fue como me sentí yo cuando me hiciste preguntas sobre Ally.
—Bueno, pues no me gusta.
Parecía nervioso, inquieto.
—Pues a mí tampoco me gusta.
Al ver que no me respondía, abrí la boca para lanzarle otro ataque verbal. «Detente, piensa». ¿Qué estaba haciendo? Tenía la respiración agitada, la cara ardiendo. Me había dejado llevar por el calor del momento de tal manera… Me sentía tan viva y poderosa, que había olvidado con quién estaba hablando. Sólo quería hacerle daño.
Y entonces lo entendí: así era justo como se sentía John.
Me quedé paralizada un instante, volviendo a ser yo misma, preguntándome cuál era la magnitud del daño causado. Me imaginé a Billy y a Sandy subiéndose por las paredes en alguna parte. Se suponía que debía sacarle información, no provocarle. Aunque John no me había colgado; todavía tenía una posibilidad de encauzar las cosas.
Bajé la voz, tratando de aparentar tranquilidad.
—Escucha, me parece que esto no es fácil para ninguno de los dos. Tal vez podríamos jugar a un juego.
Había un deje de cautela en su voz.
—¿Qué clase de juego?
—Una especie de verdad o acción. Yo te hago una pregunta y tú tienes que responderme con sinceridad. Luego tú me haces una pregunta y yo te contestaré con sinceridad. Incluso puedes preguntarme por Ally.
Cerré los ojos.
—Tú ya me has demostrado que mientes.
—Tú también mientes, John.
—Yo siempre soy sincero contigo.
—No, a mí no me lo parece. Quieres saberlo todo de mí, pero luego tienes ahí todo ese otro mundo del que no estás dispuesto a hablar. Tal vez me parezco más a ti de lo que crees.
—¿Qué quieres decir?
¿Qué diablos quería decir? Pensé en lo ocurrido hacía apenas unos minutos, en la embriagadora y excitante sensación de estar caminando por ese límite tan peligroso entre la razón y el corazón. Con mis cinco sentidos alerta, todo mi cuerpo en tensión, preparado para plantar cara y luchar.
—Ya te lo he dicho, he hecho daño a gente cuando he estado enfadada. Incluso llegué a tirar a alguien por las escaleras. —Si hacía que sonara peor de lo que fue, ¿conseguiría que John se abriera?—. Se rompió una pierna y había sangre por todas partes. No me gusta la sensación de haber perdido el control, y algo me dice que a ti tampoco.
Se quedó callado.
—Estoy dispuesta a ser yo quien empiece… —ofrecí.
Después de un momento, dijo:
—Podemos intentarlo.
—Está bien, pregúntame lo que quieras.
Siguió una larga pausa y contuve la respiración.
—¿Tienes miedo de mí? —inquirió al fin.
—Sí.
Parecía sorprendido.
—¿Por qué? Me he portado muy bien.
Ni siquiera sabía cómo empezar a responder a eso.
—Ahora me toca a mí. ¿Por qué haces muñecas con el pelo y la ropa de esas chicas?
—Para que se queden conmigo. ¿Eras feliz con tu familia adoptiva?
Su pregunta me pilló por sorpresa. Nadie me lo había preguntado nunca. Y había habido momentos de felicidad, pero siempre ensombrecidos por la preocupación de cuándo me sería arrebatada. Me vino a la memoria el recuerdo fugaz de una tarde horneando un pastel de carne con mamá, debía de tener trece años. Además del calor del horno, el aroma a ajo, carne y cebolla inundaba la cocina. La mano suave de mi madre sobre la mía mientras amasábamos, riéndonos del desorden que habíamos armado. Acabábamos de meter el pastel en el horno cuando mi madre se fue precipitadamente al cuarto de baño. Salió pálida y temblorosa, diciendo que tenía que acostarse y me pidió que vigilara el pastel. Cuando la corteza estuvo dorada, lo saqué con mucho cuidado, ilusionada de poder enseñárselo a papá.
Mi padre llegó a casa una hora después. Se asomó a la cocina, luego me golpeó en el hombro con la mano y me obligó a encararlo. Tenía la cara enrojecida y crispada.
—¿Cuánto rato lleva el horno encendido?
Estaba tan asustada que no podía responder. Por el rabillo del ojo, vi a Lauren tomar a Melanie de la mano y llevársela de la cocina.
—¿Dónde está tu madre?
Como seguía sin responder, me zarandeó.
—Está… está durmiendo. Me olvidé de apagar el horno, pero…
—¡Podrías haber pegado fuego a la casa!
Me soltó el hombro, pero aún sentía la huella de su mano en él. Me lo froté. Se dirigió a mí con voz dura y cruel, mientras señalaba al final del pasillo.
—Largo.
Pero no le dije a John nada de aquello.
—A veces, sí. Me toca a mí. ¿Por qué quieres que las chicas se queden contigo?
—Porque me siento solo. ¿Pensabas en mí cuando eras pequeña? —Iba a decir algo más, pero se reprimió y se aclaró la garganta, como si se sintiera violento—. ¿Soy el padre que habrías querido tener?
No podía decirlo en serio, pero así era.
—Quería saber quién era mi verdadero padre, cómo era, sí. —¿Cómo iba a responder a la segunda parte de la pregunta?—. Tú… Tú tienes muchas de las cualidades que me habrían gustado en un padre. —Conforme iba pronunciando aquellas palabras, me di cuenta de que, en parte, eran ciertas: él me había dado algo que había querido de mi padre prácticamente durante toda mi infancia, algo que no quería admitir que aún echaba en falta: atención. «Cambia de tema, Sara»—. ¿Por qué siempre matas en verano?
Se quedó callado un buen rato. A continuación, con voz recelosa, dijo:
—La primera vez que pasó, yo había salido a cazar. Me encontré con una pareja en el bosque y estaban… ya sabes. El hombre me vio. —Aceleró el relato—. Y entonces viene a mí y empieza a balancear el cuerpo, así que tengo que luchar, y caemos al suelo y me está dando una buena paliza, un puñetazo tras otro con esas manazas, pero yo llevo un cuchillo y se lo hinco justo debajo de las costillas.
—¿Así que lo mataste?
—Sólo me hizo falta otro navajazo. Pero la chica… está gritando como una loca. Luego me ve mirándola y echa a correr… Yo sólo corrí tras ella porque ella se puso a correr. Así que corre aún más rápido, y yo sólo quiero explicarle que no ha sido culpa mía, que fue en defensa propia. Pero luego, cuando la alcancé… —Hizo una larga pausa y luego dijo—: Tal vez un padre no debería hablar de estas cosas con su hija.
No quería oír nada de todo aquello, pero aun así le dije:
—No pasa nada, John. Es bueno hablar de ello. —Seguí hablándole con naturalidad—. ¿Qué sucedió luego?
—Yo no quería hacerlo. Pero la tenía inmovilizada en el suelo, y no dejaba de chillar. Ese día no me encontraba muy bien, hacía demasiado calor. Pero cuando murió, me sentí mucho mejor.
Hizo una pausa, esperando a que yo dijera algo, pero me había quedado sin habla.
—Me quedé a su lado un buen rato, pero cuando me fui, volvió aquel ruido infernal, así que regresé y el ruido desapareció. Pero entonces la encontraron…
Me asaltó la imagen de un cadáver en descomposición en el bosque, John mirándola fijamente. Cerré los ojos.
—¿Así que entonces empezaste a hacer las muñecas?
—Sí. —Parecía aliviado, como si se alegrase de que lo entendiese—. Con tu madre, no llegué a terminar. —Su tono se volvió furioso—. Tuve que volver a hacerlo con otra mujer, y entonces el ruido desapareció. Fue entonces cuando lo supe con toda seguridad. —Se quedó callado durante unos segundos—. Pero me alegro de que no terminara, o no te tendría a ti.
Esta vez fui yo la que cambió de tema.
—Y ese ruido que dices… John. ¿Oyes voces?
—Ya te lo he dicho, no estoy loco. —Dijo aquello como si la loca fuera yo—. Me duele la cabeza y no dejan de pitarme los oídos.
Entonces lo entendí.
—¿Sufres migrañas?
—A todas horas.
—Son peores cuando hace calor, ¿verdad?
Ahora era yo la que parecía entusiasmada.
—Sí, entonces son insoportables de verdad.
¿Cómo había podido pasarlo por alto? Todas las señales estaban ahí: los gruñidos, la voz ronca, su irascibilidad ante el ruido. Crisis de migrañas inducidas por el calor.
—Yo también las sufro, John.
—¿En serio?
—Sí, son horribles. Y en mi caso también se agravan en verano.
—De tal palo, tal astilla, ¿eh?
Sus palabras me devolvieron de inmediato a la realidad. Aquello no era ningún reencuentro emotivo entre un padre y una hija.
—A mí me empezaron cuando era adolescente —le dije—. ¿Y a ti?
—Cuando era niño.
—¿Y tomas alguna medicación?
Si tenía alguna receta, tal vez la policía podría seguir esa pista.
—No, mi madre me preparaba los remedios para los dolores de cabeza. Decía que el dolor eran espíritus atormentándome.
—¿Crees que si matas a alguien, eso aplaca a los espíritus?
—Lo sé con certeza. Pero ahora debo irme. Tengo que controlar los minutos del plan de voz. Hablaremos pronto.
¿Tenía que controlar los minutos contratados en su compañía de móvil? ¿Por eso siempre eran llamadas cortas? Me dieron ganas de reír.
—Está bien, cuídate.
Después de colgar, me di cuenta de lo que acababa de decir. «Cuídate». Era una costumbre, una frase hecha, algo que solía decirse a amigos o familiares para despedirse, pero John no pertenecía a ninguna de las dos categorías. ¿Acaso me estaba acostumbrando tanto a hablar con él que mi subconsciente ya no sabía cuál era la diferencia?
Cuando Billy me llamó para decirme que John había hecho la llamada desde fuera de la isla, desde algún lugar al norte de Prince George, antes de desaparecer en las montañas, parecía imbuido de un entusiasmo exultante por la cantidad de información que le había hecho revelar. Yo también estaba entusiasmada. Ahora cobraban sentido muchas más cosas. Toda la bibliografía afirmaba que los asesinos en serie se sienten eufóricos después de cometer el crimen, y para John, eso seguramente se traducía en el convencimiento de que hacía que desapareciesen sus cefaleas.
Billy también dijo que lo más probable era que la primera vez que John mató a alguien fuese aún un adolescente. Puesto que, casi con toda seguridad, también fue su primera experiencia sexual, eso hizo que fuera aún más intensa. Seguramente, su madre, que lo abandonó, estuvo contándole mitos durante toda la infancia, lo que podría explicar fácilmente por qué sus crímenes seguían un mismo ritual. Los asesinos en serie tienden a crear elaborados mundos de fantasía para protegerse del aislamiento. No quiero ni imaginar siquiera la clase de fantasías con las que sueña un niño abandonado en las montañas cuyo único modo de sobrevivir es cazando.
Traté de contárselo todo a Evan esa misma noche por teléfono, pero me respondía con monosílabos. Empezó a interesarse por otras cuestiones, como el trabajo, o Ally, o si ya había enviado las invitaciones electrónicas para la boda, algo muy extraño en él, ya que siempre era el último en dar la lata con esa clase de cosas.
—No he tenido tiempo de hacer una lista con las direcciones de correo electrónico, pero lo haré mañana —dije.
—¿No has tenido tiempo o no has querido?
—No he tenido tiempo, Evan. He estado un poco ocupada, ¿recuerdas? —Al darme cuenta de lo borde que me estaba poniendo, suavicé el tono—. Lo haré esta noche, ¿de acuerdo?
Nos quedamos en silencio y luego dije:
—Ahora me explico por qué no tiene límites, tiene mucha lógica. Probablemente nunca ha vivido en sociedad. Y estoy segura de que si comprobamos el tiempo en las fechas de todas y cada una de las agresiones de John, ese verano había una ola de calor o un cambio repentino en la presión atmosférica: eso puede afectar mucho a las migrañas. Y ya sabes el calor que puede llegar a hacer en el interior.
Evan suspiró.
—Sara, ¿podemos hablar de otra cosa?
—¿No te parece muy curioso que sufra dolores de cabeza como yo?
—Eso no cambia el hecho de que es un asesino.
—Ya lo sé, pero me ayuda a saber por qué mata.
—¿De veras importa por qué? Lo hace porque le gusta y punto.
—Por supuesto que importa. Si sabemos por qué, tendremos mayores posibilidades de…
—¿Tendremos? Tú no eres policía, ¿verdad que no? ¿O es que te has incorporado al cuerpo en mi ausencia?
Lo decía en tono de broma, pero percibí un trasfondo de tensión. Sentí cómo iba aflorando mi ira.
«Basta. Piensa. Respira. Sólo te está lanzando pullas porque está molesto. No reacciones. Ataca la raíz del problema».
—Evan, te quiero con toda mi alma. Supongo que lo sabes. Este asunto de John me roba mucho tiempo, pero eso no significa que me haya olvidado de ti.
—Cuando no sea esto, será otra cosa. Siempre hay alguna obsesión nueva.
—Soy una persona obsesiva, ¡eso ya lo sabes!
—Sólo echo de menos los días en los que estabas obsesionada conmigo. —Ahora se estaba riendo.
Me reí también, aliviada al ver que desaparecía la tensión.
—Bueno, cuanto antes nos libremos de ese hombre, antes podré volver a obsesionarme con tu vida, ¿de acuerdo?
—Me gusta el plan. ¿Ha vuelto a mencionar la posibilidad de verte en persona?
—Todavía no, pero probablemente lo hará. Aunque creo que la próxima vez sí aparecerá.
—¿La próxima vez? No va a haber próxima vez, Sara.
Ya empezábamos a sacar las uñas de nuevo.
—Santo cielo, Evan… ¿Otra vez ejerciendo de macho dominante?
—Estoy a punto de convertirme en tu marido. Debería poder dar mi opinión.
—Pero estás equivocado. Ya te lo he dicho, la única posibilidad que tenemos de hacer que desaparezca de nuestras vidas es que acceda a tener un encuentro con él y ellos lo detengan.
—¿Y si no lo detienen? —repuso, levantando la voz—. ¿Y si algo vuelve a salir mal? Entonces ¿qué?
—Eso no va a ocurrir. Está empezando a confiar en mí, lo noto. En la última llamada me contó más cosas que nunca, y yo…
—¿Crees que estás a salvo porque te contó lo de sus dolores de cabeza? ¿Que sabes todo lo que piensa? Tú no eres un policía ni un psiquiatra. ¿O es que Nadine también te está diciendo que lo hagas?
—Ha estado ayudándome a decidir qué hacer.
—¿Y qué pasa con lo que yo quiero que hagas?
—¿Qué estás diciendo, Evan?
—Estoy diciendo que si te ves cara a cara con él, tendría que replantearme seriamente nuestra relación y lo importante que es para ti.
—No hablarás en serio…
—Están poniendo tu vida en peligro, Sara.
—Tú pones tu vida en peligro cada vez que sales en el barco.
—Eso no es comparable, lo sabes perfectamente.
—No me puedo creer que acabes de amenazarme.
—No era ninguna amenaza, sólo te he dicho cómo me siento…
—Bueno, pues a lo mejor yo también tengo que replantearme esta relación. —Y colgué el teléfono.
Me quedé mirando el aparato durante mucho tiempo, esperando a que Evan volviera a llamar.
Pero no lo hizo.
Así que llamé a Billy.
Vino a casa de inmediato, cargado con café y donuts.
—¿Un poli con donuts? ¿Eso no es un cliché?
Se dio unas palmaditas en la esbelta cintura.
—Y yo que quería cuidar mi dieta…
Me eché a reír, me acerqué a la caja de donuts y miré dentro, pero no cogí ninguno.
—¿Quieres hablar? —me preguntó.
—Odio todo esto. Odio sentirme como si tuviera que elegir.
—Es una elección difícil.
—Sé que es egoísta por mi parte pretender que Evan me apoye en todas mis decisiones, pero prácticamente amenazó con romper nuestra relación.
Billy arqueó las cejas.
—Vaya…
—Porque, vamos a ver, ¿soy yo la que se equivoca?
—Tú eres la única que puede responder a esa pregunta, Sara. Creo que todo se reduce a saber si puedes vivir con ello. O si vas a poder vivir contigo misma.
—Ésa es la cuestión. No podría soportar que John matara a otra persona. Así que, ¿cómo voy a vivir este verano… o cualquier otro verano? Cada fin de semana voy a estar de los nervios preguntándome si ha vuelto a hacerlo. ¿Y cómo se supone que voy a celebrar una boda si voy a tener que volverme a mirar por encima de mi hombro cada diez segundos?
Él asintió con la cabeza.
—Te entiendo. A mí me pasaba lo mismo con mi ex. Ella quería un chico normal, pero yo no podía quedarme sentado tranquilamente en el sofá viendo la tele cuando había un asesino suelto. Siempre tenía que asegurarme de llegar hasta el final.
—Así es justo como me siento. Fui yo quien empezó todo esto, así que ahora me toca a mí ponerle punto final.
Sentí otro arrebato de ira hacia Evan. ¡¿Por qué no podía entenderlo, joder?!
—Te he traído un ejemplar de El arte de la guerra —dijo Billy—. Está en el coche, pero a lo mejor lo que necesitas es tomarte un respiro.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
—¿Podríamos empezar yendo a dar una vuelta? ¿Salimos y charlamos un rato?
—No sé… Ally está en la escuela y yo tengo mucho trabajo aquí…
—¿Y estás segura de que vas a ponerte a trabajar?
—Probablemente no. —Suspiré—. Venga, vamos.
Salimos cerca de una hora, dando vueltas con el coche mientras nos tomábamos el café, sin hablar de nada en particular. No hablamos de mi pelea con Evan. Tenía que ser difícil sabiendo que es él quien me impide ayudarlos, pero lo único que dijo Billy fue que entendía por qué a Evan le estaba costando tanto. De camino a casa, me puse a hojear El arte de la guerra y advertí que había subrayado varios párrafos; algunos incluso los había rodeado con un círculo.
Me miró.
—Las estrategias se pueden utilizar para todo: la política, los negocios, la gestión de conflictos, cualquier área. Y se pueden aplicar a cualquier investigación. El caso de John es un ejemplo perfecto. Este libro podría ser la clave para detenerlo por fin.
—Pues parece una simple recopilación de citas.
—Pero cada una de ellas es brillante. Para darte sólo un ejemplo: «Lo importante no es la planificación, sino las respuestas rápidas y adecuadas a las condiciones cambiantes». Así es exactamente como tiene que pensar un policía. —Sus ojos oscuros le brillaban al encontrarse con los míos—. Si este libro lo leyesen más miembros del cuerpo, tendríamos muchas más condenas.
—Deberías escribir tu propio libro.
—Pues mira, he estado unos años trabajando en un proyecto, cómo aplicar El arte de la guerra al trabajo policial. «La victoria será de aquel que conozca a fondo el camino tortuoso y el camino recto».
—Es estupendo.
Me miró.
—¿Tú crees?
—Desde luego.
Si iba a utilizar estrategias militares para hacer desaparecer a John de mi vida, por mí, encantada. Aquel caso necesitaba a alguien dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario. Entonces pensé en Sandy. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para atrapar a John?
Billy se pasó el resto del camino de vuelta a casa hablándome de su libro. Después de que se fuera, ya se me había pasado el enfado y me sentía fatal por cómo había reaccionado antes con Evan por teléfono. También me sentía mal por haberme ido así con Billy. Sabía que no tenía ninguna importancia, pero ¿lo entendería Evan?
Empezaron a desfilar por mi mente imágenes aterradoras en las que Evan se iba de casa, yo tenía que venderla, cancelábamos la boda, Ally lloraba y se iba de visitas el fin de semana de rigor con Evan, de noches de soledad absoluta plenamente consciente de que Evan era lo mejor que me había pasado en la vida y ahora lo había perdido. En cuanto entré por la puerta, envié por correo electrónico todas las invitaciones de boda. Luego traté de localizar a Evan, pero tenía el móvil apagado. No le dejé ningún mensaje; no sabía qué decir.
Evan llamó esa noche, más tarde, mientras yo estaba trabajando en el taller. El corazón me dio un vuelco y respiré hondo antes de contestar. Allá vamos.
—Oye, cariño, siento lo de antes, me he comportado como un idiota. Es que ese hombre es una pesadilla y me parece que no eres consciente de lo peligroso que es.
Solté el aire. No iba a llegar la sangre al río.
—Sí, Evan. Por supuesto que soy consciente. Y de veras espero que no dijeras en serio lo que dijiste sobre nuestra relación, porque ya he enviado las invitaciones. —Me reí.
Evan se quedó callado. Sentí una opresión en el pecho.
—Vale, ahora me estás asustando.
—Eres tú la que me asustas a mí, Sara. Quiero casarme contigo y compartir nuestra vida juntos. Te quiero, pero te estás poniendo en peligro y también a Ally. Quiero protegerte, pero no me haces caso.
—¿Desde cuándo tengo que obedecerte y hacer todo lo que me dices? No soy un perro.
Me eché a reír, pero él no.
—Sabes que no es eso lo que quiero decir —repuso—. No quiero que vuelvas a quedar cara a cara con él. No sé cómo quieres que te lo diga. Ni siquiera quería que volvieses a hablar con él por teléfono, para empezar.
—Ya lo sé, Evan, pero lo que trato de explicarte es que no puedo seguir viviendo con esta incertidumbre. ¡La ansiedad me está matando!
—Sara. Hazlo. Queda con John. Ya no me importa. Pero tengo que irme a la cama. Mañana me espera un día muy largo.
—Espera, Evan. Quiero hablar de esto…
—No, no quieres. Ya has tomado la decisión y sólo quieres mi bendición. Pero no me importa las veces que intentes explicármelo, no pienso dártela. Hablar de todo esto es una desgaste de energía.
—Necesito saber que vamos a seguir juntos, aunque lo haga.
—No lo sé, Sara.
Yo estaba llorando.
—Tú y Ally sois las personas más importantes de mi vida, Evan. No quiero perderte, pero soy yo la que se está perdiendo: no puedo comer, no puedo dormir, no puedo hacer nada. Todo esto me supera y estoy hecha un lío. ¿Es que no lo ves?
—Toma la decisión y ya está —dijo en tono resignado.
Me dio las buenas noches y yo se las susurré entre lágrimas. Luego me puse una de sus camisetas y me metí en la cama. No me podía imaginar la vida sin Evan, no quería una vida sin él. Pero si no acababa de una vez por todas con John, mi relación iba a resentirse igualmente porque estaba perdiendo el control. De una forma u otra, llevaba todas las de perder.
Evan llevaba razón, tenía que tomar una decisión y ya sabía cuál iba a ser. Sólo había una salida. Entonces, mi vida podría volver a la normalidad. Sólo rezaba por que Evan todavía siguiese formando parte de esa vida.
A la mañana siguiente, John me llamó al móvil cuando estaba llevando a Ally a la escuela. Esta vez probé un nuevo enfoque.
—Hola, John. Oye, ahora estoy conduciendo, tengo que llevar a Ally al colegio, pero te llamaré tan pronto como pueda.
—Pero quiero hablar.
Parecía sorprendido.
—Perfecto, porque quiero comentarte algunas de las cosas que hablamos el otro día.
—No puedo dejar el móvil encendido, pero necesito…
—Está bien, pues llámame de aquí a media hora al fijo de casa. —Y corté la comunicación.
Contuve la respiración, esperando que llamara inmediatamente, pero no lo hizo. Billy llamó para decirme que John volvía a estar cerca de Williams Lake y tenían a todos los agentes disponibles estableciendo controles en las carreteras. Justo media hora más tarde John me llamó al teléfono de casa. Mientras se jactaba de haber seguido a un oso a través de un pantano esa misma mañana, estuve debatiéndome entre esperar a que él mencionara otro encuentro cara a cara o sacar yo el tema. Cuando empezó a describirme cómo había destripado al oso y luego sacado a rastras el cadáver de más de cien kilos de entre los arbustos sin pestañear, le interrumpí.
—Tiene que ser difícil disparar a un oso. A mí me daría miedo errar el tiro y que luego viniese por mí.
—Yo nunca fallo. —Ahora el tono de voz era furioso—. Todos los años me encuentro con osos heridos en el bosque por culpa de algún aficionado. Si no puedo meter la bala justo detrás de la oreja y directamente en el cerebro, no aprieto el gatillo. La mayoría de los cazadores se entusiasman y luego dan una sacudida en el último momento y…
—Caramba, qué interesante. Qué lástima que no llegáramos a vernos en persona. Seguro que me gustaría escuchar algunas de esas historias en vivo y en directo.
—¡Justo eso estaba pensando yo! Estaba a punto de sugerir otro encuentro… Puedes traerte a Ally.
—No lo sé… Tal vez debería ir yo sola la primera vez. La niña podría decirle algo a Evan. Pero te puedo llevar alguna foto suya.
—Eso, eso, tráeme fotos. Eso estaría muy bien. —Me estremecí al imaginarlo tocando una foto de Ally—. Entonces ¿cuándo quieres que nos veamos?
—¿Cuándo te parece a ti que quedemos?
Se me secó la boca.
—Tengo que irme de aquí. Empieza a hacer calor. —Su voz sonaba enfadada de nuevo—. La gente está empezando a acampar y tiran la basura en el bosque y ponen la radio tan alta que ni siquiera oyes tus propios pensamientos.
—Pronto, podemos quedar pronto.
—Está bien. Mañana.
Ésa es la razón por la que la he llamado para una sesión urgente. Sé que no suele concertar citas a estas horas, así que se lo agradezco mucho, de verdad. Quería venir antes, créame, pero he estado en la comisaría toda la tarde. Billy dijo que se quedaría con Ally, ¿sabe que va a llevarla a una pizzería y que no quiere aceptar dinero siquiera? Supongo que Evan llamará esta noche y no sé cómo voy a decírselo, ni si debería hacerlo. Estoy hecha un lío. Pero estoy segura de que cuando atrapemos a John, Evan me perdonará. ¿Cómo es ese dicho: «Es mejor implorar perdón que pedir permiso»?
Usted es la única a quien puedo contárselo. En la comisaría, mientras estaba escuchando a Billy y Sandy —esta vez voy a quedar con John en el parque Bowen, así que querían discutir otra vez todos los detalles del plan—, ha habido un momento muy extraño. Creo que lo provocó algo que dijo Billy sobre los dolores de cabeza de John, eso de que los utilizaba como excusa. Por un segundo, me dieron ganas de salir en su defensa…, de salir en mi defensa, en realidad. Toda la vida, cada vez que tenía una migraña, la gente me miraba como si estuviera fingiendo, pero yo sé lo mucho que duele, sé que el dolor es como para volverse loco.
En el colegio, una de mis amigas siempre andaba a la greña con su madre, y cuando ésta le decía: «Eres justo igual que yo cuando tenía tu edad», ella le replicaba diciéndole que no se parecía en nada a su madre. Yo no lo entendía. Para empezar, se parecían mucho físicamente, y luego, yo pensaba que era aún peor no poder reconocerte en absoluto en tus padres, como me pasaba a mí. Definitivamente, era imposible reconocerme en mamá, que es la mujer más buena, dulce y paciente del planeta, y en cuanto a papá… Bueno, necesitaríamos por lo menos otra hora para enumerar todo en lo que no nos parecemos.
Ésa es una de las razones por las que me llevé un chasco tan grande cuando conocí a Julia. Tampoco me reconocí en ella. Me asusta lo mucho que me parezco a John: su impulsividad, su escasa capacidad de atención, su mal genio… Ahora, incluso las migrañas. Pero me aterroriza estar volviéndome cada vez más como él. Cada vez que dice algo que me recuerda a mí misma, fantaseo con la idea de matarlo, de llevarme un cuchillo a nuestro encuentro y apuñalarlo una y otra vez. Pero la mejor parte es cuando está ahí tendido en el suelo, desangrándose… Cuando veo que por fin está muerto. Es una sensación maravillosa…