SESIÓN ONCE
Soy incapaz de quedarme quieta ahora mismo. Tengo que seguir moviéndome, tengo que pasearme y caminar. Me duelen las piernas de la impotencia que siento, de la agonía insoportable de la espera. Supongo que la estoy volviendo loca, viéndome ir de acá para allá sin parar en su consulta. Pues tendría que verme en casa: me voy de una ventana a la otra, subo las persianas y luego las vuelvo a bajar. Me pongo a barrer el suelo, y luego dejo por ahí el recogedor, lleno sólo a medias. Meto la mitad de los platos en el lavavajillas y, acto seguido, me pongo a hacer una colada. Me hincho a galletas de mantequilla de cacahuete y luego corro escaleras arriba para meterme en Google y encontrar un hilo que me interesa en algún sitio y voy siguiéndolo de una web a otra hasta que se me nubla la vista.
A continuación, llamo a Evan, que me dice que haga un poco de yoga, que vaya al gimnasio, que saque a Alce a dar un paseo, pero en vez de eso me pongo a pelearme con él por cosas estúpidas… porque eso tiene mucho más sentido, claro que sí.
Tomo notas, realizo gráficas. Hago gráficas para mis gráficas. Tengo la mesa llena de pósits, ideas rápidas garabateadas con letra entrecortada. No me sirve de nada. No contesto a los correos electrónicos de trabajo o lo hago sólo a medias. Estoy intentando negociar la fecha de entrega de algunos proyectos, tratando de conservar todos los encargos, pero estoy perdiendo el control sobre todo lo que me rodea.
En cuanto volví a casa después de nuestra última sesión, Billy y Sandy aparcaron su coche en la entrada. Al abrir la puerta principal y ver su semblante serio, se me encogió el estómago.
—¿Qué pasa?
—Vamos dentro —dijo Billy.
—Decidme antes qué es lo que pasa. —Escudriñé sus ojos—. ¿Es Ally…?
—Ally está bien.
—Evan…
—Tu familia está bien. Vayamos adentro. ¿Tienes café?
Después de servirles el café, me apoyé en la encimera, el borde duro clavándoseme en la espalda, y envolví las manos sudorosas alrededor de la taza caliente. Billy tomó un sorbo de café; Sandy no probó el suyo. Se le había caído algo en la camisa blanca y llevaba el pelo hecho un desastre. Las ojeras le ensombrecían el rostro.
—¿Ha matado a alguien? —pregunté.
Sandy me lanzó una mirada severa.
—Esta mañana han denunciado la desaparición de una mujer que estaba de acampada en el parque nacional de Greenstone Mountain, en las proximidades de Kamloops, donde han encontrado muerto a su novio.
Se me cayó la taza de café. Se hizo añicos en el suelo y vi cómo el líquido salpicaba los vaqueros de Sandy. Sin embargo, ella ni siquiera bajó los ojos, sino que seguía mirándome. Ninguno de los tres nos movimos para recogerlo.
Me llevé las manos a la cara.
—¡Oh, Dios santo! ¿Estáis seguros? Tal vez…
—Él es el principal sospechoso —dijo Sandy—. Los casquillos de bala encontrados en la escena del crimen coinciden.
—Es culpa mía.
Billy dijo:
—No, no lo es, Sara. Es él quien decide lo que hace.
Pero Sandy no dijo nada.
—¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Y la chica?
Se quedó callado un momento.
—Ahora mismo estamos peinando la zona para localizar el cadáver de la joven.
—¿Creéis que está muerta?
Ninguno de los dos respondió.
—¿Cómo se llama?
—Todavía no hemos dado a conocer el nombre a los medios… —dijo Billy.
—Pero es que yo no soy «los medios». Decidme su nombre.
Billy miró a Sandy, que se volvió hacia mí y dijo:
—Danielle Sylvan. Su novio se llamaba Alec Pantone.
Por mi cabeza empezaron a desfilar imágenes de una mujer joven huyendo entre los arbustos mientras John la perseguía con un rifle en las manos. Me pregunté cuándo me llegaría su muñeca.
Me quedé mirando la taza rota, el charco de café.
—¿De qué color tiene el pelo?
Los dos se quedaron callados. Levanté la vista. El miedo se apoderó de mí.
—¿De qué color tiene el pelo?
Billy carraspeó, pero antes de que pudiera contestar, Sandy se le adelantó.
—Caoba… largo y ondulado.
La habitación me daba vueltas. Me aferré a la parte de atrás de la encimera con las manos. Billy se levantó, se plantó a mi lado de una zancada y me sujetó por los hombros.
—¿Estás bien, Sara?
Negué con la cabeza.
—¿Quieres salir a que te dé el aire?
—No… —Respiré hondo un par de veces—. Me… Me pondré bien.
Billy se apoyó en la encimera junto a mí. Tenía los brazos cruzados por delante del pecho y se masajeaba los bíceps una y otra vez por encima de su impermeable negro. Desde el otro lado de la mesa, Sandy irradiaba una furia mal disimulada.
Me volví hacia ella.
—Tú crees que es culpa mía.
—No es culpa de nadie —replicó—. Es un asesino, no sabemos qué es lo que lo impulsa a actuar.
—Pero nunca había matado tan pronto hasta ahora, nunca en mayo.
Me miró fijamente. Tenía los ojos inyectados en sangre y las pupilas dilatadas, de manera que el azul era prácticamente negro. Tenía la piel enrojecida por el viento.
—Crees que como no contesté a sus llamadas, salió y mató a alguien.
—No sabemos qué es lo que…
—¡Dilo de una vez por todas, Sandy! Admite que crees que es culpa mía.
Sosteniéndome la mirada, dijo:
—Sí, creo que el hecho de ver que sus llamadas eran ignoradas lo instigó a salir a buscar una víctima. Y no, no creo que sea culpa tuya.
Por un momento me sentí victoriosa —la había obligado a admitir lo que pensaba realmente—, pero entonces fui consciente de la magnitud del horror.
Me volví hacia Billy.
—¿Qué edades tenían?
—Alec tenía veinticuatro años y Danielle, veintiuno.
Veintiuno. Pensé en el momento en que sus padres habían recibido la noticia y me presioné con fuerza las cuencas de los ojos con las manos.
«No lo pienses. No lo pienses».
—¿Qué hacemos ahora?
—No recibimos ninguna señal de su móvil —explicó Billy—, pero por si acaso, nos gustaría que intentaras llamarlo de nuevo.
Extrajo mi móvil del cargador, sobre la encimera, y me lo dio.
Antes de empezar a marcar, dije:
—¿Cómo se supone que debo actuar?
—Buena pregunta —dijo Billy—. Deberías tener un plan antes de…
Sandy lo interrumpió.
—Empieza diciéndole cuánto lo sientes, muestra muchísimos remordimientos y luego calibra su reacción. Espera a ver si suelta algo, pero no digas que sabes lo de la mujer. No va a salir en las noticias hasta esta noche.
Miré a Billy en busca de confirmación y él asintió con la cabeza, pero tenía el cuello enrojecido. No miró a Sandy y me pregunté si no se habría cabreado porque le hubiese interrumpido.
Mientras marcaba el número de John, Sandy cerró el puño sobre la mesa. Llevaba las uñas completamente mordidas. El teléfono de John estaba apagado.
Negué con la cabeza.
Sandy se levantó.
—Vamos a ir en avión a Kamloops esta tarde. Sigue intentando hablar con él. Te llamaremos en cuanto averigüemos algo más de la escena del crimen.
Los acompañé hasta la puerta.
—¿Cabe alguna posibilidad de que todavía esté viva?
El rostro de Billy estaba tenso.
—Por supuesto, y vamos a hacer todo lo posible para encontrarla.
Sin embargo, lo vi reflejado en sus ojos: iban a Kamloops a encontrar un cadáver.
Esa noche estuve dando vueltas y más vueltas en la cama durante horas, pensando en todo lo que había dicho Sandy. Cuanto más pensaba en la policía, mi sentimiento de culpa fue transformándose en auténtica cólera: ¿por qué no habían puesto vigilancia en todos los parques? Ellos sabían que John estaba por la zona. Sin embargo, cuando me levanté de la cama y entré en Google, me enteré de que la extensión del parque era de ciento veinticuatro hectáreas. ¿Cómo iban a poder encontrarla? ¿Cómo demonios iban a encontrarlo a él?
Llamé a John varias veces, pero siempre tenía el teléfono desconectado. Pensé en lo que le diría si me contestaba. «¿Por qué lo hiciste? ¿Tardó mucho tiempo en morir?». Era la segunda pregunta la que más me atormentaba. Era como si sintiera en propia carne el miedo de Danielle: me roía la piel, se me hincaba en los músculos, me gritaba en la cabeza: «¡Tú eres la responsable!».
Ally ya se había ido a la cama cuando Evan me llamó esa noche, y me pasé toda la conversación telefónica llorando. Hice un gran esfuerzo para no hacerle reproches, pero se me escapó uno cuando dije:
—Tú me habías echado en cara que siempre estaba pendiente del maldito teléfono, así que sólo estaba intentando relajarme y divertirme, como me habías dicho y…
—Pero yo no sabía que él…
—Yo te lo dije, pero tú no dejabas de repetirme que estaba obsesionada, que me preocupaba demasiado, y ahora hay dos personas muertas.
—Sara, sólo estaba tratando de ayudarte; mi prioridad eres tú, no él. Y lo que ha hecho es horrible, pero no es culpa tuya. Lo sabes, ¿verdad?
—Si hubiera contestado al teléfono, todavía seguirían vivos.
—Y si pudieses viajar atrás en el tiempo y matases a Hitler, salvarías la vida de millones de…
—No es lo mismo. No tengo ningún control sobre lo que sucedió entonces, pero podría haber evitado esto.
—Todo esto escapa a tu control, pero te vas a echar la culpa de todos modos.
—Ojalá entendieses por qué estoy tan triste.
—Y lo entiendo… Lo que ha pasado es horrible, y tú lo estás llevando aún peor por la intensidad con que lo vives todo, pero me saca de quicio que te impliques siempre de esa manera con todo, Sara. Tienes que intentar distanciarte un poco.
—No es tan sencillo, Evan. No puedo cerrar los ojos a todo lo que pasa, como haces tú.
Me estremecí al percibir el tono cortante de mi propia voz. Luego, esperé en el silenció que siguió.
Evan lo quebró al fin.
—Yo no soy el malo de esta historia.
Lancé un gemido.
—Perdona. Es que esto es una pesadilla y te echo tanto de menos…
—Yo también te echo mucho de menos. Voy a volver a casa este fin de semana, ¿de acuerdo?
—Creía que tenías a un grupo grande.
—Haré que Jason me sustituya. Ahora mismo, me necesitas.
—Dios, Evan… Me gustaría decirte que te quedaras ahí, pero la verdad es que te necesito. —Me froté la nariz con la manga—. No dejo de ver su cara a todas horas, ¿sabes? Veo a esa chica, divirtiéndose con su novio. Entonces aparece John, con un arma, y ella ve cómo su novio recibe un disparo, luego sale huyendo y…
Estaba llorando otra vez, tratando de recuperar el aliento.
—Cariño… —Evan parecía sentirse impotente—. Tienes que dejar de pensar esas cosas, por favor.
—Es que no puedo evitarlo. Pienso en qué pasaría si hubieses sido tú, y entonces, entonces…
—¿Mami?
Ally estaba en lo alto de las escaleras.
Carraspeé y traté de insuflar dulzura a mi tono de voz.
—¿Qué pasa, cielo?
—No puedo dormir.
—Subo enseguida.
Evan y yo nos despedimos y luego fui a lavarme la cara con agua fría, esperando que Ally no reparase en los ojos hinchados. Cuando me metí en la cama con ella, acurrucadas las dos, con Alce a nuestros pies, le acaricié el pelo y me puse a hacerle cosquillas suavemente en la espalda. Entonces pensé en otra madre, una madre que acababa de enterarse de que su hija había desaparecido. Me pregunté qué le haría para calmarla y aplacar sus miedos a la hora de dormir cuando era pequeña. Me pregunté qué pensaría aquella misma madre si supiese que su hija había muerto porque yo tenía el móvil en silencio.
Ally consiguió quedarse dormida al fin y me dispuse a salir de su cama. Alce levantó la cabeza, pero le hice una señal para que se quedara allí y volvió a apoyarla en la colcha de Barbie de Ally. Una vez en mi estudio, entré en internet y busqué el nombre de Danielle Sylvan en el buscador. Esperaba que no apareciese nada, pero me encontré un artículo en el periódico donde se había ofrecido voluntaria para un programa de alfabetización. Casi se me partió el corazón al ver la foto de su cara sonriente mostrando un montón de libros a unos niños. El rojo intenso de su pelo era el contrapunto perfecto de la palidez de su rostro. Me imaginé esa misma tez más pálida aún con la muerte, y sentí que se me revolvía el estómago. Envié el artículo a Billy, sabiendo que tenía una BlackBerry y lo recibiría al instante. Mi mensaje decía: «¿La habéis encontrado?». Esperé y esperé, dándole al botón de enviar y recibir cada dos por tres. Al final, diez minutos más tarde, contestó: «Aún no».
Apagué el ordenador y me metí en la cama, con el móvil en la mesita de noche. Estuve dando vueltas durante horas.
«Es culpa tuya, culpa tuya. Es culpa tuya…».
A la mañana siguiente, Ally estaba de un humor de perros: «No quiero ponerme el chubasquero»; «Quiero ponerme los calcetines azules; no, los amarillos»; «¿Cuándo va a volver Evan?»; «¿Por qué no puede venir Alce?»; «Estoy harta de los cereales». Conseguí vestirla por fin y nos pusimos en marcha. Estábamos a poco más de un kilómetro de su escuela cuando me sonó el móvil, que estaba en mi bolso. Ally, que estaba cantando en su silla y moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante al ritmo de los limpiaparabrisas, se puso a cantar más fuerte. Metí la mano en el bolso y saqué el móvil. En cuanto vi el número de John, me entró el pánico.
—Ally, cielo, éste es un cliente muy importante, así que tienes que estar calladita, ¿de acuerdo?
Siguió cantando.
Levanté mi voz cuando el teléfono volvió a sonar.
—Ally, ¡basta ya!
Me miró.
—No puedes contestar al teléfono mientras estás conduciendo, mamá, no es seguro.
—Tienes razón, por eso mamá va a parar el coche. —Viré rápidamente hacia el arcén de la carretera y detuve el Cherokee—. Este cliente necesita mi ayuda, así que tienes que estar súper callada, ¿de acuerdo, cariño?
La lluvia caía a cántaros mientras Ally miraba por la ventanilla, dibujando formas en el vaho del cristal. Estaba enfadada conmigo, pero al menos no hablaba.
Contesté el teléfono precipitadamente.
—¿Diga?
—Sara.
Hablaba en voz baja y estaba ronco. Como si hubiera estado gritando.
—Siento mucho lo que pasó. Cometí un error, pero no va a volver a suceder, ¿de acuerdo? Lo prometo.
Contuve la respiración y me preparé para hacer frente a su cólera, pero se quedó en silencio.
Para que Ally no me oyera, me volví hacia la ventanilla y bajé la voz.
—John, anoche en las noticias dijeron algo de una chica desaparecida…
Seguía sin decir nada. Oí el ruido de fondo del tráfico, pero también se oía algo más, unos golpes persistentes. Agucé el oído. A mi lado, Ally empezó a dar patadas en su asiento. Esperando aún una respuesta de John, abrí la guantera y encontré una libreta y un bolígrafo. Se los dí a Ally y le hice señas para que me hiciera un dibujo, pero ella pasó olímpicamente de la libreta y se cruzó de brazos. Le lancé una mirada de advertencia y ella desvió la vista y se puso a mirar por la ventanilla.
—¿Sigues ahí? —dije.
Los golpes se oían cada vez más fuerte.
—No deberías haberme ignorado. Te necesitaba.
—Perdóname, pero ahora estoy aquí. ¿Puedes decirme dónde está?
Su tono era inexpresivo.
—Está aquí conmigo.
Sentí renacer la esperanza… hasta que me di cuenta de que no había dicho que estuviera viva.
—¿Está bien?
A mi lado, Ally se puso a dar patadas al salpicadero. Le sujeté el pie y le lancé otra mirada de advertencia. Ella pataleó para zafarse y empezó a dar botes en su asiento. Tapé el altavoz del móvil con la mano.
—Ally, para inmediatamente o… o no te dejo ir a dormir a casa de Meghan este domingo.
Ally lanzó un grito horrorizado y se recostó en su asiento.
En el móvil, John estaba diciendo:
—No sé qué hacer.
Tenía que actuar rápidamente. «Piensa, Sara, piensa. Las despersonaliza. No quiere pensar en ellas como personas. Tú puedes hacerla real».
—En las noticias dijeron que se llama Danielle. Tiene mucha gente a su alrededor que se preocupa por ella, John. Sus padres… sólo quieren que vuelva a casa y…
—Y yo te quería a ti. El ruido se estaba volviendo insoportable… ya no funcionaba nada. No podía esperar más.
Miré a Ally. Estaba dibujando en la ventanilla otra vez.
—Bueno, ahora ya puedes hablar conmigo, así que puedes dejarla volver a casa, ¿verdad?
Hablaba sin emoción en la voz.
—No es tan sencillo.
Me estremecí al recordar que yo le había dicho exactamente lo mismo a Evan.
—Es… Puedes hacerlo. Yo sé que puedes. Sólo tienes que dar un paso atrás y pensarlo un momento.
El golpeteo del fondo cesó de repente. ¿Era Danielle? ¿Se habría desmayado?
La lluvia había amainado. Ally seguía dibujando en la ventanilla. Tapé el altavoz del móvil y dije:
—Voy a salir fuera un momento, cariño.
Abrió mucho los ojos.
—Mami, no. No te vayas…
—Estaré aquí mismo.
Abrí la puerta y me situé en el arcén, sonriendo a Ally a través de la ventanilla, mientras le decía a John:
—Podrías vendarle los ojos y luego llevarla en el coche a alguna parte y dejarla en el arcén de la carretera.
Dentro del coche, Ally fruncía el ceño. Dibujé unas pequeñas caras en el cristal de la ventanilla. Ella se desabrochó el cinturón de seguridad y se encaramó a mi asiento. Empezó a sonreír mientras dibujaba dientes en mis caras sonrientes.
—No funcionará —dijo John.
La lluvia empezaba a arreciar de nuevo. Me estaba calando hasta los huesos mientras los coches desfilaban a mi lado.
—Sí, ya lo verás. Para cuando alguien la encuentre, tú ya estarás muy lejos. Nunca te cogerán.
—No era así como se suponía que tenía que suceder.
Oí una especie de fuerte bofetada, como si acabara de golpear una pared.
—¿Estás bien? —Sólo oía su respiración agitada. Probé con una táctica diferente—. Sé que en el fondo no quieres hacer daño a Danielle. Vi sus fotos en televisión y se parecía mucho a mí. Es la hija de alguien… Tienes que soltarla.
Silencio.
—¿John?
Se oyó el chasquido del teléfono al colgar y luego, sólo silencio.
Regresé al interior del Cherokee y subí la calefacción unos grados mientras observaba el vaivén del limpiaparabrisas. El teléfono me ardía en la mano. A mi lado, Ally estaba diciendo algo, pero yo no podía pensar con claridad. ¿La estaría matando en esos momentos? ¿Y si me había equivocado diciéndole aquello? Debería haber…
—¡Mamá! Voy a llegar tarde a la escuela…
El móvil estaba sonando de nuevo.
—Ya lo sé, cariño, lo siento. Mamá tiene que contestar esta llamada un momentito y luego nos ponemos en marcha, ¿de acuerdo?
Lanzó un gemido de protesta. Yo le sonreí, pero el corazón me latía a toda velocidad cuando bajé la vista hacia el teléfono. Era Billy. Dejé escapar el aliento. Ally estaba pateando el salpicadero y cantando de nuevo, pero esta vez no intenté obligarla a que se callara.
—Billy, gracias a Dios…
—Obtuvimos una señal muy buena de la llamada. —La comunicación era entrecortada—. Está en Kamloops y vamos a peinar la zona… Todos los agentes disponibles están en la carretera, pero no quiero que te hagas muchas ilusiones.
—Está viva, lo sé.
Oí unas voces de fondo y, acto seguido, Sandy se puso al teléfono.
—Si llama otra vez, tendrás que intentar mantenerlo al teléfono el máximo tiempo posible. Deja que hable. Si no la ha matado todavía, queremos que siga siendo así.
—Pero ¿qué digo? Tengo miedo de decir algo que no le guste y entonces…
—Ten cuidado, simplemente.
—¿Y eso qué significa? ¿Pregunto por ella o no?
Sandy suspiró.
—Mantén la calma cuando hables con él. Necesita oír que te importa, que sientes interés por él, que lamentas lo que pasó el otro día. Probablemente se sintió rechazado cuando no hiciste caso de sus llamadas…
—No es que no hiciera caso, no oí…
—Sara, ¿de verdad quieres ponerte a discutir los detalles semánticos? La vida de una mujer puede depender de la siguiente llamada. ¿Qué estás haciendo ahora?
Apreté los dientes con fuerza para contener las ganas de decirle lo que realmente quería decirle y contesté:
—Tengo que llevar a Ally al colegio.
—¿La niña está contigo? —me preguntó, levantando la voz.
—Estaba llevándola a la escuela cuando llamó, pero él no la ha oído.
—Si se entera de que no le has dicho que tienes una hija…
—Yo tampoco quiero que lo sepa, Sandy, ella es mi máxima prioridad. Y ahora llega tarde a la escuela.
—Déjala en el colegio y luego llámanos.
—De acuerdo —le solté.
Cuando enfilaba de nuevo hacia la carretera, Ally dijo:
—¿Está bien esa señora, mami?
Aún con las palabras de Sandy resonando en mi cabeza, dije:
—¿Qué señora, cariño?
—Esa de la que estabas hablando con tu cliente. Has dicho que había desaparecido…
«Mierda, mierda, mierda…».
Traté de recordar lo que podría haber oído.
—Ah, no, es que se perdió cuando volvía a su casa, pero la policía la encontrará muy pronto.
—No me gusta cuando hablas por teléfono tanto rato.
—Ya lo sé, cariño. Y te has portado como una campeona de bien.
Volvió la vista hacia la ventanilla.
Me detuve frente a la escuela y me bajé para dar a Ally un fuerte abrazo y un beso. Tenía los hombros encorvados y estaba haciendo pucheros. Me aparté unos centímetros y la miré a los ojos.
—Ally, cielo, ya sé que no he sido la mejor mamá del mundo últimamente, pero te prometo que voy a esforzarme más, ¿de acuerdo? Este fin de semana Evan va a venir a casa y haremos algo toda la familia.
—¿Con Alce también?
—¡Por supuesto!
Sentí un gran alivio al ver que aquello le había arrancado una pequeña sonrisa al menos. Ally ya había echado a correr hacia las puertas de la escuela, pero se detuvo un momento y se volvió.
—Espero que la policía encuentre a la señora que se ha perdido, mamá.
«Yo también».
Llamé a Billy tan pronto como llegué a casa.
—¿Qué quieres que haga?
—Si vuelve a llamar, recuerda lo que te ha dicho Sandy: mantén la calma y deja que sea él quien hable. No olvides que te está llamando porque trata de comunicarse. Está en un estado emocional muy inestable y tú pareces ser la única persona que él cree que puede ayudarlo. Lo más probable es que no tarde en llamarte.
Pero no lo hizo. Me paseé arriba y abajo por la casa y luego intenté trabajar en mi taller, pero no podía concentrarme. Así que me bebí una cantidad exagerada de tazas de café —lo cual no me ayudó a calmar los nervios, precisamente— y pasé varias horas buscando información en internet sobre asesinos en serie y negociaciones con rehenes, sin dejar de pensar en ningún momento en lo que podría estar pasándole a Danielle. Le envié a Billy página web tras página web por correo electrónico, sintiéndome más tranquila cada vez que le enviaba algo y él me contestaba, aunque sólo fuera con un mensaje rápido: «Lo estás haciendo muy bien. Sigue enviándome cosas». Entonces pensé en John y en lo que había dicho, que no podía esperar más, que la presión se hacía cada vez más insoportable hasta que tenía que hacer algo. De pronto, me di cuenta de que entendía exactamente lo que sentía… y eso era lo que más me asustaba.
Esa noche, Ally y yo estábamos a punto cenar cuando sonó mi móvil. Era John.
Ally puso mala cara cuando me levanté de la mesa.
—Sólo será un minuto, cariño. Si te acabas toda la cena, veremos una peli juntas luego, ¿de acuerdo? Pero tienes que prometerme que no vas a hacer ningún ruido.
Lanzó un suspiro, pero asintió con la cabeza y hundió la cuchara en su puré de patatas.
Corrí a la otra habitación y contesté el teléfono.
—John, me alegro mucho de que hayas llamado otra vez. Estaba preocupada.
Y aún lo estaba: no sabía si llamaba para pedir ayuda o para decirme que era demasiado tarde.
No me respondió.
—¿Está bien Danielle?
—No quiere parar de llorar.
La frustración en su voz me aterrorizó.
—No es demasiado tarde. Puedes soltarla. Hazlo por mí, por favor. Ella no ha hecho nada malo. Fui yo quien la fastidió no contestándote al teléfono.
Contuve la respiración. Se quedó callado.
—¿Puedo hablar con ella? —dije.
—Eso no te haría ningún bien.
Hablaba en tono paternal: un padre diciéndole a su hija que no puede comerse otra galleta.
—¿Qué vas a hacer, entonces?
—No lo sé.
Parecía sentirse frustrado de nuevo.
—No tienes que hacer nada ahora mismo. ¿Quieres que hablemos un rato? El otro día me preguntaste cuáles son mis comidas favoritas. Pues a mí también me gustaría saber qué cosas te gustan a ti. ¿Eres alérgico a algo?
—No, pero no me gustan las aceitunas… —Elevó el tono de voz al final.
—A mí tampoco me entusiasman. Ni el hígado tampoco.
Lanzó un gruñido de disgusto.
—El hígado es el sistema de filtración del cuerpo.
—Exacto. —Me reí, pero mi risa sonaba hueca—. John, el otro día dijiste que el ruido era cada vez más insoportable. ¿Qué quisiste decir? ¿Hay mucho ruido ahora?
Si lograba averiguar cuál era el problema, tal vez conseguiría utilizarlo para hacer que dejara libre a Danielle.
—No quiero hablar de eso.
—Ah, pues muy bien. No pasa nada. Sólo quería saber si hay algo que pueda ayudarte con eso.
—No necesito ayuda.
—No lo decía en ese sentido. Lo decía porque a lo mejor, si me hablaras de eso, tal vez yo podría ayudarte.
—Esta conversación no tiene ningún sentido. —El tono era de exasperación—. Ya te llamaré en otro momento.
—Espera, ¿qué hay de Danielle…?
Pero ya había colgado.
Arrojé el móvil al sofá y enterré la cabeza entre las manos. El teléfono sonó un minuto después. Miré a la pantalla: era Billy.
—Lo has hecho muy bien, Sara. Todavía sigue en Kamloops, pero ahora tenemos unas coordenadas más precisas, así que hemos dispuesto un par de controles en la carretera principal.
—Pero si ve un control de carretera justo después de hablar conmigo, ¿no empezará a sospechar?
—Tenemos otros vehículos de acompañamiento para que parezca que sólo son controles de alcoholemia. Estamos cerca, Sara, lo presiento. No creo que quiera hacerle daño, pero tampoco sabe qué hacer con ella. Hay una posibilidad de que puedas convencerlo para que la suelte.
—¿De verdad lo crees, Billy? ¿Es que las sueltan alguna vez?
—Depende del riesgo que crea que ella supone para él, pero hay muchas posibilidades. Sólo tenemos que aprovechar la naturaleza del enemigo para lograr la victoria.
—¿Qué diablos significa eso?
—Tienes que halagarlo, convencerlo de que crees que es un buen tipo. Que sabes que va a hacer lo correcto. Él quiere ser tu padre. Trátalo como a un padre.
Sentí unos espasmos en el estómago y contracciones en las entrañas.
—Lo intentaré… Tengo que colgar.
Llegué al baño justo a tiempo.
Sin embargo, no volví a tener noticias suyas esa noche. Billy llamó más tarde y me dijo que en los controles de carretera sólo habían detenido a un par de conductores ebrios. A la mañana siguiente, sábado, Evan volvió a casa. En cuanto entró por la puerta, le di un abrazo tan fuerte que prácticamente le corté la respiración. Mientras deshacía las maletas, lo fui siguiendo de habitación en habitación, contándole todo lo que había pasado, todas las conversaciones que había mantenido con Billy o Sandy desde entonces. Estaba muy agitada, sobresaltándome con cualquier ruido y hablando a toda velocidad, pero el mero hecho de saber que estaba en casa y que podría distraer a Ally si John llamaba otra vez supuso para mí un gran alivio.
Ally no había olvidado mi promesa de hacer algo en familia ese fin de semana, y, naturalmente, se lo dijo a Evan mientras nos preparaba unos sándwiches de queso al grill y sopa de tomate. Yo ya le había asegurado en cuanto nos despertamos que iríamos luego al parque, pero me había mirado con aire dubitativo. No había contribuido a aumentar su confianza que hubiese estado al teléfono toda la mañana hasta que Evan volvió a casa. Primero hablé con Billy y luego llamó Lauren. No había hablado con mi hermana desde que estuvimos de compras, así que estuve charlando con ella un buen rato o, de lo contrario, se habría extrañado. Sin embargo, actuar con normalidad por teléfono consumía tanta energía que, cuando colgué, estaba completamente agotada.
Después de almorzar, nos fuimos al puerto y al parque de Maffeo Sutton; a Ally le encantan los columpios y siempre la llevamos a la heladería del paseo marítimo. Me esforcé al máximo por disfrutar de un tiempo precioso con mi familia, pero cada dos por tres sacaba el móvil del bolsillo para asegurarme de que no lo tenía en modo silencio.
En la heladería, pedimos chocolate caliente y un bol pequeño de helado para Ally, quien insistió en que le compráramos otro a Alce. Estábamos sentados a una de las mesas de fuera, cerca del puerto deportivo, viendo a la gente pasar por el paseo de tablones de madera con sus cochecitos de bebé y sus perros, cuando sonó mi móvil. Evan se quedó paralizado y yo sentí un nudo en el estómago, pero al ver quién era, mascullé «Billy» a Evan, quien asintió con la cabeza y se fue dentro, al cuarto de baño.
Billy me dijo que estaban buscando en campings y hoteles, y preguntando en todas las tiendas de comestibles y las estaciones de servicio que encontraban con el retrato que la policía había hecho de John, comprobando asimismo todas las cámaras de vigilancia. Colgué justo en el momento en que Ally se tiraba todo el chocolate caliente por encima del abrigo. Cuando me dirigía al interior de la heladería a coger una servilleta, oí que me empezaba a sonar el móvil, encima de la mesa.
Di media vuelta.
Ally se llevó el aparato a la oreja.
—¡Ally, no! ¡No contestes!
Corrí hacia la mesa. Casi estaba allí, casi podía coger el teléfono con las manos…
Ally dijo con voz cantarina:
—Mamá no puede ponerse ahora mismo porque está ocupada pasando un rato conmigo, ¿vale?
Y colgó.
Me pasó el teléfono y volvió a concentrarse en su helado. La agarré por los hombros y la obligué a volverse hacia mí. Se le cayó la cuchara.
—¡Ally, te he dicho que nunca contestes mi móvil!
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Pero es que siempre estás hablando por el móvil…
La mujer de la mesa de al lado me miró con expresión indignada y se puso a murmurar algo al oído de su amiga. Solté a Ally y abrí la solapa del teléfono.
Evan salió corriendo de la heladería.
—He oído gritos, ¿qué ha pasado?
Fui desplazándome por la lista de llamadas recibidas. «Por favor, por favor, por favor, que haya llamado Billy…».
La última llamada era del número de John.
—Sara, ¿qué ha pasado? —preguntó Evan.
Traté de contestar, pero no me salían las palabras.
Ally estaba llorando a mares.
—Le he dicho a ese hombre que mamá estaba ocupada.
Evan palideció al mirarme. Tapándome la boca con la mano, asentí con la cabeza. Trató de rodearme con el brazo, pero se lo impedí.
—Tengo que pensar.
«Para. Respira». Tal vez no hubiese apagado el móvil de inmediato; tal vez John estaba igual de conmocionado que yo.
Me alejé unos pasos de Evan y Ally y marqué el número de John. Tuve que empezar de nuevo dos veces.
Contestó al primer timbre.
—John, lo siento mucho, pero…
—Me mentiste —dijo y luego colgó.
Me volví y miré a Evan. Estaba sentado junto a Ally, pasándole el brazo por encima de los hombros. Nuestras miradas se encontraron y yo negué con la cabeza. Se puso en pie y empezó a limpiar la mesa mientras le decía algo a Ally. Se acercaron a donde yo estaba apoyada, en la barandilla, agarrando el frío metal con la mano. Ally no me miraba.
—Volvamos al coche —propuso Evan—, tu madre se está quedando azul, Ally.
Le dediqué una sonrisa a Ally y fingí estremecerme de frío mientras me frotaba los brazos con las manos, pero mi hija seguía sin mirarme. Mientras nos dirigíamos hacia el aparcamiento, Evan me agarró la mano y la estrechó con fuerza. Nos miramos el uno al otro a los ojos mientras Ally caminaba delante, llevando a Alce de la correa. Yo sólo pensaba en Danielle. ¿Acababa de dictar su sentencia de muerte?
Empecé a decir:
—Seguramente Billy y Sandy…
Sonó mi móvil y se me paró el corazón. Lo cogí, miré la pantalla y solté el aire.
—Es Billy.
—Iré delante con Ally —dijo Evan.
La alcanzó y la tomó de la mano. Caminando por detrás de ellos, contesté el teléfono.
—Dios, Billy, ¿qué vamos a hacer?
Era Sandy.
—Billy está en la otra línea. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha cogido Ally el teléfono?
—Estaba encima de la mesa, sólo me volví un segundo…
—Sara, lo habíamos hablado. Sabías que si se enteraba de que le habías mentido, probablemente mataría a Danielle.
—Yo no sabía que Ally iba a responder… Lo tiene prohibido, pero es que he estado colgada del teléfono tanto tiempo últimamente que ella…
—No deberías haber soltado ese teléfono ni por un segundo.
Alcé la voz:
—Como sigas hablándome así, voy a tener que colgar, Sandy.
Se quedó callada un momento y cuando volvió a hablar, su tono era más calmado.
—Ha llamado desde Clearwater, al norte de Kamloops, pero vamos a poner un coche patrulla en tu calle mañana y haremos que te siga cada vez que salgas.
—¿Creéis que viene hacia aquí?
—No sabemos adónde va.
El corazón me latía desbocado en el pecho.
—¿Y Ally? Tiene que ir al colegio y…
—Habla con sus profesores, diles que hay un problema de custodia. Asegúrate de que sepan que no puede irse con nadie sin tu permiso. Llévala tú misma a clase y dile que espere con su maestra hasta que vayas a recogerla. No la pierdas de vista.
—No creerás que… Él no haría daño a Ally, ¿verdad?
—Lo único que sabemos es que está furioso y que es probable que una mujer haya muerto por eso.
—Deja ya de echarme la culpa a mí, Sandy. Tal vez si estuvierais haciendo vuestro trabajo él no estaría llamándome a mí, para empezar. ¿Se puede saber por qué no habéis asignado más hombres a este caso?
—Tenemos a todos los agentes de Delitos Graves trabajando en esto, pero es un proceso…
—Bueno, pues vuestro «proceso» no está funcionando.
Esta vez fui yo quien colgó el teléfono y me fui al coche echando chispas de la rabia y la indignación que sentía. Sin embargo, luego pensé en Danielle y desfilaron por mi mente imágenes de su muerte en el suelo del bosque, arañando los montículos de tierra, suplicando por su vida. Y la verdad me quemaba como ácido en el estómago: era culpa mía.
Hicimos el trayecto de vuelta a casa en silencio, Evan mirándome con el rostro tenso cuando alargó el brazo y me cogió la mano. Agradecí la muestra de afecto y me puse a mirar a través del parabrisas, parpadeando para contener las lágrimas.
—¿Crees que deberías hablar con tu familia? —dijo Evan.
Negué con la cabeza.
—Sandy se pondría hecha una furia, y además no quiero involucrar a nadie más en esta historia.
—Podrían empezar a preguntarse por qué estás tan rara.
—Ya están acostumbrados a mis neuras. Les diré que estoy muy ocupada con la boda o que voy atrasada con el trabajo, cosa que es verdad.
Otra oleada de ansiedad se apoderó de mí cuando pensé en todos los e-mails que tenía por contestar.
—Tal vez deberías pensar en tomarte unas vacaciones.
—Llevo años tratando de sacar adelante mi negocio, no puedo dejarlo todo así, sin más.
—Podrás volver a sacarlo adelante cuando esto acabe.
—Sólo llevo un poco de retraso con algunos encargos, conseguiré apañármelas.
Aunque lo cierto es que llevaba bastante más que un poco de retraso.
—Entonces tal vez tú y Ally deberíais veniros conmigo al hotel un tiempo.
—A Ally ya le está costando lo suyo el día a día en el colegio. No puedo sacarla ahora. Además, tu hotel está tan aislado… Si algo sucediera allí…
Me encantaba ir al hotel de montaña de Evan y pasar el tiempo en Tofino: el estilo de vida hippy de la Costa Oeste mezclado con los complejos turísticos de cinco estrellas, las cafeterías de café ecológico con panecillos de semillas de cáñamo, las galerías de arte y las excursiones en kayak… Pero ahora, en lo único en lo que podía pensar era en la pequeña comisaría de policía, las horas conduciendo por una carretera llena de curvas a través de las montañas sin cobertura de móvil.
—Entonces seré yo quien se tome unas vacaciones.
Lo miré extrañada.
—¿Y cómo vas a hacer eso? Ayer mismo me dijiste que lo tenías todo completo para el resto del verano.
Lanzó un gemido.
—Es que no soporto no poder estar aquí contigo. Debería estar cuidando de ti y de Ally.
A pesar de que la niña estaba en la parte de atrás del coche, con los auriculares del iPod de Evan, bajé la voz.
—Vete tranquilo. Nosotras estaremos perfectamente. La policía está vigilando la casa y tenemos una alarma. Además, vas a estar con nosotras en casa dos días más. Aunque no me lo imagino viniendo aquí a la isla, siempre me ignora cuando está cabreado.
—Quiero que tengas mucho cuidado.
—No me digas…
Nos quedamos en silencio.
Al cabo de un rato, dije:
—A lo mejor ya la había soltado. Ya sabes, antes de telefonearme.
—Tal vez.
Evan me apretó la mano con fuerza.
Pero no me miró a los ojos.
No podía esperar al miércoles para venir a verla. No podía esperar. Lo único que he hecho todo este tiempo es esperar. Evan y yo estuvimos pendientes de los informativos todo el fin de semana; dábamos un bote cada vez que sonaba el teléfono, pero mi móvil no llegó a sonar ni una sola vez, salvo cuando Billy llamó al fin para decirme lo mismo que me había dicho Sandy, excepto la parte en la que me hizo sentir como si acabara de firmar la sentencia de muerte de Danielle. Cuando le dije que me sentía como si las cosas se hubiesen descontrolado por completo, volvió a insistirme para que consiguiera un ejemplar de ese libro que siempre está citando.
—Es lo único que me ayuda cuando me preocupa una investigación. Reviso los expedientes y me concentro en las estrategias. «El guerrero hábil no confía en que el enemigo no vaya a presentarse en el campo de batalla, sino en su propia preparación». Me planteo todos los escenarios posibles o los distintos rumbos que podría tomar el caso y entonces me preparo para todos los supuestos.
—¡Ufff! —exclamé—. ¿Y cuándo duermes?
Se echó a reír.
—Es que no duermo.
Su respuesta me sorprendió, porque pensaba que era de los que se metían en la cama y se quedaban dormidos como un tronco a los noventa segundos, como Evan.
Me alegré de saber que no era la única que se obsesiona y no puede dormir.
Al decirle que Evan estaría en casa ese fin de semana, pareció sentirse aliviado y me dijo que aguantara un poco. Le pregunté cuándo iba a volver a la isla y me contestó que el lunes, que es hoy, así que estoy segura de que muy pronto tendré noticias suyas. Sandy no viene. Supongo que se quedará allí hasta que encuentren a Danielle…
Evan se quedó en casa todo el tiempo que pudo, incluso la noche del domingo, que es cuando acostumbra a irse. El pobre ha tenido que levantarse hoy a las cuatro de la madrugada para volver al hotel. Estuvimos un buen rato abrazados en la puerta antes de despedirnos. Después de que se fuera, me metí en la cama con Ally y me quedé acurrucada a su lado hasta que se hizo la hora de levantarnos para ir al cole.
Vi a los padres de Danielle en televisión un par de veces. Evan me dijo que no lo hiciera, pero no le hice caso, no podía evitarlo. Su madre no parece muy mayor. Tal vez tuvo a Danielle cuando era joven, como yo con Ally. Me pregunté si le habría advertido que tuviera cuidado antes de irse de acampada o si le habría dicho que se divirtiera.