SESIÓN DIECISÉIS

¿Sabe qué es lo que más me saca de quicio? Que visto desde fuera, todo el mundo piensa que Evan es el racional y yo soy la loca histérica. Hasta yo me lo creo. Pienso: «Dios mío, no debería haberme puesto así, ¿por qué siempre me pongo tan dramática?». No me doy cuenta hasta más tarde, cuando recapacito y me pongo a pensar por qué he explotado, de que fue precisamente Evan quien lanzó una cerilla encendida a mis pies cuando ya sabía que estaba pisando un charco de gasolina.

Como esta mañana. Estoy tratando de conseguir que Ally esté lista a tiempo para ir a la escuela y, mientras, ella está buscando entre toda la ropa de su armario tratando de decidir qué ponerse. Al final se decide por una camisa roja, pero entonces piensa que a lo mejor la cinta del pelo no le combinará, así que tiene que volver a repasar todo el contenido del armario de nuevo. Entonces Alce, que ha escogido precisamente este momento para pillar una infección bacteriana que requiere antibiótico tres veces al día, se niega a comer nada que contenga una pastilla, no importa lo hábilmente que la hayas mezclado con la comida. Así que me pongo a perseguirlo por toda la cocina, tratando de metérsela por la garganta, mientras Ally chilla: «¡Le haces daño!». La comida aterriza encima de mí, en el perro, en la niña y en el suelo. Entonces Evan, mi dulce, amable y racional novio, entra, se queda mirando el estropicio de la cocina, que está hecha un asco, y dice:

—Madre mía, espero que limpies todo eso antes de irte.

No me lo puedo creer. ¿Me toma el pelo o qué?

Así que, naturalmente, pierdo la paciencia.

—¡Vete a la mierda, Evan! Si tanto te molesta, límpialo tú mismo, ¿me oyes?

Acto seguido, sale dando un portazo, enfadado conmigo por haberle gritado. Estuvo sin dirigirme la palabra una hora entera, lo cual es impropio de él. No puedo soportar que no me hablen, así que acabo pidiendo perdón y luego al cabo de un rato, pienso: «Espera un momento, ¿por qué no ha pedido él perdón por escoger el peor momento del mundo para atosigarme?».

Lo hemos hablado justo antes de venir y me ha dicho que lamentaba haber hecho ese comentario, pero sé que todavía está cabreado. Luego, de camino hacia aquí, me he acordado de lo que usted me dijo en la última sesión, que Evan podría albergar cierto resentimiento conmigo por todo el tiempo que le estoy dedicando al problema de John. Yo no lo creía, porque habíamos estado francamente bien la semana anterior, pero esta semana pasada algo cambió, y ahora todo ha cambiado. Resultado: ahora a nadie le hace ninguna gracia la situación, salvo tal vez a John.

El día de nuestra última sesión, recibí una llamada de Sandy.

—Julia quiere hablar contigo. Intentó llamarte, pero te has cambiado el número.

—¿De qué quiere hablar?

—No lo sé, Sara. —Parecía molesta—. Sólo me ha pedido que le diera el número de tu casa.

Maldita la gracia que debía de hacerle a Sandy hacer de mensajero. La sola idea me hizo sonreír.

—Gracias. La llamaré ahora mismo.

Pero no lo hice. En vez de eso, me preparé un café y me senté a la mesa con el teléfono delante. Aquella mujer tenía la facultad de hacerme sentir fatal y yo ya había tenido bastante. Tal vez fuese mejor no llamarla. Darle a probar un poco de su propia medicina. Aguanté dos minutos.

Contestó al primer timbre.

—Sandy me ha dicho que querías hablar conmigo.

—Me gustaría verte en persona para que podamos hablar en privado.

—Ah. Bueno. Mmm… La verdad es que hoy no puedo ir a ninguna parte, tengo que recoger a Ally pronto y…

—Podemos quedar mañana. ¿A qué hora podrías venir aquí?

—¿A eso de las once?

—Nos vemos mañana entonces.

Colgó sin darme más explicaciones. Tuve la tentación de llamarla otra vez y decirle que no iba a ir, pero era incapaz de hacerlo, lo cual me cabreaba enormemente. Lo más probable es que ella también lo supiese. Y eso me cabreaba aún más.

A Evan no le entusiasmaba demasiado la idea de que me fuese sola en coche hasta Victoria cuando todavía no sabíamos dónde estaba John, pero aun así entendía que tenía que averiguar por qué había llamado Julia. Le prometí que tendría cuidado y acto seguido pasamos a especular sobre el millón de posibles razones por las que podía querer verme, hasta que al final dijo:

—Sara, mañana lo sabrás. Ahora vete a la cama.

—Pero ¿por qué crees que…?

—No tengo ni idea. Ahora vete a la cama, por favor…

Y me fui a la cama, pero me desvelé pensando en qué iba a ponerme, cómo iba a hablar. Tenía el presentimiento de que aquella visita iba a ser muy diferente. Ella había pedido verme. Julia quería verme.

A la mañana siguiente, me fui directamente a Victoria después de dejar a Ally en la escuela. Llegué casi media hora antes de la cita, así que me compré un café en una tienda del barrio, recordé que había una playa cerca de su casa y me dirigí en esa dirección. Al pasar por su casa, vi una mujer saliendo por la puerta lateral. Se pasó la mano por el pelo.

Imposible…

Aparqué frente a la casa contigua y observé por el espejo retrovisor como Sandy cruzaba la calle y se subía a un coche de policía camuflado. ¿Qué estaba haciendo en Victoria? No lo había mencionado en nuestra conversación del día anterior. Claro que yo tampoco había hecho mención a mi inminente visita. Después de que Sandy arrancara y se fuera, proseguí mi camino hacia la playa. Estuve unos veinte minutos con la vista fija en el mar, bebiéndome el café y pensando en lo que acababa de presenciar. Quizá habían estado revisando el caso, pero me parecía demasiada casualidad…

Volví a casa de Julia. Me sonrió fugazmente al abrirme la puerta, apretando con fuerza los labios contra los dientes. A pesar de que estábamos a mediados de junio, iba toda vestida de negro, con una falda larga y una túnica sin mangas. Estaba muy pálida y el flequillo le trazaba una línea recta sobre la frente. Le devolví la sonrisa y traté de buscar sus ojos. «Soy inofensiva, ¿lo ves? ¿Ves como es muy fácil quererme?». Pero desvió la mirada mientras me invitaba a pasar con un rápido movimiento de la mano.

—¿Quieres un poco de té?

—No, gracias.

No me ofreció nada más, sólo me hizo una seña para que la siguiera a la sala de estar. Al pasar por una cocina enorme con encimeras de mármol reluciente y armarios de madera de cerezo, vi dos tazas en la encimera. Me pregunté si una había sido para Sandy.

La decoración del salón era demasiado formal para mi gusto y al ver el sofá blanco con el confidente a juego, intenté imaginarme a Ally allí. El gato himalayo estaba recostado sobre una otomana de cuero en medio de la habitación, fulminándome con la mirada mientras sacudía la cola. Me senté en el confidente, Julia ocupó el sofá delante a mí y se alisó la falda. Se quedó mirando por la ventana, con la mirada perdida en el mar, durante largo rato antes de hablar.

—Me han dicho que no quieres volver a hablar con él.

¿Adónde quería ir a parar con aquello?

—Es verdad —contesté.

—Tú eres la única que podría detenerlo.

Tensé el cuerpo.

—¿Es que tú querrías hablar con él?

—Eso es distinto.

Me arrepentí de haberle dicho aquello y añadí:

—Es por Evan, mi prometido. Hemos decidido que es demasiado arriesgado.

Me miró con severidad.

—Quiero que aceptes reunirte con él, Sara. Hazlo por mí.

Di un respingo.

—¿Cómo dices?

Inclinó el cuerpo hacia delante.

—Eres la única oportunidad que tienen de atraparlo. Si no hablas con él, matará a más gente. Violará y asesinará a otra mujer este verano.

Nos miramos fijamente. Vi cómo le palpitaba una vena en la base del cuello. El gato se bajó de un salto de la otomana y se marchó.

—Por eso Sandy estaba aquí hoy, ¿no es así? —Abrió los ojos con sorpresa y se echó hacia atrás—. La he visto salir de tu casa, Julia. ¿Te ha dicho ella que me dijeras todo esto?

—No, no me ha dicho nada de eso.

Le sostuve la mirada. Sabía perfectamente que me estaba mintiendo, pero ni siquiera pestañeó.

—¿Qué pasa con mi vida? —espeté—. ¿Y mi hija?

Le temblaban las manos, sobre el regazo.

—Si te niegas y das la espalda a este asunto, entonces serás una asesina.

Me levanté.

—Me voy.

Me siguió a la puerta.

—Me dio un asco infinito tener que llevarte en mi vientre durante nueve meses, me revolvía el estómago saber que estabas ahí, en alguna parte…, que algo suyo había venido a este mundo y vivía.

Sus palabras me paralizaron al llegar a la puerta y me detuve a mirarla muy fijamente, aguardando a que todo el peso del dolor cayera de golpe sobre mí, como cuando te cortas en el dedo y primero ves la sangre, pero tu cerebro aún no se da cuenta de la magnitud del daño que te has hecho.

—Pero si consigues que pare y lo detienes —dijo—, habrá valido la pena.

Quería decirle que todas sus palabras eran injustas y crueles, pero tenía la garganta atenazada y la cara ardiendo por el esfuerzo de contener las lágrimas. Entonces la expresión de ira abandonó su rostro, le flaqueó todo el cuerpo, y vi la desesperación en sus ojos, la mirada de derrota.

—No puedo dormir. Mientras todavía ande suelto, nunca podré volver a dormir.

Salí a toda prisa por la puerta, cerrándola de un portazo. Eché a correr entre sollozos hacia el Cherokee, y di marcha atrás. Intenté llamar a Evan en cuanto volví a pisar el asfalto de la carretera, pero no me cogía el teléfono. Al cabo de unos kilómetros, el dolor y la ira se transformaron en remordimientos. ¿Y si tenía razón? Si no intentaba volver a quedar con John personalmente, ¿sería una asesina?

Por lo general, cuando conduzco por la autopista de Malahat desde Victoria suelo tomármelo con calma y me concentro en la carretera —a un lado, un precipicio vertiginoso y al otro, una pared de roca, no hay margen de error—, pero ese día estaba cogiendo las curvas a toda velocidad, sujetando el volante con fuerza. Nada más llegar al punto más alto y empezar el descenso al otro lado, donde la carretera se amplía en dos carriles, llamé a Sandy.

—Eso ha sido un golpe muy bajo, incluso tratándose de ti.

—¿De qué estás hablando?

—Lo sabes perfectamente.

Al ver que me acercaba demasiado a un coche en una curva cerrada, me obligué a reducir la velocidad.

—¿Te pasa algo?

—Deja de fingir de una puta vez, Sandy. Te vi saliendo de su casa.

Se calló.

—No quiero saber nada de ti nunca más.

Colgué el teléfono.

Intenté llamar a Evan, pero seguía sin responder a mis llamadas. Necesitaba hablar con alguien. Billy contestó a la primera.

—Quiero a Sandy fuera del caso. No pienso volver a trabajar con ella.

—Vaya. ¿Qué ha pasado?

—Esta mañana he ido nada menos que hasta Victoria para hacerle una visita a mi madre biológica, porque creí, tonta de mí, que tal vez quería verme para que hablásemos un rato, pero resulta que ha tratado de convencerme para que vuelva a concertar un encuentro con John. Llegué antes de la hora y vi a Sandy saliendo de su casa. ¡Ha convencido a Julia para que me lo pida! ¿Sabías tú algo de esto?

—Sé que Sandy ha estado hablando con ella, Julia es un testigo muy importante, pero no creo que estuviese intentando…

—¿Y no te parece mucha casualidad que, precisamente hoy, ella también fuera a verla?

Billy se quedó callado un momento.

—¿Quieres que hable con ella?

—¿Para qué? Dios, me siento como una idiota por creer que Julia quería verme, cuando la verdad es que sólo… —Me interrumpí al sentir la amenaza de las lágrimas de nuevo.

—¿Dónde estás ahora? —quiso saber Billy.

—Regresando de Victoria.

—¿Por qué no compro un par de bocadillos y un café y me paso a verte por tu casa? Así podremos hablar de esto, ¿te parece bien?

—¿En serio? ¿No te importa?

—No, en absoluto. Llámame cuando estés más cerca de Nanaimo.

Pasé el resto del trayecto pensando en todas las cosas que quería soltarle a Sandy, pero la voz de Julia no dejaba de inmiscuirse: «Si lo detienes, habrá valido la pena».

Aparqué el coche frente a mi casa, y Billy salió de su todoterreno exhibiendo una sonrisa, sosteniendo una bandeja con dos tazas de café y una bolsa de bocadillos.

—No hay nada que un buen café no pueda arreglar.

—Yo no estoy tan segura de eso. —Sonreí.

—Bueno, podemos probar.

Después de abrirle la puerta del jardín a Alce, Billy y yo nos sentamos fuera a comernos los bocadillos.

Lo miré fijamente desde el otro lado de la mesa.

—¿Crees que soy una asesina si no me reúno con John?

—¿Se puede saber a qué viene eso?

—Es lo que me ha dicho Julia.

—Ufff…

Sus ojos irradiaban simpatía y comprensión.

—Sí. Evan dijo que no sería culpa mía si mata a alguien.

—Pues claro que no sería culpa tuya. Como agente de policía, me siento responsable si algún sospechoso se escapa, pero sólo intento aprender de eso para hacerlo mejor la próxima vez.

Reflexioné sobre sus palabras mientras seguíamos comiendo. Sin embargo, Billy no había terminado todavía.

—No tienes que hacer nada que no quieras hacer, Sara, pero si decides no reunirte con él, no puedes pasarte el resto de tu vida culpándote a ti misma si, efectivamente, John hace algo.

—El caso es que si sólo dependiera de mí accedería a preparar otro encuentro con él. Iba a llamarte para decírtelo, pero Evan se puso como loco. Es imposible que me deje hacerlo de nuevo.

—Sólo trata de protegerte.

—Lo sé, pero él no se tortura como yo. Ya sé que parece una locura, pero es como si pudiera sentir todo lo que sienten esas víctimas, lo que sienten sus familias. ¿No te sientes tú así cuando estás trabajando en un caso? ¿Como si te arrastrara la marea de sentimientos?

—Es duro, pero aprendes a separar las cosas.

Lancé un suspiro.

—Ése es mi problema. Que no sé tomar distancia de nada. Incluso cuando era niña siempre encontraba alguna obsesión. Papá no lo soportaba, porque me obcecaba con algo y estaba dando la tabarra con eso durante días y días y luego, a la semana siguiente, se me pasaba y me daba por otra cosa. —Me reí—. ¿Cómo eras tú de joven?

—Siempre estaba metiéndome en líos: peleas, alcohol, robos… Mi padre me echó de casa cuando tenía diecisiete años y tuve que irme a vivir a casa de un amigo.

—¡Dios! Qué horror…

—Resultó que fue lo mejor que pudo pasarme. —Se encogió de hombros—. Me apunté a un gimnasio cerca de casa, y un viejo policía que daba clases de kickboxing me llevó a dar algunos paseos con el coche patrulla. Fue él quien me convenció para que me hiciese policía. De no haber sido así, probablemente estaría en la cárcel.

—Me alegro de que decidieses ser de los buenos.

—Yo también.

Tenía una amplia sonrisa en la cara.

—¿Y ahora os lleváis mejor, tú y tu padre?

—Es pastor de la iglesia. Lo único que le importa es la iglesia y Dios, por ese orden.

—¿En serio? ¿Y cómo era vivir con él?

—Si te parece que siempre estoy con mis citas, mi padre podía citar la Biblia entera al pie de la letra.

Sonrió de nuevo, pero en sus ojos asomó un destello de crudeza antes de que bajara la mirada hacia la taza vacía de café.

—¿Era estricto? ¿De los que creen que la letra con sangre entra y esas cosas?

Asintió con la cabeza.

—No es violento ni nada de eso, pero cree en la penitencia. —Soltó una breve carcajada—. Un día, siendo yo un niño, me metí en una pelea en la escuela dominical para evitar que un chico pegase a un niño más pequeño. Mi padre me obligó a pedir disculpas a toda la congregación… y luego a arrodillarme junto al altar y renunciar a mis pecados y pedir perdón al Señor. Eso sólo para empezar.

—Pero sólo estabas intentando proteger a alguien más débil. ¿No le explicaste lo que pasó?

—Con mi padre, no hay explicaciones que valgan. Pero yo sé que lo que hice fue lo correcto. Y lo haría otra vez sin dudarlo.

—Me cuesta imaginar que tengas un padre así. Eres una persona tan tranquila y razonable…

—Ahora sí, claro, pero tardé lo mío en llegar a conseguirlo.

—¿En serio?

—Tenía muy mal carácter con veinte años. Cuando ingresé en la Policía Montada, quería acabar con todos los criminales con mis propias manos.

—Espera un momento. ¿Has dicho que tenías muy mal carácter? ¿Tú?

Esbozó una sonrisa traviesa.

—Puede que rompiera alguna que otra regla por aquel entonces…

—Y también alguna que otra cara, ¿verdad? ¡Lo sabía!

Su expresión se tornó grave.

—Se sobreseyó un caso por mi culpa y me suspendieron; por poco me expulsan del cuerpo. Fue una lección dura, pero aprendí a trabajar dentro del sistema.

—Pero ¿ya nunca sientes frustración? ¿Como cuando alguien sigue cometiendo crímenes impunemente? —Negué con la cabeza—. Si John se librara de la cárcel por un tecnicismo, me volvería loca. Sería muy tentador tomarme la justicia por mi mano.

El gesto de Billy era de concentración, turbado. No llené el silencio.

—Ese caso del que acabo de hablarte… —dijo al fin—. Era un violador en serie. Después de varios meses, conseguimos una pista de dónde podría estar alojado y decidí investigarlo. Cuando llegué, vi marcharse a un hombre que encajaba con la descripción del sospechoso. El violador siempre se llevaba la ropa de sus víctimas, así que me encaramé a una ventana en busca de pruebas y, efectivamente, en el armario había una bolsa llena con ropa de mujer. Estaba a punto de marcharme cuando el sospechoso entró por la puerta. Echó a correr al verme y me lancé a darle caza… No acabó bien.

—¿Qué pasó?

Me miró a los ojos.

—Digamos que dejé que mis emociones se apoderaran de mi cabeza y cometí un error.

—Pero siempre pareces tenerlo todo bajo control…

Me intrigaba que Billy pudiese tener un lado oscuro. Un lado que se parecía mucho a mí misma.

El arte de la guerra cambió mi vida, y también el kickboxing. Cuando te subes al ring, no tardas en descubrir que si pierdes la calma, también pierdes la coordinación.

—Ah, qué interesante… ¿Y tus tatuajes son del libro?

Se señaló el brazo izquierdo.

—Este de aquí dice: «La debilidad nace de prepararse contra el ataque». —A continuación se señaló el brazo derecho—. Y este: «La fortaleza nace de obligar al enemigo a prepararse contra el ataque». Me los hice cuando me incorporé a la Unidad de Delitos Graves.

—Son una pasada.

Sonrió.

—Gracias.

Nos terminamos los bocadillos y entonces sonó la BlackBerry de Billy. Se la desenganchó del cinturón y la examinó.

—Parece que has recibido otro correo de John.

Casi había olvidado que la policía estaba reenviando todos mis correos a la central. La cara de Billy reflejaba tensión mientras se desplazaba hacia abajo.

—¿Qué dice?

Me pasó el teléfono.

SI NO QUIERES HABLAR CONMIGO,

ENCONTRARÉ A ALGUIEN QUE LO HAGA.

El miedo me recorrió todo el cuerpo y me quedé sin aire en los pulmones. Iba a hacerlo, iba a matar a alguien. Traté de decirle algo a Billy, pero era como si todo mi cuerpo palpitase con el rugido de la sangre en mis oídos.

—¿Estás bien? —preguntó Billy.

Negué con la cabeza.

—¿Qué… qué va a pasar?

—No lo sé. Intentaremos averiguar desde dónde lo ha enviado y haremos que los efectivos de la provincia aumenten las patrullas en todas las áreas de camping de los parques.

—¿Qué hago ahora?

—¿Qué quieres hacer?

—No lo sé… Si empiezo a hablar con John de nuevo, Evan se pondrá furioso, pero si John…

—Sólo tú puedes tomar esa decisión, Sara. Debo hacer unas llamadas. Me pondré en contacto contigo tan pronto sepa algo nuevo.

En cuanto se fue, subí al estudio y leí el mensaje de John, con el corazón y la cabeza completamente acelerados, y entonces se hizo la hora de ir a buscar a Ally. Gracias a Dios, estuvo todo el camino hablando sin parar de cómo le había ido el día, porque mi cerebro estaba ocupado dándole vueltas y más vueltas a la situación. ¿Qué iba a hacer con John? Horas después, aún seguía sin tener nada parecido a una respuesta.

En un intento de pensar en otra cosa, busqué el nombre de Billy en internet y di con un artículo sobre el caso del que me había hablado. Lo que no me había contado era que después de dar caza al violador se enfrentaron en una pelea. Éste consiguió hacerse con la pistola de Billy y, en el forcejeo, el arma se disparó e hirió a una señora mayor que paseaba a su perro. Como Billy había entrado ilegalmente en la casa, el juez admitió las pruebas en el juicio y el violador consiguió el sobreseimiento del proceso. Con razón ahora Billy cumplía todas las normas a rajatabla… A pesar de que había roto algunas reglas importantes, me impresionó que saliera corriendo tras aquel tipo para atraparlo él solo.

Evan llamó por fin cuando Ally ya se había ido a la cama. Le conté lo del mensaje de correo de John y lo que había pasado con Julia.

—Menuda sarta de gilipolleces… No me puedo creer que te haya hecho eso. Tienes que sacar a esa mujer de tu vida, Sara. Tú no te mereces eso.

—Pero es que también hay que verlo desde su punto de vista. Yo sé lo que se siente viviendo con el miedo de qué es lo que va a ocurrir a continuación. Si hubiese alguien capaz de conseguir que dejase de sentirme así ahora mismo…

—Y lo hay: la policía. Déjales que hagan su trabajo.

—Billy lo está intentando.

Evan se quedó callado.

—¿Qué pasa? —dije.

—Que me parece un poco raro que te haya llevado el almuerzo.

—Estaba triste y disgustada. Sólo intentaba hacerme sentir mejor. Y me alegro de que estuviera aquí cuando recibí ese correo, la verdad.

—Parece que Billy siempre está intentando hacerte sentir mejor.

—Es policía, sólo está haciendo su trabajo. Al menos, él no hace que me sienta presionada, como me pasa con Sandy.

—Será mejor que no te engañes. Seguramente sólo está jugando al poli bueno.

—Es que es un poli bueno.

Hubo una larga pausa, y luego Evan dijo con voz apagada:

—Quieres hablar con John, ¿verdad?

—No quiero hablar con él: quiero detenerlo. —Evan no dijo nada, así que continué—. ¿Sabes lo duro que ha sido oír todo eso de boca de Julia? ¿Que yo soy la única persona que puede hacer que se sienta segura de nuevo? La misma persona que se puso a buscarla y que empezó todo…

—Él violó a tu madre, fue así como empezó todo esto.

—Ya lo sé, pero soy la única que puede detenerlo.

—¿Qué estás diciendo?

—Creo… Considero que debería intentar un nuevo encuentro con él.

—No, Sara. Ya te lo dije. Ni hablar.

—¿Y si sólo empiezo a hablar con él otra vez? Tal vez pueda convencerlo para que me dé más información, o al menos desviar su atención de los campings.

—¿Por qué no puedes olvidarte de todo esto y punto?

Se me quebró la voz cuando contesté:

—Pues porque no puedo. Sencillamente, no puedo.

Evan me habló con ternura.

—Cariño, sabes que esto no va a hacer que Julia te quiera, ¿verdad?

—No se trata de conseguir que me quiera. Pero si tú me quieres, Evan, es necesario que comprendas por qué tengo que hacer esto.

—Creo que a una parte de ti le gusta ser la única capaz de detenerlo… Por eso no puedes pasar página y olvidarlo todo.

—No sé cómo puedes decirme algo tan horrible, ¿me oyes? ¿De verdad crees que me gusta que mi padre sea un asesino en serie y que ya haya matado a una mujer por mi culpa?

—No he querido decir eso, quiero decir que no sabes cómo…

—¿Enterrar la cabeza en el suelo como un avestruz y hacer como si no pasara nada? ¿Hacer como tú?

—Vaya, no sé cómo puedes decirme algo tan horrible, la verdad.

Los dos nos quedamos en silencio.

Al final, Evan lanzó un suspiro y dijo:

—Sólo estamos dando vueltas en círculos. Si vas a volver a hablar con él, tendrás que estar preparada y saber que intentará volver a quedar contigo.

—Todavía no sé lo que voy a hacer, Evan. Sólo necesito saber que me apoyas.

—No me hace maldita la gracia que hables con él, aunque puedo entender las razones que te inducen a hacerlo. Pero hablo en serio, Sara: no quiero que planees otro encuentro.

—No voy a hacer nada sin hablarlo contigo primero, Evan, ¿de acuerdo?

—Será mejor que así sea.

—¿O qué? —repuse en tono burlón, pero su voz era seria cuando me respondió.

—No lo digo en broma, Sara.

Estuve todo el fin de semana dándole vueltas a lo que debía hacer y lo hablé con Billy de nuevo. Me dijo que Sandy le había asegurado que ella no había coaccionado a Julia para que hablase conmigo, que la iniciativa había sido única y exclusivamente de mi madre. Es posible, pero tengo mis dudas. Sandy está tan ofuscada que creo que sería capaz de cualquier cosa para atrapar a John. A medida que pasaba el tiempo y yo seguía sin tomar ninguna decisión, me preguntaba si podría ir postergándola hasta no tener que tomarla nunca. Entonces, el lunes, Julia me llamó.

—Sé que ha vuelto a enviarte un mensaje de correo, Sara. ¿Vas a hablar con él?

—No lo he decidido aún.

Me preparé mentalmente para su reacción.

—Bueno, pues mientras lo decides, tal vez deberías tener en cuenta lo que voy a decirte: la policía ha dicho que yo podría ser la próxima persona con la que intente ponerse en contacto. —La voz le tembló al pronunciar la última palabra y me di cuenta de lo asustada que estaba—. Esta vez espero que me mate.

Luego colgó.

Mi corazón aún tardó cinco minutos largos en sosegarse. Llamé a Evan, pero no me cogió el teléfono. Sabía que tenía que hablar con él antes de tomar una decisión, así que esperé una hora más, pero como seguía sin responder, una extraña sensación de calma se apoderó de mí. Sabía lo que tenía que hacer.

Subí las escaleras y le escribí un correo a John. El mensaje contenía una sola frase: «¿En qué puedo ayudarte, John?», y mis nuevos números de teléfono. Entonces, antes de poder pensármelo dos veces, pulsé el botón de enviar.

Sin embargo, todavía no he tenido noticias suyas. Me moría de ganas de preguntarle a Sandy si le había dicho a Julia que le había enviado un e-mail de respuesta. «¿Ha cambiado de opinión sobre mí? ¿Me acepta ahora que estoy arriesgando mi vida y la de mi familia? ¿Ahora que Evan está furioso conmigo?». Entonces me dije a mí misma una y otra vez que me importa un bledo lo que piense. Se me da tan bien mentir, que casi me lo creo yo misma.

A pesar de todo, no obstante, el caso es que no lo hago sólo por ella. Esto nunca terminará a menos que encuentre un modo de hacer que termine. Y, en mi fuero interno, sé que la única manera de acabar con esto es reuniéndome con él, hasta usted está de acuerdo conmigo en eso. Sé que es una locura pensar que yo puedo hacer algo que la policía no puede, pero a veces, a un nivel primario y mucho más profundo, pese a lo incomprensible que me resulten los actos de John, algo en mi interior cree poder comprenderlo. Sí creo tener el poder de detenerlo. Y Evan tiene razón, me gusta tenerlo.

Entonces pienso en John, en ese momento en que está de pie junto a esas mujeres, o cuando sitúa a alguien en el punto de mira de su rifle. Me pregunto si es así como se siente él.