5

La lluvia se había convertido en nieve a lo largo de la noche, y continuaba cayendo mientras Andrew Westley y Kate Angier estaban sentados juntos frente a las sobras de la cena. Al principio su historia pareció no provocar respuesta alguna de parte de él, porque simplemente miraba en silencio su taza de café vacía, acariciando la cuchara y el platillo con los dedos. Luego dijo que necesitaba estirarse. Atravesó el salón hasta la ventana para mirar el jardín y cruzó las manos alrededor de su cuello, meneando la cabeza de un lado a otro. Afuera en los jardines todo estaba negro como boca de lobo, y ella sabía que no había nada que él pudiera ver. La calle principal estaba detrás de la casa y a un nivel más bajo; en este lado de la casa solamente había césped, el bosque, la creciente colina y, detrás de todo eso, el peñasco rocoso de Curbar Edge. Estuvo un rato sin cambiar de posición, y, sin poder ver su rostro, Kate sintió que o bien sus ojos debían estar cerrados o estaba con la mirada perdida en la oscuridad. Al final dijo:

—Te diré todo lo que sé. Perdí contacto con mi hermano gemelo cuando tenía más o menos la misma edad que tú describes. Tal vez lo que me contaste podría explicar eso. Pero su nacimiento no fue registrado, por lo tanto, no puedo probar que existe. Pero yo que él es real. ¿Has oído hablar alguna vez acerca de que los gemelos tienen una especie de compenetración? Por eso estoy seguro. La otra cosa que sé es que está conectado de alguna manera con esta casa. Desde el primer momento en que llegué hoy aquí lo he estado sintiendo. No sé cómo, y no puedo explicarlo.

—Yo también busqué en los registros —dijo—. No tienes un hermano gemelo.

—¿Podría alguien haber falseado los registros oficiales? ¿Es eso posible?

—Eso es lo que me pregunto. Si el niño fue asesinado, ¿no le daría eso motivos suficientes a alguien para hallar una forma de falsificar los registros?

—Tal vez sí. Todo lo que puedo asegurar es que no recuerdo nada de todo aquello. Está todo en blanco. Ni siquiera recuerdo a mi padre, Clive Borden. Aquel niño evidentemente no pude haber sido yo, y es absurdo pensar lo contrario. Debió haber sido otra persona.

—Pero era tu padre… y Nicky era su único hijo.

Se alejó de la ventana y regresó a su silla. La de ella estaba al otro lado de la ancha mesa.

—Mira, hay solamente dos o tres posibilidades —dijo él—. El niño era yo, y fui asesinado y ahora estoy vivo otra vez. Eso no tiene ningún sentido, lo mires por donde lo mires. O el niño que murió era mi hermano gemelo, y la persona que lo mató, supuestamente tu padre, se las arregló más tarde para cambiar los registros oficiales. Eso tampoco me lo creo, sinceramente. O tú te equivocaste, el niño sobrevivió, y pude o no haber sido yo. O… supongo que pudiste haberte imaginado todo.

—No, no me lo imaginé. Sé lo que vi. De todas maneras mi madre prácticamente lo admitió. —Cogió su copia del libro de Borden y lo abrió en una página que había marcado previamente con un papelito—. Hay otra explicación, pero es tan ilógica como las otras. Si en realidad no fuiste asesinado aquella noche, entonces pudo haber sido alguna clase de truco. Lo que yo vi aquella noche era un artefacto construido para un truco escénico.

Dio la vuelta al libro y se lo entregó, pero él lo rechazó.

—Todo esto es ridículo —dijo.

—Yo vi lo que ocurrió.

—Creo que o bien te equivocaste acerca de lo que viste o le sucedió a otra persona. —Miró otra vez hacia las ventanas con las cortinas descorridas, luego miró su reloj distraídamente—. ¿Te importa si uso mi móvil? Debo decirles a mis padres que llegaré tarde. Y me gustaría telefonear a mi piso en Londres.

—Creo que deberías pasar la noche aquí. —Entonces él esbozó una breve sonrisa burlona, y Kate supo que lo había formulado de un modo incorrecto. Lo encontraba bastante atractivo, de una manera inofensiva y poco elegante, aunque al parecer era la clase de hombre que nunca decía que no al sexo—. Quiero decir que la señora Makin preparará la habitación que está libre para ti.

—Si debe hacerlo.

Algo había ocurrido en aquel momento, antes de que entraran a cenar. Tal vez habían bebido demasiado whisky de centeno, o hablado en exceso de las diferencias irreconciliables entre su familia y la de él. O tal vez fue la combinación de ambas cosas. Hasta ese momento le había gustado bastante la lasciva forma en que él la miraba, abiertamente y sin vergüenza, durante toda la tarde. Sin embargo, hacía una hora y media, justo antes de que empezaran a cenar, él había dejado claro que le gustaría intentar algún tipo de reconciliación entre las familias. Solamente ellos dos, la última generación. Una parte de ella se había sentido halagada, pero lo que él tenía en mente no era lo que ella esperaba. Lo alejó de ella, tan gentilmente como supo.

—¿Puedes conducir en la nieve, habiendo bebido? —le dijo ahora.

—Sí.

Pero no se movió de la silla. Apoyó el libro de Borden sobre la mesa entre los dos, mirando las páginas abiertas.

—¿Qué quieres de mí, Kate? —le preguntó.

—Ya no lo sé. Tal vez nunca lo supe. Creo que esto fue lo que sucedió cuando Clive Borden vino a ver a mi padre. Los dos sintieron que debían resolverlo de alguna manera, hicieron todo lo que pudieron, pero las antiguas diferencias todavía persistían.

—Únicamente hay una cosa que me interesa. Mi hermano gemelo está aquí en alguna parte, en esta casa. Desde que me enseñaste las cosas de tu bisabuelo esta tarde, lo he sentido aquí. Me dice que no me vaya, que venga, que lo encuentre. Nunca sentí su presencia en mí tan intensamente. Digas lo que digas tú, digan lo que digan los registros de nacimientos, creo que fue mi hermano quien vino aquí a esta casa en 1970, y creo que de alguna manera todavía está aquí.

—A pesar de que no existe.

—Sí, a pesar de eso. Al mismo tiempo, los dos sabemos que hay algo extraño acerca de lo que sucedió aquella noche. O al menos tú lo sabes.

Ella no pudo responderle nada, porque se sintió atrapada en un callejón sin salida. Era el mismo de siempre; la certera muerte de un niño pequeño, que más tarde descubrió que había sobrevivido. Encontrarse con el hombre que había sido el niño no había cambiado nada. Era él, no había sido él.

Se sirvió otro trago de brandy, y Andrew dijo:

—¿Hay algún lugar desde donde pueda realizar esas llamadas?

—Quédate aquí. Este es el lugar más cálido de la casa en invierno. Hay algo que quiero comprobar.

Mientras se iba del salón le oyó pulsar los botones de su teléfono móvil. Bajó al vestíbulo principal y miró a través de la puerta de entrada. Había una sólida capa de nieve, de quince o veinte centímetros de altura. Siempre se instalaba aquí sin problemas, en el camino protegido, pero sabía que más abajo en el valle, donde estaba la calle principal, la nieve ya estaría amontonándose contra los setos y a los lados de la carretera. No había ruido de tráfico, que generalmente podía oírse desde aquí. Fue hacia la parte de atrás de la casa, y vio que se estaba formando un ventisquero contra la leñera. La señora Makin estaba en la cocina, así que habló con ella y le pidió que preparara la habitación que estaba libre.

Ella y Andrew se quedaron en el comedor después de que la señora Makin hubiera retirado la comida, sentados a ambos lados de la chimenea, hablando de varios temas generales; los problemas de él con la chica con quien vivía, los de ella con la diputación local, que quería parte de sus tierras para construir. Pero ella estaba cansada, y en realidad no tenía ganas de todo esto. A las once sugirió que continuaran por la mañana.

Le enseñó dónde estaba la habitación de invitados y qué lavabo podría utilizar. Y para su sorpresa, no se hizo una segunda proposición. Él le agradeció gentilmente su hospitalidad, le dio las buenas noches y eso fue todo.

Kate regresó al comedor, donde había dejado algunos de los papeles de su bisabuelo. Ya estaban apilados ordenadamente; cierta característica hereditaria, tal vez, que le impedía desparramar papeles por todas partes. Siempre había habido una parte de ella que quería ser desordenada, informal, libre, pero estaba en su naturaleza no serlo.

Se sentó en la silla que estaba más cerca del fuego y sintió el calor contra sus piernas. Echó otro tronco. Ahora que Andrew se había ido a la cama, se sentía menos soñolienta. No había sido él lo que la había agotado, sino la conversación, el sacar a la luz todos aquellos recuerdos de la infancia. Hablar sobre ellos había sido una especie de terapia, una liberación de venenos acumulados, y se sentía mejor.

Se sentó junto al fuego, pensando en aquel antiguo incidente, intentando, como lo había hecho durante un cuarto de siglo, hacerle frente. Todavía le llenaba de miedo hasta el último rincón de su alma. Y el niño Andrew decía que su hermano se encontraba en el corazón de todo el asunto, un rehén del pasado.

En ese preciso instante entró la señora Makin, y Kate le preguntó si podría prepararle un poco de café descafeinado antes de irse a la cama. Escuchó las noticias de la medianoche en Radio 4 mientras se tomaba el café a sorbos, y más tarde vino el Servicio Mundial de la BBC. Todavía seguía estando bastante despierta. La habitación de invitados en la que se encontraba Andrew estaba justo arriba de la suya, y podía oírle dando vueltas frecuentemente en la antigua cama. Sabía lo fría que podía ser aquella habitación. Había sido su dormitorio cuando era pequeña.