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Doy un paso hacia adelante para acercarme a los focos, y bajo todo el brillo de su luz les hago frente.

Digo: «Miren mis manos. No hay nada oculto en ellas».

Las mantengo levantadas, alzo las palmas para que las vean, separando los dedos para probar que no hay nada secretamente escondido entre ellos. Ahora realizo mi último truco, y hago aparecer un puñado de flores de papel descolorido de entre las manos que ustedes saben están vacías.