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En busca de la historia perdida

Hablar de la historia de la Sábana Santa no es tarea fácil. La documentación que hace referencia a ella es escasa y confusa. Los estudiosos no se ponen de acuerdo. Muchos descreídos de su autenticidad se han aferrado a que no existe documentación histórica que haga pensar que la tela date del siglo I, y mucho menos que el cuerpo del hombre que allí yace sea el de Jesucristo.

Por el contrario, quienes apoyan la hipótesis de que se trata de un lienzo de hace dos mil años basan sus afirmaciones, entre otras cosas, en algunos pasajes de la Biblia que narran cómo, tras la crucifixión de Jesús, José de Arimatea reclamó el cuerpo a los romanos para darle entierro cristiano. Tras recibir la autorización compró una sábana, untó el cuerpo con una mezcla de varias plantas y lo depositó en un sepulcro sin estrenar que se ubicaba en un jardín de su propiedad. Para que el cuerpo no fuera «molestado» una gran piedra fue colocada taponando la entrada, pero «El primer día de la semana, muy temprano, cuando era oscuro todavía, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra estaba quitada del sepulcro. Corrió y vino Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús y les dijo. “Han tomado al Señor del monumento y no sabemos dónde le han puesto”. Salió, pues, Pedro y el otro discípulo, y fueron al monumento. Ambos corrían, pero el otro discípulo corría más aprisa que Pedro, y llegó primero al monumento, e inclinándose vio los lienzos, pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él y vio los lienzos allanados y el sudario que había estado su cabeza no allanado como los lienzos sino enrollado en su sitio. Entonces entró también el otro discípulo que llegó primero al monumento y vio y creyó» (Juan, 20).

Ante tales afirmaciones, los escépticos aseguran que en ningún momento los apóstoles hacen referencia a que se vea imagen alguna dibujada en la tela. Pero para algunos autores, como cita José Luis Carreño en su obra El último reportero, esto tiene una explicación: «No es imposible que las manchas hayan aparecido más tarde por reacción química retardada. Hay científicos que así lo creen, y siempre será ello una cuestión disputable. Recientemente se ha observado el fenómeno de que las impresiones sobre la Sábana Santa se volvían más intensas y visibles durante la ostensión».

Por su parte, Juan Eslava Galán, en su libro El fraude de la Sábana Santa y las reliquias de Cristo asegura que «los sindonólogos, en su noble anhelo por ratificar históricamente la Sábana Santa, han recurrido frecuentemente a los Evangelios. Aquí una vez más, surge el conflicto entre la ciencia y la fe. La fe es un estado de gracia que no debe confundirse con la Historia, que es una ciencia. Como cristianos, estamos obligados a creer que los Evangelios son palabra revelada por Dios, que lo que contienen no solo es verdad sino la Verdad. Pero como obra histórica, considerados fuera del ámbito de la fe, no son en absoluto fiables; son narraciones de tercera o cuarta mano, muy manipuladas, plagadas de fabulaciones y leyendas, de incoherencias y contradicciones».

El silencio que hay en torno a los primeros siglos de vida de la reliquia también es explicado por Carreño alegando que «[…] hay que observar que en los primeros tiempos, judaico-cristianos, prevalecía el temor de herir susceptibilidades por medio de objetos que hubieran estado en contacto con un cadáver […]. Añádanse a esto los riesgos inherentes a las invasiones persas, los excesos de las herejías, la furia de los iconoclastas que destruían toda imagen pintada o esculpida, el saqueo vandálico y la destrucción de bibliotecas. No hay para maravillarse de que la Sábana Santa quedase protegida por el velo del silencio».

4.1. Siglos I-VI

Algunos estudiosos aseguran que se habla de la Sábana Santa en la obra del siglo III Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea y en un manuscrito siríaco del siglo VI que fue descubierto en San Petersburgo en 1878 y que resultó ser una copia de otro texto más antiguo perteneciente a los archivos reales de Edesa. En ellos se narra la historia del rey Abgar V, que gobernó en Edesa, actualmente Urfa (Turquía). El monarca oyó hablar de un profeta de Jerusalén que era perseguido por los judíos y que realizaba portentosas curaciones. Abgar, muy enfermo de lepra negra, envió un embajador hasta la Ciudad Santa para ofrecerle asilo y seguridad en sus dominios, pero ya había sido crucificado.

Aún así, el viaje no fue en vano, ya que el militar regresó con un lienzo de lino en el que «milagrosamente» se había estampado la efigie del Elegido y, al ponerla en contacto con la piel del monarca, este, a los pocos segundos, sanó.

Convencido Ukama el Negro, sobrenombre con el que se conocía al mandatario, de que la tela le había curado, decidió convertirse al cristianismo.

Tras su muerte, uno de los sucesores de Abgar, Mannu, quiso destruir el lienzo y así volver al paganismo, pero un grupo de cristianos que supo de las intenciones del nuevo rey decidió esconder la tela entre las rocas que formaban la muralla de la ciudad. Cuando regresaban a sus casas, después de haberla ocultado, se toparon con un grupo de soldados enviados por el mandatario y se entabló una terrible contienda en la que todos perecieron. No quedó un solo testigo que pudiera dar dato alguno del lugar donde «el tesoro» había sido escondido.

En cuanto a su posterior hallazgo, ya en el siglo VI, se barajan dos hipótesis: unos aseguran que en el año 544 los persas, enviados por el rey Cosroes I, sitiaron la ciudad de Edesa. Se entabló una fuerte batalla en la que la muralla resultó muy dañada. En uno de los huecos que se había abierto, cerca de la puerta de entrada, apareció una tela que había sido plegada en cuatro partes. Al haber sido doblada —pues en aquella época se consideraban impuras las mortajas y no se podía mostrar el cuerpo de los ejecutados— tan solo se podía contemplar en ella un «santo rostro».

La tradición narra que los vecinos de Edesa cogieron el Mandylion (o «Santo Rostro») y lo pasearon ante las tropas enemigas. Al instante, las máquinas de guerra persas fueron destruidas y los guerreros derrotados, atribuyéndose al lienzo la victoria.

De esta forma pudo ser doblada la Sábana Santa cuando se exhibía como un solo rostro.

Otras fuentes afirman que el descubrimiento se produjo en el año 525 d. de C., cuando una enorme riada asoló Edesa, acabando con sus rocosos muros y dejando al descubierto un lienzo o tetradiplon (tela doblada cuatro veces).

Ian Wilson, graduado en historia en Oxford y un apasionado de la Síndone, reprodujo el lienzo a tamaño natural y dobló en cuatro partes la tela, comprobando así que solamente quedaba visible la cabeza. Wilson aseguró que «si esa era la forma en que estaba plegada la imagen, nadie podría haber visto el cuerpo, ni siquiera cuando era abierto el cofre en donde se guardaba». Según el historiador, había más pruebas que indicaban que la tela venerada en Edesa podía ser la Sábana Santa: «Hay además otra prueba, que son los paños litúrgicos bizantinos conocidos como epitaphioi. Los que se conservan son elementos litúrgicos que datan del siglo XIII y en cuya superficie aparece bordada una imagen yaciente de Cristo muerto. Muchos de ellos tienen la figura exactamente en la misma posición de la imagen del Sudario».

Grabado del siglo X donde se representa el Mandylion de Edesa.

4.2. Siglos X-XII

En el año 944, el emperador bizantino Romano Lecapeno, gran recolector de reliquias, quiso hacerse con la Sábana Santa para obtener la protección divina. Para ello envió hasta Edesa a uno de sus mejores generales, Juan Cuarcas.

El militar pactó con el emir —ya que Edesa en esa época ya estaba dominada por los musulmanes— que no se atacaría a la ciudad y que se le compensaría con una gratificación económica y se dejaría en libertad a doscientos de sus hombres, que habían sido previamente apresados. El emir aceptó el pacto, pero los cristianos que aún quedaban en la ciudad no quisieron deshacerse de su tesoro y entregaron una falsificación. Cuando Cuarcas se dio cuenta de que no era el verdadero lienzo el que le habían entregado, reclamó al mandatario el original. Por segunda vez los cristianos quisieron darle gato por liebre y tuvo que ser el propio gobernante el que fuera a entregar la verdadera reliquia a los bizantinos.

Representación del Mandylion de Edesa.

El 16 de agosto del año 944 la Síndone entra por primera vez en la ciudad de Constantinopla, donde el archidiácono Gregorio de Santa Sofía la recibió con un sermón escrito en griego que actualmente se guarda en los archivos vaticanos. También se han encontrado referencias en los legajos del obispo francés San Juan Damasceno (siglos VII-VIII).

La Sábana Santa fue alojada en la iglesia de Santa María de Blackernae, donde los viernes era venerada ya como una sábana, pues fue desplegada a su llegada a la ciudad. Se sabe que estuvo alojada en este edificio gracias a las referencias que se hacen sobre la visita de Luis VII, rey de Francia, a Constantinopla en 1147 y a las notas del abate benedictino Soermudarson, que la visitó en el año 1155. También hay reseñas de ello en obras de Guillermo de Tiro, quién dice que el emperador Manuel Comneno I le mostró al rey Amarilco I de Jerusalén varias reliquias de la Pasión, entre las que se encontraba el Sudario de Cristo, en la basílica de Blackernae, cuando corría el año 1171.

Posible itinerario de la Síndone.

Años más tarde, en 1201, Nicholas Mesarites, patriarca de Constantinopla, dejó por escrito la descripción de algunos de los objetos que se veneraban en su ciudad, y entre ellos citaba a un lienzo: «Las telas funerarias de Cristo son de lino, de material barato, del que se disponía. Aún huelen a perfume; han desafiado el deterioro porque envolvían el inefable, desnudo cadáver cubierto de mirra después de la Pasión».

4.3. Siglo XIII

Será a partir de 1204 cuando se deje de tener referencias sobre la Síndone. Se cree que los cruzados, que tenían como objetivo liberar de la invasión musulmana a los lugares santos, saquearon la cristiana Constantinopla y, al parecer, se hicieron con la Sábana.

Se conserva una carta del 1 de agosto de 1205 escrita por Teodoro Ángel Comneno, nieto de Isaac II, emperador de Constantinopla, dirigida al papa Inocencio III, organizador de la Cuarta Cruzada. En ella se queja del abuso de los cruzados y pide que sea devuelta la Sábana Santa a Constantinopla. También en el Centro de Sindonología de Turín se encuentran cartas autógrafas de los cardenales Binet y Mathieu, arzobispos de Besançon, que confirman la presencia de la Sábana en la ciudad en los primeros días del siglo XIII.

Robert de Clary, autor de la Historia de la IV Cruzada, aseguraba que «había en Constantinopla un monasterio dedicado a Santa María de Blackernae en donde se conservaba la Sábana Santa, en la cual fue envuelto el Señor. La gente solía acudir allí los viernes para ver la figura del Señor. Pero nadie, ni griego, ni francés, sabe ahora qué fue de aquella Sábana cuando fue saqueada la ciudad».

Por su parte, Ian Wilson, catedrático de Historia de la Universidad de Oxford, también defiende la hipótesis de que fueron los templarios quienes la conservaron, tras su robo en Constantinopla. Además, asegura que la Síndone estuvo en la fortaleza de San Juan de Acre hasta 1291 y después fue llevada hasta la sede templaria de Villeneuve-du-Temple, en París, «aunque no he encontrado pruebas directas de que los templarios tuvieran vinculación alguna con el Sudario, tengo tres pruebas circunstanciales. Primero: en el año 1307 los templarios, que habían llegado a tener demasiada fuerza e independencia para el gusto de los mandatarios europeos, fueron sometidos. El rey de Francia hizo arrestar a todos los templarios de su reino bajo la acusación de que adoraban secretamente a un ídolo misterioso en la forma de la cabeza de un hombre con una barba rojiza. Segundo: en un lugar de Inglaterra que había sido sede de un antiguo monasterio de los templarios se halló la imagen de una cabeza pintada que se cree que era una réplica del ídolo que podrían haber adorado los templarios. ¡El parecido con la faz del Sudario es indudable! Tercero: como resultado de las purgas de Europa, tres de los dirigentes de la orden fueron quemados en la hoguera. Entre los dos últimos incinerados estaba un templario francés, Geoffrey de Charny. Y en la iglesia de otro Geoffrey de Charny, en Lirey, apareció el Sudario en 1354, cincuenta años más tarde».

Pintura medieval.

Diversos historiadores suponen que la Sábana fue trasladada a Europa y conservada durante un siglo y medio por los templarios que guardaban en secreto sus reliquias. Otros creen que pasó por Grecia, donde había comunidades latinas relacionadas con uno de los líderes templarios, Godofredo de Charney, el cual fue condenado a la hoguera junto a Jacques de Molay en 1314.

Más tarde la tela caería en manos de Geoffrey de Charny, apellido muy parecido al anterior y que ha llevado a algunos estudiosos —como Wilson— a pensar que se pudo tratar de un pariente de Charney al que le fue encomendado su cuidado.

Respecto a ello, J. L. Carreño, en su ya citada obra, afirma que «en 1208, la Sábana Santa sale a flote un poco más lejos, en la tierra de los cruzados, naturalmente. Otto de la Roche, uno de los jefes de la Cuarta Cruzada que había estado acuartelado precisamente en Blackernae, pensando piadosamente había entrado en la iglesia de Santa María de Blackernae durante los días de saqueo y había reclamado para sí, como jefe, el sagrado botín […]. Otto de la Roche se las arregló para enviar la Sábana Santa a su padre, Poncio de la Roche, en tierras de Francia, pero como al viejo caballero le quemaba aquella en las manos, se la regaló al arzobispo de Besançon, Amadeo de Tramelai. Un manuscrito de la biblioteca de Besançon relata esta donación y le fija la fecha de 1208. Así pues, desde 1208 la Sábana Santa descansó sin molestias por casi un siglo y medio en la catedral de San Esteban en Besançon. Pero le esperaban nuevas vicisitudes. En una noche de tormenta, en el año 1349, un rayo alcanzó a la catedral y causó un pavoroso incendio que la redujo a cenizas. Pocas reliquias se pudieron poner a salvo o recuperarse de los escombros […] ¿Y la Sábana Santa? ¡Ni traza! […]. Y aquí viene lo curioso: apenas desaparece de Besançon la Sábana Santa, hete aquí que en un villorrio de la Champagne, llamado Lirey, el Conde Godofredo de Charney, aparece como poseedor de la preciosa reliquia».

¿Cómo llegó a manos de Charney?, según Carreño «en una colección de Camp, depositada en la biblioteca Nacional de París, se encuentra un memorial de la iglesia colegiata de Lirey en la que se dice que “el Conde Godofredo de Charney, señor de Lirey, recibió en recompensa de su valor, del rey Felipe de Valois, la Sábana Santa de Nuestro Señor, Salvador y Redentor, Jesucristo, junto con un notable trozo de la verdadera Cruz y muchas otras reliquias, para ser conservadas en la iglesia que espera construir en honor de la gloriosa Virgen María”».

Pero hay una última sorpresa, con la que me encontré al leer una magnífica y documentada obra de Christopher Knight y Robert Lomas, El Segundo Mesías. Los templarios, la Sábana Santa y el gran secreto de la masonería, en ella los autores concluyen que «podemos estar seguros de que el Sudario de Turín es la imagen del último gran maestre de los templarios, por las siguientes razones:

  1. Molay fue arrestado en el Temple de París, en el que sin duda se guardaba al menos un sudario para celebrar los rituales, igual que en todos los templos masónicos de hoy día.
  2. Molay fue arrestado por el cargo de herejía, particularmente por rechazar a Cristo y la Cruz. Esto podría haber impulsado a su inquisidor a aplicar una justicia poética mediante una tortura que parodiaba el trato infligido a Jesús.
  3. Se sabe que la Inquisición francesa solía clavar a las víctimas en los objetos más cercanos como medio de tortura rápido y eficaz.
  4. Las pruebas de los regueros de sangre indican que la víctima no fue clavada en la cruz simétricamente. Parece que un brazo fue colocado en posición vertical por encima de la cabeza, lo que explicaría la notoria dislocación del hombro, de la que se han hecho tantas conjeturas durante años.
  5. Las pruebas físicas de la imagen del Sudario muestran sin lugar a dudas que la víctima fue colocada sobre una gran cama blanda, y no sobre una lápida de piedra. Esto indica que la víctima estaba viva y que esperaban que se recuperara.
  6. La víctima estuvo en estado de coma durante unas veinticuatro horas antes de que el sudario fuera retirado, lavado y guardado durante cincuenta años exactamente. Esta era una condición básica para la reacción química del radical libre que recientemente se ha identificado como la causa que le provocó la imagen.
  7. El Sudario fue expuesto por primera vez por la familia Charney, que eran descendientes del hombre que fue arrestado con Molay y que posteriormente fue quemado en la hoguera junto a él.
  8. El arresto y la tortura de Jacques de Molay tuvo lugar en octubre de 1307, fecha que coincide claramente con la datación de carbono 14, que estableció que el lino vegetal utilizado para el tejido del Sudario dejó de ser un organismo con vida entre 1260 y 1390.
  9. Sabemos que los Caballeros del Temple llevaban el cabello y la barba al estilo nazareno, igual que Jesús. Esto significa que Molay tenía el cabello a la altura de los hombros y una larga barba, como en el Sudario. Aunque la semejanza física por sí sola no es una prueba suficiente, observamos que uno de los pocos dibujos de Molay resulta tener un parecido increíble con la imagen del Sudario.
  10. Los rituales masónicos celebrados según el rito antiguo escocés narran la historia de los templarios, y el hecho de que en una misma cruz coloquen las iniciales que, según dicen, representan tanto a Jesucristo como a Jacques de Molay sugiere que anteriormente se sabía que Molay fue crucificado.

Ahora el mundo cuenta con una explicación bien sustanciada y convincente sobre la rara imagen que aparece en el Sudario de Turín. La aceptación de la pruebas será dolorosa para muchas personas, porque las conducirá a reflexionar de nuevo sobre sus creencias elegidas, pero confiamos que, con el paso del tiempo, la verdad venza a todos.

4.4. Historia documentada

El 23 de agosto de 1350 Godofredo de Charney perecía tras haber caído prisionero, unos meses antes, de los ingleses, pero las reliquias se continuaron venerando en la iglesia de Nuestra Señora de Lirey. Según las crónicas, allí acudían miles de personas para alabar tan extraño telar. Este hecho llamó la atención de Pierre d’Arcis, obispo de Troyes, que creía que se trataba de una burda pintura, por lo que ordenó al párroco de Lirey que dejara de exhibir la Síndone o se atuviera a las consecuencias: ser excomulgado. Según recoge el jesuita Paul de Gail en su obra Las ostensiones de la Síndone, el lienzo «atraía a masas enormes, las cuales, al venerar la reliquia, dejaban limosnas cuantiosas. Entonces el obispo de Troyes, Henri de Poitiers, muy molesto por ello, prohibió las ostensiones de la Síndone […] y no tardó mucho en encontrarse un pintor que declarara haberla pintado él con un pincel».

Pero las ostensiones continuaron realizándose. El deán de Lirey aseguró que contaba con el permiso de un cardenal y además los sucesores de Godofredo, herederos de la reliquia, apelaron al rey de Francia para que se les dejara seguir mostrando el lienzo. Pero el monarca ordenó que se entregara la tela al obispo. Tanto Godofredo II como el párroco se negaron y acudieron al papa Clemente VII, el antipapa, que en Avignon, el 6 de enero de 1390, les concedió la venia para seguir ostentando la reliquia, pero a condición de que:

  1. La exposición de la reliquia se permite, pero se prohíben las ceremonias censuradas por el obispo. Debe exhibirse de manera discreta; durante su exposición se debe proclamar en voz alta e inteligentemente que «este no es el verdadero Sudario de nuestro Señor, sino una pintura o cuadro realizado a semejanza o representación del Sudario».
  2. A Pierre d’Arcis: se le prohíbe oponerse a la exhibición de la reliquia, mientras se haga de la manera según las condiciones prescriptas por el Papa.
  3. A los jueces eclesiásticos de Langres, Autum y Chalonssur-Marne: se los exhorta a difundir y asegurar la implementación de las disposiciones del Papa con respecto al Sudario.

El obispo no se rindió y apeló al rey Carlos VI, que en 1389 retiró el permiso de exponer el Sudario y ordenó a Jean de Venderesse, alguacil de Troyes, que confiscara la reliquia en nombre de la corona.

Los dueños, una vez más, se negaron a entregarla.

D’Arcis, decidió dirigir una larga misiva al propio papa en la que se aseguraba que la Sábana Santa era una pintura, un fraude descubierto años antes: «El señor Henri de Poitiers, de pío recuerdo, entonces obispo de Troyes, al tomar conciencia de esto y urgido por muchas personas prudentes a tomar parte activa, como en verdad era su deber en el ejercicio de su jurisdicción ordinaria, se dedicó a trabajar con ahínco para examinar la verdad del asunto porque muchos teólogos y otras personas inteligentes declararon que ese no podía ser el verdadero Sudario de nuestro Señor, en el que está impreso el retrato del Salvador, ya que el Santo Evangelio no menciona impresión semejante; mientras que de ser verdadero, es improbable que los santos evangelistas hubiesen omitido registrarlo, o que el hecho hubiera permanecido oculto hasta el presente. El deán de Lirey, con engaño y maldad, movido por la avaricia, no con fines devocionales sino por codicia, proveyó su iglesia con un paño pintado con artificio, en el cual, de un modo ingenioso, estaba pintada una doble imagen de un hombre por delante y por detrás asegurando falsamente que era el Sudario mismo en el que fue envuelto nuestro Salvador Jesucristo en el sepulcro, en el cual, la imagen del Salvador con sus heridas, había quedado impresa. Y esto fue divulgado no solo en el reino de Francia sino en el mundo entero, por lo que acudían gentes de todas partes del mundo. Y aún así fingían milagros de curaciones en la ostensión del Sudario […]. Finalmente, después de diligentes investigaciones y búsquedas, descubrió el fraude y cómo dicho lienzo había sido astutamente pintado, siendo atestiguada la verdad por un artista que había realizado la tarea; al saber que se trataba de un trabajo de humana habilidad y no elaborado milagrosamente. Por lo tanto, después de escuchar el maduro consejo de sabios teólogos y hombres de la ley, al ver que ni debía ni podía dejar pasar el asunto, empezó a instituir procedimientos formales contra el mencionado deán y sus cómplices para eliminar de raíz esta falsa persuasión. Ellos, al ver que se había descubierto su iniquidad, ocultaron dicho lienzo para que el Ordinario no pudiese hallarlo, y lo mantuvieron oculto luego por treinta y cuatro años, aproximadamente, hasta el año presente (1389)».

4.5. Traslado a Chambery

En 1418, se encomienda que sea el conde Humberto de la Roche, yerno de Godofredo II, el que se haga cargo de la tela y la guarde en lugar seguro ya que la guerra entre el duque de la Borgoña y el rey de Francia la ponía en serio peligro.

Veinte años más tarde Humberto muere y a su viuda, Margarita de Charney, le es reclamada por los clérigos de Lirey para que la devuelva.

Ella asegura que se trata de una herencia de su abuelo y se niega a dársela. Los religiosos le conceden un plazo de tres años, a los que luego añadieron dos más, para que les fuera devuelta, y durante ese tiempo ella debía darles una cantidad de francos por la pérdida de limosnas que suponía para la iglesia no tenerla en su poder.

Este pago nunca se llegó a efectuar.

Finalmente, Margarita cede el Sudario a la duquesa Ana de Saboya, quien lo llevará a Chambery.

Los duques de Saboya, con el beneplácito del papa Sixto IV, construyeron una capilla donde venerar el lienzo. En 1502 ordenaron que se fabricara una urna de plata que se colocó sobre una hornacina excavada en el muro de la sacristía de la Sainte Chapel de Chambery, Francia, para mantenerla a salvo.

Cuatro años más tarde el papa Julio II aprueba la misa y el oficio propio de la Síndone, permitiendo el culto público.

4.6. La primera prueba de fuego: siglo XVI

Corría el año 1532 cuando, en la madrugada del 3 al 4 de diciembre, un terrible incendio se propagó en la Sainte Chapel de Chambery. El lienzo permanecía en su urna concienzudamente doblado, primero longitudinalmente, luego mediante pliegues transversales, así hasta quedar perfectamente plegado en 48 capas rectangulares. Las llamas y el tremendo calor que estas despedían se adueñaron poco a poco de la plateada caja, que comenzó a deshacerse. Una gota de plata fundida de la tapa perforó ferozmente las distintas capas de la Sábana.

Ante el temor de que la reliquia se quemara por completo, dos religiosos, Philibert Lambert y Guglielmo Pussod, junto a otros dos sacerdotes franciscanos, se jugaron la vida para salvar la urna de plata que contenía el Santo Lienzo. Con ayuda de dos herreros rompieron las rejas y, tras entrar en la sacristía, sacaron de un armario la urna que la contenía.

La impotencia era máxima al ver que, entre sus dedos, la urna comenzaba a deshacerse. En un arranque de ira y desesperación arrojaron sobre ella una gran cantidad de agua que quedaría por siempre marcada en forma de rombos a lo largo del lino. Los bordes de los pliegues que estaban en contacto con el lateral de la urna también sufrieron quemazones, pero la imagen quedó intacta. Ni el rostro ni el cuerpo del crucificado habían sufrido la más mínima lesión. Si en aquella ocasión el ardiente metal se hubiera desecho unos milímetros más hacia el centro, tal vez no hubiéramos conocido nunca la enigmática y flagelada figura que aparece en la tela.

El historiador Pingonius relata cómo cuatro «héroes» se lanzaron hacía el fuego para salvarla: «El cofre se fundió debido al excesivo calor del incendio y una gota del noble metal fundido quemó parte de la Sábana. El agua usada en el proceso de enfriado del cofre también dañó o marcó la Sábana Santa, dejando para siempre unas marcas romboidales. Aunque la imagen del cuerpo que se dibuja en la Sábana no sufrió daño alguno».

Dos años más tarde las monjas del monasterio de Santa Clara, con suma paciencia y mayor cuidado, aplicaron unos remiendos por la parte trasera, donde no existe ningún tipo de imagen, y cosieron una «tela de Holanda» para reforzarla. El parche más grande, en forma de U y de unos 60 centímetros cuadrados, se encuentra a la altura de la parte superior del brazo izquierdo, cubriendo parcialmente la mancha de sangre que corresponde a la herida del costado, es de color blanquecino y de un tejido liso y fino.

En total, las aplicadas monjitas tuvieron que coser 21 remiendos de tela blanca y 8 de color ámbar en los desperfectos sufridos en el lino.

Tras quince días de incansable faena, acabaron de unir los parches a la tela y redactaron un acta donde se narraban, paso a paso, los momentos de su restauración.

Durante su estancia en la Corte de los Saboya, se tiene constancia de que se realizaron numerosas copias del Santo Lienzo, algunas de ellas llevadas a cabo por Durero, como la que se conserva en la Iglesia de Saint Gommaire (Bélgica). Hay que destacar que el famoso pintor recreó unos puntitos parecidos a chamuscaduras, por lo que se cree que la Sábana pudo sufrir un incendio anterior al de 1532.

Por aquella época Francisco I de Francia invadía la península italiana. Se volvía de nuevo a poner en peligro el lienzo, por lo que el duque Carlos III de Saboya decidió llevarlo allí donde él se trasladara.

En 1553 tras la muerte del duque, su hijo Manuel Filiberto se hizo cargo de la reliquia y la volvió a trasladar a la capilla de su castillo de Chambery, donde permanecería hasta su traslado final a Turín.

4.7. La llegada a Turín

En 1578 el cardenal de Milán, Carlos Borromeo, comenzó una peregrinación hasta la Santa Capilla para ver el Sudario y pedir en sus oraciones que se erradicara la peste que durante aquel año asediaba a su ciudad.

El duque de Saboya, informado sobre la precaria salud del religioso y su ansia por tener ante sí el lienzo, ordenó que fuera este el que se trasladará hasta Turín, donde fue recibido con grandes elogios. Fue depositado en la capilla ducal de San Lorenzo, donde miles de fieles llegados de toda Italia la veneraron.

Tras la muerte de Manuel Filiberto, en 1580, su hijo Carlos Manuel I hizo edificar la Rotonda della Síndone, una capilla en el palacio ducal de forma redondeada el cuyo interior se guardó la tela.

Cinco años más tarde se volvió a exponer la Sábana como motivo del matrimonio entre Carlos Manuel I y la infanta Catalina, hija de Felipe II. Un año después, la Síndone volvía a ver la luz al producirse el nacimiento de su primogénito, Felipe Manuel. También en 1587 y gracias al bautizo de Carlos Manuel, el segundo de sus hijos, los fieles pudieron volver a disfrutar del lienzo.

Inscripción en la catedral de Turín que hace referencia a la Síndone.

Ya en 1668, Victor Amadeo II, duque de Saboya, ordena al teatino padre Guarino Guarini, arquitecto de la casa ducal, que construya una capilla junto a la catedral de Turín donde albergar la Síndone.

En 1694 Guarini acaba las obras de la capilla, una gran sala circular de mármol negro cuyo techo se eleva hacia una esplendorosa cúpula.

Libro de Missa Sacrae Sindonis (1692), de la colección de Emmanuella Marinelli, en cuya portada ya se muestra la Sábana.

Según comenta M. Hernández Villaescusa en La Sábana Santa de Turín. Estudio científico-histórico-crítico, «en el centro de la capilla se eleva el altar, construido según el proyecto de Bertola y circundado de una balaustrada de graciosas columnitas de madera dorada, ascendiéndose a él por varias gradas. El altar ofrece dos caras, pudiendo celebrarse en ambas el santo sacrificio de la misa. Entre las dos caras del altar se eleva una grada de la cual surge el pedestal sobre el que reposa la urna de mármol, de forma rectangular, en la que se custodia la reliquia. En cada uno de los cuatro ángulos de la urna aparece de pie un ángel, todos con emblemas de la pasión […]. Las cuatro caras de la urna están formadas por gruesos cristales. Dentro de ella aparece en primer término una caja de hierro dorado, cuyas cuatro caras están formadas por cuatro rejillas, las de los extremos empotradas en el mármol de la urna y las que corresponden a las dos caras del altar en forma de batientes, si bien solo puede abrirse la portezuela que mira al Palacio Real, la cual se cierra con dos llaves. Dentro de esta primera verja hay otra también de hierro dorado con la base fija y recubierta toda ella de un velo de seda blanca, en cuyos lados menores vense pintados emblemas de la Pasión y en los otros dos un facsímil de la Sábana Santa. Esta segunda caja enrejada tiene tres cerraduras en su parte superior y se abre de modo que el batiente adopta la posición horizontal. Dentro de ella hay todavía dos cajas; la primera formada de láminas de hierro recubiertas por dentro y por fuera de telas preciosas, se cierra con dos ganchos y se abre bajando una de sus caras; la segunda, contenida en la anterior, encierra la Reliquia. Este relicario, en forma de urna de plata, está adornado de cabezas de ángeles doradas y esmaltado de flores de varios colores y de rosas, de granates y otras piedras preciosas. En cada una de sus caras ostenta un escudo oval, también de plata, con los emblemas e instrumentos de la Pasión de relieve. La Sábana, envuelta entre sus dos cubiertas de seda rosa, hállase sujeta con cintas rojas sobre las cuales aparece el sello del Arzobispo. El relicario se ata también con cintas en las que se ponen los sellos del Arzobispo y del Rey».

A causa de todos los traslados, ostensiones, incendios… los bordes de la tela comenzaron a deshilacharse.

Víctor Amadeo, al darse cuenta de que su reliquia peligraba, ordenó a su confesor Sebastián Valfré que pusiese un forro en la parte trasera para que no se deshilara. Así, el 6 de junio de 1964, el sacerdote cosió un forro de seda negra al lienzo, forro que se mantuvo durante 174 años hasta que, durante la ostensión de 1868, la princesa Clotilde, ayudada por la condesa Clementina de Brianzone, sustituyó la tela negra por otra rosada.

Caja de 1578 en la que se guardaba la reliquia.

Hasta marzo de 1983, año en que Humberto, ex rey de Italia, la donó a la Santa Sede, esta había permanecido en manos de la casa de Saboya. El mismo rey, que vivía exiliado en Portugal, concedió una entrevista al sacerdote Robert K. Wilcox, y que este publicaría en su obra El Sudario, donde revela cómo le entregó al Vaticano lo que hasta entonces había sido el más preciado tesoro de su familia «hasta mi salida de Turín, las decisiones referentes al Sudario eran tomadas por la familia; siempre, naturalmente, tras consultar con el papa. Durante la II Guerra Mundial, mi padre ordenó que el Sudario fuera llevado al sur de Italia para evitar la posibilidad de que sufriera daños en los bombardeos. Terminada la guerra, yo mismo ordené su retorno a Turín, pero cuando me fui de Italia lo dejé a cargo del arzobispo de Turín. Como yo no estaré aquí —le dije—, creo que usted es la persona más indicada para cuidarlo». Así han seguido las cosas, y es el arzobispo quien toma las decisiones definitivas.

Antes del incendio de 1997, así se guardaba el Santo Lienzo.

4.8. 1997: el Duomo arde

Durante la madrugada del 11 al 12 de abril de 1997, el lienzo sufrió una nueva prueba de fuego. Un grandioso incendio se propagó por la capilla Guarini. Debido a los arreglos que se estaban realizando en su interior y en la fachada, el templo estaba lleno de andamios metálicos y armazones de madera. Entre los materiales de construcción que se apiñaban en la capilla había algunos inflamables, por lo que el fuego no tardó en apoderarse del contiguo torreón del Palacio Real y llegar hasta el Coro de los Canónigos de la catedral de Turín, donde la Santa reliquia corría un gran peligro.

Los equipos de extinción de incendios tenían como máxima prioridad rescatar de la quema el lienzo de lino que contiene la presunta imagen de Jesús. El bombero Mario Trematore, armado con una gran maza de hierro, logró hacer pedazos las cuatro capas de cristal blindado de 39 milímetros que protegían la urna que contenía la Sábana y sacar esta al exterior. Una vez a salvo, la policía la trasladó a la residencia del cardenal Giovanni Saldarini, arzobispo de Turín y Custodio de la Síndone.

Mapa de la catedral de Turín.

Trematore, sindicalista de izquierdas que no se consideraba católico, al ser preguntado sobre cómo había conseguido romper la blindada urna, respondió «el cristal puede parar las balas, pero no la fuerza de los valores representados en el símbolo que lleva dentro. Rompí el cristal con solo una maza y las manos, que aún me sangran. Es extraordinario. Dios me ha dado las fuerzas para romperlo».

Dos días más tarde, la Comisión para la Conservación de la Síndone se reunía en privado para comprobar que ni la urna ni el lienzo habían sufrido daño alguno.

Durante varias jornadas los periódicos de todo el mundo se preguntaban si el incendio había sido provocado o se trataba de una terrible casualidad. Varios especialistas estudiaron minuciosamente los hechos y los lugares donde comenzó el fuego, e incluso se abrió una investigación judicial, pero ningún resultado ha sido hasta ahora dado a conocer.

El hermetismo que se cernió en torno al asunto hizo pensar a mucha gente que el Santo Lienzo había sido objeto de un planeado atentado.

Como el lector habrá podido comprobar, la historia de la Sábana de Turín está llena de dudas, de lagunas históricas difíciles de rellenar, de suposiciones más o menos creíbles y de algún que otro dato difícil de confirmar.

Ulysse Chevalier, miembro de la Sociedad de Historia de Francia y Caballero de la Legión de Honor, es además uno de los mayores escépticos en cuanto a la autenticidad de la tela. En su obra Estudio crítico sobre los orígenes de la Sábana Santa asegura que «la historia del Sudario constituye una prolongada violación de las dos virtudes tan a menudo recomendadas por nuestros libros sagrados: la justicia y la verdad».

Por su parte, Stevenson y Habermas, en su obra Dictamen sobre la Sábana de Cristo, afirman que «la compleja historia de la Síndone de Turín confronta a los historiadores con un serio problema. Si el lienzo mortuorio de Cristo, impreso con una imagen de su cuerpo crucificado, ha sobrevivido a lo largo de tantos siglos, se diría que por fuerza debería haber sido extraordinariamente famoso. Se trataría de la más insigne reliquia de la cristiandad y la documentación referente a ella tendría que ser copiosísima. El problema se acentúa más si se piensa que las circunstancias en que aparece la Síndone como objeto histórico son harto sospechosas».