15
El extraño rectángulo permanecía grabado en la piedra negra, frente a ellos. A sólo unos cuantos metros a sus espaldas, los pozos llenos de lava incandescente siseaban y burbujeaban sin cesar. El hyeet contemplaba la puerta con una especie de veneración mezclada con tristeza. Estaba claro que la criatura había acudido muchas veces a ese lugar en el pasado, y miraba con furia las marcas en la piedra. Adam temía que al hyeet le diese un ataque de nervios si las palabras que Ann Templeton le había enseñado a Watch no daban resultado. La criatura continuaba mirándoles esperanzada. Adam soltó la mano del hyeet. Éste parecía tener miedo de que Adam lo abandonara. Adam tosió y se aclaró la garganta. El humo dentro de la cámara volcánica era tan espeso y molesto como antes. Watch ya había enseñado a Adam las dos palabras: bela para abrir y nela para cerrar.
—No sabemos lo que ocurrirá cuando pronunciemos las palabras-dijo Adam—. Deberíais retroceder unos pasos. Sally obedeció de mala gana.
—Ten cuidado no vayas a parar a un zoológico prehistórico-le advirtió.
Un momento después, Adam se situó junto al hyeet ante lo que esperaba fuese una puerta secreta. Sally, Watch y Cindy se situaron en la grieta que comunicaba con el túnel.
Adam se giró y palmeó al hyeet en la espalda. Una vez más, la criatura trató de sonreír. No debería haberse molestado; acabó babeando de nuevo el brazo de Adam.
—Espero que no me comas si esto no da resultado-le pidió Adam.
Los ojos del hyeet volvieron a humedecerse. El jamás haría semejante cosa, parecía querer decirle a Adam.
Adam volvió a concentrarse en las líneas rectangulares de la pared e inspiró profundamente antes de pronunciar la palabra.
—¡Bela! —gritó.
No pasó nada. Durante tres segundos.
Pero después sucedió todo de golpe.
El rectángulo de la pared comenzó a brillar intensamente. Se volvió de un azul radiante. Aquel color centelleante destacaba en el rojo sobrio de la cavidad volcánica. La luz aumentó rápidamente en intensidad. Adam tuvo que protegerse en los ojos con las manos. Pero, atisbando a través de los dedos, comprobó que la pared no sólo resplandecía, sino que además se estaba volviendo transparente. Era como si la piedra negra se transformara en cristal.
La ventana comenzó a abrirse.
El paisaje que se extendía más allá de aquella puerta era impresionante.
Adam vio extensos prados verdes y ondulados, selvas de árboles altos como montañas, lagos donde nadaban tortugas del tamaño de un oso. El cielo era de un azul brillante. El sol parecía dos veces más grande y, su brillo, diez veces más intenso. Adam se preguntó si no estaría viendo el mundo tal y como era millones de años atrás. Tal vez, aquella puerta daba paso a otra dimensión o a otro sistema solar.
En la distancia se divisaban otros hyeet.
La criatura que estaba junto a él también les vio. El hyeet comenzó a lanzar exclamaciones de júbilo y palmeó a Adam en la espalda.
Adam estuvo a punto de salir lanzado a través de la puerta mágica.
—Adelante-le dijo al hyeet, tratando de recuperar el aliento y sujetándose al borde de la puerta—. Saluda a tus amigos de mi parte. Disfruta de una buena comida. Te lo mereces después de haber devorado todos esos murciélagos.
El hyeet trató de sonreírle por última vez. Ese tercer intento fue tan patético como los dos anteriores. Pero la criatura hizo algo realmente increíble. Posó su mano sobre el corazón de Adam y consiguió que su boca adquiriera forma humana.
—Adam-pronunció con profundo sentimiento.
Adam, se echó a reír.
—¡Wow! —exclamó.
Luego el hyeet saltó hacia delante, atravesó ahora la transparente pared, y desapareció. Adam parpadeo un par de veces. El hyeet simplemente te había desvanecido en el aire. Sin embargo Adam creyó verlo atravesando a la carrera las verdes praderas, lanzando exclamaciones de alegría, aunque no podría jurarlo. En aquel momento, Adam tenía muchas otras cosas de qué preocuparse.
Una fuerte succión de aire había comenzado a producirse ante él. Era como sí, en la otra tierra, hubiesen encendido un ventilador gigantesco y lo hubieran orientado hacia la puerta. Adam tuvo que aferrarse con fuerza a los bordes de la puerta para evitar ser succionado. Detrás de él, la lava continuaba siseando en los pequeños pozos incandescentes. La corriente de aire se había originado estaba avivando los fuegos dormidos. Adam comprendió que estaba a punto de causar una erupción de pequeñas proporciones. Y sabía que únicamente necesitaba pronunciar la palabra adecuada para que la puerta se cerrara y todo volviera a la normalidad. Pero, por alguna razón —quizá porque estaba luchando para conservar la vida—, no podía recordar cuál era la palabra reeksvar para que la puerta se cerrara.
—¡Bela! —gritó contra el viento—. ¡Rela! ¡Stela! ¡Mela! ¡Kela! ¡Tela!
No, ninguna de esas palabras era la correcta. Adam pensó que nunca lo conseguiría. Levantó la pierna derecha, apoyó con fuerza el pie contra el costado de la puerta y empujó con todas sus fuerzas. Acabó cayendo al suelo, pero fue sacudido inmediatamente por la fuerza de succión.
Esta vez reaccionó a tiempo. Extendió la mano, se aferró a una gran piedra negra y se impulsó lejos del viento. Hizo lo mismo con varias piedras. Los pequeños pozos de lava burbujeaban furiosos. Densos chorros de vapor se elevaban hacia el techo de la cámara, impidiendo toda visibilidad. Mientras hacia un esfuerzo por ponerse en pie, Adam notó que la tierra temblaba. Algo estaba a punto de estallar. Regresó rápidamente adónde le esperaban sus amigos.
—¿Qué ocurrió-preguntó Sally.
—El hyeet ha vuelto a su hogar-le contestó Adam.
—Eso ya lo hemos visto-dijo Cindy—. ¿Pero por qué no cerraste la puerta?
—¿Pronunciaste la palabra? —preguntó Watch.
Adam echó un vistazo hacia la cámara volcánica.
—¿Cuál era esa palabra?
—¡Nela! —exclamaron los tres al unísono.
Adam sonrió.
—Me falto poco. Debería haber seguido intentándolo.
—Bueno, puedes hacerlo ahora-le informó Sally, señalando hacia lo que estaba sucediendo a sólo unos metros de donde ellos se encontraban. Se había acumulado tal cantidad de vapor, humo, polvo y lava en el aire que la puerta mágica se había hecho prácticamente invisible. La voz de Sally se alzó por encima del estruendo—. ¡Tenemos que largarnos de aquí!
Echaron a correr bordeando el río helado. Tras girar por unos cuantos recodos del túnel, lograron ponerse fuera de peligro. Muy pronto la cueva volvió a ser el mismo lugar obscuro, silencioso y tenebroso. Habían conseguido poner a salvo al hyeet pero no sabían cómo salvarse a sí mismos. Y lo que era aún peor, sus rudimentarias antorchas estaban a punto de extinguirse, y habían dejado el resto de las maderas en la cámara volcánica. Atravesaron vacilantes la noche interminable que se extendía junto a la corriente negra y helada. Adam había llegado al límite y estaba dispuesto a intentar cualquier cosa que les permitiera salir de la cueva.
—¿Y si nadamos por debajo del agua? —sugirió a Watch—. ¿Y si hacemos lo mismo que hiciste tú para llegar hasta aquí? Podríamos llegar hasta la chimenea del pozo de la señora Robinson. Tal vez Bum esté todavía esperando en la boca del pozo y nos ayude a subir.
Watch sacudió la cabeza.
—Imposible. Ninguno de nosotros sería capaz de nadar contra esa corriente. Yo estuve a punto de ahogarme y eso que sólo me dejaba llevar. Además, jamás conseguiríamos subir por la chimenea del pozo. Es imposible.
—A mí no me parece una idea tan descabellada-dijo Cindy.
—Podéis creerme, es inútil-insistió Watch—. Debemos encontrar alguna otra forma de salir de aquí.
Sally señaló nerviosa las dos antorchas menguantes.
—Nos quedaremos sin luz dentro de pocos minutos. No hay alternativa.
Entonces Adam tuvo una idea increíble.
Era la mejor idea que se le había ocurrido en toda la noche.
—Watch. Cuando bajabas por el pozo, ¿podrías decir en qué dirección corría el río?
Watch no dudó un instante en responder.
—En dirección al océano. Ya he pensado en esa posibilidad. Pero todos sabemos que no hay ninguna cueva en la playa.
—Y, además, esas aguas están infestadas de tiburones-apuntó Sally.
—Eso no importa —dijo Adam—. Tengo un plan. Seguiremos la corriente del río.
—¿Y qué pasará si nos quedamos sin luz? —protestó Sally—. ¿O si llegamos a un callejón sin salida?
—Da igual-repitió Adam con una extraña seguridad en la voz.
El río corría imparable y los cuatro apuraron el paso por la orilla. Sin embargo no pudieron llegar demasiado lejos, ya que sucedió lo inevitable: los escasos restos de lava que aún ardían en los extremos de las maderas dieron un último suspiro y murieron. El débil resplandor rojizo de las antorchas se desvaneció en la obscuridad del túnel. En realidad la luz que arrojaban resultaba casi insignificante, pero cualquier luz es bienvenida cuando estás rodeado por la más absoluta obscuridad. La echaron en falta. Arrojaron las antorchas apagadas a la corriente del río, aunque no pudieron ver cómo se las llevaba. Su loco intento de fuga había llegado a su fin. Ahora tendrían que moverse lentamente, guiándose solo por el sonido del agua y el tacto de las rugosas paredes de piedra. Adam les alentó a que no perdieran la esperanza. Alguien le cogió la mano. Pensó que era Cindy, pero se trataba de Sally.
—¿Sabías que siempre duermo con la luz encendida? —musitó.
—¿Tú? —se extraño Adam—. No me lo puedo creer.
Los dedos de Sally le apretaron ligeramente la pierna.
—Siempre he sentido miedo de la obscuridad.
—Yo siento miedo ahora-intervino Cindy desde algún punto muy próximo a ellos.
—Sé perfectamente lo que estoy haciendo-aseguró Adam, esperando que fuese verdad.
Treinta minutos más tarde, los demás tenían serias dudas al respecto.
Llegaron a un callejón sin salida.
La cueva terminaba en una pared de piedra.
El río desaparecía bajo tierra.
Final del trayecto. Era su última oportunidad.
Adam escuchó los quejidos de desesperación de sus amigos. Procuró que el tono de su voz sonara tranquilo y confiado.
—Watch. ¿Qué hora es?
Adam sabía que todos los relojes de Watch tenían manecillas fosforescentes.
—Las seis y diez de la mañana-le respondió Watch—. ¿Por qué?
Adam se sentó junto a la orilla del río y pidió a sus amigos que lo imitaran.
—Esperaremos-dijo.
—¿Esperar qué? —preguntó Sally—. ¿Quizá la muerte?
—No-dijo Adam—. A que nos rescaten.
—Nadie vendrá a rescatarnos-se lamentó Cindy con tristeza.
—Yo no he dicho que fuese una persona la que vendría a rescatarnos-contestó Adam—. Sed pacientes. Ya veréis.
Pasaron varios minutos en los que sólo se oía el agitado sonido de sus respiraciones, sólo interrumpido por el fuerte latido de sus corazones.
—Tengo frío-dijo Sally.
—Muy pronto entrarás en calarle prometió Adam—. Aguantad unos minutos más.
El tiempo parecía arrastrarse.
Sally empezó a decir algo otra vez. Pero la voz se le quebró en la garganta.
Algo mágico estaba sucediendo. El agua comenzó a brillar. Y aquel brillo se hizo cada vez más intenso. Muy pronto pudieron verse unos a otros perfectamente. Adam no pudo evitar echarse a reír al ver sus rostros asombrados.
—¿Acaso se trata de otra puerta mágica? —preguntó Cindy.
Adam soltó una carcajada.
—No, no tiene nada que ver con la magia. Watch, ¿qué hora es?
Watch comprobó sus diferentes relojes.
—Las seis y treinta y seis.
Sally lanzó una exclamación:
—¡Es la hora en que amanece! ¡Estamos viendo la luz del sol!
Adam se levantó.
—Exacto. Esta corriente desemboca en el océano. Y si podemos ver la luz del amanecer eso significa que estamos muy cerca del exterior de la cueva. Apuesto a que solo tenemos que nadar por debajo del agua unos pocos metros para respirar un aire puro.
—¿Pero cómo puedes estar tan seguro de que el océano se halla justo detrás de esa pared? —preguntó Cindy.
—Probad el agua-les sugirió Adam.
Sus tres amigos así lo hicieron.
—Está ligeramente salada-reconoció Cindy.
—Naturalmente-dijo Adam—. Aquí es donde el río y el mar se encuentran, así que una porción de agua salada debe subir corriente arriba.
—Pero a ti se te ocurrió la idea de venir hasta aquí cuando aún estábamos a un kilómetro de este lugar-insistió Sally—. ¿Cómo pudiste estar tan seguro de que encontraríamos la luz del sol?
Adam se echó a reír de nuevo.
—Esperaba encontrarla. Si todos los ríos van a parar al mar, como dice el refrán, ¿por qué iba a ser este una excepción? —Se quitó la camisa y las zapatillas—. Yo iré primero. Si no he regresado dentro de un par de minutos, pues no sé qué deciros. Es probable que haya ido a por un vaso de leche y varias docenas de donuts recién hechos.
Adam se sumergió antes de darles tiempo a responder.
Un minuto después volvió a aparecer en la superficie con un amplia sonrisa.
—Este río desemboca muy cerca del espigón-les anunció—. No estamos lejos del faro quemado. —Oh, no-se quejó Cindy—. Sólo espero que el fantasma no haya regresado.
—¿El fantasma? —preguntó Sally—. ¿A quién le importan los fantasmas? —Se puso de pie y echó a andar de regreso hacia la cueva—. A mí el que me preocupa es ese horrible tiburón que vimos la semana pasada. No pienso salir por aquí. Volveré en dirección al pantano. No me importa si tardo una semana en llegar.
Los tres intentaron convencer a Sally de que era una idea absurda, pero ella era muy tozuda y no quiso hacerles caso. Finalmente, no tuvieron más remedio que tirarla al agua y obligarla a nadar hasta el espigón. Cuando Sally se encontró fuera de la cueva y respirando la brisa fresca del amanecer, les perdonó por haberla hecho salir de esa manera. Se adivinaba que iba a ser otro radiante día de sol. Sally sonrió alegre.
—¿Quién quiere un helado? —preguntó—. Podéis pedir el que os apetezca.
Adam sonrió.
—¿De vainilla también?
—Sally le pellizcó la mejilla.
—Sí, también. Hoy me siento generosa.