6
El suelo del túnel se había nivelado. Ya no tenían que seguir avanzando a gatas. El pasadizo también se había ensanchado, de modo que podían caminar sin tropezarse unos con otros. Esos detalles eran muy alentadores. Por desgracia, la temperatura había aumentado otro par de grados. Los tres sudaban a mares y tenían mucha sed.
Por si fuera poco, la linterna que llevaba Sally había comenzado a fallar y su luz era muy débil. La sacudió varias veces mientras continuaba avanzando, en un intento por avivar el haz de luz. Ya habían pasado dos horas desde que la entrada se cerrara herméticamente.
—Las pilas de mi linterna se agotaran muy pronto-anunció Sally.
Adam, que caminaba a la derecha de Sally, asintió con gesto preocupado. Cindy marchaba a la izquierda de su compañera.
—Esperemos que las pilas de la otra linterna duren más-dijo Adam.
—¿Qué importancia tiene eso si no sabemos adónde vamos? —dijo Cindy.
—¡Qué optimista es la tía! —masculló Sally.
—Mira quién habla, la alegría personalizada-replicó Cindy.
Ahora mismo estaría en mi casa mirando la tele y comiendo perritos calientes si no te hubieses puesto tan pesada con visitar la cueva-se quejó Sally.
¡Queréis dejarlo de una vez! —estalló Adam.
—¿Por qué deberíamos dejarlo? —preguntó Sally—. No nos falta oxígeno. Incluso podríamos gritarnos a pleno pulmón, a lo mejor así logramos detener a esa criatura horrible que amenaza con engullirnos.
—Bueno, si eso hace que te sientas mejor-concedió Adam.
Pero entonces sus ojos descubrieron un objeto inquietante. Se detuvo y señaló a unos veinte metros delante de ellos—. ¿Qué es eso que sobresale de la pared? —preguntó, a pesar de que sabía de sobras la respuesta.
Era el brazo de un esqueleto. Se acercaron con cautela, la luz de la linterna oscilaba arriba y abajo en las temblorosas manos de Sally. Era lo último que deseaban encontrar. La idea de quedar atrapados en el interior de la cueva hasta acabar convertidos en esqueletos era un pensamiento que había cruzado más de una vez por sus mentes.
Sin embargo, el cadáver, no parecía haber quedado atrapado en la cueva. ¿Cómo diablos podía haberse metido en la pared? Adam formuló la pregunta en voz alta. Sally, por supuesto, tenía su teoría:
—Uno de esos simios lo atrapó. Lo devoró hasta dejarlo en los huesos y luego lo metió ahí. Es evidente. Y eso es probablemente lo que nos sucederá a nosotros.
—No sé-dijo Adam. Hizo una seña a Sally—. Pásame la linterna.
No-dijo Sally.
—Sólo quiero echar un vistazo más de cerca-explicó él.
—No-repitió Sally, apretando la linterna contra su cuerpo.
—Puedes usar la linterna de Cindy hasta que yo vuelva-insistió Adam.
—De ninguna manera-replicó Cindy.
Adam frunció el ceño.
—¿Entonces puedes prestarme tu linterna?
—Naturalmente que sí.-Cindy se la dio—. ¿Qué es lo que buscas?
—Dame un minuto y te lo diré-contestó Adam y encendió la linterna. La luz de la segunda linterna les recordó la precaria situación de la primera. Sally intentó hacer un cambio, pero Adam no estaba dispuesto a negociar. Después de advertirles que no se movieran, Adam comenzó a avanzar lentamente. Sally le llamó.
—Si algo o alguien salta sobre ti, grita muy fuerte para que podamos oírte y tengamos tiempo de huir.
—Gracias-murmuró Adam entre dientes.
Dos minutos después y cincuenta metros más adelante, Adam encontró lo que andaba buscando. Era un segundo esqueleto que colgaba parcialmente de la pared. Sólo que, en este caso, el esqueleto tenía algunos trozos de madera podrida a su alrededor. Adam regresó rápidamente, buscó a sus amigas y luego les mostró su descubrimiento. Las chicas estaban confusas y no demasiado felices al ver lo que suponían una segunda víctima de la criatura de la cueva. Pero Adam sacudió la cabeza.
—¿Es que no os dais cuenta? —comenzó—. Este tío fue enterrado en un ataúd, seguramente lo mismo que el otro cadáver, solo que el ataúd no resistió el paso del tiempo.
Sally lo entendió.
—¿Quieres decir que nos encontramos debajo del cementerio?
—Exacto-contestó Adam.
—Te comportas como si eso fuese una buena noticia-protestó Sally—. Se me ocurren cien lugares mejores que éste donde ir a parar.
—Es un alivio saber dónde estamos-les explicó Adam.
—¿Por qué? —preguntó Sally.
—Tal vez ahora podamos planear qué dirección seguir-dijo Adam.
Sally señaló hacia delante.
—Solo hay una dirección, Adam. Recto hacia la cocina de los monstruos.
—Eso lo veremos.
Adam apagó su linterna. Le asombro comprobar lo oscuro que resultaba el túnel con una sola linterna encendida. Apenas si podían distinguirse unos a otros. Sin embargo, aquella penumbra le había dado una idea. Arrancó una tabla del ataúd que había en la pared. La calavera del esqueleto se bamboleó pero el muerto no se quejó.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sally—. Es lo único que le queda a ese tío.
Adam continuó quitando tablas.
—Quiero llevarme toda la madera posible. Tenemos que estar preparados para cuando se agoten las pilas de las linternas. Podríamos usar estas tablas para hacer de antorchas.
—Es una gran idea-opinó Cindy, y se puso a ayudar a Adam en su tarea.
—¿Y cómo piensas encender las antorchas? —insistió Sally—. No eres un boy scout y nosotras tampoco. No sería capaz de hacer una fogata en una acampada aunque me dieses un litro de gasolina.
—Y nos ocuparemos de eso en su momentos-contestó Adam.
Sally suspiró, aunque ella también comenzó a arrancar tablas del ataúd.
—Esto es genial-dijo—. Así cuando esa criatura esté a punto de devorarnos, podemos decirle que construiremos una casa si nos perdona la vida.
Muy pronto cada uno de ellos contaba con un buen montón de tablas. Reanudaron la marcha. Hacía un buen rato que no habían oído el gruñido de la criatura y no sabían si aquello era una buena o mala señal. En cierto modo, Adam prefería que el monstruo hiciera ruido. Al menos así podían calcular donde se encontraba. La sola idea de que pudiera estar arrastrándose tras ellos en silencio le ponía los pelos de punta.
Cinco minutos después de haber dejado atrás el segundo esqueleto, llegaron a una bifurcación en el túnel. Podrían continuar hacia la derecha o hacia la izquierda. Era una decisión difícil, ya quemabas rutas parecían obscuras y peligrosas. Adam husmeó para detectar en el aire de ambos túneles algún cambio en la temperatura o cualquier olor abyecto. La cueva que se habría a la derecha parecía más fresca, pero el aire de la izquierda era más puro. Les explicó a las chicas sus conclusiones. Naturalmente, Sally y Cindy discrepaban sobre qué dirección tomar.
—Yo quiero ir hacia la derecha-dijo Cindy. —¿O es que quieres que caigamos en un pozo de lava?
—Deberíamos ir hacia la izquierda-resolvió Sally—. Ese olor hediondo puede provenir de restos de comida dejados por más criaturas.
—La cueva de la derecha no huele tan mal-apuntó Cindy—. Es sólo que el aire está viciado—. Los muertos también huelen así-replicó Sally.
—Si acabamos de dejar el cementerio a nuestras espaldas-dijo Adam, tratando de orientarse bajo tierra, —el túnel de la derecha debería conducirnos justo debajo del castillo de la bruja.
—Entonces no se hable más-resolvió Sally—. No nos conviene acercarnos a ese lugar.
—Pero ese astillo ha estado allí durante siglos —continuó Adam—. Tal vez exista un pasadizo secreto que llegue a esta cueva. Podríamos usarlo para salir de aquí.
—¿Y acabar dónde? —se quejó Sally—. En la sala de estar de la bruja. Nos asará en su chimenea.
—No la confundas con la otra bruja que encontramos al otro lado de la Senda Secreta y que se parecía a ella-dijo Adam—. Ann Templeton no es tan horrible.
Sally sacudió la cabeza.
—No puedo creer lo que estoy oyendo. Ann Templeton te sonrió y te dijo que tenías unos ojos muy bonitos y sólo por eso ya no te acuerdas de todas las atrocidades que ha cometido Con muchos de los chicos del pueblo.
—Creo que te has inventado la mitad de esas historias-adujo Adam.
—Puede-reconoció Sally—. Pero aunque sólo la mitad fuese verdad, tampoco querrás acercarte a ella.
—Quiero probar suerte con el castillo-insistió Cindy con firmeza—. Estoy cansada y tengo sed. No sé cuánto tiempo más podré resistir.
—Pues yo no pienso ir en esa dirección-concluyó Sally con la misma firmeza.
—Tendrás que hacerlo-se burlo Adam—. Tu linterna está a punto de quedarse sin pilas.
Sally se quejó amargamente.
—¿Me dejaríais aquí sola, en la obscuridad, para que me muera? ¿Sólo porque Cindy quiere ir hacia la derecha y yo hacia la izquierda? Adam, pensaba que eras mi amigo.
—No voy a dejarte aquí para que te mueras-dijo Adam con infinita paciencia—. Tenemos que ir en una dirección o en otra. Si esta dirección no es buena, siempre podemos regresar y tomar la otra.
Sally volvió a suspirar.
—Tengo un mal presentimiento.
—Tienes malos presentimientos las veinticuatro horas del día-masculló Cindy.
—Si hubieras crecido en este pueblo lo entenderías-contestó Sally.