26
Petra pide un favor
I
Petra había madrugado mucho. Llevaba más de media hora delante del polideportivo en el que el equipo de natación de su hija entrenaba. Antes de ir hasta allí en busca de Nerea, había probado en su casa, pero le habían dicho que la chica no estaba. Había ido a nadar.
Por fin, las chicas del equipo comenzaron a salir y pudo divisar a Nerea. Se acercó a ella con paso decidido, pero con una expresión amable. La había ensayado durante esas dos horas, al igual que lo que le iba a decir.
—Nerea, guapa, ¿podemos hablar un minuto?
—¿De qué?
—Vengo a pedirte un favor, no a enfrentarme a ti. ¿Podemos hablar?
—Creo que no me apetece.
—Nerea, Asia necesita tu ayuda. Y eres su amiga. Por favor, serán cinco minutos.
Nerea, aunque algo reticente, aceptó. Petra le señaló una cafetería que estaba a unos metros y la chica la acompañó hasta allí.
—¿Qué quieres tomar?
—Un zumo de piña.
—¿Nos pones dos zumos de piña, por favor? Vamos a sentarnos ahí.
Se sentaron en una mesa al lado del gran ventanal que daba a la calle.
—¿Has hablado estos dos últimos días con mi hija?
—No.
—Mira, la verdad es que me muero por preguntarte todo lo que pasó en la fiesta, pero no lo voy a hacer. Supongo que sabes lo que mi hija sentía por Mauro.
—¿Y?
—Quiero que le digas que no le conviene.
—¿No será al revés? ¿Que ella no le conviene a él?
—¿Por qué dices eso?
—Tu hija nos ha metido en un buen lío. Nos llevaron a comisaría, y ahora estamos en los periódicos y hablan de nosotros en todas partes, ¿te parece poco? Por no hablar de esa foto de su Facebook.
—No tengas tanto morro, niña —estalló Petra—. Que tú precisamente tienes mucho que callar en todo este asunto.
—¿Yo? ¿Por qué?
—¿Por qué? Tú la llevaste a esa fiesta, tú le llenaste la cabeza de ideas raras, tú la metiste en el jacuzzi. Tú, bonita. Tú.
—No tengo por qué aguantar esto.
Nerea se levantó dispuesta a marcharse. Pero Petra la agarró del brazo. Y tragándose su ira y, sobre todo, su orgullo, le imploró. Las cosas que una estaba dispuesta a hacer por una hija.
—Perdona, perdona. Te dije que no venía a discutir y es verdad. Perdona. Siéntate, serán sólo dos minutos, de verdad. Y te puedo asegurar que esta conversación me gusta tan poco como a ti. Yo también estoy deseando largarme. Por favor. Dos minutos.
Nerea se sentó y Petra intentó tranquilizarse.
—Sólo quiero que alejes a mi hija de ese chico.
—Y yo te digo que no hace falta que yo la aleje, que él ya se va a encargar de no acercarse a tu hija. En estos momentos Asia es veneno para él.
—Bueno, pues entonces habla con ella e intenta quitárselo de la cabeza. Ella se siente tan culpable con todo esto que está buscando su perdón.
—Es que no me apetece hablar mucho con tu hija. La ha liado pero bien, con la denuncia, con...
—La denuncia fue cosa nuestra. De su padre y mía. Ella nunca quiso denunciaros. No la hagas pagar por nuestros errores.
—¿Y la foto y la pintada también fue cosa vuestra?
—No, eso no —dijo saliendo al paso Petra. Pero tampoco dio más detalles, lo último que quería era contarle que su hijo estaba implicado.
—Pues ahora mismo es la foto lo que nos ha vuelto a meter en el lío.
—Ella no es la responsable de eso tampoco. Por favor, no la culpes por algo que no hizo. Y dile que se olvide de ese chico.
—¿Por qué no se lo dices tú?
—Porque a mí no me va a hacer caso. Soy su madre. Como insista mucho, acabará haciendo lo contrario.
—Es que no es mi problema.
—Nerea, mi hija ha cambiado mucho desde que está contigo. Le influyes. Y no eres santo de mi devoción, seguro que ya lo sabes. Y menos después de lo que pasó en la fiesta. Pero le influyes y por eso estoy aquí.
—No sé qué te habrá contado, pero no la obligué a nada. Ni yo ni nadie.
—Ese es el problema, que eres demasiado lista, que no necesitas obligarla para que haga lo que a ti te da la gana.
—Me estás pintando como a una bruja.
—Es que en estos momentos, como comprenderás, no te aprecio mucho. Pero si hay algo bueno y decente en ti, y debe haberlo para que mi hija te considere su mejor amiga, tienes que admitir que algo de culpa en todo lo que pasó sí tienes. Si mi hija no te hubiera conocido, no estaríamos ahora aquí sentadas las dos hablando de esto.
—Si te quedas más tranquila pensando que tu hija es superinocente y yo supermalvada, tú misma.
Petra tomó aire antes de continuar hablando. Lo mejor era acabar con esa conversación nociva cuanto antes. Sobre todo si quería que el esfuerzo de estar ahí sentada enfrente de esa arpía sirviera para algo y no fuera una total pérdida de tiempo.
—Yo me voy a ir ya. Sólo te pido que lo pienses. Y si es verdad lo que dices, que el chico ese ya no quiere saber nada de ella, tampoco te estoy pidiendo algo descabellado. Sólo que la convenzas de que se olvide de él. Es lo mejor para todos. Piénsatelo, por favor.
Petra sacó un billete de cinco euros, lo dejó sobre la mesa y se fue. Nerea la vio alejarse, pero lo que no pudo apreciar es que a Petra le temblaban las piernas de lo nerviosa que estaba. Acababa de tener una de las conversaciones más difíciles de su vida, lo único que quería era estampar la cara de la chica contra la cristalera y, sin embargo, había tenido que implorarle y morderse la lengua mientras se tragaba su orgullo y aguantaba la arrogancia de esa serpiente, de ese mal bicho, de esa malnacida que sólo tenía veneno en la sangre.
Petra miró la hora, si se daba prisa podía llegar a casa antes de que sus hijos se hubieran despertado.
II
Pablo, sin consultarlo ni con Petra ni con Asia, se había instalado a primera hora de la mañana en el portal de su exmujer para acompañar a su hija al colegio. Había decidido que lo haría hasta final de curso. Y si por culpa de eso tenía que dar una hora menos de clase, qué se le iba a hacer, lo asumiría. Y eso que andaba muy justo de dinero. Lo caro que salía divorciarse. Más de la mitad del sueldo para la manutención de sus hijos y luego pagar el alquiler excesivo por ese cutre apartamento en el que vivía. Y lo poco que le quedaba se le iba en las copas que tomaba las noches que salía para lograr no llegar a casa solo. Y la gracia de los dientes blanqueados le había salido por un pico y lo estaba pagando a plazos. Y todo por echar un polvo o dos. Si a los veinte años le hubieran dicho que a los cuarenta y tantos iba a acabar así, se habría pegado un tiro.
Asia salió del portal y lo que Pablo no se esperaba es que estuviera acompañada por Petra. Aunque bien mirado, era lógico: los dos se preocupaban de la misma manera por ella. Y aunque Pablo no lo supiera, los dos estaban en el mismo punto de la vida, y sus sentimientos eran parecidos. Se sentían derrotados, pero no estaban dispuestos a tirar la toalla con Asia.
—Te dije que te alejaras de nosotras.
—Soy su padre, he venido para acompañarla al colegio. Y para comprobar que a esos dos los han sacado de su clase.
—Ya voy yo.
—Y yo —insistió Pablo.
—Genial, voy a parecer la hija de la infanta, con dos guardaespaldas a mi lado —ironizó Asia.
—¿Vamos en mi coche? —preguntó Pablo—. Así no tienes que sacar el tuyo del garaje.
Petra asintió de mala gana.
—¿De verdad que vais a venir los dos hasta el colegio? No me lo puedo creer.
—Y así hasta final de curso —dijo Pablo.
—Papa, de eso nada... Por favor, papá, ni se os ocurra.
—Ya veremos. Venga, subid.
En el colegio Petra y Pablo comprobaron con alivio que habían cambiado de clase a los dos chicos, a Mauro y a Sergi. Se alegraron. Sin embargo, el rostro de Asia se ensombreció.
Y en toda la mañana no se cruzó con Mauro, ni con Nerea, ni con Sergi. Y tampoco hizo nada por encontrarse con ellos. Aún no sabía bien cómo proceder. Ya no podía pedirle más disculpas a Mauro, no al menos sin darle algo a cambio: la evidencia que probara que ella no tenía nada que ver con aquella foto.