Capítulo 20
Mikael se compró un billete de ida y vuelta cuando regresó a Sídney sin ella.
En su despacho, tenía mucho que ordenar, sobre todo, porque iba a dar un giro radical a su carrera después de la boda.
Ante un vaso de agua con gas, sonrió pensando que la próxima vez que volviera a Australia, sería con Layla.
Lo primero que hizo fue llamar a Demyan.
—¿Qué tal está el bebé?
—Se llama Annika.
—¿Cómo está Annika?
—Se pasa veintitrés horas al día despierta. Estoy agotado —contestó su amigo—. Bueno, ¿dónde os habéis metido Layla y tú? ¿Qué ha pasado?
—Al parecer, nos hemos prometido, amigo mío.
Demyan rio mientras Mikael le contaba que se casaría en Ishla, mediante una ceremonia muy tradicional.
—Layla vivirá aquí cuando nos casemos, pero su padre está enfermo, así que iremos a menudo a visitarlo. Por ahora, no voy a aceptar más casos. Voy tomarme unos meses de vacaciones para enseñarle cómo funcionan los semáforos, las transacciones y esas cosas.
—Estás muy enamorado —comentó Demyan, encantado de escuchar a su mejor amigo hablar tan embelesado.
—Nunca me había sentido tan bien —admitió Mikael—. Otra cosa. Ya sé que os doy la noticia con muy poca antelación, pero… ¿podrías venir a la boda? Necesito que seas mi padrino —pidió. Los dos habían crecido juntos en las calles y los unía un vínculo más fuerte que el de la sangre—. Tendrás que ponerte esmoquin, eso sí.
—Será un placer —repuso Demyan, riendo.
—Y necesito otro favor. ¿Puedo hablar con Alina?
—¿Alina?
—Cosas de mujeres.
Aquella fue la conversación más incómoda que Mikael había tenido en su vida, pero lo hizo por Layla.
—Pero padre…
Estaban esperando que Mikael llegara a palacio, aunque a Layla no le estaba permitido verlo hasta el día de la boda.
—¡El coche acaba de llegar! —informó Trinity, sonriendo.
La princesa se puso a dar saltitos de emoción.
—Por favor, solo cinco minutos —le rogó a su padre—. Déjame estar cinco minutos a solas con él…
—Lo verás el día de tu boda.
—Por favor…
—Está bien —aceptó su padre con un suspiro—. Tú ve con ella y… —comenzó a decirle a Trinity. Aunque no tenía sentido, pensó, pues las dotes de carabina de su nuera eran lo que les había llevado a esa situación—. Solo cinco minutos.
Cuatro se los pasaron besándose, con lo que solo quedó un minuto más para que Layla tomara su contrabando del neceser de Mikael.
—No tienes ni idea de lo difícil que ha sido… —dijo él—. Tuve que pedirle a Alina que te las consiguiera.
Layla había insistido en que quería tener una noche de bodas perfecta y, entre todos los posibles métodos anticonceptivos que Mikael le había explicado, había elegido la píldora. No quería tener bebés por el momento.
—Tienes para doce meses.
—¡Si me paso un año tomando esto, no me quedaré embarazada! —exclamó ella con entusiasmo—. ¡Es magia! Podemos salir, bailar, nadar… Gracias. Significa mucho para mí.
Mikael sabía que le asustaba tener un bebé y le alegraba de que ella hubiera compartido sus miedos con él. Si algún día decidía enfrentarse a ellos, estaría a su lado para ayudarla.
Pero aun no era el momento.
Tenían una boda por delante.
Layla caminaba radiante por los jardines de palacio hacia su prometido, que estaba vestido con una túnica dorada y un turbante.
Ella llevaba un vestido dorado, con un velo dorado. Sus párpados también habían sido pintados de oro.
La primera vez que Mikael había visto a Layla, le había recordado a la belleza de la luna llena. En ese momento, se sintió como si el mismo sol estuviera entrando en su vida.
Fue una ceremonia corta, seguida de un largo banquete aderezado con risas y mucho amor.
A Layla, sin embargo, se le ensombreció el rostro cuando Jamila le tendió una poción destinada a favorecer su fertilidad en la noche de bodas. Su sonrisa se desvaneció, pero bebió y, cuando posó los ojos en Mikael, él le guiñó un ojo para animarla. Cuánto amaba a ese hombre que sabía comprenderla y la quería como era.
Llegó el momento de despedirse de todos y, una vez más, Layla se puso seria cuando le llegó el turno a Jamila. Las dos se abrazaron entre lágrimas.
—¡Padre, por favor! ¡Deja que me lleve a Jamila conmigo a Australia…!
—Layla, Jamila se queda aquí. No tienes que preocuparte… No le faltará de nada —aseguró el rey.
—¡Pero quiero que venga conmigo!
—Bueno, pues no puede ser —repuso Fahid—. Jamila ha aceptado ser mi esposa.
Su inesperado anuncio fue seguido de un silencio lleno de estupefacción. Layla soltó un grito sofocado.
Entonces, Fahid rompió con la tradición y, delante de todos, besó a su futura mujer. Trinity se tapó la boca para no reír. Zahid cerró los ojos.
—¡Felicidades! —exclamó Alina, encantada de ver a una pareja tan enamorada e ignorante de lo conmocionado que estaba el resto del público.
—Vosotros habéis encontrado la felicidad. ¿Por qué no íbamos a hacerlo nosotros? —replicó el rey.
—¡Felicidades! —dijo Trinity con entusiasmo y besó tanto a su suegro como a Jamila.
—Enhorabuena —dijo Mikael, inclinando la cabeza.
Sin embargo, Layla se había quedado petrificada, incapaz de felicitar a su nodriza.
—Vamos, no siempre tienes que ser tú el centro —le reprendió Mikael, dándole un suave empujón para que actuara como era debido.
—Enhorabuena —se obligó a decir Layla, tensa, y le besó la mano a Jamila.
—No quiero hablar de ello —señaló Layla mientras subía con Mikael al helicóptero que los esperaba—. No quiero ni pensarlo.
Pero poco después, cuando estuvieron a solas en una tienda preparada para la noche de bodas en el desierto, la princesa golpeaba el suelo con un pie, furiosa.
—¡Se va a casar con Jamila!
—Layla…
—¿Se ha vuelto loco?
—La ama.
—¿Cómo va a convertir a mi criada en reina?
—Layla, quiero que, cuando vuelvas a verlos, te muestres contenta por ellos —le advirtió él, que estaba empezando a cansarse de su rabieta—. Tu padre lo ha dado todo para asegurarse de que sus hijos sean felices…
Sin embargo, cuando Mikael la miró a los ojos, adivinó que estaba sufriendo.
—Has estropeado nuestra noche de bodas —le espetó ella y salió corriendo de la tienda.
—Layla, eso no funcionará conmigo…
—No estamos casados hasta que no durmamos juntos. Todavía puedes cambiar de opinión —le gritó ella.
—Nadie va a cambiar de opinión. Pero tu padre también merece ser feliz.
—¿Y mi madre? ¿Cuánto tiempo llevan esos dos juntos?
—Eso no es asunto nuestro.
—¡Claro que sí! ¿Acaso mi padre ha olvidado a la reina?
—No —negó él y tomó a la princesa entre sus brazos, mientras a ella le latía el corazón a toda velocidad—. Tu padre ama a tu madre y siempre será así. Estoy seguro.
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando intenté convencerle de que me dejara casarme contigo, fue como si tu madre hubiera estado también en la habitación, guiándolo, ayudándolo a tomar la decisión. Nada podrá borrar su amor…
Mikael había confirmado lo que ella siempre había sentido en su corazón. Su madre, de alguna manera, seguía entre ellos.
También reconoció para sus adentros que deseaba que todo el mundo experimentara el amor y la felicidad como ella.
—Me alegro por mi padre y Jamila. Intentaré demostrárselo.
—Muy bien.
—¿Tú me olvidarás alguna vez?
—Nunca.
—¿Y si no hubieras venido a buscarme…?
—Habría venido —le susurró él al oído—. Antes o después, habría descifrado tu nota, nos habríamos conectado por internet, me habría mudado a Ishla solo para vivir cerca de ti… Me habría pasado el resto de la vida intentando estar contigo.
—¿Qué te hizo venir cuando lo hiciste?
—Saber que me amabas.
—¿Cómo podías haberlo dudado? —preguntó Layla, frunciendo el ceño. Pero, al mirarlo a los ojos, comprendió la razón. Mikael nunca había amado a nadie antes y, por eso, no conocía el amor.
Iba a ser todo un privilegio ser la primera… y la única, se dijo la princesa.
Entonces, sus bocas se unieron en el más tierno de los besos, que poco a poco fue incendiándose.
Allí, bajo las estrellas del inmenso desierto, Mikael le quitó la túnica y la besó en los pechos, hasta que no pudieron seguir de pie y cayeron en la cama rendidos de excitación.
Ya no tendrían que controlar su deseo nunca más.
Sin dejar de besarla, él deslizó la mano entre los muslos de ella y le acarició con suavidad, haciéndola estremecer, abriéndola poco a poco para él.
No podrían tener niños, pensó Layla, pues apenas tenía sitio para un dedo… luego, dos…
Con sus labios, Mikael calmó su preocupación, mientras seguía explorándola una y otra vez, haciendo que la tensión creciera y creciera.
—Por favor —suplicó ella y lo agarró para colocárselo encima.
Muy despacio, Mikael la penetró, atento a cualquier gemido o sonido de protesta, pues no quería hacerle daño en su primera vez. Pero Layla estaba perdida en su propio placer.
—Me gusta —dijo ella, haciéndole reír.
Mikael comenzó a moverse lentamente, su esposa gimió y arqueó las caderas, sin poder dejar de besarlo y saborearlo. Su piel sabía a sal y a pasión.
Él se entregó con cada arremetida, mientras ascendían juntos hacia el clímax, hasta que Layla tembló presa del éxtasis. A partir de ese momento, sería suya para siempre.
—Ahora ya no puedes cambiar de opinión —advirtió ella, minutos después.
—No pensaba hacerlo —aseguró él—. ¿Te he hecho daño?
—¿Daño? No. Las noches que he pasado sin ti… eso sí que me hizo daño.
—Nunca me perderás, Layla.
—Creo que tenemos que hacer esto más de una vez a la semana —señaló ella, abrazada a su amado.
—¿Una vez a la semana?
—Jamila dice que con una vez a la semana es suficiente. ¿Pero podemos hacerlo más?
—Claro.
—¿Cuánto?
—Mucho más.
—¿Y si la poción que me tomé le quita efecto a las píldoras que me diste?
—Lo dudo —afirmó él, mirándola—. Aunque, si así fuera, ¿qué pasaría?
Layla se quedó largo rato pensando y analizando sus sentimientos.
Su corazón le dijo que, con Mikael a su lado, no había nada que no pudiera hacer.
—Nos enfrentaríamos a ello —dijo la princesa—. Puede que fuera difícil convivir conmigo.
Mikael miró al cielo al imaginarse la convivencia con una Layla embarazada.
—Sí, eso es verdad —afirmó él con una sonrisa—. Pero yo no podría vivir sin ti.
—Dices cosas preciosas. Eres un hombre maravilloso.
—No se lo digas a nadie. Echarías a perder mi reputación.
—Será nuestro secreto —bromeó ella y, riendo, bailó de alegría sobre la cama. La felicidad la inundaba… Había encontrado el amor verdadero.