Capítulo 19
Estás preparada? —preguntó Trinity.
—Lo estoy —contestó Layla, aunque tenía el corazón hecho pedazos. Debía estar preparada, se dijo a sí misma. Desde niña había sabido que ese momento llegaría—. Tengo mis recuerdos y tengo mis sueños…
Trinity estaba rota de dolor. Era como llevar a un cordero al sacrificio. Y ni siquiera podía contarle que Mikael había ido a buscarla.
Layla comenzó a bajar las escaleras hacia el salón de recepciones, decidida a no perder los nervios. Pero, cuando pensó en los hombres que la esperaban allí, entre ellos, Hussain, no pudo evitarlo.
—¡No! —gritó la princesa, corriendo escaleras arribas.
Un guardia la agarró del vestido y ella se dejó caer el suelo.
—¡Es otro ataque! —gritó Jamila.
—¡No!
Layla forcejeaba y daba patadas, mientras Mikael, que estaba arrodillado junto a los demás pretendientes sonreía al oírle gritar su nombre, llorando y suplicando que quería morir virgen para poder seguir soñando con él cada noche.
A su derecha, Hussain estaba sudando, avergonzado por Layla una vez más.
—¿Puedes ocuparte de ella? —le sugirió el rey a Mikael.
Aunque nunca lo admitiría, para Fahid era un alivio que Mikael estuviera allí… sobre todo, en ese momento, listo para ocuparse de la princesa rebelde.
Fahid sabía que Mikael podía cuidarla y su corazón se tranquilizó por primera vez en mucho tiempo cuando los vio salir a los dos.
—Layla… —susurró Mikael, sujetándola de las mejillas para impedir que mordiera a un guardia—. Es hora de elegir marido.
Ella creyó que estaba soñando… A su lado, vestido con una túnica blanca y dorada, estaba el hombre de sus sueños.
—Mikael… —repuso ella y, al instante, se echó a sus brazos, ronroneando como un gatito.
—¡Layla! —la reprendió su padre, mientras Mikael la soltaba—. Tienes que seguir la tradición.
—Padre, no lo entiendo… —balbuceó ella, frunciendo el ceño. No podía comprender qué hacía Mikael allí.
—Mikael ha hablado con Zahid y conmigo hoy. Quiere llevarte a Australia, pero debes volver a visitarnos con frecuencia. Depende de ti, si quieres elegir a este hombre como marido.
—Sí quiero.
—Layla… —dijo el rey con tono reprobatorio, para que no olvidara la tradición—. ¿Qué se hace ahora?
Como había hecho el primer día que se habían visto, Layla se sacó de la túnica la gema preciosa y la colocó ante ella.
—Ahora tienes que ofrecerme tú un regalo —informó la princesa a su elegido.
Trinity tuvo un momento de inspiración y le tendió a Mikael su chaqueta.
—Mi cartera —indicó él, tendiéndosela—. Tiene una tarjeta de crédito.
—¿Y eso qué significa?
—Que puedo hacer que los mejores chefs te preparen manzanas cortadas en finas lonchas siempre que quieras.
—Bien —contestó Layla con una sonrisa.
—Hayet albi enta —le dijo Mikael.
—Lo mismo digo —afirmó ella, sin dejar de sonreír—. Tú también eres mi vida y mi corazón.